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Radio Ambulante - Bienvenida a tu casa

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¿La podré querer?

La argentina Paula Resnik tenía 53 años y dos hijos biológicos ya grandes cuando decidió adoptar a Verónica, de 14. Pero construir ese vínculo desde cero no sería nada fácil para ninguna de las dos.

En nuestro sitio web puedes encontrar una transcripción del episodio.

Or you can also check this English translation.

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Hola
ambulantes,
llevamos
dos
semanas
de
campaña
y
la
respuesta
ha
sido
increíble.
Gracias
a
quienes
han
donado,
nos
llena
de
emoción
ver
cómo
han
corrido
la
voz,
los
mensajes
que
nos
han
mandado,
el
cariño
que
nos
demuestran.
Pero
no
nos
podemos
detener.
Comenzamos
esta
campaña
con
una
meta
clarísima.
Hasta
hace
unos
días,
solo
el
1%
de
nuestros
oyentes
apoyaban
el
periodismo
de
Radio
Ambulante
y
El
hilo
con
una
donación.
Necesitamos
duplicar
esa
cifra.
Muchísima
gente
se
ha
apuntado,
pero
ahora
tenemos
una
petición
súper
clara.
Si
cada
miembro
trae
un
miembro
más,
lo
lograremos.
Entonces,
piensa
en
tu
amiga
a
la
que
le
compartiste
un
episodio
que
te
conmovió,
a
tu
compañero
de
trabajo
o
de
la
universidad
con
el
que
estuviste
conversando
sobre
un
episodio
en
la
cafetería.
Piensa
en
el
chat
familiar,
donde
se
discutió
un
episodio
nuestro
sobre
tu
país.
De
esa
gente
que
conoces,
¿a
quién
podrías
animar
a
convertirse
en
miembro?
Pásales
la
voz.
Anímalos.
Ayúdanos
a
duplicar
ese
1%.
Así
vamos
a
asegurar
el
futuro
de
Radio
Ambulante.
Dales
este
link:
radioambulante.org/donar.
Gracias.
Ahora
seguimos
con
el
episodio.
Esto
es
Radio
Ambulante
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Aunque
han
pasado
tres
décadas,
la
argentina
Paula
Resnik
recuerda
cada
detalle
del
nacimiento
de
sus
dos
primeros
hijos.
Con
Lucas
ni
se
dio
cuenta
de
que
había
entrado
en
trabajo
de
parto.
Fue
rápido.
Nació
a
la
medianoche
del
2
de
abril
de
1991
y
todo
salió
bien.
Tres
años
después
llegó
Mateo.
Paula
aún
puede
oír
el
llanto
de
su
segundo
hijo
al
nacer
y
el
silencio
inmediato
cuando
lo
apoyaron
sobre
su
pecho.
Se
acuerda,
también,
del
bolso
que
llevó
en
las
dos
ocasiones.
Era
de
patchwork
azul
y
blanco,
y
se
lo
había
cosido
su
mamá
durante
su
primer
embarazo
para
que
llevara
ahí
los
pañales
y
las
cosas
del
bebé.
Y
por
supuesto
también
recuerda
muy
bien
aquel
primer
tiempo
con
sus
niños
recién
nacidos. Con
cada
uno
de
ellos
tenía
como
una
cosa
muy,
muy
simbiótica,
muy
unida.
Yo
los
amamantaba,
los
amamanté
a
los
dos,
ocho
meses
a
cada
uno.
Como
que
yo
me
sentía
que
estaba
en
un
mundo
paralelo
con
el
bebé.La
llegada
de
su
tercera
hija,
en
cambio,
fue
totalmente
distinta.
No
hubo
dolores
de
parto
ni
clínicas.
La
primera
vez
que
la
vio,
Paula
estaba
en
un
centro
comercial
a
las
afueras
de
Buenos
Aires.
Estaba
sentada
en
un
bar
tomándose
una
gaseosa
y
se
sentía
muy
nerviosa…Ansiosa.
Rara.
Rarísima
la
sensación
porque,
es
decir,
vengo
a
conocer
a
mi
hija.
Era
como
insólito.
:
Unos
minutos
más
tarde
la
vio,
a
lo
lejos… Y
la
vi
aparecer
alta,
altísima.
Medía
1,75
ya
en
ese
momento,
y
yo
decía:
ahhh. Llevaba
puesta
una
camiseta
roja,
jeans,
zapatillas
y
una
camisa
escocesa
atada
a
la
cintura. Y
venía
riéndose,
riéndose
a
carcajadas
de
los
nervios.
Y
yo
también
me
reía. Eran
las
11
de
la
mañana
del
23
de
noviembre
de
2018.
Paula
tenía
53
años
y
hacía
mucho
tiempo
que
estaba
divorciada.
Lucas
y
Mateo
ya
eran
grandes,
independientes.
Y
justo
en
ese
momento,
cuando
empezaba
a
tener
más
tiempo
para
ella,
había
decidido
ser,
otra
vez,
mamá.
Había
decidido
adoptar
a
una
chica
de
14
años.
Verónica.
Y
bueno,
me
paré
y
la
saludé.
La
abracé
así
un
poquito
porque
ella
estaba
muy
dura
también
y
nos
mirábamos
y
nos
reíamos.Ninguna
de
las
dos
sabía
muy
bien
qué
hacer
ni
qué
decir.
A
Verónica
la
acompañaban
su
abogada
y
la
directora
del
hogar
de
niños
donde
vivía.
Se
sentaron
todas
en
la
mesa.
Verónica
pidió
una
ensalada
de
frutas
y,
por
fin,
se
animó
a
romper
el
hielo. Me
miró
y
me
dijo:
“¿Esos
ojos
son
tuyos?”.
“Sí.”
“¿No
tenés
lentes
de
contacto
vos?”
“No.”
Le
llamaron
la
atención
los
ojos
azules.Paula
enseguida
le
dio
una
carterita
que
ella
misma
le
había
cosido
y
otros
regalitos
de
parte
de
su
familia
y
amigas.
Como
no
podían
ir
con
ella
a
ese
primer
encuentro,
era
una
forma
de
mostrarse
cerca.
Le
entregó
una
carta
que
le
había
escrito
y
que
había
doblado
en
forma
de
corazón.
Verónica
la
leyó
ahí
mismo
mientras
se
seguía
riendo
y
guardaba,
nerviosa
y
apurada,
el
resto
de
las
cosas.
Después
de
un
rato
en
la
mesa,
la
abogada
y
la
directora
del
hogar
les
dieron
permiso
para
que
fueran
a
caminar
solas
por
el
centro
comercial.
Y
ahí
Verónica
se
soltó.Y
ella
no
paraba
de
hablar.
Y
me
contaba
cosas,
muy
tremendas,
rarísimo
que
me
las
contara
ese
día,
que
parecía
como
que
me
estuviera
probando
a
ver
si
yo
me
iba
a
bancar
por
todas
las
cosas
tremendas
que
ella
había
pasado,
su
vida,
a
ver
hasta
dónde.Aunque
trataba
de
disimularlo,
Paula
quedó
impactada.
No
solo
por
las
cosas
que
le
contaba,
sino
por
la
capacidad
que
tenía
Verónica,
con
solo
14
años,
de
verbalizar
y
ser
tan
consciente
de
todo
lo
que
le
había
pasado.
En
ese
momento
a
Paula
se
le
cruzaron
mil
cosas
por
la
cabeza. Eran
todas
miedos
y
fantasías
mezclados.
Y
a
la
vez
un
entusiasmo
de
querer
a
otro
hijo.
De
tener
una
hija.
Era
una
mezcla
hermosa
y
tremenda. Mientras
caminaban,
Paula
se
aferraba
a
su
bolso,
el
mismo
de
patchwork
azul
y
blanco
que
la
había
acompañado
en
el
nacimiento
de
sus
dos
hijos.Llevé
ese
mismo
bolso,
que
bueno,
era
una
manera
de
de
tener
un
parto,
¿no?
empezar
a
ahijar
a
una
chica
grande. Ahijar
a
una
chica
grande
con
la
que
tendría
que
construir
un
vínculo
desde
cero. Yo
con
Lucas
y
Mateo
nunca
me
lo
cuestioné,
siempre
los
quise
y
el
amor
fue
creciendo
y
estuvo
ahí.
Y
además
el
miedo
a
cómo
iba
a
ser
esa
relación,
si
la
iba
a
poder
querer.
:
Y
si
sería
recíproco:
si
Verónica
podría
estar
bien
con
ella,
si
sería
capaz
de
quererla.
Sabía
que
el
camino
no
sería
fácil
pero
Paula
estaba
decidida
a
intentarlo.
Una
pausa
y
volvemos.Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Nuestra
productora
Aneris
Casassus
nos
sigue
contando.Todo
comenzó
en
el
cine.
Un
sábado
de
julio
de
2018
Paula
fue
con
Mariana,
su
amiga
de
la
infancia,
a
ver
“Joel”,
una
película
argentina
que
cuenta
la
historia
de
un
matrimonio
que
no
ha
podido
concebir
hijos
e
inicia
el
trámite
para
adoptar
a
un
niño.
Cuando
reciben
la
llamada,
las
noticias
no
son
exactamente
las
que
esperaban.
Hay
un
niño
que
podrían
adoptar,
sí,
pero
tiene
9
años,
bastante
más
grande
de
lo
que
ellos
estaban
dispuestos
a
aceptar.
A
pesar
de
eso,
la
pareja
decide
seguir
adelante
y
conocer
a
Joel.
No
quiero
spoilear
demasiado
pero,
como
se
imaginarán,
la
historia
se
trata
de
la
construcción
del
vínculo
de
esa
pareja
con
el
niño
y
de
lo
hostil
que
puede
resultar
la
sociedad.
Cuando
terminó
la
película
¡uff!
No
nos
podíamos
parar.
Nos
quedamos
ahí
un
buen
rato
llorando
y
charlando
sobre
la
realidad
de
estos
chicos,
¿no? Se
quedó
un
rato
hablando
con
Mariana
sobre
lo
que
acababan
de
ver.
Nunca,
hasta
entonces,
se
había
puesto
a
pensar
en
lo
que
significaba
para
esos
niños
la
espera
por
encontrar
a
alguien
que
los
adopte.
Peor
aún,
¿qué
pasa
si
cumplen
los
18
años
sin
encontrar
una
familia?
Conversaban
sobre
todo
esto
con
Mariana
y
ella,
que
da
clases
de
escritura
en
una
cárcel,
le
dijo:Alguno
de
estos
chicos
en
algún
momento
de
su
trayecto
pasan
por
la
cárcel.
Estos
chicos
que
salen
a
la
vida
solos,
es
una
de
las
posibilidades. Paula
no
tenía
ningún
caso
de
adopción
cercano
y,
además,
ella
ya
tenía
a
sus
dos
hijos.
La
maternidad
no
era
un
asunto
pendiente.
En
absoluto.
Yo
nunca
había
pensado
en
la
posibilidad
de
adoptar
un
hijo.
No
había
sido
una
posibilidad.
Ni
sabía
sobre
el
tema
ni…
nada,
no
estaba
en
mi,
en
mi
agenda.Pero
la
película
le
despertó
un
interés
por
saber
más
de
una
realidad
lejana
para
ella.
Se
quedó
pensando
en
el
tema
y
se
puso
a
investigar.
Primero,
en
internet.
Buscaba
información
sobre
cómo
era
el
proceso
de
adopción,
cuáles
eran
las
leyes
vigentes.
Pero
esa
búsqueda
que
inició
casi
por
curiosidad
se
convirtió
en
una
pregunta
que
empezó
a
repetirse
a
misma
una
y
otra
vez:
¿Y
si
adoptaba
a
un
niño? Y
lo
que
me
pasaba,
que
de
noche
me
aparecían
los
miedos
de
decir:
“No,
no,
no,
no
estoy
loca,
qué
voy
a
hacer
no,
no,
no”.
Y
después
amanecía
y
decía:
“No,
sí,
sí,
no
pasa
nada,
o
sea
son
niños!.Pensaba
que
si
tendría
algún
problema
no
sería
muy
distinto
a
los
que
ya
había
tenido
criando
a
Lucas
y
Mateo.
Cada
vez
se
iba
convenciendo
más
de
que
quería
intentarlo.
Pero
antes
de
seguir
avanzando
necesitaba
hablar
con
ellos.
Así
que
les
envío
un
mensaje
por
whastapp.
Este
es
Mateo:Nos
mandó
en
un
grupo
que
tenemos
cuando
nos
podíamos
juntar,
qué
día,
qué
día
y
entre
los
dos
era
como
que
no
nos
imaginábamos
que
nos
podía
decir,
porque
fue
como
que
insistía
para
tener
esa
esa
charla. Acordaron
comer
un
día
los
tres
juntos.
Cuando
se
sentaron
a
la
mesa,
Lucas
y
Mateo
ni
la
dejaron
empezar
a
hablar… ¿Te
vas
a
ir
a
algún
lado?
“No,
no,
no.”
¿Pero
estás
enferma?
¿Te
pasa
algo? Tengo
una
pareja
nueva,
o
me
voy
a
casar…
No
sé…No
se
podían
imaginar.
Empezaron
a
tirar
ideas
y
no.
Ninguno
tiró
vamos
a
tener
un
hermanito.
Ninguno.Era
imposible
que
adivinaran.
En
un
momento
Paula
se
los
dijo.No,
no
lo
podían
creer.
Les
conté
mi
idea
y
me
decían:
“¿Qué?”No
cuadraba
mucho
que
eso
iba
a
ser
lo
que
nos
iba
a
decir.Les
parecía
muy
extraño
que
su
mamá
estuviera
pensando
en
tomar
esa
decisión
justo
en
ese
momento
de
su
vida
cuando
empezaba
a
disfrutar
de
su
libertad.
Lucas
tenía
27
años
y
ya
se
había
ido
de
la
casa.
Mateo
tenía
24
y,
aunque
aún
vivía
con
ella,
era
completamente
independiente.
Paula
podía
hacer
su
vida
sin
que
nadie
dependiera
de
ella.
Si
quería,
se
podía
ir
una,
dos,
tres
semanas
de
viaje
tranquila.
Se
había
divorciado
del
papá
de
sus
hijos
cuando
ellos
eran
muy
pequeños
y
después
había
tenido
algunas
parejas
pero
en
ese
momento
estaba
soltera.
Desde
hacía
muchos
años
trabajaba
de
secretaria
en
una
empresa,
de
lunes
a
viernes,
de
9
a
6.
El
resto
del
tiempo
podía
disfrutarlo
en
lo
que
quisiera.
En
ir
con
sus
amigas
al
cine,
por
ejemplo.
Si
Paula
seguía
adelante
con
su
plan,
para
Mateo
el
cambio
no
sería
para
nada
menor;
tendría
que
convivir
con
alguien
más.
Pero
más
allá
de
la
sorpresa,
Mateo
estaba
conmovido
con
la
idea
de
su
mamá.
Y
en
ese
momento
por
lo
menos
yo
me
puse
a
llorar
porque
fue
como
muy
emocionante.
No
caía
tampoco.
Era
toda
una
idea
medio…
para
lejana. Para
Lucas
también,
pero
de
todas
formas…Ambos
le
dijimos
que
estábamos
para
apoyarla,
pero
obvio,
también
como
que
teníamos
como
miedos
o
dudas.
¿Y
cómo
vas
a
hacer?
¿Y
estás
preparada?
Y…
no
sé.También
les
preocupaba
la
historia
con
la
que
podría
llegar
ese
niño
o
niña
a
su
casa.Que
ya
iba
a
venir
con
una
una
vida
formada
o…
Pero
bueno,
ella
nos
daba
tranquilidad
de
que
no
importaba,
que
si
nosotros
la
apoyamos
y
la
ayudábamos
en
lo
que
necesitaba,
lo
iba
a
poder
resolver. Después
de
charlar
un
rato,
Lucas
y
Mateo
le
dijeron
que
sí,
que
estaban
dispuestos
a
recibir
a
un
hermano
en
la
familia.
