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Radio Ambulante - El muerto que no muere

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Para los héroes, los monumentos... Pero, ¿para los villanos?

El sábado 11 de septiembre de 2021, el cabecilla del grupo terrorista Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, murió en la Base Naval del Callao, Perú. De inmediato surgió una pregunta: ¿qué hacer con el cuerpo de la persona más odiada del país?



En nuestro sitio web puedes encontrar una transcripción del episodio. Or you can also check this English translation.



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:
Esto
es
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
El
sábado
11
de
septiembre
del
2021,
la
médica
Daniela
Ramos
llegó
temprano
a
su
trabajo
en
la
morgue
del
Callao,
en
Perú.
Se
suponía
que
iba
a
ser
un
día
normal
para
ella:
tenía
que
resolver
unos
temas
administrativos
y
otras
cosas.
Se
sentó
a
desayunar
con
sus
compañeros
de
laboratorio.
Tomaban
café,
con
tranquilidad,
conversando. Y
una
de
las
compañeras
dice:
Oye,
se
murió
Abimael.Abimael.
Tal
vez
ese
nombre
no
signifique
mucho
para
aquellos
que
no
son
peruanos.
Pero
para
los
que
somos,
es
un
nombre
que
ni
siquiera
necesita
apellido.
Abimael:
ese
único
nombre
nos
regresa
a
los
80
y
los
90,
una
de
las
épocas
más
oscuras
de
la
historia
del
país.
Se
cometieron
dos
atentados
con
explosivos
al
hotel
de
turistas
y
al
histórico
local
de
la
prefectura… Hay
tres
heridos,
se
ha
producido
la
explosión
de
un
coche
bomba.
Ha
afectado
a
por
lo
menos
cinco
automóviles
a
la
redonda,
las
casas
están
también
destruidas… Son
las
12…
12
del
día
y
42
minutos,
hay
terroristas
que
están
tirando
balas
desde
diferentes
lugares…
:
Abimael
Guzmán.
Fundador
y
líder
máximo
del
grupo
terrorista
Sendero
Luminoso.Perú
no
es
un
país
que
se
caracterice
por
el
consenso.
Más
bien,
es
lo
opuesto:
un
lugar
cuyas
divisiones
son
históricas,
estructurales…
divisiones
que
previenen
e
interrumpen
la
institucionalidad
una
y
otra
vez,
desde
hace
décadas.
Pero
con
Abimael
Guzmán
es
diferente.
La
mayoría
de
peruanos
lo
considera
un
genocida.
Muchos
quisieran
olvidar
la
guerra
homicida
que
inició
en
los
80,
como
quien
se
olvida
de
una
pesadilla.
Para
millones
que
sufrieron,
de
una
u
otra
manera
las
consecuencias
de
esa
violencia,
y
para
decenas
de
miles
cuyos
seres
queridos
fueron
asesinados
o
desaparecidos,
Guzmán
es
tal
vez
la
figura
más
repudiable
de
la
historia
de
mi
país.
Aquellos
que
lo
veían
como
un
dios,
que
seguían
su
causa
y
aplicaban
sus
métodos,
los
que
aún
intentan
justificarlo,
siempre
han
sido
una
minoría.
Daniela
Ramos,
que
tiene
43
años,
es
de
las
personas
que
recuerda
bien
la
época
del
conflicto.
Como
cuando
cortaban
la
luz
y
el
agua
por
atentados
de
Sendero
Luminoso
en
su
distrito,
Chaclacayo,
en
la
sierra
de
Lima.
Daniela
también
recuerda
cómo,
a
los
10
años,
fue
testigo
del
asesinato
de
un
parlamentario,
Eriberto
Arroyo,
mientras
dejaba
a
sus
hijos
en
el
colegio.
O
tampoco
se
olvida
de
su
mamá,
enterrando
en
el
jardín
libros
relacionados
al
socialismo,
por
miedo
a
que
los
militares
la
identificaran
con
Sendero,
que
reclutaba
gente
en
la
universidad
a
la
que
asistía.
Y
se
acuerda
del
sentimiento
generalizado
que
produjo
la
captura
de
Guzmán
el
12
de
septiembre
de
1992:
Como
todas
las
personas,
alivio,
Posiblemente
un
deseo
oculto
de
que
lo
finiquitaran,
¿no?,
que
creo
que
era
normal
en
esa
época.Desde
1993
hasta
su
muerte,
Abimael
Guzmán
estuvo
encerrado
en
la
Base
Naval
del
Callao,
en
una
celda,
aislado
de
los
otros
cabecillas
terroristas
que
se
encontraban
ahí
cumpliendo
su
condena.
Aislado
de
todo.
Entonces,
cuando
le
dijeron
que
Guzmán
había
muerto,
Daniela
sintió
que
por
fin
se
había
hecho
algún
tipo
de
justicia,
aunque
no
le
dio
mucha
importancia.
Dije
¿ah,
sí?
Ah,
¡qué
bien!
Daniela
siguió
tomando
su
café
hasta
que
al
rato
llegó
un
compañero.
Le
dijo
que
habían
llamado
para
hacer
un
levantamiento
de
un
cuerpo,
pero
que
él
estaba
ocupado.
Sin
pensarlo
mucho,
ella
le
contestó
que
bueno.
Como
ya
estaba
allí
y
no
tenía
mucho
más
que
hacer,
podía
atender
el
cuerpo
sin
problema.
Daniela
siguió
el
procedimiento
de
rutina.
Llamó
a
la
Fiscalía
para
confirmar
que
había
que
levantar
un
cadáver. Y
me
dicen
“si,
doctorita,
va
a
ser
en
la
Base
Naval”.
Pero
en
ese
momento
no
terminaba
de
entender
que
si
de
verdad
Abimael
se
había
muerto,
se
había
muerto
en
la
Base
Naval
y
eso
era
mi
territorio.
Entonces
ahí
recién
mi
cerebro
piensa:
“No,
¿Base
Naval?,
aguanta…
¿qué?
Sería
la
encargada
de
hacer
el
levantamiento
del
cuerpo
de
la
persona
más
odiada
de
todo
el
Perú.
Lo
que
no
sospechaba
era
que
no
solo
tendría
que
lidiar
con
la
reacción
de
una
familia,
sino
con
la
de
todo
un
país.
Una
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y
volvemos.
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Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
El
periodista
Ricardo
León
nos
cuenta
la
historia.
Aquí,
Ricardo. Daniela
se
fue
al
levantamiento
del
cuerpo
en
la
base
naval
del
Callao.
Intrigada,
inquieta.
Tal
vez
no
consciente
de
lo
que
se
venía.Daniela
tiene
que
atender
bastantes
casos
judiciales
todas
las
semanas.
Muchos
involucran
homicidios,
pero
nunca
había
atendido
ningún
levantamiento
en
la
Base
Naval
del
Callao.
Lo
primero
fuera
de
lo
normal
fue
llegar
al
cuerpo
mismo.
Entrar
a
la
base
no
fue
fácil.
Creo
que
me
demoré
entre
lo
que
me
avisaron
que
había
levantamiento
y
lograr
entrar
a
la
habitación
unas
tres
horas…
mínimo.Había
muchos
puntos
de
control
con
estricta
seguridad.
Además,
tenían
que
entrar
a
la
celda
por
grupos
debido
a
las
medidas
sanitarias
por
la
pandemia.
Primero
entraron
los
peritos
de
la
escena,
después
los
peritos
biólogos…
Ella,
la
médica
legista,
fue
la
última
en
entrar.
Cuando
llego
es
una
habitación
pequeña,
sin
ventanas.
Una
habitación
que
sería,
pues,
de
unos
4
metros
cuadrados,
tal
vez,
posiblemente
un
poquito
más
pequeña.
Que
no
tenía
nada
en
el
interior,
solamente
la
cama
clínica,
porque
el
señor
está
en
una
cama
clínica,
de
esas
de
hospitales.
Tenía
un
par
de
sillas
de
plástico,
de
esas
de
jardín,
y
encima
de
las
sillas
de
plástico
habían
bolsas
de
plástico
con
sus
cosas.
No
había
nada
más
en
la
celda.
Ni
repisas
ni
libros,
absolutamente
nada.
Y
en
la
cama
estaba
el
cuerpo
de
Guzmán.
Un
cadáver
de
alguien
decrépito,
muy
envejecido,
al
que
era
bastante
difícil
reconocer.
Para
muchos
peruanos,
la
última
imagen
que
tenían
de
Guzmán
era
del
día
en
que
las
autoridades
lo
exhibieron
en
1992.
