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Radio Ambulante - Ana antes de Juanito

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Un viaje a la infancia haría posible el reencuentro.

Más de 40 años después, él entendería por qué aquella mujer lo había criado como a su propio hijo.

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:
Esto
es
Radio
Ambulante
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Hoy
empezamos
con
un
viaje. Pues
mira,
hoy
empieza
mi
pequeña
aventura
en
Sudamérica
y
es
que
voy
a
coger
un
vuelo
para
La
Paz
y
de
ahí
sigue
el
viaje.
O
sea
que
emocionado,
muy
emocionado. Él
es
Johannes
Jonsson,
está
en
el
aeropuerto
de
Lima.
Es
10
de
octubre
de
2017
y
hace
unos
días
llegó
hasta
Perú
desde
España,
donde
vive.
Este
viaje
es
muy
importante
para
él;
por
eso
trata
de
registrar
con
su
celular
cada
momento. Su
vuelo
es
de
día
y
desde
la
ventanilla
del
avión
puede
ver
claramente
los
picos
nevados
de
la
cordillera
de
los
Andes
y
luego
el
inmenso
espejo
de
agua
del
lago
Titicaca.
Hasta
que
–después
de
una
escala
en
Cusco-
aterriza
en
La
Paz,
Bolivia. En
el
aeropuerto,
Johannes
toma
un
taxi
y
va
directo
a
la
terminal
de
autobuses.
Le
espera
un
largo
viaje
de
más
de
9
horas
por
carretera…
Pues
aquí
una
parada
en
Caracollo,
creo
que
dijeron.
Espero
que
no
se
rompa
el
autobús
aquí.Ya
es
de
noche
cuando
llega
a
su
destino
final.
Mientras
va
entrando
a
la
ciudad,
aún
en
el
bus,
los
recuerdos
vuelven
rápidamente
a
su
cabeza:
Ya
mismo
estoy
en
casa
otra
vez,
por
lo
menos
mi
primera
casa. Cochabamba,
su
primera
casa.
La
ciudad
donde
pasó
su
niñez
y
la
que
le
dio
el
apodo
que
usaría
durante
toda
su
vida,
porque
a
Johannes
nadie
le
dice
así.
Todos
lo
conocen
como
Juanito.
Así
lo
empezaron
a
llamar
en
Bolivia
cuando
llegó
con
tan
solo
seis
meses
desde
Suecia,
su
país
natal.
Esa
noche
Juanito
duerme
en
una
habitación
alquilada.
Al
día
siguiente,
sale
a
recorrer
La
Cancha,
un
enorme
mercado
al
aire
libre
donde
se
puede
comprar
todo
lo
que
te
imagines:
desde
alimentos
básicos
hasta
electrodomésticos.La
escena
le
resulta
familiar
porque
tiene
un
cuadro
de
este
mercado
colgado
en
la
sala
de
su
casa
en
España.
También
va
a
su
barrio
de
infancia
y
camina
por
las
calles
hasta
que
se
detiene
frente
a
una
casa
de
dos
pisos.
Tiene
una
fachada
sencilla:
el
techo
plano
y
un
portón
color
ladrillo
en
el
frente.
Es
la
casa
que
construyó
mi
padre
y
donde
yo
crecí
y
viví
los
primeros
años
de
mi
vida,
tengo
tantos
recuerdos…
Pero
todo
ha
cambiado
alrededor,
todo
ha
cambiado. Antes,
esta
casa
era
una
de
las
pocas
de
la
cuadra
pero
ahora
el
vecindario
está
mucho
más
poblado.
A
un
lado
hay
una
vivienda
de
tres
pisos
y
al
otro
un
edificio
alto
de
departamentos.
Juanito
toca
la
puerta
de
la
casa.
Un
hombre
abre
y
él
le
explica
por
qué
está
ahí.
En
este
lugar
funcionan
las
oficinas
de
una
empresa,
pero
el
hombre,
amablemente,
lo
deja
entrar.
Hola,
muy
buenas…Él
vivió
aquí,
sus
padres
construyeron
esto.Juntos
la
van
recorriendo.
Aquí
era
mi
habitación
¿Eso
ya
había?
No,
no
me
suena
eso.
¿Eso
qué
era?
¿Un
balcón?
Sí,
era
un
balcón…Algunas
cosas,
sin
embargo,
aún
se
conservan.
Los
mismos
pisos
de
madera
que
Juanito
recordaba
muy
bien
y
un
árbol
de
higos
en
el
patio.
Cuando
caían
fuertes
aguaceros,
él
y
sus
hermanos
aprovechaban
para
salir
y
ducharse
ahí
mismo.
Han
pasado
38
años
desde
la
última
vez
que
Juanito
estuvo
aquí.
Reencontrarse
con
este
lugar
donde
había
sido
tan
feliz
era
algo
que
siempre
había
añorado.
Y
fue
maravilloso
sí,
pero
también
incompleto.
Este
es
Juanito
hoy,
recordando
aquel
viaje
que
hizo
hace
poco
más
de
cinco
años:
Y
yo
creo
que
desde
2017
es
cuando
realmente
ya
empieza
una
necesidad
de
que
claro,
hay
algo
que
falta.
Y
la
que
faltaba
era
Ana.Ana
Jiménez,
la
mujer
que
lo
cuidó
durante
esos
primeros
años
de
su
vida
mientras
sus
padres
trabajaban.
Esa
mujer
que
lo
había
rebautizado
Juanito,
a
la
que
de
niño
se
aferraba
a
sus
piernas,
aquella
que
lo
había
criado
como
a
un
hijo.
Ahí,
parado
frente
a
su
primera
casa…
Surgió
una
necesidad
en
a
reencontrarme
con
ella,
pero
no
entendía
por
qué.Eso
lo
terminaría
de
entender
un
tiempo
después.
Una
pausa
y
volvemos.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Nuestra
productora
Aneris
Casassus
nos
trae
la
historia.
Aquí
Aneris…
Empecemos
por
el
principio.
Johannes
–o
más
bien
Juanito–
nació
el
4
de
marzo
de
1973
en
un
pueblito
de
Laponia,
una
región
al
norte
de
Suecia.
Es
también
el
norte
de
Finlandia
y
el
norte
de
Noruega.
Y
es
donde
se
dice
aquí
donde
vive
Papá
Noel,
al
lado
del
círculo
polar.
Fue
el
tercer
hijo
de
Gunbritt
y
Ulf
Jonsson,
ambos
evangélicos.
Ella
enfermera
y
él,
pastor.
Ya
tenían
otros
dos
hijos:
Maud,
una
niña
de
siete
años,
y
Peter,
de
dos
años.
Los
Jonsson
siempre
habían
soñado
con
viajar
por
el
mundo
siendo
misioneros.
El
padre,
desde
muy
joven,
había
pensando
en
África.
Incluso
empezó
a
estudiar
swahili,
que
es
uno
de
los
idiomas
del
centro
África,
el
mismo
idioma
que
sale
en
el
Rey
León.
Hakuna
Matata,
eso
es
swahili.Pero
después
apareció
otra
opción:
Sudamérica,
más
precisamente
Bolivia.
Nunca
antes
habían
estado
en
América,
ni
siquiera
de
visita.
Y
apenas
hablaban
algo
de
español.
Pero
conocían
a
otros
misioneros
suecos
que
ya
estaban
viviendo
allí.
Y
es
que
desde
los
años
‘20
misioneros
suecos
del
movimiento
pentecostal
empezaron
a
irse
a
Sudamérica,
principalmente
al
norte
de
Argentina
y
al
sur
de
Bolivia,
para
evangelizar.
Los
pentecostales
son
una
de
las
ramas
del
movimiento
evangélico
derivado
de
la
Reforma
Protestante
iniciada
por
Martín
Lutero
hace
más
de
500
años.
Creen
que
el
Espíritu
Santo
se
manifiesta
en
el
cuerpo
como
una
presencia:
hace
que
las
personas
hablen
lenguas,
profeticen
y
curen
enfermedades,
entre
otras
cosas.
Al
basarse
en
estas
creencias,
se
diferencia
de
las
otras
ramas
cristianas.
Por
ejemplo,
no
rinden
culto
a
los
Santos
ni
a
la
Virgen
María.
Tampoco
tienen
una
autoridad
humana
suprema
como
el
Papa.
Permiten,
además,
que
cualquier
creyente
pueda
convertirse
en
pastor.
Justamente
por
eso,
los
evangélicos
no
fueron
bien
recibidos
por
los
católicos,
que
los
consideraban
una
suerte
de
competencia
“herética”.
Pero
la
oposición
del
catolicismo
no
los
frenó.
Tampoco
la
resistencia
local
de
muchas
comunidades.
Todo
lo
contrario.
Rápidamente
empezaron
a
moverse
por
el
mundo
y
en
poco
tiempo
lograron
presencia
en
distintos
países.
Se
estima
que
en
el
transcurso
de
los
años,
salieron
alrededor
de
tres
mil
misioneros
suecos
al
mundo:
sus
dos
destinos
principales
fueron
Tanzania,
en
África,
y
Bolivia.
Para
1961,
la
llamada
Misión
Sueca
Libre
en
Bolivia
ya
había
conseguido
personería
jurídica,
lo
cual
le
permitía
gestionar
proyectos
educativos
y
de
salud
financiados
principalmente
por
la
cooperación
internacional
sueca.
Esos
aportes,
junto
al
dinero
que
enviaban
las
distintas
iglesias
de
Suecia,
eran
suficientes
para
solventar
a
toda
la
misión.
Y
eso
para
Bolivia,
que
en
ese
momento
era
uno
de
los
países
más
pobres
de
Latinoamérica,
hacía
que
a
nivel
de
gobierno,
la
presencia
de
los
suecos
evangélicos
fuera
atractiva.
Los
Jonsson
ya
habían
decidido
irse
a
Bolivia
cuando
Gumbritt
quedó
embarazada
de
Juanito.
Aunque
no
estaba
en
los
planes,
eso
no
fue
un
impedimento
para
ellos.
Cuando
Juanito
cumplió
los
seis
meses
decidieron
concretar
su
proyecto.
Entonces
mi
padre
lo
que
hizo
fue
vender
su
coche
para
comprar
los
tickets
ida
a
Bolivia.
