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Radio Ambulante - Compartir no es delito

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15
30

En la era del internet, conseguir, descargar y compartir películas, música o libros se ha vuelto tan sencillo que casi todos lo vemos como una práctica normal. Es más, para muchos es rutina. Una rutina que, ante la ley de derechos de autor, nos hace delincuentes. Pero generalmente ni pensamos en eso, porque nunca hay consecuencias. Diego Gómez, un estudiante de conservación ambiental, tampoco se preocupaba, hasta que en el 2013 recibió una llamada que cambiaría su vida y todos sus planes a futuro.

Hey,
Ambulantes:
ya
se
vienen
nuestros
shows
en
vivo.
¿Compraron
los
tiquetes?
Quedan
muy
pocos.
Serán
el
martes
25
de
septiembre,
en
Washington
D.
C.,
y
el
jueves
27,
en
Nueva
York.
Les
vamos
a
presentar
historias
de
Chile,
México,
Cuba,
Uruguay,
Colombia,
Ecuador
y
Estados
Unidos.
Historias
sobre
identidades,
herencias
extrañas,
máquinas
obscenas
y
más.
Les
prometemos
que
la
van
a
pasar
súper.
El
show
es
completamente
bilingüe
y
accesible
para
personas
que
no
hablan
español.
Para
comprar
los
tiquetes
ingresen
a
radioambulante.org/envivo.
¡Gracias
y
nos
vemos!
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Hoy
empezamos
con
él:
Soy
Diego
Gómez,
eh,
nací
en
Colombia,
en
el
Norte
del
Valle,
una
región
cafetera…Diego
tiene
30
años
y
estudió
biología
en
la
Universidad
de
Quindío,
en
Armenia,
una
ciudad
pequeña
de
Colombia.
Después
de
terminar
su
carrera
en
el
2013,
se
fue
a
Costa
Rica.
Se
había
ganado
una
beca
para
hacer
una
maestría
en
conservación.
Estaba
todavía
muy
contento
porque…
Porque
había
recibido
la
beca,
porque
estaba
en
otro
país…
Porque
no
sé,
estaba
realizándome
profesionalmente…
A
los
tres
meses
de
estar
allá,
ya
estaba
bien
metido
en
sus
estudios
y
tuvo
su
primera
salida
de
campo…
Ese
día…
Estábamos
en
una
playa
súper
bonita
aquí
en
Costa
Rica
en
el
Caribe,
donde
hay
un
parque
nacional
rebonito.
Y
de
un
momento
a
otro
me
llama
mi
papá
muy
asustado
como:
“Hey,
usted
qué
hizo
ilegal,
que
aquí
llegó
una,
una
notificación
de
la
fiscalía
que
hay
un
proceso
de
investigación
en
curso…”.
Que
había
una
denuncia
contra
Diego.
Su
papá
le
leyó
la
notificación,
que
era
bastante
escueta…Solamente
decía:
“derechos
patrimoniales
de
autor
y
derechos
conexos”,
pero
no
decía
quién
era
el
demandante,
ni
por
qué…
Cero
detalles.
Yo
en
ese
momento
me
quedé
pensando,
y
yo…
hmm…
o
sea,
le
di
como
tres
vueltas
a
mi
vida
a
ver
qué
había
hecho
ilegal
y
no
encontré
[risas]
nada.
Pero
claramente
había
algo,
¿no?
Esa
llamada
de
su
papá
sería
el
comienzo
de
una
odisea
legal
que
duraría
varios
años.
Le
cambiaría
a
Diego
sus
planes
de
vida,
sus
opciones
profesionales,
toda
su
visión
del
futuro.
Solo
que,
en
ese
momento,
ni
siquiera
sabía
por
qué.
Nuestra
productora
de
hoy,
Laura
Rojas
Aponte,
nos
cuenta.Devolvámonos
un
poco…
Cuando
Diego
todavía
estaba
en
Colombia,
en
sus
primeros
años
de
universidad…Me
empezaron
a
llamar
mucho
la
atención
las,
las
anfibios
y
los
reptiles.
Eso
tiene
nombre
propio.
Se
llama:
herpetología.:
De
hecho
es
un
nombre
muy
feo
[Risas]…
la
gente
quién
sabe
qué
se
imaginará.
Yo
creo
que
es
más…
parece
más
como
un
término
médico
[risas],
que,
que
del
estudio
de,
de
algún
grupo
de
animales.
La
universidad
de
Diego
tenía
poco
dinero.
Él
recuerda
que
la
biblioteca
era
pequeña
y
la
sección
de
biología
estaba
desactualizada.
Era
complicado
encontrar
información
sobre
temas
tan
específicos
como
la
herpetología.
Él
y
sus
compañeros
se
las
tenían
que
ingeniar…
Lo
que
hacíamos
era
hacer
como
“comisiones”
para
ir
a,
a
la
capital,
a
Bogotá,
y
ir
a
conseguir
libros
regalados,
prestados,
sacar
copias
de
libros,
eh,
de
capítulos
o
ir
a
la,
a
la
literatura
en
revistas
científicas.
Así
que
creó
un
grupo
de
estudio
donde,
entre
otras
cosas,
compartían
textos
académicos.
Un
día,
Diego
encontró
en
un
grupo
de
Facebook
una
tesis
de
maestría
sobre
salamandras.
Era
hecha
en
Bogotá.
Para
leerla
había
que
descargar
un
archivo
usando
uno
de
esos
enlaces
largos,
que
tienen
fecha
de
vencimiento…
Están
un
tiempo
y,
y,
y
ya
después
no
se
puede
acceder
a
ellos.
Entonces
él…
muy
solidario…
Lo
que
hice
fue,
eh,
subirlo
a
otra
plataforma
que
se
llamaba
Scribd
para
pasarles
el
link
a,
a
los
del
grupo
de
estudio
que
habíamos
conformado
en
la
universidad.
Scribd
es
una
plataforma
para
compartir
documentos.
Tiene
la
ventaja
de
que
sus
enlaces
son
fáciles
de
usar…
Apenas
las
personas
hacen
click,
pueden
ver
los
archivos;
no
hay
que
descargar
nada
raro.
Y,
bueno,
en
2009,
mientras
Diego
estaba
en
la
universidad,
Scribd
era
una
opción
bastante
popular
porque
no
había
que
pagar
para
usarla.
Era
ideal.
De
hecho,
sus
compañeros
terminaron
consultando
allí
la
tesis
sobre
salamandras…
Para
saber
qué
especies
estábamos
encontrando
en
la
zona.
Entonces
era,
era
más
como
un
documento
de,
de,
de
acceso
a
información
ocasional
que
algo
para
leerlo
como
tal.
Más
allá
de
usarlo
como
enciclopedia,
el
documento
realmente
no
fue
memorable
para
ellos.
De
hecho,
cuatro
años
después,
cuando
Diego
recibió
la
llamada
de
su
papá,
ni
se
acordó
de
la
tesis.
Luego
de
colgar
lo
que
él
hizo
fue
repasar
su
vida,
buscando
qué
le
estaba
trayendo
problemas.
En
ese
momento
que
me
di
cuenta
yo
quería
investigar
todo
lo
que
había
pasado
y
qué
había
pasado…
Yo
necesitaba
Internet
y
no
tenía
Internet.
Porque,
claro,
estaban
en
una
playa,
en
un
parque
nacional…
En
esa
misma
salida
había
dos
compañeras
de
universidad
que
hasta
el
momento
empezaban
a
ser
amigas
de
Diego.
Una
de
ellas
tenía
un
celular
con
acceso
a
la
red,
entonces
le
contó
lo
que
estaba
pasando.
Yo
tenía
un
poco
de
vergüenza
de
decirles
como:
“¡Hey,
tengo
una
investigación
en
curso
de
la
fiscalía
en
Colombia
necesito
buscar
qué
diablos
está
pasando!”.
Eso
fue..
O
sea,
esas
fueron
las
primeras
personas
que
se
dieron
cuenta.
Con
un
celular
prestado
y
casi
nada
de
información,
Diego
se
conectó
a
ver
si
encontraba
algo.
Cualquier
cosa.
Pero
nada…
Llegué
a
pensar
que
podía
ser
un
homónimo,
o
algo
así,
como,
hey,
alguien
la
cagó,
alguien
se
llama
Diego
Gómez
Hoyos,
la
cagó,
y,
y
me
encontraron
fue
a
mí…
Cuando
volvió
a
San
José…
Empecé
a
investigar
en
mis
correos
electrónicos,
las
redes,
porque
yo
no
me
acordaba…
Incluso
llamó
a
algunos
amigos
de
cuando
él
estaba
en
la
universidad,
y
en
esas
conversaciones
entendió
que
la
fiscalía
lo
buscaba
por
la
tesis,
esa
sobre
salamandras
que
había
subido
a
Scribd
en
2009.
No
me
acordaba
lo
que
me
había
llevado
a,
a,
a
compartir
esa
tesis,
y
dónde
la
había
compartido.
Yo
ni
me
acordaba
de
nada
de
eso.
O
sea,
es
como
que,
fue
algo
ocasional
en
mi
vida,
porque
obviamente
uno
si
le
piden
un
artículo
uno
va
y
lo
busca,
o
si
lo
tiene,
lo
comparte.
O
sea,
es
una
actividad
tan
usual
dentro
de
las
redes
de,
de
colaboradores
de
investigación
que…
No
entendía.
Él
no
se
había
atribuido
la
autoría
de
la
tesis.
Es
más,
al
compartir
el
documento
lo
citó
como
había
aprendido
en
la
universidad.
Entonces,
¿por
qué
lo
estaban
buscando?
En
español
le
decimos
“Ley
de
derecho
de
autor”,
pero
a
veces
vale
la
pena
recordar
que
en
inglés
le
dicen
copyright,
‘el
derecho
a
copiar’.
Esos
conceptos
empiezan
a
aparecer
en
las
leyes
al
tiempo
que
la
imprenta.