En
ese
momento,
un
hombre
de
57
años,
encerrado
en
una
jaula,
vestido
con
un
traje
a
rayas,
casi
como
la
caricatura
de
un
preso.
Y
gritando
con
el
puño
en
alto.
Contestatario,
furioso.
Unos
piensan
que
es
una
gran
derrota.
Lo
sueñan.
Les
decimos:
Sigan
soñando.
Es
simplemente
un
recodo,
nada
más.
En
cierta
forma,
todavía
era
intimidante.
El
monstruo
de
una
nación.
Abimael
Guzmán
nació
en
Arequipa,
al
sur
deL
Perú.
Se
graduó
en
Filosofía
con
una
tesis
sobre
Kant,
muy
alejada
de
toda
la
ideología
que
desarrolló
en
Sendero
Luminoso.
Enseñó
en
universidades
de
diferentes
partes
del
país
hasta
que
llegó
a
la
Universidad
San
Cristóbal
de
Huamanga,
en
Ayacucho,
un
departamento
pobre,
en
su
mayoría
de
origen
indígena,
donde
el
rencor
contra
la
clase
dominante
rica,
mestiza
y
limeña
era
latente.
Sendero
Luminoso
era
una
organización
radical,
entre
muchas
de
la
época.
Todas
se
creían
los
herederos
auténticos
del
Partido
Comunista
del
Perú,
pero
el
grupo
de
Guzmán
se
distinguió
por
ser
el
más
violento.
El
llamado
a
la
guerra
popular
fue,
de
hecho,
uno
de
sus
objetivos
centrales.
En
1980,
después
de
12
años
de
gobierno
militar,
mientras
el
resto
del
país
celebraba
el
retorno
de
la
democracia,
Sendero
quemó
urnas
de
votación
en
un
pueblo
ayacuchano,
iniciando
una
guerra
homicida
que
terminaría
con
la
vida
de
casi
70
mil
personas.
Más
de
30
mil
de
esas
muertes
se
atribuyen
a
Sendero
Luminoso,
el
resto
a
las
entidades
del
Estado.
Abimael
movilizaba
a
sus
seguidores
con
una
visión
de
un
Perú
maoísta.
Sus
ideas
y
su
retórica
llevaron
a
personas
a
cometer
atentados,
a
asesinar
y
torturar.
Había
poemas
y
canciones
sobre
Guzmán.
Había
murales
con
su
rostro,
como
si
fuera
alguna
especie
de
líder
supremo,
no
muy
diferente
a
la
iconografía
de
Mao,
en
China.
En
algunos
se
veía
su
retrato
sobre
los
Andes,
brillante
e
iluminando
a
la
tierra
debajo
de
él.
Pero,
a
pesar
de
estas
representaciones,
era
una
figura
oscura.
A
excepción
de
un
círculo
de
confianza,
durante
mucho
tiempo
ni
sus
seguidores
sabían
cómo
se
veía
en
carne
y
hueso.
Vivía
en
la
clandestinidad,
yendo
de
un
lugar
secreto
a
otro.
Era
prácticamente
una
figura
mística,
inaccesible,
y
esto
reforzaba
la
idea
de
que
era
invencible.
Una
vez
frente
al
cuerpo,
lo
primero
que
Daniela
tenía
que
hacer
era
confirmar
que
se
trataba
de
Abimael
Guzmán,
y
que
estaba
muerto.
Ella
solo
había
visto
imágenes
de
su
captura,
pero
ahora
lo
tenía
enfrente,
silencioso
e
inmóvil.
Sin
vida.
Después
de
observarlo
un
rato
coincidían
sus
rasgos
faciales,
¿no?
Y
me
sorprendió
la
soledad
en
la
que
estaba,
¿no?
Es
un
lugar
en
el
que
yo
tranquilamente
me
hubiera
enloquecido.
Daniela
observaba
a
los
militares
curiosos
que
entraban
y
salían
del
lugar,
esperando
a
ver
qué
se
hacía
con
el
enemigo
público
número
uno
del
Perú.
La
verdad
es
que
todos
están
un
poco
entusiasmados.
Poder
ver
a
Abimael
muerto
era
como
una
cuestión
de
justicia
social,
creo
yo.
Por
orden
de
la
fiscalía,
el
cuerpo
fue
llevado
a
la
morgue
del
Callao.
Daniela
también
se
fue
para
allá
para
recibirlo.
Como
era
una
persona
que
había
muerto
en
una
prisión,
no
se
le
podía
hacer
una
necropsia
común
y
corriente.
Con
el
cadáver
de
Guzmán
aplicaron
el
Protocolo
de
Minnesota,
un
manual
muy
detallado
que
debe
cumplirse
ante
potenciales
asesinatos.
Se
hace
exhaustivos
cortes,
casi
milimétricos,
para
verificar
que
no
hayan
hematomas
escondidos
entre
los
músculos.
Confirmar
y
comprobar
que
nadie
lo
agredió.
Ya
en
la
morgue,
Daniela
se
encontró
con
otros
especialistas.
Una
parafernalia
de
personal:
especialistas,
radiólogos,
peritos
de…
de
criminalística,
los
dactiloscópicos,
ADN,
biología
forense,
X.
Todo
lo
que
te
puedas
imaginar.
Y
también
médicos
legistas
especialistas.
Empezó
la
necropsia.
Iban
analizando
cada
parte
del
cuerpo
con
un
cuidado
minucioso.
No
estaba
en
buenas
condiciones.
Estamos
hablando
de
un
tipo
de
86
años
que
había
estado
encerrado
un
tercio
de
ellos.
Tenía
cierta
insuficiencia
renal,
insuficiencia
hepática,
un
estómago
totalmente
desgastado,
posiblemente
por
las
medicinas,
y
por
el
estrés,
que
bien
merecido
se
lo
tenía,
además.
No
mucho
después
de
que
empezó
la
necropsia,
con
la
noticia
ya
circulando
por
todas
partes,
las
afueras
de
la
morgue
se
llenaron
de
personas.
Ya
había
gente
afuera
gritando,
haciendo
barras.
¡Queremos
ver
el
cuerpo,
queremos
ver
el
cuerpo…!
Todos
querían
que
saquen
el
cadáver
a
la
pista
y
verlo
para
ver
que
era
él.
Había
gente
que
le
quería
orinar
encima.
Había
gente
que
quería
colgarnos
a
nosotros
por
no
dejar
el
cadáver
de
su
ídolo
en
paz. Daniela
y
sus
compañeros
ya
estaban
acostumbrados
a
lidiar
con
los
familiares
de
los
muertos
que
fallecían
en
guerras
de
pandillas
y
ajustes
de
cuentas
entre
narcos.
Pero
no
a
esto…
Estaba
tensa,
molesta.
Especialmente
por
la
exigencia
del
examen
que
había
que
hacerle.
Pasaba
el
tiempo
y
el
trabajo
no
se
terminaba.
Eran
como
las
cuatro
de
la
mañana
y
yo
estaba
con
ese
señor
y
la
historia
del
señor
desde
las
nueve
de
la
mañana.
Además
de
que
había
estado
parada
casi
todo
el
tiempo
subiendo
y
bajando
escaleras.
Ya
como
que
dejé
en
algún
momento
de
reflexionar
en
la
trascendencia
del
asunto.
Ya
estaba
bien
cansada.Aún
así,
ella
seguía
trabajando,
pensaba
que
terminaría
e
iría
a
su
casa
a
descansar
y
eso
sería
el
final
del
asunto…
Pero
Daniela
quedaría
atrapada
en
medio
de
la
conmoción
de
un
país
que
no
sabía
muy
bien
cómo
sentirse
al
respecto
de
la
muerte
de
su
enemigo
público
número
uno. Para
los
héroes
existen
los
monumentos…
Pero,
¿qué
hay
para
los
villanos?
¿Qué
hacemos
con
personas
que
no
debemos
olvidar,
pero
cuyos
actos
repudiamos?
¿Cómo
lidiamos
con
lo
peor
de
nuestro
pasado?
Una
pausa
y
volvemos.
¡Hola,
Ambulantes!
Soy
Silvia
Viñas.
Si
no
nos
hemos
escuchado
antes,
les
cuento:
soy
la
productora
ejecutiva
y
presentadora
de
El
hilo,
un
podcast
de
esta
misma
casa,
Radio
Ambulante
Estudios,
y
de
VICE
News.
Cada
semana
tomamos
una
noticia
clave
en
Latinoamérica
y
la
contamos
y
analizamos
mucho
más
profundamente
que
en
esas
decenas
de
titulares
que
nos
abruman.
Queremos
entender
nuestra
región
junto
a
ustedes
con
rigor,
objetividad
e
independencia.
