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Radio Ambulante - En este pueblo no hay ladrones

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+
15
30

¿Por qué el robo de un solo libro significó tanto para un país como Colombia?

¿Sabías
que
NPR
tiene
una
app?
Se
llama
NPR
One
y
te
ofrece
lo
mejor
de
la
radio
pública
de
Estados
Unidos
y
más.
Noticias,
historias
locales
y
tus
podcasts
favoritos.
NPR
One
te
acompaña
este
Thanksgiving,
mientras
haces
un
viaje
o
estás
en
fila
o
estás
esperando
a
un
amigo.
Encuéntranos
en
NPR
One
(O-N-E)
en
tu
tienda
de
apps.
Entonces,
Camila,
¿cómo
comienza
todo
esto?
Comienza
con
una
llamada.
De
David
Roa
a
Álvaro
Castillo.
Dos
libreros
bogotanos.
Yo
cogí
el
teléfono,
llamé
a
Álvaro.
Álvaro
me
contestó
y
me
dijo
“¿qué
hubo,
David?”.
Y
yo
le
dije
“oiga,
Álvaro,
se
robaron
sus
Cien
años
de
soledad”.
¿Su
qué?
Su
Cien
años
de
soledad.
¿El
libro?
Sí.
Pero
no
cualquier
ejemplar.
Una
primera
edición,
y
además
dedicada
a
Álvaro
por
García
Márquez.
Y
cuando
David
le
dijo
esto,
Álvaro…
Yo
me
quedé
callado.
Por
un
minuto,
por
ahí.
Un
buen
rato.
O
yo
lo
sentí
una
hora.
Yo
le
dije
“ahora
no
quiero
hablar”
y
colgué.
¿Esto
cuándo
fue?
Hace
más
de
un
año.
En
mayo
del
2015.
Y
te
explico
un
poco:
David
era
el
encargado
de
la
librería
Macondo,
en
la
Feria
del
Libro
de
Bogotá.
Y
Álvaro,
un
coleccionista
de
libros
usados.
Ese
año
fue
la
primera
vez
que
el
país
invitado
era
ficticio:
Macondo.
García
Márquez
se
había
muerto
un
año
antes,
en
abril
del
2014,
y
esa
feria
fue
en
su
honor.
Y
el
libro
de
Álvaro
estaba
exhibido
con
otros
de
su
colección
privada,
en
una
exposición
que
estaba
dentro
de
la
librería
que
manejaba
David.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Y
yo
Camila
Segura.
Y
hoy
te
quiero
contar
la
historia
de
ese
libro.
De
ese
robo.
Y
de
lo
que
significó
para
todo
el
país.
Dale.
Ok,
entonces…
Álvaro
compró
este
libro
en
el
2006.
Se
acuerda
bien.
Fue
en
Uruguay.
Y
en
Montevideo
me
gusta
mucho
ir
a
una
calle
que
se
llama
Calle
Tristán
Narvaja,
que
es
una
calle
llena
de
librerías
de
libros
usados.
Entró
a
una
librería
chiquita
y
preguntó
por
la
sección
de
literatura
latinoamericana.
El
librero
le
señaló
dónde
estaba.
Y
cuando
yo
volteé
la
cara
y
miré,
vi
la
primera
edición
de
Cien
años
de
soledad.
Yo
no
lo
podía
creer…
Como
es
coleccionista,
Álvaro
sabía
perfectamente
cómo
se
veía
la
primera
edición.
Cogió
el
libro
y
miró
el
precio:
180
pesos
uruguayos,
que
en
esa
época
eran
como
siete
dólares.
Y
yo
me
decía
a
mismo
“miércoles,
¿yo
qué
voy
a
hacer?
Se
van
a
dar
cuenta
cuando
pase
este
libro
que
es
la
primera
edición”.
Pensó…
Voy
a
pedir
una
rebaja.
¡No!
Entonces
le
dijo
al
librero…
…que
si
me
podía
hacer
una
atención.
Entonces
él
me
dijo
“y
bueno,
te
lo
dejo
en
seis
dólares”.
Sacó
los
seis
dólares
y
le
pagó
al
librero.
Pero
antes
de
irse
pidió
prestado
el
baño.
Entonces
entré
al
baño,
hice
pipí,
respiré,
me
sequé
el
sudor
con
el
pañuelo.
Salió,
y
el
librero,
antes
de
pasarle
el
libro…
Se
quedó
mirándolo
y
me
dijo
“¿vos
habías
visto
esta
tapa?”.
Y
yo
le
dije
“no”.
Entonces
lo
eché
en
una
bolsa,
le
dije
“muchas
gracias”
y
me
fui.
Y
no
lo
podía
creer.
Álvaro
se
llevó
el
libro
a
Colombia
y
este
terminó
siendo
parte
de
esa
exhibición
que
ya
mencioné,
la
de
la
Feria
del
Libro,
junto
con
otros
31
libros
de
su
colección
privada.
Y
fue
David
Roa
el
que
le
pidió
a
Álvaro
que
le
prestara
todos
estos
libros.
David
no
sólo
era
el
encargado
de
la
librería
sino
el
presidente
de
la
Asociación
de
Libreros
Independientes,
la
ACLI.
Y
era
la
primera
vez
que
la
ACLI
estaba
a
cargo
de
la
librería.
No
es
poca
cosa.
O
sea,
yo
he
estado
en
esa
feria.
Es
inmensa.
Sí,
es
inmensa.
Y
además
la
librería
iba
a
quedar
a
la
salida
del
pabellón
de
Macondo,
que
claramente
era
el
más
importante
de
toda
la
feria.
De
manera
que
todo
el
que
entraba
al
pabellón
veía
la
librería.
Pues
yo
estaba
completamente
feliz…
y
asustado.
Iban
a
pasar
miles
y
miles
de
personas
por
ahí.
Entonces,
claro,
la
presión
de
que
todo
estuviera
listo
a
tiempo
y
saliera
bien
era
gigante.
Un
día,
antes
de
la
inauguración
de
la
feria,
cuando
estaban
montando
la
librería,
Álvaro
llegó
con
sus
libros
y
los
acomodó
él
mismo.
Prefería
yo
tener
esa
responsabilidad
y
no
cargarlos
con
esa
responsabilidad
a
ellos.
Las
vitrinas
donde
estaban
exhibidos
los
libros
las
habían
montado
los
encargados
del
pabellón.
Parecían
del
siglo
pasado:
tenían
dos
vidrios
–uno
se
deslizaba–
y
estaban
asegurados
por
una
pequeña
cerradura,
una
chapa
con
una
sierrita.
Ahora
que
uno
lo
piensa,
realmente,
era
una
cerradura
muy
endeble.
Pero
en
ese
momento
nadie
pensó
que
fuera
una
cerradura
chimbísima.
Nadie.
Ni
yo
lo
pensé
ni
nadie.
Álvaro
sencillamente
los
acomodó,
e
hicieron
un
compromiso
verbal
con
David
de
que
Álvaro
era
la
única
persona
que
podía
tocar
sus
libros.
Contrataron
dos
celadores
que
estaban
encargados
sólo
de
vigilar
la
librería
y
acordaron,
además,
que
siempre
iba
a
estar
una
persona
del
staff
de
ellos
en
esas
vitrinas.
Álvaro,
además,
fue
el
único
que
se
quedó
con
las
llaves.
Los
libros
que
exhibió…
Sólo
eran
primeras
ediciones
de
García
Márquez,
que
era
como
una
especie
de
paneo
general
desde
su
primera
publicación
de
un
libro
hasta
el
último.
O
sea,
no
estaban
todas
las
primeras
ediciones
porque
no
cabrían,
sino
que
era
algo
como
representativo.
Esa
primera
edición
de
Cien
Años
no
era
la
única
que
Álvaro
había
conseguido
en
su
vida.
De
los
supuestos
ocho
mil
primeros
ejemplares
–supuestos
porque
en
el
‘67,
cuando
fue
publicado,
esos
conteos
eran
laxos,
no
como
hoy–,
Álvaro
ha
encontrado
siete.
Cuatro
en
Cuba,
dos
en
Colombia
y
este
en
Uruguay.
Todos
los
demás
los
ha
vendido,
pero
este
de
la
feria
era
especial
pues
había
sido
dedicado
por
Gabo.
Yo
no
fui
amigo
de
García
Márquez.
Yo
lo
traté
y
él
me
trató
y
me
puso
el
nombre
“libroviejero”.
Y
después
dijo
“no,
librovejero
como
ropavejero”.
Porque
le
conseguía
libros
viejos.
En
el
2007,
la
secretaria
de
Gabo
le
hizo
el
favor
a
Álvaro
de
llevárselo
a
México
para
que
García
Márquez
se
lo
dedicara.
La
dedicatoria
dice:
“Para
Álvaro
Castillo,
el
librovejero,
como
ayer
y
como
siempre,
de
su
amigo
Gabriel”.
En
la
feria
Álvaro
también
tenía
el
stand
de
su
librería,
San
Librario.
Así
que
tenía
que
dividirse
el
tiempo
entre
este
y
el
de
Macondo,
y
ahí
interactuar
con
los
miles
de
visitantes
del
pabellón
para
explicarles
con
mucho
detalle
cada
libro
de
su
colección.
Y
es
que
ese
año
la
feria
tuvo
un
número
récord
de
visitantes.
En
los
14
días
de
feria
se
registraron
520
mil
visitantes,
casi
70
mil
personas
más
que
el
año
anterior.
Y
el
sábado
2
de
mayo,
el
día
que
se
robaron
el
libro,
y
sólo
tres
días
antes
de
que
se
acabara
la
feria,
entraron
alrededor
de
73
mil
personas.
Bueno,
y
aquí
tengo
que
presentarte
a
dos
personajes
más.
Ok.
Mi
nombre
es
Edgar
Blanco
Mi
nombre
es
Lucía
Fernanda
Buitrago
Montañez.
Ya.
¿Y
ellos
son…?
Los
otros
encargados
de
la
librería
Macondo,
los
que
siempre
estaban
ahí.
Entonces
ese
sábado
por
la
tarde
Lucía
estaba
ayudando
en
las
cajas
cuando
llegó
un
amigo
a
visitarla
y
le
preguntó
que
quién
tenía
las
llaves
de
las
vitrinas.
Y
ella
le
dijo
“¿por
qué?”.
“Es
que
hay
algo
raro”,
me
dijo.
Y
volteo
a
mirar
y
veo
que
falta
el
libro.
Como
que
se
me
bajó
todo.
Salí
inmediatamente,
me
paré
al
frente
de
la
vitrina
y
grité
“¡Edgar!”.
Edgar
estaba
al
otro
lado
de
la
librería
y
se
apuró
a
ir
donde
estaba
Lucía.
Y
llegué
allá
como
a
ver
qué
pasaba.
Y
Lucía
inmediatamente
lo
que
me
dijo
apenas
yo
llegué
fue
“nos
robaron”.
Yo
miré
la
vitrina,
miré
que
no
había
chapa.
Cuando
vi
el
hueco,
en
fracción
de
segundos
lo
que
hice
fue
como
hacer
el
paneo
de
los
libros
y
me
di
cuenta
que
era
ese
libro:
era
Cien
años
de
soledad.
Lucía
estaba
muy
angustiada.
Yo
lo
primero
que
pensé
fue
como
“¿qué
cara
le
voy
a
poner
a
Álvaro
cuando
lo
vea?”.
Era
como
lo
peor
que
me
hubiera
podido
pasar
a
tres
días
de
que
se
cerrara
la
feria.
Edgar
pensó
que
alguien
de
los
que
trabajaba
ahí
lo
había
sacado,
pero
Lucía
le
aclaró
que
Álvaro
era
el
único
que
tenía
la
llave.
Lo
que
hice
fue
correr
a
la
puerta,
pedirle
a
los
celadores
que
desde
este
momento
nadie
podía
salir
sin
ser
requisado.
Edgar
creyó
que
no
había
pasado
mucho
tiempo
desde
que
se
habían
robado
el
libro
y
se
habían
dado
cuenta.
Entonces
confió
en
que,
tal
vez,
requisando
podían
encontrarlo.
Edgar
y
el
celador
se
pararon
a
la
salida
del
pabellón
y
a
todo
el
que
fuera
a
salir…
Le
abría
la
maleta.
Si
tenía
bolsas
de
otra
librería
se
la
hacía
abrir.
Pero
dificilísimo
requisar
a
tanta
gente,
¿no?
Total.
Casi
imposible.
Entonces
empezó
a
armarse
una
especie
de
trancón.
La
gente
que
se
me
pasaba
lo
perseguía
hasta
la
puerta
antes
de
que
saliera
y
le
pedía
que
me
abriera
la
maleta.
Había
señoras
que
le
decían
“yo
no
soy
ladrona,
¿qué
es
lo
que
quiere
revisar?”.
Y
yo
les
decía
“es
que
se
perdió
una
primera
edición
de
Cien
Años
de
Soledad”.
Y
ahí
la
gente
colaboraba
un
poco
más.
Claro,
todos
entienden
el
valor
de
ese
libro.
Bueno,
quizá
sea
una
exageración
decir
que
todos,
pero
sin
duda
no
es
exagerado
decir
que
Gabo
es
uno
de
los
héroes
culturales
de
Colombia.
Tal
vez
el
más
grande.
Pero
volviendo
a
la
historia…
Entonces,
otro
celador
del
pabellón
se
dio
cuenta
de
que
algo
estaba
pasando
y
se
acercó.
Edgar
le
explicó
y
le
pidió
que
se
comunicara
de
inmediato
con
los
de
seguridad
de
la
feria.
Entonces
empezaron
a
llamarlos
por
radioteléfono.
Mientras
tanto,
Edgar
y
el
otro
celador
seguían
requisando
a
todo
el
que
trataba
de
salir.
Pero
el
celador
estaba
un
poco
confundido
y
en
un
momento
dado
le
preguntó
“¿qué
es
lo
que
estamos
buscando?”.