Un
poco
de
historia:
con
el
invento
de
la
imprenta,
un
libro
podría
llegar
a
una
audiencia
más
amplia
que
antes.
Pero
cuando
un
libro
era
exitoso,
el
que
más
se
beneficiaba
no
era
el
autor,
sino
el
dueño
de
la
imprenta,
que
seguía
produciendo
libros,
enriqueciéndose
sin
compartir
la
fortuna
con
el
autor.
Esto
se
volvió
un
tema
en
el
Reino
Unido.
Entonces,
en
1710,
la
corona
inglesa
intervino
y
dictó
que
los
autores
tenían
el
derecho
a
decidir
quién
podía
copiar
sus
escritos
y
cuántas
copias
se
podían
hacer.
Así,
el
autor
le
vendía
su
‘derecho
a
copiar’
a
los
impresores
y,
pues,
ganaba
mejor.
Ese
derecho
se
expandió
a
otros
países
y
a
todo
tipo
de
creaciones.
Hoy
en
día,
las
fotos,
los
videos,
las
películas,
los
blogs,
incluso
los
podcasts…
tienen
‘copyright’.
La
idea
es
que
los
creadores
tengan
control
sobre
lo
que
hacen
y
así
puedan
cobrar
por
su
trabajo.
Por
supuesto,
del
siglo
XVIII
a
hoy
la
ley
se
ha
vuelto
más
compleja,
pero
la
idea
de
fondo
sigue
siendo
la
misma:
contribuir
a
un
modelo
de
negocio
para
los
autores.
El
autor
de
la
tesis
sobre
salamandras,
un
herpetólogo
llamado
Andrés
Acosta
Galvis,
nunca
le
dio
permiso
a
Diego
para
copiar
su
creación.
O
sea,
Diego
no
tenía
permiso
de
pasar
la
tesis
de
una
plataforma
a
otra
y
eso
en
Colombia
puede
ser
un
delito
penal.
Pero
en
ese
momento,
Diego
no
encontraba
mucha
información
sobre
esto,
porque…
No
hay
muchos
casos
en
el
mundo
de
que
se
esté
procesando
a
alguien
por
violación
de
derechos
de
autor
en
aspectos
académicos.
No
encontraba
precedentes,
casos
que
pudiera
estudiar
para
entender
qué
estaba
pasando…
Nunca
se
había
visto
las
repercusiones
que
podía
llegar
a
tener
y
era
tener
a
alguien
procesado
penalmente
por
utilizar
el
conocimiento
sin
ánimo
de
lucro.
Pero
no
importaba
que
su
caso
fuera
raro
o
que
él
estuviera
educándose,
la
ley
es
la
ley
y
Diego
tenía
motivos
para
preocuparse.
Para
comenzar,
infringir
el
derecho
de
autor
se
castiga
en
Colombia
con
cárcel:
cuatro
a
ocho
años.
Y
la
pena
tiene
que
ser
cumplida
en
el
país,
o
sea
le
tocaba
devolverse.
Básicamente
yo
no
me
ponía
a
pensar
bueno,
¿y
cuánto
me
van
a
cobrar?
O
¿cómo
es
el
proceso?
O
¿cuánto
me
voy
a
gastar?
No,
o
sea,
es:
¿qué
putas
está
pasando?
Ah,
bueno,
y
ese
es
el
otro
tema,
el
de
la
plata.
El
código
penal
colombiano
habla
de
una
multa
de
por
lo
menos
26
salarios
mínimos,
algo
así
como
7.000
dólares.
A
eso
hay
que
sumarle
los
honorarios
de
los
abogados:
pagarle
a
expertos
en
derecho
de
autor
es
carísimo.
Y,
como
Diego
estaba
en
Costa
Rica,
también
había
que
comprar
tiquetes
aéreos
y
estadía
en
Bogotá
para
que
él
pudiera
asistir
a
sus
propias
audiencias…
El
costo
era
demasiado
alto.
Tenía
que
hacer
algo.
En
el
primer
semestre
de
2013,
la
fiscalía
estaba
en
una
etapa
que
se
llama
«fase
de
indagación»,
donde
investiga
si,
en
efecto,
fue
cometido
un
delito
y
si
la
denuncia
viene
al
caso.
Había
algo
de
tiempo
para
informarse
y
Diego
se
preguntaba…
¿Quién
me
puede
ayudar
en
esto?
O
sea,
¿quién
sabe
del
tema?
Y
recordó
que…
Yo
antes
de
venirme
para
Costa
Rica
había
estado
en
un
encuentro
de,
de
arte
multimedial
y
en
ese
momento
una
persona
que
hablaba
del
tema
era…
Yo
soy
Carolina
Botero,
y
soy
la
directora
de
la
Fundación
Karisma.
Una
organización
que,
entre
otras
cosas,
se
preocupa
por
defender
el
acceso
al
conocimiento
en
la
era
digital.
Se
me
alumbró
el
bombillo
y
yo
dije:
¡Ay,
claro,
o
sea,
voy
a
contactarla!
Así
que
mientras
la
fiscalía
hacía
lo
suyo,
Diego
le
escribió
a
Carolina
y
a
ella
le
pareció
que
su
caso
era
muy
importante.
Yo
venía
desde
el
2006
diciendo:
el
derecho
penal
en
Colombia
es
injusto,
van
a
caer
personas
inocentes
que
no
deberían
estar
en
ese
proceso
y
te,
te
aparece
el
caso…
Ella
vio
en
la
investigación
que
le
estaban
haciendo
a
Diego
un
precedente
legal.
Le
explicó:
Nunca
se
había
documentado
las
repercusiones
de
aplicar
el
derecho
de
autor
a
actividades
donde
usualmente
se
comparte
conocimiento
sin
ánimo
de
lucro
y
con
fines
netamente
académicos…
Al
final
del
2013,
terminó
la
fase
de
indagación.
La
fiscalía
decidió
que
la
denuncia
contra
Diego
tenía
una
justificación
sólida:
había
un
presunto
delito
—violación
a
los
derechos
patrimoniales
de
autor
y
derechos
conexos—
y
un
presunto
culpable:
Diego.
Así
que
este
lío
se
volvió
un
proceso
judicial
con
dos
bandos.
De
un
lado
estaba
la
fiscalía
y
el
autor
de
la
tesis
(como
víctima)
y
del
otro
lado
estaba
Diego
Gómez.
Un
juez
iba
a
decidir
quién
tenía
la
razón.
Y
ahora
que
esto
es
un
juicio,
déjenme
contarles
de
la
víctima:
Andrés
Acosta
Galvis.
Él
había
presentado
su
tesis
de
maestría
en
2006
y
años
más
tarde,
cuando
la
encontró
circulando
en
Internet,
acudió
a
la
justicia
para
denunciar
a
Diego.
Su
acusación
decía
que
Diego
estaba
recibiendo
dinero
cada
vez
que
alguien
descargaba
la
tesis
de
salamandras,
y
es
que
en
ese
mismo
año
Scribd
cambió
su
modelo
de
negocio
y
tenía
nuevos
cobros.
Diego
no
había
recibido
ni
medio
centavo
de
la
plataforma,
pero
en
ese
momento
el
acusador
no
lo
sabía.
Andrés
también
alegaba
que
él
únicamente
había
dado
permiso
de
difundir
su
tesis
a
la
Universidad
Nacional
(donde
cursó
su
maestría).
O
sea
que
si
alguien
quería
leer
el
documento,
debía
ir
hasta
la
biblioteca
de
esa
universidad
en
Bogotá.
Yo
contacté
a
Andrés
varias
veces
para
que
me
diera
una
entrevista,
pero
él
prefirió
no
hablar
conmigo…El
caso
empezó
yo
iniciando
la
maestría
y
obviamente
tenía
que
estar
acá
en
Costa
Rica…
Con
el
día
a
día
de
sus
estudios
en
San
José,
era
fácil
simplemente
ignorar
lo
que
estaba
pasando,
olvidarse
del
tema.
Total,
un
proceso
legal
puede
ser
lento.
Diego,
por
momentos,
vivía
como
si
no
pasara
nada.
Yo
tuve
varias
fases.
O
sea,
una
de
negación,
de
no
quería,
eh,
como
saber
del
tema
o
estar
pensando
en
el
tema
todo
el
tiempo.
Por
yo
me
hubiera
acostado
simplemente
a
que
el
tiempo
pasara
y
ya…
Pero
obviamente
no
podía
ignorarlo.
Volvió
a
hablar
a
Carolina
y
ella
decidió
que
lo
iba
a
apoyar
sin
cobrarle
nada.
Para
ella,
era
una
mezcla
entre
el
deber
moral
de
ayudarlo
y
la
oportunidad
de
cumplir
con
los
objetivos
de
su
organización.
Y
es
que
con
la
llegada
de
Internet,
las
cosas
con
el
derecho
de
autor
se
complicaron.
Inventos
como
los
casetes,
el
fax,
los
escáneres,
el
VHS
y
otros
aparatos
ya
nos
habían
acostumbrado
a
un
mundo
donde
hacer
copias
era
fácil.
Pero
en
la
era
digital
es
aún
más
fácil.
Con
un
celular
y
una
conexión
yo
puedo,
por
ejemplo,
enviar
una
foto
a
15
contactos
diferentes
en
segundos.
Y
cuando
15
celulares
tienen
la
misma
foto,
es
porque
hay
15
copias
del
archivo
original.
¿Me
siguen?
Lo
que
quiero
señalar
es
que
en
Internet
‘enviar’
equivale
a
‘crear
una
copia’.
Es
tan
sencillo
enviar
y
recibir
creaciones
de
otros
que
—me
atrevería
a
decir—
cuando
se
trata
de
compartir
en
Internet
todos
hemos
hecho
cosas
ilegales.
Por
un
lado,
está
lo
que
sabemos
que
va
en
contra
del
copyright
como
ver
películas
piratas
o
descargar
música
en
páginas
sospechosas.