Estrenamos
cada
viernes.
Nos
encuentran
en
elhilo.audio
o
en
su
app
de
podcast
favorita.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Soy
Daniel
Alarcón.
El
11
de
septiembre
del
2021,
Abimael
Guzmán,
el
fundador
y
líder
del
grupo
terrorista
Sendero
Luminoso,
murió
a
los
86
años
en
una
cárcel
en
la
Base
Naval
del
Callao,
Perú.
La
médica
legista
Daniela
Ramos
fue
la
encargada
de
realizar
la
necropsia
de
Guzmán,
de
confirmar
oficialmente
que
el
cuerpo
que
se
encontraba
en
la
base
naval
del
Callao
era
el
del
cabecilla
terrorista.
Al
poco
tiempo
se
hizo
evidente
que
nadie
sabía
qué
hacer
con
aquel
cadáver
incómodo.
La
ley
peruana
dice
que
solo
los
familiares
directos
de
una
persona
que
muere
en
prisión
pueden
recibir
los
restos.
Pero
desde
1992
la
esposa
de
Guzmán,
Elena
Iparraguirre,
está
en
prisión
acusada
de
los
mismos
delitos
que
su
marido.
A
pesar
de
haberlo
tenido
preso
casi
30
años,
nadie
había
determinado
los
pasos
a
seguir
con
el
cuerpo
de
Guzmán
cuando
finalmente
muriera.
Es
como
si
a
las
autoridades
no
se
les
hubiera
ocurrido
que
un
hombre
de
más
de
86
años
podría
morir.
Esto
es
algo
propio
del
periodo
de
la
posguerra
peruana.
En
los
90,
líderes
y
miembros
de
grupos
como
Sendero
Luminoso
fueron
encarcelados
con
condenas
de
20,
30
años.
Condenas
en
ese
entonces
celebradas
por
casi
todos
los
peruanos.
Pero
se
hizo
poco
para
procesar
lo
sucedido
o
planear
la
reinserción
de
los
senderistas
cuando
cumplieran
su
condena.
Y
mucho
menos
cómo
lidiar
con
sus
muertes.
Además,
Abimael
Guzmán
no
era
cualquier
preso,
y
su
muerte,
una
muerte
más.
Ricardo
León
nos
sigue
contando. En
las
noticias
se
empezó
a
discutir
qué
hacer
con
el
cuerpo…
Las
familias
de
las
víctimas,
comentaristas
y
exmiembros
del
gobierno
pedían
una
cosa.
Estamos
pidiendo
a
las
autoridades
que
su
cuerpo
sea
cremado
y
sus
cenizas
sean
arrojadas
al
mar
o
sean
arrojadas
al
tacho
de
basura. No
se
le
puede
dar
un
entierro
público
ni
a
Abimael
Guzmán
ni
a
ninguna
persona
de
la
cúpula
terrorista.
Porque
no
se
puede
crear
un
mito,
una
leyenda. Y
ya
está
en
manos
del
ministerio
público
simplemente
incinerar
el
cuerpo
y
tirar
las
cenizas
en
cualquier
parte
menos
en
el
mar
de
Grau,
por
favor,
yo
creo
que
no
hay
que
contaminar
el
mar
de
Grau.
El
miedo
era
que
sepultar
los
restos
en
un
cementerio
pudiera
convertir
su
tumba
en
un
lugar
de
culto.
Puede
sonar
una
exageración
para
algunos,
pero
recuerden
que
el
país
vio
cómo
sus
seguidores
lo
idolatraban
en
el
pasado.
No
sólo
habían
estado
dispuestos
a
morir
por
su
revolución,
sino
por
él
mismo,
por
su
figura.
Ya
había
habido
otro
momento
en
el
que
el
Perú
tuvo
que
confrontar
precisamente
este
miedo:
Un
revelador
video
grabado
por
la
policía
muestra
la
manera
en
que
Sendero
Luminoso
rinde
culto
a
sus
muertos
en
un
Mausoleo
levantado
en
el
distrito
de
Comas.
En
el
2016,
los
medios
sacaron
un
par
de
videos
que
mostraban
a
decenas
de
personas
reunidas
en
un
cementerio
en
medio
de
los
cerros
áridos
del
norte
de
Lima.
Estaban
ahí
para
la
inauguración
de
un
mausoleo,
en
el
que
iban
a
enterrar
a
ocho
personas
acusadas
de
ser
miembros
de
Sendero
Luminoso
y
que
fueron
asesinadas
en
1986,
durante
los
motines
de
diferentes
cárceles
de
la
capital
peruana.
Habían
entregado
los
cuerpos
hacía
muy
poco
a
sus
familiares,
quienes
decidieron
construir
aquel
mausoleo
y
reubicar
los
restos
en
lo
más
alto
del
cementerio.
Ahora
bien,
no
todos
los
que
fueron
asesinados
a
manos
del
Estado
en
la
matanza
de
los
penales
del
86
eran
senderistas
comprobados.
Los
grupos
frente
al
mausoleo
eran
diversos.
Y
mientras
unos
gritaban
¡amnistía
para
Guzmán!
y
hablaban
del
proletariado,
otros
solamente
estaban
rindiendo
homenaje
a
sus
seres
queridos,
no
siendo
necesariamente
apologistas
del
terrorismo.
Cuando
le
preguntaron
por
el
mausoleo,
el
entonces
presidente
peruano
Pedro
Pablo
Kuczynski,
de
ideología
de
derecha,
dijo:
Evidentemente
ha
habido
un
error
administrativo
en
algún
lado
al…
al
darle
el
permiso
para
construir
esto.
Yo
creo
que
hay
que
retirar
los
cadáveres
que
estén
ahí
con
respeto
y
luego
el
mausoleo
debe
desaparecer.
Y
así
fue.
La
construcción
del
mausoleo
fue
tema
de
debates
hasta
que
en
el
2018,
las
autoridades
declararon
que
el
mausoleo
era
una
apología
al
terrorismo,
un
delito
bajo
la
ley
peruana.
Además,
se
había
construido
sin
los
permisos
requeridos.
Entonces,
lo
derrumbaron.
Los
cuerpos
se
exhumaron
una
vez
más
y
se
enterraron
en
otro
cementerio,
en
nichos
separados.
Volvamos
a
Daniela.
El
sábado
y
el
domingo
fueron
de
trabajo
con
el
cuerpo,
papeleo,
asuntos
burocráticos.
Fueron
días
extenuantes
y
todavía
no
se
decidía
qué
hacer
con
el
cadáver.
Llegó
el
lunes
y
con
él,
más
problemas.
Un
político
se
acercó
a
la
morgue. Llegó
muy
temprano,
llegó
más
temprano
que
yo.
Y
quería
entrar
y
que
lo
deje
ir
a
ver
el
cadáver.
Entonces
yo
entré
y
no…
no
lo
invité
a
seguir.
Era
José
Cueto,
un
oficial
retirado
de
la
Marina,
que
ahora
es
congresista
de
Renovación
Popular,
un
partido
de
derecha
cristiana.
Y
él
me
amenazó,
me
dijo:
“Usted
sabe
que
soy
congresista,
¿no?
Que
yo
puedo
entrar
a
donde
yo
quiera”.
Pero
Daniela
conocía
la
ley,
y
le
dijo…
Le
dije:
“No,
usted
lo
que
puede
hacer
es
pedir
informes
a
donde
quiera.
Pero
usted
no
puede
entrar
adonde
quiera”.
Justo
después
del
incidente,
Cueto
habló
con
los
periodistas
afuera
de
la
morgue.
La
encargada,
que
es
una
doctora,
dice
que
no
tiene
orden,
que
no
puede
dejar
pasar,
a
pesar
de
que
existe
una
ley
que
un
congresista
puede
ingresar
a
cualquier
entidad
pública
para
verificar
cualquier
cosa,
cualquier
actividad.
No
quieren
dejar
entrar,
se
han
cerrado,
dice
que
no
tiene
orden
de
la
fiscal…
Esto
solo
crea
suspicacias.
Esto
era
solo
una
alerta
de
que
venía
una
semana
difícil.
Daniela
estaba
en
una
posición
bastante
incómoda. Mi
unidad
médico
legal
y
mis
colegas
y
yo
fuimos
los
últimos
rehenes
de
ese
señor.
Nosotros
llegamos
al
trabajo
y
no
podíamos
salir,
nos
quedábamos
encerrados.
Fui
una
guardiana
involuntaria.
Y
aquí
me
pregunto:
¿Era
viable
una
salida
humanitaria?
¿Un
país
puede
ofrecer
dignidad
al
mayor
de
sus
enemigos?
