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Radio Ambulante - Hasta encontrarlo

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30

¿Qué pasó con Marco Antonio Molina Theissen?

Minutos después de recibir una de las mejores noticias de su vida, el mundo de la familia Molina Theissen se vino abajo. Casi cuarenta años más tarde, su caso es emblemático de un conflicto que Guatemala no ha terminado de asimilar.

***

► Si quieres participar en la investigación de NPR que mencionamos al comienzo del episodio, ingresa a este enlace. Recuerda que debes vivir en Estados Unidos y ser mayor de edad. ¡Gracias!

► Además, conversaremos en vivo con Luis Fernando Vargas, productor de esta historia, para responder sus preguntas y comentarios. Pueden conectarse en este enlace.

Ambulantes
que
hablan
inglés
y
viven
en
Estados
Unidos,
el
equipo
de
investigaciones
de
NPR
necesita
su
voz.
Quieren
probar
qué
tan
precisos
son
los
algoritmos
que
convierten
voz
en
texto
cuando
son
usados
por
personas
de
diferentes
acentos
y
procedencias.
Me
refiero
a
asistentes
de
voz
como
Siri
o
Alexa.
Para
el
experimento
les
van
a
pedir
grabar
cosas
divertidas
y
traten
de
no
reírse.
Si
quieren
sumarse
visiten
el
enlace
que
dejamos
en
la
descripción
de
este
episodio.
¡Gracias!
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Empecemos
por
aquí:
el
6
de
octubre
de
1981,
en
la
colonia
La
Florida,
Ciudad
de
Guatemala.
Ahí
vivía
Marco
Antonio
Molina
Theissen,
un
estudiante
de
14
años.
Estaba
en
casa
con
su
mamá,
doña
Emma.
Y
pasado
el
mediodía…
Tocaron
la
puerta
y
mi
hijo
salió
a
abrir.
Eran
dos
hombres
vestidos
de
civil.
Entraron
violentamente
a
la
casa.
Ambos
tenían
pistolas.
Uno
de
ellos
atrapó
a
Marco
Antonio.
Y
a
me
agarraron
del
brazo
y
ahí
ya
no
me
soltaron.
Le
gritaron
a
Marco
Antonio
que
fuera
a
buscar
un
rollo
de
cinta
pegante.
Y
al
regresar…
Lo
pusieron
engrietado
a
un
sillón
de
la
sala.
Y
le
taparon
la
boca
con
esta
cinta.
Marco
Antonio
estaba
pálido,
en
shock.
Y
a
me
agarraron
y
me
llevaban
de
cuarto
en
cuarto,
de
habitación
a
habitación
de
la
casa.
Estaban
buscando
algo
o
a
alguien.
Tiraron
todo
lo
que
pudieron.
Registraron
roperos.
De
ahí
se
llevaron
una
cámara
y
hallaron
un
álbum
y
se
llevaron
fotos
de
Emma.
Emma
era
una
de
las
tres
hermanas
de
Marco
Antonio.
Y
después
de
coger
las
fotos…
Me
golpearon
y
me
empujaron.
Me
metieron
a
en
la
primera
habitación
después
de
la
sala
donde
tenían
a
Marco
Antonio.
Sacaron
a
Marco
Antonio.
Y
entonces
yo
logré
jalar
y
salí
corriendo.
Ya
lo
tenían
metido
en
el
pick
up,
metida
la
cabeza
en
un
saco.
Uno
de
los
hombres
estaba
sentado
sobre
Marco
Antonio
y
el
otro
estaba
en
la
calle.
Y
él
solo
se
metió
a
la
cabina
y
arrancó.
Ya
tenía
el
carro
encendido.
Y
por
más
que
yo
grité,
ya
no…
Nadie
en
la
calle
hizo
nada
ante
sus
gritos
de
auxilio.
Se
queda
uno
que
no
sabe
ni
qué
pensar.
No
sabe
qué
hacer.