Con
el
apoyo
de
sus
hijos,
Paula
dio
el
primer
paso.
Se
anotó
en
las
tres
charlas
obligatorias
para
inscribirse
en
el
Registro
Único
de
Aspirantes
a
Guarda
con
Fines
Adoptivos:
RUAGA.
Ahí
se
enteró
de
varias
cosas.
Lo
más
importante:
Ahora
la
adopción
no
está
pensada
para
darle
un
hijo
a
la
familia
que
no
puede
tenerlos
por
vía
biológica.
Es
al
revés.
O
sea
la
adopción
está
pensada
para
darle
una
familia
al
chico
que
no
la
tiene. En
otras
palabras,
la
mirada
de
la
adopción
es
en
relación
a
los
niños.
Son
ellos
quienes
tienen
derecho
a
tener
una
familia
y
no
los
adultos
los
que
tienen
derecho
a
tener
un
hijo.
Es
una
perspectiva
que
ya
estaba
contemplada
en
las
normativas
internacionales,
pero
que
en
Argentina
quedó
expresada
por
escrito
en
el
Código
Civil
de
2015.
Quedó
prohibida,
además,
la
adopción
de
menores
a
través
de
acuerdos
directos
entre
individuos.
Toda
adopción
es
parte
de
un
proceso
regulado
por
el
Estado.
En
esas
charlas
también
le
contaron
que
más
del
85%
de
las
personas
que
se
anotan
en
el
Registro
están
dispuestos
a
adoptar
a
niños
de
hasta
tres
años.
De
hecho,
la
mayoría
de
los
que
piensan
en
la
adopción
piensan
en
bebés.
Pero
hay
muy
pocos
niños
de
esa
edad
para
adopción.
Son
menos
del
20%
y
ellos
enseguida
encuentran
familia.
El
problema
es
con
los
niños
más
grandes.
A
medida
que
crecen
les
resulta
más
difícil
encontrar
quién
los
adopte.
Después
de
las
charlas
obligatorias
Paula
se
convenció
aún
más
de
su
idea
y
reunió
todos
los
documentos
para
inscribirse
en
el
Registro.
Empezó
a
llenar
una
planilla
en
la
que
debía
marcar
minuciosamente
las
condiciones
del
niño
que
estaba
dispuesta
a
aceptar:
edad,
enfermedades
y
género,
entre
muchísimas
otras
cosas.
Con
la
edad
no
tuvo
dudas:
marcó
un
niño
de
entre
13
y
17
años.
Tenía
claro
que
quería
que
fuera
adolescente. Justamente
yo
lo
que
quería
era
darle
una
oportunidad
a
un
chico
que
no
la
pudiera
tener,
porque
a
estos
chicos
nadie
los
adopta,
literalmente.
Nadie.
También
yo
era
grande
para
tener
un
hijo
chiquito.
Ya
está,
pañales,
no. No
tendría
que
lidiar
con
pañales
pero
tal
vez
con
otras
cosas
más
difíciles… También
un
adolescente
a
uno
le
da
mucho
miedo,
¿no?,
de
que
ya
tenga
rasgos
muy
marcados.
No
sé,
de
violencia
o
de
o
de
consumos,
o
de
cosas
muy
problemáticas
que,
bueno,
hasta
que
uno
no
se
lo
encuentra,
no
lo
sabe.Los
miedos
no
la
detuvieron
y
siguió
llenando
el
formulario.
Descartó
la
opción
de
enfermedades
graves
porque
por
su
trabajo
tampoco
podría
acompañar
a
un
niño
que
requiriera
cuidados
extremos.
Con
lo
del
género
dudó
un
poco
más.
Enseguida
se
había
imaginado
una
mujer
porque
ella
no
había
tenido
hijas.
Pero
a
la
vez
le
daba
como
cierta
culpa
eso
de
elegir
el
género.A
en
ese
momento
me
pareció
medio,
no
cómo
elegir
un
hijo
por
menú,
a
la
carta
de,
bueno,
parecía
que
iba
a
elegir
que
sea
mujer. Pero
Mateo
y
Lucas
terminaron
por
convencerla…
:
Cuando
les
dije
esto
a
ellos
me
dicen:
“Mirá,
vos
ya
estás
eligiendo,
porque
vos
vas
a
decir
que
tenga
más
de
13
años,
vas
a
decir
que
no
tenga
una
discapacidad
profunda,
que
no…
Estás
eligiendo.
Así
que,
¿por
qué
no
vas
a
elegir
una
cosa
más?”Ella
estaba
como
muy
metida
con
el
movimiento
feminista
y
era
como,
bueno:
¿Y
por
qué
no
compartís
esto
con
alguien?
Qué
mejor
que
tu
hija.Y
bueno…
Sí,
la
verdad
que
sí. Así
que
marcó
“femenino”,
terminó
de
completar
el
formulario
y
subió
todos
los
documentos
que
pedían
a
la
web.
Unos
días
después,
se
contactaron
con
ella
para
hacerle
una
entrevista
psicológica.
Luego
fueron
a
visitar
su
casa
para
hacer
un
análisis
socioambiental
y
corroborar
si
era
posible
que
allí
viviera
alguien
más.
También
querían
entrevistar
a
Lucas
y
a
Mateo.Qué
hacíamos
de
nuestra
vida,
cómo
era
la
convivencia,
a
qué
nos
dedicábamos,
nuestra
relación
con
los
otros
familiares…Cuando
los
profesionales
del
Registro
terminaran
de
revisar
todo,
Paula
quedaría
inscrita
oficialmente
en
el
listado
de
adoptantes.
Pero
mientras
esperaba
el
ok
definitivo,
pasó
algo.
Un
día
sonó
el
teléfono
en
su
trabajo.
Paula,
como
siempre,
atendió.
Era
la
esposa
de
su
jefe
con
quien
tenía
muy
buena
relación.
Ella
era
abogada
y
trabajaba
representando
a
niños.
Por
eso,
cuando
se
pusieron
a
charlar,
Paula
se
animó
a
contarle
en
las
que
andaba. Entonces
le
digo
a
ella:
“Mira,
este,
¿sabés
que
voy
a
adoptar
a
un
adolescente?”
Y
me
dice:
“Ay
no
lo
puedo
creer,
Paula,
esto
es
una
señal.
Acaban
de
firmar
la
convocatoria
pública
de
una
chica
que
yo
fui
su
abogada
y
es
un
amor.
La
tenés
que
conocer”.Y
acá,
para
que
entiendan
mejor
a
qué
se
refiere
con
eso
de
“convocatoria
pública”,
les
voy
a
contar
un
poco
mejor
cómo
funciona
el
sistema
de
adopción
en
Argentina.
En
primer
lugar,
tienen
que
saber
que
es
la
justicia
la
que
declara
el
llamado
“estado
de
adoptabilidad”
de
un
menor.
Eso
puede
suceder
cuando,
por
ejemplo,
los
padres
de
un
niño
mueren
y
no
tiene
ningún
otro
familiar
que
lo
cuide.
O
cuando
los
padres
biológicos
deciden
dar
en
adopción
al
niño.
Pero
también
cuando
el
Estado
advierte
situaciones
de
violencia,
abuso
o
abandono
y
aparta
a
un
niño
de
su
familia
biológica
para
protegerlo
luego
de
haber
agotado
todas
las
instancias
para
modificar
esa
situación.
Esos
niños
viven
en
hogares
de
menores
y
las
autoridades
encargadas
del
tema
están
todo
el
tiempo
cruzando
los
datos
de
estos
niños
con
los
del
registro
de
adoptantes.
Se
ocupan
de
encontrar
la
mejor
familia
para
cada
niño.
Porque
así
como
las
personas
que
quieren
adoptar
ponen
sus
requisitos,
los
niños
–según
su
edad
y
grado
de
madurez–
también
opinan
sobre
qué
tipo
de
familia
les
gustaría
tener.
A
partir
de
los
diez
años,
su
consentimiento
es
obligatorio.
Sin
embargo,
muchas
veces
esa
búsqueda
fracasa.
Y
no
por
cuestiones
matemáticas.
En
2020,
por
ejemplo,
en
Argentina
había
2.199
chicos
en
estado
de
adoptabilidad
y
unas
3.133
personas
inscritas
en
el
registro
de
adoptantes.
Pero,
como
ya
dijimos,
la
mayoría
de
ellos
están
dispuestos
a
adoptar
solo
a
niños
de
hasta
tres
años.
Entonces,
cuando
no
se
encuentra
a
nadie
en
el
registro,
se
lanza
una
convocatoria
pública,
la
última
instancia
para
conseguir
una
familia
para
ese
niño.
La
búsqueda
se
publica
en
los
medios
de
comunicación
y
en
las
redes
sociales
para
tratar
de
encontrar
a
algún
candidato
por
fuera
del
Registro.
En
la
convocatoria
se
da
muy
poca
información
del
niño:
un
nombre
ficticio
o
solo
las
iniciales,
la
edad,
en
qué
ciudad
vive
y
alguna
que
otra
característica
de
su
personalidad.
La
convocatoria
de
la
chica,
de
la
que
hablaba
la
esposa
del
jefe
de
Paula,
decía
que
su
nombre
empezaba
con
V
corta,
que
tenía
14
años,
que
era
alegre
y
que
le
gustaría
seguir
en
contacto
con
sus
hermanos
biológicos.
Paula
se
entusiasmó.
Tal
vez
las
cosas
se
darían
mucho
más
rápido
de
lo
que
se
había
imaginado.
A
los
pocos
días
se
presentó
en
el
juzgado
que
aparecía
en
la
convocatoria
pública.
Le
hicieron
una
primera
entrevista
y
le
contaron
un
poco
más
acerca
de
la
niña.
Ahí
le
dijeron
su
nombre
real.Me
impactó
porque
ella
se
llama
Verónica
y
yo
cuando
era
chiquita
decía
que
me
quería
llamar
Verónica.
Cuando
jugaba
me
ponía
ese
nombre. Parecía
ser
otra
señal.
En
esa
entrevista
le
dijeron
que
hacía
cuatro
años
que
Verónica
vivía
en
distintos
hogares
de
menores.
Cuando
tenía
10,
la
justicia
la
sacó
a
ella
y
a
otros
siete
hermanos
de
la
casa
en
la
que
vivían
con
sus
padres
por
situaciones
de
abandono.
Ella
es
la
tercera
y
la
mayor
de
las
mujeres.
Al
principio
los
ocho
hermanos
vivieron
juntos
en
un
mismo
hogar,
pero
luego
los
fueron
separando
por
edades
en
distintas
instituciones.
Ya
con
ellos
en
los
hogares,
sus
padres
habían
tenido
otros
dos
hijos
más
a
los
que
los
hermanos
no
llegaron
a
conocer
porque
fueron
adoptados
por
un
matrimonio
cuando
todavía
eran
bebés.
Aunque
Verónica
tenía
una
historia
dura,
Paula
no
se
asustó.
Cuando
terminó
la
entrevista,
les
dijo
que
quería
seguir
avanzando
con
el
proceso.
Ahora
tocaba
preguntarle
a
Verónica
si
le
interesaba
conocer
a
Paula
para
así
iniciar
lo
que
se
llama
un
“proceso
de
vinculación”,
un
periodo
de
tiempo
previo
a
la
adopción
en
el
que
se
van
conociendo
poco
a
poco.
Verónica
venía
bastante
desencantada
con
el
tema
porque
tiempo
atrás
había
iniciado
una
vinculación
con
una
señora
sin
hijos
que
quería
adoptarla,
pero
las
cosas
no
funcionaron
y
no
siguieron
adelante.
A
pesar
de
eso,
cuando
le
dijeron
que
había
otra
mujer
que
quería
conocerla,
aceptó.
Desde
el
juzgado
citaron
a
Paula
a
dos
entrevistas
más.
Como
ya
le
habían
hecho
la
evaluación
psicológica
y
habían
visitado
su
casa
ya
estaba
casi
todo
listo
para
que
se
conocieran.
Pero
antes
de
eso,
Paula
necesitaba
contarle
la
noticia
al
resto
de
su
familia.
En
octubre,
todos
se
reunieron
en
la
casa
de
su
mamá
para
celebrar
el
día
de
la
madre.
Estaban
Lucas
y
Mateo,
uno
de
sus
dos
hermanos,
sus
sobrinos.
Estaban
conversando
en
la
mesa
hasta
que
Paula,
sin
más
vueltas,
miró
a
su
mamá
y
le
dijo:
Tengo
una
noticia,
“¿Qué?”
“Vas
a
tener
una
nieta”.
“Ay,
bisnieta,
querrás
decir”.
(Risas).
Ella
pensó
que
Lucas
o
Mateo
iban
a
tener
un
hijo.
Bisnieta.
No,
una
nieta
¿cómo?
Una
nieta,
mía,
una
hija
mía. Su
mamá
no
lo
podía
creer.
No
entendía
nada.
Le
preguntó
por
qué
lo
hacía
y
le
dijo
que
iba
a
tener
muchos
problemas.
Pero
Paula
la
tranquilizó,
le
aseguró
que
todo
iba
a
estar
bien.
Y,
además,
le
aseguró
que
nada
de
lo
que
le
dijeran
la
haría
cambiar
de
opinión.
Pasada
la
sorpresa,
su
mamá
le
dijo
que
la
apoyaría
en
todo
lo
que
necesitara.
El
resto
de
la
familia
también.
Un
mes
después,
Paula
estaba
en
el
centro
comercial
esperando
a
Verónica
por
primera
vez,
la
escena
con
la
que
empezamos
esta
historia.
Habían
pasado
tan
solo
cuatro
meses
desde
que
había
ido
al
cine
a
ver
aquella
película.
Ni
la
mitad
de
tiempo
de
lo
que
dura
un
embarazo.
Ese
encuentro
en
el
que
las
dos
no
podían
parar
de
reírse
de
los
nervios
no
duró
más
de
una
hora
y
luego
le
preguntaron
a
cada
una
por
separado
como
la
habían
pasado
y
si
estaban
dispuestas
a
volver
a
verse.
Ambas
dijeron
que
sí.
Quisimos
hablar
con
Verónica
mientras
reporteábamos
esta
historia,
pero
no
tenía
ganas
de
ser
entrevistada.
Pero
aceptó
responder
algunas
preguntas
que
le
propusimos
a
Paula
que
le
hiciera.
Como
por
ejemplo,
qué
recordaba
de
aquel
día.
Acá
Paula
y
Verónica:¿Qué
te
acordás
de
la
primera
vez
que
me
viste
en
ese
día
en
el
shopping?
¿Te
caí
bien
de
entrada?
¿Qué
pensaste
de
mí?Eh…
Pensé
que
me
caíste
bien.
Ehhh.
Nunca
pensé
que
ibas
a
ser
tan
simpática,
la
verdad.Hubo
tres
o
cuatro
encuentros
más
en
distintos
centros
comerciales
a
los
que
Verónica
llegaba
siempre
acompañada
por
la
directora
del
hogar
y
la
abogada.
Cuando
les
daban
permiso,
se
iban
a
caminar
un
rato
las
dos
solas
para
conversar.
Verónica
le
hablaba
a
Paula
de
su
mejor
amiga
del
hogar,
de
la
música
que
le
gustaba.
Pero
sobre
todo
de
sus
hermanos. El
vínculo
entre
mis
hermanos
y
yo
es
muy
fuerte,
mucho
más
fuerte
que
cualquier
otro
vínculo.
No
digo,
no
estoy
despreciando
otro
vínculo,
pero
digo
que
siempre
los
tuve
más
a
mis
hermanos
que
a
mis
padres.Aunque
cada
tanto
los
veía,
hacía
tiempo
que
ya
no
vivía
con
ninguno
de
ellos
y
los
extrañaba
mucho.
Paula
también
empezó
a
llamarla
por
teléfono
al
hogar
pero
no
era
tan
fácil.