Fue
una
decisión
bastante
drástica.
Algunos
familiares
y
amigos
les
decían
que
era
una
completa
locura
irse
con
un
bebé
tan
pequeño
a
casi
11
mil
kilómetros
de
distancia.
En
aquel
momento,
1973,
las
comunicaciones
eran
más
difíciles
y
muchos
temían
no
saber
nada
más
de
ellos
una
vez
que
estuvieran
allí.
Pero
eso
no
les
parecía
un
problema.
En
septiembre
de
ese
año,
el
matrimonio
Jonsson
y
sus
tres
hijos
volaron
de
Suecia
a
Bolivia
sin
saber
cuándo
regresarían.
Dejarían
su
pequeño
pueblo,
ese
que
tenía
un
río
congelado
durante
la
mitad
del
año,
para
instalarse
en
Cochabamba,
una
ciudad
a
2600
metros
sobre
el
nivel
del
mar. Apenas
llegaron
a
Cochabamba,
los
Jonsson
se
fueron
a
vivir
junto
a
la
familia
de
otros
misioneros
suecos
que
habían
contactado
antes
de
viajar
y
que
les
prestaron
una
casita
que
tenían
en
su
terreno.
Juanito
suele
repetir
una
anécdota
muy
comentada
en
su
familia.
Mi
primer
cama
en
Bolivia
fue
la
misma
maleta.
Lo
prepararon
como
cama.
Y
yo
suelo
hacer
una
broma
que
seguramente
cuando
yo
lloraba
mucho
solamente
cerraron
la
maleta. Por
esa
época
alrededor
de
un
centenar
de
suecos,
incluyendo
a
los
misioneros
y
a
sus
hijos,
vivían
en
Bolivia,
pero
en
Cochabamba
se
había
concentrado
buena
parte
de
ellos.
Se
estaba
formando
una
especie
de
colonia
en
una
zona
que
no
estaba
muy
poblada.
Fue
allí
donde
el
padre
construiría
la
casa
a
la
que
se
mudarían
menos
de
un
año
después
de
llegar.
Pronto
los
padres
de
Juanito
comenzaron
a
visitar
las
zonas
rurales.
El
papá
viajaba
mucho
a
los
Andes
junto
a
otros
misioneros
y
solía
ausentarse
durante
días.
La
misión
contaba
con
una
avioneta
que
les
permitía
llegar
a
las
comunidades
más
inaccesibles
en
la
montaña.
La
mamá
formaba
parte
de
un
programa
de
vacunación
apadrinado
por
una
organización
de
ayuda
social
sueca.
Vacunaba
a
niños
contra
el
sarampión,
la
polio
y
la
tuberculosis.
Las
diferencias
culturales
no
parecían
ser
un
problema
para
ellos.
Los
Jonsson
siempre
habían
sido
de
“equipaje
ligero”
y
se
adaptaban
fácilmente
a
distintas
situaciones.
Tampoco
el
idioma
fue
un
obstáculo.
El
padre
de
Juanito
se
había
propuesto
dar
su
primer
sermón
en
español
después
de
tres
meses
y
lo
logró.
Los
hermanos
de
Juanito
empezaron
a
ir
a
la
Escuela
Sueca
que
un
año
antes
se
había
fundado
allí
para
los
hijos
de
los
misioneros.
Era
también
una
especie
de
centro
de
coordinación
para
toda
la
misión
en
la
zona
y
el
lugar
de
los
encuentros
sociales.
Funcionaba
en
una
casa
grande
con
ocho
cuartos
que
usaban
de
aulas.
Pero
Juanito
era
todavía
demasiado
bebé
para
ir
a
la
escuela.
Como
mis
padres
trabajaron
mucho
ellos
necesitaban
ayuda
conmigo
y
entonces
se
nos
presentó
a
Ana. Ana,
una
joven
boliviana
de
25
años,
que
trabajaba
en
la
Escuela
Sueca
que
quedaba
a
tan
solo
dos
cuadras
de
la
primera
casa
de
los
Jonsson.
Ana
aceptó
la
oferta
de
trabajo
y
pronto
se
mudó
con
ellos.
La
mamá
de
Juanito
le
había
dado
indicaciones
claras
sobre
cómo
cuidar
al
bebé:
la
hora
exacta
para
darle
la
leche,
una
galleta
a
las
10.
Pero
pronto
Ana
se
ganó
la
confianza
absoluta
de
la
familia
y
empezó
también
a
criarlo
con
su
propia
impronta.
Las
bolivianas
llevaban
los
niños
en
como
empaquetado
en
la
espalda
y
así
ella
me
llevaba
a
mí. Ella
nunca
lo
llamó
Johannes.
Ni
bien
lo
conoció
lo
comenzó
a
llamar
Juanito
y
enseguida
el
resto
de
la
familia
también
adoptó
el
apodo.
A
veces
le
decía
“mi
cholo
sueco”
a
ese
bebe
de
grandes
ojos
azules
y
pelo
rubio,
casi
blanco.
Aunque
las
imágenes
pueden
ser
algo
difusas,
Juanito
todavía
recuerda
cómo
jugaban
juntos
a
las
escondidas
o
cómo
armaban
un
tren
con
las
sillas
de
la
casa.
Los
recuerdos
son
más
bien
de
sentimientos
de
seguridad,
de
alegría
y
de
mucho
juego.De
aquellos
tiempos
también
se
acuerda
de
los
paseos
en
la
camioneta
Land
Rover
de
su
papá
en
la
que
solían
cruzar
los
ríos
y
de
los
festivales
del
agua,
esos
donde
todos
los
niños
del
barrio
hacían
guerra
con
globos,
mangueras
y
baldes.
Nunca
podías
ir
con
las
ventanas
bajadas
del
coche
porque
lo
llenaban
de
agua
o
sea
que
era
como
que
todo
Cochabamba
jugaban
el
uno
con
el
otro.
Y
eso
recuerdo
mucho
porque
era
algo
fantástico
para
un
niño.Fueron
años
felices
en
Cochabamba
hasta
que
los
papás
de
Juanito
decidieron
volver
a
Suecia.
Ellos
sintieron
que
su
tiempo
ahí
había
acabado.
Ellos
nunca
tenían
una
intención
de
estar
ahí
toda
la
vida.La
mamá
de
Juanito
le
contó
a
Ana
que
en
un
tiempo
tenían
pensado
volver
a
su
país,
pero
le
habló
de
otra
familia
misionera
que
estaba
llegando
a
Entre
Ríos,
en
el
departamento
de
Tarija.
Necesitaban
alguien
que
los
ayudara
y
los
guiara
de
forma
inmediata.
Si
ella
quería,
podía
contactarlos
para
trabajar
con
ellos.
A
Ana
le
pareció
una
buena
idea
y
dijo
que
sí.
Juanito
no
recuerda
el
momento
en
que
se
despidió
de
Ana
y
la
vio
por
última
vez.
Pero
recuerda
que,
finalmente,
en
1979,
volvió
a
Suecia
junto
a
su
familia.
Tenía
seis
años
y
hasta
los
10
viviría
allí.
Después
de
un
viaje
a
España
donde
fue
a
enseñar
a
un
instituto
bíblico,
el
padre
de
Juanito
decidió
mudarse
allí
con
su
familia.
Pero
Maud,
la
hermana
mayor,
ya
había
cumplido
18
años
y
quiso
quedarse
en
Suecia.
Por
eso,
durante
casi
una
década,
la
vida
de
Juanito
y
su
familia
transcurriría
entre
Suecia
y
España.
Esa
adolescencia
yendo
de
un
lado
para
el
otro
a
veces
lo
confundía
un
poco.
Una
vez
le
preguntó
a
sus
padres
si
él
era
de
Suecia
o
de
España.
Y
ellos
no
supieron
muy
bien
qué
responderle.
Yo
llegué
a
la
conclusión
que
familiarmente
yo
era
escandinavo
y
era
sueco
y
socialmente
era
español. Es
expresivo,
habla
con
las
manos…
Bastante
afectivo
a
la
hora
de
relacionarse
con
otros.
Más
español
o,
si
se
quiere,
también
más
latino.
De
hecho,
cuando
Juanito
se
presenta
en
algún
lado
y
cuenta
cosas
de
su
vida
jamás
deja
de
mencionar
su
infancia
en
Cochabamba.
Es
una
parte
de
mi
identidad
que
yo
crecí
en
Bolivia.
Es
algo
que
yo
veo
como
un
honor
de
haber
vivido
ahí.
Bolivia
me
dio
mi
nombre,
me
dio
cariño.Cuando
cumplió
los
19
años,
Juanito
se
quedó
definitivamente
en
España.
Después
se
casó
y
tuvo
tres
hijos.
Y
decidió
seguir
con
la
vocación
de
su
padre:
ser
pastor
y
continuar
con
su
iglesia.
Hoy
vive
en
Fuengirola,
una
ciudad
de
Málaga,
y
dirige
una
Iglesia
llamada
Next.
Fue
por
un
viaje
de
su
iglesia
que
en
2017
volvió
por
primera
vez
a
Latinoamérica.
Viajó
a
Lima
para
participar
de
una
conferencia
y,
estando
allí,
sintió
que
Bolivia
estaba
demasiado
cerca
como
para
no
ir.
Como
tenía
dos
o
tres
días
libres,
tomó
un
avión
a
La
Paz.Ahí
sucedió
lo
que
ya
escuchamos
al
comienzo:
de
La
Paz
viajó
más
de
8
horas
en
bus
hasta
llegar
a
Cochabamba.
Y
ahí,
parado
frente
a
la
casa
de
su
infancia,
sintió
la
necesidad
de
saber
qué
había
sido
de
la
vida
de
Ana.
Pero
no
tenía
tiempo
ni
mucha
idea
de
cómo
encontrarla….
Cuando
se
fueron
de
Bolivia,
los
Jonsson
estuvieron
en
contacto
con
ella
durante
un
tiempo
pero
luego
le
perdieron
el
rastro
y
no
habían
sabido
nada
más
de
ella.
Ya
de
regreso
en
su
casa
en
España,
la
idea
de
Juanito
iba
y
venía
en
su
cabeza
de
forma
intermitente.