“No,
cualquier
libro
viejo,
me
lo
muestra”.
Y
él
incluso
a
veces
me
mostraba
libros
pues
que
yo
le
decía
como
“hombre,
es
un
libro
nuevo
forrado
en
plástico.
No,
ese
no.
Puede
que
sea
de
acá,
pero
no
me
importa”.
Claro,
en
este
momento
no
vamos
a
parar
a
cualquier
ladronzuelo
de
libros
nuevos.
No,
pues
claro
que
no.
Lo
que
le
interesaba
a
Edgar
era
coger
al
cabrón
que
se
llevó
la
primera
edición
de
Cien
años
de
soledad.
Hubo
muchas
personas
que
consideré
sospechosas.
Incluso
empecé
a
tener
un
poco
de
temor
en
el
sentido
en
que
abriera
una
maleta
y
lo
encontrara.
Como
“bueno,
¿y
qué?
O
sea,
¿qué
voy
a
hacer?
Y
si
se
supone
que
es
un
ladrón
pues
estará
listo
para…
algo,
¿no?”.
¿Listo
para
qué?
Ni
idea,
pero
pues
se
imaginaba
que
podía
amenazarlo
o
algo,
¿no?
No
sé.
¿Y
a
cuánta
gente
requisaron?
¿Cuánto
tiempo
estuvieron
en
estas?
Edgar
calcula
que
alrededor
de
unas
300
personas,
o
algo
así.
Y
duraron
como
media
hora
hasta
que…
Llegó
un
momento
en
que
ya
yo
perdí
la
fe
en
que
requisando
iba
a
aparecer
el
libro.
A
todas
estas,
David
no
estaba
en
la
feria.
Estaba
en
su
propia
librería,
casi
al
otro
lado
de
la
ciudad,
en
la
mitad
de
un
evento
con
una
escritora.
Mientras
Edgar
requisaba,
Lucía
sabía
que
tenía
que
llamar
a
alguien,
pero
pensó:
Yo
no
soy
capaz
de
decirle
a
Álvaro.
Yo
llamo
a
David.
Pero
Lucía
es
de
las
que
no
llama
casi
nunca.
Si
Lucía
me
está
llamando
es
porque
es
importante.
Yo
contesto,
“¿aló?”
Y
le
dije
“David,
te
tengo
como
una
de
las
peores
noticias
que
podrías
recibir
en
esta
feria”.
Me
dice
“David,
pasó
lo
peor.
Te
tengo
la
peor
noticia
que
puedas
imaginarte.
La
peor
de
todas.
La
peor,
la
peor”.
Y
dijo
“lo
peor”
80
veces.
Y
yo
pues
ya
estaba
destrozado.
Decía
“¿cómo
lo
peor?
Pues
lo
peor
que
le
pueda
parecer
a
Lucía
tiene
que
ser
lo
peor
de
lo
peor
de
lo
peor”.
Y
pues
David
como
“¿cómo
así?
¿qué
pasó?”.
Y
eso
que
uno
no
quiere
decirlo,
pero
le
toca,
es
como
“ay,
no…”.
Y
cuando
me
dice
“se
robaron
el
Cien
años
de
soledad
de
Álvaro”…
David
se
bloqueó.
Es
de
esos
momentos
en
que
uno
se
pone
en
tercera
persona
y
dice
“¿y
ahora?
Yo
debería
decir
¿qué?
Debo
decir
algo
y
hacer
algo
que
sea
muy
significativo
para
que
parezca
que
yo
estoy
haciendo
cosas”.
Es
como
muy
absurdo
porque
era
como
“esto
no,
esto
está
más
grande
que
yo
y
no
tengo
ni
idea
qué
voy
a
hacer”.
Sabía
que
ya
no
había
nada
que
hacer.
Tanto
así
que
ni
siquiera
le
preguntó
muchos
detalles
a
Lucía.
Lo
único
que
alcanzó
a
pensar
fue
“no
quiero
que
nos
roben
más
libros
de
la
colección”.
Entonces
le
pidió
a
Lucía
que
quitara
todos
los
libros
de
Álvaro
y
los
guardara.
Pero
Lucía
se
acordó
que
el
compromiso
era
que
Álvaro
era
el
único
que
podía
manipular
los
libros.
Entonces
yo
no
los
quité
ni
abrí
la
vitrina.
O
sea,
¿no
siguió
las
órdenes
de
David?
No,
le
pareció
que
era
más
importante
seguir
el
acuerdo
que
habían
hecho
con
Álvaro.
En
esas
llegaron
dos
personas
del
equipo
de
logística
del
pabellón.
Enfrente
de
las
vitrinas
pusieron
una
especie
de
cinta
amarilla,
como
esas
de
escena
de
un
crimen,
y
la
orden
fue
que
no
se
movieran
hasta
que
no
llegara
Álvaro.
David
colgó
con
Lucía
y
se
tomó
como
10
minutos
para
llamar
a
Álvaro.
Yo
tenía
mucha
mamera
de
hacer
esa
llamada
con
Álvaro.
Pero
mucha.
Mucha.
Pero
por
otro
lado
tenía
claro
que
no
quería
que
Álvaro
se
enterara
por
otra
persona.
O
sea,
eso
no
se
hace.
Era
incorrecto.
Lo
correcto
era
que
yo
lo
llamara
y
le
dijera
porque
era
a
a
quien
se
los
había
prestado.
Y,
bueno,
ya
sabemos
cómo
fue
esa
llamada.
Cuando
colgaron,
Álvaro,
en
shock,
salió
a
caminar
y
no
le
dijo
nada
a
nadie
por
un
buen
rato.
Llamó
a
su
mamá
pero
no
le
contestó.
Decidió
irse
a
Macondo.
Sentía
que
todos
los
de
la
librería
lo
miraban
con
una
cara
de…
Como
de
vergüenza,
de
incredulidad,
de
azore,
de
miedo.
Yo
no
qué
cara
yo
tenía
porque
pues
no
me
la
podía
ver,
pero
yo
que
no
era
una
cara
de
furia.
Era
una
cara
de
“yo
no
entiendo
lo
que
está
pasando”.
Edgar
vio
cuando
entró.
Se
paró
frente
al
mueble,
vio
que
faltaba
el
libro,
se
agarró
la
cabeza.
Lo
que
noté
es
que
le
causó
un
profundo
dolor
porque
tenía
los
ojos
aguados,
le
temblaban
los
labios.
Pues
yo
estaba
como
a
la
expectativa
de
si
se
iba
a
poner
a
decir
groserías,
si
iba
a
putear,
si
iba
a
gritar,
si
iba
a
ser
violento.
Pero
más
bien
estuvo
muy
controlado.
Prácticamente
no
hablaron
nada.
No
entramos
como
en
detalles
de
explicar
cómo
fue.
Tampoco
recriminó
que
quién
estaba
ahí,
nada.
Edgar
no
me
hablaba
nada.
Callado
me
miraba
así,
con
una
cara
de
terror,
pero
no
me
hablaba.
Álvaro
le
dijo
a
Edgar
que
se
iba
a
llevar
todos
sus
libros,
que
le
trajera
una
caja.
Sacaron
todos
los
libros
de
la
vitrina
y
los
empezaron
a
guardar.
Y
Álvaro
le
dijo:
Que
ese
libro
no
tenía
precio
pero
que
la
ACLI
tenía
que
responder.
Yo
lo
único
que
le
pude
decir
fue
“fresco”,
que
sí,
que
tengo
que
responder.
Yo
pensaba
como
“no
cómo,
pero
tengo
que
responder”.
O
sea,
pagar
el
libro.
Claro,
pero
el
libro
no
estaba
avaluado,
no
tenía
un
precio.
Y
él
dijo
“a
me
devuelven
el
libro
o
me
lo
pagan”.
Pues
yo
obviamente
no
me
iba
a
poner
a
discutir
con
él
diciéndole
“no,
¿qué
le
pasa?”.
Sino
que
le
dije
que
sí,
que
claro.
Sin
saber
qué
iba
a
hacer,
Edgar
guardó
la
caja
en
la
bodega
y
dio
la
orden
de
que
nadie
la
tocara.
Álvaro
salió
de
Macondo
y
se
fue
para
su
stand.
En
algún
momento
llegaron
varios
hombres
de
seguridad
de
la
feria
y
también
llegó
el
encargado
del
pabellón.
Edgar
se
encargó
de
explicarles
bien
lo
que
estaba
pasando.
Él
me
dice
“ahorita
viene
la
policía
para
que
pongan
el
denuncio”.
El
ánimo
de
todos
los
de
la
librería
estaba
por
el
piso.
Cabezas
gachas.
Hubo
otra
chica
que
también
se
puso
a
llorar,
otra
de
las
libreras,
sin
razón
aparente
porque
no
tiene
nada
que
ver,
pero
era
como
de
ver
toda
la
conmoción.
También
la
tuvieron
que
acompañar
afuera,
a
que
llorara
afuera.
Sí,
se
volvió
todo
melodramático.
Álvaro
siguió
sin
contarle
nada
a
nadie.
Ya
como
a
las
ocho
de
la
noche
fue
por
sus
libros
a
Macondo.
Llevaba
un
morral
para
guardarlos,
pues
pensó
que
si
salía
con
la
caja
iban
a
decir
que
el
ladrón
era
él.
Los
libros
tenían
unas
tarjetas
con
información
bibliográfica,
y
Álvaro
empezó
a
sacar
cada
una
y
a
tirarlas
en
el
escritorio.
Creo
que
fue
la
única
manifestación
brusca
que
yo
tuve.
Fue
sacar
las
tarjetas,
como
que
me
sabían
a
mierda,
y
dejarlas
en
el
escritorio.
Cogió
el
morral
y
se
fue.
Ya
estaban
a
punto
de
cerrar
la
feria
y
la
policía
nunca
llegó.
Álvaro
llegó
a
su
casa.
Tenía
mucho
dolor
de
cabeza.
Pensó
poner
algo
en
Facebook
pero
decidió
que
mejor
no.
Casi
no
durmió
esa
noche.
Al
día
siguiente
un
amigo
vino
a
visitarlo
a
la
feria
y
Álvaro
le
contó
del
robo.
Me
dijo
“no
lo
puedo
creer.
¿Qué
se
puede
hacer?
¿Pero
cómo
así?
¿Qué
pasó?”.
Y
yo:
“Pues
yo
no
sé”.
Entonces
él
dijo
“¿Te
parece
que
te
el
email
de
“Teléfono
rosa”
de
El
Tiempo?”.
Explico:
El
Tiempo
es
uno
de
los
periódicos
más
importantes
del
país
y
“Teléfono
rosa”
es
una
sección
de
“noticias”
–más
bien
como
chismes–
de
la
farándula
nacional
que
sale
una
vez
por
semana,
cada
domingo.
Pero
ese
día
era
domingo,
¿verdad?
O
sea
que
la
noticia
no
iba
a
salir
por
otros
siete
días.
Sí,
pero
igual
Álvaro
le
dijo…
Pues
bueno,
sí,
para
que
digan
algo,
¿no?
El
amigo
le
dio
el
email.
Pero
yo
no
tengo
ni
plan
de
datos
en
el
celular
y
en
la
feria
el
internet
no
tenía
wifi
y
esas
cosas.
Entonces
pensó
“de
aquí
a
que
yo
llegue
a
mi
casa
y
mande
el
email
pues
va
a
ser
un
día
perdido”.
Entonces
se
le
ocurrió
llamar
a
una
amiga
periodista
que
trabaja
en
El
Tiempo.
Para
pedirle
el
teléfono
del
encargado
de
“Teléfono
rosa”.
Ella
le
dice:
“Usted…
¡¿usted
está
loco?!
Esto
no
es
una
noticia
para
‘Teléfono
rosa’.
Además,
el
‘Teléfono
rosa’
es
una
vez
por
semana.
¡Usted
está
loco,
cómo
se
le
ocurre!”.
Su
amiga
le
pidió
que
le
contara
todo
con
detalles.
Le
dijo
que
ella
misma
iba
a
escribir
la
noticia
y
que
la
iba
a
mandar
a
eltiempo.com.
A
eso
del
mediodía,
la
amiga
lo
volvió
a
llamar.
Y
me
dice
“Álvaro,
usted
no
se
imagina
el
mierdero
que
se
formó.
La
noticia
está
en
todo
el
mundo”.
Y
nos
llegan
informaciones
desde
la
página
cultural
que
no
son
muy
alentadoras
que
digamos.
Un
ejemplar
de
la
primera
edición
de
Cien
años
de
soledad,
de
Gabriel
García
Márquez,
fue
robado
en
la
Feria
Internacional
del
Libro
de
Bogotá.
Parece
otro
suceso
típico
de
un
país
mágico
e
insólito
como
Macondo,
pero
es
la
realidad.
Un
ladrón
entró
a
Macondo
y
su
robo
empañó
la
más
exitosa
de
las
Ferias
de
Libro
de
Bogotá.
Su
botín
fue
un
ejemplar
de
la
primera
edición
de
1967.
Y
comenzó
a
sonar
el
celular.
“Lo
estamos
llamando
desde
no
dónde,
desde
no
dónde”.
Entonces
me
llamaban
de
México,
de
Argentina,
de
Europa,
de
Francia,
de
España.
De
todas
partes
del
mundo.
Y
a
estas
alturas,
¿David
qué?
Pues
no
había
pisado
la
feria
desde
el
robo.
Estaba
en
un
evento
en
su
librería
cuando
se
enteró
que
la
noticia
estaba
en
todas
partes.
Yo
sabía
que
estaba
con
un
problema
muy
tenaz,
pero
[lo
que]
me
preocupaba
era
el
tema
institucional.
O
sea,
estaba
preocupado
no
sólo
por
cómo
iba
a
responder
por
el
libro
sino
cómo
iba
a
quedar
la
asociación.
Pero
ni
siquiera
había
pensado
en
los
medios.