Solo
lo
podía
hacer
en
unos
horarios
específicos.
En
ese
momento,
Verónica
estaba
viviendo
en
una
casa
para
madres
e
hijos
víctimas
de
violencia.
Como
era
confidencial,
Paula
no
podía
ir
a
visitarla.
Ni
siquiera
sabía
exactamente
dónde
quedaba,
solo
que
era
en
Del
Viso,
una
localidad
a
unos
40
kilómetros
de
Buenos
Aires,
donde
ella
vivía.
Por
las
condiciones
del
hogar,
Verónica
llevaba
una
vida
bastante
aislada.
La
buscaban
en
una
camioneta
para
ir
todos
los
días
a
la
escuela,
pero
no
podía
tener
mucha
vida
social
más
allá
de
eso:
se
perdía
los
cumpleaños
y
las
salidas
con
sus
compañeros,
por
ejemplo.
Como
las
cosas
iban
marchando
muy
bien
entre
ellas
dieron
el
siguiente
paso:
Verónica
iría
a
conocer
la
casa
de
Paula,
la
que
–si
todo
seguía
así–
también
sería
la
suya.
También
conocería
a
Lucas
y
Mateo,
sus
futuros
hermanos.
Iba
a
ser
un
día
muy
especial
para
todos.Acomodamos
toda
la
casa,
limpiamos
todo.
Estábamos
ansiosos. Hasta
que
finalmente,
Verónica
llegó…Ella
estaba
mucho
más
tranquila
que
nosotros.
O
sea,
ella
estaba
haciendo
chistes,
hablaba,
sacaba
charla.
Recorría
toda
la
casa,
se
ponía,
se
ponía
unos
sombreros
que
tiene
ahí
mi
mamá. Le
mostraron
cuál
sería
su
habitación.
Mateo
había
decidido
cederle
su
cuarto
y
pasarse
a
uno
más
pequeño
para
que
ella
estuviera
más
cómoda.
Almorzaron
juntos
en
la
casa
y
después
quisieron
que
conociera
el
barrio.
Paula
vive
en
una
zona
con
muchos
edificios,
cerca
de
una
avenida
repleta
de
negocios. Ese
primer
día
que
salimos
a
caminar.
Quedamos
muy
impactados
porque
ella
hablaba
con
todo
el
mundo.
Paraban
los
autos
en
ese
semáforo
y
ella
le
decía
“¿Qué
hacés?
¿Cómo
te
va?”
Se
va
a
ir
con
alguien,
decía
yo.Muy
pocas
veces
había
estado
en
la
ciudad
de
Buenos
Aires.
Era
un
mundo
totalmente
diferente
para
ella.No
tenía
noción
de
cómo
moverse
en
la
calle,
por
donde
se
cruza,
cuando
se
cruza. Y
de
esa
caminata,
él
se
acuerda
que
cuando
pasaron
por
una
verdulería
Verónica,
sin
que
la
vieran,
se
agarró
una
ciruela.
Pasó
media
cuadra
y
dijimos:
“Y
eso
¿de
dónde
lo
sacaste?”
“No,
no,
lo
agarré
de
ahí”.Paula
tuvo
que
volver
a
la
verdulería,
pedir
disculpas
y
pagar.Ella
sabía
que
no
se
hacía
eso,
¿no?
Lo
hacía
eso,
mostrando
que
era
brava. Quería
llamar
la
atención
todo
el
tiempo,
como
que
ella
era
así,
era
picante,
era
como
atrevida,
no
sé.Cuando
volvieron
del
paseo
estuvieron
un
rato
largo
en
el
patio. Me
acuerdo
que
habíamos
puesto
música
y
nos
habíamos
puesto
a
bailar,
fueron
muy
simpáticos
todos,
muy
alegres. Verónica
puso
algo
de
reggaeton,
Mateo
trap,
Lucas
alguna
cumbia
y
algunos
clásicos
de
rock:
Pink
Floyd,
Queen…
Paula
fue
por
algo
más
tranquilo:
canciones
de
Joaquín
Sabina
y
algunas
otras
artistas
latinas.
Estuvieron
bailando
y
cantando.
Era
como
si
la
música,
de
a
poco,
los
ayudara
a
empezar
a
conocerse,
a
achicar
esa
distancia
inmensa
que
todavía
los
separaba.
Esa
misma
tarde,
antes
de
volverse
al
hogar,
Verónica
les
escribió
una
carta
a
Lucas
y
Mateo.
Les
decía
que
había
sido
uno
de
los
días
más
felices
de
su
vida. Después
de
conocer
su
casa,
la
relación
entre
Paula
y
Verónica
siguió
muy
bien
y
empezó
a
irse
con
ella
a
pasar
los
fines
de
semana.
Salían
a
pasear,
charlaban,
pasaban
el
rato
mirando
series
o
películas
con
Mateo.
Pero
Paula
tenía
muy
claro
que
Verónica
quería
seguir
viendo
a
sus
hermanos
y
estaba
dispuesta
a
apoyarla
en
eso.
Así
que
uno
de
esos
fines
de
semana,
se
puso
en
contacto
con
ella: Me
llamo
Victoria,
sí.
Me
dicen
Vicky
desde
muy
chiquita.Dos
años
antes,
en
2016,
Vicky
Roncagliolo
y
su
esposo
habían
adoptado
a
tres
de
los
hermanitos
de
Verónica
que
en
ese
entonces
tenían
8,
6
y
4
años.
Desde
un
primer
momento
se
habían
propuesto
que
los
niños
siguieran
en
contacto
con
el
resto
de
sus
hermanos
biológicos.
Ni
bien
se
mudaron
a
su
casa
empezaron
a
hablar
con
los
hogares
donde
estaba
cada
uno
de
ellos
y
les
pedían
permiso
para
ir
a
visitarlos.
Vicky
recuerda
muy
bien
el
día
que
conoció
a
Verónica.
Tenía
12
años. Vero
fue
como…
Fue
como
la
madre
de
todos,
siendo
muy
chiquita,
fue
como
la
madre
de
todos.
Y
algo
que
desde
el
comienzo
siempre
me
conmovió
es
como
su
enorme
generosidad
para
conmigo
como
de,
de
darme
a
sus
hermanos.Ella
podría
haber
sentido
celos,
o
podría
no
haber
aceptado
que
sus
hermanos
más
chiquitos
se
fueran
con
otra
familia.
En
cambio
les
decía
que
se
portaran
bien,
que
le
hicieran
caso
a
Vicky
en
todo,
que
ella
estaba
para
cuidarlos.
Durante
esos
dos
años
Vicky
y
los
niños
visitaron
periódicamente
a
Verónica
en
el
hogar
hasta
que
un
día,
cerca
de
la
Navidad
de
2018,
ella
les
contó
que
estaba
conociendo
a
Paula
y
que
las
cosas
iban
muy
bien.
Que
si
todo
seguía
así,
pronto
se
mudaría
a
su
casa.
Sus
hermanos
saltaron
de
felicidad
con
la
noticia.
“Ay,
Vero
consiguió
mamá,
ahora
Vero
tiene
mamá,
ahora
Vero
tiene
mamá,
ahora
Vero
tiene
mamá”.
Y
aparte
porque
bueno
ahora
nos
vamos
a
poder
ver,
como
que
de
alguna
manera
era
más
simple
verse. Verse
sin
intermediarios,
sin
la
necesidad
de
pedir
permiso
en
el
hogar.
Ese
fin
de
semana
que
Paula
llamó
a
Vicky
y
hablaron
por
primera
vez
organizaron
un
encuentro
para
que
Verónica
viera
a
sus
tres
hermanitos. Vinieron
a
casa
y
nos
fuimos
a
una
plaza
con
todos
los
chicos
y
no
parábamos
de
hablar.
No
podíamos
parar
de
hablar,
hablar
las
dos. Enseguida
tuvieron
una
conexión
muy
especial
entre
ellas.
Eso
tranquilizaba
a
Verónica
porque
sabía
que
si
se
iba
a
vivir
con
Paula
podría
seguir
viendo
a
sus
hermanos
sin
ningún
tipo
de
problema.
También
le
dijo
que
cuando
quisiera
podía
invitar
a
la
casa
a
los
otros
hermanos
que
aún
vivían
en
distintos
hogares.
Finalmente,
después
de
pasar
algunos
fines
de
semana
juntas,
el
18
de
enero
de
2019,
dos
meses
después
de
haberse
visto
por
primera
vez,
Verónica
se
mudó
definitivamente
a
la
casa
de
Paula.
Mateo
y
Lucas
la
esperaban
con
un
cartel
enorme
que
decía:
“Bienvenida
a
tu
casa”.
Era
el
comienzo
de
una
nueva
familia.
Paula
sabía
que
en
esa
etapa
lo
que
más
necesitaría
sería
tiempo,
mucho
tiempo.
Primero,
para
cosas,
por
decirlo
de
alguna
forma,
prácticas:
por
ejemplo,
llevar
a
Verónica
a
decenas
de
médicos
porque
ni
siquiera
tenía
una
historia
clínica,
conseguir
una
psicóloga,
enseñarle
a
moverse
por
el
barrio,
buscarle
una
escuela.
Pero
también
tiempo
para
construir
el
vínculo.
Necesitaba
estar
con
ella,
conocerla
cada
día
un
poquito
más,
ganarse
su
confianza.
Explicó
la
situación
en
su
trabajo
y
logró
que
le
dieran
una
licencia
por
seis
meses.
También
había
que
replantear
la
dinámica
de
la
casa.
Paula
se
sentó
con
Mateo
y
Verónica
para
negociar
entre
los
tres
las
reglas
de
convivencia.
Cada
uno
fue
proponiendo
normas
e
hicieron
una
especie
de
contrato. Era
lógico
que
tuviéramos
que
charlar
las
reglas.
Incluso
que
tal
vez
entendiera
que
yo
también
las
estaba
asumiendo
como
para
decir:
“Bueno,
no
sos
solo
vos
Vero
la
que
tiene
que
cumplir
las
reglas,
somos
todos”. Eran
cosas
básicas,
como
respetarse
el
uno
con
el
otro,
moverse
con
cuidado
en
la
calle,
avisar
si
llegarían
más
tarde
a
casa.
Poco
a
poco,
Paula
y
Mateo
se
empezaban
a
dar
cuenta
que
hasta
las
cosas
más
simples
eran
algo
totalmente
sorprendente
para
Verónica.
Para
ella
tener
habitación
para
ella
sola
fue
Disney. Era
la
primera
vez
que
tenía
su
propio
espacio,
que
podía
cerrar
la
puerta
y
estar
un
rato
sola.
Tenía
un
montón
de
hermanos
y
después
en
los
hogares
eran
un
montón
de
chicos
en
cada
habitación.
Así
que
eso
fue
lo
mejor.
Pero
no
era
lo
único,
había
muchos
más
ejemplos: No
manejaba
plata.
Y
capaz
que
yo
ya
desde
chiquito
sí,
¿viste?
como
que
mi
vieja
me
decía:
“Tomá
para
ir
a
la
escuela,
compráte
algo,
tomate
el
colectivo”.
O
también,
por
ejemplo,
el
tema
de
la
hora.
O
sea,
no
sabía
leer
un
reloj.
No
entendía
lo
de
y
media
y
cuarto,
menos
cuarto,
no
tenía
ese
concepto. A
pesar
de
haber
ido
a
la
escuela,
había
muchas
cosas
de
ese
tipo
que
no
tenía
incorporadas.
Así
que
durante
esos
primeros
días
Mateo
empezó
a
enseñarle
a
leer
la
hora,
a
manejar
el
dinero
y
también
a
moverse
en
la
calle
usando
el
mapa
del
celular. Incluso
hacíamos
pruebas.
Bueno,
estamos
acá.
¿Cómo
volvemos
ahora
a
casa?Hasta
ese
entonces,
Verónica
tampoco
había
tenido
una
abuela.
Unos
días
después
de
haber
llegado
a
la
casa,
Paula
invitó
a
su
mamá
a
almorzar
para
que
se
conocieran.
Aún
recuerda
la
reacción
de
su
madre
aquel
día: Llegó
mi
mamá
y
ella
la
fue
a
saludar
como
si
la
conociera
de
toda
la
vida
y
le
hablaba.
Ella
tenía
como
un
discurso,
una
manera
de
hablar
que
era
como
en
pose,
no
como
que
ella
quería
parecer
que
era
una
chica
de
la
calle
y
le
gustaba
decir:
“Ehh,
voos
cómo
andas,
qué
haces”.
Y
mi
mamá
que
es
más
tímida
y
como
estaba
asombradísima
como…
no
podía
creer.Una
vez
en
la
mesa,
mientras
comían
un
asado,
Verónica
empezó
a
decir
groserías,
a
gritar… Nos
quería…
no
sé,
cómo
decir,
como
asustar
desde
un
principio
como
para…
No
sé,
creo
como
un
mecanismo
de
defensa
como
para
decir:
“Miren
que
yo
soy
quilombera.
Yo
soy
picante.
¿Se
la
van
a
aguantar
conmigo”.
O
sea,
era
como
eso.
Nos
ponía
a
prueba. Ella
misma
lo
reconoce. Y
bueno,
era
muy
alborotada,
era
todo
muy
nuevo
para
porque
imagínate
cuatro
años
dentro
de
un
hogar
sin
tener
relación
con
nadie,
solamente
con
los
chicos
del
hogar.
Era
difícil.Pero,
con
mucha
paciencia
y
tratando
de
entenderla
ellos
estaban
seguros
de
que
podrían
superar
esa
prueba.
Y
en
medio
de
ese
torbellino
que
estaba
cambiando
a
toda
la
familia,
había
que
resolver
algo
importante.
En
tan
solo
días
Verónica
cumpliría
sus
15
años
y
no
podía
pasar
como
un
día
más.
Paula
le
venía
preguntando
qué
quería,
hacer
pero
ella
estaba
indecisa.Un
día
me
decía:
“Sí
quiero
fiesta,
quiero
un
vestido
largo,
quiero
peinado
y
maquillaje,
quiero
fiesta”.
Y
al
día
siguiente
me
decía:
“No,
no,
mejor
no
quiero
nada”.
Así
estuvo
unos
días
hasta
que
dije:
“Bueno,
la
hacemos”. Organizaron
una
reunión
en
su
casa.
Sería
una
especie
de
presentación
en
sociedad
de
la
nueva
familia.
Verónica
se
puso
un
vestido
largo
color
champagne
y
unas
zapatillas
doradas.
Esperó
en
la
plaza
con
su
mejor
amiga
del
hogar
hasta
que
llegaran
todos
los
invitados…
Y
ella
entró
con
su
coronita
y
su
peinado. Había
unas
70
personas
amontonadas
en
la
casa:
toda
la
familia
de
Paula,
sus
amigas
de
toda
la
vida,
una
decena
de
compañeros
del
hogar
de
Verónica,
dos
de
sus
hermanos
que
vivían
en
hogares
y
por
supuesto
Vicky
y
los
tres
hermanitos.Vero
estaba
hermosa
y
ellos
estaban
refelices.
Refelices
de
estar
juntos.Comieron,
bailaron,
cantaron
karaoke…
Cuando
terminó
la
fiesta
y
todos
se
fueron,
Verónica
se
puso
a
abrir
los
regalos.
Paula
fue
a
compartir
ese
momento
con
ella
y
notó
que
le
había
sacado
las
etiquetas
a
todo. “Ay,
no”,
le
digo,
“mirá
si
tenés
que
cambiar”…
Un
pantalón,
por
ejemplo.
“¿Y
qué?
¿No
hay
que
sacar
las
etiquetas
todavía?”
Ah,
no,
ni
idea.
Claro,
ella
abría
y
traaa,
arrancaba…
una
pavada,
pero
bueno,
como
que
no
tenía
en
cuenta
nada.
Ni
idea.
¿Qué
es
cambiar
un
regalo?
Elegir.