Pero
en
el
otro
lado
hay
acciones
menos
obvias,
como
compartir
gifs
con
fragmentos
de
películas,
enviar
por
email
PDFs
de
libros,
hacer
videos
de
obras
de
arte
en
museos,
publicar
capturas
de
pantalla…
Incluso,
puede
que
nuestra
foto
de
perfil
de
Facebook
sea
un
archivo
robado,
simplemente
porque
no
le
pedimos
permiso
al
que
nos
tomó
la
foto.
Por
supuesto,
la
mayoría
de
las
veces
uno
cierra
el
navegador
y
no
pasa
nada,
no
hay
consecuencias.
Pero
si
según
una
estricta
interpretación
de
la
ley,
todos
somos
delincuentes,
entonces
quizá
el
problema
está
en
la
ley.
Por
eso
hay
gente
en
distintos
países
que
aboga
por
un
derecho
de
autor
más
flexible.
Con
la
facilidad
que
tenemos
hoy
de
copiar
cosas,
las
leyes
se
ven
desactualizadas.
En
Colombia,
por
ejemplo,
la
Ley
de
Derecho
de
Autor
es
de
1982.
Entonces,
el
plan
de
Carolina
era
muy
sencillo:
ella
y
su
equipo
se
ocuparían
de
la
parte
legal
y
Diego
podría
seguir
estudiando
en
San
José.
Hablarían
constantemente
por
teléfono
para
que
Diego
estuviera
informado
y
tomara
decisiones
cuando
fuera
necesario.
Él
aceptó
el
plan
encantado.
Carolina
era
como,
“bueno
al
grano,
esto
es
lo
que
puede
pasar,
esto
es
lo
que
tenemos
que
hacer.
Entonces,
decida:
¿Quiere
o
no?”
O
sea,
era
muy
fría,
así,
como
pero
yo
creo
que
eso,
ella
fue
la
que
me
acabó
esa
etapa
de
negación
ahora
que
lo
pienso.
Las
audiencias
del
proceso
judicial
iniciaron
el
30
de
mayo
de
2014.
Para
ese
día,
Carolina
consiguió
a
un
abogado
amigo,
que
no
sabía
mucho
de
derecho
penal,
pero
que
estaba
interesado
en
derecho
de
autor.
Él
asistió
solo
a
la
primera
sesión…
Cuando
terminó,
me
dijo:
“Esto
no
sirve,
aquí
se
necesita
gente
que
sepa
derecho
penal
porque
el
proceso
es
un
proceso
penal…”
La
buena
voluntad
no
alcanzaba,
había
que
conseguir
dinero
para
contratar
un
abogado
penalista,
y
ni
Diego,
ni
Carolina,
ni
su
fundación
tenían
fondos
para
contratar
a
uno.
Entonces
nos
conseguimos
una
beca
de
la
Web
Foundation,
demostrando,
pues,
que
era
el
tema,
era
delicado.
Consiguieron
2.000
dólares
de
una
organización
que
trabaja
para
que
todos
los
humanos
tengan
acceso
a
Internet.
Ese
dinero
era
suficiente
para
poner
en
marcha
la
defensa.
Sin
embargo,
en
ese
momento
encontraron
algo
mejor
que
hacer
con
la
plata.
Carolina
le
propuso
a
Diego…
Hay
una
posibilidad
de
acercarnos
y
de
conseguir
que
esto
se,
se
termine
sin
juicio.
Pensaron
que
era
mejor
conciliar;
la
opción
que
los
abogados
casi
siempre
recomiendan.
Es
una
alternativa
tan
frecuente
que
hasta
tiene
su
refrán:
Más
vale
un
mal
arreglo
que
un
buen
pleito.
Sonaba
perfecto.
Para
la
víctima
podía
ser
un
buen
negocio.
Imagínense
ustedes
recibir
2.000
dólares
por
una
tesis
de
maestría,
sabiendo
que
en
la
mayoría
de
los
casos
es
difícil
hacer
negocio
con
esos
documentos.
Para
Diego
era
la
oportunidad
de
escapar
de
un
juicio.
Eso
significaba
ahorrarse
años
de
una
pelea
que
no
le
interesaba
dar.
Pero
el
abogado
de
Andrés
Acosta…
dijo
que
no
y
que
realmente
los
daños
habían
sido
mucho
más
grandes.
Creo
que
nunca
ni
siquiera
se
llegó
a
mencionar
la
cifra,
porque
la
que
él
pidió
fue
tan
grande.
Que
no
había
otra
opción
que
asumir
el
pleito.
Y
esa
era
la
opción
más
larga.
La
siguiente
audiencia
tardó
casi
un
año,
y
el
proceso
tuvo
todo
tipo
de
aplazamientos:
vacaciones,
cambios
de
juez,
paros
de
trabajadores,
cambios
de
abogados…
Hubo
un
momento
en
que
el
mejor
escenario
era
que
el
proceso
prescribiera.
Es
decir,
que
la
decisión
de
un
juez
se
demorara
tanto,
que
el
caso
fuera
archivado
y
como
consecuencia
Diego
quedara
absuelto.
En
este
caso
la
fecha
de
prescripción
era
diciembre
de
2017.
Si
para
ese
momento
no
había
sentencia,
él
se
salvaba.
Y
no
era
un
escenario
irreal
porque
en
Colombia
la
justicia
toma
años.
Lo
que
seguía,
definitivamente,
era
un
periodo
de
incertidumbre.
Diego
tenía
que
acostumbrarse
a
vivir
en
un
limbo.
Una
pausa
y
volvemos…
Queremos
agradecerle
a
nuestro
patrocinador
Sony
Music
Latin
y
compartir
con
ustedes
un
mensaje.
Sony
Music
Latin
presenta
a
iLe,
la
cantautora
puertorriqueña
ganadora
del
premio
Grammy,
conocida
por
su
trabajo
junto
a
Calle
13.
Su
álbum
debut,
“iLevitable”,
ganó
el
premio
a
Mejor
Álbum
de
Rock,
Urbano
o
Alternativo
Latino,
en
la
sexagésima
entrega
anual
de
los
Grammys,
así
como
una
nominación
como
Mejor
Artista
Nuevo.
Su
nuevo
sencillo
y
video
titulado
“Odio”
ya
está
disponible
en
todas
las
plataformas
de
música.
Este
podcast
de
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Planet
Money
tip
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17:
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is
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like
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movies.
T
minus
30
seconds.
They
said
“T
mininus”,
they
said
“T
minus”.
Planet
Money,
a
podcast
about
the
economy,
and
sometimes
about
rocketships.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Soy
Daniel
Alarcón.
Antes
de
la
pausa,
escuchábamos
la
historia
de
Diego…
Cursaba
su
segundo
año
de
maestría
en
Costa
Rica,
pero
lejos
de
ser
estudiante
común
y
corriente,
con
preocupaciones
normales,
su
vida
había
estado
marcada
por
un
proceso
penal
que
había
empezado
contra
él
en
Colombia.
Y
ahora,
con
una
conciliación
fallida,
venía
un
juicio
costoso
y
demorado.
Yo
me
volví
mucho
más
nervioso
de
lo
que
era,
o
sea
como
que
yo
sentía
cerrarse
una
puerta
duro
y
me
alteraba.
Eh,
tuve
algo
de,
de
delirios
de
persecución.
O
sea,
yo
usualmente
no
contesto
una
llamada
porque
pienso
que
pueden
ser
noticias
malas…
Es
que
el
estrés
de
saber
que
hay
proceso
judicial
en
tu
contra
puede
ser
peor
que
la
sentencia.
O
sea,
que
usted
no
sabe
qué
va
a
pasar,
¿cierto?
A
veces
yo
decía,
bueno,
o
sea,
que
me
digan
de
una
vez
que
soy
culpable
y
ya
me
acabo
esta
mierda.
Laura
Rojas
Aponte
nos
sigue
contanto.
En
junio
de
2014,
Diego
habló
otra
vez
con
Carolina
Botero.
Ella
le
propuso:Bueno,
eh,
para
poder
seguir
apoyándolo
en
el
proceso,
pues
básicamente
lo
que
necesitamos
es,
eh,
más
apoyo
de
organizaciones
internacionales
—de
la
gente—,
porque
lo
que
se
viene
obviamente
demanda
recursos,
demanda
apoyo.
Y
la
u,
la
forma
en
que,
en
que
podemos
suplir
esas
demandas
es
exponerlo
en
redes
y
a
sacar
una
campaña”.
En
otras
palabras:
para
enfrentar
lo
que
seguía,
Diego
debía
contarle
al
mundo
su
historia.
La
idea
era
hacer
una
campaña
de
comunicaciones
en
primera
persona.
Porque
una
cosa
es
la
Fundación
Karisma
diciendo
“Miren,
él
es
Diego
y
esto
fue
lo
que
le
pasó”
y
otra
muy
distinta
es
Diego
mismo
diciendo
“Yo
soy
Diego
y
esto
es
lo
que
me
está
pasando”.
Él
aceptó.
En
este
país
pasan
cosas
tan
absurdas,
que
era
muy
probable
que
alguien
decidiera
mandar
a
Diego
a
la
cárcel…
Ahora
déjenme
contarles
de
María
Juliana.
Yo
soy
María
Juliana
Soto,
eh…
Soy
caleña,
nací
en
el
sur
de
Colombia,
en
Cali…
María
Juliana
trabaja
con
Carolina.
Se
encarga
de
algo
que
en
la
jerga
de
su
oficina
le
dicen:
acceso.
El
acceso
al
conocimiento
reúne
una
serie
de
derechos
que
son:
el
derecho
a
la
educación,
el
derecho
a
la
cultura
y
el
derecho
a
la
información,
por
ejemplo.
Entonces
todo
eso
constituye,
eh,
el
derecho
al
acceso
al
conocimiento.
Ella
fue
una
especie
de
entrenadora
para
Diego.
En
su
oficina
todos
aportaron
al
caso.