O
sea,
ahí
me
angustié
mucho
más,
y
tenía
mucho
afán
de
ir
a
averiguar
qué
había
pasado
policialmente
con
el
tema
porque
me
angustiaba
que
eso
se
volviera
como
una
cosa
mediática
muy
fuerte,
y
ni
siquiera
habíamos
puesto
un
denuncio.
¿Cómo
así
que
no
habían
puesto
un
denuncio?
Tal
cual.
No
habían
puesto
un
denuncio.
Y
te
explico:
es
que
Edgar
y
Lucía
les
habían
avisado
a
los
de
seguridad
de
la
feria
sobre
el
robo.
Pero…
Según
el
proceso
regular
de
seguridad,
ellos
tendrían
que
haberle
avisado
a
la
policía.
Ellos,
es
decir,
los
de
la
feria.
Pero
no
lo
hicieron.
Llegaron
primero
los
medios
antes
que
la
policía.
Cuando
David
se
enteró
que
la
noticia
ya
estaba
en
todos
los
medios,
se
consiguió
el
teléfono
del
de
seguridad
de
la
feria,
un
coronel
retirado.
Y
cuando
llegó
al
stand…
Había
un
grupo
como
muy
diligente
de
la
policía.
Había
una
mayor,
había
un
coronel,
había
un
capitán
de
Patrimonio,
había
un
funcionario
de
la
SIJIN,
de
la
DIJIN.
No,
pues,
Camila,
me
estás
hablando
en
colombiano.
[Risas]
Sí,
yo
sé.
Eso
de
la
DIJIN
y
la
SIJIN
es
muy
confuso
incluso
para
nosotros.
Pero
básicamente
lo
que
hay
que
entender
es
que
la
SIJIN
es
local
y
depende
de
la
DIJIN,
que
es
nacional.
Pero
bueno,
más
allá
de
estos
tecnicismos,
cuando
Álvaro
llegó
al
stand
se
impresionó
mucho
al
ver
toda
esta
gente,
incluidos
los
de
criminalística,
que
estaban
haciendo
levantamiento
de
huellas.
Eran
como
CSI’s,
una
cosa
así.
Todo
era…
era
una
cosa
muy
rara.
La
policía
empezó
a
interrogar
a
todo
el
mundo.
Le
preguntaban
a
uno
“¿dónde
consiguió
el
libro,
cuánto
le
costó,
cómo
se
lo
dedicó
García
Márquez,
por
qué
se
lo
dedicó
a
usted,
usted
dónde
estaba,
quién
tenía
las
llaves?”.
Y
yo
“yo,
yo
soy
el
único
que
las
tenía”.
“¿Usted
cómo
sabe
que
usted
era
el
único?”.
“Pues
porque
me
dijeron
que
era
el
único”.
A
Álvaro,
a
David,
a
Edgar,
a
Lucía
y
a
otras
dos
mujeres
que
estaban
a
cargo
de
cuidar
las
vitrinas
se
los
llevaron
a
la
oficina
de
seguridad
de
la
feria.
Allá
les
tomaron
a
todos
las
declaraciones.
Fueron
como
cuatro
o
cinco
horas,
una
cosa
desesperante
que
no
se
acababa.
Y
uno
comienza
a
sentirse
como
un
ladrón,
como
que
el
culpable
es
uno,
por
el
interrogatorio,
y
le
preguntan
y
ponen
en
duda
todo
lo
que
uno
dice.
Entonces
uno
se
siente
muy,
muy
mal.
Cuando
salieron
del
interrogatorio
ya
era
prácticamente
de
noche.
A
Álvaro
y
a
David
los
seguían
llamando
de
docenas
de
medios
nacionales
e
internacionales.
Pero
llegó
un
momento
en
que
David
decidió
no
dar
más
entrevistas.
Porque
ya
empezaba
a
degenerarse
un
poco
la
cosa.
Como
que
la
gente
empieza
a
inventarse
unas
teorías
bastante
locas
y
a
veces
muy
irrespetuosas,
casi
ya.
Como
decir
que
Álvaro
se
había
autorobado,
que
me
parece
la
cosa
más
mezquina
que
podría
pasar.
Ya
para
el
lunes,
esta
era
la
noticia
del
día
en
todos
los
periódicos,
emisoras
y
noticieros.
La
fiscalía
ha
considerado
que
el
hurto
que
ha
sucedido
sobre
la
obra
de
Gabriel
García
Márquez
realmente
es
un
atentado
muy
serio
contra
el
patrimonio
cultural.
¿Y
quién
es
este
señor?
Este
es
el
vicefiscal
general
de
la
época,
Juan
Vicente
Valbuena.
Hizo
una
rueda
de
prensa
sólo
para
hablar
del
hecho.
Dijo
que
ya
la
Policía
Nacional
estaba
investigando
y
que
había
que
aclarar
que
no
solamente
eran
responsables
quienes
se
robaron
el
libro,
sino
también
quienes
lo
compraran.
sino
adicionalmente
quienes
lo
adquieran.
Para
quienes
pudieron
hurtarse
esta
obra,
las
penas
podrían
oscilar
entre
seis
a
20
años,
e
igualmente
para
quienes
cometan
el
delito
de
receptación,
es
decir,
adquirir
este
bien
robado,
también
irían
de
cuatro
a
12
años
de
prisión.
Momentito.
¿20
años
de
cárcel
para
el
ladrón
de
un
libro?
Sí,
hasta
20
años.
Para
mucha
gente
fue
absurdo.
En
las
redes
sociales
se
leían
cosas
como:
Por
eso
este
país
está
al
revés.
El
que
roba
millones
de
millones
le
dan
ocho
años
de
prisión
y
el
que
robó
un
libro
de
Gabo
le
dan
20.
Es
increíble.”
O…
“Este
país
es
muy
charro.
20
años
de
cárcel
para
el
que
se
robó
el
libro
de
Gabo
y
ocho
para
el
que
cometió
crímenes
de
lesa
humanidad.
Qué
país.”
¿Charro?
¿Qué
es
eso?
Charro.
En
este
contexto
algo
así
como
ridículo.
Ese
lunes
era
el
último
día
de
la
feria.
Esa
mañana
Álvaro
se
estaba
alistando
para
dar
una
entrevista
para
televisión
en
la
plaza
central
de
la
feria
cuando
entraron
docenas
de
niños,
estudiantes
de
algún
colegio.
Y
un
niño
de
entre
10
y
12
años
se
me
acerca
y
me
dice
“oiga,
¿usted
no
fue
al
que
le
robaron
el
libro?”.
Yo
le
dije
“sí,
soy
yo”.
Y
el
niño
me
dio
un
abrazo
y
me
dijo
“lo
siento
mucho,
ojalá
el
libro
aparezca”.
Y
yo
me
puse
a
llorar.
Álvaro
necesitó
un
momento
para
poder
empezar
la
entrevista.
La
primera
pregunta
que
le
hicieron
fue
“¿y
cómo
se
siente
ahora?”.
Y
Álvaro
contestó:
En
este
momento
me
siento
diferente
porque
ya
me
di
cuenta
que
esto
no
sólo
me
pasó
a
mí,
sino
nos
pasó
a
todos
los
colombianos.
Y
eso
me
da
mucha
tristeza
porque
se
robaron
el
libro,
pero
me
da
mucha
paz
y
tranquilidad
y
orgullo
de
saber
que
pues
que
hay
gente
que
puede
sentir
una
desgracia
mínima
ajena,
comparada
con
muchas
desgracias
que
hay
en
la
vida
y
que
suceden
en
este
país,
como
suya.
Y
eso
nos
prueba
que
los
colombianos,
como
dice
García
Márquez,
somos
capaces
de
lo
peor
pero
también
de
lo
mejor.
Una
pausa
y
volvemos.
–CORTE
INTERMEDIO–
Gracias
por
escuchar
Radio
Ambulante.
Antes
de
volver
a
nuestra
historia
les
quiero
contar
de
otro
podcast
de
NPR,
de
música,
que
se
llama
Alt.Latino.
Lo
presenta
Felix
Contreras.
Y
Felix
sirve
de
guía
en
el
mundo
de
la
cultura
y
las
artes
latinas.
Se
trata
de
una
forma
alternativa
de
abordar
a
la
música
tradicional.
Entrevistas
con
íconos
culturales
como
Rita
Moreno
y
Carlos
Santana,
pero
también
con
artistas
más
del
momento
como
Calle
13
o
el
autor
Junot
Díaz.
Encuentra
Alt.Latino
en
la
app
de
NPR
One
o
también
en
a
página
web:
npr.org/podcasts
Hola,
soy
Daniel
Alarcón.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Antes
de
la
pausa,
Camila
nos
estaba
contando
sobre
el
robo
de
una
primera
edición
firmada
de
Cien
años
de
soledad,
en
la
Feria
del
Libro
de
Bogotá.
Y
nada,
esa
feria
se
acabó
el
lunes
y…
Todo
fue
volviendo
a
la
normalidad.
Pero
el
viernes,
seis
días
después
del
robo,
Álvaro
estaba
en
su
librería,
trabajando,
cuando
lo
llama
un
amigo
y
le
dice:
Hermano,
¿que
apareció
el
libro?
Y
Álvaro:
“no…”
“Es
que
mi
papá
lo
escuchó.
Escuchó
la
noticia
en
La
Luciérnaga”.
Yo
le
dije
“no,
pues
si
es
en
La
Luciérnaga
están
mamando
gallo”.
Y
hace
unos
días
había
salido
una
noticia…
La
Luciérnaga
es
un
programa
de
radio
donde
hablan
de
la
actualidad
nacional.
Pero
aparecen
personajes
y
noticias
ficticias
que
se
burlan
de
lo
que
está
pasando
en
el
país.
Entonces,
claro,
para
Álvaro,
si
había
salido
la
noticia
en
La
Luciérnaga,
seguro
que
era
un
chiste.
Y
vi
que
en
el
Facebook
alguien
puso
“¡Alegría!
El
libro
apareció”.
Y
yo
dije
“¿pero
cómo
así
que
el
libro
apareció
si
a
nadie
me
llama?”.
Y
de
repente
suena
el
celular.
Lo
estaba
llamando
el
asistente
del
General
Palomino,
el
director
de
la
policía.
“Estaba
llamándole
para
informarle
que
el
libro
apareció”.
Y
que
el
General
Palomino
quería
entregárselo
en
persona.
¿En
persona?
Es
un
poco
exagerado,
¿no?
[Risas]
¡Sí!
Pero
además
le
dijeron…
Ya
vamos
a
mandar
una
patrulla
por
usted.
¿Qué
sentiste
con
esa
llamada?
Incredulidad
total.
Alegría
y
una
incredulidad
muy
grande,
muy
grande.
Apenas
colgó
con
el
de
la
policía,
llamó
a
David.
Este
es
el
director
de
la
Asociación
de
Libreros
Independientes,
¿verdad?
Exacto.
Al
que
le
había
prestado
el
libro.
Le
dije
“Álvaro,
usted
no
me
lo
va
a
creer
pero
yo
creo
que
estoy
más
contento
que
usted”.
[Risas]
Al
momentico
llegó
un
policía
en
una
patrulla
a
recoger
a
Álvaro.
Era
viernes,
hora
pico,
había
muchos
trancones
y
al
pobre
policía
lo
llamaban
por
radioteléfono.
“Oiga,
que
le
apure,
que
le
apure,
que
lo
están
esperando”.
“Hay
trancón”.
“Pues
ponga
la
sirena”.
Entonces
el
carro
iba
a
toda
velocidad.
Y,
Daniel,
¿sabes
qué
es
Transmilenio?
Sí,
sí,
los
buses
exprés
que
hay
en
Bogotá.
Sí,
esos.
Que
tienen
un
carril
exclusivo.
Álvaro
me
contó
que
la
patrulla
iba
a
toda
velocidad
por
el
carril
del
Transmilenio
para
evitar
el
trancón.
Como
si
fuera
una
ambulancia
o
algo
así.
Como
si
fuera
de
vida
o
muerte
la
entrega
de
un
libro.
[Risas]
Yo
decía
“esto
es
muy
chistoso”.
Ya
me
daba
risa.
Llegaron
a
la
dirección
de
la
policía
y
el
director,
Palomino…
Se
me
acercó
muy
amablemente
y
me
dijo
“usted
no
sabe
el
orgullo
que
sentimos
nosotros
de
haberle
recuperado
su
libro”.
Y
en
el
escritorio
de
él
había
una
caja
de
cartón
de
un
router.
Y
él
abrió
la
caja
y
ahí
estaba
el
libro.
Me
dijo
“¿ese
es
su
libro?”
Entonces
abrió
la
página
de
la
dedicatoria
y
dije
“sí,
ese
es
mi
libro”
y
me
puse
a
llorar.
Fue
la
segunda
vez
que
lloré.
Esa
es
una
llorada
de
alegría.
Ahí
le
dijeron
que
tenía
que
ir
a
la
rueda
de
prensa.
Primero
habló
Palomino.
Era
una
victoria
para
la
policía
haber
encontrado
el
libro
en
tiempo
récord:
sólo
seis
días
después
del
denuncio.
Hemos
logrado
algo
muy
importante,
muy
importante.
Pero
tenemos
que
cerrar
este
círculo
con
la
captura
de
los
responsables.
Hay
algunos
detalles
que
seguramente,
por
ahora…
Y
es
que
se
encontró
el
libro
pero
no
al
ladrón.
¿Y
qué
dijo
de
la
recuperación
del
libro?
No
mucho.
No
dio
muchos
detalles
de
cómo
fue
la
operación.
Contó
que
lo
habían
encontrado
en
una
caja,
en
el
barrio
de
La
Perseverancia,
en
el
centro
de
Bogotá.
Lo
que
dijo
fue
que
habían
descubierto
que
el
libro
estaba
listo
para
ser
vendido.
Sabemos
que
lo
iban
a
comercializar
por
más
de
120
millones
de
pesos.
¿Y
eso
cuánto
es
en
dólares?
Como
40
mil
dólares.