Y
no
fue
hasta
el
encierro
de
la
pandemia
que
empezó
a
cobrar
más
fuerza.
Revisando
álbumes
de
fotos
y
recordando
con
su
familia
los
tiempos
en
Bolivia
decidió
que
ya
era
hora
de
poner
en
marcha
el
plan
de
buscarla.
No
tenía
ningún
contacto.
No
sabía
por
dónde
empezar.
Lo
primero
que
hizo
fue
hablar
con
su
mamá
para
ver
si
aún
tenía
alguna
pista
de
alguien
en
Bolivia
que
pudiera
ayudarlos.
Ella
llamó
a
varios
amigos
y
conocidos
hasta
que,
al
fin,
encontró
un
punto
de
partida.
Y
ella
después
de
un
tiempo
consigue
el
teléfono
de
su
hijo.Se
llamaba
Daniel
y
vivía
en
Yacuiba,
una
ciudad
del
sur
de
Bolivia,
a
unos
900
kilómetros
de
Cochabamba,
justo
en
el
límite
de
la
frontera
con
Argentina.
Juanito
no
quiso
llamarlo
enseguida.
Dejó
pasar
unos
días
hasta
que
al
fin
se
animó
y
marcó
el
número.
Daniel
estaba
en
su
tienda
de
venta
de
zapatos
cuando
el
celular
le
comenzó
a
sonar… Era
un
número
raro
porque
no
era
de
Bolivia.
Igual
contestó.
Y
cuando
contesto
me
dice:
“Hola,
Daniel,
soy
Juanito”,
me
dice.
No,
no
sabía
ni
qué
Juanito
era.Pero
después
le
dijo
el
apellido
y
ahí
le
sonó
más
familiar.
Entonces
comencé
a
recordar
y
dije
en
mi
cabeza,
dije:
“Debe
ser
ese
niño
en
la
foto
que
aparece”.Que
aparece
en
las
fotos
que
muchas
veces
les
había
mostrado
su
mamá.
Un
álbum
con
imágenes
de
la
época
en
que
cuidaba
a
un
bebé
sueco
en
Cochabamba,
antes
de
que
él
y
su
hermana
Verónica
nacieran.
Incluso
alguna
vez,
cuando
Ana
supo
que
se
podía
encontrar
a
personas
a
través
de
las
redes
sociales,
le
había
pedido
ayuda
a
Daniel
para
que
buscara
a
la
familia
de
Juanito.
Quería
saber
qué
había
sido
de
ellos
y
saludarlos.
Pero
no
habían
tenido
suerte
en
esa
búsqueda. En
esa
llamada,
Daniel
le
contó
a
Juanito
que
su
mamá
también
vivía
en
Yacuiba
y
que
solía
vender
caramelos
en
la
calle.
Que,
con
sus
casi
74
años,
a
veces
tenía
algunos
achaques,
pero
que
igual
quería
seguir
viviendo
sola
en
su
casa.
Con
esa
información
Juanito
tomó
la
decisión
que
ya
se
había
propuesto:
si
encontraba
a
Ana
iría
hasta
allí
a
verla
para
darle
las
gracias
por
todo
lo
que
había
hecho
por
él.
Ahí
me
dice
Juanito:
“Estoy
yendo
a
Bolivia.
Y
estoy
yendo
a
Santa
Cruz”. Daniel
le
dijo
que
desde
Santa
Cruz
eran
como
unas
ocho
horas
en
bus.
“Bueno,
estaré
ahí
entonces.
De
aquí
a
unas
dos
semanas”. Antes
de
colgar,
Juanito
le
pidió
a
Daniel
que
por
favor
guardara
el
secreto.
Quería
sorprenderla.
Durante
esas
dos
semanas,
Daniel
se
aguantó
las
ganas
de
decir
algo.
Como
la
casa
de
Ana
se
había
inundado
con
la
última
lluvia
y
había
cosas
desparramadas
por
todos
lados,
Daniel
le
dijo
a
Ana
que
quería
ayudarla
a
ordenar
todo
porque
en
unos
días
llegaría
una
visita
de
Santa
Cruz,
pero
no
le
dijo
quién.
A
Ana
no
le
había
parecido
raro
porque
tiene
muchos
familiares
y
conocidos
que
viven
ahí.
Así
que
no
hizo
demasiadas
preguntas.
En
abril
de
2022,
Juanito
tomó
un
avión
desde
Málaga
a
Madrid,
luego
otro
hasta
Lima
y
después
uno
más
hasta
Santa
Cruz
de
la
Sierra.
Estaba
feliz
pero
a
la
vez
ansioso:
Es
como
una,
no
si
llamarlo
adrenalina,
pero
una
expectativa
de
que
esto
va
a
pasar. Cuando
llegó
a
Santa
Cruz
tomó
un
bus
junto
a
otros
tres
amigos
que
vivían
allí
y
que
lo
acompañarían
en
su
aventura.
Viajaron
toda
la
noche
rumbo
a
Yacuiba.
A
las
6
y
media
de
la
mañana,
Juanito
llegó
a
esa
ciudad
llena
de
lapachos,
esos
árboles
con
flores
blancas,
rosas
y
amarillas
que
florecen
en
invierno.
Daniel,
como
le
había
prometido,
lo
estaba
esperando
en
la
terminal.
Lo
reconoció
apenas
se
bajó
del
bus:Uno
ya
se
da
cuenta
cuál
es
el
que
viene
de
otro
país,
porque
era
alto,
blancón
y
bueno,
sin
cabello
esta
vez
¿no?Juanito
ya
había
perdido
el
cabello
rubio
que
Daniel
había
visto
en
las
fotos
de
bebé
que
le
había
mostrado
su
mamá.
Se
saludaron,
se
abrazaron
y
empezaron
a
caminar
las
dos
cuadras
que
separan
la
terminal
de
buses
de
la
casa
de
Ana.
Me
preguntaba
Juanito:
“¿Dijiste
a
tu
mamá
que
venía?”,
me
dice.
“No”,
le
dije.
“Ella
no
sabe”.
“¿Y
qué
le
dijiste?”,
“Le
dije
que
venían
otras
personas
a
verla,
solo
de
Santa
Cruz,
no
de
otro
país.” Esa
misma
mañana,
antes
de
ir
a
la
terminal,
Daniel
había
pasado
por
la
casa
de
su
mamá
y
le
había
dicho
que
en
un
ratito
llegaría
la
visita
que
le
había
mencionado
hacía
algunos
días.
Al
igual
que
Juanito,
Daniel
también
estaba
emocionado,
feliz:
Sabía
que
iba
a
ser
una
bomba
en
casa
que
iba
a
traer
una
gran
alegría
al
corazón
de
mi
mamá. Una
pausa
y
volvemos.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Aneris
nos
sigue
contando…Daniel,
Juanito
y
los
amigos
caminaron
esas
cuadras
conversando,
hasta
que,
a
lo
lejos,
Juanito
vio
a
Ana.
Claro
que
ya
no
era
la
mujer
joven
que
recordaba
sino
una
señora
canosa,
pequeñita,
que
barría
frente
a
su
casa.
Habían
pasado
más
de
40
años
desde
la
última
vez
que
habían
estado
juntos.
Con
un
pequeño
bolso
al
hombro,
Juanito
avanzó
ansioso
el
último
tramo
hasta
llegar
a
Ana.
Mientras
Ana
seguía
barriendo
vio
que
su
hijo
Daniel
estaba
llegando
con
alguien
más.
Entonces
entró
un
instante
a
la
casa
a
dejar
la
escoba
y
volvió
hasta
la
puerta.
Juanito
se
acercó
hasta
ella:
¡Hola
Ana!
Bienvenido!
No
si
me
reconocés.
Yo
soy
Juanito.
¿El
chiquitito?
El
chiquitito.
¿El
que
decía
Ana,
Ana?
El
que
decía
Ana…Mientras
dice
eso,
Ana
se
agacha
y
estira
sus
brazos,
como
imitando
el
gesto
de
un
niño
cuando
quiere
agarrarle
las
piernas
a
un
adulto.
Luego
levanta
sus
manos
al
cielo,
en
señal
de
agradecimiento,
y
abraza
a
Juanito
que
ya
es
un
hombre
que
le
lleva
casi
dos
cabezas
y
que
se
encoge
para
recibir
ese
abrazo
tan
esperado…
Mira,
te
hemos
encontrado.
Yo
me
acuerdo
de
uds.
¡Pasen!
Sí,
sí,
sí.Ana
los
invita
a
pasar
a
su
casa.
Entran
a
la
sala
que
está
repleta
de
cajas
y
cosas
apiladas
por
todos
lados.
Es
una
casa
chiquita,
de
cemento
y
ladrillos.
Mientras
Ana
ofrece
café,
Juanito
saca
de
su
bolso
un
regalo
que
le
ha
traído
a
Ana.
Es
un
álbum
con
varias
fotos.
Mira,
es
para
que
veas.
Ay
papacito.
Estos
somos…
Juanito
quiere
decirle
que
son
ellos
dos,
hace
más
de
40
años,
pero
no
puede
terminar
la
frase
porque
Ana
se
quiebra
en
llanto
y
lo
abraza.
Enseguida
empieza
a
compartir
sus
recuerdos…
Íbamos
a
caminar,
en
bicicleta…
Y
su
gorro
tirando
por
la
calle.
“¡Mi
nana,
mi
nana!”
Mi
nana
claro,
eras
mi
nana.
Así
me
decías.
Eras
mi
nana.Ana
le
sigue
contando
que
se
había
mandado
a
hacer
una
silla
para
la
bici
para
poder
llevarlo
en
sus
paseos.
Que
iban
a
visitar
a
algún
familiar
o
a
hacer
las
compras.
Que
le
solía
poner
un
gorrito,
pero
que
él
se
lo
quitaba
y
lo
tiraba
a
cada
rato
al
medio
de
la
calle.
Era
una
señal
de
alegría,
una
especie
de
código
que
tenían
entre
los
dos.
Juanito
le
muestra
fotos
de
su
familia,
de
cómo
están
ahora:
Esto
es
toda
nuestra
familia
en
la
boda
de
mi
hijo.
Esta
es
Maud,
Peter
y
yo
y
estos
son
mis
padres.Ana
está
conmovida.