Y
si
no,
¿en
qué
nos
convierte?
Creo
que
una
de
las
personas
más
indicadas
para
responder
esta
pregunta
es
él.José
Carlos
Agüero
Solórzano,
historiador
y
escritor.
José
Carlos
es
hijo
de
senderistas.
Su
madre
fue
asesinada
extra
judicialmente
y
su
padre
murió
en
la
matanza
de
los
penales
del
86,
la
misma
en
que
fueron
asesinados
los
que
fueron
enterrados
en
el
mausoleo.
Sin
embargo,
en
el
caso
del
papá
de
José
Carlos,
su
cuerpo
sigue
desaparecido.
En
2015
escribió
el
libro
Los
rendidos,
un
ensayo
que
invita
a
repensar
el
modo
de
recordar
la
violencia
y
el
conflicto
armado
en
el
Perú,
tomando
en
cuenta
el
punto
de
vista
de
las
familias
de
miembros
de
Sendero
Luminoso.
De
este
libro,
también
salió
un
episodio
de
Radio
Ambulante,
titulado
El
hijo.
Y
bueno,
como
se
podrán
imaginar,
el
libro
no
fue
muy
bien
recibido
por
una
gran
parte
del
público
general
peruano. El
libro
fue
recibido
como
apología
del
terrorismo,
básicamente
violencia
verbal.
Me
pareció
importante
hablar
con
José
Carlos
porque
es
de
los
pocos
peruanos
que
ha
escrito
desde
ese
lugar,
desde
quien
hereda
una
historia
familiar
senderista.
Desde
ahí,
José
Carlos
cuestiona
si
solo
nos
basta
con
saber
lo
que
pasó
para
que
no
se
repita
y
se
pregunta
si,
más
bien,
el
perdón
es
un
mejor
camino.
Él
resalta
el
solo
acto
de
pedir
perdón
sin
necesariamente
esperar
recibirlo
a
cambio.
Mientras
más
pasaban
los
días,
una
de
las
posibilidades
iba
ganando
terreno.
Ya
hemos
escuchado
versiones
de
esta
idea:
cremar
el
cuerpo
y
desecharlo,
algunos
decían
al
mar,
otros
en
un
lugar
secreto.
Esto,
para
José
Carlos,
era
problemático. Desechar
los
cuerpos
no
es
una
función
del
Estado.
Administrar
los
cuerpos
de
acuerdo
a
protocolos
preestablecidos,
esa
es
la
función
del
Estado.
Organizarlos
de
acuerdo
a
alguna
política,
además
ya
inventada,
del
tratamiento
de
las
cosas
fúnebres.
Para
él,
una
sociedad
democrática
que
realmente
sabe
lidiar
con
sus
demonios
no
consideraría
incinerar
y
esconder
las
cenizas
de
un
cuerpo,
no
importa
de
quién…Eso
es,
creo,
muy
violento.
Y
no
es
algo
que
deberíamos
permitir
que
los
estados
asuman
como
atribución.
Porque
entonces
siempre
será
posible
que
puedan
asumir
alguna
justificación
para
estados
excepcionales
en
el
futuro.
O
sea,
si
se
permite
que
con
Guzmán
se
haga
una
excepción
de
cómo
se
deben
tratar
los
cuerpos,
¿cómo
asegurarnos
de
que
no
se
haga
arbitrariamente
en
el
futuro?
José
Carlos
dice
que
no
es
función
de
un
Estado
con
procedimientos
y
protocolos
decidir
cuáles
cadáveres
son
aceptables
para
enterrar
y
cuáles
no.
Aparte
de
un
tuit
del
presidente
Castillo,
durante
los
primeros
días
no
hubo
ningún
pronunciamiento
oficial.
Pero
el
ministro
de
salud
Hernando
Cevallos
dio
unas
declaraciones
que
enojaron
a
gran
parte
del
país… Nadie
desea
el
fallecimiento
de
nadie.
Por
más
delitos
que
haya
cometido,
¿no?
Muchos
se
indignaron
con
el
intento
de
humanizar
a
Guzmán.
Y
la
pregunta,
¿qué
hacer
con
el
cadáver
del
terrorista
más
odiado
del
Perú?,
seguía
sin
respuesta.
En
la
calle
el
debate
estaba
encendido,
y
mientras
tanto,
el
cuerpo
seguía
en
la
morgue.
Fue
hasta
el
quinto
día
que
el
Congreso
del
Perú
aprobó
una
ley
que
permite
al
sistema
judicial
cremar
los
cuerpos
de
condenados
por
terrorismo
que
mueren
en
prisión
cumpliendo
su
sentencia.
Esto
en
caso
de
que
afecten
la
seguridad
y
el
orden
público.
Ahora
la
pregunta
era
cuándo
iban
a
incinerar
el
cadáver
de
Guzmán…
El
23
de
septiembre,
o
sea
casi
dos
semanas
después
de
la
muerte
de
Abimael
Guzmán,
recibí
una
llamada
a
las
cuatro
de
la
tarde.
Era
una
persona
que
trabaja
en
prensa
del
Ministerio
del
Interior,
a
quien
yo
no
conocía.
Me
dijo
que
se
iba
a
dar
fin
al
asunto
de
los
restos
de
Abimael
Guzmán,
pero
no
entró
en
detalles.
Sinceramente
me
sentí
intrigado,
dudoso.
Este
gobierno
no
es
precisamente
transparente,
como
lo
demuestran
las
más
de
20
alertas
de
acciones
contra
la
prensa
emitidas
por
los
dos
gremios
de
periodistas
más
importantes
del
Perú.
¿Para
qué
querían
que
los
periodistas
viéramos
lo
que
iba
a
suceder?
¿Qué
mensaje
intentaban
dar?
¿Para
qué
me
querían
utilizar?
Sin
más
explicaciones,
me
citaron
en
el
Ministerio
del
Interior
a
las
nueve
de
la
noche,
con
una
sola
condición:
que
no
publicáramos
nada
hasta
que
todo
terminara.
Esa
noche
esperé
en
la
recepción,
hasta
que
apareció
el
mismo
funcionario
que
me
había
llamado
en
la
tarde,
y
subimos
a
una
camioneta.
Delante
de
nosotros
había
una
ambulancia
y,
detrás,
otros
vehículos
oficiales
con
sirena.
No
nos
dijeron
a
dónde
íbamos.
Primero
nos
trasladaron
a
la
Dirección
contra
el
Terrorismo,
en
el
Centro
de
Lima.
Otra
vez
esperamos
en
la
zona
de
ingreso,
y
allí
nos
pidieron
entregar
los
celulares
y
grabadoras.
Solo
me
quedé
con
una
libreta
y
un
lápiz.
Subimos
al
mismo
vehículo,
esta
vez
hacia
la
morgue
del
Callao.
Una
de
las
personas
que
estaba
ahí
conmigo
era
Jimena
de
la
Quintana,
corresponsal
de
CNN
en
Perú. Recuerdo
que
el
ambiente
era
muy
desordenado,
muy
desorganizado
y
que
había
más
gente
de
la
que
yo
esperaba
que
hubiera
en
ese
momento.
Estaban
dos
ministros
de
Estado,
cada
uno
con
sus
guardaespaldas,
además
de
policías,
una
fiscal,
los
forenses
y
los
periodistas.
Fue
ahí
que
vi
por
primera
vez
a
Daniela,
la
médica
legista.
Estaba
fastidiada,
inquieta,
quizá
ella
no
esperaba
tener
tantas
personas
alrededor.
Yo
me
seguía
preguntando
qué
querían
de
nosotros.
Al
rato,
entramos
por
un
pasadizo
largo
y
oscuro. Y
que
tenía
un
olor
muy
fuerte.
Y
recuerdo
que
mientras
caminaba
sentía
que
el
pasadizo
no
terminaba.
Se
te
vienen
tantas
ideas
por
la
cabeza
que
es
que
en
ese
momento
pues
como,
me
imagino,
que
pierdes
un
poco
como
la
percepción
del
tiempo,
¿no?
Después
de
ese
tramo
interminable,
nos
detuvimos
a
la
entrada
de
una
sala
amplia.Era
fría.
Tenía
luces
blancas.
No
parecía
una
sala
de
necropsia,
parecía
un
garaje.
Daniela
se
sentía
ahogada
en
la
multitud. La
morgue
no
está
diseñada
para
que
hubiera
tanta
gente.
Parece
que
hubiera
sido
una
corrida
de
toros
y
todos
estaban
adentro.
Sacaron
el
cuerpo
de
una
cámara
frigorífica
y
fue
colocado
en
una
mesa
de
metal.