Estamos
hablando
de
mucha
plata.
174
veces
el
salario
mínimo
y
con
lo
que
se
podría
comprar
uno,
no
sé,
un
apartamento
chiquito
en
el
sur
de
Bogotá.
Y
bueno,
Palomino
le
hizo
entrega
oficial
del
libro
a
Álvaro
frente
a
todos
los
medios
de
comunicación,
y
después
le
dieron
la
palabra.
Álvaro
dio
las
gracias
y
estaba
claramente
conmovido.
Se
le
escucha
en
la
voz.
Que
este
libro
ya
no
me
pertenece
a
mí.
Que
este
libro
le
pertenece
a
mi
país
y
que
se
lo
voy
a
donar
a
la
Biblioteca
Nacional
de
Colombia
porque
desde
el
momento
en
que
gran
parte
de
los
colombianos
manifestaron
su
repudio
por
esta
acción,
pasó
a
ser
patrimonio
de
todos.
Esa
noche
la
noticia
salió
en
todos
los
medios
nacionales
e
internacionales.
Pero
me
llamó
la
atención
que
hubo
versiones
ligeramente
diferentes
sobre
dónde
se
encontró
el
libro.
¿Cómo
así?
Es
que
en
algunos
noticieros,
por
ejemplo,
dijeron
que
lo
habían
encontrado
dentro
de
una
casa,
y
en
otros
que
en
una
venta
callejera.
A
Álvaro
tampoco
es
que
le
han
dado
muchos
más
detalles.
Guatibonza,
el
director
de
la
policía
de
Bogotá,
le
dijo
que
cuando
supieron
del
robo…
Pusieron
todas
las
alertas
y
detectaron,
no
cómo,
que
el
libro
lo
iban
a
sacar
del
país.
Y
que
se
decidieron
infiltrar
el
mercado
negro,
donde
se
estaba
hablando
eso.
Le
dijeron
que
habían
detectado
que
alguien
tenía
el
libro
y
que
esa
persona
se
había
puesto
una
cita
con
un
posible
comprador.
Y
que,
finalmente,
el
vendedor…
Se
dio
cuenta
que
era
una
trampa.
Y
que
lo
tenían
ya
chequeado,
interceptado,
y
que
el
man
abandonó
el
libro
y
que
ellos
cogieron
el
libro
en
una
tienda.
Eso
es
la
versión
que
a
me
dieron,
esa
es
la
versión
que
está
en
la
prensa.
Es
la
única
versión
que
yo
tengo
de
lo
que
pasó.
¿Y
esa
cifra,
de
que
lo
iban
a
vender
por
120
millones
de
pesos,
o
algo
así?
También
le
pregunté
a
Álvaro
qué
sabía
de
eso.
¿De
dónde
sale
esa
cifra?
No
sé…
Pero
yo
no
nada.
Pasó
el
fin
de
semana
y
a
Álvaro
lo
seguían
llamando
para
entrevistas.
Estaba
cansado,
no
dormía
bien
y
todo
el
tiempo
oía
que
el
celular
le
sonaba,
así
nadie
lo
estuviera
llamando.
Quería
que
todo
esto
se
acabara
así
que
a
principios
de
la
semana
llamó
a
Consuelo
Gaitán,
la
directora
de
la
Biblioteca
Nacional,
y
le
dijo:
Por
favor,
yo
quiero
hacer
esta
donación
rápido,
rápido,
rápido.
Yo
quiero
salir
de
esto
rápido”.
Y
le
dije
yo,
jodiendo,
“si
el
jueves
no
se
ha
decidido,
si
el
jueves
no
se
ha
hecho
eso,
yo
el
viernes
se
lo
dono
al
Museo
Nacional”.
Acordaron
que,
entonces,
la
donación
iba
a
ser
el
jueves
14
de
mayo
a
las
cuatro
de
la
tarde.
Yo
me
encontré
con
él
ese
día
en
la
puerta
de
la
biblioteca.
Por
acá,
por
favor.
Subimos
a
la
oficina
de
la
directora
y
ahí
me
mostró
las
ocho
cajas
de
primeras
ediciones,
otros
libros
y
revistas
y
recortes
de
periódicos
que
iba
a
donar.
O
sea,
no
sólo
el
libro
recuperado.
No,
donó
varias
cosas
más.
Gran
parte
de
su
colección
sobre
García
Márquez
que
llevaba
años
reuniendo.
Nos
sentamos
y
me
mostró
el
libro.
¿Entonces
quiere
ver
el
libro?
Así
me
lo
entregaron,
en
esta
cajita.
Así,
en
esta
misma
caja.
Me
mostró
la
dedicatoria
y
además
me
mostró
otra
cosa.
…Y
a
este
libro
yo
le
agregué
una
nota
que
le
escribí,
que
se
la
dejé
en
la
primera
página,
que
dice:
Este
ejemplar
de
‘Cien
años
de
soledad’
lo
compré
en
Montevideo,
Uruguay.
Ahí
escribió
los
hechos:
cuándo
fue
robado,
recuperado…
y
termina
con
esto:
Se
lo
entrego
hoy,
mayo
14
de
2015,
a
la
Biblioteca
Nacional
de
Colombia
para
que
permanezca
y
sea
un
testimonio
de
gratitud
para…
Poco
después
bajamos
a
la
rueda
de
prensa
donde
había
varios
medios.
Álvaro
quiso
que
fuera
así,
un
acto
público
y
oficial.
Ahí
empezó
a
hablar
la
directora.
Bueno,
nada,
esto
es
sencillamente
una…
un
encuentro
que
tuvo
un
origen
infortunado
pero
un
final
afortunado.
Bueno,
no
se
escucha
muy
bien,
pero
le
agradeció
a
Álvaro,
obviamente,
y
dijo
que
este
libro
era
el
inicio
de
una
gran
colección
que
la
biblioteca
quiere
formar,
y
que
este
libro
en
particular
es
importante
no
sólo
por
el
valor
patrimonial
sino
por
todo
lo
que
su
robo
significó
para
el
país.
…todo
lo
que
significó
para
el
país
la
pérdida
de
este
libro.
Álvaro
habló
corto
y
se
dio
por
finalizada
la
donación.
Bueno,
final
feliz,
entonces.
Más
o
menos.
O
sea,
sí,
apareció
el
libro
y
muy
bien.
Pero
creo
que
muchos
nos
quedamos
con
varias
preguntas.
Como
con
la
idea
de
que
había
algo
raro
en
toda
esta
versión.
¿Cómo
así
que
no
cogieron
al
ladrón?
Lucía,
por
ejemplo,
me
dijo
esto:
Pues
uno
no
se
explica
cómo
la
policía,
sabiendo
quiénes
eran,
pues
no
los
culparon
de
nada,
¿no?
Sino
que
pues
sería
como
un
acuerdo
que
si
entregan
el
libro,
pues
ya.
Algo
parecido
me
dijo
Edgar:
Que
no
haya
aparecido
el
responsable
pues
le
da
a
uno
la
sensación
de
que
las
cosas
se
hicieron
un
poco…
como
que
no
fue
tan
limpio
el
asunto.
¿Entonces
te
pusiste
a
investigar?
Sí.
Y
comencé
por
el
lugar
más
obvio:
la
Policía
Nacional.
Línea
de
la
Policía
Nacional,
muy
buenos
días.
¿En
qué
le
puedo
servir?
Buenos
días.
¿Me
puede
comunicar
con
la
sección
de
prensa
de
la
policía,
por
favor?
Ya,
un
momento.
Y,
Daniel,
no
te
puedo
explicar
lo
difícil
que
fue
el
proceso
de
dar
con
alguien
en
la
policía
que
quisiera
o
pudiera
hablar.
Mi
primer
intento
fue
en
junio
del
2015.
Hace
más
de
un
año.
Sí.
Hablé
con
jefes
de
prensa,
comandantes
y
tenientes.
Nadie
quería
dar
declaraciones.
Unos
me
decían
que
ya
habían
dicho
todo
lo
que
podían
sobre
el
tema.
Otros
que
no
podían
hablar
porque
se
suponía
que
estaban
a
punto
de
coger
a
la
banda
que
se
había
robado
el
libro.
Hacía
llamadas
prácticamente
todas
las
semanas.
Hasta
que
finalmente
en
abril
del
2016
me
dieron
una
cita
con
el
teniente
que
había
estado
a
cargo
del
caso.
Entonces
me
fui
para
las
oficinas
de
la
SIJIN.
Has
llegado
a
tu
destino.
Los
que
se
encargan
de
investigar
crímenes
en
Bogotá.
Sí.
La
SIJIN
queda
en
el
puro
centro
de
Bogotá.
Es
un
edificio
decrépito.
A
las
paredes
se
les
está
cayendo
la
pintura
y
a
veces
la
sensación
que
uno
tiene
es
que
está
en
un
edificio
abandonado.
Me
recibió
un
funcionario
que
me
llevó
a
una
oficina
chiquita
pero
llena
de
cubículos
vacíos.
No
había
nada.
Ni
un
computador
ni
un
teléfono
ni
una
foto.
Casi
ni
un
papel.
Mi
guía
me
presentó
a
otro
funcionario
pero
ninguno
de
los
dos
sabía
yo
por
qué
estaba
ahí.
Les
expliqué
la
historia
que
estaba
haciendo
y
que
quería
entrevistar
al
teniente.
Estaba
esperando
que
me
llevaran
a
su
oficina…
¿Y
el
teniente
no
tiene
una
oficina?
No,
es
ese
escritorio.
Ah,
¿es
ese
escritorio?
“Aquí
somos
pobres
y
vivimos
lejos”,
decían
en
el
pueblo
mío.
El
escritorio
del
teniente
era
igual
a
los
otros.
Completamente
vacío.
Y
el
teniente
nada
que
aparecía.
Los
funcionarios
me
llevaron
donde
un
mayor
y
ahí
volví
a
echar
todo
el
cuento:
que
Radio
Ambulante,
que
el
robo,
que
la
autorización.
Y
el
protocolo
sigue.
El
mayor
llama
a
la
jefe
de
prensa
y
le
traduce
todo
el
rollo.
¿Será
que
nosotros
podríamos
hacer
eso?
¿Cómo
sería
el
tema?
Mi
mayor,
¿pero
el
libro
que
habían
robado
la
vez
pasada
en
la
Feria
del
Libro?
Pues
hasta
donde
yo
el
único
libro
que
se
han
robado
de
García
Márquez
fue
ese.
No
me
asuste
que
hay
otro
por
ahí.
Y
bueno,
te
cuento
todo
esto,
Daniel,
porque
estuve
casi
dos
horas
ahí
y
me
pareció
inverosímil
el
nivel
de
burocracia.
Es
que
incluso
después
de
decenas
de
conversaciones
con
el
teniente
y
de
una
autorización
firmada
que
yo
llevaba
impresa,
en
un
momento
dado
llegué
a
pensar
que
iba
a
salir
de
allí
sin
ninguna
entrevista.
¿Pero…?
Pero
finalmente
el
mayor
me
dice
que
bueno,
que
entreviste
al
funcionario
que
me
llevó
a
su
oficina,
que
él
fue
el
que
hizo
toda
la
operación.
Nos
fuimos
a
un
carro
y
nos
metimos
en
un
parqueadero
que
quedaba
en
un
sótano.
Al
sótano.
¿Cómo
le
va?
Buenos
días.
El
funcionario
pidió
que
no
usáramos
su
nombre.
Soy
investigador
del
grupo
contra-atracos
de
la
SIJIN.
Ostento
el
grado
de
intendente.
Investigamos
todo
tipo
de
delitos
que
tenga
que
ver
con
el
hurto
a
personas
en
sus
diferentes
modalidades.
Me
contó
que
todos
los
lunes
por
la
mañana
los
casi
1.300
hombres
de
la
SIJIN
se
forman
en
una
plaza
de
armas
ahí
en
el
centro
y
hacen
lo
que
él
llama
“verificación
de
novedades”,
es
decir,
los
ponen
al
día
con
las
investigaciones
de
esa
semana.
Ese
lunes,
después
del
robo…
Entonces
nos
dijeron:
“Oigan,
pilas
porque
por
ahí
hay
un
caso
recomendado.
Ustedes
que
se
la
pasan
por
allá
en
el
centro,
y
en
esas
librerías
se
robaron
un
libro
de
Gabriel
García
Márquez,
entonces
para
que
ustedes
de
pronto
lo
encarguen
con
sus
fuentes”.
¿Y
qué
es
un
caso
recomendado?
Pues
oye
bien
lo
que
me
dijo:
Un
caso
relevante
es
cuando
roban
a
una
persona
y
la
persona
ostenta
algún
nivel
de
importancia
dentro
de
la
misma
sociedad.
Entonces
aquí
roban
un
senador,
roban
un
ministro,
le
roban
a
la
secretaria
privada
del
ministerio
de
no
qué,
le
roban
el
celular
en
la
oficina…
Entonces
eso
para
nosotros
son
casos
recomendados,
pues.
Básicamente
lo
que
está
diciendo
es
lo
que
todos
los
colombianos
ya
más
o
menos
sabemos:
que
la
policía
le
da
prioridad
a
los
casos
de
la
gente
más
importante,
la
gente
con
plata,
la
gente
famosa.
O
sea,
al
libro
valioso,
al
escándalo
mediático…
Exacto.
Entonces,
bueno,
el
caso
del
libro
claramente
era
recomendado.
Y
es
que
este
intendente
se
la
pasa
caminando
por
el
centro
de
Bogotá
porque
es
donde
más
robos
hay.
Tenemos
mucho
diálogo
con
cualquier
cantidad
de
comerciantes,
digámoslo,
entre
comillas,
“buenos
y
malos”.
O
sea,
gente
que
“vende
cosas
de
dudosa
procedencia”.
Esa
fue
la
frase
que
usó
el
intendente.
En
esa
zona
del
centro
hay
varias
cuadras
llenas
de
casetas
que
desde
hace
años
venden
libros,
en
su
mayoría
usados.