Hasta
yo,
que
durante
2017
trabajé
en
la
Fundación
Karisma;
fue
allí
donde
conocí
esta
historia.
Y
lo
que
vi
es
que,
aunque
todos
estaban
involucrados,
la
que
más
invertía
horas
de
su
tiempo
en
la
campaña
era
María
Juliana.
Pues
me
parecía
que
yo
tenía
que
hacer
todo
lo
posible
para
que
eso
no
pasara.
Como
que
no
puede
ser
que
un
estudiante
vaya
a
la
cárcel
por
esta
bobada.
Juntos
arrancaron
por
pensar
en
un
nombre
para
la
campaña
y
alguien
propuso:
“Compartir
no
es
delito”.
A
muchos
les
gustó…
Pero
había
como
problemas
con
ese
nombre
como
que
sí…
pero
es
que
es
un
delito.
O
sea,
en
Colombia,
hacer
eso,
es
un
delito.
Pero
Maria
Juliana…
Yo
estaba
súper
enérgica,
como:
¡Pero
no,
no
puede
ser
un
delito!
O
sea,
no…
Tenemos
que
decir
eso.
Ese
es
un
nombre
muy
bueno
para
una
campaña.
O
sea,
es
claro,
es
contundente.
Te
explica
el
problema,
vamos
con
ese.
Se
quedaron
con
“Compartir
no
es
delito”.
Después
venía
a
definir
cómo
iban
a
contar
la
historia.
Y
ante
la
falta
de
plata,
decidieron
abrir
un
blog
donde
Diego
reportara
lo
que
iba
pasando.
Todo
el
contenido
sería
publicado
con
la
supervisión
de
María
Juliana.
Las
entradas
de
blog
se
escribían
a
varias
manos
desde
Bogotá
y
San
José.
La
primera
fue
publicada
en
julio
de
2014.
Se
titulaba:
“Mi
historia”.
Después
de
contar
un
poco
sobre
él,
Diego
decía:
En
unos
meses
mi
vida
ha
cambiado,
ahora
estoy
aprendiendo
de
audiencias,
imputaciones,
juicios
y
abogados,
estoy
muy
preocupado
y
desconcertado.
Sobre
todo,
me
desconcierta
que
esta
actividad
que
realicé
con
fines
académicos
pueda
considerarse
un
delito,
y
me
convierta
en
“delincuente”.
Desde
ahí,
Diego
empezó
a
aprender
las
palabras
con
las
que
debía
contar
su
caso.
María
Juliana
lo
asesoraba.
Yo
le
hacía
como
bulletpoints,
como
claves,
como
“Diego,
esta
es
la
canción,
esto
es
lo
que
tenés
que
decir
siempre”.
Yo
le
decía:
eso
es
un,
es
una
cuña,
hay
que
repetirla.
Siempre
tienes
que
terminar
con
la
frase:
“porque
‘Compartir
no
es
delito’”.
Y
él
intentaba.
Yo
siempre
estuve
preocupado
por
que
las
cosas
so,
sonaran
coherentes
y
que
sirviera
para
el
movimiento.
O
sea,
no
mostrarme
ahí
como
un
tarado
que
está
recibiendo
apoyo
de
una
fundación
y
ya,
necesita
ayuda
y
ya.
Los
primeros
en
reaccionar
al
blog
fueron
personas
en
redes
sociales
que
usaban
la
etiqueta
#CompartirNoEsDelito.
No
fueron
muchas.
Pero
esa
misma
semana,
Carolina
escribió
una
columna
de
opinión
en
un
periódico
importante
de
Colombia.
Con
eso,
la
bola
de
nieve
empezó
a
crecer.
Y
se
habló
de
este
caso
en
diferentes
medios
del
país…
Un
juez
definirá
la
suerte
del
biólogo
Diego
Gómez,
becado
por
un
organismo
internacional
por
su
excelente
desempeño
y
juzgado
en
Colombia
por
compartir
un
documento
en
Internet.
Estaban
a
meses
de
la
próxima
audiencia
y
la
campaña
no
paraba.
Tanto
que
el
7
de
agosto
del
2014,
la
revista
estadounidense
Newsweek
publicó
un
artículo
sobre
Diego…
Le
dije
a
Carolina:
“Como
yo
ya
me
voy
a
jubilar.
¡Yo
ya
puse
a
Diego
en
Newsweek!
Ya,
chao.
¡No
puedo
hacer
más!”
Una
semana
y
media
después,
el
periódico
británico
The
Guardian
se
unió
a
la
lista
de
grandes
medios
reportando
sobre
el
caso.
La
mayoría
de
estos
artículos
subrayaban
de
manera
tácita
lo
absurdo
de
una
pena
de
entre
4
y
8
años
de
prisión
por
infringir
el
derecho
de
autor…
Y
ponían
este
ejemplo:
Si
a
Diego
lo
hubieran
acusado
de
delitos
como
la
trata
de
personas
o
el
abuso
sexual…
la
posible
condena
sería
casi
la
misma.
Que
las
personas
de
Estados
Unidos
o
los
europeos
sintieran
como,
tanta
indignación
por
el
caso
de
Diego,
pues
eso
me
sorprendió
un
montón.
María
Juliana
celebraba
y
Diego
aprendía
a
lidiar
con
su
nueva
fama.
Y
era
como:
¡Puta.
O
sea,
estoy
montado
en
un
bus
y
me
acaban
de
llamar
de
una
de
las
emisoras
de
radio
más
importantes
de
Colombia!
Entonces
era
pite
en
el
bus
para
que
le
abran
la
puerta
pa’
bajarme
a
hablar
tranquilo
en
una
calle…
A
pesar
de
la
bulla
en
medios,
el
proceso
judicial
se
movía
como
habían
anticipado:
lentamente…
En
ese
tiempo
Diego
terminó
su
maestría,
consiguió
trabajo
en
el
sur
de
Costa
Rica,
conoció
una
tica
y
tuvo
una
hija
con
ella.
Hasta
le
alcanzó
el
tiempo
para
descubrir
un
tipo
de
rana
que
se
creía
extinta:
la
rana
arlequín.
Como
no
pasaba
nada
con
el
proceso
legal,
María
Juliana
y
su
equipo
hicieron
cuñas
con
canciones
famosas
para
radios
comunitarias.
Compartamos
el
conocimiento.
La
alegría
de
compartir
no
se
puede
comprar.
Compartamos
el
conocimiento
que
hemos
construido
juntos.
Compartir
no
es
delito.
no
puedes
comprar
al
viento,
no
puedes
comprar
al
sol,
no
puedes
compar
la
lluvia,
no
puedes
comprar
el
calor.
Mientras
esperaba,
Diego
aprovechó
para
aprender
los
detalles
del
mundo
del
copyright
contemporáneo.Me
empecé
a
dar
cuenta
que
había
un
movimiento
y
un
activismo
tan
brutal
a
nivel
mundial.
Empecé
a
dimensionar
por
qué
me
estaban
apoyando
y
la
importancia
del,
de
mi
caso.
En
febrero
de
2016,
con
dos
años
de
preparación
encima,
Diego
testificó
por
primera
vez
frente
a
un
juez.
Su
defensa
consistió
en
afirmar
que
(1)
Él
se
estaba
educando
al
compartir
la
tesis,
y
pues,
eso
es
muy
diferente
a
la
piratería
que
es
lo
que
pretende
castigar
el
derecho
de
autor.
(2)
Que
compartir
documentos
académicos
es
una
práctica
común
entre
científicos.
La
construcción
de
conocimiento
se
hace
con
base
en
los
hallazgos
de
otros.
Y
(3)
la
defensa
de
Diego
demostró
que
él
no
había
recibido
nada
de
dinero
por
subir
la
tesis
de
salamandras
a
Scribd.
Leyendo
los
documentos
legales
hubo
algo
que
me
llamó
la
atención.
Entre
los
testigos
hay
un
“investigador
en
informática
forense”,
alguien
que
buscó
cómo
llegó
la
tesis
de
salamandras
a
Facebook.
Y
entre
otros
hallazgos,
encontró
que
la
tesis
de
Andrés
fue
compartida
de
nuevo,
en
el
mismo
grupo
de
Facebook,
por
Laury
Gutiérrez,
una
persona
que
aparece
en
los
agradecimientos
de
la
tesis
por
“revisión
del
manuscrito”.
Ella
subió
dos
copias
a
Internet.
O
sea,
alguien
cercano
a
la
víctima
repitió
la
misma
práctica
que
llevó
a
Diego
a
un
proceso
judicial.
¿Le
habrá
pedido
permiso
formal
al
autor?
Algo
interesante
es
que,
mientras
Diego
se
defendía,
Colombia
como
país
intentaba
volver
más
estrictas
sus
leyes
de
derecho
de
autor.
Esto
comenzó
con
el
Tratado
de
Libre
Comercio
entre
Colombia
y
Estados
Unidos
porque
uno
de
los
requisitos
que
pone
la
economía
más
grande
del
mundo
es
que
la
infracción
al
copyright
se
castigue
penalmente
y
con
multas
severas.
La
justificación
es
que
la
industria
del
entretenimiento
estadounidense
mueve
millones
de
dólares;
parte
de
los
productos
que
ellos
exportan
a
Colombia
son
películas
y
canciones
que
requieren
de
un
derecho
de
autor
estricto
para
financiarse.
Así
las
cosas,
los
argumentos
que
Diego
exponía
frente
a
un
juez
eran
lecciones
de
derecho
de
autor
para
todo
un
país.
Queremos
adoptar
los
estándares
penales
de
Estados
Unidos,
pero
no
estamos
usando
la
parte
abierta.
En
concreto,
este
país
tiene
una
figura
que
se
llama
‘Fair
Use’
(uso
legítimo
o
uso
razonable)
y
permite
que
las
personas
utilicen
parcialmente
creaciones
protegidas
sin
pedir
permiso.