Eso
de
elegir.
Era
nuevo,
por
completo.A
los
pocos
días
de
su
cumpleaños,
Verónica
empezó
las
clases.
Paula
la
había
anotado
en
una
escuela
pública
muy
cerca
de
su
casa.
Como
durante
la
primaria
había
repetido
dos
cursos,
la
inscribieron
en
primer
año
de
secundaria,
dos
años
por
debajo
de
lo
correspondiente
a
su
edad.
Paula
la
acompañó
los
primeros
días
caminando
y
luego
Verónica
aprendió
el
camino
y
empezó
a
ir
sola.
Como
estaba
muy
atrasada
en
los
contenidos,
le
hicieron
un
proyecto
pedagógico
individual
y
empezó
a
tener
un
acompañante
personal
en
la
escuela
que
la
ayudaba
a
ponerse
al
día.
Paula
la
incentivaba
a
que,
después
de
clase,
invitara
a
sus
compañeras
a
almorzar
a
la
casa,
así
también
empezaba
a
relacionarse
mejor.
Así
que
algunos
días
de
la
semana,
Verónica
llegaba
con
un
par
de
amigas
y
comían
juntas
hasta
la
hora
de
volver
a
la
escuela,
para
la
clase
de
educación
física.
Pero
en
la
escuela
ella
también
estaba
dispuesta
a
parecer
una
chica
brava.
Por
miedo
a
que
la
atacaran,
atacaba
primero.
Cuando
intuía
que
alguno
de
los
chicos
le
podía
decir
algo
molesto
a
ella
o
alguna
de
sus
compañeras,
enseguida
los
empezaba
a
confrontar.En
vez
de
defender
era
más
un
ataque
de
ella
previo,
iba
muy
al
choque.Y
cualquier
límite
que
quisieran
ponerle
era
en
vano.
No
tenía
muy
marcada
la
autoridad,
por
así
decirlo,
o
las
relaciones
para
con
un
profesor,
para
con
una
madre,
para
con
un
director.Los
profesores
llamaban
a
Paula.
Le
decían
que
Verónica
tenía
revolucionada
a
toda
la
clase,
que
por
favor
hiciera
algo.Me
llegaron
a
plantear
por
qué
no
la
mandaba
a
una
escuela
con
chicos
como
ella.
Tremendo,
porque
yo
les
decía:
“¿Y
cómo
son
los
chicos
como
ella?
¿No?Mateo
recuerda
que
Verónica
volvía
muy
enojada
a
la
casa.
Y
a
él
también
le
dolía
mucho
la
situación. Le
hacían
dudar
si
realmente
era
su
lugar,
cosa
que
a
nosotros
nos…
como
que
no
nos
enojaba
mucho
el
hecho
de
que…
No
sé,
cuestionaban
si
ella
podía
pertenecer
ahí
o
no. Aunque
sabía
que
las
cosas
no
le
estaban
resultando
fáciles,
Paula
la
veía
contenta
con
ellos
y
no
vio
venir
lo
que
pasó
unas
semanas
después.
Fue
justo
para
el
cumpleaños
número
54
de
Paula,
dos
meses
después
de
que
Verónica
se
mudara
con
ella.
Estaban
almorzando
en
su
casa
con
Lucas
y
Mateo
cuando
Verónica,
de
un
momento
a
otro…Se
puso
la
capucha
literalmente
ese
día.
Se
sentó
ahí
y
se
puso
seria
así.
Me
decía:
“Me
quiero
ir,
me
quiero
ir.
No
por
qué,
yo
no
aguanto”.Paula
se
desesperó: Fue
muy
fuerte.
Me
tembló
todo.
Ahí
empecé
wuaaa.
Se
me
cayó
todo
y
yo
dije
se
va,
porque
aparte
yo
sabía
que
le
iban
a
escuchar
a
ella.
Cuando
un
chico
se
quiere
ir,
se
puede
ir.Y
obvio
a
mi
vieja
le
daba
mucha
tristeza.
Cuando
le
generó
esa
tristeza
o
ese
miedo
de
que
ella
se
vaya,
cayó
en
la
cuenta
de
que,
de
que
ya
era
importante
en
su
vida
Vero
y
que
la
quería.Aquel
miedo
que
había
sentido
Paula
la
primera
vez
que
la
vio,
de
si
iba
a
poder
quererla
o
no,
ya
no
existía.
Pero
el
otro
miedo,
de
que
Verónica
no
quisiera
estar
con
ella,
seguía
ahí.
Ahora
sabía
que
si
la
perdía
sentiría
un
vacío
enorme,
indescriptible.
El
mismo
que
sentiría
en
caso
de
perder
a
Lucas
o
Mateo.
Ella
ya
la
sentía
su
hija
y
haría
lo
que
fuera
para
que
se
quedara
en
casa.
Una
pausa
y
volvemos…Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante,
soy
Daniel
Alarcón.
Antes
de
la
pausa
conocimos
la
historia
de
Paula
Resnik,
una
mujer
que,
a
sus
53
años
y
con
dos
hijos
ya
grandes,
había
decidido
adoptar
a
Verónica,
una
adolescente
de
14.
Llevaban
dos
meses
viviendo
juntas
cuando
llegó
la
primera
crisis
y
Verónica
dijo
que
ya
no
aguantaba
más,
que
se
quería
ir.
Aneris
Casassus
nos
sigue
contando.Paula
no
entendía
qué
era
lo
que
estaba
pasando,
la
actitud
de
Verónica
la
había
tomado
totalmente
por
sorpresa.No
es
que
venía
quejándose
o
de
que
había
cosas
que
estaban
mal,
parecía
que
estaba
todo
bien
a
decir:
“Me
quiero
ir”. Más
allá
de
lo
que
pasaba
en
la
escuela,
nunca
se
había
quejado
de
Paula,
de
Mateo
ni
de
la
convivencia.
Mientras
Verónica
seguía
con
la
capucha
puesta
sentada
en
el
sillón,
Paula
le
preguntaba
qué
era
lo
que
sentía,
si
le
había
molestado
algo
en
particular.
Pero
ella
lo
único
que
decía
era: Que
no
quería
que
la
quieran,
que
quería
estar
en
un
hogar,
como
que
era
así
todo
así
más
despersonalizado,
¿no?
Como
que,
que
era
muy
fuerte
para
ella. Era
un
cambio
de
vida
muy
grande.
En
sus
primeros
años
de
la
infancia
había
sido
como
la
madre
de
sus
hermanos
y
luego
vinieron
los
cuatro
años
en
los
hogares,
conviviendo
con
otros
niños.
Ahora,
de
repente,
pasaba
a
ser
una
hija.
Una
hija
a
la
que
cuidaban.
Pero
para
Verónica
no
era
fácil.
Hasta
le
costaba
recibir
los
abrazos.Confiar
en
un
adulto
es
muy
difícil
para
ella
y
para
todos
los
chicos
que
pasan
estas
situaciones
porque
los
adultos
le
fallaron
siempre.Paula
enseguida
sospechó,
además,
que
lo
que
Verónica
sentía
era
una
especie
de
culpa
porque
algunos
de
sus
hermanos
seguían
en
hogares,
sin
encontrar
familia.
Le
estaba
costando
mucho
lidiar
con
tantas
emociones.
Aquí
Verónica:Era
difícil.
Había
muchos
sentimientos.
Altas
y
bajas
y,
y
me
quería
ir
porque,
porque
pensé
que
iba
a
ser
lo
mejor.
Qué
yo.
Irme. Paula
sabía
que
lo
que
le
dijeran
en
ese
momento
podría
ser
decisivo.
Era
su
primera
crisis
y
–junto
con
Lucas
y
Mateo–
debían
mostrarse
firmes
como
familia.
Mateo
se
acuerda
que
le
dijo:Que
aunque
ella
se
sintiera
así,
nosotros
la
íbamos
a
bancar
y
vamos
a
pasarlo
juntos,
digamos.
O
sea.
No
teníamos
la
intención
de
que
todo
lo
que
habíamos
construido
se
desvanezca.
O
sea,
yo
supongo
que
ella
tampoco.
Pero
bueno,
también
entiendo
que
ella
ya
había
caído
un
poco
en
todo
y
le
daba
miedo.Entonces,
bueno,
le
dijimos:
“Mirá,
nosotros
te
entendemos
que
a
vos
te
cueste.
Pero
vos
sos
mi
hija
y
los
hijos
no
se
devuelven.
Vos
ahora
sos
mi
hija,
esta
es
tu
casa”. Aunque,
para
ser
precisos,
legalmente
todavía
no
lo
era.
Verónica
estaba
en
lo
que
se
llama
el
periodo
de
guarda.
Es
un
tiempo
de
hasta
seis
meses
que
se
establece
para
comprobar
que
el
niño
se
integre
bien
a
la
nueva
familia
antes
de
iniciar
el
juicio
para
la
adopción
definitiva. Y
bueno
así
estuvo
bastantes
días
con
esta
postura
y
yo
firme
también
seguí
con
mi
frase
de
cabecera
que
los
hijos
no
se
devuelven
y
que
te
entiendo
y
que
te
banco,
pero
en
casa.
Te
acompaño
a
donde
sea.
Vamos
a
ver
a
quien
quieras
ver
y
todo.
Pero
no,
no,
no
te
podés
ir. Le
repetía
que
cuando
quisiera
podían
ir
a
visitar
a
sus
hermanos
o
que
también
podían
invitarlos
a
la
casa.
Quería
que
no
tuviera
dudas
de
que
ella
la
ayudaría
a
mantenerse
cerca
de
ellos.
Poco
a
poco
a
Verónica
se
le
fue
pasando
esa
primera
crisis
y
con
el
tiempo
Paula
descubriría
que
no
fue
casual
que
llegara
justo
el
día
de
su
cumpleaños.
Paula
me
contó
que
a
Verónica
los
cumpleaños
le
pegan
mucho
emocionalmente.
Quizás
porque,
en
medio
de
muchas
carencias
y
cosas
feas,
es
uno
de
los
pocos
recuerdos
lindos
que
conserva
de
su
infancia.
Cada
vez
que
alguno
de
sus
hermanos
cumplía
años,
en
su
casa
se
las
arreglaban
como
fuera
para
conseguir
una
torta,
soplar
las
velitas
y
festejar.
Los
meses
que
siguieron
Verónica
continuó
adaptándose
a
su
nueva
vida.
El
vínculo
con
Paula
era
cada
vez
mejor.
También
estaba
construyendo
una
linda
relación
con
Lucas
y
Mateo.
Empezaban
a
tener
códigos
de
hermanos. Yo
le
contaba
cualquier
cosa
de
algo
que
me
había
pasado
y
ella
saltaba
para
defenderme,
como
decía:
“¿Qué
pasó
con
esto?
Voy
y
lo
mato”,
¿entendés?
O
me
cuidaba
como
cuidaba
a
sus
hermanos.
Hay
veces
que
nos
miramos
y
nos
cagamos
de
risa
porque
no
sé,
tal
vez
pasa
algo
con
Paula.
Se
enoja
Paula
por
cualquier
boludez,
con
Paula,
bueno
con
mamá.
Y
nos
miramos
entre
nosotros
y
nos
reímos.Y
con
la
abuela,
que
al
principio
se
había
asustado
un
poco,
se
juntaban
muchas
tardes
a
tomar
el
té.
Verónica
quería
saber
más
de
toda
esa
ceremonia
que
la
abuela
hacía
con
tanta
dedicación:
cómo
acomodar
las
tazas,
dónde
poner
la
cucharita.
La
abuela,
feliz,
le
explicaba.
Al
poco
tiempo,
Verónica
ya
se
la
había
comprado
por
completo.
Era
muy
cariñosa
con
ella.
En
la
escuela
las
cosas
también
empezaron
a
mejorar.Empezó
a
tomarle
el
gusto
a
la
responsabilidad,
a
cumplir,
a
llegar
en
horario…
A
ser
más
cauta,
a
pensar
las
cosas,
a
tener
otra
reflexión,
a
valorar
otro
tipo
de
diálogo.Mientras
tanto,
Paula
y
Vicky
–la
mamá
adoptiva
de
los
otros
tres
hermanitos–
seguían
organizando
encuentros
para
que
los
chicos
se
vieran.
Buscaban
a
los
otros
hermanos
que
aún
vivían
en
los
hogares,
y
los
sumaban
a
los
planes.
Iban
a
pasear,
a
una
plaza,
al
cine.
Verlos
tan
felices
cuando
estaban
juntos
les
daba
la
certeza
de
que
ellas
deberían
hacer
todo
lo
posible
para
que
siguieran
unidos.
Además,
para
Paula
y
Vicky
era
una
forma
de
contenerse
mutuamente.
De
compartir
los
miedos
y
los
desafíos
que
les
presentaba
la
maternidad.
Los
problemas
que
surgían
en
sus
casas
eran
muy
similares
y
se
apoyaban
y
se
daban
ideas
sobre
la
mejor
manera
de
afrontarlos.
Cada
vez
que
se
veían
no
paraban
de
hablar
y
el
resto
del
tiempo
estaban
en
contacto
permanente
por
chat,
escuchándose
la
una
a
la
otra
sabiendo
que
jamás
se
juzgarían.
Fortaleciendo
un
vínculo
para
el
que
no
existe
un
nombre.Nosotros
decimos
comadres
porque
es
lo
que
nos
parece,
lo
más
cercano
a
la
realidad,
pero
no
existe
la
palabra
para
ese
vínculo
y
es
algo
muy
cercano,
porque
nuestros
hijos
son
hermanos
biológicos
por
madre
y
padre.
Entonces
hay
algo
que
nos
une
más
allá
de
todo
y
que,
y
que
nos
hace
entender
mucho
a
los
chicos
y
a
lo
que
nos
pasa
a
las
dos
y
a
las
familias. De
compartir
también
la
información
a
retazos
que
cada
una
tenía.
Habían
podido
leer
algunos
expedientes,
los
chicos
contaban
ciertas
cosas,
pero
aún
quedaban
muchos
vacíos
en
la
historia
de
sus
hijos.
Cada
dato
era,
para
Vicky,
una
pieza
más
de
un
rompecabezas
que
ella
guardaba
como
oro:Yo
tengo
todo
el
cuadernito
anotado
con
un
montón
de
fechas
y
cosas
que
ella
se
entera
o
que
yo
me
enteré
en
algún
momento. Porque
saben
que
tarde
o
temprano,
sus
hijos
querrán
volver
al
origen
y
ellas
quisieran
darles
la
mayor
cantidad
de
respuestas
posibles.
Eso
fue
justamente
lo
que
le
pasó
a
Verónica
al
año
de
haber
llegado
a
la
casa
de
Paula.
Para
su
cumpleaños
número
16,
pidió
de
regalo
algo
especial:
quería
volver
a
ver
a
su
mamá
biológica,
Carolina.
Durante
los
cuatro
años
que
había
vivido
en
hogares,
la
había
visto
solo
una
vez.
Paula
me
contó
que
durante
mucho
tiempo
había
estado
enojada
con
ella,
pero
que
con
el
tiempo
había
empezado
a
entenderla
un
poco
más.
Paula
siempre
se
había
mostrado
abierta
a
que
le
hablara
de
ella,
pero
igual
la
impactó
un
poco
el
pedido. Vero
pensaba
que
a
me
iba
a
dar
celos
y
me
lo
dijo:
“Vos
estás
celosa
de
Carolina”,
me
dice.
“No,
cómo
voy
a
estar
celosa”.No
eran
celos,
tampoco
miedo.
Pero
una
especie
de
incertidumbre
sobre
cómo
podría
resultar
esa
reunión.
Igual
aceptó.
Paula
tuvo
que
gestionar
una
autorización
especial
en
el
juzgado
porque
Carolina
no
podía
estar
en
contacto
con
Verónica
ni
con
el
resto
de
sus
hijos.
