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Radio Ambulante - Cuando La Habana era friki

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+
15
30

Escuchar metal en la mayoría de las ciudades latinoamericanas no era tan extraño, pero en La Habana, era diferente.

Ahora
puedes
llevar
Radio
Ambulante
contigo
donde
vayas,
con
el
app
NPR
One.
En
NPR
One
puedes
encontrar
todo
lo
mejor
de
la
radio
pública:
música,
historias
locales
y
tus
podcast
favoritos.
NPR
One
te
acompaña
mientras
manejas,
preparas
la
cena
u
ordenas
la
casa.
Encuentra
NPR
One
(O-N-E),
en
tu
tienda
de
apps.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Ahora
que
somos
parte
de
NPR
queremos
presentarle
a
nuestra
nueva
audiencia
algunas
de
nuestras
historias
favoritas.
Hoy
nos
vamos
para
La
Habana.
Bueno,
un
friki
era….
Ellos
eran
aficionados
a
la
música
rock.
Los
frikis
era
más
bien
los
que
eran
fan
a
los
gringos.
Tienes
una
imagen,
una
imagen
metalera.
Es
decir,
tienes
el
pelo
largo
o
estás
pelado
calvo,
tienes
una
cresta
punk
o
te
pones
manía
de
pincho,
te
vistes
de
negro,
te
pones
t-shirts
de
bandas
alegóricas
al
género…
Entonces
eres
un
friki,
¿entiendes?
Escuchar
música
metalera
quizás
no
era
una
novedad
en
muchas
ciudades
latinoamericanas
durante
los
80s
y
los
90s.
Pero
en
La
Habana…
Mira,
yo
creo
que
ser
rockero
en
esa
época
era
estar
loco.
Porque
era
enfrentarte
a
un
mundo
en
el
que
tenías
casi
todo
en
contra…
Hoy,
“Cuando
La
Habana
era
friki”.
Desde
Cuba,
Luis
Trelles
nos
cuenta.
Para
entender
la
historia
de
los
frikis
en
Cuba,
primero
hay
que
entender
que
en
la
isla,
después
de
la
revolución,
todo
adquirió
una
carga
ideológica.
Hasta
la
música.
Era
la
década
del
60,
y
la
nueva
onda
del
rock
se
convertía
en
la
música
del
enemigo.
Aún
así,
la
gente
buscaba
la
manera
de
escuchar
la
música
que
quería.
Uno
de
ellos
era…
Me
llamo
Dionisio
Arce
Cans.
Soy
cantante
y
director
de
la
agrupación
Zeus.
Me
dedico
a
mover
la
banda
de
metal
más
legendaria
del
país,
hace
25
años.
Pero
mucho
antes
de
ser
el
cantante
del
grupo,
cuando
era
adolescente,
Dionisio
descubrió
la
música
que
le
gustaba
así:
[Sonido
de
estática
radio
FM,
pasando
por
estaciones
de
Estados
Unidos]
Aquí
venían
unos
radios
que
tenían
frecuencia
modulada
y,
por
las
antenas,
tu
cogías
todas
las
emisoras
gringas.
Y
entonces
todos
los
jóvenes
nos
íbamos
a
la
costa
a
bañarnos
en
la
playa,
poníamos
las
radios
con
las
antenas,
y
estábamos
escuchando
toda
la
música
americana.
Corrían
los
años
70
y
lo
que
escuchaban
era
una
mezcolanza
de
funk,
rock
progresivo
y
hasta
disco:
bandas
como
los
Bee
Gees,
KC
&
The
Sunshine
Band
y
Emerson,
Lake
and
Palmer…
Era
lo
que
más
consumíamos.
Y
era
lo
que
más
prohibían
en
aquella
época.
sabes
cómo
son
los
jóvenes:
los
jóvenes
no
haces
más
que
prohibirles
algo,
y
eso
es
lo
que
van
a
hacer
ellos…
Ya
para
los
80
la
música
disco
había
muerto,
y
en
la
isla
se
empezaba
a
escuchar
el
sonido
más
agresivo
de
bandas
como
Metallica
y
Megadeth.
Y
generalmente
todos,
todos,
todos,
todos,
todos
los
jóvenes
le
fueron
arriba
al
metal.
Y
ahí
ya
yo
me
incliné
por
esa
música.
Me
gustó.
La
entendí.
Me
sensibilicé
con
ella…
Y
me
quedé,
ya
no
consumo
otra
cosa
que
no
sea
heavy
metal.
Era
el
inicio
de
la
escena
metalera
de
Cuba,
y
con
ella
surgió
toda
una
contracultura
de
chicos
conocidos
como
“frikis”.
Esta
es
una
etiqueta
difusa,
difícil
de
definir.
Dionisio
cuenta
que
en
un
principio…
Los
frikis
no
eran
más
que
jóvenes
que
consumían
música
rock
and
roll
y
se
vestían
diferente
a
como
se
vestían
las
demás
personas.
Por
ejemplo,
apretaban
su
pantalón
y
se
ponían
los
pullovers
bien
apretados.
Poco
a
poco
la
estética
se
hizo
más
extrema,
hasta
que
el
término
“friki”
quedó
asociado
a
los
metaleros
melenudos
y
a
su
afición
por
las
calaveras.
Juan
Carlos
Torrente
lleva
el
nombre
con
orgullo.
Él
es
un
cantante
de
death
metal
—del
grupo
Combat
Noise—,
y
se
define
a
mismo
de
esta
manera:
Yo
soy
friki,
friki.
Yo
voy
por
la
calle
a
todos
lados
que
yo
voy,
yo
voy
como
soy:
con
mi
pelo
suelto,
un
moño,
vestido
de
negro,
con
mis
botas,
y
yo
soy
friki,
¿entiendes?
En
los
80,
sin
embargo,
el
solo
hecho
de
vestirse
así
te
ponía
en
riesgo.
Te
cogían
preso
por
nada,
por
tener
el
pantalón
apretado
y
llevar
el
cabello
un
poquito
largo.
No
tan
largo
como
lo
llevo
yo,
que
lo
llevo
por
la
cintura
ahora,
ahora,
no:
por
aquí,
por
los
hombros,
ya
te
cogían
preso
y
te
querían
pelar,
y
hay
veces
que
te
pelaban.
A
pesar
del
acoso,
la
escena
del
metal
crecía,
impulsada
por
los
álbumes
de
bandas
extranjeras
que
corrían
de
mano
en
mano.