No
se
esperaba
jamás
que
esa
mañana
de
abril
el
que
llegaría
de
visita
sería
Juanito,
su
cholo
sueco.
Estoy
muy
contento
para
es
un
sueño
de
tanto
tiempo
de
vernos.
Tan
bebé
que
era
usted.
[Juanito]:
Y
mira,
han
salido
bien
todos…
[Ana]:
Era,
era
él…
siempre…Tampoco
se
imaginaba
que
su
hijo
Daniel
había
sido
cómplice
de
aquella
sorpresa
con
una
mentira
piadosa:
Ahora
un
cocacho
voy
a
dar
porque
él
no
me
ha
dicho
de
quién
quién
era…
Claro,
no
sabías.Me
dijo
que
no
te
diga.
Yo
pensé
que
eran
mis
paisanos
que
van
a
venir. Cuando
hablé
con
Ana,
seis
meses
después
de
que
recibiera
la
visita
de
Juanito,
aún
se
la
notaba
emocionada
por
ese
encuentro.
Me
dijo
que
fue
una
sorpresa
enorme
volver
a
ver
a
aquel
niño
que
había
criado.
Le
pregunté
si
lo
había
reconocido
fácilmente.
Qué
voy
a
reconocer
si
ya
es
casado,
con
hijos.
No
era
pelón,
pobre
mi
Juanito. Juanito,
por
su
parte,
se
sorprendió
al
ver
la
lucidez
de
Ana.
A
pesar
de
todos
los
años
que
habían
pasado,
ella
recordaba
perfectamente
todo
lo
que
había
vivido
con
él:
cómo
solía
jalar
de
su
falda
o
los
regaños
que
ella
tenía
que
darle
cuando
hacía
travesuras,
como
cuando
se
ponía
a
exprimir
el
tubo
de
la
pasta
de
dientes.
Juanito
nunca
había
sabido
mucho
de
la
vida
de
Ana
pero
cuando
empezó
a
buscarla
se
enteró
de
algunas
cosas
de
cómo
había
sido
su
vida
antes
de
que
llegara
a
su
casa.
Ana
nació
en
Oruro,
una
ciudad
ubicada
al
oeste
de
Bolivia,
pero
de
pequeña
se
fue
a
Cochabamba.
Vivía
con
sus
papás
y
sus
seis
hermanos.
Pero
su
mamá
murió
cuando
tenía
13.
Y
mi
familia
se
deshizo
todito.
Unos
se
fueron
a
Cochabamba,
La
Paz,
Santa
Cruz,
así
que
nos
hemos
criado
fríos. Cursó
hasta
sexto
grado
de
la
escuela
y
luego
se
puso
a
trabajar
limpiando
casas.
Su
madre
la
había
educado
en
la
iglesia
bautista,
otra
rama
de
los
evangélicos,
y
ella
siempre
había
sido
muy
devota.
Un
día,
en
la
iglesia
a
la
que
iba,
conoció
a
un
muchacho
que
tocaba
la
guitarra
ahí.
Pronto
se
enamoraron
y
se
casaron.
Ana
aún
no
había
cumplido
los
20.
Al
año
tuvieron
a
su
primera
hija,Sara,
y
casi
dos
años
después
a
la
segunda,
Pamela.
Pero
un
día
Ana
recibió
la
peor
noticia:
su
marido
había
muerto
en
un
accidente
en
la
obra
de
la
empresa
eléctrica
en
la
que
trabajaba.
A
partir
de
ahí,
la
vida
de
Ana
comenzó
a
derrumbarse.
Después
de
la
muerte
de
su
esposo,
Ana
se
quedó
sin
casa
pues
ya
no
le
alcanzaba
para
pagar
el
alquiler.
Entonces
se
fue
con
sus
hijas
a
un
internado
de
niños.
Trabajaba
preparando
la
comida,
pero
pronto
le
dio
una
neumonía
muy
fuerte
y
tuvieron
que
internarla.
En
el
hospital
también
constataron
que
estaba
muy
mal
alimentada
y
que
tenía
un
soplo
en
el
corazón.
El
pronóstico
de
su
salud
era
muy
malo.
El
médico
le
dijo
que
estaba
desahuciada,
que
no
tenía
posibilidades
de
sobrevivir.
Ana
solo
podía
pensar
en
una
cosa:
“¿Qué
harían
sus
niñas
si
ella
faltaba?”
Y
los
nervios.
Los
hijos,
la
preocupación. Ellas
no
tenían
a
nadie
más.
Quedarían
solas
en
el
internado,
sin
ella
para
protegerlas
en
un
lugar
que
podía
ser
muy
hostil.
Tampoco
confiaba
demasiado
en
algunas
personas
que,
en
teoría,
se
ofrecían
a
ayudarla.
Y
los
bolivianos
venían:
“Y
yo
me
la
voy
a
llevar
a
la
Sara”.”Yo
me
la
voy
a
llevar
a
la
Pamela”.
Y
yo
cómo
lo
tratan.
Nunca
van
a
decir:
“Es
mi
hijita”,
si
alguien
pregunta.
No.
“Es
mi
criadita,
es
mi
recogidita”.
Eso
dentro
de
ardía
y
lloraba.Fue
entonces
cuando
recibió
una
propuesta
de
parte
de
unos
misioneros
suecos
que
estaban
en
Cochabamba.
“Mira,
nosotros
no
tenemos
niños”,
me
dijo.Le
dijeron
que
querían
adoptar
a
las
niñas
y
que
sería
todo
legal.
Algo
dentro
suyo
le
hizo
confiar
en
ese
matrimonio
sueco
y,
con
un
dolor
inmenso…
Mi
corazón
dijo
“ya”.
Yo
le
acepté.Sara
tenía
tres
años
y
medio
y
Pamela
casi
dos.
Ya
no
tenía
a
mi
esposo,
mis
hijos
estaba
perdiendo,
mi
vida
estaba
por
perder.
Pero
en
mi
corazón
había
una
paz
interior.Pensó
que
ese
sería
el
mejor
futuro
que
podría
dejarle
a
sus
hijas
si
ella
moría
y
así
fue
como
empezaron
con
todos
los
trámites
de
adopción.
No
pudimos
confirmar
cómo
fue
exactamente
el
proceso.
En
esa
época,
las
leyes
no
estaban
planteadas
desde
el
punto
de
vista
de
los
derechos
del
niño
y
las
autoridades
tenían
cierto
margen
de
libertad
a
la
hora
de
tomar
decisiones.
Ana
todavía
recuerda
muy
bien
lo
que
le
decía
Sara,
su
hija
mayor,
mientras
les
tomaban
las
huellas
dactilares
en
la
estación
de
policía.
“Mamita,
la
Pamela
que
se
quede,
ella
se
hace
pis
y
caca,
mamita”.
Entonces
yo
le
dije:
“Mira
hijita,
yo
estoy
mal,
estoy
enfermo,
no
puedo
cuidarlos.
Se
van
a
portar
bien,
mamita
y
vos
le
vas
a
cuidar”. Luego
de
hacer
los
trámites
en
la
comisaría,
Ana
volvió
al
hospital.
Una
vez
que
todos
los
papeles
estuvieron
listos
y
salió
aprobada
la
adopción,
el
matrimonio
sueco
partió
con
Pamela
y
Sara
rumbo
al
aeropuerto
para
volar
hasta
Suecia.
Ana
no
quiso
acompañarlos
pero
se
sentó
bajo
la
sombra
de
un
árbol
y
se
puso
a
mirar
al
cielo.
Recuerda
perfectamente
aquel
día.
Y
los
aviones
bajaban,
subían,
bajaban,
subían.
¿En
cuál
se
habrán
ido?
No
sé…Enferma
y
sin
sus
hijas,
ese
primer
tiempo
fue
muy
duro
para
Ana.
Se
la
pasaba
pensando
en
ellas:
¿Qué
estarán
haciendo?
¿Las
estarán
cuidando
bien?
¿Estarán
felices?
¿Se
acordarán
de
ella?
¿La
extrañarán?
Pero
un
día
recibió
algo
que
le
dio
tranquilidad.
El
matrimonio
sueco
había
enviado
un
paquete
para
ella.
Era
un
álbum
de
fotos
de
las
niñas.
Ahí
está,
feliz
con
su
papá.
Está
esquiando.
Está
en
el
hipódromo.
A
todas
partes
jugando
con
él.
Tenía
completo
su
mamá,
su
abuelita,
su
papá. Tenían
la
familia
que
ella
no
les
podía
dar.
Las
niñas
conservaban
sus
nombres,
solo
habían
cambiado
el
apellido,
y
al
parecer
tenían
una
infancia
feliz.
Y
a
Ana
eso
era
lo
único
que
le
importaba.
Contra
todos
los
pronósticos
médicos,
unos
meses
después
de
haber
dado
en
adopción
a
sus
hijas,
la
salud
de
Ana
empezó
a
mejorar.
Cuando
estuvo
recuperada
del
todo,
empezó
a
buscar
empleo.
Como
siempre
había
sido
muy
activa
en
distintas
iglesias
evangélicas
y
ya
conocía
a
varios
misioneros,
consiguió
trabajo
en
el
colegio
sueco
de
Cochabamba.
Fue
ahí
donde
recibió
la
propuesta
de
trabajar
con
la
familia
de
Juanito.
Entonces
me
dijeron:
“¿No
querés
tu
trabajar
con
una
nueva
familia
que
viene
de
Suecia?
Tienen
un
bebé”,
me
dijo.
Y
yo
dije
“Bueno”.Desde
un
principio
se
llevaron
bien.
Aunque
los
notaba
más
fríos
y
distantes
que
a
la
gente
de
Bolivia,
ya
estaba
acostumbrada
a
trabajar
con
otros
suecos
y
le
gustaba
que
fueran
ordenados
y
estrictos.
La
familia
saboreaba
con
ganas
la
comida
que
les
preparaba
Ana:
las
albóndigas,
el
queque
de
banana…
Y
si
alguna
vez
Ana
cocinaba
algo
que
no
les
gustaba,
al
otro
día
ella
usaba
esos
mismos
ingredientes
y
preparaba
un
plato
distinto
al
que
ya
no
podían
resistirse.