Se
la
dieron
y
el
día
del
cumpleaños
de
Verónica,
acordaron
reunirse
las
tres
en
la
estación
de
trenes
de
Retiro,
para
viajar
juntas
a
Puerto
de
Frutos,
un
mercado
ubicado
junto
al
río.Nos
encontramos
en
el
andén,
se
dieron
un
abrazo
así
como
muy
suavecito.
Un
beso.
Bueno,
nos
subimos
a
un
tren
y
ahí
en
el
viaje,
Carolina
estaba
muy
emocionada
y
todo
el
tiempo
me
decía:
“Ay,
qué
linda
que
está
Vero,
qué
linda
que
está
Vero,
gracias
por
cuidarla”. Cuando
llegaron
fueron
a
tomar
la
merienda
al
mercado.
Pidieron
una
torta
para
soplar
las
velitas.
Paula
recuerda
que
Verónica
estaba
muy
tranquila,
conversando,
feliz
con
los
regalitos
que
le
había
traído
Carolina:
maquillaje,
hebillas
para
el
pelo
y
algunas
otras
cositas.
Y
que
Carolina
no
paraba
de
agradecerle.Todo
el
tiempo
me
me
agradecía
lo
bien
que
estaba,
lo
bien
que
la
trataba
a
ella
me
decía:
“No,
porque
en
algún
momento
era
medio
rebelde
conmigo
y
ahora
me
trata
bien”.
Para
fue
muy
raro,
pero
también
fue,
fue
reparador
conocerla
y
ver
que
era
una,
una
mujer
afectuosa,
sensible,
que
lo
que
no
había
hecho
fue
porque
no
había
podido.
Bueno,
ella
no
pudo,
yo
estoy
acá,
pero
las
dos
ahora
juntas
estamos
para
Vero.El
fantasma
de
la
guerra
entre
la
mamá
biológica
y
la
mamá
adoptiva,
ese
del
que
Verónica
había
escuchado
hablar
tantas
veces
en
los
hogares
por
los
que
había
pasado,
no
tenía
lugar
en
esta,
su
historia. Y
con
mi
mamá
biológica,
gracias
a
Dios
tenemos
una
gran
oportunidad,
de
los
dos
lados,
de
poder
seguir
comunicadas
y
queriéndonos
como
madre
e
hijas.Y
ese
era,
en
definitiva,
el
mejor
regalo
de
cumpleaños
que
hubiera
podido
tener.
Pero
poco
tiempo
después
de
aquel
reencuentro
con
su
mamá
biológica
–cuando
parecía
que
ya
estaba
muchísimo
más
acomodada
a
su
nueva
vida–
Verónica
volvió
a
estallar.
Fue
durante
el
2020,
en
pleno
encierro
de
la
pandemia
por
el
coronavirus.
Mateo
lo
recuerda
muy
bien.Tal
vez
era
difícil
para
ella
de
un
día
para
el
otro,
estar
conviviendo
24/7,
con
2
personas
que
tal
vez
no
conocía
hacía
un
tiempo
y
supongo
que
también
a
ella
eso
le
generó
dudas
o
incertidumbres. Otra
vez
empezó
a
decir
que
se
quería
ir.
A
Verónica
le
estaba
afectando
también
algo
por
lo
que
estaba
pasando
uno
de
sus
hermanos
biológicos.
Él
había
empezado
a
vincularse
con
una
familia,
pero
las
cosas
no
funcionaron
y
había
vuelto
al
hogar.
Y
ni
siquiera
lo
podía
ir
a
visitar
porque
estábamos
en
medio
del
aislamiento.
Esta
vez
parecía
estar
más
decidida
y
quiso
hablar
con
su
abogada.
Le
dijo
que
quería
volver
a
un
hogar,
que
le
estaba
resultando
muy
difícil
vivir
en
familia
y
estar
en
un
lugar
en
el
que
le
pusieran
límites.
Hasta
llegó
a
escribirle
una
carta
a
la
jueza,
pero
la
abogada
le
dijo
que
en
ese
momento
no
se
podía
hacer
ningún
movimiento
por
las
restricciones
de
la
cuarentena,
que
tenía
que
esperar
un
poco.
Y
Paula
–que
ya
había
aprendido
mucho
de
aquella
primera
crisis–
insistió
con
la
frase
que
se
convertiría
en
su
caballito
de
batalla:
los
hijos
no
se
devuelven. Y
se
le
fue
pasando,
se
le
fue
pasando
de
a
poquito
y
después
de
ahí
como
que
pasó
a
ser
todo
incondicional
y
ahí
ella
a
sentirse
relajada,
tranquila.
Empezó
a
expresar
que
nos
quiere
y
que
está
contenta
y
que
valora
la
familia.
Y
empezó
a
portarse
así,
como
es
de
la
familia. Le
pedimos
a
Paula
que
le
preguntara
a
Verónica
sobre
estos
momentos
de
quiebre.Y
hubo
dos
veces
en
que
te
quisiste
ir
de
casa
¿Por
qué?
¿Qué
sentías?
¿Qué
te
hizo
cambiar
de
idea?Lo
que
difícil
fue
que
me
quedara
y
que
entendiera
de
que
bueno,
como
decís
vos,
que
los
hijos
no
se
devuelven,
que
me
convencí
de
que
ustedes
no
me
soltaban,
de
que
iban
a
estar
conmigo
en
las
buenas
y
en
las
malas
y
que
iban
a
estar
siempre
ahí.
Y
hacerme
ver
de
que
iba
a
ser
lo
mejor,
esperar
y
que
las
aguas
se
calmaran
un
poco.
Y
bueno,
la
pudimos
pasar.Después
de
un
año
y
medio
juntos,
se
iba
sacando
el
disfraz
de
“chica
brava”
para
mostrarse
tal
cual
era:
ni
más
ni
menos
que
una
niña.
El
que
me
venga
a
dar
un
beso
cada
noche
antes
de
irse
a
dormir.
El
que
se
deje
abrazar.
Eso
ya
fue
¡ufff!
Un
reavance.Al
fin
todo
empezaba
a
fluir.
Para
ese
entonces,
ya
habían
llegado
muy
buenas
noticias.
Una
de
las
hermanas
de
Verónica
que
aún
vivía
en
un
hogar
también
había
encontrado
familia.
La
adoptó
un
matrimonio
que
ya
tenía
dos
hijas
biológicas.
Pronto
Paula
y
Vicky
conocieron
a
los
nuevos
papás.
Cada
vez
eran
más
familias
unidas
por
estos
hermanos
así
que
armaron
un
grupo
de
whatsapp
para
mantenerse
conectados
y
seguir
organizando
los
encuentros
entre
los
niños.
Le
pusieron
“hermanos
maravilla”.
En
marzo
de
2023,
cuando
hablé
por
primera
vez
con
Paula
por
teléfono,
estaba
muy
emocionada
porque
ese
domingo
Verónica
y
sus
hermanos
biológicos
se
iban
a
encontrar
por
primera
vez
con
los
dos
más
chiquitos,
los
que
habían
nacido
cuando
ellos
se
habían
ido
de
la
casa
y
habían
sido
dados
en
adopción
de
bebés.
Verónica
había
insistido
mucho
en
conocerlos.
Los
hijos
de
Vicky
también.
Ya
tenían
7
y
8
años.
Acordaron
reunirse
todos
en
un
parque.Una
tarde
de
calor
impresionante.
Hicimos
un
picnic
y
bueno,
jugaron
a
la
pelota,
a
la
mancha,
la
calesita,
los
juegos
y
nada,
como
si
se
conocieran
de
siempre. Y
es
en
esos
encuentros
cuando
pareciera
que
todo
empieza
a
cerrarse.
Acá
Vicky
otra
vez:
El
dolor
de
la
separación
entre
los
hermanos
siempre
está.
No
alcanza
con
tener
una
mamá
y
un
papá.
Cierra
cuando
estamos
todos. Como
aquella
tarde
de
calor
en
ese
parque
de
Buenos
Aires.
Cuando
salió
la
sentencia
del
juicio
por
adopción
de
Verónica,
le
preguntaron
qué
apellido
quería
tener.
Ella
dijo
que
el
de
Paula,
Resnik,
y
mantener
su
otro
apellido
en
segundo
lugar. Me
emocionó.
Como
que
le
di
una
importancia
que
no
pensé
que
se
la
iba
a
dar.
Que
ella
eligiera
tener
mi
apellido.
Fue,
fue
lindo. Aunque
nunca
ha
podido
decirle
mamá. Ella
de
entrada
me
dijo:
“Yo
no
te
voy
a
decir
mamá”.
“Bueno,
está
bien,
entiendo.
Estás
un
poco
grande
para
ahora,
de
repente
decirme
mamá,
está
bien”.Pasaron
unos
cuantos
meses
hasta
que
encontró
la
manera
de
llamarla.
Ahora
le
dice
“Resnik”
y
a
las
dos
les
encanta. Porque
además
Lucas
y
Mateo
no
tienen
mi
apellido,
tienen
el
apellido
del
papá.
Entonces,
eso
es
de
ella
sola.
Y
bueno,
le
dio
como
un
lado
tierno
a
eso.Paula
no
estuvo
cuando
Verónica
empezó
a
caminar
o
cuando
dijo
sus
primeras
palabras.
Se
perdió
muchas
primeras
veces,
pero
vivió
otras
de
forma
tan
intensa
como
hubiesen
sido
aquellas. Ser
su
mamá
me
hizo
vivir
las
cosas
con
otra,
con
otra
sensibilidad,
es
como
que
uno
va
viviendo
todos
los
días
cosas
emotivas.Como
cuando
la
llevó
al
teatro
por
primera
vez
o
a
conocer
el
mar.
Mientras
tanto
empezaron
a
tener
gustos
similares.
A
las
dos
les
gusta
mucho
la
salsa
golf.
Y
mucha
gente
les
dice
que
tienen
una
sonrisa
parecida. Hoy
Verónica
tiene
19
años
y
está
terminando
la
escuela
secundaria.
Tiene
una
muy
buena
relación
con
Carolina,
su
mamá
biológica.
Paula
también.
Se
han
visto
varias
veces
más
y
hablan
por
whatsapp
casi
a
diario.
Hace
un
tiempo,
Mateo
se
fue
a
vivir
solo
pero
no
quiso
irse
muy
lejos.
Vive
en
el
departamento
de
al
lado
cosa
de
no
extrañar
demasiado
a
Paula
y
a
Verónica.
Paula
es
parte
del
colectivo
#adoptenniñesgrandes,
una
iniciativa
que
surgió
en
las
redes
sociales.
Un
agradecimiento
a
Itatí
Canido,
del
Consejo
de
los
Derechos
de
Niñas,
Niños
y
Adolescentes
de
la
Ciudad
de
Buenos
Aires,
a
quien
también
entrevistamos
para
esta
historia.
Aneris
Casassus
es
productora
de
Radio
Ambulante
y
vive
en
Buenos
Aires.
Este
episodio
fue
editado
por
Camila
Segura.
Bruno
Scelza
hizo
el
factchecking.
El
diseño
de
sonido
es
de
Andrés
Azpiri
con
música
de
Ana
Tuirán.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Paola
Alean,
Lisette
Arévalo,
Pablo
Argüelles,
Adriana
Bernal,
Diego
Corzo,
Emilia
Erbetta,
Rémy
Lozano,
Selene
Mazón,
Juan
David
Naranjo,
Ana
Pais,
Melisa
Rabanales,
Natalia
Ramírez,
Natalia
Sánchez
Loayza,
Barbara
Sawhill,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa
y
Luis
Fernando
Vargas.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
de
Hindenburg
PRO.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
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Hola ambulantes, llevamos dos semanas de campaña y la respuesta ha sido increíble. Gracias a quienes han donado, nos llena de emoción ver cómo han corrido la voz, los mensajes que nos han mandado, el cariño que nos demuestran. Pero no nos podemos detener. Comenzamos esta campaña con una meta clarísima. Hasta hace unos días, solo el 1% de nuestros oyentes apoyaban el periodismo de Radio Ambulante y El hilo con una donación. Necesitamos duplicar esa cifra. Muchísima gente se ha apuntado, pero ahora tenemos una petición súper clara. Si cada miembro trae un miembro más, lo lograremos. Entonces, piensa en tu amiga a la que le compartiste un episodio que te conmovió, a tu compañero de trabajo o de la universidad con el que estuviste conversando sobre un episodio en la cafetería. Piensa en el chat familiar, donde se discutió un episodio nuestro sobre tu país. De esa gente que conoces, ¿a quién podrías animar a convertirse en miembro? Pásales la voz. Anímalos. Ayúdanos a duplicar ese 1%. Así vamos a asegurar el futuro de Radio Ambulante. Dales este link: radioambulante.org/donar. Gracias. Ahora seguimos con el episodio. Esto es Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Aunque han pasado tres décadas, la argentina Paula Resnik recuerda cada detalle del nacimiento de sus dos primeros hijos. Con Lucas ni se dio cuenta de que había entrado en trabajo de parto. Fue rápido. Nació a la medianoche del 2 de abril de 1991 y todo salió bien. Tres años después llegó Mateo. Paula aún puede oír el llanto de su segundo hijo al nacer y el silencio inmediato cuando lo apoyaron sobre su pecho. Se acuerda, también, del bolso que llevó en las dos ocasiones. Era de patchwork azul y blanco, y se lo había cosido su mamá durante su primer embarazo para que llevara ahí los pañales y las cosas del bebé. Y por supuesto también recuerda muy bien aquel primer tiempo con sus niños recién nacidos. Con cada uno de ellos tenía como una cosa muy, muy simbiótica, muy unida. Yo los amamantaba, los amamanté a los dos, ocho meses a cada uno. Como que yo me sentía que estaba en un mundo paralelo con el bebé.La llegada de su tercera hija, en cambio, fue totalmente distinta. No hubo dolores de parto ni clínicas. La primera vez que la vio, Paula estaba en un centro comercial a las afueras de Buenos Aires. Estaba sentada en un bar tomándose una gaseosa y se sentía muy nerviosa…Ansiosa. Rara. Rarísima la sensación porque, es decir, vengo a conocer a mi hija. Era como insólito. : Unos minutos más tarde la vio, a lo lejos… Y la vi aparecer alta, altísima. Medía 1,75 ya en ese momento, y yo decía: ahhh. Llevaba puesta una camiseta roja, jeans, zapatillas y una camisa escocesa atada a la cintura. Y venía riéndose, riéndose a carcajadas de los nervios. Y yo también me reía. Eran las 11 de la mañana del 23 de noviembre de 2018. Paula tenía 53 años y hacía mucho tiempo que estaba divorciada. Lucas y Mateo ya eran grandes, independientes. Y justo en ese momento, cuando empezaba a tener más tiempo para ella, había decidido ser, otra vez, mamá. Había decidido adoptar a una chica de 14 años. Verónica. Y bueno, me paré y la saludé. La abracé así un poquito porque ella estaba muy dura también y nos mirábamos y nos reíamos.Ninguna de las dos sabía muy bien qué hacer ni qué decir. A Verónica la acompañaban su abogada y la directora del hogar de niños donde vivía. Se sentaron todas en la mesa. Verónica pidió una ensalada de frutas y, por fin, se animó a romper el hielo. Me miró y me dijo: “¿Esos ojos son tuyos?”. “Sí.” “¿No tenés lentes de contacto vos?” “No.” Le llamaron la atención los ojos azules.Paula enseguida le dio una carterita que ella misma le había cosido y otros regalitos de parte de su familia y amigas. Como no podían ir con ella a ese primer encuentro, era una forma de mostrarse cerca. Le entregó una carta que le había escrito y que había doblado en forma de corazón. Verónica la leyó ahí mismo mientras se seguía riendo y guardaba, nerviosa y apurada, el resto de las cosas. Después de un rato en la mesa, la abogada y la directora del hogar les dieron permiso para que fueran a caminar solas por el centro comercial. Y ahí Verónica se soltó.Y ella no paraba de hablar. Y me contaba cosas, muy tremendas, rarísimo que me las contara ese día, que parecía como que me estuviera probando a ver si yo me iba a bancar por todas las cosas tremendas que ella había pasado, su vida, a ver hasta dónde.Aunque trataba de disimularlo, Paula quedó impactada. No solo por las cosas que le contaba, sino por la capacidad que tenía Verónica, con solo 14 años, de verbalizar y ser tan consciente de todo lo que le había pasado. En ese momento a Paula se le cruzaron mil cosas por la cabeza. Eran todas miedos y fantasías mezclados. Y a la vez un entusiasmo de querer a otro hijo. De tener una hija. Era una mezcla hermosa y tremenda. Mientras caminaban, Paula se aferraba a su bolso, el mismo de patchwork azul y blanco que la había acompañado en el nacimiento de sus dos hijos.Llevé ese mismo bolso, que bueno, era una manera de de tener un parto, ¿no? empezar a ahijar a una chica grande. Ahijar a una chica grande con la que tendría que construir un vínculo desde cero. Yo con Lucas y Mateo nunca me lo cuestioné, siempre los quise y el amor fue creciendo y estuvo ahí. Y además el miedo a cómo iba a ser esa relación, si la iba a poder querer. : Y si sería recíproco: si Verónica podría estar bien con ella, si sería capaz de quererla. Sabía que el camino no sería fácil pero Paula estaba decidida a intentarlo. Una pausa y volvemos.Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra productora Aneris Casassus nos sigue contando.Todo comenzó en el cine. Un sábado de julio de 2018 Paula fue con Mariana, su amiga de la infancia, a ver “Joel”, una película argentina que cuenta la historia de un matrimonio que no ha podido concebir hijos e inicia el trámite para adoptar a un niño. Cuando reciben la llamada, las noticias no son exactamente las que esperaban. Hay un niño que podrían adoptar, sí, pero tiene 9 años, bastante más grande de lo que ellos estaban dispuestos a aceptar. A pesar de eso, la pareja decide seguir adelante y conocer a Joel. No quiero spoilear demasiado pero, como se imaginarán, la historia se trata de la construcción del vínculo de esa pareja con el niño y de lo hostil que puede resultar la sociedad. Cuando terminó la película ¡uff! No nos podíamos parar. Nos quedamos ahí un buen rato llorando y charlando sobre la realidad de estos chicos, ¿no? Se quedó un rato hablando con Mariana sobre lo que acababan de ver. Nunca, hasta entonces, se había puesto a pensar en lo que significaba para esos niños la espera por encontrar a alguien que los adopte. Peor aún, ¿qué pasa si cumplen los 18 años sin encontrar una familia? Conversaban sobre todo esto con Mariana y ella, que da clases de escritura en una cárcel, le dijo:Alguno de estos chicos en algún momento de su trayecto pasan por la cárcel. Estos chicos que salen a la vida solos, es una de las posibilidades. Paula no tenía ningún caso de adopción cercano y, además, ella ya tenía a sus dos hijos. La maternidad no era un asunto pendiente. En absoluto. Yo nunca había pensado en la posibilidad de adoptar un hijo. No había sido una posibilidad. Ni sabía sobre el tema ni… nada, no estaba en mi, en mi agenda.Pero la película le despertó un interés por saber más de una realidad lejana para ella. Se quedó pensando en el tema y se puso a investigar. Primero, en internet. Buscaba información sobre cómo era el proceso de adopción, cuáles eran las leyes vigentes. Pero esa búsqueda que inició casi por curiosidad se convirtió en una pregunta que empezó a repetirse a sí misma una y otra vez: ¿Y si adoptaba a un niño? Y lo que me pasaba, que de noche me aparecían los miedos de decir: “No, no, no, no estoy loca, qué voy a hacer no, no, no”. Y después amanecía y decía: “No, sí, sí, no pasa nada, o sea son niños!.Pensaba que si tendría algún problema no sería muy distinto a los que ya había tenido criando a Lucas y Mateo. Cada vez se iba convenciendo más de que quería intentarlo. Pero antes de seguir avanzando necesitaba hablar con ellos. Así que les envío un mensaje por whastapp. Este es Mateo:Nos mandó en un grupo que tenemos cuando nos podíamos juntar, qué día, qué día y entre los dos era como que no nos imaginábamos que nos podía decir, porque fue como que insistía para tener esa esa charla. Acordaron comer un día los tres juntos. Cuando se sentaron a la mesa, Lucas y Mateo ni la dejaron empezar a hablar… ¿Te vas a ir a algún lado? “No, no, no.” ¿Pero estás enferma? ¿Te pasa algo? Tengo una pareja nueva, o me voy a casar… No sé…No se podían imaginar. Empezaron a tirar ideas y no. Ninguno tiró vamos a tener un hermanito. Ninguno.Era imposible que adivinaran. En un momento Paula se los dijo.No, no lo podían creer. Les conté mi idea y me decían: “¿Qué?”No cuadraba mucho que eso iba a ser lo que nos iba a decir.Les parecía muy extraño que su mamá estuviera pensando en tomar esa decisión justo en ese momento de su vida cuando empezaba a disfrutar de su libertad. Lucas tenía 27 años y ya se había ido de la casa. Mateo tenía 24 y, aunque aún vivía con ella, era completamente independiente. Paula podía hacer su vida sin que nadie dependiera de ella. Si quería, se podía ir una, dos, tres semanas de viaje tranquila. Se había divorciado del papá de sus hijos cuando ellos eran muy pequeños y después había tenido algunas parejas pero en ese momento estaba soltera. Desde hacía muchos años trabajaba de secretaria en una empresa, de lunes a viernes, de 9 a 6. El resto del tiempo podía disfrutarlo en lo que quisiera. En ir con sus amigas al cine, por ejemplo. Si Paula seguía adelante con su plan, para Mateo el cambio no sería para nada menor; tendría que convivir con alguien más. Pero más allá de la sorpresa, Mateo estaba conmovido con la idea de su mamá. Y en ese momento por lo menos yo me puse a llorar porque fue como muy emocionante. No caía tampoco. Era toda una idea medio… para mí lejana. Para Lucas también, pero de todas formas…Ambos le dijimos que estábamos para apoyarla, pero obvio, también como que teníamos como miedos o dudas. ¿Y cómo vas a hacer? ¿Y estás preparada? Y… no sé.También les preocupaba la historia con la que podría llegar ese niño o niña a su casa.Que ya iba a venir con una una vida formada o… Pero bueno, ella nos daba tranquilidad de que no importaba, que si nosotros la apoyamos y la ayudábamos en lo que necesitaba, lo iba a poder resolver. Después de charlar un rato, Lucas y Mateo le dijeron que sí, que estaban dispuestos a recibir a un hermano en la familia. Con el apoyo de sus hijos, Paula dio el primer paso. Se anotó en las tres charlas obligatorias para inscribirse en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos: RUAGA. Ahí se enteró de varias cosas. Lo más importante: Ahora la adopción no está pensada para darle un hijo a la familia que no puede tenerlos por vía biológica. Es al revés. O sea la adopción está pensada para darle una familia al chico que no la tiene. En otras palabras, la mirada de la adopción es en relación a los niños. Son ellos quienes tienen derecho a tener una familia y no los adultos los que tienen derecho a tener un hijo. Es una perspectiva que ya estaba contemplada en las normativas internacionales, pero que en Argentina quedó expresada por escrito en el Código Civil de 2015. Quedó prohibida, además, la adopción de menores a través de acuerdos directos entre individuos. Toda adopción es parte de un proceso regulado por el Estado. En esas charlas también le contaron que más del 85% de las personas que se anotan en el Registro están dispuestos a adoptar a niños de hasta tres años. De hecho, la mayoría de los que piensan en la adopción piensan en bebés. Pero hay muy pocos niños de esa edad para adopción. Son menos del 20% y ellos enseguida encuentran familia. El problema es con los niños más grandes. A medida que crecen les resulta más difícil encontrar quién los adopte. Después de las charlas obligatorias Paula se convenció aún más de su idea y reunió todos los documentos para inscribirse en el Registro. Empezó a llenar una planilla en la que debía marcar minuciosamente las condiciones del niño que estaba dispuesta a aceptar: edad, enfermedades y género, entre muchísimas otras cosas. Con la edad no tuvo dudas: marcó un niño de entre 13 y 17 años. Tenía claro que quería que fuera adolescente. Justamente yo lo que quería era darle una oportunidad a un chico que no la pudiera tener, porque a estos chicos nadie los adopta, literalmente. Nadie. También yo era grande para tener un hijo chiquito. Ya está, pañales, no. No tendría que lidiar con pañales pero tal vez con otras cosas más difíciles… También un adolescente a uno le da mucho miedo, ¿no?, de que ya tenga rasgos muy marcados. No sé, de violencia o de o de consumos, o de cosas muy problemáticas que, bueno, hasta que uno no se lo encuentra, no lo sabe.Los miedos no la detuvieron y siguió llenando el formulario. Descartó la opción de enfermedades graves porque por su trabajo tampoco podría acompañar a un niño que requiriera cuidados extremos. Con lo del género dudó un poco más. Enseguida se había imaginado una mujer porque ella no había tenido hijas. Pero a la vez le daba como cierta culpa eso de elegir el género.A mí en ese momento me pareció medio, no sé cómo elegir un hijo por menú, a la carta de, bueno, parecía que iba a elegir que sea mujer. Pero Mateo y Lucas terminaron por convencerla… : Cuando les dije esto a ellos me dicen: “Mirá, vos ya estás eligiendo, porque vos vas a decir que tenga más de 13 años, vas a decir que no tenga una discapacidad profunda, que no… Estás eligiendo. Así que, ¿por qué no vas a elegir una cosa más?”Ella estaba como muy metida con el movimiento feminista y era como, bueno: ¿Y por qué no compartís esto con alguien? Qué mejor que tu hija.Y bueno… Sí, la verdad que sí. Así que marcó “femenino”, terminó de completar el formulario y subió todos los documentos que pedían a la web. Unos días después, se contactaron con ella para hacerle una entrevista psicológica. Luego fueron a visitar su casa para hacer un análisis socioambiental y corroborar si era posible que allí viviera alguien más. También querían entrevistar a Lucas y a Mateo.Qué hacíamos de nuestra vida, cómo era la convivencia, a qué nos dedicábamos, nuestra relación con los otros familiares…Cuando los profesionales del Registro terminaran de revisar todo, Paula quedaría inscrita oficialmente en el listado de adoptantes. Pero mientras esperaba el ok definitivo, pasó algo. Un día sonó el teléfono en su trabajo. Paula, como siempre, atendió. Era la esposa de su jefe con quien tenía muy buena relación. Ella era abogada y trabajaba representando a niños. Por eso, cuando se pusieron a charlar, Paula se animó a contarle en las que andaba. Entonces le digo a ella: “Mira, este, ¿sabés que voy a adoptar a un adolescente?” Y me dice: “Ay no lo puedo creer, Paula, esto es una señal. Acaban de firmar la convocatoria pública de una chica que yo fui su abogada y es un amor. La tenés que conocer”.Y acá, para que entiendan mejor a qué se refiere con eso de “convocatoria pública”, les voy a contar un poco mejor cómo funciona el sistema de adopción en Argentina. En primer lugar, tienen que saber que es la justicia la que declara el llamado “estado de adoptabilidad” de un menor. Eso puede suceder cuando, por ejemplo, los padres de un niño mueren y no tiene ningún otro familiar que lo cuide. O cuando los padres biológicos deciden dar en adopción al niño. Pero también cuando el Estado advierte situaciones de violencia, abuso o abandono y aparta a un niño de su familia biológica para protegerlo luego de haber agotado todas las instancias para modificar esa situación. Esos niños viven en hogares de menores y las autoridades encargadas del tema están todo el tiempo cruzando los datos de estos niños con los del registro de adoptantes. Se ocupan de encontrar la mejor familia para cada niño. Porque así como las personas que quieren adoptar ponen sus requisitos, los niños –según su edad y grado de madurez– también opinan sobre qué tipo de familia les gustaría tener. A partir de los diez años, su consentimiento es obligatorio. Sin embargo, muchas veces esa búsqueda fracasa. Y no por cuestiones matemáticas. En 2020, por ejemplo, en Argentina había 2.199 chicos en estado de adoptabilidad y unas 3.133 personas inscritas en el registro de adoptantes. Pero, como ya dijimos, la mayoría de ellos están dispuestos a adoptar solo a niños de hasta tres años. Entonces, cuando no se encuentra a nadie en el registro, se lanza una convocatoria pública, la última instancia para conseguir una familia para ese niño. La búsqueda se publica en los medios de comunicación y en las redes sociales para tratar de encontrar a algún candidato por fuera del Registro. En la convocatoria se da muy poca información del niño: un nombre ficticio o solo las iniciales, la edad, en qué ciudad vive y alguna que otra característica de su personalidad. La convocatoria de la chica, de la que hablaba la esposa del jefe de Paula, decía que su nombre empezaba con V corta, que tenía 14 años, que era alegre y que le gustaría seguir en contacto con sus hermanos biológicos. Paula se entusiasmó. Tal vez las cosas se darían mucho más rápido de lo que se había imaginado. A los pocos días se presentó en el juzgado que aparecía en la convocatoria pública. Le hicieron una primera entrevista y le contaron un poco más acerca de la niña. Ahí sí le dijeron su nombre real.Me impactó porque ella se llama Verónica y yo cuando era chiquita decía que me quería llamar Verónica. Cuando jugaba me ponía ese nombre. Parecía ser otra señal. En esa entrevista le dijeron que hacía cuatro años que Verónica vivía en distintos hogares de menores. Cuando tenía 10, la justicia la sacó a ella y a otros siete hermanos de la casa en la que vivían con sus padres por situaciones de abandono. Ella es la tercera y la mayor de las mujeres. Al principio los ocho hermanos vivieron juntos en un mismo hogar, pero luego los fueron separando por edades en distintas instituciones. Ya con ellos en los hogares, sus padres habían tenido otros dos hijos más a los que los hermanos no llegaron a conocer porque fueron adoptados por un matrimonio cuando todavía eran bebés. Aunque Verónica tenía una historia dura, Paula no se asustó. Cuando terminó la entrevista, les dijo que quería seguir avanzando con el proceso. Ahora tocaba preguntarle a Verónica si le interesaba conocer a Paula para así iniciar lo que se llama un “proceso de vinculación”, un periodo de tiempo previo a la adopción en el que se van conociendo poco a poco. Verónica venía bastante desencantada con el tema porque tiempo atrás había iniciado una vinculación con una señora sin hijos que quería adoptarla, pero las cosas no funcionaron y no siguieron adelante. A pesar de eso, cuando le dijeron que había otra mujer que quería conocerla, aceptó. Desde el juzgado citaron a Paula a dos entrevistas más. Como ya le habían hecho la evaluación psicológica y habían visitado su casa ya estaba casi todo listo para que se conocieran. Pero antes de eso, Paula necesitaba contarle la noticia al resto de su familia. En octubre, todos se reunieron en la casa de su mamá para celebrar el día de la madre. Estaban Lucas y Mateo, uno de sus dos hermanos, sus sobrinos. Estaban conversando en la mesa hasta que Paula, sin más vueltas, miró a su mamá y le dijo: Tengo una noticia, “¿Qué?” “Vas a tener una nieta”. “Ay, bisnieta, querrás decir”. (Risas). Ella pensó que Lucas o Mateo iban a tener un hijo. Bisnieta. No, una nieta ¿cómo? Una nieta, mía, una hija mía. Su mamá no lo podía creer. No entendía nada. Le preguntó por qué lo hacía y le dijo que iba a tener muchos problemas. Pero Paula la tranquilizó, le aseguró que todo iba a estar bien. Y, además, le aseguró que nada de lo que le dijeran la haría cambiar de opinión. Pasada la sorpresa, su mamá le dijo que la apoyaría en todo lo que necesitara. El resto de la familia también. Un mes después, Paula estaba en el centro comercial esperando a Verónica por primera vez, la escena con la que empezamos esta historia. Habían pasado tan solo cuatro meses desde que había ido al cine a ver aquella película. Ni la mitad de tiempo de lo que dura un embarazo. Ese encuentro en el que las dos no podían parar de reírse de los nervios no duró más de una hora y luego le preguntaron a cada una por separado como la habían pasado y si estaban dispuestas a volver a verse. Ambas dijeron que sí. Quisimos hablar con Verónica mientras reporteábamos esta historia, pero no tenía ganas de ser entrevistada. Pero sí aceptó responder algunas preguntas que le propusimos a Paula que le hiciera. Como por ejemplo, qué recordaba de aquel día. Acá Paula y Verónica:¿Qué te acordás de la primera vez que me viste en ese día en el shopping? ¿Te caí bien de entrada? ¿Qué pensaste de mí?Eh… Pensé que me caíste bien. Ehhh. Nunca pensé que ibas a ser tan simpática, la verdad.Hubo tres o cuatro encuentros más en distintos centros comerciales a los que Verónica llegaba siempre acompañada por la directora del hogar y la abogada. Cuando les daban permiso, se iban a caminar un rato las dos solas para conversar. Verónica le hablaba a Paula de su mejor amiga del hogar, de la música que le gustaba. Pero sobre todo de sus hermanos. El vínculo entre mis hermanos y yo es muy fuerte, mucho más fuerte que cualquier otro vínculo. No digo, no estoy despreciando otro vínculo, pero digo que siempre los tuve más a mis hermanos que a mis padres.Aunque cada tanto los veía, hacía tiempo que ya no vivía con ninguno de ellos y