Si
venía
alguien
de
Estados
Unidos
y
me
traía
a
mi
cuatro
casetes
de
fábrica
o
grabados
de
Testament,
de
Slayer,
pues
no
sé,
las
tenía
yo
nada
más.
Pero,
sin
darnos
cuenta,
todos
comprendimos
que
teníamos
que
distribuirnos
la
música
entre
todos.
Ese
intercambio
unía
a
los
frikis,
y
también
los
llevaba
a
dar
el
próximo
paso…
Y
entonces
la
música
te
da
por
hacer
bandas.
Si
eres
friki
y
eres
metalero
y
disfrutas
la
música,
tu
dices:
“Tengo
que
hacer
un
grupo”.
Para
las
bandas
que
se
formaban,
encontrar
un
lugar
donde
tocar
en
vivo
era
una
tarea
casi
imposible.
No
había
espacio
para
el
metal
en
los
clubes
y
las
salas
de
concierto.
La
única
alternativa
era
tocar…
En
fiestas
en
casas.
Que
también
podían
ser
suspendidas
por
la
propia
policía
porque
es
un
escándalo.
Llegaban
y
te
suspendían
la
fiesta
igual,
“no
puedes
tocar
más
y
ya.
Recoge
tus
cosas
y
vete”.
A
los
frikis
los
acusaban
de
“diversionismo
ideológico”;
es
decir,
de
que
su
música
representaba
un
desvío
de
los
valores
socialistas
del
país.
Y
más
en
un
sistema
social
donde
todo
lo
que
se
movía
alrededor
era
trova,
música
popular
contemporánea
y
música
tradicional.
La
revolución
quería
crear
a
un
hombre
nuevo,
acicalado
y
vestido
con
una
guayabera
bien
planchada.
Un
hombre
que
escuchara
esto:
[Suenan
arpegios
de
una
guitarra
española]
Los
frikis,
en
cambio,
andaban
por
toda
la
ciudad
subiéndole
el
volumen
a
esto:
[Suena
heavy
metal]
Con
muy
pocos
lugares
para
tocar
y
sin
ni
siquiera
poder
vestirse
como
querían
sin
correr
peligro,
los
frikis
se
quedaban
sin
opciones…
Hasta
que
el
movimiento
se
encontró
con
una
persona
clave…
Bueno,
yo
me
llamo
María
Gattorno.
Eh,
mi
historia
es
un
poco
más
larga…
María
no
era
metalera.
Al
contrario:
era
una
burócrata
de
37
años,
de
facciones
delicadas
y
modales
suaves,
que
coordinaba
las
actividades
en
un
centro
comunal
de
la
ciudad.
Una
Casa
de
la
Cultura
con
una
programación
muy
convencional…
[Suena
danzón]
Estaban
las
noches
en
las
que
se
podía
bailar
danzón,
o
se
presentaban
grupos
de
danza
en
ruedas
de
casino.
Y
estaban
los
boleristas,
los
trovadores,
como
te
decía…
Los
rockeros,
sin
embargo,
tenían
otra
visión
del
lugar.
Todos
los
días,
lo
único
que
se
hacía
en
esa
Casa
de
Cultura
era
jugar
dominó.
Un
día,
a
finales
de
1987,
María
estaba
en
la
Casa
de
la
Cultura
y
alguien
tocó
la
puerta.
Abrió,
y
se
encontró
con
tres
adolescentes
que
llevaban
camisetas
de
bandas
gringas
y
vaqueros
rotos.
Le
preguntaron:
“¿Esto
es
una
casa
de
la
cultura?”.
“Sí”.
“Bueno
y
¿quién
es
la
persona
que
da
aquí
los
espacios?”.
“Ah,
yo.
Vamos
a
hablar”.
“Bueno,
nosotros
somos
un
grupo
de
rockeros”.
“Ah,
¡qué
bien,
qué
bueno,
qué
interesante!.
Y
¿dónde
ensayan?”.
“Bueno,
en
el
parque
del
Cerro,
allí…”.
“Ah,
¿cómo
que
en
un
parque?”.
“Sí,
por
eso
venimos,
porque
nos
van
a
matar…”.
“Y
nos
sugirieron
que
buscáramos
un
lugar
donde
ensayar.
En
nuestras
casas
no
podemos:
no
hay
espacio,
nuestros
padres
no
nos
entienden
y
alguien
dijo
de
esta
Casa
de
la
Cultura,
y
hemos
llegado
aquí
por
casualidad”.
María
entendió
perfectamente.
20
años
atrás,
había
escuchado
los
discos
de
los
Beatles
a
escondidas
y
recordaba
a
todos
los
amigos
a
los
que
cogieron
presos
por
tener
el
pelo
largo.
Por
eso
no
dudó
en
ayudar
a
los
chicos
que
se
le
acercaban
ahora.
Y
ellos
seguían
con
sus
pelos
largos,
y
querían
seguir
tocando
cosas
a
su
gusto,
y
bueno
si
era
rock,
pues
rock,
y
hubiera
sido
monstruoso
decirles
que
no.
Una
vez
que
entró
la
primera
banda
llegó
otra…
y
luego
otra
más.
Venían
de
todos
los
rincones
de
la
ciudad.
De
lugares
que
María
nunca
había
escuchado
antes,
y
eso
le
provocó
una
gran
curiosidad.
Yo
quería
saber
quiénes
eran
esos
jóvenes
que
andaban
por
la
ciudad
trotando
y
que
había
tantos
grupos…
Vamos
a
hacer
una
peña
de
rock
aquí,
¿por
qué
no?
Y
mandé
a
buscar,
a
que
se
corriera
la
bola:
que
yo
quería
hacer
una
reunión
con
todos
los
grupos
de
rock
de
la
ciudad.
Y
vinieron…
En
esa
gran
reunión
con
todas
las
bandas,
María
les
propuso
la
idea
de
crear
un
espacio
para
ellos
dentro
de
la
Casa
de
la
Cultura.
Ya
no
tendrían
que
ensayar
más
en
el
parque,
en
la
casa
tendrían
un
horario
regular
y
una
noche
a
la
semana
para
los
conciertos.
Se
reían
de
mí:
“Pero…
ay,
eso
no
va
a
poder
ser.
Pero…”.
No
tenía
escenario,
no
tenía
ná.
Bien
cutre,
la
Casa.
Falta
de
pintura,
aquello,
lo
más
grande
de
la
vida.
Ellos
mismos
se
quedaron:
“Esta
señora
está
mal.