Ana
no
tiraba
nada,
todo
lo
aprovechaba.
Pero
su
prioridad
era
Juanito.
Apenas
lo
conoció,
sintió
algo
especial.
Era
un
bebé
de
lo
más
tierno
y
cariñoso
con
ella.
Se
sentía
feliz
estando
con
él,
la
ayudaba
a
olvidar
su
tristeza.
Llenó
lo
que
lo
había
perdido
en
mi
corazón.
Lo
más
lindo. Después
de
estar
con
los
Jonsson,
Ana
fue
a
Entre
Ríos
para
trabajar
con
la
familia
sueca
que
le
había
recomendado
la
mamá
de
Juanito.
Le
pregunté
qué
sintió
al
despedirse
de
ellos:
Vacío
otra
vez
en
mi
corazón. Ella,
tan
devota,
a
veces
hasta
se
enojaba
con
Dios.
“Me
has
quitado
a
mi
esposo,
me
has
quitado
dos
niños.
Ahora
lo
que
me
has
dado
otra
vez…
¿Por
qué?
¿Por
qué?”
Así
andaba.
Pero
la
vida
le
daría
una
nueva
oportunidad.
Después
de
estar
un
tiempo
en
Entre
Ríos,
Ana
se
mudó
a
Yacuiba.
Se
enamoró,
se
volvió
a
casar
y
tuvo
dos
hijos
más:
Verónica
y
Daniel,
a
quien
ya
conocimos.
Tiempo
después
su
segundo
marido
la
abandonó.
Ana
nunca
le
escondió
a
sus
hijos
la
historia
sobre
sus
medias
hermanas,
las
que
fueron
dadas
en
adopción
y
que
vivían
en
Suecia.
Tampoco
hubiera
podido.
El
dolor
la
acompañó
siempre.
Aquí
otra
vez
Daniel:
Yo
creo
que
en
ese
momento
para
ella
ha
sido
muy,
muy
difícil,
¿no?
Porque
cuando
ella
lo
cuenta
la
veo
muy
triste,
¿no?
Siempre
recuerda
eso.
Una
vez
Sara,
la
mayor,
volvió
a
Bolivia
y
quiso
reencontrarse
con
su
mamá.
Ana
había
soñado
muchas
veces
con
ese
momento,
con
ver
a
su
hija
ya
grande,
abrazarla
después
de
tantos
años.
Cuando
la
saludó…
No
sabía
hablar
pues
nada
de
español. Hablaba
sueco.
Así
que
un
amigo
le
hizo
de
traductor
para
que
ellas
pudieran
conversar
un
poco.
Cuando
ha
venido
ella
ha
sido
tranquila.
Quizás
por
lo
que
ha
sufrido
es
más
callada,
más
cerrada. Es
que
Ana
no
ha
podido
olvidar
aquel
pedido
que
le
hacía
en
la
estación
de
policía
cuando
era
pequeña:
que
su
hermana
Pamela
se
quedara
porque
era
aún
muy
chiquita
para
separarse
de
ella.
Sara
le
había
traído
fotos
del
casamiento
de
Pamela.
Y
al
verlas,
Ana,
con
la
intuición
de
una
madre,
se
hizo
una
clara
imagen
de
su
personalidad…
Por
la
foto,
me
ha
mostrado,
tiene
el
mismo
carácter
de
mí.
Así,
rápido
las
cosas.
Así.
Así
parece
ella. Junto
con
las
fotos,
Pamela
le
había
enviado
una
carta.
Ella
me
escribe
unos
cuantos
párrafos
ahí.
Te
quiero,
mami.
Así
no,
con
un
cariño.
Entonces
dijo
Pamela,
“yo
tengo
muchas
cartas
de
ti”.
Yo
le
mandaba,
bordaba
así
cosas
típicas.
Le
mandaba
siempre. Aquel
viaje
de
Sara
fue
la
única
vez,
hasta
el
momento,
en
que
volvería
a
ver
a
una
de
sus
dos
primeras
hijas.
Ana
no
quiere
presionarlas.
Sabe
que
si
quieren
verla
o
hablar,
ellas
saben
dónde
la
pueden
encontrar.
Cuando
Juanito
supo
toda
esta
historia,
realmente
entendió
por
qué
él,
aunque
era
tan
chiquito,
recordaba
a
Ana
de
una
manera
tan
singular.
Y
por
qué
ahora,
ya
de
adulto,
necesitaba
encontrarla
para
agradecerle
todo.
Ahora,
cuando
conozco
la
historia,
lo
entiendo
mejor,
porque
había
una
conexión
entre
ella
y
yo,
que
no
era
normal.
Y
cuando
se
dice
que
me
cuidaba
como
si
fuese
su
hijo,
para
ella
realmente
fue
así.
El
sentimiento
raro
que
tengo
es
que
yo
he
recibido
el
amor
que
ellos
iban
a
recibir.En
total,
Juanito
pasó
solo
un
día
en
Yacuiba,
suficiente
para
reconectarse
con
Ana.
Esa
misma
noche
tenía
que
regresar
a
Santa
Cruz
para
volver
a
España.
Ana
lo
acompañó
a
la
terminal
de
buses.
Fueron
caminando
esas
pocas
cuadras
y
Juanito,
igual
a
cuando
era
un
niño,
tomó
su
mano
y
no
la
soltó
hasta
que
se
subió
al
bus. Durante
el
viaje
en
el
autobús,
Juanito
editó
los
videos
que
grabaron
sus
amigos
del
reencuentro
para
enviárselos
a
su
familia.
Y
luego,
ya
en
el
aeropuerto,
los
subió
a
TikTok.
Para
su
sorpresa,
su
post
se
hizo
viral,
con
más
de
2
millones
de
visitas
en
pocas
horas
y
con
los
días
alcanzó
más
de
3
millones
y
medio
de
visualizaciones.
Ana,
brevemente,
fue
famosa.
Ana
y
Juanito
siguen
en
contacto,
hablando
de
vez
en
cuando.
Y
Juanito
ha
prometido
volver
a
visitarla
en
el
futuro.
Aneris
Casassus
es
productora
de
Radio
Ambulante
y
vive
en
Buenos
Aires.
Este
episodio
fue
editado
por
Camila
Segura
y
por
mí.
El
fact-checking
lo
hizo
Bruno
Scelza.
El
diseño
de
sonido
es
de
Andrés
Azpiri,
con
música
de
Rémy
Lozano,
Ana
Tuirán
y
de
Andrés
Un
agradecimiento
especial
a
Jan-Åke
Alvarsson,
profesor
de
Antropología
Cultural
de
la
Universidad
de
Uppsala,
en
Suecia,
y
autor
del
libro
“La
historia
de
la
Misión
Sueca
Libre
en
Bolivia”,
a
quien
también
entrevistamos
para
este
episodio.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Paola
Alean,
Nicolás
Alonso,
Lisette
Arévalo,
Pablo
Argüelles,
Diego
Corzo,
Emilia
Erbetta,
Camilo
Jiménez
Santofimio,
Selene
Mazón,
Juan
David
Naranjo,
Ana
Pais,
Melisa
Rabanales,
Laura
Rojas
Aponte,
Natalia
Sánchez
Loayza,
Barbara
Sawhill,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa
y
Luis
Fernando
Vargas.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
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: Esto es Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Hoy empezamos con un viaje. Pues mira, hoy empieza mi pequeña aventura en Sudamérica y es que voy a coger un vuelo para La Paz y de ahí sigue el viaje. O sea que emocionado, muy emocionado. Él es Johannes Jonsson, está en el aeropuerto de Lima. Es 10 de octubre de 2017 y hace unos días llegó hasta Perú desde España, donde vive. Este viaje es muy importante para él; por eso trata de registrar con su celular cada momento. Su vuelo es de día y desde la ventanilla del avión puede ver claramente los picos nevados de la cordillera de los Andes y luego el inmenso espejo de agua del lago Titicaca. Hasta que –después de una escala en Cusco- aterriza en La Paz, Bolivia. En el aeropuerto, Johannes toma un taxi y va directo a la terminal de autobuses. Le espera un largo viaje de más de 9 horas por carretera… Pues aquí una parada en Caracollo, creo que dijeron. Espero que no se rompa el autobús aquí.Ya es de noche cuando llega a su destino final. Mientras va entrando a la ciudad, aún en el bus, los recuerdos vuelven rápidamente a su cabeza: Ya mismo estoy en casa otra vez, por lo menos mi primera casa. Cochabamba, su primera casa. La ciudad donde pasó su niñez y la que le dio el apodo que usaría durante toda su vida, porque a Johannes nadie le dice así. Todos lo conocen como Juanito. Así lo empezaron a llamar en Bolivia cuando llegó con tan solo seis meses desde Suecia, su país natal. Esa noche Juanito duerme en una habitación alquilada. Al día siguiente, sale a recorrer La Cancha, un enorme mercado al aire libre donde se puede comprar todo lo que te imagines: desde alimentos básicos hasta electrodomésticos.La escena le resulta familiar porque tiene un cuadro de este mercado colgado en la sala de su casa en España. También va a su barrio de infancia y camina por las calles hasta que se detiene frente a una casa de dos pisos. Tiene una fachada sencilla: el techo plano y un portón color ladrillo en el frente. Es la casa que construyó mi padre y donde yo crecí y viví los primeros años de mi vida, tengo tantos recuerdos… Pero todo ha cambiado alrededor, todo ha cambiado. Antes, esta casa era una de las pocas de la cuadra pero ahora el vecindario está mucho más poblado. A un lado hay una vivienda de tres pisos y al otro un edificio alto de departamentos. Juanito toca la puerta de la casa. Un hombre abre y él le explica por qué está ahí. En este lugar funcionan las oficinas de una empresa, pero el hombre, amablemente, lo deja entrar. Hola, muy buenas…Él vivió aquí, sus padres construyeron esto.Juntos la van recorriendo. Aquí era mi habitación ¿Eso ya había? No, no me suena eso. ¿Eso qué era? ¿Un balcón? Sí, era un balcón…Algunas cosas, sin embargo, aún se conservan. Los mismos pisos de madera que Juanito recordaba muy bien y un árbol de higos en el patio. Cuando caían fuertes aguaceros, él y sus hermanos aprovechaban para salir y ducharse ahí mismo. Han pasado 38 años desde la última vez que Juanito estuvo aquí. Reencontrarse con este lugar donde había sido tan feliz era algo que siempre había añorado. Y fue maravilloso sí, pero también incompleto. Este es Juanito hoy, recordando aquel viaje que hizo hace poco más de cinco años: Y yo creo que desde 2017 es cuando realmente ya empieza una necesidad de que claro, hay algo que falta. Y la que faltaba era Ana.Ana Jiménez, la mujer que lo cuidó durante esos primeros años de su vida mientras sus padres trabajaban. Esa mujer que lo había rebautizado Juanito, a la que de niño se aferraba a sus piernas, aquella que lo había criado como a un hijo. Ahí, parado frente a su primera casa… Surgió una necesidad en mí a reencontrarme con ella, pero no entendía por qué.Eso lo terminaría de entender un tiempo después. Una pausa y volvemos. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra productora Aneris Casassus nos trae la historia. Aquí Aneris… Empecemos por el principio. Johannes –o más bien Juanito– nació el 4 de marzo de 1973 en un pueblito de Laponia, una región al norte de Suecia. Es también el norte de Finlandia y el norte de Noruega. Y es donde se dice aquí donde vive Papá Noel, al lado del círculo polar. Fue el tercer hijo de Gunbritt y Ulf Jonsson, ambos evangélicos. Ella enfermera y él, pastor. Ya tenían otros dos hijos: Maud, una niña de siete años, y Peter, de dos años. Los Jonsson siempre habían soñado con viajar por el mundo siendo misioneros. El padre, desde muy joven, había pensando en África. Incluso empezó a estudiar swahili, que es uno de los idiomas del centro África, el mismo idioma que sale en el Rey León. Hakuna Matata, eso es swahili.Pero después apareció otra opción: Sudamérica, más precisamente Bolivia. Nunca antes habían estado en América, ni siquiera de visita. Y apenas hablaban algo de español. Pero sí conocían a otros misioneros suecos que ya estaban viviendo allí. Y es que desde los años ‘20 misioneros suecos del movimiento pentecostal empezaron a irse a Sudamérica, principalmente al norte de Argentina y al sur de Bolivia, para evangelizar. Los pentecostales son una de las ramas del movimiento evangélico derivado de la Reforma Protestante iniciada por Martín Lutero hace más de 500 años. Creen que el Espíritu Santo se manifiesta en el cuerpo como una presencia: hace que las personas hablen lenguas, profeticen y curen enfermedades, entre otras cosas. Al basarse en estas creencias, se diferencia de las otras ramas cristianas. Por ejemplo, no rinden culto a los Santos ni a la Virgen María. Tampoco tienen una autoridad humana suprema como el Papa. Permiten, además, que cualquier creyente pueda convertirse en pastor. Justamente por eso, los evangélicos no fueron bien recibidos por los católicos, que los consideraban una suerte de competencia “herética”. Pero la oposición del catolicismo no los frenó. Tampoco la resistencia local de muchas comunidades. Todo lo contrario. Rápidamente empezaron a moverse por el mundo y en poco tiempo lograron presencia en distintos países. Se estima que en el transcurso de los años, salieron alrededor de tres mil misioneros suecos al mundo: sus dos destinos principales fueron Tanzania, en África, y Bolivia. Para 1961, la llamada Misión Sueca Libre en Bolivia ya había conseguido personería jurídica, lo cual le permitía gestionar proyectos educativos y de salud financiados principalmente por la cooperación internacional sueca. Esos aportes, junto al dinero que enviaban las distintas iglesias de Suecia, eran suficientes para solventar a toda la misión. Y eso para Bolivia, que en ese momento era uno de los países más pobres de Latinoamérica, hacía que a nivel de gobierno, la presencia de los suecos evangélicos fuera atractiva. Los Jonsson ya habían decidido irse a Bolivia cuando Gumbritt quedó embarazada de Juanito. Aunque no estaba en los planes, eso no fue un impedimento para ellos. Cuando Juanito cumplió los seis meses decidieron concretar su proyecto. Entonces mi padre lo que hizo fue vender su coche para comprar los tickets ida a Bolivia. Fue una decisión bastante drástica. Algunos familiares y amigos les decían que era una completa locura irse con un bebé tan pequeño a casi 11 mil kilómetros de distancia. En aquel momento, 1973, las comunicaciones eran más difíciles y muchos temían no saber nada más de ellos una vez que estuvieran allí. Pero eso no les parecía un problema. En septiembre de ese año, el matrimonio Jonsson y sus tres hijos volaron de Suecia a Bolivia sin saber cuándo regresarían. Dejarían su pequeño pueblo, ese que tenía un río congelado durante la mitad del año, para instalarse en Cochabamba, una ciudad a 2600 metros sobre el nivel del mar. Apenas llegaron a Cochabamba, los Jonsson se fueron a vivir junto a la familia de otros misioneros suecos que habían contactado antes de viajar y que les prestaron una casita que tenían en su terreno. Juanito suele repetir una anécdota muy comentada en su familia. Mi primer cama en Bolivia fue la misma maleta. Lo prepararon como cama. Y yo suelo hacer una broma que seguramente cuando yo lloraba mucho solamente cerraron la maleta. Por esa época alrededor de un centenar de suecos, incluyendo a los misioneros y a sus hijos, vivían en Bolivia, pero en Cochabamba se había concentrado buena parte de ellos. Se estaba formando una especie de colonia en una zona que no estaba muy poblada. Fue allí donde el padre construiría la casa a la que se mudarían menos de un año después de llegar. Pronto los padres de Juanito comenzaron a visitar las zonas rurales. El papá viajaba mucho a los Andes junto a otros misioneros y solía ausentarse durante días. La misión contaba con una avioneta que les permitía llegar a las comunidades más inaccesibles en la montaña. La mamá formaba parte de un programa de vacunación apadrinado por una organización de ayuda social sueca. Vacunaba a niños contra el sarampión, la polio y la tuberculosis. Las diferencias culturales no parecían ser un problema para ellos. Los Jonsson siempre habían sido de “equipaje ligero” y se adaptaban fácilmente a distintas situaciones. Tampoco el idioma fue un obstáculo. El padre de Juanito se había propuesto dar su primer sermón en español después de tres meses y lo logró. Los hermanos de Juanito empezaron a ir a la Escuela Sueca que un año antes se había fundado allí para los hijos de los misioneros. Era también una especie de centro de coordinación para toda la misión en la zona y el lugar de los encuentros sociales. Funcionaba en una casa grande con ocho cuartos que usaban de aulas. Pero Juanito era todavía demasiado bebé para ir a la escuela. Como mis padres trabajaron mucho ellos necesitaban ayuda conmigo y entonces se nos presentó a Ana. Ana, una joven boliviana de 25 años, que trabajaba en la Escuela Sueca que quedaba a tan solo dos cuadras de la primera casa de los Jonsson. Ana aceptó la oferta de trabajo y pronto se mudó con ellos. La mamá de Juanito le había dado indicaciones claras sobre cómo cuidar al bebé: la hora exacta para darle la leche, una galleta a las 10. Pero pronto Ana se ganó la confianza absoluta de la familia y empezó también a criarlo con su propia impronta. Las bolivianas llevaban los niños en como empaquetado en la espalda y así ella me llevaba a mí. Ella nunca lo llamó Johannes. Ni bien lo conoció lo comenzó a llamar Juanito y enseguida el resto de la familia también adoptó el apodo. A veces le decía “mi cholo sueco” a ese bebe de grandes ojos azules y pelo rubio, casi blanco. Aunque las imágenes pueden ser algo difusas, Juanito todavía recuerda cómo jugaban juntos a las escondidas o cómo armaban un tren con las sillas de la casa. Los recuerdos son más bien de sentimientos de seguridad, de alegría y de mucho juego.De aquellos tiempos también se acuerda de los paseos en la camioneta Land Rover de su papá en la que solían cruzar los ríos y de los festivales del agua, esos donde todos los niños del barrio hacían guerra con globos, mangueras y baldes. Nunca podías ir con las ventanas bajadas del coche porque lo llenaban de agua o sea que era como que todo Cochabamba jugaban el uno con el otro. Y eso sí recuerdo mucho porque era algo fantástico para un niño.Fueron años felices en Cochabamba hasta que los papás de Juanito decidieron volver a Suecia. Ellos sintieron que su tiempo ahí había acabado. Ellos nunca tenían una intención de estar ahí toda la vida.La mamá de Juanito le contó a Ana que en un tiempo tenían pensado volver a su país, pero le habló de otra familia misionera que estaba llegando a Entre Ríos, en el departamento de Tarija. Necesitaban alguien que los ayudara y los guiara de forma inmediata. Si ella quería, podía contactarlos para trabajar con ellos. A Ana le pareció una buena idea y dijo que sí. Juanito no recuerda el momento en que se despidió de Ana y la vio por última vez. Pero sí recuerda que, finalmente, en 1979, volvió a Suecia junto a su familia. Tenía seis años y hasta los 10 viviría allí. Después de un viaje a España donde fue a enseñar a un instituto bíblico, el padre de Juanito decidió mudarse allí con su familia. Pero Maud, la hermana mayor, ya había cumplido 18 años y quiso quedarse en Suecia. Por eso, durante casi una década, la vida de Juanito y su familia transcurriría entre Suecia y España. Esa adolescencia yendo de un lado para el otro a veces lo confundía un poco. Una vez le preguntó a sus padres si él era de Suecia o de España. Y ellos no supieron muy bien qué responderle. Yo llegué a la conclusión que familiarmente yo era escandinavo y era sueco y socialmente era español. Es expresivo, habla con las manos… Bastante afectivo a la hora de relacionarse con otros. Más español o, si se quiere, también más latino. De hecho, cuando Juanito se presenta en algún lado y cuenta cosas de su vida jamás deja de mencionar su infancia en Cochabamba. Es una parte de mi identidad que yo crecí en Bolivia. Es algo que yo veo como un honor de haber vivido ahí. Bolivia me dio mi nombre, me dio cariño.Cuando cumplió los 19 años, Juanito se quedó definitivamente en España. Después se casó y tuvo tres hijos. Y decidió seguir con la vocación de su padre: ser pastor y continuar con su iglesia. Hoy vive en Fuengirola, una ciudad de Málaga, y dirige una Iglesia llamada Next. Fue por un viaje de su iglesia que en 2017 volvió por primera vez a Latinoamérica. Viajó a Lima para participar de una conferencia y, estando allí, sintió que Bolivia estaba demasiado cerca como para no ir. Como tenía dos o tres días libres, tomó un avión a La Paz.Ahí sucedió lo que ya escuchamos al comienzo: de La Paz viajó más de 8 horas en bus hasta llegar a Cochabamba. Y ahí, parado frente a la casa de su infancia, sintió la necesidad de saber qué había sido de la vida de Ana. Pero