los extrañaba mucho. Paula también empezó a llamarla por teléfono al hogar pero no era tan fácil. Solo lo podía hacer en unos horarios específicos. En ese momento, Verónica estaba viviendo en una casa para madres e hijos víctimas de violencia. Como era confidencial, Paula no podía ir a visitarla. Ni siquiera sabía exactamente dónde quedaba, solo que era en Del Viso, una localidad a unos 40 kilómetros de Buenos Aires, donde ella vivía. Por las condiciones del hogar, Verónica llevaba una vida bastante aislada. La buscaban en una camioneta para ir todos los días a la escuela, pero no podía tener mucha vida social más allá de eso: se perdía los cumpleaños y las salidas con sus compañeros, por ejemplo. Como las cosas iban marchando muy bien entre ellas dieron el siguiente paso: Verónica iría a conocer la casa de Paula, la que –si todo seguía así– también sería la suya. También conocería a Lucas y Mateo, sus futuros hermanos. Iba a ser un día muy especial para todos.Acomodamos toda la casa, limpiamos todo. Estábamos ansiosos. Hasta que finalmente, Verónica llegó…Ella estaba mucho más tranquila que nosotros. O sea, ella estaba haciendo chistes, hablaba, sacaba charla. Recorría toda la casa, se ponía, se ponía unos sombreros que tiene ahí mi mamá. Le mostraron cuál sería su habitación. Mateo había decidido cederle su cuarto y pasarse a uno más pequeño para que ella estuviera más cómoda. Almorzaron juntos en la casa y después quisieron que conociera el barrio. Paula vive en una zona con muchos edificios, cerca de una avenida repleta de negocios. Ese primer día que salimos a caminar. Quedamos muy impactados porque ella hablaba con todo el mundo. Paraban los autos en ese semáforo y ella le decía “¿Qué hacés? ¿Cómo te va?” Se va a ir con alguien, decía yo.Muy pocas veces había estado en la ciudad de Buenos Aires. Era un mundo totalmente diferente para ella.No tenía noción de cómo moverse en la calle, por donde se cruza, cuando se cruza. Y de esa caminata, él se acuerda que cuando pasaron por una verdulería Verónica, sin que la vieran, se agarró una ciruela. Pasó media cuadra y dijimos: “Y eso ¿de dónde lo sacaste?” “No, no, lo agarré de ahí”.Paula tuvo que volver a la verdulería, pedir disculpas y pagar.Ella sabía que no se hacía eso, ¿no? Lo hacía eso, mostrando que era brava. Quería llamar la atención todo el tiempo, como que ella era así, era picante, era como atrevida, no sé.Cuando volvieron del paseo estuvieron un rato largo en el patio. Me acuerdo que habíamos puesto música y nos habíamos puesto a bailar, fueron muy simpáticos todos, muy alegres. Verónica puso algo de reggaeton, Mateo trap, Lucas alguna cumbia y algunos clásicos de rock: Pink Floyd, Queen… Paula fue por algo más tranquilo: canciones de Joaquín Sabina y algunas otras artistas latinas. Estuvieron bailando y cantando. Era como si la música, de a poco, los ayudara a empezar a conocerse, a achicar esa distancia inmensa que todavía los separaba. Esa misma tarde, antes de volverse al hogar, Verónica les escribió una carta a Lucas y Mateo. Les decía que había sido uno de los días más felices de su vida. Después de conocer su casa, la relación entre Paula y Verónica siguió muy bien y empezó a irse con ella a pasar los fines de semana. Salían a pasear, charlaban, pasaban el rato mirando series o películas con Mateo. Pero Paula tenía muy claro que Verónica quería seguir viendo a sus hermanos y estaba dispuesta a apoyarla en eso. Así que uno de esos fines de semana, se puso en contacto con ella: Me llamo Victoria, sí. Me dicen Vicky desde muy chiquita.Dos años antes, en 2016, Vicky Roncagliolo y su esposo habían adoptado a tres de los hermanitos de Verónica que en ese entonces tenían 8, 6 y 4 años. Desde un primer momento se habían propuesto que los niños siguieran en contacto con el resto de sus hermanos biológicos. Ni bien se mudaron a su casa empezaron a hablar con los hogares donde estaba cada uno de ellos y les pedían permiso para ir a visitarlos. Vicky recuerda muy bien el día que conoció a Verónica. Tenía 12 años. Vero fue como… Fue como la madre de todos, siendo muy chiquita, fue como la madre de todos. Y algo que desde el comienzo siempre me conmovió es como su enorme generosidad para conmigo como de, de darme a sus hermanos.Ella podría haber sentido celos, o podría no haber aceptado que sus hermanos más chiquitos se fueran con otra familia. En cambio les decía que se portaran bien, que le hicieran caso a Vicky en todo, que ella estaba para cuidarlos. Durante esos dos años Vicky y los niños visitaron periódicamente a Verónica en el hogar hasta que un día, cerca de la Navidad de 2018, ella les contó que estaba conociendo a Paula y que las cosas iban muy bien. Que si todo seguía así, pronto se mudaría a su casa. Sus hermanos saltaron de felicidad con la noticia. “Ay, Vero consiguió mamá, ahora Vero tiene mamá, ahora Vero tiene mamá, ahora Vero tiene mamá”. Y aparte porque bueno ahora nos vamos a poder ver, como que de alguna manera era más simple verse. Verse sin intermediarios, sin la necesidad de pedir permiso en el hogar. Ese fin de semana que Paula llamó a Vicky y hablaron por primera vez organizaron un encuentro para que Verónica viera a sus tres hermanitos. Vinieron a casa y nos fuimos a una plaza con todos los chicos y no parábamos de hablar. No podíamos parar de hablar, hablar las dos. Enseguida tuvieron una conexión muy especial entre ellas. Eso tranquilizaba a Verónica porque sabía que si se iba a vivir con Paula podría seguir viendo a sus hermanos sin ningún tipo de problema. También le dijo que cuando quisiera podía invitar a la casa a los otros hermanos que aún vivían en distintos hogares. Finalmente, después de pasar algunos fines de semana juntas, el 18 de enero de 2019, dos meses después de haberse visto por primera vez, Verónica se mudó definitivamente a la casa de Paula. Mateo y Lucas la esperaban con un cartel enorme que decía: “Bienvenida a tu casa”. Era el comienzo de una nueva familia. Paula sabía que en esa etapa lo que más necesitaría sería tiempo, mucho tiempo. Primero, para cosas, por decirlo de alguna forma, prácticas: por ejemplo, llevar a Verónica a decenas de médicos porque ni siquiera tenía una historia clínica, conseguir una psicóloga, enseñarle a moverse por el barrio, buscarle una escuela. Pero también tiempo para construir el vínculo. Necesitaba estar con ella, conocerla cada día un poquito más, ganarse su confianza. Explicó la situación en su trabajo y logró que le dieran una licencia por seis meses. También había que replantear la dinámica de la casa. Paula se sentó con Mateo y Verónica para negociar entre los tres las reglas de convivencia. Cada uno fue proponiendo normas e hicieron una especie de contrato. Era lógico que tuviéramos que charlar las reglas. Incluso que tal vez entendiera que yo también las estaba asumiendo como para decir: “Bueno, no sos solo vos Vero la que tiene que cumplir las reglas, somos todos”. Eran cosas básicas, como respetarse el uno con el otro, moverse con cuidado en la calle, avisar si llegarían más tarde a casa. Poco a poco, Paula y Mateo se empezaban a dar cuenta que hasta las cosas más simples eran algo totalmente sorprendente para Verónica. Para ella tener habitación para ella sola fue Disney. Era la primera vez que tenía su propio espacio, que podía cerrar la puerta y estar un rato sola. Tenía un montón de hermanos y después en los hogares eran un montón de chicos en cada habitación. Así que eso fue lo mejor. Pero no era lo único, había muchos más ejemplos: No manejaba plata. Y capaz que yo ya desde chiquito sí, ¿viste? como que mi vieja me decía: “Tomá para ir a la escuela, compráte algo, tomate el colectivo”. O también, por ejemplo, el tema de la hora. O sea, no sabía leer un reloj. No entendía lo de y media y cuarto, menos cuarto, no tenía ese concepto. A pesar de haber ido a la escuela, había muchas cosas de ese tipo que no tenía incorporadas. Así que durante esos primeros días Mateo empezó a enseñarle a leer la hora, a manejar el dinero y también a moverse en la calle usando el mapa del celular. Incluso hacíamos pruebas. Bueno, estamos acá. ¿Cómo volvemos ahora a casa?Hasta ese entonces, Verónica tampoco había tenido una abuela. Unos días después de haber llegado a la casa, Paula invitó a su mamá a almorzar para que se conocieran. Aún recuerda la reacción de su madre aquel día: Llegó mi mamá y ella la fue a saludar como si la conociera de toda la vida y le hablaba. Ella tenía como un discurso, una manera de hablar que era como en pose, no como que ella quería parecer que era una chica de la calle y le gustaba decir: “Ehh, voos cómo andas, qué haces”. Y mi mamá que es más tímida y como estaba asombradísima como… no podía creer.Una vez en la mesa, mientras comían un asado, Verónica empezó a decir groserías, a gritar… Nos quería… no sé, cómo decir, como asustar desde un principio como para… No sé, creo como un mecanismo de defensa como para decir: “Miren que yo soy quilombera. Yo soy picante. ¿Se la van a aguantar conmigo”. O sea, era como eso. Nos ponía a prueba. Ella misma lo reconoce. Y bueno, era muy alborotada, era todo muy nuevo para mí porque imagínate cuatro años dentro de un hogar sin tener relación con nadie, solamente con los chicos del hogar. Era difícil.Pero, con mucha paciencia y tratando de entenderla ellos estaban seguros de que podrían superar esa prueba. Y en medio de ese torbellino que estaba cambiando a toda la familia, había que resolver algo importante. En tan solo días Verónica cumpliría sus 15 años y no podía pasar como un día más. Paula le venía preguntando qué quería, hacer pero ella estaba indecisa.Un día me decía: “Sí quiero fiesta, quiero un vestido largo, quiero peinado y maquillaje, quiero fiesta”. Y al día siguiente me decía: “No, no, mejor no quiero nada”. Así estuvo unos días hasta que dije: “Bueno, la hacemos”. Organizaron una reunión en su casa. Sería una especie de presentación en sociedad de la nueva familia. Verónica se puso un vestido largo color champagne y unas zapatillas doradas. Esperó en la plaza con su mejor amiga del hogar hasta que llegaran todos los invitados… Y ella entró con su coronita y su peinado. Había unas 70 personas amontonadas en la casa: toda la familia de Paula, sus amigas de toda la vida, una decena de compañeros del hogar de Verónica, dos de sus hermanos que vivían en hogares y por supuesto Vicky y los tres hermanitos.Vero estaba hermosa y ellos estaban refelices. Refelices de estar juntos.Comieron, bailaron, cantaron karaoke… Cuando terminó la fiesta y todos se fueron, Verónica se puso a abrir los regalos. Paula fue a compartir ese momento con ella y notó que le había sacado las etiquetas a todo. “Ay, no”, le digo, “mirá si tenés que cambiar”… Un pantalón, por ejemplo. “¿Y qué? ¿No hay que sacar las etiquetas todavía?” Ah, no, ni idea. Claro, ella abría y traaa, arrancaba… una pavada, pero bueno, como que no tenía en cuenta nada. Ni idea. ¿Qué es cambiar un regalo? Elegir. Eso de elegir. Era nuevo, por completo.A los pocos días de su cumpleaños, Verónica empezó las clases. Paula la había anotado en una escuela pública muy cerca de su casa. Como durante la primaria había repetido dos cursos, la inscribieron en primer año de secundaria, dos años por debajo de lo correspondiente a su edad. Paula la acompañó los primeros días caminando y luego Verónica aprendió el camino y empezó a ir sola. Como estaba muy atrasada en los contenidos, le hicieron un proyecto pedagógico individual y empezó a tener un acompañante personal en la escuela que la ayudaba a ponerse al día. Paula la incentivaba a que, después de clase, invitara a sus compañeras a almorzar a la casa, así también empezaba a relacionarse mejor. Así que algunos días de la semana, Verónica llegaba con un par de amigas y comían juntas hasta la hora de volver a la escuela, para la clase de educación física. Pero en la escuela ella también estaba dispuesta a parecer una chica brava. Por miedo a que la atacaran, atacaba primero. Cuando intuía que alguno de los chicos le podía decir algo molesto a ella o alguna de sus compañeras, enseguida los empezaba a confrontar.En vez de defender era más un ataque de ella previo, iba muy al choque.Y cualquier límite que quisieran ponerle era en vano. No tenía muy marcada la autoridad, por así decirlo, o las relaciones para con un profesor, para con una madre, para con un director.Los profesores llamaban a Paula. Le decían que Verónica tenía revolucionada a toda la clase, que por favor hiciera algo.Me llegaron a plantear por qué no la mandaba a una escuela con chicos como ella. Tremendo, porque yo les decía: “¿Y cómo son los chicos como ella? ¿No?Mateo recuerda que Verónica volvía muy enojada a la casa. Y a él también le dolía mucho la situación. Le hacían dudar si realmente era su lugar, cosa que a nosotros nos… como que no nos enojaba mucho el hecho de que… No sé, cuestionaban si ella podía pertenecer ahí o no. Aunque sabía que las cosas no le estaban resultando fáciles, Paula la veía contenta con ellos y no vio venir lo que pasó unas semanas después. Fue justo para el cumpleaños número 54 de Paula, dos meses después de que Verónica se mudara con ella. Estaban almorzando en su casa con Lucas y Mateo cuando Verónica, de un momento a otro…Se puso la capucha literalmente ese día. Se sentó ahí y se puso seria así. Me decía: “Me quiero ir, me quiero ir. No sé por qué, yo no aguanto”.Paula se desesperó: Fue muy fuerte. Me tembló todo. Ahí empecé wuaaa. Se me cayó todo y yo dije se va, porque aparte yo sabía que le iban a escuchar a ella. Cuando un chico se quiere ir, se puede ir.Y obvio a mi vieja le daba mucha tristeza. Cuando le generó esa tristeza o ese miedo de que ella se vaya, cayó en la cuenta de que, de que ya era importante en su vida Vero y que la quería.Aquel miedo que había sentido Paula la primera vez que la vio, de si iba a poder quererla o no, ya no existía. Pero el otro miedo, de que Verónica no quisiera estar con ella, seguía ahí. Ahora sabía que si la perdía sentiría un vacío enorme, indescriptible. El mismo que sentiría en caso de perder a Lucas o Mateo. Ella ya la sentía su hija y haría lo que fuera para que se quedara en casa. Una pausa y volvemos…Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa conocimos la historia de Paula Resnik, una mujer que, a sus 53 años y con dos hijos ya grandes, había decidido adoptar a Verónica, una adolescente de 14. Llevaban dos meses viviendo juntas cuando llegó la primera crisis y Verónica dijo que ya no aguantaba más, que se quería ir. Aneris Casassus nos sigue contando.Paula no entendía qué era lo que estaba pasando, la actitud de Verónica la había tomado totalmente por sorpresa.No es que venía quejándose o de que había cosas que estaban mal, parecía que estaba todo bien a decir: “Me quiero ir”. Más allá de lo que pasaba en la escuela, nunca se había quejado de Paula, de Mateo ni de la