Eso…”.
Los
grupos
estaban
tan
acostumbrados
a
que
todo
fuera
tan
difícil,
a
que
los
botaran
de
todas
partes,
que
sólo
veían
los
obstáculos.
Yo
tengo
los
instrumentos
en
Arroyo
Naranjo
¿cómo
voy
a
traerlos
hasta
acá?”.
“Bueno,
se
alquila
un
camión”.
“Pero
camión
no
va
a
ir,
no
va
a
haber
gasolina”.
Y
sí,
era
difícil.
Tenían
razón.
Pero
yo
también.
Los
dos
tuvimos
razón.
Pero
al
final
yo
gané
[ríe].
Una
pausa
y
volvemos…
—CORTE
INTERMEDIO—
Hey,
antes
de
volver
a
nuestro
episodio:
si
quieren
seguir
de
cerca
todos
los
cambios
que
vienen
en
Washington,
les
recomiendo
el
NPR
Politics
Podcast.
Ahora
van
a
sacar
dos
episodios
nuevos
por
semana,
para
que
se
enteren
no
solo
de
lo
que
está
pasando,
sino
de
lo
que
significa.
Suscríbanse
o
escuchen
en
el
app
de
NPR
One
o
en
npr.org/podcast
Antes
de
la
pausa,
María
Gattorno
le
había
dado
a
los
rockeros
de
La
Habana
un
lugar
para
ensayar
y
hacer
sus
conciertos.
Luis
Trelles
nos
sigue
contando…
La
Casa
de
la
Cultura
quedaba
lejos
del
pintoresco
malecón
y
La
Habana
Vieja.
Estaba
en
el
barrio
de
La
Timba,
donde
no
se
ven
carros
clásicos
de
los
50,
sino
viejos
modelos
rusos
que
se
han
remendado
con
piezas
mohosas.
Se
trata
de
un
barrio
decididamente
marginal,
donde
los
más
viejitos
se
sientan
en
las
aceras
con
sus
radios
portátiles
para
escuchar
salsa.
Y
en
una
esquina
cualquiera
está
la
Casa
de
la
Cultura.
Es
un
poco
más
grande
que
las
demás
y
eso
la
hace
diferente.
También
tiene
una
fachada
de
columnas
que
le
da
un
aire
señorial
y
un
gran
patio
rectangular
de
cemento
a
un
lado.
Fue
ahí
donde
se
llevó
a
cabo
el
primer
concierto
en
1988.
El
patio
fue
bautizado
con
sangre,
un
17
de
septiembre,
Día
de
San
Lázaro.
Icónico.
Era
mucha
ansiedad,
era
mucha
expectativa,
era…
La
escena
rock
de
los
aficionados,
de
los
seguidores
de
la
música
rock,
estaba
muy
atomizada
y
eran
muy
ortodoxos.
“Yo
soy
fan
del
grupo
tal
o
de
la
tendencia
tal
y
aquellos
son
unos
anormales
porque
no
la
oyen
bien,
y
estos
no
me
entienden
y
no
saben
nada”.
Eran
muchas
manifestaciones,
porque
era
punk,
era
sinfónico,
era
heavy
metal,
era
hard
rock,
era
trash,
era
death
metal,
era…
De
todo
había
allí.
Más
la
gente
del
barrio,
que
se
sentían
invadidos…
“¿Y
esta
gente
qué
hacen
en
mi
territorio?”.
Y
se
armó
una
bien
fea,
no
creas.
Y
el
concierto
acabó
en
una
pelea
espectacular,
una
bronca
espectacular
con
la
gente
del
barrio.
Se
fajaron.
Todos.
Y
se
convirtió
en
una
riña
tumultuaria.
Yo
acabé
con
tres
machetazos
en
la
espalda,
36
puntos
que
tengo
ahí,
como
marcado,
como
recuerdo
de
lo
que
fue
la
primera
noche
en
el
Patio
de
María.
Yo
pensé
que
era
el
fin.
Yo
estuve
tres
días
acostada
con
la
cabeza
tapada.
Decía:
“Ay,
fracasé
rotundamente”.
Pero
bueno
a
partir
de
ahí…
ya
todo
se
normalizó.
Como
que
las
fuerzas
contendientes
se
vieron
las
caras,
¿me
entiendes?,
y
de
pronto
lo
que
hicimos
fue
entrecruzarnos
con
ellos,
comunicarnos,
y
al
final
entre
malos
nos
hicimos
amigos
todos.
Luego
de
eso
no
pasó
otro
fin
de
semana
sin
un
concierto,
por
más
difícil
que
fuera
conseguir
los
instrumentos.
En
una
isla
marcada
por
la
escasez,
sobre
todo
después
de
la
caída
de
la
Unión
Soviética
a
principios
de
los
90,
las
bandas
del
patio
tocaban
con
baterías
hechas
con
láminas
de
Rayos
X
y
cables
de
teléfono
que
reemplazaban
las
cuerdas
de
guitarra.
Nosotros
tocábamos
con
guitarras
rusas,
con
guitarras
alemanas,
guitarras
eléctricas
de
campo
socialista,
viejas,
malísimas.
Era
terrible…
A
veces
muchas
bandas
desaparecieron
porque
no
tenían
cuerdas
de
guitarra
o
porque
no
tenían
amplificadores,
o
se
rompía
la
bocina,
y,
sí,
se
arreglaba,
pero
después
se
rompía
el
amplificador,
y
después
no
había
forma
de
conseguir
otro
amplificador
o
no
había
micrófonos
para
cantar.
Es
decir
que
era
muy,
muy
difícil
hacer
una
banda
aquí.
Se
le
llamaba
rock
a
todo
lo
que
se
tocaba
en
el
patio.
Pero
lo
que
más
sonaba
era
el
metal
y
el
punk…
Y
lo
hacían
en
español:
[Suena
“Violento
Metrobus”,
de
Zeus]
En
inglés:
[Suena
“Hell”,
de
Cosa
Nostra
Cuban
Punk]
Y
en
el
lenguaje
universal
del
death
metal:
[Suena
“Soldiers
Must
Like
To
Kill”,
de
Combat
Noise]
El
nombre
oficial
de
la
casa
La
Casa
de
la
Cultura
Roberto
Branley
fue
quedando
en
el
olvido.
Ahora
simplemente
se
hablaba
del
Patio
de
María.
Las
paredes
de
afuera
se
llenaron
de
grafitis.