no tenía tiempo ni mucha idea de cómo encontrarla…. Cuando se fueron de Bolivia, los Jonsson estuvieron en contacto con ella durante un tiempo pero luego le perdieron el rastro y no habían sabido nada más de ella. Ya de regreso en su casa en España, la idea de Juanito iba y venía en su cabeza de forma intermitente. Y no fue hasta el encierro de la pandemia que empezó a cobrar más fuerza. Revisando álbumes de fotos y recordando con su familia los tiempos en Bolivia decidió que ya era hora de poner en marcha el plan de buscarla. No tenía ningún contacto. No sabía por dónde empezar. Lo primero que hizo fue hablar con su mamá para ver si aún tenía alguna pista de alguien en Bolivia que pudiera ayudarlos. Ella llamó a varios amigos y conocidos hasta que, al fin, encontró un punto de partida. Y ella después de un tiempo consigue el teléfono de su hijo.Se llamaba Daniel y vivía en Yacuiba, una ciudad del sur de Bolivia, a unos 900 kilómetros de Cochabamba, justo en el límite de la frontera con Argentina. Juanito no quiso llamarlo enseguida. Dejó pasar unos días hasta que al fin se animó y marcó el número. Daniel estaba en su tienda de venta de zapatos cuando el celular le comenzó a sonar… Era un número raro porque no era de Bolivia. Igual contestó. Y cuando contesto me dice: “Hola, Daniel, soy Juanito”, me dice. No, no sabía ni qué Juanito era.Pero después le dijo el apellido y ahí sí le sonó más familiar. Entonces comencé a recordar y dije en mi cabeza, dije: “Debe ser ese niño en la foto que aparece”.Que aparece en las fotos que muchas veces les había mostrado su mamá. Un álbum con imágenes de la época en que cuidaba a un bebé sueco en Cochabamba, antes de que él y su hermana Verónica nacieran. Incluso alguna vez, cuando Ana supo que se podía encontrar a personas a través de las redes sociales, le había pedido ayuda a Daniel para que buscara a la familia de Juanito. Quería saber qué había sido de ellos y saludarlos. Pero no habían tenido suerte en esa búsqueda. En esa llamada, Daniel le contó a Juanito que su mamá también vivía en Yacuiba y que solía vender caramelos en la calle. Que, con sus casi 74 años, a veces tenía algunos achaques, pero que igual quería seguir viviendo sola en su casa. Con esa información Juanito tomó la decisión que ya se había propuesto: si encontraba a Ana iría hasta allí a verla para darle las gracias por todo lo que había hecho por él. Ahí me dice Juanito: “Estoy yendo a Bolivia. Y estoy yendo a Santa Cruz”. Daniel le dijo que desde Santa Cruz eran como unas ocho horas en bus. “Bueno, estaré ahí entonces. De aquí a unas dos semanas”. Antes de colgar, Juanito le pidió a Daniel que por favor guardara el secreto. Quería sorprenderla. Durante esas dos semanas, Daniel se aguantó las ganas de decir algo. Como la casa de Ana se había inundado con la última lluvia y había cosas desparramadas por todos lados, Daniel le dijo a Ana que quería ayudarla a ordenar todo porque en unos días llegaría una visita de Santa Cruz, pero no le dijo quién. A Ana no le había parecido raro porque tiene muchos familiares y conocidos que viven ahí. Así que no hizo demasiadas preguntas. En abril de 2022, Juanito tomó un avión desde Málaga a Madrid, luego otro hasta Lima y después uno más hasta Santa Cruz de la Sierra. Estaba feliz pero a la vez ansioso: Es como una, no sé si llamarlo adrenalina, pero una expectativa de que esto va a pasar. Cuando llegó a Santa Cruz tomó un bus junto a otros tres amigos que vivían allí y que lo acompañarían en su aventura. Viajaron toda la noche rumbo a Yacuiba. A las 6 y media de la mañana, Juanito llegó a esa ciudad llena de lapachos, esos árboles con flores blancas, rosas y amarillas que florecen en invierno. Daniel, como le había prometido, lo estaba esperando en la terminal. Lo reconoció apenas se bajó del bus:Uno ya se da cuenta cuál es el que viene de otro país, porque era alto, blancón y bueno, sin cabello esta vez ¿no?Juanito ya había perdido el cabello rubio que Daniel había visto en las fotos de bebé que le había mostrado su mamá. Se saludaron, se abrazaron y empezaron a caminar las dos cuadras que separan la terminal de buses de la casa de Ana. Me preguntaba Juanito: “¿Dijiste a tu mamá que venía?”, me dice. “No”, le dije. “Ella no sabe”. “¿Y qué le dijiste?”, “Le dije que venían otras personas a verla, solo de Santa Cruz, no de otro país.” Esa misma mañana, antes de ir a la terminal, Daniel había pasado por la casa de su mamá y le había dicho que en un ratito llegaría la visita que le había mencionado hacía algunos días. Al igual que Juanito, Daniel también estaba emocionado, feliz: Sabía que iba a ser una bomba en casa que iba a traer una gran alegría al corazón de mi mamá. Una pausa y volvemos. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Aneris nos sigue contando…Daniel, Juanito y los amigos caminaron esas cuadras conversando, hasta que, a lo lejos, Juanito vio a Ana. Claro que ya no era la mujer joven que recordaba sino una señora canosa, pequeñita, que barría frente a su casa. Habían pasado más de 40 años desde la última vez que habían estado juntos. Con un pequeño bolso al hombro, Juanito avanzó ansioso el último tramo hasta llegar a Ana. Mientras Ana seguía barriendo vio que su hijo Daniel estaba llegando con alguien más. Entonces entró un instante a la casa a dejar la escoba y volvió hasta la puerta. Juanito se acercó hasta ella: ¡Hola Ana! Bienvenido! No sé si me reconocés. Yo soy Juanito. ¿El chiquitito? El chiquitito. ¿El que decía Ana, Ana? El que decía Ana…Mientras dice eso, Ana se agacha y estira sus brazos, como imitando el gesto de un niño cuando quiere agarrarle las piernas a un adulto. Luego levanta sus manos al cielo, en señal de agradecimiento, y abraza a Juanito que ya es un hombre que le lleva casi dos cabezas y que se encoge para recibir ese abrazo tan esperado… Mira, te hemos encontrado. Yo me acuerdo de uds. ¡Pasen! Sí, sí, sí.Ana los invita a pasar a su casa. Entran a la sala que está repleta de cajas y cosas apiladas por todos lados. Es una casa chiquita, de cemento y ladrillos. Mientras Ana ofrece café, Juanito saca de su bolso un regalo que le ha traído a Ana. Es un álbum con varias fotos. Mira, es para que tú veas. Ay papacito. Estos somos… Juanito quiere decirle que son ellos dos, hace más de 40 años, pero no puede terminar la frase porque Ana se quiebra en llanto y lo abraza. Enseguida empieza a compartir sus recuerdos… Íbamos a caminar, en bicicleta… Y su gorro tirando por la calle. “¡Mi nana, mi nana!” Mi nana claro, eras mi nana. Así me decías. Eras mi nana.Ana le sigue contando que se había mandado a hacer una silla para la bici para poder llevarlo en sus paseos. Que iban a visitar a algún familiar o a hacer las compras. Que le solía poner un gorrito, pero que él se lo quitaba y lo tiraba a cada rato al medio de la calle. Era una señal de alegría, una especie de código que tenían entre los dos. Juanito le muestra fotos de su familia, de cómo están ahora: Esto es toda nuestra familia en la boda de mi hijo. Esta es Maud, Peter y yo y estos son mis padres.Ana está conmovida. No se esperaba jamás que esa mañana de abril el que llegaría de visita sería Juanito, su cholo sueco. Estoy muy contento para mí es un sueño de tanto tiempo de vernos. Tan bebé que era usted. [Juanito]: Y mira, han salido bien todos… [Ana]: Era, era él… siempre…Tampoco se imaginaba que su hijo Daniel había sido cómplice de aquella sorpresa con una mentira piadosa: Ahora un cocacho voy a dar porque él no me ha dicho de quién quién era… Claro, no sabías.Me dijo que no te diga. Yo pensé que eran mis paisanos que van a venir. Cuando hablé con Ana, seis meses después de que recibiera la visita de Juanito, aún se la notaba emocionada por ese encuentro. Me dijo que fue una sorpresa enorme volver a ver a aquel niño que había criado. Le pregunté si lo había reconocido fácilmente. Qué voy a reconocer si ya es casado, con hijos. No era pelón, pobre mi Juanito. Juanito, por su parte, se sorprendió al ver la lucidez de Ana. A pesar de todos los años que habían pasado, ella recordaba perfectamente todo lo que había vivido con él: cómo solía jalar de su falda o los regaños que ella tenía que darle cuando hacía travesuras, como cuando se ponía a exprimir el tubo de la pasta de dientes. Juanito nunca había sabido mucho de la vida de Ana pero cuando empezó a buscarla se enteró de algunas cosas de cómo había sido su vida antes de que llegara a su casa. Ana nació en Oruro, una ciudad ubicada al oeste de Bolivia, pero de pequeña se fue a Cochabamba. Vivía con sus papás y sus seis hermanos. Pero su mamá murió cuando tenía 13. Y mi familia se deshizo todito. Unos se fueron a Cochabamba, La Paz, Santa Cruz, así que nos hemos criado fríos. Cursó hasta sexto grado de la escuela y luego se puso a trabajar limpiando casas. Su madre la había educado en la iglesia bautista, otra rama de los evangélicos, y ella siempre había sido muy devota. Un día, en la iglesia a la que iba, conoció a un muchacho que tocaba la guitarra ahí. Pronto se enamoraron y se casaron. Ana aún no había cumplido los 20. Al año tuvieron a su primera hija,Sara, y casi dos años después a la segunda, Pamela. Pero un día Ana recibió la peor noticia: su marido había muerto en un accidente en la obra de la empresa eléctrica en la que