Allí
se
le
hicieron
algunos
últimos
exámenes
de
sangre
para
pruebas
de
ADN,
y
se
tomaron
muestras
de
tejidos,
por
orden
de
la
Fiscalía.
En
todo
caso,
no
podíamos
grabar
videos
ni
audios.
Solo
podíamos
tomar
notas.
Estábamos
a
la
entrada
de
la
sala,
a
unos
diez
metros
del
cuerpo.
Dibujé
el
espacio,
señalé
dónde
estaban
ubicados
los
forenses,
dónde
estaba
yo,
anotaba
lo
que
sucedía.
En
una
de
las
páginas
escribí:
no
se
le
ve
el
rostro.
Jimena
tampoco
lo
veía. Y
yo
decía:
¿y
cómo
si
es
Abimael
Guzmán?
Entonces
recuerdo
también
que
le
pedí
a
alguien
que
le
dijeran
a
los
médicos
que
estaban
ahí,
que
levantaran
el
cuerpo.
Daniela
dice
que
jamás
se
sintió
tan
observada
en
su
vida. El
objetivo
era
demostrar
que
lo
que
estábamos
entregando
a
cremar
era
lo
que
habíamos
necropsiado.
Y
efectivamente
era…
era
el
cadáver
que
estaba
ahí
lacrado,
¿no?,
y
lo
exhibimos
para
que
todos
pudieran
constatar
que
era
él.
Fue
un
momento
incómodo…
incómodo,
porque
fue
un
espectáculo,
que
creo
que
era
innecesario.
Pienso
que
no
era
necesario
que
hubieran
tantas
personas.
Aquellos
funcionarios
no
eran
jefes
de
Daniela,
pero
tenía
que
explicarles
paso
a
paso
cada
procedimiento.
Ahora
no
solo
sentía
que
era
rehén
de
ese
cadáver,
sino
también
de
los
ministros,
y
de
nosotros,
los
periodistas.
Finalmente,
levantaron
el
cadáver.
Anoté
en
mi
libreta:
1:10
de
la
mañana.
Fue
una
escena
surreal.
Los
forenses
sentaron
el
cuerpo
y,
durante
unos
pocos
segundos,
pudimos
ver
la
cara
de
Guzmán.
Todos
enmudecimos,
había
una
conmoción
allí.
Nos
quedamos
inmóviles
frente
a
nuestro
mayor
trauma,
como
si
este
todavía
pudiera
hacernos
daño.
Esta
vez,
a
diferencia
de
aquella
escena
en
la
jaula,
donde,
aunque
humillado,
vociferaba
y
advertía
que
la
guerra
no
se
había
terminado,
Guzmán
era
solo
un
cuerpo.
Inmóvil.
Ahora
sí,
por
fin,
inofensivo.
En
la
madrugada
de
ese
día,
una
ambulancia
trasladó
los
restos
de
Guzmán
al
Hospital
Naval.
Nosotros
íbamos
detrás
en
carros
de
la
policía;
todos
los
que
habíamos
estado
en
la
morgue,
excepto
Daniela.
Ella
se
había
quedado
allá
ordenando
papeles,
firmando
documentos,
limpiando
sus
instrumentos
y
volviendo
a
la
rutina,
tratando
de
dejar
todo
atrás.
Una
vez
ahí,
vimos
cómo
metían
a
Guzmán
en
un
horno
que
alcanzaba
los
1200
grados
de
temperatura,
y
el
cuerpo
se
convirtió
en
cenizas.
Eran
las
3:20
de
la
mañana.
Como
Daniela,
el
Perú
se
ha
esforzado
por
pasar
la
página.
Ha
tratado
de
olvidar
o
de
callar,
como
se
ha
hecho
en
todos
estos
años
posconflicto.
Pero
a
medida
que
ha
pasado
el
tiempo,
se
ha
hecho
claro
que
con
el
cuerpo
de
Abimael
Guzmán
no
existen
respuestas
fáciles. El
cuerpo
de
Abimael
Guzmán
era
un
cuerpo
difícil
de
tratar.
Creo
que
habría
que
empezar
por
asumir
que
la
tarea
no
era
sencilla
para
quien
estuviera
a
cargo
de
la
administración
de
ese
problema.
Le
pregunté
a
José
Carlos
si
cree
que
se
tomó
la
decisión
correcta
al
esconder
los
restos
de
Guzmán. El
muerto
nos
secuestró
por
un
rato.
No
estábamos
maduros
para
resolver
lo
que
para
algunos
debería
haber
sido
realmente
un
asunto
procedimental.
Para
otros,
un
asunto
político.
Para
otros,
un
asunto
cultural.
Para
otros,
un
asunto
simbólico.
Nadie
estuvo
a
la
altura.
Algunos
cayeron
en
la
histeria.
Otros
cayeron
en
la
evasión.
Y
el
Estado
cayó
en
la
auto-atribución
de
su
capacidad
de
desechar
cuerpos
como
cosas.Pero
en
cierto
sentido
se
tomó
la
decisión
más
fácil,
más
popular,
menos
controversial.
Y
para
un
gobierno
como
el
de
Castillo,
esconder
el
cuerpo
era
quizá
la
única
opción
que
podían
contemplar.
Aún
así,
desaparecer
a
Abimael
Guzmán
del
Perú
requiere
un
esfuerzo
mucho
más
grande
que
desaparecer
sus
cenizas.
Ricardo
León
es
periodista
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El
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Luis
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: Esto es Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. El sábado 11 de septiembre del 2021, la médica Daniela Ramos llegó temprano a su trabajo en la morgue del Callao, en Perú. Se suponía que iba a ser un día normal para ella: tenía que resolver unos temas administrativos y otras cosas. Se sentó a desayunar con sus compañeros de laboratorio. Tomaban café, con tranquilidad, conversando. Y una de las compañeras dice: Oye, se murió Abimael.Abimael. Tal vez ese nombre no signifique mucho para aquellos que no son peruanos. Pero para los que somos, es un nombre que ni siquiera necesita apellido. Abimael: ese único nombre nos regresa a los 80 y los 90, una de las épocas más oscuras de la historia del país. Se cometieron dos atentados con explosivos al hotel de turistas y al histórico local de la prefectura… Hay tres heridos, se ha producido la explosión de un coche bomba. Ha afectado a por lo menos cinco automóviles a la redonda, las casas están también destruidas… Son las 12… 12 del día y 42 minutos, hay terroristas que están tirando balas desde diferentes lugares… : Abimael Guzmán. Fundador y líder máximo del grupo terrorista Sendero Luminoso.Perú no es un país que se caracterice por el consenso. Más bien, es lo opuesto: un lugar cuyas divisiones son históricas, estructurales… divisiones que previenen e interrumpen la institucionalidad una y otra vez, desde hace décadas. Pero con Abimael Guzmán es diferente. La mayoría de peruanos lo considera un genocida. Muchos quisieran olvidar la guerra homicida que inició en los 80, como quien se olvida de una pesadilla. Para millones que sufrieron, de una u otra manera las consecuencias de esa violencia, y para decenas de miles cuyos seres queridos fueron asesinados o desaparecidos, Guzmán es tal vez la figura más repudiable de la historia de mi país. Aquellos que lo veían como un dios, que seguían su causa y aplicaban sus métodos, los que aún intentan justificarlo, siempre han sido una minoría. Daniela Ramos, que tiene 43 años, es de las personas que recuerda bien la época del conflicto. Como cuando cortaban la luz y el agua por atentados de Sendero Luminoso en su distrito, Chaclacayo, en la sierra de Lima. Daniela también recuerda cómo, a los 10 años, fue testigo del asesinato de un parlamentario, Eriberto Arroyo, mientras dejaba a sus hijos en el colegio. O tampoco se olvida de su mamá, enterrando en el jardín libros relacionados al socialismo, por miedo a que los militares la identificaran con Sendero, que reclutaba gente en la universidad a la que asistía. Y se acuerda del sentimiento generalizado que produjo la captura de Guzmán el 12 de septiembre de 1992: Como todas las personas, alivio, Posiblemente un deseo oculto de que lo finiquitaran, ¿no?, que creo que era normal en esa época.Desde 1993 hasta su muerte, Abimael Guzmán estuvo encerrado en la Base Naval del Callao, en una celda, aislado de los otros cabecillas terroristas que se encontraban ahí cumpliendo su condena. Aislado de todo. Entonces, cuando le dijeron que Guzmán había muerto, Daniela sintió que por fin se había hecho algún tipo de justicia, aunque no le dio mucha importancia. Dije ¿ah, sí? Ah, ¡qué bien! Daniela siguió tomando su café hasta que al rato llegó un compañero. Le dijo que habían llamado para hacer un levantamiento de un cuerpo, pero que él estaba ocupado. Sin pensarlo mucho, ella le contestó que bueno. Como ya estaba allí y no tenía mucho más que hacer, podía atender el cuerpo sin problema. Daniela siguió el procedimiento de rutina. Llamó a la Fiscalía para confirmar que había que levantar un cadáver. Y me dicen “si, doctorita, va a ser en la Base Naval”. Pero en ese momento no terminaba de entender que si de verdad Abimael se había muerto, se había muerto en la Base Naval y eso era mi territorio. Entonces ahí recién mi cerebro piensa: “No, ¿Base Naval?, aguanta… ¿qué? Sería la encargada de hacer el levantamiento del cuerpo de la persona más odiada de todo el Perú. Lo que no sospechaba era que no solo tendría que lidiar con la reacción de una familia, sino con la de todo un país. Una pausa y volvemos. Este mensaje viene del patrocinador de NPR, Wise, una cuenta de banco universal que te permite enviar y recibir dinero, y hacer compras internacionalmente. Con una sola cuenta, puedes usar más de 50 monedas diferentes. ¿Quiénes usan Wise? Austriacos en Australia, sudafricanos en Suecia. Está hecha para Nueva Delhi, Nueva York e, incluso, York, a secas. 