Nunca
me
imaginé,
jamás,
jamás
supuse
yo
una
barbaridad
así.
Esa
fue
la
última
vez
que
doña
Emma
vio
a
su
hijo.
Durante
casi
cuatro
décadas,
la
familia
Molina
Theissen
ha
intentado
dar
con
el
paradero
de
Marco
Antonio.
Una
búsqueda
dolorosa,
extenuante.
Una
búsqueda
representativa
de
una
guerra
violenta,
sucia,
que
destruyó
las
vidas
de
miles
de
familias
en
Guatemala.
Nuestro
editor
Luis
Fernando
Vargas
nos
cuenta
la
historia.
Volveremos
a
la
búsqueda
de
Marco
Antonio
un
poco
más
tarde.
Por
ahora,
quiero
que
entiendan
por
qué
lo
secuestraron.
Y
la
clave
está
en
las
fotos
de
Emma
que
se
llevaron
los
hombres.
Estaban
buscándola.
Más
tarde
la
familia
se
daría
cuenta
que
eran
agentes
del
ejército
guatemalteco.
En
1981,
el
año
en
que
secuestraron
a
Marco
Antonio,
Emma
tenía
apenas
21
años
y
era
militante
del
área
juvenil
del
Partido
Guatemalteco
del
Trabajo
—o
el
PGT—
en
Quetzaltenango,
una
ciudad
a
unas
tres
horas
y
media
de
la
capital.
Se
encargaba
de
organizar
los
encuentros
entre
los
militantes
y
de
ser
la
representante
de
la
ciudad
en
las
reuniones
importantes
de
la
juventud
del
partido.
El
PGT
era
uno
de
los
varios
grupos
de
izquierda
que
estaban
activos
en
Guatemala
durante
los
años
setenta.
Estaban
animados
por
la
Revolución
Cubana,
que
había
sucedido
poco
más
de
una
década
atrás.
Sentían
que
el
comunismo
era
la
opción
más
justa,
una
opción
tangible,
en
especial
por
los
movimientos
de
izquierda
que
estaban
sucediendo
en
El
Salvador
y
Nicaragua.
Y,
claro,
este
clima
atrajo
a
una
juventud
guatemalteca
desencantada
por
los
gobiernos
militares
de
derecha,
los
golpes
de
estado
y
la
gran
desigualdad
que
había
—que
todavía
hay—
en
el
país.
Emma
quiso
unirse
a
uno
de
estos
grupos
desde
muy
joven.
En
su
casa,
las
injusticias
sociales
eran
un
tema
de
conversación
recurrente.
Esta
es
Emma.
Nosotras
—mis
hermanas
y
Marco
Antonio
y
mi
mamá
misma—
oíamos
prácticamente
todos
los
días
a
mi
padre
hablar
de
eso.
Él
vivía
siempre
muy
preocupado
por
la
gente
pobre,
la
más
pobre
de
los
lugares
donde
él
trabajaba.
El
papá
de
Emma,
que
murió
en
1994,
era
contador
y
fue
despedido
de
varias
empresas
por
sus
luchas
para
mejorar
las
condiciones
de
trabajo
de
los
empleados.
De
verdad,
él
sufría
pensando…
y
hasta
de
insomnio
le
daba
pensar
en
qué
va
a
hacer
tal
familia,
qué
va
a
hacer
fulano,
qué
va
a
hacer
la
fulana
con
los
problemas
económicos
que…
que
tenían.
Entonces,
bueno,
eso
por
un
lado,
pues,
nos
hizo
bastante
sensibles
a…
a
las
necesidades
de
la
gente
más
necesitada.
La
hermana
mayor
de
Emma,
Ana
Lucrecia,
se
había
unido
a
la
guerrilla
las
Fuerzas
Armadas
Rebeldes,
uno
de
estos
grupos
de
izquierda
que
había
en
el
país
en
1974,
y
Emma
hizo
lo
mismo
estando
apenas
en
el
colegio.