Se
construyó
una
pequeña
tarima
al
aire
libre,
y
se
le
añadió
un
sistema
de
sonido.
Comenzaba
la
década
del
90,
y
aunque
no
era
mucho,
los
frikis
por
fin
tenían
su
lugar
en
la
vida
cultural
de
la
capital.
Fue
en
esa
época
que
la
comunidad
se
enfrentó
a
un
nuevo
enemigo:
el
SIDA.
Una
epidemia
que
le
pegó
duro
a
muchos
en
la
isla,
pero
particularmente
a
los
frikis.
Cuando
llegó
el
SIDA
a
Cuba…
fue
algo
terrible,
¿no?
Yo
tengo
anécdotas
terribles
de
aquella
época
porque
los
rockeros
padecieron
mucho
de
eso,
que
varios
amigos
míos
y
amigas
mías
murieron
de
SIDA.
Colegas
que
andaban
conmigo
y
que…
Aquí
en
Cuba
existía
también
la
información
de
que
se
estaban
dando
muchos
casos,
pero
ese
tema
no
se
trataba
de
manera
muy
explícita,
¿no?
Te
estoy
hablando
del
90,
91.
Es
cuando
yo
llego
a
encontrarme
con
la
realidad
del
fenómeno.
La
realidad
era
simple:
una
epidemia
se
expandía
por
toda
la
isla.
Y
los
más
amenazados
eran
los
jóvenes,
los
de
15
a
21
años.
Las
autoridades
de
salud
pública
buscaban
la
manera
de
educarlos.
En
esa
búsqueda
encontraron
a
cientos
de
frikis
en
el
patio
de
María
con
una
vida
sexual
muy
activa
y
de
muy
alto
riesgo.
Para
decirlo
como
decimos
los
cubanos:
todos
templábamos
sin
condón.
No,
me
imagino
que
el
mundo
entero.
Todo
el
mundo
templaba
sin
condón.
La
respuesta
que
se
ingenió
María
fue
involucrar
a
todas
las
bandas
del
patio
en
un
proyecto
de
apoyo
y
prevención
que
se
llamó
“Rock
Contra
SIDA”.
Eso
fue
una
cosa…
increíble.
Las
donaciones
que
se
hacían
en
el
Patio
de
María,
conciertos
de
rock
que
recaudaban
15
mil
pesos
y
los
grupos
los
donaban
para
los
enfermos
de
sida.
El
patio
se
llenó
de
materiales
de
educación
sexual,
sobre
todo
de
preservativos
en
cantidades
industriales.
Toda
una
generación
de
frikis
aprendía
a
tener
sexo
con
protección.
Mira,
los
condones
ya
se
lograban
especializaciones…
condones
de
determinado
color…
Yo
era
la
que
tenía
la
tarea
de
“oye,
los
rojos
déjaselos
a
fulanito.
Y
los
negros
a
menganito.
Y
si
hay
amarillos
acuérdate
de
mensutanita”.
Rock
Contra
SIDA
duró
cuatro
años
y
su
éxito
llevó
a
María
a
experimentar.
Había
visto
los
cambios
que
se
podían
lograr
en
el
Patio,
así
que
expandió
el
programa
para
trabajar
con
problemas
de
alcoholismo
y
drogadicción,
sobre
todo
con
las
pastillas,
que
era
la
droga
más
común
entre
los
frikis.
Pero
esta
vez
fue
diferente
a
“Rock
Contra
SIDA”,
pues
la
posición
oficial
era
clara:
en
Cuba
no
había
problemas
de
drogas.
Porque
decían
que
el
que
se
tocara
el
tema
de
las
adicciones,
lo
que
iba
a
lograr
con
ello
es
que
los
muchachos
se
interesaran
por
este
tipo
de
drogas.
Y
entonces,
en
vez
de
evitarlo,
lo
que
yo
hacía
era
incentivarlo.
María
estaba
acostumbrada
a
encontrar
resistencia,
pero
nunca
antes
la
habían
obligado
a
detener
por
completo
una
de
sus
iniciativas.
Aunque
luchó
por
mantenerlo
vivo,
al
final
el
programa
contra
la
adicción
a
drogas
quedó
descontinuado.
Mientras
tanto,
el
Patio
de
María
seguía
tan
popular
como
siempre.
Quizás
por
eso
fue
que
el
final
los
tomó
a
todos
por
sorpresa…
Sí,
estaba
el
Patio
de
María
repleto
adentro,
el
concierto
sonando
a
toda
voz
sonando,
a
todo
volumen.
Todo
eso
lleno
de
frikis
melenudos…
La
marea
negra,
nos
decían,
así
que
te
puedes
imaginar.
Y
de
pronto…
cerraron
el
Patio
de
María.
El
cierre
fue
tan
abrupto
que
todavía
abundan
las
teorías
para
explicar
por
qué
pasó.
Quizás
tuvo
que
ver
con
la
ubicación.
A
solo
cuadras
de
la
Plaza
de
la
Revolución,
el
patio
—junto
con
el
barrio
de
La
Timba—
era
el
vecino
revoltoso
del
área,
y
algunos
metaleros
piensan
que
las
autoridades
quisieron
reformar
el
vecindario.
Las
drogas
también
jugaron
un
papel.
Fue
irónico:
a
María
le
prohibieron
continuar
con
su
proyecto
de
prevención,
y
luego
el
patio
cayó
en
una
redada
anti-drogas
de
la
policía.
María
y
los
frikis
dieron
la
pelea
para
reabrirlo,
pero
nada
funcionó.
En
un
momento
dado,
Dionisio
habló
con
un
alto
funcionario
del
Ministerio
de
Cultura
para
hacerle
la
pregunta
que
estaba
en
boca
de
todos:
¿por
qué?
Y
me
dijo,
“yo
no
te
puedo
dar
respuesta,
pero
el
cierre
del
Patio
viene
de
arriba.
Olvídate
del
Patio,
Dionisio”.
Así
como
me
dijeron.
Para
fue
como
si
me
hubieran
arrancado
la
mitad
de
mi
vida.
Quiero
decir…
Fueron
los
años
de
labor,
de
trabajo,
de
mi
juventud…
Un
proyecto
de
vida
al
que
le
había
dedicado
todo.
Y
caí…
pero
bien
profundo.
Y
me
aparté…
absolutamente
de
todo.
Con
el
cierre
culminaba
un
ciclo
que
había
comenzado
15
años
antes,
con
el
primer
concierto
en
el
patio,
y
los
frikis
de
La
Habana
se
volvían
a
quedar
sin
un
espacio
propio.