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Tal vez no consciente de lo que se venía.Daniela tiene que atender bastantes casos judiciales todas las semanas. Muchos involucran homicidios, pero nunca había atendido ningún levantamiento en la Base Naval del Callao. Lo primero fuera de lo normal fue llegar al cuerpo mismo. Entrar a la base no fue fácil. Creo que me demoré entre lo que me avisaron que había levantamiento y lograr entrar a la habitación unas tres horas… mínimo.Había muchos puntos de control con estricta seguridad. Además, tenían que entrar a la celda por grupos debido a las medidas sanitarias por la pandemia. Primero entraron los peritos de la escena, después los peritos biólogos… Ella, la médica legista, fue la última en entrar. Cuando llego es una habitación pequeña, sin ventanas. Una habitación que sería, pues, de unos 4 metros cuadrados, tal vez, posiblemente un poquito más pequeña. Que no tenía nada en el interior, solamente la cama clínica, porque el señor está en una cama clínica, de esas de hospitales. Tenía un par de sillas de plástico, de esas de jardín, y encima de las sillas de plástico habían bolsas de plástico con sus cosas. No había nada más en la celda. Ni repisas ni libros, absolutamente nada. Y en la cama estaba el cuerpo de Guzmán. Un cadáver de alguien decrépito, muy envejecido, al que era bastante difícil reconocer. Para muchos peruanos, la última imagen que tenían de Guzmán era del día en que las autoridades lo exhibieron en 1992. En ese momento, un hombre de 57 años, encerrado en una jaula, vestido con un traje a rayas, casi como la caricatura de un preso. Y gritando con el puño en alto. Contestatario, furioso. Unos piensan que es una gran derrota. Lo sueñan. Les decimos: Sigan soñando. Es simplemente un recodo, nada más. En cierta forma, todavía era intimidante. El monstruo de una nación. Abimael Guzmán nació en Arequipa, al sur deL Perú. Se graduó en Filosofía con una tesis sobre Kant, muy alejada de toda la ideología que desarrolló en Sendero Luminoso. Enseñó en universidades de diferentes partes del país hasta que llegó a la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho, un departamento pobre, en su mayoría de origen indígena, donde el rencor contra la clase dominante rica, mestiza y limeña era latente. Sendero Luminoso era una organización radical, entre muchas de la época. Todas se creían los herederos auténticos del Partido Comunista del Perú, pero el grupo de Guzmán se distinguió por ser el más violento. El llamado a la guerra popular fue, de hecho, uno de sus objetivos centrales. En 1980, después de 12 años de gobierno militar, mientras el resto del país celebraba el retorno de la democracia, Sendero quemó urnas de votación en un pueblo ayacuchano, iniciando una guerra homicida que terminaría con la vida de casi 70 mil personas. Más de 30 mil de esas muertes se atribuyen a Sendero Luminoso, el resto a las entidades del Estado. Abimael movilizaba a sus seguidores con una visión de un Perú maoísta. Sus ideas y su retórica llevaron a personas a cometer atentados, a asesinar y torturar. Había poemas y canciones sobre Guzmán. Había murales con su rostro, como si fuera alguna especie de líder supremo, no muy diferente a la iconografía de Mao, en China. En algunos se veía su retrato sobre los Andes, brillante e iluminando a la tierra debajo de él. Pero, a pesar de estas representaciones, era una figura oscura. A excepción de un círculo de confianza, durante mucho tiempo ni sus seguidores sabían cómo se veía en carne y hueso. Vivía en la clandestinidad, yendo de un lugar secreto a otro. Era prácticamente una figura mística, inaccesible, y esto reforzaba la idea de que era invencible. Una vez frente al cuerpo, lo primero que Daniela tenía que hacer era confirmar que se trataba de Abimael Guzmán, y que estaba muerto. Ella solo había visto imágenes de su captura, pero ahora lo tenía enfrente, silencioso e inmóvil. Sin vida. Después de observarlo un rato sí coincidían sus rasgos faciales, ¿no? Y me sorprendió la soledad en la que estaba, ¿no? Es un lugar en el que yo tranquilamente me hubiera enloquecido. Daniela observaba a los militares curiosos que entraban y salían del lugar, esperando a ver qué se hacía con el enemigo público número uno del Perú. La verdad es que todos están un poco entusiasmados. Poder ver a Abimael muerto era como una cuestión de justicia social, creo yo. Por orden de la fiscalía, el cuerpo fue llevado a la morgue del Callao. Daniela también se fue para allá para recibirlo. Como era una persona que había muerto en una prisión, no se le podía hacer una necropsia común y corriente. Con el cadáver de Guzmán aplicaron el Protocolo de Minnesota, un manual muy detallado que debe cumplirse ante potenciales asesinatos. Se hace exhaustivos cortes, casi milimétricos, para verificar que no hayan hematomas escondidos entre los músculos. Confirmar y comprobar que nadie lo agredió. Ya en la morgue, Daniela se encontró con otros especialistas. Una parafernalia de personal: especialistas, radiólogos, peritos de… de criminalística, los dactiloscópicos, ADN, biología forense, X. Todo lo que te puedas imaginar. Y también médicos legistas especialistas. Empezó la necropsia. Iban analizando cada parte del cuerpo con un cuidado minucioso. No estaba en buenas condiciones. Estamos hablando de un tipo de 86 años que había estado encerrado un tercio de ellos. Tenía cierta insuficiencia renal, insuficiencia hepática, un estómago totalmente desgastado, posiblemente por las medicinas, y por el estrés, que bien merecido se lo tenía, además. No mucho después de que empezó la necropsia, con la noticia ya circulando por todas partes, las afueras de la morgue se llenaron de personas. Ya había gente afuera gritando, haciendo barras. ¡Queremos ver el cuerpo, queremos ver el cuerpo…! Todos querían que saquen el cadáver a la pista y verlo para ver que era él. Había gente que le quería orinar encima. Había gente que quería colgarnos a nosotros por no dejar el cadáver de su ídolo en paz. Daniela y sus compañeros ya estaban acostumbrados a lidiar con los familiares de los muertos que fallecían en guerras de pandillas y ajustes de cuentas entre narcos. Pero no a esto… Estaba tensa, molesta. Especialmente por la exigencia del examen que había que hacerle. Pasaba el tiempo y el trabajo no se terminaba. Eran como las cuatro de la mañana y yo estaba con ese señor y la historia del señor desde las nueve de la mañana. Además de que había estado parada casi todo el tiempo subiendo y bajando escaleras. Ya como que dejé en algún momento de reflexionar en la trascendencia del asunto. Ya estaba bien cansada.Aún así, ella seguía trabajando, pensaba que terminaría e iría a su casa a descansar y eso sería el final del asunto… Pero Daniela quedaría atrapada en medio de la conmoción de un país que no sabía muy bien cómo sentirse al respecto de la muerte de su enemigo público número uno. Para los héroes existen los monumentos… Pero, ¿qué hay para los villanos? ¿Qué hacemos con personas que no debemos olvidar, pero cuyos actos repudiamos? ¿Cómo lidiamos con lo peor de nuestro pasado? Una pausa y volvemos. ¡Hola, Ambulantes! Soy Silvia Viñas. Si no nos hemos escuchado antes, les cuento: soy la productora ejecutiva y presentadora de El hilo, un podcast de esta misma casa, Radio Ambulante Estudios, y de VICE News. Cada semana tomamos una noticia clave en Latinoamérica y la contamos y analizamos mucho más profundamente que en esas decenas de titulares que nos abruman. Queremos entender nuestra región junto a ustedes con rigor, objetividad e independencia. Estrenamos cada viernes. Nos encuentran en elhilo.audio o en su app de podcast favorita. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. El 11 de septiembre del 2021, Abimael Guzmán, el fundador y líder del grupo terrorista Sendero Luminoso, murió a los 86 años en una cárcel en la Base Naval del Callao, Perú. La médica legista Daniela Ramos fue la encargada de realizar la necropsia de Guzmán, de confirmar oficialmente que el cuerpo que se encontraba en la base naval del Callao era el del cabecilla terrorista. Al poco tiempo se hizo evidente que nadie sabía qué hacer con aquel cadáver incómodo. La ley peruana dice que solo los familiares directos de una persona que muere en prisión pueden recibir los restos. Pero desde 1992 la esposa de Guzmán, Elena Iparraguirre, está en prisión acusada de los mismos delitos que su marido. A pesar de haberlo tenido preso casi 30 años, nadie había determinado los pasos a seguir con el cuerpo de Guzmán cuando finalmente muriera. Es como si a las autoridades no se les hubiera ocurrido que un hombre de más de 86 años podría morir. Esto es algo propio del periodo de la posguerra peruana. En los 90, líderes y miembros de grupos como Sendero Luminoso fueron encarcelados con condenas de 20, 30 años. Condenas en ese entonces celebradas por casi todos los peruanos. Pero se hizo poco para procesar lo sucedido o planear la reinserción de los senderistas cuando cumplieran su condena. Y mucho menos cómo lidiar con sus muertes. Además, Abimael Guzmán no era cualquier preso, y su muerte, una muerte más. Ricardo León nos sigue contando. En las noticias se empezó a discutir qué hacer con el cuerpo… Las familias de las víctimas, comentaristas y exmiembros del gobierno pedían una cosa. Estamos pidiendo a las autoridades que su cuerpo sea cremado y sus cenizas sean arrojadas al mar o sean arrojadas al tacho de basura. No se le puede dar un entierro público ni a Abimael Guzmán ni a ninguna persona de la cúpula terrorista. Porque no se puede crear un mito, una leyenda. Y ya está en manos del ministerio público simplemente incinerar el cuerpo y tirar las cenizas en cualquier parte menos en el mar de Grau, por favor, yo creo que no hay que contaminar el mar de Grau. El miedo era que sepultar los restos en un cementerio pudiera convertir su tumba en un lugar de culto. Puede sonar una exageración para algunos, pero recuerden que el país vio cómo sus seguidores lo idolatraban en el pasado. No sólo habían estado dispuestos a morir por su revolución, sino por él mismo, por su figura. Ya había habido otro momento en el que el Perú tuvo que confrontar precisamente este miedo: Un revelador video grabado por la policía muestra la manera en que Sendero Luminoso rinde culto a sus muertos en un Mausoleo levantado en el distrito de Comas. En el 2016, los medios sacaron un par de videos que mostraban a decenas de personas reunidas en un cementerio en medio de los cerros áridos del norte de Lima. Estaban ahí para la inauguración de un mausoleo, en el que iban a enterrar a ocho personas acusadas de ser miembros de Sendero Luminoso y que fueron asesinadas en 1986, durante los motines de diferentes cárceles de la capital peruana. Habían entregado los cuerpos hacía muy poco a sus familiares, quienes decidieron construir aquel mausoleo y reubicar los restos en lo más alto del cementerio. Ahora bien, no todos los que fueron asesinados a manos del Estado en la matanza de los penales del 86 eran senderistas comprobados. Los grupos frente al mausoleo eran diversos. Y mientras unos gritaban ¡amnistía para Guzmán! y hablaban del proletariado, otros solamente estaban rindiendo homenaje a sus seres queridos, no siendo necesariamente apologistas del terrorismo. Cuando le preguntaron por el mausoleo, el entonces presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski, de ideología de derecha, dijo: Evidentemente ha habido un error administrativo en algún lado al… al darle el permiso para construir esto. Yo creo que hay que retirar los cadáveres que estén ahí con respeto y luego el mausoleo debe desaparecer. Y así fue. La construcción del mausoleo fue tema de debates hasta que en el 2018, las autoridades declararon que el mausoleo era una apología al terrorismo, un delito bajo la ley peruana. Además, se había construido sin los permisos requeridos. Entonces, lo derrumbaron. Los cuerpos se exhumaron una vez más y se enterraron en otro cementerio, en nichos separados. Volvamos a Daniela. El sábado y el domingo fueron de trabajo con el cuerpo, papeleo, asuntos burocráticos. Fueron días extenuantes y todavía no se decidía qué hacer con el cadáver. Llegó el lunes y con él, más problemas. Un político se acercó a la morgue. Llegó muy temprano, llegó más temprano que yo. Y quería entrar y que lo deje ir a ver el cadáver. Entonces yo entré y no… no lo invité a seguir. Era José Cueto, un oficial retirado de la Marina, que ahora es congresista de Renovación Popular, un partido de derecha cristiana. Y él me amenazó, me dijo: “Usted sabe que soy congresista, ¿no? Que yo puedo entrar a donde yo quiera”. Pero Daniela conocía la ley, y le dijo… Le dije: “No, usted lo que puede hacer es pedir informes a donde quiera. Pero usted no puede entrar adonde quiera”. Justo después del incidente, Cueto habló con los periodistas afuera de la morgue. La encargada, que es una doctora, dice que no tiene orden, que no puede dejar pasar, a pesar de que existe una ley que un congresista puede ingresar a cualquier entidad pública para verificar cualquier cosa, cualquier actividad. No quieren dejar entrar, se han cerrado, dice que no tiene orden de la fiscal… Esto solo crea suspicacias. Esto era solo una alerta de que venía una semana difícil. Daniela estaba en una posición bastante incómoda. Mi unidad médico legal y mis colegas y yo fuimos los últimos rehenes de ese señor. Nosotros llegamos al trabajo y no podíamos salir, nos quedábamos encerrados. Fui una guardiana involuntaria. Y aquí me pregunto: ¿Era viable una salida humanitaria? ¿Un país puede ofrecer dignidad al mayor de sus enemigos? Y si no, ¿en qué nos convierte? Creo que una de las personas más indicadas para responder esta pregunta es él.José Carlos Agüero Solórzano, historiador y escritor. José Carlos es hijo de senderistas. Su madre fue asesinada extra judicialmente y su padre murió en la matanza de los penales del 86, la misma en que fueron asesinados los que fueron enterrados en el mausoleo. Sin embargo, en el caso del papá de José Carlos, su cuerpo sigue desaparecido. En 2015 escribió el libro Los rendidos, un ensayo que invita a repensar el modo de recordar la violencia y el conflicto armado en el Perú, tomando en cuenta el punto de vista de las familias de miembros de Sendero Luminoso. De este libro, también salió un episodio de Radio Ambulante, titulado El hijo. Y bueno, como se podrán imaginar, el libro no fue muy bien recibido por una gran parte del público general peruano. El libro fue recibido como apología del terrorismo, básicamente violencia verbal. Me pareció importante hablar con José Carlos porque es de los pocos peruanos que ha escrito desde ese lugar, desde quien hereda una historia familiar senderista. Desde ahí, José Carlos cuestiona si solo nos basta con saber lo que pasó para que no se repita y se pregunta si, más bien, el perdón es un mejor camino. Él resalta el solo acto de pedir perdón sin necesariamente esperar recibirlo a cambio. Mientras más pasaban los días, una de las posibilidades iba ganando terreno. Ya hemos escuchado versiones de esta idea: cremar el cuerpo y desecharlo, algunos decían al mar, otros en un lugar secreto. Esto, para José Carlos, era problemático. Desechar los cuerpos no es una función del Estado. Administrar los cuerpos de acuerdo a protocolos preestablecidos, esa es la función del Estado. Organizarlos de acuerdo a alguna política, además ya inventada, del tratamiento de las cosas fúnebres. Para él, una sociedad democrática que realmente sabe lidiar con sus demonios no consideraría incinerar y esconder las cenizas de un cuerpo, no importa de quién…Eso es, creo, muy violento. Y no es algo que deberíamos permitir que los estados asuman como atribución. Porque entonces siempre será posible que puedan asumir alguna justificación para estados excepcionales en el futuro. O sea, si se permite que con Guzmán se haga una excepción de cómo se deben tratar los cuerpos, ¿cómo asegurarnos de que no se haga arbitrariamente en el futuro? José Carlos dice que no es función de un Estado con procedimientos y protocolos decidir cuáles cadáveres son aceptables para enterrar y cuáles no. Aparte de un tuit del presidente Castillo, durante