Ambas
me
dijeron
que
mientras
estuvieron
en
la
guerrilla
nunca
participaron
en
actos
violentos
o
de
terrorismo.
Sus
militancias
consistían
en
ir
a
reuniones,
discutir
la
realidad
nacional,
plantear
posibles
soluciones
a
los
problemas
que
enfrentaba
el
país
y
discutir
qué
acciones
podía
tomar
el
grupo
para
crecer.
Pero
Emma
me
confesó
que
una
vez
tuvo
una
pistola
en
su
poder.
Fue
durante
una
repartidera
de
volantes
en
una
comunidad
y
que
terminó
en
su
arresto
por
el
cargo
de
“subversión”.
Me
dijo
que
se
la
dieron
personas
de
las
Fuerzas
Armadas
Rebeldes
por
su
seguridad,
aunque
nunca
la
usó.
De
todas
formas,
Emma
y
Ana
Lucrecia
no
duraron
mucho
en
las
Fuerzas
Armadas
Rebeldes.
Para
1977
—cuatro
años
antes
del
secuestro
de
Marco
Antonio—
ya
se
habían
salido
de
la
organización
y
se
habían
inscrito
en
el
Partido
Guatemalteco
del
Trabajo,
que
tenía
los
mismos
ideales
de
justicia
social.
En
ese
momento,
Fernando
Romeo
Lucas
García
era
el
presidente
de
Guatemala.
Era
un
militar
de
derecha.
A
las
órdenes
de
un
grupo
empresarial
avorazado,
injusto,
discriminador,
racista,
terriblemente
clasista.
Este
es
el
entonces
jefe
del
Estado
Mayor
del
Ejército,
Benedicto
Lucas
García,
hermano
del
presidente,
en
una
entrevista
que
dio
en
1982.
Usted
sabe
que
aquí
la
clase…
la
extrema
derecha
es
muy
fuerte,
es
demasiado
fuerte.
Y
es
difícil
competir
con
ella
para
poner
un
gobierno
que
tenga
una
línea
de
centro
izquierda
o…
o
sea
centrista,
¿verdad?
Para
ellos,
la
izquierda
buscaba
desestabilizar
el
país.
Necesitamos
mejorar
nuestra
economía,
mejorar
nuestra
agricultura.
Pero
eso
es
justamente
el
objetivo
primordial
que
han
estado
atacando
los
subversivos
para,
eh…
botar
la
economía
y
aparentar
en
el
extranjero
de
que
nosotros
estamos
en
una
situación
caótica.
Y
con
esa
justificación,
habían
estado
ejerciendo
una
represión
fuertísima.
Por
ejemplo,
dos
años
antes,
el
14
de
julio
de
1980…
Hay
un
ataque
brutal
hacia
la
universidad
del
país,
la
única
universidad
pública
que
tiene
el
país.
La
Universidad
San
Carlos.
Fuerzas
de
seguridad
del
gobierno
ingresaron
al
campus
y
dispararon
contra
estudiantes
y
funcionarios
que
estaban
dentro
de
la
universidad…
Mueren
muchísimos
profesores.
Los
líderes
estudiantiles
o
son
asesinados
o
desaparecidos.
Ese
mismo
año
también
fue
asesinado
el
novio
de
Emma,
Julio
César
del
Valle.
Era
un
líder
del
movimiento
estudiantil
de
izquierda.
Y
bueno,
esto
cambió
todo.
Además
de
dolerle
muchísimo,
la
asustó
bastante.
Antes
no
creía
que
la
muerte
pudiera
llegar.
Era
muy
joven.
Pero
ahora
la
sentía
muy
cercana.
Y
para
empeorar
las
cosas,
después
de
la
muerte
del
novio
de
Emma,
las
desapariciones
y
los
asesinatos
se
volvieron
cosa
de
todos
los
días.