convivencia. Mientras Verónica seguía con la capucha puesta sentada en el sillón, Paula le preguntaba qué era lo que sentía, si le había molestado algo en particular. Pero ella lo único que decía era: Que no quería que la quieran, que quería estar en un hogar, como que era así todo así más despersonalizado, ¿no? Como que, que era muy fuerte para ella. Era un cambio de vida muy grande. En sus primeros años de la infancia había sido como la madre de sus hermanos y luego vinieron los cuatro años en los hogares, conviviendo con otros niños. Ahora, de repente, pasaba a ser una hija. Una hija a la que cuidaban. Pero para Verónica no era fácil. Hasta le costaba recibir los abrazos.Confiar en un adulto es muy difícil para ella y para todos los chicos que pasan estas situaciones porque los adultos le fallaron siempre.Paula enseguida sospechó, además, que lo que Verónica sentía era una especie de culpa porque algunos de sus hermanos seguían en hogares, sin encontrar familia. Le estaba costando mucho lidiar con tantas emociones. Aquí Verónica:Era difícil. Había muchos sentimientos. Altas y bajas y, y me quería ir porque, porque pensé que iba a ser lo mejor. Qué sé yo. Irme. Paula sabía que lo que le dijeran en ese momento podría ser decisivo. Era su primera crisis y –junto con Lucas y Mateo– debían mostrarse firmes como familia. Mateo se acuerda que le dijo:Que aunque ella se sintiera así, nosotros la íbamos a bancar y vamos a pasarlo juntos, digamos. O sea. No teníamos la intención de que todo lo que habíamos construido se desvanezca. O sea, yo supongo que ella tampoco. Pero bueno, también entiendo que ella ya había caído un poco en todo y le daba miedo.Entonces, bueno, le dijimos: “Mirá, nosotros te entendemos que a vos te cueste. Pero vos sos mi hija y los hijos no se devuelven. Vos ahora sos mi hija, esta es tu casa”. Aunque, para ser precisos, legalmente todavía no lo era. Verónica estaba en lo que se llama el periodo de guarda. Es un tiempo de hasta seis meses que se establece para comprobar que el niño se integre bien a la nueva familia antes de iniciar el juicio para la adopción definitiva. Y bueno así estuvo bastantes días con esta postura y yo firme también seguí con mi frase de cabecera que los hijos no se devuelven y que te entiendo y que te banco, pero en casa. Te acompaño a donde sea. Vamos a ver a quien quieras ver y todo. Pero no, no, no te podés ir. Le repetía que cuando quisiera podían ir a visitar a sus hermanos o que también podían invitarlos a la casa. Quería que no tuviera dudas de que ella la ayudaría a mantenerse cerca de ellos. Poco a poco a Verónica se le fue pasando esa primera crisis y con el tiempo Paula descubriría que no fue casual que llegara justo el día de su cumpleaños. Paula me contó que a Verónica los cumpleaños le pegan mucho emocionalmente. Quizás porque, en medio de muchas carencias y cosas feas, es uno de los pocos recuerdos lindos que conserva de su infancia. Cada vez que alguno de sus hermanos cumplía años, en su casa se las arreglaban como fuera para conseguir una torta, soplar las velitas y festejar. Los meses que siguieron Verónica continuó adaptándose a su nueva vida. El vínculo con Paula era cada vez mejor. También estaba construyendo una linda relación con Lucas y Mateo. Empezaban a tener códigos de hermanos. Yo le contaba cualquier cosa de algo que me había pasado y ella saltaba para defenderme, como decía: “¿Qué pasó con esto? Voy y lo mato”, ¿entendés? O me cuidaba como cuidaba a sus hermanos. Hay veces que nos miramos y nos cagamos de risa porque no sé, tal vez pasa algo con Paula. Se enoja Paula por cualquier boludez, con Paula, bueno con mamá. Y nos miramos entre nosotros y nos reímos.Y con la abuela, que al principio se había asustado un poco, se juntaban muchas tardes a tomar el té. Verónica quería saber más de toda esa ceremonia que la abuela hacía con tanta dedicación: cómo acomodar las tazas, dónde poner la cucharita. La abuela, feliz, le explicaba. Al poco tiempo, Verónica ya se la había comprado por completo. Era muy cariñosa con ella. En la escuela las cosas también empezaron a mejorar.Empezó a tomarle el gusto a la responsabilidad, a cumplir, a llegar en horario… A ser más cauta, a pensar las cosas, a tener otra reflexión, a valorar otro tipo de diálogo.Mientras tanto, Paula y Vicky –la mamá adoptiva de los otros tres hermanitos– seguían organizando encuentros para que los chicos se vieran. Buscaban a los otros hermanos que aún vivían en los hogares, y los sumaban a los planes. Iban a pasear, a una plaza, al cine. Verlos tan felices cuando estaban juntos les daba la certeza de que ellas deberían hacer todo lo posible para que siguieran unidos. Además, para Paula y Vicky era una forma de contenerse mutuamente. De compartir los miedos y los desafíos que les presentaba la maternidad. Los problemas que surgían en sus casas eran muy similares y se apoyaban y se daban ideas sobre la mejor manera de afrontarlos. Cada vez que se veían no paraban de hablar y el resto del tiempo estaban en contacto permanente por chat, escuchándose la una a la otra sabiendo que jamás se juzgarían. Fortaleciendo un vínculo para el que no existe un nombre.Nosotros decimos comadres porque es lo que nos parece, lo más cercano a la realidad, pero no existe la palabra para ese vínculo y es algo muy cercano, porque nuestros hijos son hermanos biológicos por madre y padre. Entonces hay algo que nos une más allá de todo y que, y que nos hace entender mucho a los chicos y a lo que nos pasa a las dos y a las familias. De compartir también la información a retazos que cada una tenía. Habían podido leer algunos expedientes, los chicos contaban ciertas cosas, pero aún quedaban muchos vacíos en la historia de sus hijos. Cada dato era, para Vicky, una pieza más de un rompecabezas que ella guardaba como oro:Yo tengo todo el cuadernito anotado con un montón de fechas y cosas que ella se entera o que yo me enteré en algún momento. Porque saben que tarde o temprano, sus hijos querrán volver al origen y ellas quisieran darles la mayor cantidad de respuestas posibles. Eso fue justamente lo que le pasó a Verónica al año de haber llegado a la casa de Paula. Para su cumpleaños número 16, pidió de regalo algo especial: quería volver a ver a su mamá biológica, Carolina. Durante los cuatro años que había vivido en hogares, la había visto solo una vez. Paula me contó que durante mucho tiempo había estado enojada con ella, pero que con el tiempo había empezado a entenderla un poco más. Paula siempre se había mostrado abierta a que le hablara de ella, pero igual la impactó un poco el pedido. Vero pensaba que a mí me iba a dar celos y me lo dijo: “Vos estás celosa de Carolina”, me dice. “No, cómo voy a estar celosa”.No eran celos, tampoco miedo. Pero sí una especie de incertidumbre sobre cómo podría resultar esa reunión. Igual aceptó. Paula tuvo que gestionar una autorización especial en el juzgado porque Carolina no podía estar en contacto con Verónica ni con el resto de sus hijos. Se la dieron y el día del cumpleaños de Verónica, acordaron reunirse las tres en la estación de trenes de Retiro, para viajar juntas a Puerto de Frutos, un mercado ubicado junto al río.Nos encontramos en el andén, se dieron un abrazo así como muy suavecito. Un beso. Bueno, nos subimos a un tren y ahí en el viaje, Carolina estaba muy emocionada y todo el tiempo me decía: “Ay, qué linda que está Vero, qué linda que está Vero, gracias por cuidarla”. Cuando llegaron fueron a tomar la merienda al mercado. Pidieron una torta para soplar las velitas. Paula recuerda que Verónica estaba muy tranquila, conversando, feliz con los regalitos que le había traído Carolina: maquillaje, hebillas para el pelo y algunas otras cositas. Y que Carolina no paraba de agradecerle.Todo el tiempo me me agradecía lo bien que estaba, lo bien que la trataba a ella me decía: “No, porque en algún momento era medio rebelde conmigo y ahora me trata bien”. Para mí fue muy raro, pero también fue, fue reparador conocerla y ver que era una, una mujer afectuosa, sensible, que lo que no había hecho fue porque no había podido. Bueno, ella no pudo, yo estoy acá, pero las dos ahora juntas estamos para Vero.El fantasma de la guerra entre la mamá biológica y la mamá adoptiva, ese del que Verónica había escuchado hablar tantas veces en los hogares por los que había pasado, no tenía lugar en esta, su historia. Y con mi mamá biológica, gracias a Dios tenemos una gran oportunidad, de los dos lados, de poder seguir comunicadas y queriéndonos como madre e hijas.Y ese era, en definitiva, el mejor regalo de cumpleaños que hubiera podido tener. Pero poco tiempo después de aquel reencuentro con su mamá biológica –cuando parecía que ya estaba muchísimo más acomodada a su nueva vida– Verónica volvió a estallar. Fue durante el 2020, en pleno encierro de la pandemia por el coronavirus. Mateo lo recuerda muy bien.Tal vez era difícil para ella de un día para el otro, estar conviviendo 24/7, con 2 personas que tal vez no conocía hacía un tiempo y supongo que también a ella eso le generó dudas o incertidumbres. Otra vez empezó a decir que se quería ir. A Verónica le estaba afectando también algo por lo que estaba pasando uno de sus hermanos biológicos. Él había empezado a vincularse con una familia, pero las cosas no funcionaron y había vuelto al hogar. Y ni siquiera lo podía ir a visitar porque estábamos en medio del aislamiento. Esta vez parecía estar más decidida y quiso hablar con su abogada. Le dijo que quería volver a un hogar, que le estaba resultando muy difícil vivir en familia y estar en un lugar en el que le pusieran límites. Hasta llegó a escribirle una carta a la jueza, pero la abogada le dijo que en ese momento no se podía hacer ningún movimiento por las restricciones de la cuarentena, que tenía que esperar un poco. Y Paula –que ya había aprendido mucho de aquella primera crisis– insistió con la frase que se convertiría en su caballito de batalla: los hijos no se devuelven. Y se le fue pasando, se le fue pasando de a poquito y después de ahí como que pasó a ser todo incondicional y ahí ella a sentirse relajada, tranquila. Empezó a expresar que nos quiere y que está contenta y que valora la familia. Y sí empezó a portarse así, como es de la familia. Le pedimos a Paula que le preguntara a Verónica sobre estos momentos de quiebre.Y hubo dos veces en que te quisiste ir de casa ¿Por qué? ¿Qué sentías? ¿Qué te hizo cambiar de idea?Lo que difícil fue que me quedara y que entendiera de que bueno, como decís vos, que los hijos no se devuelven, que me convencí de que ustedes no me soltaban, de que iban a estar conmigo en las buenas y en las malas y que iban a estar siempre ahí. Y hacerme ver de que iba a ser lo mejor, esperar y que las aguas se calmaran un poco. Y bueno, la pudimos pasar.Después de un año y medio juntos, se iba sacando el disfraz de “chica brava” para mostrarse tal cual era: ni más ni menos que una niña. El que me venga a dar un beso cada noche antes de irse a dormir. El que se deje abrazar. Eso ya fue ¡ufff! Un reavance.Al fin todo empezaba a fluir. Para ese entonces, ya habían llegado muy buenas noticias. Una de las hermanas de Verónica que aún vivía en un hogar también había encontrado familia. La adoptó un matrimonio que ya tenía dos hijas biológicas. Pronto Paula y Vicky conocieron a los nuevos papás. Cada vez eran más familias unidas por estos hermanos así que armaron un grupo de whatsapp para mantenerse conectados y seguir organizando los encuentros entre los niños. Le pusieron “hermanos maravilla”. En marzo de 2023, cuando hablé por primera vez con Paula por teléfono, estaba muy emocionada porque ese domingo Verónica y sus hermanos biológicos se iban a encontrar por primera vez con los dos más chiquitos, los que habían nacido cuando ellos se habían ido de la casa y habían sido dados en adopción de bebés. Verónica había insistido mucho en conocerlos. Los hijos de Vicky también. Ya tenían 7 y 8 años. Acordaron reunirse todos en un parque.Una tarde de calor impresionante. Hicimos un picnic y bueno, jugaron a la pelota, a la mancha, la calesita, los juegos y nada, como si se conocieran de siempre. Y es en esos encuentros cuando pareciera que todo empieza a cerrarse. Acá Vicky otra vez: El dolor de la separación entre los hermanos siempre está. No alcanza con tener una mamá y un papá. Cierra cuando estamos todos. Como aquella tarde de calor en ese parque de Buenos Aires. Cuando salió la sentencia del juicio por adopción de Verónica, le preguntaron qué apellido quería tener. Ella dijo que el de Paula, Resnik, y mantener su otro apellido en segundo lugar. Me emocionó. Como que le di una importancia que no pensé que se la iba a dar. Que ella eligiera tener mi apellido. Fue, fue lindo. Aunque nunca ha podido decirle mamá. Ella de entrada me dijo: “Yo no te voy a decir mamá”. “Bueno, está bien, entiendo. Estás un poco grande para ahora, de repente decirme mamá, está bien”.Pasaron unos cuantos meses hasta que encontró la manera de llamarla. Ahora le dice “Resnik” y a las dos les encanta. Porque además Lucas y Mateo no tienen mi apellido, tienen el apellido del papá. Entonces, eso es de ella sola. Y bueno, le dio como un lado tierno a eso.Paula no estuvo cuando Verónica empezó a caminar o cuando dijo sus primeras palabras. Se perdió muchas primeras veces, pero vivió otras de forma tan intensa como hubiesen sido aquellas. Ser su mamá me hizo vivir las cosas con otra, con otra sensibilidad, es como que uno va viviendo todos los días cosas emotivas.Como cuando la llevó al teatro por primera vez o a conocer el mar. Mientras tanto empezaron a tener gustos similares. A las dos les gusta mucho la salsa golf. Y mucha gente les dice que tienen una sonrisa parecida. Hoy Verónica tiene 19 años y está terminando la escuela secundaria. Tiene una muy buena relación con Carolina, su mamá biológica. Paula también. Se han visto varias veces más y hablan por whatsapp casi a diario. Hace un tiempo, Mateo se fue a vivir solo pero no quiso irse muy lejos. Vive en el departamento de al lado cosa de no extrañar demasiado a Paula y a Verónica. Paula es parte del colectivo #adoptenniñesgrandes, una iniciativa que surgió en las redes sociales. Un agradecimiento a Itatí Canido, del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires, a quien también entrevistamos para esta historia. Aneris Casassus es productora de Radio Ambulante y vive en Buenos Aires. Este episodio fue editado por Camila Segura. Bruno Scelza hizo el factchecking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri con música de Ana Tuirán. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Adriana Bernal, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Natalia Sánchez Loayza, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa de Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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