Un
ejemplo
muy
básico:
en
este
podcast,
usamos
fragmentos
de
noticieros.
Como
los
estamos
usando
con
motivos
periodísticos,
es
decir,
educativos,
eso,
bajo
el
Fair
Use,
es
permitido.
Pero
en
Colombia,
esa
figura
legal
no
existe.
Al
inicio
de
2017
el
juzgado
cita
a
una
audiencia
más,
como
tantas
que
se
habían
hecho.
Recordemos
que
este
año,
el
2017,
era
importante
para
el
caso
de
Diego
porque
si
no
se
resolvía
nada,
los
cargos
prescribían
y
él
quedaba
absuelto.
Quizá
por
esa
razón
todo
empezó
a
avanzar
más
rápido.
A
esa
sesión
solo
asistieron
Carolina
y
los
abogados
del
caso.
Esa
vez
íbamos
seguros
de
que
iba
haber
alegatos.
Y
así
fue,
cada
uno
de
los
bandos
alegó.
Y
justo
después,
de
la
manera
más
inesperada…
La
juez
dijo:
“No
culpable”…
En
ese
momento
Carolina
empezó
a
escribir
frenéticamente
por
chat,
contándole
a
Diego,
a
María
Juliana
y
al
resto
del
equipo
la
noticia.
Es
que
nadie
anticipó
que
ese
día
la
juez
iba
a
cerrar
el
caso.
Yo
estaba
en
una
reunión
con
mi
familia
y
yo
parecía
loca…
Como
que
saltaba
y
nadie
entendía
y
mi
mamá
les
decía:
Es
que
es
lo
del
biólogo,
lo
del
biólogo.
[Risas]
Y
yo
como:
Pero
es
que
ya,
¡por
fin,
por
fin,
por
fin!Yo
estuve
contento,
pero
yo
no
soy
muy
emotivo.
O
sea,
yo
no
me
puse
a
saltar,
y
a
gritar
ni…
O
sea,
obviamente
el
proceso
fue
muy
difícil
para
mí,
pero…
Y
bueno,
yo
celebré,
le
mandé
una
foto
a
Diego
como
con
una
cerveza,
como:
“Ah,
estoy
feliz.
Felicitaciones”.
Lo
recibí
como
muy
tranquilo,
como
¡Uf!
ya
por
fin,
fue
más
un
“por
fin”
que
“¡Eeeh!
¡Que
chimba!”
No,
o
sea,
no
fue
así
como
celebración
ni
nada,
yo
creo
que
la
gente
estaba
más
contenta
que
yo
(risas),
yo
lo
recibí
más
como
una
tranquilidad.
Yo
creo
que
no
era
un
motivo
de
celebración,
sino
más
un
motivo
de:
¡Puta,
puedo
descansar.
O
sea,
mi
cabeza
ya
puede
descansar!
El
denunciante
apeló,
pero
en
cuestión
de
medio
año
ya
estaba
resuelto
todo.
La
sentencia
final
dice
que
Diego
violó
la
ley.
Debió
haber
pedido
permiso.
Sin
embargo,
también
dice
que
Diego
no
tuvo
la
intención
de
dañar
al
autor,
tampoco
ganó
dinero
y,
lo
más
importante,
el
hecho
que
la
tesis
estuviera
en
Scribd
no
disminuyó
las
posibilidades
de
que
el
autor
comercializara
su
obra.
Esas
tres
cosas
pesaron
más…
Los
que
celebraron
vieron
a
la
sentencia
como
un
precedente.
La
idea
es
que
en
el
futuro
la
ley
de
derecho
de
autor
se
use
para
lo
que
fue
pensada:
combatir
la
piratería.
No
para
llevar
al
estrado
a
gente
que
quiere
educarse,
en
especial
cuando
esas
personas
son
estudiantes
de
ciudades
pequeñas,
con
poco
dinero
para
comprar
suscripciones
a
revistas
científicas
o
a
bases
de
datos
especializadas…
Yo
renuncié
a
la
Fundación
Karisma
meses
después
de
la
sentencia
del
tribunal.
Y
me
quedé
con
esta
historia
en
la
cabeza.
En
especial,
me
quedé
pensando
en
una
pregunta.
Ahora
se
las
paso
a
ustedes:
¿Por
qué
Diego
terminó
en
estas?
Es
decir,
¿por
qué
tantos
países
tienen
leyes
de
derecho
de
autor
que
permiten
que
uno
denuncie
a
estudiantes
por
compartir
PDFs
académicos?
Mientras
investigaba
para
este
episodio
hablé
con
varios
expertos
cuyas
voces
no
aparecen
acá
y
la
respuesta
es
más
o
menos
así.
No
es
que
Colombia
se
desvele
pensando:
“¿De
qué
van
a
vivir
nuestros
autores?
¡Hay
que
protegerlos!”
No.
Lo
que
le
interesa
a
nuestros
líderes
es
comerciar
con
el
resto
del
mundo
y
entre
los
requisitos
aparece
la
obligación
de,
comillas,
“fortalecer
el
derecho
de
autor”.
Entonces,
grandes
empresas
hacen
lobby
en
Washington.
Y
Estados
Unidos
pone
requisitos
en
sus
tratados
de
libre
comercio.
Y
por
el
poder
económico
que
tiene
ese
país,
muchos
países
más
pequeños
terminan
aceptando.
De
hecho,
en
abril
de
este
año,
el
gobierno
de
Colombia
presentó
por
sexta
vez
en
la
década
una
reforma
al
derecho
de
autor,
pero
no
para
hacerla
más
flexible
con
estudiantes,
bibliotecas,
o
museos,
sino
para
cumplir
con
el
estándar
de
comercio
internacional.
Mientras
tanto,
la
mayoría
de
nosotros
sigue
siendo
ilegal
cuando
se
trata
de
compartir
en
Internet,
y
el
que
esté
de
malas,
pues
le
pasa
la
de
Diego.
Laura
Rojas
Aponte
vive
en
Bogotá
y
se
dedica
a
hacer
proyectos
digitales
donde
habla
sobre
tecnología
y
cultura.
Pueden
escucharla
en
el
podcast
Cosas
de
Internet.
Tendremos
un
link
desde
nuestra
página
web.
Esta
historia
fue
editada
por
Camila
Segura
y
por
mí.
La
música
y
el
diseño
de
sonido
es
de
Andrés
Azpiri.
Victoria
Estrada
hizo
el
fact-checking.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Jorge
Caraballo,
Patrick
Mosley,
Ana
Prieto,
Barbara
Sawhill,
Luis
Trelles,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa,
Silvia
Viñas
y
Luis
Fernando
Vargas.
Nuestras
pasantes
son
Lisette
Arévalo
y
Andrea
López
Cruzado.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
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Soy
Daniel
Alarcón.
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Hey, Ambulantes: ya se vienen nuestros shows en vivo. ¿Compraron los tiquetes? Quedan muy pocos. Serán el martes 25 de septiembre, en Washington D. C., y el jueves 27, en Nueva York. Les vamos a presentar historias de Chile, México, Cuba, Uruguay, Colombia, Ecuador y Estados Unidos. Historias sobre identidades, herencias extrañas, máquinas obscenas y más. Les prometemos que la van a pasar súper. El show es completamente bilingüe y accesible para personas que no hablan español. Para comprar los tiquetes ingresen a radioambulante.org/envivo. ¡Gracias y nos vemos! Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Hoy empezamos con él: Soy Diego Gómez, eh, nací en Colombia, en el Norte del Valle, una región cafetera…Diego tiene 30 años y estudió biología en la Universidad de Quindío, en Armenia, una ciudad pequeña de Colombia. Después de terminar su carrera en el 2013, se fue a Costa Rica. Se había ganado una beca para hacer una maestría en conservación. Estaba todavía muy contento porque… Porque había recibido la beca, porque estaba en otro país… Porque no sé, estaba realizándome profesionalmente… A los tres meses de estar allá, ya estaba bien metido en sus estudios y tuvo su primera salida de campo… Ese día… Estábamos en una playa súper bonita aquí en Costa Rica en el Caribe, donde hay un parque nacional rebonito. Y de un momento a otro me llama mi papá muy asustado como: “Hey, usted qué hizo ilegal, que aquí llegó una, una notificación de la fiscalía que hay un proceso de investigación en curso…”. Que había una denuncia contra Diego. Su papá le leyó la notificación, que era bastante escueta…Solamente decía: “derechos patrimoniales de autor y derechos conexos”, pero no decía quién era el demandante, ni por qué… Cero detalles. Yo en ese momento me quedé pensando, y yo… hmm… o sea, le di como tres vueltas a mi vida a ver qué había hecho ilegal y no encontré [risas] nada. Pero claramente había algo, ¿no? Esa llamada de su papá sería el comienzo de una odisea legal que duraría varios años. Le cambiaría a Diego sus planes de vida, sus opciones profesionales, toda su visión del futuro. Solo que, en ese momento, ni siquiera sabía por qué. Nuestra productora de hoy, Laura Rojas Aponte, nos cuenta.Devolvámonos un poco… Cuando Diego todavía estaba en Colombia, en sus primeros años de universidad…Me empezaron a llamar mucho la atención las, las anfibios y los reptiles. Eso tiene nombre propio. Se llama: herpetología.: De hecho es un nombre muy feo [Risas]… la gente quién sabe qué se imaginará. Yo creo que es más… parece más como un término médico [risas], que, que del estudio de, de algún grupo de animales. La universidad de Diego tenía poco dinero. Él recuerda que la biblioteca era pequeña y la sección de biología estaba desactualizada. Era complicado encontrar información sobre temas tan específicos como la herpetología. Él y sus compañeros se las tenían que ingeniar… Lo que hacíamos era hacer como “comisiones” para ir a, a la capital, a Bogotá, y ir a conseguir libros regalados, prestados, sacar copias de libros, eh, de capítulos o ir a la, a la literatura en revistas científicas. Así que creó un grupo de estudio donde, entre otras cosas, compartían textos académicos. Un día, Diego encontró en un grupo de Facebook una tesis de maestría sobre salamandras. Era hecha en Bogotá. Para leerla había que descargar un archivo usando uno de esos enlaces largos, que tienen fecha de vencimiento… Están un tiempo y, y, y ya después no se puede acceder a ellos. Entonces él… muy solidario… Lo que hice fue, eh, subirlo a otra plataforma que se llamaba Scribd para pasarles el link a, a los del grupo de estudio que habíamos conformado en la universidad. Scribd es una plataforma para compartir documentos. Tiene la ventaja de que sus enlaces son fáciles de usar… Apenas las personas hacen click, pueden ver los archivos; no hay que descargar nada raro. Y, bueno, en 2009, mientras Diego estaba en la universidad, Scribd era una opción bastante popular porque no había que pagar para usarla. Era ideal. De hecho, sus compañeros terminaron consultando allí la tesis sobre salamandras… Para saber qué especies estábamos encontrando en la zona. Entonces era, era más como un documento de, de, de acceso a información ocasional que algo para leerlo como tal. Más allá de usarlo como enciclopedia, el documento realmente no fue memorable para ellos. De hecho, cuatro años después, cuando Diego recibió la llamada de su papá, ni se acordó de la tesis. Luego de colgar lo que él hizo fue repasar su vida, buscando qué le estaba trayendo problemas. En ese momento que me di cuenta yo quería investigar todo lo que había pasado y qué había pasado… Yo necesitaba Internet y no tenía Internet. Porque, claro, estaban en una playa, en un parque nacional… En esa misma salida había dos compañeras de universidad que hasta el momento empezaban a ser amigas de Diego. Una de ellas sí tenía un celular con acceso a la red, entonces le contó lo que estaba pasando. Yo tenía un poco de vergüenza de decirles como: “¡Hey, tengo una investigación en curso de la fiscalía en Colombia necesito buscar qué diablos está pasando!”