—Siéntate
ahí.
—Cuéntame
dónde
estamos.
—Mira,
estamos
en
el
Patio
de
María.
Un
Patio
antiguo
de
diversión,
de
cosas
de
rockeros.
El
patio
de
aquí
de
El
Barrio
de
La
Timba.
Ella
es
una
de
las
nuevas
residentes
del
patio,
que
hoy
en
día
funciona
como
un
refugio
para
personas
sin
hogar…
Hace
varios
años
que
la
Casa
de
la
Cultura
ya
no
está
en
este
lugar,
pero
todavía
hay
gente
que
llega
de
afuera,
haciendo
una
suerte
de
peregrinaje.
Como
yo.
Que
he
venido
desde
Puerto
Rico,
siguiendo
el
rastro
de
los
frikis.
Pero
no
sólo
tú,
Luis.
Otros
compañeros,
otros…
no
les
vamos
a
decir
extranjeros…
Colegas,
porque
somos
humanos,
somos
del
planeta,
otros
amigos
han
venido
y
han
preguntado,
porque
este
sitio
sale
en
la
guía
turística
de
Cuba…
Es
cierto,
El
Patio
de
María
todavía
aparece
en
algunas
guías
antiguas,
donde
se
identifica
como
el
mejor
lugar
de
La
Habana
para
ir
a
escuchar
rock.
Pero
no
lo
es,
claro.
En
mi
visita
al
antiguo
patio
vi
a
varios
hombres
de
mediana
edad
que
dormitaban
bajo
el
sol
mientras
escuchaban
una
rumba.
Pero
no
vi
ninguna
guitarra
soviética,
ningún
tambor
hecho
de
radiografía,
y
por
supuesto
ningún
friki…
¿Dónde
están?
Es
sábado
en
la
noche,
y
cientos
de
chicos
llenan
el
Teatro
Máxim
Rock.
Algunos
no
parecen
tener
más
de
15
años,
y
luchan
por
abrirse
camino
entre
los
frikis
más
viejos,
quienes
se
amontonan
frente
a
las
bocinas
del
escenario
para
sacudir
sus
melenas
al
ritmo
de
la
música.
Ya
tienes
una
sala
con
aire
acondicionado,
techada,
con
luces,
sonido
espectacular,
con
una
barra
para
tomar
ron,
para
tomar
refresco,
para
tomar
lo
que
quieras,
qué
yo…
El
Máxim
se
fundó
en
el
2008
para
que
fuera
el
teatro
oficial
del
rock
y
del
metal
en
La
Habana.
No
cayó
del
cielo,
claro.
Las
bandas
tuvieron
que
hacer
mucho
ruido
para
conseguirlo.
Pero
su
apertura
marcó
una
transformación
muy
grande.
Ya
no
se
te
pide
carné,
ya
puedes
tener
el
pelo
largo,
ya
puedes
andar
tus
tatuajes.
Hemos
tenido
un
cambio
de
180
para
bien.
Porque
del
Patio
de
María
al
Maxim
Rock
va
un
buen
trecho.
El
Máxim
no
es
solo
una
sala
de
conciertos,
también
es
la
sede
de
la
Agencia
Cubana
del
Rock,
una
oficina
de
gobierno
que
representa
a
los
grupos
profesionales
de
La
Habana,
lo
que
que
quiere
decir
que
el
Estado
ahora
le
paga
a
las
bandas
que
forman
parte
de
la
Agencia.
María
tampoco
se
quedó
afuera.
Su
exilio
autoimpuesto
concluyó
a
principios
de
este
año,
cuando
aceptó
ser
la
nueva
directora
de
esta
agencia.
El
reto
que
tiene
por
delante
es
claro:
ahora
que
el
gobierno
apoya
a
las
bandas
con
salarios
y
un
teatro,
hay
presión
para
que
el
proyecto
haga
dinero.
Todos,
hasta
los
frikis,
tienen
que
ser
rentables.
Es
que
así
es
el
nuevo
socialismo
cubano.
De
vuelta
al
escenario
en
el
Maxim,
Dionisio
cierra
el
concierto
de
la
noche
con
su
banda,
Zeus.
Pero
antes
de
terminar,
hace
una
pausa…
Somos
directamente
de
37
entre
Paseo
y
Dos,
del
Patio
de
María.
Que
los
años
80…
Es
un
recordatorio
importante:
los
frikis
vienen
del
Patio
de
María,
donde
no
había
luces,
ni
presiones
de
dinero,
ni
tarimas
modernas…
Y
lo
único
que
importaba
era
la
música.
Luis
Trelles
es
productor
de
Radio
Ambulante.
Vive
en
San
Juan,
Puerto
Rico.