Entonces
yo
me
la
paso
mucho
con
ellos
porque
ellos
en
algún
momento
también
son
víctimas
de
estas
bandas
que
operan
en
el
centro.
¿Por
qué?
Porque
eso
genera
inseguridad.
Y
claro,
esos
comerciantes
no
quieren
que
a
sus
clientes
los
roben.
Pero
es
mejor
como
me
lo
dijo
el
intendente.
Oye:
Entonces
si
usted
quería
comprar
un
libro
y
sabe
que
en
la
décima
con
trece
le
roban
las
medias
sin
quitarle
los
zapatos,
pues
usted
se
va
para
otro
lado,
¿sí
me
entiende?
Perdón,
¿qué
dijo?
Que
usted
no
va
donde
le
roban
las
medias
sin
quitarle
los
zapatos.
Así
que
el
intendente
empieza
a
pasar
por
todas
las
casetas
de
libros
de
la
zona
y
a
decirles
a
los
comerciantes:
“Oiga,
hermano,
por
ahí
se
robaron
un
libro,
huevón.
Y
eso
es
mejor
que
si
de
pronto
sabe
o
lo
vienen
a
ofrecer,
llámenos”.
Les
dijo
que
nadie
se
iba
a
quedar
quieto
hasta
que
ese
libro
apareciera.
Pasaba
tipo
ocho
y
media,
nueve
de
la
mañana.
Cuando
salgo
a
almorzar
también
pasa
uno
ahí
por
la
librería.
“Oiga,
huevón,
¿no
ha
sabido
nada?”.
“No,
parce”.
Les
insistía
en
la
importancia
del
libro.
Hasta
que
el
viernes,
como
a
las
dos
de
la
tarde,
volvió
a
pasar
por
una
de
las
librerías
de
la
13
con
décima.
Cuando
me
dijeron
“oiga,
venga,
sargento”.
“¿Qué
pasó,
huevón?”.
“Por
ahí
están
ofreciendo
ese
libro”.
“¿Cómo?”.
“Sí”.
“¿Y
quiénes
son?”.
“No,
son
unos
manes
por
allá
de
la
Perseverancia”.
Se
los
describieron
como
un
muchacho
joven
de
piel
trigueña
que
medía
como
un
metro
60
y
una
mujer
joven
de
pelo
rubio.
“Pero,
huevón,
¿cómo
se
llaman
los
manes?
El
número,
el
teléfono”.
“No,
esos
manes
vinieron
a
ofrecerlo
pero
los
manes
están
pidiendo
mucho”.
¿Cuánto
se
suponía
que
estaban
pidiendo?
Según
lo
que
me
contó
el
intendente,
50
millones
de
pesos.
O
sea,
casi
20
mil
dólares.
Pero
el
director
de
la
policía
dio
otra
cifra.
Sí,
120
millones.
Más
del
doble
de
lo
que
me
dijo
el
intendente.
Qué
extraño.
Muy.
Y
nadie
me
ha
podido
aclarar
de
dónde
viene
esa
cifra.
Pero
bueno,
el
intendente
empezó
a
averiguar
en
otros
locales
para
ver
si
también
lo
habían
ofrecido.
Llegamos
a
otro
lado.
Llegamos
y
dijeron
“oiga,
por
ahí
como
que
había
un
man
interesado
pero
se
los
va
a
comprar
allá
en
la
Perseverancia
porque
los
manes
están
cabreados
y
no
quieren
venir
pa’cá
porque
saben
que
está
como
delicado
el
tema
del
libro”.
[Risas]
En
mi
perra
vida
había
escuchado
a
nadie
hablar
tan
rápido.
Yo
sé,
habla
rapidísimo,
casi
que
ni
toma
aire.
Buenísimo.
¿Entonces?
Le
soltaron
un
dato.
Y
nos
dan
las
indicaciones
más
o
menos
por
donde
se
reúnen
los
manes.
Les
dicen
que
en
un
puente
peatonal
que
queda
cerca
del
barrio.
Y
entonces,
claro,
lo
primero
que
hace
el
intendente
es
llamar
al
jefe
a
contarle
que
tiene
esa
información.
Y
el
jefe
de
él
llama
a
su
jefe
a
contarle.
Y
decidieron
actuar.
Ya
nos
organizamos
todos
y
nos
arrancamos
en
tres
carros.
Iban
ocho
policías.
Cuando
van
por
la
carretera,
llegando
al
barrio,
uno
de
los
policías
dice:
“Ahí
hay
unos
manes
allí
abajo”.
Los
policías
saltan
de
los
carros,
y
me
dice
que
eran
como
cuatro
o
cinco
tipos
que,
cuando
vieron
a
los
policías,
empezaron
a
correr.
Cuando
salen
a
correr
se
escuchan
disparos.
“Quietos,
quietos,
que
están
disparando”.
De
los
ocho
policías,
algunos
persiguen
a
los
tipos.
Otros,
incluyendo
el
intendente,
se
dan
cuenta
que
habían
botado
algo
al
piso:
una
caja.
Cuando
verificamos
la
caja
pues
lo
primero
que
hacemos
es
mirar
qué
es
lo
que
está
en
la
caja.
Entonces
mi
mayor:
“Aquí
está
el
libro,
aquí
está
el
libro”.
“¿Y
los
manes?”.
“No.
Tiraron
la
caja
y
salieron
a
correr”.
Pidieron
apoyo
de
policías
del
sector.
Y
llegaron
como
unas
cuatro
o
cinco
motos.
Empezamos
de
vueltas
pa’
arriba,
de
vueltas
pa’
nada.
O
sea,
no
los
cogieron.
No.
Según
el
intendente,
no
los
cogieron.
¿Y
ahí
terminó
todo?
Pues
no
del
todo.
En
abril
de
este
año,
2016,
casi
un
año
después
de
la
recuperación
del
libro,
a
Álvaro
le
llegó
una
notificación
de
la
fiscalía.
Decía
que
la
denuncia
del
robo
había
pasado
a
lo
que
se
llama
un
archivo
provisional.
¿Eso
qué
quiere
decir?
¿Que
cerraron
el
caso?
Pues
justamente
eso
quería
saber.
Le
pregunté
al
intendente
si
eso
significaba
que
no
seguían
buscando
a
los
culpables.
Me
contestó
esto:
No,
la
investigación
sigue,
pues.
O
sea,
de
eso
hay
que
ser
claro.
Ese
tipo
de
casos
no
se
cierran.
O
sea,
no
se
cierran,
¿pero
se
archivan?
Exacto.
¿Y
la
diferencia
es…?
Lo
que
entendí
es
que
no
está
abierto
porque
no
están
buscando
activamente
a
los
culpables,
pero
no
está
cerrado
porque
no
los
han
encontrado.
¿Pero
entonces
cuándo
se
cierra,
supuestamente?
Pues
mira
lo
que
me
dijo:
O
sea,
pasarán
mucha
cantidad
de
años
pero
el
caso
no
se
va
a
cerrar.
Se
cierra
sólo
en
el
momento
en
que
lo
capturen.
Archivo
provisional,
sí.
Ah,
sí.
Pero
si
lo
capturan
ya
lo
cierran.
lo
cierran,
sí.
Pero
si
se
captura
uno
y
los
que
fueron
a
ofrecer
el
libro
son
dos
y
el
tercero
era
un
comprador,
se
cierra
el
día
en
que
cojamos
a
los
tres.
Bueno,
¿y
hoy,
Camila,
dónde
está
ese
libro?
Hoy
está
en
el
área
de
colecciones,
junto
a
los
libros
más
valiosos
de
la
Biblioteca
Nacional.
Cualquiera
puede
consultarlo
pero
siempre
vigilado
por
uno
de
los
funcionarios
de
la
sala.
Y
en
cuanto
al
precio,
¿pudiste
averiguar
al
fin
cuánto
realmente
podría
costar?
Pues
traté
por
todos
los
medios
de
averiguar
de
dónde
había
sacado
Palomino
esa
cifra
de
los
40
mil
dólares,
pero
no
hubo
respuesta.
Hablé
con
un
avaluador
que
me
dijo
que
él
no
creía
que
este
libro
se
hubiera
podido
vender
por
más
de
10
mil
dólares,
12
mil,
si
mucho.
Pero
creo
que
lo
del
precio
igual
no
importa
tanto.
Lo
que
realmente
importa,
y
lo
que
yo
me
llevo
de
todo
esto,
va
más
allá
del
libro.
En
realidad
tiene
que
ver
más
con
Colombia
que
con
García
Márquez
o
con
cualquier
primera
edición
robada.
Es
esa
misma
sensación
que
le
quedó
a
Edgar.
De
que
tiene
que
haber
un
jefe
gritando
a
alguien,
diciéndole
“eso
aparece
porque
aparece”.
Entonces
ahí
actúo..
Eso
es
lo
que
está
mal.
Es
decir,
ojalá
todos
los
casos
de
la
policía
fueran
recomendados
y
hubiera
esa
misma
eficiencia
para
atender
el
robo
de
un
ciudadano
común
y
corriente.
Camila
Segura
es
la
editora
principal
de
Radio
Ambulante.
Vive
en
Bogotá.
Gracias
a
la
Productora
Sónica,
a
Sandra
Acero
y
a
José
Luis
Peñaredonda.
Silvia
Viñas
yo
editamos
esta
historia
con
la
ayuda
de
Martina
Castro.
La
música
es
de
Luis
Maurette.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Luis
Trelles,
Fe
Martínez,
Elsa
Liliana
Ulloa,
Barbara
Sawhill
y
Caro
Rolando.
Nuestros
pasantes
son
Emiliano
Rodríguez,
Andrés
Azpiri
y
Luis
Fernando
Vargas.
Gracias
a
Gustavo
Martínez
por
su
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Carolina
Guerrero
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Soy
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Alarcón.