. Eso fue.. O sea, esas fueron las primeras personas que se dieron cuenta. Con un celular prestado y casi nada de información, Diego se conectó a ver si encontraba algo. Cualquier cosa. Pero nada… Llegué a pensar que podía ser un homónimo, o algo así, como, hey, alguien la cagó, alguien se llama Diego Gómez Hoyos, la cagó, y, y me encontraron fue a mí… Cuando volvió a San José… Empecé a investigar en mis correos electrónicos, las redes, porque yo no me acordaba… Incluso llamó a algunos amigos de cuando él estaba en la universidad, y en esas conversaciones entendió que la fiscalía lo buscaba por la tesis, esa sobre salamandras que había subido a Scribd en 2009. No me acordaba lo que me había llevado a, a, a compartir esa tesis, y dónde la había compartido. Yo ni me acordaba de nada de eso. O sea, es como que, fue algo ocasional en mi vida, porque obviamente uno si le piden un artículo uno va y lo busca, o si lo tiene, lo comparte. O sea, es una actividad tan usual dentro de las redes de, de colaboradores de investigación que… No entendía. Él no se había atribuido la autoría de la tesis. Es más, al compartir el documento lo citó como había aprendido en la universidad. Entonces, ¿por qué lo estaban buscando? En español le decimos “Ley de derecho de autor”, pero a veces vale la pena recordar que en inglés le dicen copyright, ‘el derecho a copiar’. Esos conceptos empiezan a aparecer en las leyes al tiempo que la imprenta. Un poco de historia: con el invento de la imprenta, un libro podría llegar a una audiencia más amplia que antes. Pero cuando un libro era exitoso, el que más se beneficiaba no era el autor, sino el dueño de la imprenta, que seguía produciendo libros, enriqueciéndose sin compartir la fortuna con el autor. Esto se volvió un tema en el Reino Unido. Entonces, en 1710, la corona inglesa intervino y dictó que los autores tenían el derecho a decidir quién podía copiar sus escritos y cuántas copias se podían hacer. Así, el autor le vendía su ‘derecho a copiar’ a los impresores y, pues, ganaba mejor. Ese derecho se expandió a otros países y a todo tipo de creaciones. Hoy en día, las fotos, los videos, las películas, los blogs, incluso los podcasts… tienen ‘copyright’. La idea es que los creadores tengan control sobre lo que hacen y así puedan cobrar por su trabajo. Por supuesto, del siglo XVIII a hoy la ley se ha vuelto más compleja, pero la idea de fondo sigue siendo la misma: contribuir a un modelo de negocio para los autores. El autor de la tesis sobre salamandras, un herpetólogo llamado Andrés Acosta Galvis, nunca le dio permiso a Diego para copiar su creación. O sea, Diego no tenía permiso de pasar la tesis de una plataforma a otra y eso en Colombia puede ser un delito penal. Pero en ese momento, Diego no encontraba mucha información sobre esto, porque… No hay muchos casos en el mundo de que se esté procesando a alguien por violación de derechos de autor en aspectos académicos. No encontraba precedentes, casos que pudiera estudiar para entender qué estaba pasando… Nunca se había visto las repercusiones que podía llegar a tener y era tener a alguien procesado penalmente por utilizar el conocimiento sin ánimo de lucro. Pero no importaba que su caso fuera raro o que él estuviera educándose, la ley es la ley y Diego tenía motivos para preocuparse. Para comenzar, infringir el derecho de autor se castiga en Colombia con cárcel: cuatro a ocho años. Y la pena tiene que ser cumplida en el país, o sea le tocaba devolverse. Básicamente yo no me ponía a pensar bueno, ¿y cuánto me van a cobrar? O ¿cómo es el proceso? O ¿cuánto me voy a gastar? No, o sea, es: ¿qué putas está pasando? Ah, bueno, y ese es el otro tema, el de la plata. El código penal colombiano habla de una multa de por lo menos 26 salarios mínimos, algo así como 7.000 dólares. A eso hay que sumarle los honorarios de los abogados: pagarle a expertos en derecho de autor es carísimo. Y, como Diego estaba en Costa Rica, también había que comprar tiquetes aéreos y estadía en Bogotá para que él pudiera asistir a sus propias audiencias… El costo era demasiado alto. Tenía que hacer algo. En el primer semestre de 2013, la fiscalía estaba en una etapa que se llama «fase de indagación», donde investiga si, en efecto, fue cometido un delito y si la denuncia sí viene al caso. Había algo de tiempo para informarse y Diego se preguntaba… ¿Quién me puede ayudar en esto? O sea, ¿quién sabe del tema? Y recordó que… Yo antes de venirme para Costa Rica había estado en un encuentro de, de arte multimedial y en ese momento una persona que hablaba del tema era… Yo soy Carolina Botero, y soy la directora de la Fundación Karisma. Una organización que, entre otras cosas, se preocupa por defender el acceso al conocimiento en la era digital. Se me alumbró el bombillo y yo dije: ¡Ay, claro, o sea, voy a contactarla! Así que mientras la fiscalía hacía lo suyo, Diego le escribió a Carolina y a ella le pareció que su caso era muy importante. Yo venía desde el 2006 diciendo: el derecho penal en Colombia es injusto, van a caer personas inocentes que no deberían estar en ese proceso y te, te aparece el caso… Ella vio en la investigación que le estaban haciendo a Diego un precedente legal. Le explicó: Nunca se había documentado las repercusiones de aplicar el derecho de autor a actividades donde usualmente se comparte conocimiento sin ánimo de lucro y con fines netamente académicos… Al final del 2013, terminó la fase de indagación. La fiscalía decidió que la denuncia contra Diego sí tenía una justificación sólida: había un presunto delito —violación a los derechos patrimoniales de autor y derechos conexos— y un presunto culpable: Diego. Así que este lío se volvió un proceso judicial con dos bandos. De un lado estaba la fiscalía y el autor de la tesis (como víctima) y del otro lado estaba Diego Gómez. Un juez iba a decidir quién tenía la razón. Y ahora que esto es un juicio, déjenme contarles de la víctima: Andrés Acosta Galvis. Él había presentado su tesis de maestría en 2006 y años más tarde, cuando la encontró circulando en Internet, acudió a la justicia para denunciar a Diego. Su acusación decía que Diego estaba recibiendo dinero cada vez que alguien descargaba la tesis de salamandras, y es que en ese mismo año Scribd cambió su modelo de negocio y tenía nuevos cobros. Diego no había recibido ni medio centavo de la plataforma, pero en ese momento el acusador no lo sabía. Andrés también alegaba que él únicamente había dado permiso de difundir su tesis a la Universidad Nacional (donde cursó su maestría). O sea que si alguien quería leer el documento, debía ir hasta la biblioteca de esa universidad en Bogotá. Yo contacté a Andrés varias veces para que me diera una entrevista, pero él prefirió no hablar conmigo…El caso empezó yo iniciando la maestría y obviamente tenía que estar acá en Costa Rica… Con el día a día de sus estudios en San José, era fácil simplemente ignorar lo que estaba pasando, olvidarse del tema. Total, un proceso legal puede ser lento. Diego, por momentos, vivía como si no pasara nada. Yo tuve varias fases. O sea, una de negación, de no quería, eh, como saber del tema o estar pensando en el tema todo el tiempo. Por mí yo me hubiera acostado simplemente a que el tiempo pasara y ya… Pero obviamente no podía ignorarlo. Volvió a hablar a Carolina y ella decidió que lo iba a apoyar sin cobrarle nada. Para ella, era una mezcla entre el deber moral de ayudarlo y la oportunidad de cumplir con los objetivos de su organización. Y es que con la llegada de Internet, las cosas con el derecho de autor se complicaron. Inventos como los casetes, el fax, los escáneres, el VHS y otros aparatos ya nos habían acostumbrado a un mundo donde hacer copias era fácil. Pero en la era digital es aún más fácil. Con un celular y una conexión yo puedo, por ejemplo, enviar una foto a 15 contactos diferentes en segundos. Y cuando 15 celulares tienen la misma foto, es porque hay 15 copias del archivo original. ¿Me siguen? Lo que quiero señalar es que en Internet ‘enviar’ equivale a ‘crear una copia’. Es tan sencillo enviar y recibir creaciones de otros que —me atrevería a decir— cuando se trata de compartir en Internet todos hemos hecho cosas ilegales. Por un lado, está lo que sabemos que va en contra del copyright como ver películas piratas o descargar música en páginas sospechosas. Pero en el otro lado hay acciones menos obvias, como compartir gifs con fragmentos de películas, enviar por email PDFs de libros, hacer videos de obras de arte en museos, publicar capturas de pantalla… Incluso, puede que nuestra foto de perfil de Facebook sea un archivo robado, simplemente porque no le pedimos permiso al que nos tomó la foto. Por supuesto, la mayoría de las veces uno cierra el navegador y no pasa nada, no hay consecuencias. Pero si según una estricta interpretación de la ley, todos somos delincuentes, entonces quizá el problema está en la ley. Por eso hay gente en distintos países que aboga por un derecho de autor más flexible. Con la facilidad que