En
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marea
negra,
los
melenudos
frikis
de
La
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Escuchar música metalera quizás no era una novedad en muchas ciudades latinoamericanas durante los 80s y los 90s. Pero en La Habana… Mira, yo creo que ser rockero en esa época era estar loco. Porque era enfrentarte a un mundo en el que tenías casi todo en contra… Hoy, “Cuando La Habana era friki”. Desde Cuba, Luis Trelles nos cuenta. Para entender la historia de los frikis en Cuba, primero hay que entender que en la isla, después de la revolución, todo adquirió una carga ideológica. Hasta la música. Era la década del 60, y la nueva onda del rock se convertía en la música del enemigo. Aún así, la gente buscaba la manera de escuchar la música que quería. Uno de ellos era… Me llamo Dionisio Arce Cans. Soy cantante y director de la agrupación Zeus. Me dedico a mover la banda de metal más legendaria del país, hace 25 años. Pero mucho antes de ser el cantante del grupo, cuando era adolescente, Dionisio descubrió la música que le gustaba así: [Sonido de estática radio FM, pasando por estaciones de Estados Unidos] Aquí venían unos radios que tenían frecuencia modulada y, por las antenas, tu cogías todas las emisoras gringas. Y entonces todos los jóvenes nos íbamos a la costa a bañarnos en la playa, poníamos las radios con las antenas, y estábamos escuchando toda la música americana. Corrían los años 70 y lo que escuchaban era una mezcolanza de funk, rock progresivo y hasta disco: bandas como los Bee Gees, KC & The Sunshine Band y Emerson, Lake and Palmer… Era lo que más consumíamos. Y era lo que más prohibían en aquella época. Tú sabes cómo son los jóvenes: los jóvenes no haces más que prohibirles algo, y eso es lo que van a hacer ellos… Ya para los 80 la música disco había muerto, y en la isla se empezaba a escuchar el sonido más agresivo de bandas como Metallica y Megadeth. Y generalmente todos, todos, todos, todos, todos los jóvenes le fueron arriba al metal. Y ahí ya yo me incliné por esa música. Me gustó. La entendí. Me sensibilicé con ella… Y me quedé, ya no consumo otra cosa que no sea heavy metal. Era el inicio de la escena metalera de Cuba, y con ella surgió toda una contracultura de chicos conocidos como “frikis”. Esta es una etiqueta difusa, difícil de definir. Dionisio cuenta que en un principio… Los frikis no eran más que jóvenes que consumían música rock and roll y se vestían diferente a como se vestían las demás personas. Por ejemplo, apretaban su pantalón y se ponían los pullovers bien apretados. Poco a poco la estética se hizo más extrema, hasta que el término “friki” quedó asociado a los metaleros melenudos y a su afición por las calaveras. Juan Carlos Torrente lleva el nombre con orgullo. Él es un cantante de death metal —del grupo Combat Noise—, y se define a sí mismo de esta manera: Yo soy friki, friki. Yo voy por la calle a todos lados que yo voy, yo voy como soy: con mi pelo suelto, un moño, vestido de negro, con mis botas, y yo soy friki, ¿entiendes? En los 80, sin embargo, el solo hecho de vestirse así te ponía en riesgo. Te cogían preso por nada, por tener el pantalón apretado y llevar el cabello un poquito largo. No tan largo como lo llevo yo, que lo llevo por la cintura ahora, ahora, no: por aquí, por los hombros, ya te cogían preso y te querían pelar, y hay veces que te pelaban. A pesar del acoso, la escena del metal crecía, impulsada por los álbumes de bandas extranjeras que corrían de mano en mano. Si venía alguien de Estados Unidos y me traía a mi cuatro casetes de fábrica o grabados de Testament, de Slayer, pues no sé, las tenía yo nada más. Pero, sin darnos cuenta, todos comprendimos que teníamos que distribuirnos la música entre todos. Ese intercambio unía a los frikis, y también los llevaba a dar el próximo paso… Y entonces la música te da por hacer bandas. Si tú eres friki y eres metalero y disfrutas la música, tu dices: “Tengo que hacer un grupo”. Para las bandas que se formaban, encontrar un lugar donde tocar en vivo era una tarea casi imposible. No había espacio para el metal en los clubes y las salas de concierto. La única alternativa era tocar… En fiestas en casas. Que también podían ser suspendidas por la propia policía porque es un escándalo. Llegaban y te suspendían la fiesta igual, “no puedes tocar más y ya. Recoge tus cosas y vete”. A los frikis los acusaban de “diversionismo ideológico”; es decir, de que su música representaba un desvío de los valores socialistas del país. Y más en un sistema social donde todo lo que se movía alrededor era trova, música popular contemporánea y música tradicional. La revolución quería crear a un hombre nuevo, acicalado y vestido con una guayabera bien planchada. Un hombre que escuchara esto: [Suenan arpegios de una guitarra española] Los frikis, en cambio, andaban por toda la ciudad subiéndole el volumen a esto: [Suena heavy metal] Con muy pocos lugares para tocar y sin ni siquiera poder vestirse como querían sin correr peligro, los frikis se quedaban sin opciones… Hasta que el movimiento se encontró con una persona clave… Bueno, yo me llamo María Gattorno. Eh, mi historia es un poco más larga… María no era metalera. Al contrario: era una burócrata de 37 años, de facciones delicadas y modales suaves, que coordinaba las actividades en un centro comunal de la ciudad. Una Casa de la Cultura con una programación muy convencional… [Suena danzón] Estaban las noches en las que se podía bailar danzón, o se presentaban grupos de danza en ruedas de casino. Y estaban los boleristas, los trovadores, como te decía… Los rockeros, sin embargo, tenían otra visión del lugar. Todos los días, lo único que se hacía en esa Casa de Cultura era jugar dominó. Un día, a finales de 1987, María estaba en la Casa de la Cultura y alguien tocó la puerta. Abrió, y se encontró con tres adolescentes que llevaban camisetas de bandas gringas y vaqueros rotos. Le preguntaron: “¿Esto es una casa de la cultura?”. “Sí”. “Bueno y ¿quién es la persona que da aquí los espacios?”. “Ah, yo. Vamos a hablar”. “Bueno, nosotros somos un grupo de rockeros”. “Ah, ¡qué bien, qué bueno, qué interesante!. Y ¿dónde ensayan?”. “Bueno, en el parque del Cerro, allí…”. “Ah, ¿cómo que en un parque?”. “Sí, por eso venimos, porque nos van a matar…”. “Y nos sugirieron que buscáramos un lugar donde ensayar. En nuestras casas no podemos: no hay espacio, nuestros padres no nos entienden y alguien dijo de esta Casa de la Cultura, y hemos llegado aquí por casualidad”. María entendió perfectamente. 