Gracias
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¿Sabías que NPR tiene una app? Se llama NPR One y te ofrece lo mejor de la radio pública de Estados Unidos y más. Noticias, historias locales y tus podcasts favoritos. NPR One te acompaña este Thanksgiving, mientras haces un viaje o estás en fila o estás esperando a un amigo. Encuéntranos en NPR One (O-N-E) en tu tienda de apps. Entonces, Camila, ¿cómo comienza todo esto? Comienza con una llamada. De David Roa a Álvaro Castillo. Dos libreros bogotanos. Yo cogí el teléfono, llamé a Álvaro. Álvaro me contestó y me dijo “¿qué hubo, David?”. Y yo le dije “oiga, Álvaro, se robaron sus Cien años de soledad”. ¿Su qué? Su Cien años de soledad. ¿El libro? Sí. Pero no cualquier ejemplar. Una primera edición, y además dedicada a Álvaro por García Márquez. Y cuando David le dijo esto, Álvaro… Yo me quedé callado. Por un minuto, por ahí. Un buen rato. O yo lo sentí una hora. Yo le dije “ahora no quiero hablar” y colgué. ¿Esto cuándo fue? Hace más de un año. En mayo del 2015. Y te explico un poco: David era el encargado de la librería Macondo, en la Feria del Libro de Bogotá. Y Álvaro, un coleccionista de libros usados. Ese año fue la primera vez que el país invitado era ficticio: Macondo. García Márquez se había muerto un año antes, en abril del 2014, y esa feria fue en su honor. Y el libro de Álvaro estaba exhibido con otros de su colección privada, en una exposición que estaba dentro de la librería que manejaba David. Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Y yo Camila Segura. Y hoy te quiero contar la historia de ese libro. De ese robo. Y de lo que significó para todo el país. Dale. Ok, entonces… Álvaro compró este libro en el 2006. Se acuerda bien. Fue en Uruguay. Y en Montevideo me gusta mucho ir a una calle que se llama Calle Tristán Narvaja, que es una calle llena de librerías de libros usados. Entró a una librería chiquita y preguntó por la sección de literatura latinoamericana. El librero le señaló dónde estaba. Y cuando yo volteé la cara y miré, vi la primera edición de Cien años de soledad. Yo no lo podía creer… Como es coleccionista, Álvaro sabía perfectamente cómo se veía la primera edición. Cogió el libro y miró el precio: 180 pesos uruguayos, que en esa época eran como siete dólares. Y yo me decía a mí mismo “miércoles, ¿yo qué voy a hacer? Se van a dar cuenta cuando pase este libro que es la primera edición”. Pensó… Voy a pedir una rebaja. ¡No! Entonces le dijo al librero… …que si me podía hacer una atención. Entonces él me dijo “y bueno, te lo dejo en seis dólares”. Sacó los seis dólares y le pagó al librero. Pero antes de irse pidió prestado el baño. Entonces entré al baño, hice pipí, respiré, me sequé el sudor con el pañuelo. Salió, y el librero, antes de pasarle el libro… Se quedó mirándolo y me dijo “¿vos habías visto esta tapa?”. Y yo le dije “no”. Entonces lo eché en una bolsa, le dije “muchas gracias” y me fui. Y no lo podía creer. Álvaro se llevó el libro a Colombia y este terminó siendo parte de esa exhibición que ya mencioné, la de la Feria del Libro, junto con otros 31 libros de su colección privada. Y fue David Roa el que le pidió a Álvaro que le prestara todos estos libros. David no sólo era el encargado de la librería sino el presidente de la Asociación de Libreros Independientes, la ACLI. Y era la primera vez que la ACLI estaba a cargo de la librería. No es poca cosa. O sea, yo he estado en esa feria. Es inmensa. Sí, es inmensa. Y además la librería iba a quedar a la salida del pabellón de Macondo, que claramente era el más importante de toda la feria. De manera que todo el que entraba al pabellón veía la librería. Pues yo estaba completamente feliz… y asustado. Iban a pasar miles y miles de personas por ahí. Entonces, claro, la presión de que todo estuviera listo a tiempo y saliera bien era gigante. Un día, antes de la inauguración de la feria, cuando estaban montando la librería, Álvaro llegó con sus libros y los acomodó él mismo. Prefería yo tener esa responsabilidad y no cargarlos con esa responsabilidad a ellos. Las vitrinas donde estaban exhibidos los libros las habían montado los encargados del pabellón. Parecían del siglo pasado: tenían dos vidrios –uno se deslizaba– y estaban asegurados por una pequeña cerradura, una chapa con una sierrita. Ahora que uno lo piensa, realmente, era una cerradura muy endeble. Pero en ese momento nadie pensó que fuera una cerradura chimbísima. Nadie. Ni yo lo pensé ni nadie. Álvaro sencillamente los acomodó, e hicieron un compromiso verbal con David de que Álvaro era la única persona que podía tocar sus libros. Contrataron dos celadores que estaban encargados sólo de vigilar la librería y acordaron, además, que siempre iba a estar una persona del staff de ellos en esas vitrinas. Álvaro, además, fue el único que se quedó con las llaves. Los libros que exhibió… Sólo eran primeras ediciones de García Márquez, que era como una especie de paneo general desde su primera publicación de un libro hasta el último. O sea, no estaban todas las primeras ediciones porque no cabrían, sino que era algo como representativo. Esa primera edición de Cien Años no era la única que Álvaro había conseguido en su vida. De los supuestos ocho mil primeros ejemplares –supuestos porque en el ‘67, cuando fue publicado, esos conteos eran laxos, no como hoy–, Álvaro ha encontrado siete. Cuatro en Cuba, dos en Colombia y este en Uruguay. Todos los demás los ha vendido, pero este de la feria era especial pues había sido dedicado por Gabo. Yo no fui amigo de García Márquez. Yo lo traté y él me trató y me puso el nombre “libroviejero”. Y después dijo “no, librovejero como ropavejero”. Porque le conseguía libros viejos. En el 2007, la secretaria de Gabo le hizo el favor a Álvaro de llevárselo a México para que García Márquez se lo dedicara. La dedicatoria dice: “Para Álvaro Castillo, el librovejero, como ayer y como siempre, de su amigo Gabriel”. En la feria Álvaro también tenía el stand de su librería, San Librario. Así que tenía que dividirse el tiempo entre este y el de Macondo, y ahí interactuar con los miles de visitantes del pabellón para explicarles con mucho detalle cada libro de su colección. Y es que ese año la feria tuvo un número récord de visitantes. En los 14 días de feria se registraron 520 mil visitantes, casi 70 mil personas más que el año anterior. Y el sábado 2 de mayo, el día que se robaron el libro, y sólo tres días antes de que se acabara la feria, entraron alrededor de 73 mil personas. Bueno, y aquí tengo que presentarte a dos personajes más. Ok. Mi nombre es Edgar Blanco Mi nombre es Lucía Fernanda Buitrago Montañez. Ya. ¿Y ellos son…? Los otros encargados de la librería Macondo, los que siempre estaban ahí. Entonces ese sábado por la tarde Lucía estaba ayudando en las cajas cuando llegó un amigo a visitarla y le preguntó que quién tenía las llaves de las vitrinas. Y ella le dijo “¿por qué?”. “Es que hay algo raro”, me dijo. Y volteo a mirar y veo que falta el libro. Como que se me bajó todo. Salí inmediatamente, me paré al frente de la vitrina y grité “¡Edgar!”. Edgar estaba al otro lado de la librería y se apuró a ir donde estaba Lucía. Y llegué allá como a ver qué pasaba. Y Lucía inmediatamente lo que me dijo apenas yo llegué fue “nos robaron”. Yo miré la vitrina, miré que no había chapa. Cuando vi el hueco, en fracción de segundos lo que hice fue como hacer el paneo de los libros y me di cuenta que era ese libro: era Cien años de soledad. Lucía estaba muy angustiada. Yo lo primero que pensé fue como “¿qué cara le voy a poner a Álvaro cuando lo vea?”. Era como lo peor que me hubiera podido pasar a tres días de que se cerrara la feria. Edgar pensó que alguien de los que trabajaba ahí lo había sacado, pero Lucía le aclaró que Álvaro era el único que tenía la llave. Lo que hice fue correr a la puerta, pedirle a los celadores que desde este momento nadie podía salir sin ser requisado. Edgar creyó que no había pasado mucho tiempo desde que se habían robado el libro y se habían dado cuenta. Entonces confió en que, tal vez, requisando podían encontrarlo. Edgar y el celador se pararon a la salida del pabellón y a todo el que fuera a salir… Le abría la maleta. Si tenía bolsas de otra librería se la hacía abrir. Pero dificilísimo requisar a tanta gente, ¿no? Total. Casi imposible. Entonces empezó a armarse una especie de trancón. La gente que se me pasaba lo perseguía hasta la puerta antes de que saliera y le pedía que me abriera la maleta. Había señoras que le decían “yo no soy ladrona, ¿qué es lo que quiere revisar?”. Y yo les decía “es que se perdió una primera edición de Cien Años de Soledad”. Y ahí la gente colaboraba un poco más. Claro, todos entienden el valor de ese libro. Bueno, quizá sea una exageración decir que todos, pero sin duda no es exagerado decir que Gabo es uno de los héroes culturales de Colombia. Tal vez el más grande. Pero volviendo a la historia… Entonces, otro celador del pabellón se dio cuenta de que algo estaba pasando y se acercó. Edgar le explicó y le pidió que se comunicara de inmediato con los de seguridad de la feria. Entonces empezaron a llamarlos por radioteléfono. Mientras tanto, Edgar y el otro celador seguían requisando a todo el que trataba de salir. Pero el celador estaba un poco confundido y en un momento dado le preguntó “¿qué es lo que estamos buscando?”. “No, cualquier libro viejo, me lo muestra”. Y él incluso a veces me mostraba libros pues que yo le decía como “hombre, es un libro nuevo forrado en plástico. No, ese no. Puede que sí sea de acá, pero no me importa”. Claro, en este momento no vamos a parar a cualquier ladronzuelo de libros nuevos. No, pues claro que no. Lo que le interesaba a Edgar era coger al cabrón que se llevó la primera edición de Cien años de soledad. Hubo muchas personas que consideré sospechosas. Incluso empecé a tener un poco de temor en el sentido en que abriera una maleta y lo encontrara. Como “bueno, ¿y qué? O sea, ¿qué voy a hacer? Y si se supone que es un ladrón pues estará listo para… algo, ¿no?”. ¿Listo para qué? Ni idea, pero pues se imaginaba que podía amenazarlo o algo, ¿no? No sé. ¿Y a cuánta gente requisaron? ¿Cuánto tiempo estuvieron en estas? Edgar calcula que alrededor de unas 300 personas, o algo así. Y duraron como media hora hasta que… Llegó un momento en que ya yo perdí la fe en que requisando iba a aparecer el libro. A todas estas, David no estaba en la feria. Estaba en su propia librería, casi al otro lado de la ciudad, en la mitad de un evento con una escritora. Mientras Edgar requisaba, Lucía sabía que tenía que llamar a alguien, pero pensó: Yo no soy capaz de decirle a Álvaro. Yo llamo a David. Pero Lucía es de las que no llama casi nunca. Si Lucía me está llamando es porque es importante. Yo contesto, “¿aló?” Y le dije “David, te tengo como una de las peores noticias que podrías recibir en esta feria”. Me dice “David, pasó lo peor. Te tengo la peor noticia que puedas imaginarte. La peor de todas. La peor, la peor”. Y dijo “lo peor” 80 veces. Y yo pues ya estaba destrozado. Decía “¿cómo lo peor? Pues lo peor que le pueda parecer a Lucía tiene que ser lo peor de lo peor de lo peor”. Y pues David como “¿cómo así? ¿qué pasó?”. Y eso que uno no quiere decirlo, pero le toca, es como “ay, no…”. Y cuando me dice “se robaron el Cien años de soledad de Álvaro”… David se bloqueó. Es de esos momentos en que uno se pone en tercera persona y dice “¿y ahora? Yo debería decir ¿qué? Debo decir algo y hacer algo que sea muy significativo para que parezca que yo estoy haciendo cosas”. Es como muy absurdo porque era como “esto no, esto está más grande que yo y no tengo ni idea qué voy a hacer”. Sabía que ya no había nada que hacer. Tanto así que ni siquiera le preguntó muchos detalles a Lucía. Lo único que alcanzó a pensar fue “no quiero que nos roben más libros de la colección”. Entonces le pidió a Lucía que quitara todos los libros de Álvaro y los guardara. Pero Lucía se acordó que el compromiso era que Álvaro era el único que podía manipular los libros. Entonces yo no los quité ni abrí la vitrina. O sea, ¿no siguió las órdenes de David? No, le pareció que era más importante seguir el acuerdo que habían hecho con Álvaro. En esas llegaron dos personas del equipo de logística del pabellón. Enfrente de las vitrinas pusieron una especie de cinta amarilla, como esas de escena de un crimen, y la orden fue que no se movieran hasta que no llegara Álvaro. David colgó con Lucía y se tomó como 10 minutos para llamar a Álvaro. Yo tenía mucha mamera de hacer esa llamada con Álvaro. Pero mucha. Mucha. Pero por otro lado tenía claro que no quería que Álvaro se enterara por otra persona. O sea, eso no se hace. Era incorrecto. Lo correcto era que yo lo llamara y le dijera porque era a mí a quien se los había prestado. Y, bueno, ya sabemos cómo fue esa llamada. Cuando colgaron, Álvaro, en shock, salió a caminar y no le dijo nada a nadie por un buen rato. Llamó a su mamá pero no le contestó. Decidió irse a Macondo. Sentía que todos los de la librería lo miraban con una cara de… Como de vergüenza, de incredulidad, de azore, de miedo. Yo no sé qué cara yo tenía porque pues no me la podía ver, pero yo sé que no era una cara de furia. Era una cara de “yo no entiendo lo que está pasando”. Edgar vio cuando entró. Se paró frente al mueble, vio que faltaba el libro, se agarró la cabeza. Lo que sí noté es que le causó un profundo dolor porque tenía los ojos aguados, le temblaban los labios. Pues yo estaba como a la expectativa de si se iba a poner a decir groserías, si iba a putear, si iba a gritar, si iba a ser violento. Pero más bien estuvo muy controlado. Prácticamente no hablaron nada. No entramos como en detalles de explicar cómo fue. Tampoco recriminó que quién estaba ahí, nada. Edgar no me hablaba nada. Callado me miraba así, con una cara de terror, pero no me hablaba. Álvaro le dijo a Edgar que se iba a llevar todos sus libros, que le trajera una caja. Sacaron todos los libros de la vitrina y los empezaron a guardar. Y Álvaro le dijo: Que ese libro no tenía precio pero que la ACLI tenía que responder. Yo lo único que le pude decir fue “fresco”, que sí, que tengo que responder. Yo pensaba como “no sé cómo, pero tengo que responder”. O sea, pagar el libro. Claro, pero el libro no estaba avaluado, no tenía un precio. Y él dijo “a mí me devuelven el libro o me lo pagan”. Pues yo obviamente no me iba a poner a discutir con él diciéndole “no, ¿qué le pasa?”