los primeros días no hubo ningún pronunciamiento oficial. Pero el ministro de salud Hernando Cevallos dio unas declaraciones que enojaron a gran parte del país… Nadie desea el fallecimiento de nadie. Por más delitos que haya cometido, ¿no? Muchos se indignaron con el intento de humanizar a Guzmán. Y la pregunta, ¿qué hacer con el cadáver del terrorista más odiado del Perú?, seguía sin respuesta. En la calle el debate estaba encendido, y mientras tanto, el cuerpo seguía en la morgue. Fue hasta el quinto día que el Congreso del Perú aprobó una ley que permite al sistema judicial cremar los cuerpos de condenados por terrorismo que mueren en prisión cumpliendo su sentencia. Esto en caso de que afecten la seguridad y el orden público. Ahora la pregunta era cuándo iban a incinerar el cadáver de Guzmán… El 23 de septiembre, o sea casi dos semanas después de la muerte de Abimael Guzmán, recibí una llamada a las cuatro de la tarde. Era una persona que trabaja en prensa del Ministerio del Interior, a quien yo no conocía. Me dijo que se iba a dar fin al asunto de los restos de Abimael Guzmán, pero no entró en detalles. Sinceramente me sentí intrigado, dudoso. Este gobierno no es precisamente transparente, como lo demuestran las más de 20 alertas de acciones contra la prensa emitidas por los dos gremios de periodistas más importantes del Perú. ¿Para qué querían que los periodistas viéramos lo que iba a suceder? ¿Qué mensaje intentaban dar? ¿Para qué me querían utilizar? Sin más explicaciones, me citaron en el Ministerio del Interior a las nueve de la noche, con una sola condición: que no publicáramos nada hasta que todo terminara. Esa noche esperé en la recepción, hasta que apareció el mismo funcionario que me había llamado en la tarde, y subimos a una camioneta. Delante de nosotros había una ambulancia y, detrás, otros vehículos oficiales con sirena. No nos dijeron a dónde íbamos. Primero nos trasladaron a la Dirección contra el Terrorismo, en el Centro de Lima. Otra vez esperamos en la zona de ingreso, y allí nos pidieron entregar los celulares y grabadoras. Solo me quedé con una libreta y un lápiz. Subimos al mismo vehículo, esta vez hacia la morgue del Callao. Una de las personas que estaba ahí conmigo era Jimena de la Quintana, corresponsal de CNN en Perú. Recuerdo que el ambiente era muy desordenado, muy desorganizado y que había más gente de la que yo esperaba que hubiera en ese momento. Estaban dos ministros de Estado, cada uno con sus guardaespaldas, además de policías, una fiscal, los forenses y los periodistas. Fue ahí que vi por primera vez a Daniela, la médica legista. Estaba fastidiada, inquieta, quizá ella no esperaba tener tantas personas alrededor. Yo me seguía preguntando qué querían de nosotros. Al rato, entramos por un pasadizo largo y oscuro. Y que tenía un olor muy fuerte. Y recuerdo que mientras caminaba sentía que el pasadizo no terminaba. Se te vienen tantas ideas por la cabeza que es que en ese momento pues como, me imagino, que pierdes un poco como la percepción del tiempo, ¿no? Después de ese tramo interminable, nos detuvimos a la entrada de una sala amplia.Era fría. Tenía luces blancas. No parecía una sala de necropsia, parecía un garaje. Daniela se sentía ahogada en la multitud. La morgue no está diseñada para que hubiera tanta gente. Parece que hubiera sido una corrida de toros y todos estaban adentro. Sacaron el cuerpo de una cámara frigorífica y fue colocado en una mesa de metal. Allí se le hicieron algunos últimos exámenes de sangre para pruebas de ADN, y se tomaron muestras de tejidos, por orden de la Fiscalía. En todo caso, no podíamos grabar videos ni audios. Solo podíamos tomar notas. Estábamos a la entrada de la sala, a unos diez metros del cuerpo. Dibujé el espacio, señalé dónde estaban ubicados los forenses, dónde estaba yo, anotaba lo que sucedía. En una de las páginas escribí: no se le ve el rostro. Jimena tampoco lo veía. Y yo decía: ¿y cómo sé si es Abimael Guzmán? Entonces recuerdo también que le pedí a alguien que le dijeran a los médicos que estaban ahí, que levantaran el cuerpo. Daniela dice que jamás se sintió tan observada en su vida. El objetivo era demostrar que lo que estábamos entregando a cremar era lo que habíamos necropsiado. Y efectivamente era… era el cadáver que estaba ahí lacrado, ¿no?, y lo exhibimos para que todos pudieran constatar que era él. Fue un momento incómodo… incómodo, porque fue un espectáculo, que creo que era innecesario. Pienso que no era necesario que hubieran tantas personas. Aquellos funcionarios no eran jefes de Daniela, pero tenía que explicarles paso a paso cada procedimiento. Ahora no solo sentía que era rehén de ese cadáver, sino también de los ministros, y de nosotros, los periodistas. Finalmente, levantaron el cadáver. Anoté en mi libreta: 1:10 de la mañana. Fue una escena surreal. Los forenses sentaron el cuerpo y, durante unos pocos segundos, pudimos ver la cara de Guzmán. Todos enmudecimos, había una conmoción allí. Nos quedamos inmóviles frente a nuestro mayor trauma, como si este todavía pudiera hacernos daño. Esta vez, a diferencia de aquella escena en la jaula, donde, aunque humillado, vociferaba y advertía que la guerra no se había terminado, Guzmán era solo un cuerpo. Inmóvil. Ahora sí, por fin, inofensivo. En la madrugada de ese día, una ambulancia trasladó los restos de Guzmán al Hospital Naval. Nosotros íbamos detrás en carros de la policía; todos los que habíamos estado en la morgue, excepto Daniela. Ella se había quedado allá ordenando papeles, firmando documentos, limpiando sus instrumentos y volviendo a la rutina, tratando de dejar todo atrás. Una vez ahí, vimos cómo metían a Guzmán en un horno que alcanzaba los 1200 grados de temperatura, y el cuerpo se convirtió en cenizas. Eran las 3:20 de la mañana. Como Daniela, el Perú se ha esforzado por pasar la página. Ha tratado de olvidar o de callar, como se ha hecho en todos estos años posconflicto. Pero a medida que ha pasado el tiempo, se ha hecho claro que con el cuerpo de Abimael Guzmán no existen respuestas fáciles. El cuerpo de Abimael Guzmán era un cuerpo difícil de tratar. Creo que habría que empezar por asumir que la tarea no era sencilla para quien estuviera a cargo de la administración de ese problema. Le pregunté a José Carlos si cree que se tomó la decisión correcta al esconder los restos de Guzmán. El muerto nos secuestró por un rato. No estábamos maduros para resolver lo que para algunos debería haber sido realmente un asunto procedimental. Para otros, un asunto político. Para otros, un asunto cultural. Para otros, un asunto simbólico. Nadie estuvo a la altura. Algunos cayeron en la histeria. Otros cayeron en la evasión. Y el Estado cayó en la auto-atribución de su capacidad de desechar cuerpos como cosas.Pero en cierto sentido se tomó la decisión más fácil, más popular, menos controversial. Y para un gobierno como el de Castillo, esconder el cuerpo era quizá la única opción que podían contemplar. Aún así, desaparecer a Abimael Guzmán del Perú requiere un esfuerzo mucho más grande que desaparecer sus cenizas. Ricardo León es periodista y editor de El Comercio. Vive en Lima. Esta historia fue producida por Ricardo y por nuestro editor Luis Fernando Vargas. Luis Fernando vive en San José, Costa Rica. Este episodio fue editado por Camila Segura, Natalia Sánchez Loayza y por mí. Bruno Scelza hizo el factchecking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri con música original de Rémy Lozano. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Nicolás Alonso, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, José Díaz, Emilia Erbetta, Fernanda Guzmán, Camilo Jiménez Santofimio, Juan David Naranjo, Ana Pais, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Ana Tuirán y Elsa Liliana Ulloa. Selene Mazón es nuestra pasante de producción. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante se edita en Hindenburg Pro. Si eres creador de podcast y te interesa Hindenburg Pro. Entra a hindenburg.com/radioambulante y haz una prueba gratuita de 90 días. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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