tenemos hoy de copiar cosas, las leyes se ven desactualizadas. En Colombia, por ejemplo, la Ley de Derecho de Autor es de 1982. Entonces, el plan de Carolina era muy sencillo: ella y su equipo se ocuparían de la parte legal y Diego podría seguir estudiando en San José. Hablarían constantemente por teléfono para que Diego estuviera informado y tomara decisiones cuando fuera necesario. Él aceptó el plan encantado. Carolina era como, “bueno al grano, esto es lo que puede pasar, esto es lo que tenemos que hacer. Entonces, decida: ¿Quiere o no?” O sea, era muy fría, así, como pero yo creo que eso, ella fue la que me acabó esa etapa de negación ahora que lo pienso. Las audiencias del proceso judicial iniciaron el 30 de mayo de 2014. Para ese día, Carolina consiguió a un abogado amigo, que no sabía mucho de derecho penal, pero que estaba interesado en derecho de autor. Él asistió solo a la primera sesión… Cuando terminó, me dijo: “Esto no sirve, aquí se necesita gente que sepa derecho penal porque el proceso es un proceso penal…” La buena voluntad no alcanzaba, había que conseguir dinero para contratar un abogado penalista, y ni Diego, ni Carolina, ni su fundación tenían fondos para contratar a uno. Entonces nos conseguimos una beca de la Web Foundation, demostrando, pues, que era el tema, era delicado. Consiguieron 2.000 dólares de una organización que trabaja para que todos los humanos tengan acceso a Internet. Ese dinero era suficiente para poner en marcha la defensa. Sin embargo, en ese momento encontraron algo mejor que hacer con la plata. Carolina le propuso a Diego… Hay una posibilidad de acercarnos y de conseguir que esto se, se termine sin juicio. Pensaron que era mejor conciliar; la opción que los abogados casi siempre recomiendan. Es una alternativa tan frecuente que hasta tiene su refrán: Más vale un mal arreglo que un buen pleito. Sonaba perfecto. Para la víctima podía ser un buen negocio. Imagínense ustedes recibir 2.000 dólares por una tesis de maestría, sabiendo que en la mayoría de los casos es difícil hacer negocio con esos documentos. Para Diego era la oportunidad de escapar de un juicio. Eso significaba ahorrarse años de una pelea que no le interesaba dar. Pero el abogado de Andrés Acosta… dijo que no y que realmente los daños habían sido mucho más grandes. Creo que nunca ni siquiera se llegó a mencionar la cifra, porque la que él pidió fue tan grande. Que no había otra opción que asumir el pleito. Y esa era la opción más larga. La siguiente audiencia tardó casi un año, y el proceso tuvo todo tipo de aplazamientos: vacaciones, cambios de juez, paros de trabajadores, cambios de abogados… Hubo un momento en que el mejor escenario era que el proceso prescribiera. Es decir, que la decisión de un juez se demorara tanto, que el caso fuera archivado y como consecuencia Diego quedara absuelto. En este caso la fecha de prescripción era diciembre de 2017. Si para ese momento no había sentencia, él se salvaba. Y no era un escenario irreal porque en Colombia la justicia toma años. Lo que seguía, definitivamente, era un periodo de incertidumbre. Diego tenía que acostumbrarse a vivir en un limbo. Una pausa y volvemos… Queremos agradecerle a nuestro patrocinador Sony Music Latin y compartir con ustedes un mensaje. Sony Music Latin presenta a iLe, la cantautora puertorriqueña ganadora del premio Grammy, conocida por su trabajo junto a Calle 13. Su álbum debut, “iLevitable”, ganó el premio a Mejor Álbum de Rock, Urbano o Alternativo Latino, en la sexagésima entrega anual de los Grammys, así como una nominación como Mejor Artista Nuevo. Su nuevo sencillo y video titulado “Odio” ya está disponible en todas las plataformas de música. Este podcast de NPR y el siguiente mensaje son patrocinados por Squarespace. Un sueño es tan solo una gran idea que tiene todavía no una página web. Personaliza la apariencia y la navegación de tu página, así como la forma para vender tus productos y mucho más con un par de clicks. Ingresa a Squarespace.com/radio para una prueba gratuita. Y cuando estés listo para lanzar tu página, usa el código RADIO para ahorrarte 10 por ciento en la compra de tu primer sitio web o dominio. El futuro está llegando. Hazlo brillar. Con Squarespace. What’s unique about the human experience? And what do we all have in common? I’m Guy Raz. Every week on TED Radio Hour we go on a journey through the big ideas and motions and discoveries that fill all of us with wonder. Find it on NPR One or wherever you get your podcasts. Planet Money tip number 17: Sometimes life is exactly like the movies. T minus 30 seconds. They said “T mininus”, they said “T minus”. Planet Money, a podcast about the economy, and sometimes about rocketships. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, escuchábamos la historia de Diego… Cursaba su segundo año de maestría en Costa Rica, pero lejos de ser estudiante común y corriente, con preocupaciones normales, su vida había estado marcada por un proceso penal que había empezado contra él en Colombia. Y ahora, con una conciliación fallida, venía un juicio costoso y demorado. Yo me volví mucho más nervioso de lo que era, o sea como que yo sentía cerrarse una puerta duro y me alteraba. Eh, tuve algo de, de delirios de persecución. O sea, yo usualmente no contesto una llamada porque pienso que pueden ser noticias malas… Es que el estrés de saber que hay proceso judicial en tu contra puede ser peor que la sentencia. O sea, que usted no sabe qué va a pasar, ¿cierto? A veces yo decía, bueno, o sea, que me digan de una vez que soy culpable y ya me acabo esta mierda. Laura Rojas Aponte nos sigue contanto. En junio de 2014, Diego habló otra vez con Carolina Botero. Ella le propuso:Bueno, eh, para poder seguir apoyándolo en el proceso, pues básicamente lo que necesitamos es, eh, más apoyo de organizaciones internacionales —de la gente—, porque lo que se viene obviamente demanda recursos, demanda apoyo. Y la u, la forma en que, en que podemos suplir esas demandas es exponerlo en redes y a sacar una campaña”. En otras palabras: para enfrentar lo que seguía, Diego debía contarle al mundo su historia. La idea era hacer una campaña de comunicaciones en primera persona. Porque una cosa es la Fundación Karisma diciendo “Miren, él es Diego y esto fue lo que le pasó” y otra muy distinta es Diego mismo diciendo “Yo soy Diego y esto es lo que me está pasando”. Él aceptó. En este país pasan cosas tan absurdas, que era muy probable que alguien decidiera mandar a Diego a la cárcel… Ahora déjenme contarles de María Juliana. Yo soy María Juliana Soto, eh… Soy caleña, nací en el sur de Colombia, en Cali… María Juliana trabaja con Carolina. Se encarga de algo que en la jerga de su oficina le dicen: acceso. El acceso al conocimiento reúne una serie de derechos que son: el derecho a la educación, el derecho a la cultura y el derecho a la información, por ejemplo. Entonces todo eso constituye, eh, el derecho al acceso al conocimiento. Ella fue una especie de entrenadora para Diego. En su oficina todos aportaron al caso. Hasta yo, que durante 2017 trabajé en la Fundación Karisma; fue allí donde conocí esta historia. Y lo que vi es que, aunque todos estaban involucrados, la que más invertía horas de su tiempo en la campaña era María Juliana. Pues me parecía que yo tenía que hacer todo lo posible para que eso no pasara. Como que no puede ser que un estudiante vaya a la cárcel por esta bobada. Juntos arrancaron por pensar en un nombre para la campaña y alguien propuso: “Compartir no es delito”. A muchos les gustó… Pero había como problemas con ese nombre como que sí… pero es que sí es un delito. O sea, en Colombia, hacer eso, es un delito. Pero Maria Juliana… Yo estaba súper enérgica, como: ¡Pero no, no puede ser un delito! O sea, no… Tenemos que decir eso. Ese es un nombre muy bueno para una campaña. O sea, es claro, es contundente. Te explica el problema, vamos con ese. Se quedaron con “Compartir no es delito”. Después venía a definir cómo iban a contar la historia. Y ante la falta de plata, decidieron abrir un blog donde Diego reportara lo que iba pasando. Todo el contenido sería publicado con la supervisión de María Juliana. Las entradas de blog se escribían a varias manos desde Bogotá y San José. La primera fue publicada en julio de 2014. Se titulaba: “Mi historia”. Después de contar un poco sobre él, Diego decía: En unos meses mi vida ha cambiado, ahora estoy aprendiendo de audiencias, imputaciones, juicios y abogados, estoy muy preocupado y desconcertado. Sobre todo, me desconcierta que esta actividad que realicé con fines académicos pueda considerarse un delito, y me convierta en “delincuente”. Desde ahí, Diego empezó a aprender las palabras con las que debía contar su caso. María Juliana lo asesoraba. Yo le hacía como bulletpoints, como claves, como “Diego, esta es la canción, esto es lo que tenés que decir siempre”. Yo le decía: eso es un, es una cuña, hay que repetirla. Siempre tienes que terminar con la frase: “porque ‘Compartir no es delito’”. Y él intentaba. Yo siempre estuve preocupado por que las cosas so, sonaran coherentes y que sirviera para el movimiento. O sea, no mostrarme ahí como un tarado que está recibiendo apoyo de una fundación y ya, necesita ayuda y ya. Los primeros en reaccionar al blog fueron personas en redes sociales que usaban la etiqueta #CompartirNoEsDelito. No fueron muchas. Pero esa misma semana, Carolina escribió una columna de opinión en un periódico importante de Colombia. Con eso, la