. Sino que le dije que sí, que claro. Sin saber qué iba a hacer, Edgar guardó la caja en la bodega y dio la orden de que nadie la tocara. Álvaro salió de Macondo y se fue para su stand. En algún momento llegaron varios hombres de seguridad de la feria y también llegó el encargado del pabellón. Edgar se encargó de explicarles bien lo que estaba pasando. Él me dice “ahorita viene la policía para que pongan el denuncio”. El ánimo de todos los de la librería estaba por el piso. Cabezas gachas. Hubo otra chica que también se puso a llorar, otra de las libreras, sin razón aparente porque no tiene nada que ver, pero era como de ver toda la conmoción. También la tuvieron que acompañar afuera, a que llorara afuera. Sí, se volvió todo melodramático. Álvaro siguió sin contarle nada a nadie. Ya como a las ocho de la noche fue por sus libros a Macondo. Llevaba un morral para guardarlos, pues pensó que si salía con la caja iban a decir que el ladrón era él. Los libros tenían unas tarjetas con información bibliográfica, y Álvaro empezó a sacar cada una y a tirarlas en el escritorio. Creo que fue la única manifestación brusca que yo tuve. Fue sacar las tarjetas, como que me sabían a mierda, y dejarlas en el escritorio. Cogió el morral y se fue. Ya estaban a punto de cerrar la feria y la policía nunca llegó. Álvaro llegó a su casa. Tenía mucho dolor de cabeza. Pensó poner algo en Facebook pero decidió que mejor no. Casi no durmió esa noche. Al día siguiente un amigo vino a visitarlo a la feria y Álvaro le contó del robo. Me dijo “no lo puedo creer. ¿Qué se puede hacer? ¿Pero cómo así? ¿Qué pasó?”. Y yo: “Pues yo no sé”. Entonces él dijo “¿Te parece que te dé el email de “Teléfono rosa” de El Tiempo?”. Explico: El Tiempo es uno de los periódicos más importantes del país y “Teléfono rosa” es una sección de “noticias” –más bien como chismes– de la farándula nacional que sale una vez por semana, cada domingo. Pero ese día era domingo, ¿verdad? O sea que la noticia no iba a salir por otros siete días. Sí, pero igual Álvaro le dijo… Pues bueno, sí, para que digan algo, ¿no? El amigo le dio el email. Pero yo no tengo ni plan de datos en el celular y en la feria el internet no tenía wifi y esas cosas. Entonces pensó “de aquí a que yo llegue a mi casa y mande el email pues va a ser un día perdido”. Entonces se le ocurrió llamar a una amiga periodista que trabaja en El Tiempo. Para pedirle el teléfono del encargado de “Teléfono rosa”. Ella le dice: “Usted… ¡¿usted está loco?! Esto no es una noticia para ‘Teléfono rosa’. Además, el ‘Teléfono rosa’ es una vez por semana. ¡Usted está loco, cómo se le ocurre!”. Su amiga le pidió que le contara todo con detalles. Le dijo que ella misma iba a escribir la noticia y que la iba a mandar a eltiempo.com. A eso del mediodía, la amiga lo volvió a llamar. Y me dice “Álvaro, usted no se imagina el mierdero que se formó. La noticia está en todo el mundo”. Y nos llegan informaciones desde la página cultural que no son muy alentadoras que digamos. Un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, fue robado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Parece otro suceso típico de un país mágico e insólito como Macondo, pero es la realidad. Un ladrón entró a Macondo y su robo empañó la más exitosa de las Ferias de Libro de Bogotá. Su botín fue un ejemplar de la primera edición de 1967. Y comenzó a sonar el celular. “Lo estamos llamando desde no sé dónde, desde no sé dónde”. Entonces me llamaban de México, de Argentina, de Europa, de Francia, de España. De todas partes del mundo. Y a estas alturas, ¿David qué? Pues no había pisado la feria desde el robo. Estaba en un evento en su librería cuando se enteró que la noticia estaba en todas partes. Yo sabía que estaba con un problema muy tenaz, pero [lo que] me preocupaba era el tema institucional. O sea, estaba preocupado no sólo por cómo iba a responder por el libro sino cómo iba a quedar la asociación. Pero ni siquiera había pensado en los medios. O sea, ahí me angustié mucho más, y tenía mucho afán de ir a averiguar qué había pasado policialmente con el tema porque me angustiaba que eso se volviera como una cosa mediática muy fuerte, y ni siquiera habíamos puesto un denuncio. ¿Cómo así que no habían puesto un denuncio? Tal cual. No habían puesto un denuncio. Y te explico: es que Edgar y Lucía les habían avisado a los de seguridad de la feria sobre el robo. Pero… Según el proceso regular de seguridad, ellos tendrían que haberle avisado a la policía. Ellos, es decir, los de la feria. Pero no lo hicieron. Llegaron primero los medios antes que la policía. Cuando David se enteró que la noticia ya estaba en todos los medios, se consiguió el teléfono del de seguridad de la feria, un coronel retirado. Y cuando llegó al stand… Había un grupo como muy diligente de la policía. Había una mayor, había un coronel, había un capitán de Patrimonio, había un funcionario de la SIJIN, de la DIJIN. No, pues, Camila, me estás hablando en colombiano. [Risas] Sí, yo sé. Eso de la DIJIN y la SIJIN es muy confuso incluso para nosotros. Pero básicamente lo que hay que entender es que la SIJIN es local y depende de la DIJIN, que es nacional. Pero bueno, más allá de estos tecnicismos, cuando Álvaro llegó al stand se impresionó mucho al ver toda esta gente, incluidos los de criminalística, que estaban haciendo levantamiento de huellas. Eran como CSI’s, una cosa así. Todo era… era una cosa muy rara. La policía empezó a interrogar a todo el mundo. Le preguntaban a uno “¿dónde consiguió el libro, cuánto le costó, cómo se lo dedicó García Márquez, por qué se lo dedicó a usted, usted dónde estaba, quién tenía las llaves?”. Y yo “yo, yo soy el único que las tenía”. “¿Usted cómo sabe que usted era el único?”. “Pues porque me dijeron que era el único”. A Álvaro, a David, a Edgar, a Lucía y a otras dos mujeres que estaban a cargo de cuidar las vitrinas se los llevaron a la oficina de seguridad de la feria. Allá les tomaron a todos las declaraciones. Fueron como cuatro o cinco horas, una cosa desesperante que no se acababa. Y uno comienza a sentirse como un ladrón, como que el culpable es uno, por el interrogatorio, y le preguntan y ponen en duda todo lo que uno dice. Entonces uno se siente muy, muy mal. Cuando salieron del interrogatorio ya era prácticamente de noche. A Álvaro y a David los seguían llamando de docenas de medios nacionales e internacionales. Pero llegó un momento en que David decidió no dar más entrevistas. Porque ya empezaba a degenerarse un poco la cosa. Como que la gente empieza a inventarse unas teorías bastante locas y a veces muy irrespetuosas, casi ya. Como decir que Álvaro se había autorobado, que me parece la cosa más mezquina que podría pasar. Ya para el lunes, esta era la noticia del día en todos los periódicos, emisoras y noticieros. La fiscalía ha considerado que el hurto que ha sucedido sobre la obra de Gabriel García Márquez realmente es un atentado muy serio contra el patrimonio cultural. ¿Y quién es este señor? Este es el vicefiscal general de la época, Juan Vicente Valbuena. Hizo una rueda de prensa sólo para hablar del hecho. Dijo que ya la Policía Nacional estaba investigando y que había que aclarar que no solamente eran responsables quienes se robaron el libro, sino también quienes lo compraran. … sino adicionalmente quienes lo adquieran. Para quienes pudieron hurtarse esta obra, las penas podrían oscilar entre seis a 20 años, e igualmente para quienes cometan el delito de receptación, es decir, adquirir este bien robado, también irían de cuatro a 12 años de prisión. Momentito. ¿20 años de cárcel para el ladrón de un libro? Sí, hasta 20 años. Para mucha gente fue absurdo. En las redes sociales se leían cosas como: Por eso este país está al revés. El que roba millones de millones le dan ocho años de prisión y el que robó un libro de Gabo le dan 20. Es increíble.” O… “Este país es muy charro. 20 años de cárcel para el que se robó el libro de Gabo y ocho para el que cometió crímenes de lesa humanidad. Qué país.” ¿Charro? ¿Qué es eso? Charro. En este contexto algo así como ridículo. Ese lunes era el último día de la feria. Esa mañana Álvaro se estaba alistando para dar una entrevista para televisión en la plaza central de la feria cuando entraron docenas de niños, estudiantes de algún colegio. Y un niño de entre 10 y 12 años se me acerca y me dice “oiga, ¿usted no fue al que le robaron el libro?”. Yo le dije “sí, soy yo”. Y el niño me dio un abrazo y me dijo “lo siento mucho, ojalá el libro aparezca”. Y yo me puse a llorar. Álvaro necesitó un momento para poder empezar la entrevista. La primera pregunta que le hicieron fue “¿y cómo se siente ahora?”. Y Álvaro contestó: En este momento me siento diferente porque ya me di cuenta que esto no sólo me pasó a mí, sino nos pasó a todos los colombianos. Y eso me da mucha tristeza porque se robaron el libro, pero me da mucha paz y tranquilidad y orgullo de saber que pues que hay gente que puede sentir una desgracia mínima ajena, comparada con muchas desgracias que hay en la vida y que suceden en este país, como suya. Y eso nos prueba que los colombianos, como dice García Márquez, somos capaces de lo peor pero también de lo mejor. Una pausa y volvemos. –CORTE INTERMEDIO– Gracias por escuchar Radio Ambulante. Antes de volver a nuestra historia les quiero contar de otro podcast de NPR, de música, que se llama Alt.Latino. Lo presenta Felix Contreras. Y Felix sirve de guía en el mundo de la cultura y las artes latinas. Se trata de una forma alternativa de abordar a la música tradicional. Entrevistas con íconos culturales como Rita Moreno y Carlos Santana, pero también con artistas más del momento como Calle 13 o el autor Junot Díaz. Encuentra Alt.Latino en la app de NPR One o también en a página web: npr.org/podcasts Hola, soy Daniel Alarcón. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Antes de la pausa, Camila nos estaba contando sobre el robo de una primera edición firmada de Cien años de soledad, en la Feria del Libro de Bogotá. Y nada, esa feria se acabó el lunes y… Todo fue volviendo a la normalidad. Pero el viernes, seis días después del robo, Álvaro estaba en su librería, trabajando, cuando lo llama un amigo y le dice: Hermano, ¿que apareció el libro? Y Álvaro: “no…” “Es que mi papá lo escuchó. Escuchó la noticia en La Luciérnaga”. Yo le dije “no, pues si es en La Luciérnaga están mamando gallo”. Y hace unos días había salido una noticia… La Luciérnaga es un programa de radio donde hablan de la actualidad nacional. Pero aparecen personajes y noticias ficticias que se burlan de lo que está pasando en el país. Entonces, claro, para Álvaro, si había salido la noticia en La Luciérnaga, seguro que era un chiste. Y vi que en el Facebook alguien puso “¡Alegría! El libro apareció”. Y yo dije “¿pero cómo así que el libro apareció si a mí nadie me llama?”. Y de repente suena el celular. Lo estaba llamando el asistente del General Palomino, el director de la policía. “Estaba llamándole para informarle que el libro apareció”. Y que el General Palomino quería entregárselo en persona. ¿En persona? Es un poco exagerado, ¿no? [Risas] ¡Sí! Pero además le dijeron… Ya vamos a mandar una patrulla por usted. ¿Qué sentiste con esa llamada? Incredulidad total. Alegría y una incredulidad muy grande, muy grande. Apenas colgó con el de la policía, llamó a David. Este es el director de la Asociación de Libreros Independientes, ¿verdad? Exacto. Al que le había prestado el libro. Le dije “Álvaro, usted no me lo va a creer pero yo creo que estoy más contento que usted”. [Risas] Al momentico llegó un policía en una patrulla a recoger a Álvaro. Era viernes, hora pico, había muchos trancones y al pobre policía lo llamaban por radioteléfono. “Oiga, que le apure, que le apure, que lo están esperando”. “Hay trancón”. “Pues ponga la sirena”. Entonces el carro iba a toda velocidad. Y, Daniel, ¿sabes qué es Transmilenio? Sí, sí, los buses exprés que hay en Bogotá. Sí, esos. Que tienen un carril exclusivo. Álvaro me contó que la patrulla iba a toda velocidad por el carril del Transmilenio para evitar el trancón. Como si fuera una ambulancia o algo así. Como si fuera de vida o muerte la entrega de un libro. [Risas] Yo decía “esto es muy chistoso”. Ya me daba risa. Llegaron a la dirección de la policía y el director, Palomino… Se me acercó muy amablemente y me dijo “usted no sabe el orgullo que sentimos nosotros de haberle recuperado su libro”. Y en el escritorio de él había una caja de cartón de un router. Y él abrió la caja y ahí estaba el libro. Me dijo “¿ese es su libro?” Entonces abrió la página de la dedicatoria y dije “sí, ese es mi libro” y me puse a llorar. Fue la segunda vez que lloré. Esa es una llorada de alegría. Ahí le dijeron que tenía que ir a la rueda de prensa. Primero habló Palomino. Era una victoria para la policía haber encontrado el libro en tiempo récord: sólo seis días después del denuncio. Hemos logrado algo muy importante, muy importante. Pero tenemos que cerrar este círculo con la captura de los responsables. Hay algunos detalles que seguramente, por ahora… Y es que se encontró el libro pero no al ladrón. ¿Y qué dijo de la recuperación del libro? No mucho. No dio muchos detalles de cómo fue la operación. Contó que lo habían encontrado en una caja, en el barrio de La Perseverancia, en el centro de Bogotá. Lo que sí dijo fue que habían descubierto que el libro estaba listo para ser vendido. Sabemos que lo iban a comercializar por más de 120 millones de pesos. ¿Y eso cuánto es en dólares? Como 40 mil dólares. Estamos hablando de mucha plata. 