En
el
PGT
estaban
conscientes
de
esto
y
para
proteger
a
Emma,
la
sacaron
de
Ciudad
de
Guatemala
y
la
enviaron
a
vivir
a
Quetzaltenango.
Ahí
se
encargó
de
coordinar
a
los
miembros
del
área
juvenil
del
partido
de
la
ciudad.
El
partido
también
impuso
medidas
de
seguridad,
cosas
como….
Hacerse
colochos.
Colochos,
es
decir,
rizos.
Para
cambiar
su
apariencia.
No
caminar
por
las
mismas
calles.
Emma
incluso
tenía
una
identificación
falsa,
pero…
Uno
seguía
viviendo
en
el
mismo
lugar,
seguía
haciendo
básicamente
lo
mismo.
Entonces
eran
como
medidas
muy…
muy
infantiles
de
seguridad.
Que
claro,
no
protegían
mucho.
Varias
personas
decidieron
salir
del
país
y
el
PGT
empezó
a
perder
miembros.
O
sea,
la
gente
empezó
a
decir:
“Bueno,
nos
van
a
matar
y
nosotros
no
estamos
preparados.
Además,
solo
reuniéndonos
y
hablando
y
pensando,
no
estamos
haciendo
nada.
Y
nos
van
a
matar
entonces
por
hacer
nada”.
El
PGT
se
debilitó
bastante.
Emma
estaba
tratando
de
mantener
a
flote
la
presencia
del
partid
en
Quetzaltenango
—reuniendo
gente,
coordinando
encuentros,
reclutando
nuevos
miembros—
cuando
la
capturaron.
Fue
el
27
de
septiembre
de
1981,
Emma
iba
en
bus
de
Ciudad
de
Guatemala
a
Quetzaltenango.
Hacía
ese
viaje
regularmente
por
reuniones
del
partido.
Siempre
salía
muy
temprano
en
la
mañana
para
evitar
los
ya
comunes
retenes
militares.
Pero
se
quedó
dormida.
Y,
claro,
se
topó
con
un
retén.
Y
ese
día,
Emma…
Llevaba
un
documento
muy
importante
que
era
el
documento
base
para
la
discusión
de
si
el
partido
se
iba
o
no
a
sumar
a
la
lucha
armada.
Algo
muy
comprometedor.
Al
llegar
al
retén,
los
militares
pararon
el
autobús.
Yo
andaba
con
un…
como…
como
una
especie
de
sudadera,
pero
de
lana,
y
un
pantalón
de
mezclilla
y
una
blusa.
Entonces
me
metí
los
documentos
entre
el
suéter,
que
me
quedaba
un
poquito
holgado.
Entonces
bajé
y
nos
pusieron
en
fila.
Y
como
cosa
muy
extraña,
porque
nunca
lo
hacían,
revisaron
la
ropa
también
de
las
mujeres.
Y
cuando
yo
veo
eso
me…
me
al…
me
alarmé,
porque
yo
dije:
«Me
van
a
encontrar
esto».
La
requisaron,
encontraron
los
documentos
y
la
detuvieron.
El
autobús
se
fue
con
los
demás
pasajeros.
Cuando
la
camioneta
se
fue
yo
sentí
como
que
el
alma
se
me…
así
se
me
escurría
y
se
salía
de
mi
cuerpo.
O
sea,
dije
yo:
«Ahora
es
cierto».
En
esos
tiempos,
como
podrán
imaginarse,
si
militabas
con
la
izquierda,
ser
detenido
por
los
militares
significaba
la
muerte.
Los
soldados
llevaron
a
Emma
a
una
base
militar.
No
supo
dónde
quedaba,
porque
tuvo
los
ojos
vendados
todo
el
camino.
Apenas
llegaron
la
metieron
a
un
cuarto
oscuro.
Era
una
habitación
como
de
tres
por
cuatro
metros
cuadrados,
como
de
doce
metros
cuadrados.
Había
dos
literas,
las
dos
literas
no
tenían
ropa.