trabajaba. A partir de ahí, la vida de Ana comenzó a derrumbarse. Después de la muerte de su esposo, Ana se quedó sin casa pues ya no le alcanzaba para pagar el alquiler. Entonces se fue con sus hijas a un internado de niños. Trabajaba preparando la comida, pero pronto le dio una neumonía muy fuerte y tuvieron que internarla. En el hospital también constataron que estaba muy mal alimentada y que tenía un soplo en el corazón. El pronóstico de su salud era muy malo. El médico le dijo que estaba desahuciada, que no tenía posibilidades de sobrevivir. Ana solo podía pensar en una cosa: “¿Qué harían sus niñas si ella faltaba?” Y los nervios. Los hijos, la preocupación. Ellas no tenían a nadie más. Quedarían solas en el internado, sin ella para protegerlas en un lugar que podía ser muy hostil. Tampoco confiaba demasiado en algunas personas que, en teoría, se ofrecían a ayudarla. Y los bolivianos venían: “Y yo me la voy a llevar a la Sara”.”Yo me la voy a llevar a la Pamela”. Y yo sé cómo lo tratan. Nunca van a decir: “Es mi hijita”, si alguien pregunta. No. “Es mi criadita, es mi recogidita”. Eso dentro de mí ardía y lloraba.Fue entonces cuando recibió una propuesta de parte de unos misioneros suecos que estaban en Cochabamba. “Mira, nosotros no tenemos niños”, me dijo.Le dijeron que querían adoptar a las niñas y que sería todo legal. Algo dentro suyo le hizo confiar en ese matrimonio sueco y, con un dolor inmenso… Mi corazón dijo “ya”. Yo le acepté.Sara tenía tres años y medio y Pamela casi dos. Ya no tenía a mi esposo, mis hijos estaba perdiendo, mi vida estaba por perder. Pero en mi corazón había una paz interior.Pensó que ese sería el mejor futuro que podría dejarle a sus hijas si ella moría y así fue como empezaron con todos los trámites de adopción. No pudimos confirmar cómo fue exactamente el proceso. En esa época, las leyes no estaban planteadas desde el punto de vista de los derechos del niño y las autoridades tenían cierto margen de libertad a la hora de tomar decisiones. Ana todavía recuerda muy bien lo que le decía Sara, su hija mayor, mientras les tomaban las huellas dactilares en la estación de policía. “Mamita, la Pamela que se quede, ella se hace pis y caca, mamita”. Entonces yo le dije: “Mira hijita, yo estoy mal, estoy enfermo, no puedo cuidarlos. Se van a portar bien, mamita y vos le vas a cuidar”. Luego de hacer los trámites en la comisaría, Ana volvió al hospital. Una vez que todos los papeles estuvieron listos y salió aprobada la adopción, el matrimonio sueco partió con Pamela y Sara rumbo al aeropuerto para volar hasta Suecia. Ana no quiso acompañarlos pero se sentó bajo la sombra de un árbol y se puso a mirar al cielo. Recuerda perfectamente aquel día. Y los aviones bajaban, subían, bajaban, subían. ¿En cuál se habrán ido? No sé…Enferma y sin sus hijas, ese primer tiempo fue muy duro para Ana. Se la pasaba pensando en ellas: ¿Qué estarán haciendo? ¿Las estarán cuidando bien? ¿Estarán felices? ¿Se acordarán de ella? ¿La extrañarán? Pero un día recibió algo que le dio tranquilidad. El matrimonio sueco había enviado un paquete para ella. Era un álbum de fotos de las niñas. Ahí está, feliz con su papá. Está esquiando. Está en el hipódromo. A todas partes jugando con él. Tenía completo su mamá, su abuelita, su papá. Tenían la familia que ella no les podía dar. Las niñas conservaban sus nombres, solo habían cambiado el apellido, y al parecer tenían una infancia feliz. Y a Ana eso era lo único que le importaba. Contra todos los pronósticos médicos, unos meses después de haber dado en adopción a sus hijas, la salud de Ana empezó a mejorar. Cuando estuvo recuperada del todo, empezó a buscar empleo. Como siempre había sido muy activa en distintas iglesias evangélicas y ya conocía a varios misioneros, consiguió trabajo en el colegio sueco de Cochabamba. Fue ahí donde recibió la propuesta de trabajar con la familia de Juanito. Entonces me dijeron: “¿No querés tu trabajar con una nueva familia que viene de Suecia? Tienen un bebé”, me dijo. Y yo dije “Bueno”.Desde un principio se llevaron bien. Aunque los notaba más fríos y distantes que a la gente de Bolivia, ya estaba acostumbrada a trabajar con otros suecos y le gustaba que fueran ordenados y estrictos. La familia saboreaba con ganas la comida que les preparaba Ana: las albóndigas, el queque de banana… Y si alguna vez Ana cocinaba algo que no les gustaba, al otro día ella usaba esos mismos ingredientes y preparaba un plato distinto al que ya no podían resistirse. Ana no tiraba nada, todo lo aprovechaba. Pero su prioridad era Juanito. Apenas lo conoció, sintió algo especial. Era un bebé de lo más tierno y cariñoso con ella. Se sentía feliz estando con él, la ayudaba a olvidar su tristeza. Llenó lo que lo había perdido en mi corazón. Lo más lindo. Después de estar con los Jonsson, Ana fue a Entre Ríos para trabajar con la familia sueca que le había recomendado la mamá de Juanito. Le pregunté qué sintió al despedirse de ellos: Vacío otra vez en mi corazón. Ella, tan devota, a veces hasta se enojaba con Dios. “Me has quitado a mi esposo, me has quitado dos niños. Ahora lo que me has dado otra vez… ¿Por qué? ¿Por qué?” Así andaba. Pero la vida le daría una nueva oportunidad. Después de estar un tiempo en Entre Ríos, Ana se mudó a Yacuiba. Se enamoró, se volvió a casar y tuvo dos hijos más: Verónica y Daniel, a quien ya conocimos. Tiempo después su segundo marido la abandonó. Ana nunca le escondió a sus hijos la historia sobre sus medias hermanas, las que fueron dadas en adopción y que vivían en Suecia. Tampoco hubiera podido. El dolor la acompañó siempre. Aquí otra vez Daniel: Yo creo que en ese momento para ella ha sido muy, muy difícil, ¿no? Porque cuando ella lo cuenta sí la veo muy triste, ¿no? Siempre recuerda eso. Una vez Sara, la mayor, volvió a Bolivia y quiso reencontrarse con su mamá. Ana había soñado muchas veces con ese momento, con ver a su hija ya grande, abrazarla después de tantos años. Cuando la saludó… No sabía hablar pues nada de español. Hablaba sueco. Así que un amigo le hizo de traductor para que ellas pudieran conversar un poco. Cuando ha venido ella ha sido tranquila. Quizás por lo que ha sufrido es más callada, más cerrada. Es que Ana no ha podido olvidar aquel pedido que le hacía en la estación de policía cuando era pequeña: que su hermana Pamela se quedara porque era aún muy chiquita para separarse de ella. Sara le había traído fotos del casamiento de Pamela. Y al verlas, Ana, con la intuición de una madre, se hizo una clara imagen de su personalidad… Por la foto, me ha mostrado, tiene el mismo carácter de mí. Así, rápido las cosas. Así. Así parece ella. Junto con las fotos, Pamela le había enviado una carta. Ella me escribe unos cuantos párrafos ahí. Te quiero, mami. Así no, con un cariño. Entonces dijo Pamela, “yo tengo muchas cartas de ti”. Yo le mandaba, bordaba así cosas típicas. Le mandaba siempre. Aquel viaje de Sara fue la única vez, hasta el momento, en que volvería a ver a una de sus dos primeras hijas. Ana no quiere presionarlas. Sabe que si quieren verla o hablar, ellas saben dónde la pueden encontrar. Cuando Juanito supo toda esta historia, realmente entendió por qué él, aunque era tan chiquito, recordaba a Ana de una manera tan singular. Y por qué ahora, ya de adulto, necesitaba encontrarla para agradecerle todo. Ahora, cuando conozco la historia, lo entiendo mejor, porque había una conexión entre ella y yo, que no era normal. Y cuando se dice que me cuidaba como si fuese su hijo, para ella realmente fue así. El sentimiento raro que tengo es que yo he recibido el amor que ellos iban a recibir.En total, Juanito pasó solo un día en Yacuiba, suficiente para reconectarse con Ana. Esa misma noche tenía que regresar a Santa Cruz para volver a España. Ana lo acompañó a la terminal de buses. Fueron caminando esas pocas cuadras y Juanito, igual a cuando era un niño, tomó su mano y no la soltó hasta que se subió al bus. Durante el viaje en el autobús, Juanito editó los videos que grabaron sus amigos del reencuentro para enviárselos a su familia. Y luego, ya en el aeropuerto, los subió a TikTok. Para su sorpresa, su post se hizo viral, con más de 2 millones de visitas en pocas horas y con los días alcanzó más de 3 millones y medio de visualizaciones. Ana, brevemente, fue famosa. Ana y Juanito siguen en contacto, hablando de vez en cuando. Y Juanito ha prometido volver a visitarla en el futuro. Aneris Casassus es productora de Radio Ambulante y vive en Buenos Aires. Este episodio fue editado por Camila Segura y por mí. El fact-checking lo hizo Bruno Scelza. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri, con música de Rémy Lozano, Ana Tuirán y de Andrés Un agradecimiento especial a Jan-Åke Alvarsson, profesor de Antropología Cultural de la Universidad de Uppsala, en Suecia, y autor del libro “La historia de la Misión Sueca Libre en Bolivia”, a quien también entrevistamos para este episodio. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Nicolás Alonso, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Camilo Jiménez Santofimio, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Laura Rojas Aponte, Natalia Sánchez Loayza, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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