174 veces el salario mínimo y con lo que se podría comprar uno, no sé, un apartamento chiquito en el sur de Bogotá. Y bueno, Palomino le hizo entrega oficial del libro a Álvaro frente a todos los medios de comunicación, y después le dieron la palabra. Álvaro dio las gracias y estaba claramente conmovido. Se le escucha en la voz. Que este libro ya no me pertenece a mí. Que este libro le pertenece a mi país y que se lo voy a donar a la Biblioteca Nacional de Colombia porque desde el momento en que gran parte de los colombianos manifestaron su repudio por esta acción, pasó a ser patrimonio de todos. Esa noche la noticia salió en todos los medios nacionales e internacionales. Pero me llamó la atención que hubo versiones ligeramente diferentes sobre dónde se encontró el libro. ¿Cómo así? Es que en algunos noticieros, por ejemplo, dijeron que lo habían encontrado dentro de una casa, y en otros que en una venta callejera. A Álvaro tampoco es que le han dado muchos más detalles. Guatibonza, el director de la policía de Bogotá, le dijo que cuando supieron del robo… Pusieron todas las alertas y detectaron, no sé cómo, que el libro lo iban a sacar del país. Y que se decidieron infiltrar el mercado negro, donde se estaba hablando eso. Le dijeron que habían detectado que alguien tenía el libro y que esa persona se había puesto una cita con un posible comprador. Y que, finalmente, el vendedor… Se dio cuenta que era una trampa. Y que lo tenían ya chequeado, interceptado, y que el man abandonó el libro y que ellos cogieron el libro en una tienda. Eso es la versión que a mí me dieron, esa es la versión que está en la prensa. Es la única versión que yo tengo de lo que pasó. ¿Y esa cifra, de que lo iban a vender por 120 millones de pesos, o algo así? También le pregunté a Álvaro qué sabía de eso. ¿De dónde sale esa cifra? No sé… Pero yo no sé nada. Pasó el fin de semana y a Álvaro lo seguían llamando para entrevistas. Estaba cansado, no dormía bien y todo el tiempo oía que el celular le sonaba, así nadie lo estuviera llamando. Quería que todo esto se acabara así que a principios de la semana llamó a Consuelo Gaitán, la directora de la Biblioteca Nacional, y le dijo: Por favor, yo quiero hacer esta donación rápido, rápido, rápido. Yo quiero salir de esto rápido”. Y le dije yo, jodiendo, “si el jueves no se ha decidido, si el jueves no se ha hecho eso, yo el viernes se lo dono al Museo Nacional”. Acordaron que, entonces, la donación iba a ser el jueves 14 de mayo a las cuatro de la tarde. Yo me encontré con él ese día en la puerta de la biblioteca. Por acá, por favor. Subimos a la oficina de la directora y ahí me mostró las ocho cajas de primeras ediciones, otros libros y revistas y recortes de periódicos que iba a donar. O sea, no sólo el libro recuperado. No, donó varias cosas más. Gran parte de su colección sobre García Márquez que llevaba años reuniendo. Nos sentamos y me mostró el libro. ¿Entonces quiere ver el libro? Así me lo entregaron, en esta cajita. Así, en esta misma caja. Me mostró la dedicatoria y además me mostró otra cosa. …Y a este libro yo le agregué una nota que le escribí, que se la dejé en la primera página, que dice: Este ejemplar de ‘Cien años de soledad’ lo compré en Montevideo, Uruguay. Ahí escribió los hechos: cuándo fue robado, recuperado… y termina con esto: Se lo entrego hoy, mayo 14 de 2015, a la Biblioteca Nacional de Colombia para que permanezca y sea un testimonio de gratitud para… Poco después bajamos a la rueda de prensa donde había varios medios. Álvaro quiso que fuera así, un acto público y oficial. Ahí empezó a hablar la directora. Bueno, nada, esto es sencillamente una… un encuentro que tuvo un origen infortunado pero un final afortunado. Bueno, no se escucha muy bien, pero le agradeció a Álvaro, obviamente, y dijo que este libro era el inicio de una gran colección que la biblioteca quiere formar, y que este libro en particular es importante no sólo por el valor patrimonial sino por todo lo que su robo significó para el país. …todo lo que significó para el país la pérdida de este libro. Álvaro habló corto y se dio por finalizada la donación. Bueno, final feliz, entonces. Más o menos. O sea, sí, apareció el libro y muy bien. Pero creo que muchos nos quedamos con varias preguntas. Como con la idea de que había algo raro en toda esta versión. ¿Cómo así que no cogieron al ladrón? Lucía, por ejemplo, me dijo esto: Pues uno no se explica cómo la policía, sabiendo quiénes eran, pues no los culparon de nada, ¿no? Sino que pues sería como un acuerdo que si entregan el libro, pues ya. Algo parecido me dijo Edgar: Que no haya aparecido el responsable pues le da a uno la sensación de que las cosas se hicieron un poco… como que no fue tan limpio el asunto. ¿Entonces te pusiste a investigar? Sí. Y comencé por el lugar más obvio: la Policía Nacional. Línea de la Policía Nacional, muy buenos días. ¿En qué le puedo servir? Buenos días. ¿Me puede comunicar con la sección de prensa de la policía, por favor? Ya, un momento. Y, Daniel, no te puedo explicar lo difícil que fue el proceso de dar con alguien en la policía que quisiera o pudiera hablar. Mi primer intento fue en junio del 2015. Hace más de un año. Sí. Hablé con jefes de prensa, comandantes y tenientes. Nadie quería dar declaraciones. Unos me decían que ya habían dicho todo lo que podían sobre el tema. Otros que no podían hablar porque se suponía que estaban a punto de coger a la banda que se había robado el libro. Hacía llamadas prácticamente todas las semanas. Hasta que finalmente en abril del 2016 me dieron una cita con el teniente que había estado a cargo del caso. Entonces me fui para las oficinas de la SIJIN. Has llegado a tu destino. Los que se encargan de investigar crímenes en Bogotá. Sí. La SIJIN queda en el puro centro de Bogotá. Es un edificio decrépito. A las paredes se les está cayendo la pintura y a veces la sensación que uno tiene es que está en un edificio abandonado. Me recibió un funcionario que me llevó a una oficina chiquita pero llena de cubículos vacíos. No había nada. Ni un computador ni un teléfono ni una foto. Casi ni un papel. Mi guía me presentó a otro funcionario pero ninguno de los dos sabía yo por qué estaba ahí. Les expliqué la historia que estaba haciendo y que quería entrevistar al teniente. Estaba esperando que me llevaran a su oficina… ¿Y el teniente no tiene una oficina? No, es ese escritorio. Ah, ¿es ese escritorio? “Aquí somos pobres y vivimos lejos”, decían en el pueblo mío. El escritorio del teniente era igual a los otros. Completamente vacío. Y el teniente nada que aparecía. Los funcionarios me llevaron donde un mayor y ahí volví a echar todo el cuento: que Radio Ambulante, que el robo, que la autorización. Y el protocolo sigue. El mayor llama a la jefe de prensa y le traduce todo el rollo. ¿Será que nosotros podríamos hacer eso? ¿Cómo sería el tema? Mi mayor, ¿pero el libro que habían robado la vez pasada en la Feria del Libro? Pues hasta donde yo sé el único libro que se han robado de García Márquez fue ese. No me asuste que hay otro por ahí. Y bueno, te cuento todo esto, Daniel, porque estuve casi dos horas ahí y me pareció inverosímil el nivel de burocracia. Es que incluso después de decenas de conversaciones con el teniente y de una autorización firmada que yo llevaba impresa, en un momento dado llegué a pensar que iba a salir de allí sin ninguna entrevista. ¿Pero…? Pero finalmente el mayor me dice que bueno, que entreviste al funcionario que me llevó a su oficina, que él fue el que hizo toda la operación. Nos fuimos a un carro y nos metimos en un parqueadero que quedaba en un sótano. Al sótano. ¿Cómo le va? Buenos días. El funcionario pidió que no usáramos su nombre. Soy investigador del grupo contra-atracos de la SIJIN. Ostento el grado de intendente. Investigamos todo tipo de delitos que tenga que ver con el hurto a personas en sus diferentes modalidades. Me contó que todos los lunes por la mañana los casi 1.300 hombres de la SIJIN se forman en una plaza de armas ahí en el centro y hacen lo que él llama “verificación de novedades”, es decir, los ponen al día con las investigaciones de esa semana. Ese lunes, después del robo… Entonces nos dijeron: “Oigan, pilas porque por ahí hay un caso recomendado. Ustedes que se la pasan por allá en el centro, y en esas librerías se robaron un libro de Gabriel García Márquez, entonces para que ustedes de pronto lo encarguen con sus fuentes”. ¿Y qué es un caso recomendado? Pues oye bien lo que me dijo: Un caso relevante es cuando roban a una persona y la persona ostenta algún nivel de importancia dentro de la misma sociedad. Entonces aquí roban un senador, roban un ministro, le roban a la secretaria privada del ministerio de no sé qué, le roban el celular en la oficina… Entonces eso para nosotros son casos recomendados, pues. Básicamente lo que está diciendo es lo que todos los colombianos ya más o menos sabemos: que la policía le da prioridad a los casos de la gente más importante, la gente con plata, la gente famosa. O sea, al libro valioso, al escándalo mediático… Exacto. Entonces, bueno, el caso del libro claramente era recomendado. Y es que este intendente se la pasa caminando por el centro de Bogotá porque es donde más robos hay. Tenemos mucho diálogo con cualquier cantidad de comerciantes, digámoslo, entre comillas, “buenos y malos”. O sea, gente que “vende cosas de dudosa procedencia”. Esa fue la frase que usó el intendente. En esa zona del centro hay varias cuadras llenas de casetas que desde hace años venden libros, en su mayoría usados. Entonces yo me la paso mucho con ellos porque ellos en algún momento también son víctimas de estas bandas que operan en el centro. ¿Por qué? Porque eso genera inseguridad. Y claro, esos comerciantes no quieren que a sus clientes los roben. Pero es mejor como me lo dijo el intendente. Oye: Entonces si usted quería comprar un libro y sabe que en la décima con trece le roban las medias sin quitarle los zapatos, pues usted se va para otro lado, ¿sí me entiende? Perdón, ¿qué dijo? Que usted no va donde le roban las medias sin quitarle los zapatos. Así que el intendente empieza a pasar por todas las casetas de libros de la zona y a decirles a los comerciantes: “Oiga, hermano, por ahí se robaron un libro, huevón. Y eso es mejor que si de pronto sabe o lo vienen a ofrecer, llámenos”. Les dijo que nadie se iba a quedar quieto hasta que ese libro apareciera. Pasaba tipo ocho y media, nueve de la mañana. Cuando salgo a almorzar también pasa uno ahí por la librería. “Oiga, huevón, ¿no ha sabido nada?”. “No, parce”. Les insistía en la importancia del libro. Hasta que el viernes, como a las dos de la tarde, volvió a pasar por una de las librerías de la 13 con décima. Cuando me dijeron “oiga, venga, sargento”. “¿Qué pasó, huevón?”. “Por ahí están ofreciendo ese libro”. “¿Cómo?”. “Sí”. “¿Y quiénes son?”. “No, son unos manes por allá de la Perseverancia”. Se los describieron como un muchacho joven de piel trigueña que medía como un metro 60 y una mujer joven de pelo rubio. “Pero, huevón, ¿cómo se llaman los manes? El número, el teléfono”. “No, esos manes vinieron a ofrecerlo pero los manes están pidiendo mucho”. ¿Cuánto se suponía que estaban pidiendo? Según lo que me contó el intendente, 50 millones de pesos. O sea, casi 20 mil dólares. Pero el director de la policía dio otra cifra. Sí, 120 millones. Más del doble de lo que me dijo el intendente. Qué extraño. Muy. Y nadie me ha podido aclarar de dónde viene esa cifra. Pero bueno, el intendente empezó a averiguar en otros locales para ver si también lo habían ofrecido. Llegamos a otro lado. Llegamos y dijeron “oiga, por ahí como que había un man interesado pero se los va a comprar allá en la Perseverancia porque los manes están cabreados y no quieren venir pa’cá porque saben que está como delicado el tema del libro”. [Risas] En mi perra vida había escuchado a nadie hablar tan rápido. Yo sé, habla rapidísimo, casi que ni toma aire. Buenísimo. ¿Entonces? Le soltaron un dato. Y nos dan las indicaciones más o menos por donde se reúnen los manes. Les dicen que en un puente peatonal que queda cerca del barrio. Y entonces, claro, lo primero que hace el intendente es llamar al jefe a contarle que tiene esa información. Y el jefe de él llama a su jefe a contarle. Y decidieron actuar. Ya nos organizamos todos y nos arrancamos en tres carros. Iban ocho policías. Cuando van por la carretera, llegando al barrio, uno de los policías dice: “Ahí hay unos manes allí abajo”. Los policías saltan de los carros, y me dice que eran como cuatro o cinco tipos que, cuando vieron a los policías, empezaron a correr. Cuando salen a correr se escuchan disparos. “Quietos, quietos, que están disparando”. De los ocho policías, algunos persiguen a los tipos. Otros, incluyendo el intendente, se dan cuenta que habían botado algo al piso: una caja. Cuando verificamos la caja pues lo primero que hacemos es mirar qué es lo que está en la caja. Entonces mi mayor: “Aquí está el libro, aquí está el libro”. “¿Y los manes?”. “No. Tiraron la caja y salieron a correr”. Pidieron apoyo de policías del sector. Y llegaron como unas cuatro o cinco motos. Empezamos de vueltas pa’ arriba, de vueltas pa’ nada. O sea, no los cogieron. No. Según el intendente, no los cogieron. ¿Y ahí terminó todo? Pues no del todo. En abril de este año, 2016, casi un año después de la recuperación del libro, a Álvaro le llegó una notificación de la fiscalía. Decía que la denuncia del robo había pasado a lo que se llama un archivo provisional. ¿Eso qué quiere decir? ¿Que cerraron el caso? Pues justamente eso quería saber. Le pregunté al intendente si eso significaba que no seguían buscando a los culpables. Me contestó esto: No, la investigación sí sigue, pues. O sea, de eso hay que ser claro. Ese tipo de casos no se cierran. O sea, no se cierran, ¿pero sí se archivan? Exacto. ¿Y la diferencia es…? Lo que entendí es que no está abierto porque no están buscando activamente a los culpables, pero no está cerrado porque no los han encontrado. ¿Pero entonces cuándo se cierra, supuestamente? Pues mira lo que me dijo: O sea, pasarán mucha cantidad de años pero el caso no se va a cerrar. Se cierra sólo en el momento en que lo capturen. Archivo provisional, sí. Ah, sí. Pero si lo capturan ya lo cierran. Sí lo cierran, sí. Pero si se captura uno y los que fueron a ofrecer el libro son dos y el tercero era un comprador, se cierra el día en que cojamos a los tres. Bueno, ¿y hoy, Camila, dónde está ese libro? Hoy está en el área de colecciones, junto a los libros más valiosos de la Biblioteca Nacional. Cualquiera puede consultarlo pero siempre vigilado por uno de los funcionarios de la sala. Y en cuanto al precio, ¿pudiste averiguar al fin cuánto realmente podría costar? Pues traté por todos los medios de averiguar de dónde había sacado Palomino esa cifra de los 40 mil dólares, pero no hubo respuesta. Hablé con un avaluador que me dijo que él no creía que este libro se hubiera podido vender por más de 10 mil dólares, 12 mil, si mucho. Pero creo que lo del precio igual no importa tanto. Lo que realmente importa, y lo que yo me llevo de todo esto, va más allá del libro. En realidad tiene que ver más con Colombia que con García Márquez o con cualquier primera edición robada. Es esa misma sensación que le quedó a Edgar. De que tiene que haber un jefe gritando a alguien, diciéndole “eso aparece porque aparece”. Entonces ahí sí actúo.. Eso es lo que está mal. Es decir, ojalá todos los casos de la policía fueran recomendados y hubiera esa misma eficiencia para atender el robo de un ciudadano común y corriente. Camila Segura es la editora principal de Radio Ambulante. Vive en Bogotá. Gracias a la Productora Sónica, a Sandra Acero y a José Luis Peñaredonda. Silvia Viñas yo editamos esta historia con la ayuda de Martina Castro. La música es de Luis Maurette. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Luis Trelles, Fe Martínez, Elsa Liliana Ulloa, Barbara Sawhill y Caro Rolando. Nuestros pasantes son Emiliano Rodríguez, Andrés Azpiri y Luis Fernando Vargas. Gracias a Gustavo Martínez por su ayuda. Carolina Guerrero es la CEO. Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web: radioambulante.org. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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