20 años atrás, había escuchado los discos de los Beatles a escondidas y recordaba a todos los amigos a los que cogieron presos por tener el pelo largo. Por eso no dudó en ayudar a los chicos que se le acercaban ahora. Y ellos seguían con sus pelos largos, y querían seguir tocando cosas a su gusto, y bueno si era rock, pues rock, y hubiera sido monstruoso decirles que no. Una vez que entró la primera banda llegó otra… y luego otra más. Venían de todos los rincones de la ciudad. De lugares que María nunca había escuchado antes, y eso le provocó una gran curiosidad. Yo quería saber quiénes eran esos jóvenes que andaban por la ciudad trotando y que había tantos grupos… Vamos a hacer una peña de rock aquí, ¿por qué no? Y mandé a buscar, a que se corriera la bola: que yo quería hacer una reunión con todos los grupos de rock de la ciudad. Y vinieron… En esa gran reunión con todas las bandas, María les propuso la idea de crear un espacio para ellos dentro de la Casa de la Cultura. Ya no tendrían que ensayar más en el parque, en la casa tendrían un horario regular y una noche a la semana para los conciertos. Se reían de mí: “Pero… ay, eso no va a poder ser. Pero…”. No tenía escenario, no tenía ná. Bien cutre, la Casa. Falta de pintura, aquello, lo más grande de la vida. Ellos mismos se quedaron: “Esta señora está mal. Eso…”. Los grupos estaban tan acostumbrados a que todo fuera tan difícil, a que los botaran de todas partes, que sólo veían los obstáculos. Yo tengo los instrumentos en Arroyo Naranjo ¿cómo voy a traerlos hasta acá?”. “Bueno, se alquila un camión”. “Pero camión no va a ir, no va a haber gasolina”. Y sí, sí era difícil. Tenían razón. Pero yo también. Los dos tuvimos razón. Pero al final yo gané [ríe]. Una pausa y volvemos… —CORTE INTERMEDIO— Hey, antes de volver a nuestro episodio: si quieren seguir de cerca todos los cambios que vienen en Washington, les recomiendo el NPR Politics Podcast. Ahora van a sacar dos episodios nuevos por semana, para que se enteren no solo de lo que está pasando, sino de lo que significa. Suscríbanse o escuchen en el app de NPR One o en npr.org/podcast Antes de la pausa, María Gattorno le había dado a los rockeros de La Habana un lugar para ensayar y hacer sus conciertos. Luis Trelles nos sigue contando… La Casa de la Cultura quedaba lejos del pintoresco malecón y La Habana Vieja. Estaba en el barrio de La Timba, donde no se ven carros clásicos de los 50, sino viejos modelos rusos que se han remendado con piezas mohosas. Se trata de un barrio decididamente marginal, donde los más viejitos se sientan en las aceras con sus radios portátiles para escuchar salsa. Y en una esquina cualquiera está la Casa de la Cultura. Es un poco más grande que las demás y eso la hace diferente. También tiene una fachada de columnas que le da un aire señorial y un gran patio rectangular de cemento a un lado. Fue ahí donde se llevó a cabo el primer concierto en 1988. El patio fue bautizado con sangre, un 17 de septiembre, Día de San Lázaro. Icónico. Era mucha ansiedad, era mucha expectativa, era… La escena rock de los aficionados, de los seguidores de la música rock, estaba muy atomizada y eran muy ortodoxos. “Yo soy fan del grupo tal o de la tendencia tal y aquellos son unos anormales porque no la oyen bien, y estos no me entienden y no saben nada”. Eran muchas manifestaciones, porque era punk, era sinfónico, era heavy metal, era hard rock, era trash, era death metal, era… De todo había allí. Más la gente del barrio, que se sentían invadidos… “¿Y esta gente qué hacen en mi territorio?”. Y se armó una bien fea, no creas. Y el concierto acabó en una pelea espectacular, una bronca espectacular con la gente del barrio. Se fajaron. Todos. Y se convirtió en una riña tumultuaria. Yo acabé con tres machetazos en la espalda, 36 puntos que tengo ahí, como marcado, como recuerdo de lo que fue la primera noche en el Patio de María. Yo pensé que era el fin. Yo estuve tres días acostada con la cabeza tapada. Decía: “Ay, fracasé rotundamente”. Pero bueno a partir de ahí… ya todo se normalizó. Como que las fuerzas contendientes se vieron las caras, ¿me entiendes?, y de pronto lo que hicimos fue entrecruzarnos con ellos, comunicarnos, y al final entre malos nos hicimos amigos todos. Luego de eso no pasó otro fin de semana sin un concierto, por más difícil que fuera conseguir los instrumentos. En una isla marcada por la escasez, sobre todo después de la caída de la Unión Soviética a principios de los 90, las bandas del patio tocaban con baterías hechas con láminas de Rayos X y cables de teléfono que reemplazaban las cuerdas de guitarra. Nosotros tocábamos con guitarras rusas, con guitarras alemanas, guitarras eléctricas de campo socialista, viejas, malísimas. Era terrible… A veces muchas bandas desaparecieron porque no tenían cuerdas de guitarra o porque no tenían amplificadores, o se rompía la bocina, y, sí, se arreglaba, pero después se rompía el amplificador, y después no había forma de conseguir otro amplificador o no había micrófonos para cantar. Es decir que era muy, muy difícil hacer una banda aquí. Se le llamaba rock a todo lo que se tocaba en el patio. Pero lo que más sonaba era el metal y el punk… Y lo hacían en español: [Suena “Violento Metrobus”, de Zeus] En inglés: [Suena “Hell”, de Cosa Nostra Cuban Punk] Y en el lenguaje universal del death metal: [Suena “Soldiers Must Like To Kill”, de Combat Noise] El nombre oficial de la casa — La Casa de la Cultura Roberto Branley — fue quedando en el olvido. Ahora simplemente se hablaba del Patio de María. Las paredes de afuera se llenaron de grafitis. Se construyó una pequeña tarima al aire libre, y se le añadió un sistema de sonido. Comenzaba la década del 90, y aunque no era mucho, los frikis por fin tenían su lugar en la vida cultural de la capital. Fue en esa época que la comunidad se enfrentó a un nuevo enemigo: el SIDA. Una epidemia que le pegó duro a muchos en la isla, pero particularmente a los frikis. Cuando llegó el SIDA a Cuba… fue algo terrible, ¿no? Yo tengo anécdotas terribles de aquella época porque los rockeros padecieron mucho de eso, que varios amigos míos y amigas mías murieron de SIDA. Colegas que andaban conmigo y que… Aquí en Cuba existía también la información de que se estaban dando muchos casos, pero ese tema no se trataba de manera muy explícita, ¿no? Te estoy hablando del 90, 91. Es cuando yo llego a encontrarme con la realidad del fenómeno. La realidad era simple: una epidemia se expandía por toda la isla. Y los más amenazados eran los jóvenes, los de 15 a 21 años. Las autoridades de salud pública buscaban la manera de educarlos. En esa búsqueda encontraron a cientos de frikis en el patio de María con una vida sexual muy activa y de muy alto riesgo. Para decirlo como decimos los cubanos: todos templábamos sin condón. No, me imagino que el mundo entero. Todo el mundo templaba sin condón. La respuesta que se ingenió María fue involucrar a todas las bandas del patio en un proyecto de apoyo y prevención que se llamó “Rock Contra SIDA”. Eso fue una cosa… increíble. Las donaciones que se hacían en el Patio de María, conciertos de rock que recaudaban 15 mil pesos