bola de nieve empezó a crecer. Y se habló de este caso en diferentes medios del país… Un juez definirá la suerte del biólogo Diego Gómez, becado por un organismo internacional por su excelente desempeño y juzgado en Colombia por compartir un documento en Internet. Estaban a meses de la próxima audiencia y la campaña no paraba. Tanto que el 7 de agosto del 2014, la revista estadounidense Newsweek publicó un artículo sobre Diego… Le dije a Carolina: “Como yo ya me voy a jubilar. ¡Yo ya puse a Diego en Newsweek! Ya, chao. ¡No puedo hacer más!” Una semana y media después, el periódico británico The Guardian se unió a la lista de grandes medios reportando sobre el caso. La mayoría de estos artículos subrayaban de manera tácita lo absurdo de una pena de entre 4 y 8 años de prisión por infringir el derecho de autor… Y ponían este ejemplo: Si a Diego lo hubieran acusado de delitos como la trata de personas o el abuso sexual… la posible condena sería casi la misma. Que las personas de Estados Unidos o los europeos sintieran como, tanta indignación por el caso de Diego, pues eso sí me sorprendió un montón. María Juliana celebraba y Diego aprendía a lidiar con su nueva fama. Y era como: ¡Puta. O sea, estoy montado en un bus y me acaban de llamar de una de las emisoras de radio más importantes de Colombia! Entonces era pite en el bus para que le abran la puerta pa’ bajarme a hablar tranquilo en una calle… A pesar de la bulla en medios, el proceso judicial se movía como habían anticipado: lentamente… En ese tiempo Diego terminó su maestría, consiguió trabajo en el sur de Costa Rica, conoció una tica y tuvo una hija con ella. Hasta le alcanzó el tiempo para descubrir un tipo de rana que se creía extinta: la rana arlequín. Como no pasaba nada con el proceso legal, María Juliana y su equipo hicieron cuñas con canciones famosas para radios comunitarias. Compartamos el conocimiento. La alegría de compartir no se puede comprar. Compartamos el conocimiento que hemos construido juntos. Compartir no es delito. Tú no puedes comprar al viento, tú no puedes comprar al sol, tú no puedes compar la lluvia, tú no puedes comprar el calor. Mientras esperaba, Diego aprovechó para aprender los detalles del mundo del copyright contemporáneo.Me empecé a dar cuenta que había un movimiento y un activismo tan brutal a nivel mundial. Empecé a dimensionar por qué me estaban apoyando y la importancia del, de mi caso. En febrero de 2016, con dos años de preparación encima, Diego testificó por primera vez frente a un juez. Su defensa consistió en afirmar que (1) Él se estaba educando al compartir la tesis, y pues, eso es muy diferente a la piratería que es lo que pretende castigar el derecho de autor. (2) Que compartir documentos académicos es una práctica común entre científicos. La construcción de conocimiento se hace con base en los hallazgos de otros. Y (3) la defensa de Diego demostró que él no había recibido nada de dinero por subir la tesis de salamandras a Scribd. Leyendo los documentos legales hubo algo que me llamó la atención. Entre los testigos hay un “investigador en informática forense”, alguien que buscó cómo llegó la tesis de salamandras a Facebook. Y entre otros hallazgos, encontró que la tesis de Andrés fue compartida de nuevo, en el mismo grupo de Facebook, por Laury Gutiérrez, una persona que aparece en los agradecimientos de la tesis por “revisión del manuscrito”. Ella subió dos copias a Internet. O sea, alguien cercano a la víctima repitió la misma práctica que llevó a Diego a un proceso judicial. ¿Le habrá pedido permiso formal al autor? Algo interesante es que, mientras Diego se defendía, Colombia como país intentaba volver más estrictas sus leyes de derecho de autor. Esto comenzó con el Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos porque uno de los requisitos que pone la economía más grande del mundo es que la infracción al copyright se castigue penalmente y con multas severas. La justificación es que la industria del entretenimiento estadounidense mueve millones de dólares; parte de los productos que ellos exportan a Colombia son películas y canciones que requieren de un derecho de autor estricto para financiarse. Así las cosas, los argumentos que Diego exponía frente a un juez eran lecciones de derecho de autor para todo un país. Queremos adoptar los estándares penales de Estados Unidos, pero no estamos usando la parte abierta. En concreto, este país tiene una figura que se llama ‘Fair Use’ (uso legítimo o uso razonable) y permite que las personas utilicen parcialmente creaciones protegidas sin pedir permiso. Un ejemplo muy básico: en este podcast, usamos fragmentos de noticieros. Como los estamos usando con motivos periodísticos, es decir, educativos, eso, bajo el Fair Use, es permitido. Pero en Colombia, esa figura legal no existe. Al inicio de 2017 el juzgado cita a una audiencia más, como tantas que se habían hecho. Recordemos que este año, el 2017, era importante para el caso de Diego porque si no se resolvía nada, los cargos prescribían y él quedaba absuelto. Quizá por esa razón todo empezó a avanzar más rápido. A esa sesión solo asistieron Carolina y los abogados del caso. Esa vez íbamos seguros de que iba haber alegatos. Y así fue, cada uno de los bandos alegó. Y justo después, de la manera más inesperada… La juez dijo: “No culpable”… En ese momento Carolina empezó a escribir frenéticamente por chat, contándole a Diego, a María Juliana y al resto del equipo la noticia. Es que nadie anticipó que ese día la juez iba a cerrar el caso. Yo estaba en una reunión con mi familia y yo parecía loca… Como que saltaba y nadie entendía y mi mamá les decía: Es que es lo del biólogo, lo del biólogo. [Risas] Y yo como: Pero es que ya, ¡por fin, por fin, por fin!Yo estuve contento, pero yo no soy muy emotivo. O sea, yo no me puse a saltar, y a gritar ni… O sea, obviamente el proceso fue muy difícil para mí, pero… Y bueno, yo celebré, le mandé una foto a Diego como con una cerveza, como: “Ah, estoy feliz. Felicitaciones”. Lo recibí como muy tranquilo, como ¡Uf! ya por fin, fue más un “por fin” que “¡Eeeh! ¡Que chimba!” No, o sea, no fue así como celebración ni nada, yo creo que la gente estaba más contenta que yo (risas), yo lo recibí más como una tranquilidad. Yo creo que no era un motivo de celebración, sino más un motivo de: ¡Puta, puedo descansar. O sea, mi cabeza ya puede descansar! El denunciante apeló, pero en cuestión de medio año ya estaba resuelto todo. La sentencia final dice que Diego sí violó la ley. Debió haber pedido permiso. Sin embargo, también dice que Diego no tuvo la intención de dañar al autor, tampoco ganó dinero y, lo más importante, el hecho que la tesis estuviera en Scribd no disminuyó las posibilidades de que el autor comercializara su obra. Esas tres cosas pesaron más… Los que celebraron vieron a la sentencia como un precedente. La idea es que en el futuro la ley de derecho de autor se use para lo que fue pensada: combatir la piratería. No para llevar al estrado a gente que quiere educarse, en especial cuando esas personas son estudiantes de ciudades pequeñas, con poco dinero para comprar suscripciones a revistas científicas o a bases de datos especializadas… Yo renuncié a la Fundación Karisma meses después de la sentencia del tribunal. Y me quedé con esta historia en la cabeza. En especial, me quedé pensando en una pregunta. Ahora se las paso a ustedes: ¿Por qué Diego terminó en estas? Es decir, ¿por qué tantos países tienen leyes de derecho de autor que permiten que uno denuncie a estudiantes por compartir PDFs académicos? Mientras investigaba para este episodio hablé con varios expertos cuyas voces no aparecen acá y la respuesta es más o menos así. No es que Colombia se desvele pensando: “¿De qué van a vivir nuestros autores? ¡Hay que protegerlos!” No. Lo que le interesa a nuestros líderes es comerciar con el resto del mundo y entre los requisitos aparece la obligación de, comillas, “fortalecer el derecho de autor”. Entonces, grandes empresas hacen lobby en Washington. Y Estados Unidos pone requisitos en sus tratados de libre comercio. Y por el poder económico que tiene ese país, muchos países más pequeños terminan aceptando. De hecho, en abril de este año, el gobierno de Colombia presentó por sexta vez en la década una reforma al derecho de autor, pero no para hacerla más flexible con estudiantes, bibliotecas, o museos, sino para cumplir con el estándar de comercio internacional. Mientras tanto, la mayoría de nosotros sigue siendo ilegal cuando se trata de compartir en Internet, y el que esté de malas, pues le pasa la de Diego. Laura Rojas Aponte vive en Bogotá y se dedica a hacer proyectos digitales donde habla sobre tecnología y cultura. Pueden escucharla en el podcast Cosas de Internet. Tendremos un link desde nuestra página web. Esta historia fue editada por Camila Segura y por mí. La música y el diseño de sonido es de Andrés Azpiri. Victoria Estrada hizo el fact-checking. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Jorge Caraballo, Patrick Mosley, Ana Prieto, Barbara Sawhill, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, Silvia Viñas y Luis Fernando Vargas. Nuestras pasantes son Lisette Arévalo y Andrea López Cruzado. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Para escuchar más episodios, y saber más sobre esta historia, visita nuestra página web: radio ambulante. org. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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