y los grupos los donaban para los enfermos de sida. El patio se llenó de materiales de educación sexual, sobre todo de preservativos en cantidades industriales. Toda una generación de frikis aprendía a tener sexo con protección. Mira, los condones ya se lograban especializaciones… condones de determinado color… Yo era la que tenía la tarea de “oye, los rojos déjaselos a fulanito. Y los negros a menganito. Y si hay amarillos acuérdate de mensutanita”. Rock Contra SIDA duró cuatro años y su éxito llevó a María a experimentar. Había visto los cambios que se podían lograr en el Patio, así que expandió el programa para trabajar con problemas de alcoholismo y drogadicción, sobre todo con las pastillas, que era la droga más común entre los frikis. Pero esta vez fue diferente a “Rock Contra SIDA”, pues la posición oficial era clara: en Cuba no había problemas de drogas. Porque decían que el que se tocara el tema de las adicciones, lo que iba a lograr con ello es que los muchachos se interesaran por este tipo de drogas. Y entonces, en vez de evitarlo, lo que yo hacía era incentivarlo. María estaba acostumbrada a encontrar resistencia, pero nunca antes la habían obligado a detener por completo una de sus iniciativas. Aunque luchó por mantenerlo vivo, al final el programa contra la adicción a drogas quedó descontinuado. Mientras tanto, el Patio de María seguía tan popular como siempre. Quizás por eso fue que el final los tomó a todos por sorpresa… Sí, estaba el Patio de María repleto adentro, el concierto sonando a toda voz sonando, a todo volumen. Todo eso lleno de frikis melenudos… La marea negra, nos decían, así que te puedes imaginar. Y de pronto… cerraron el Patio de María. El cierre fue tan abrupto que todavía abundan las teorías para explicar por qué pasó. Quizás tuvo que ver con la ubicación. A solo cuadras de la Plaza de la Revolución, el patio —junto con el barrio de La Timba— era el vecino revoltoso del área, y algunos metaleros piensan que las autoridades quisieron reformar el vecindario. Las drogas también jugaron un papel. Fue irónico: a María le prohibieron continuar con su proyecto de prevención, y luego el patio cayó en una redada anti-drogas de la policía. María y los frikis dieron la pelea para reabrirlo, pero nada funcionó. En un momento dado, Dionisio habló con un alto funcionario del Ministerio de Cultura para hacerle la pregunta que estaba en boca de todos: ¿por qué? Y me dijo, “yo no te puedo dar respuesta, pero el cierre del Patio viene de arriba. Olvídate del Patio, Dionisio”. Así como me dijeron. Para mí fue como si me hubieran arrancado la mitad de mi vida. Quiero decir… Fueron los años de labor, de trabajo, de mi juventud… Un proyecto de vida al que le había dedicado todo. Y caí… pero bien profundo. Y me aparté… absolutamente de todo. Con el cierre culminaba un ciclo que había comenzado 15 años antes, con el primer concierto en el patio, y los frikis de La Habana se volvían a quedar sin un espacio propio. —Siéntate ahí. —Cuéntame dónde estamos. —Mira, estamos en el Patio de María. Un Patio antiguo de diversión, de cosas de rockeros. El patio de aquí de El Barrio de La Timba. Ella es una de las nuevas residentes del patio, que hoy en día funciona como un refugio para personas sin hogar… Hace varios años que la Casa de la Cultura ya no está en este lugar, pero todavía hay gente que llega de afuera, haciendo una suerte de peregrinaje. Como yo. Que he venido desde Puerto Rico, siguiendo el rastro de los frikis. Pero no sólo tú, Luis. Otros compañeros, otros… no les vamos a decir extranjeros… Colegas, porque somos humanos, somos del planeta, otros amigos han venido y han preguntado, porque este sitio sale en la guía turística de Cuba… Es cierto, El Patio de María todavía aparece en algunas guías antiguas, donde se identifica como el mejor lugar de La Habana para ir a escuchar rock. Pero no lo es, claro. En mi visita al antiguo patio vi a varios hombres de mediana edad que dormitaban bajo el sol mientras escuchaban una rumba. Pero no vi ninguna guitarra soviética, ningún tambor hecho de radiografía, y por supuesto ningún friki… ¿Dónde están? Es sábado en la noche, y cientos de chicos llenan el Teatro Máxim Rock. Algunos no parecen tener más de 15 años, y luchan por abrirse camino entre los frikis más viejos, quienes se amontonan frente a las bocinas del escenario para sacudir sus melenas al ritmo de la música. Ya tienes una sala con aire acondicionado, techada, con luces, sonido espectacular, con una barra para tomar ron, para tomar refresco, para tomar lo que tú quieras, qué sé yo… El Máxim se fundó en el 2008 para que fuera el teatro oficial del rock y del metal en La Habana. No cayó del cielo, claro. Las bandas tuvieron que hacer mucho ruido para conseguirlo. Pero su apertura marcó una transformación muy grande. Ya no se te pide carné, ya puedes tener el pelo largo, ya puedes andar tus tatuajes. Hemos tenido un cambio de 180 para bien. Porque del Patio de María al Maxim Rock va un buen trecho. El Máxim no es solo una sala de conciertos, también es la sede de la Agencia Cubana del Rock, una oficina de gobierno que representa a los grupos profesionales de La Habana, lo que que quiere decir que el Estado ahora le paga a las bandas que forman parte de la Agencia. María tampoco se quedó afuera. Su exilio autoimpuesto concluyó a principios de este año, cuando aceptó ser la nueva directora de esta agencia. El reto que tiene por delante es claro: ahora que el gobierno apoya a las bandas con salarios y un teatro, hay presión para que el proyecto haga dinero. Todos, hasta los frikis, tienen que ser rentables. Es que así es el nuevo socialismo cubano. De vuelta al escenario en el Maxim, Dionisio cierra el concierto de la noche con su banda, Zeus. Pero antes de terminar, hace una pausa… Somos directamente de 37 entre Paseo y Dos, del Patio de María. Que los años 80… Es un recordatorio importante: los frikis vienen del Patio de María, donde no había luces, ni presiones de dinero, ni tarimas modernas… Y lo único que importaba era la música. Luis Trelles es productor de Radio Ambulante. Vive en San Juan, Puerto Rico. En nuestra página web, pueden ver una galería de fotos y videos de la marea negra, los melenudos frikis de La Habana. Esta historia fue editada por Camila Segura y por mí, Daniel Alarcón, y mezclada por nuestro pasante, Andrés Azpiri. El equipo de Radio Ambulante incluye a Silvia Viñas, Fe Martínez, Elsa Liliana Ulloa, Barbara Sawhill y Caro Rolando. Nuestros pasantes son Emiliano Rodríguez y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO. Para esta historia, usamos los estudios de Radio Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras. Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web, radioambulante.org. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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