La
habitación
había
estado
desocupada.
O
sea,
no…
nadie…
nadie
dormía
ahí.
Y
la
habitación
tenía
una
puerta
con
candado
y
tenía
una
ventana
que
tenía
papel
del
lado
de
adentro,
papel
periódico,
pegado.
Los
militares
interrogaron
a
Emma.
Querían
que
diera
los
nombres
de
otros
militantes
del
partido.
Pero
ella
mantuvo
una
historia
ficticia…
De
que
yo
era
un
correo,
de
que
yo
no
tenía
ninguna
militancia
realmente,
sino
que
era
un
correo.
Que
yo
llevaba
documentos,
que
me
pagaban
por
eso,
que
venía
de
una
familia
pobre
con
un
papá
alcohólico
que
nos
desprotegida
y
que
entonces
yo
tenía
que
hacer
esas
cosas
para
que
me
pagaran.
Traté
de
darme
el
menor
nivel
posible
y
además
el
motivo
menos
político
que
era:
“Di,
me
pagan
por
llevar
y
traer
dinero.
Y
me
tra…
me
pagan
por
llevar
y
traer
mensajes”.
Emma
no
recuerda
exactamente
cuándo
fue,
pero
los
militares
le
mostraron
un
expediente
con
su
foto,
su
nombre
verdadero
y
la
dirección
de
la
casa
de
su
familia.
El
ejército
tenía
la
información
porque
ella
había
sido
arrestada
cinco
años
atrás,
en
la
repartidera
de
volantes
a
la
que
Emma
había
llevado
un
arma.
Aun
así,
Emma
siguió
con
su
historia
de
ser
solo
un
correo,
a
pesar
de
ser
sometida
a
tortura
y
a
violaciones
individuales
y
colectivas.
Al
pasar
los
días,
empezó
a
sentir
que
no
aguantaría
mucho
más.
Uno
sabe
que
lo
van
a
matar.
Eso
no
es
discutible.
Lo
que
uno
trata
es
de
proteger
a
la
organización
lo
más
que
pueda.
Pensaba
que
en
algún
momento
por
la
tortura
yo
iba
a
hablar
y
entonces
yo
lo
que
trataba
era
de
mantener
hasta
donde
pudiera.
Al
quinto
día
le
propusieron
un
trato
para
dejarla
libre:
que
hiciera
una
declaración
pública
en
contra
del
movimiento,
para
desanimar
a
otros
militantes
y
desarmar
aún
más
el
partido.
Pero
había
una
condición.
Le
dijeron:
“Nos
tiene
que
entregar
a
todas
aquellas
personas
que
la
conocen
a
usted,
porque
si
no
esas
personas
van
a
tomar
represalias
contra
usted.
Entonces,
lo
que
estamos
haciendo
es
protegerla
a
usted,
¿verdad?».
Y
yo
les
dije
que
sí,
que
aceptaba.
Porque
yo
pensé
en
ese
momento:
si
me
sacan
a
entregar
gente,
alguien
me
va
a
ver.
El
plan
de
los
militares
era
llevarla
a
dar
vueltas
por
Quetzaltenango
para
que
Emma
reconociera
a
los
miembros
del
partido
que
anduvieran
en
la
calle
y
así
capturarlos.
A
los
dos
días,
los
militares
hicieron
que
Emma
se
bañara
y
se
pusiera
ropa
limpia.
Era
la
primera
vez
que
salía
de
esa
habitación
en
seis
días.
Me
esposan
y
me
meten
a
un
carro
donde
íbamos
como,
tal
vez,
seis
u
ocho
tipos
armados
hasta
los
dientes,
rodeándome,
en
un
vehículo
militar.
No
le
vendaron
los
ojos
y
ahí
se
dio
cuenta
de
que
estaba
en
la
base
militar
de
Quetzaltenango.
Manejaron
hasta
el
centro
y
empezaron
a
recorrer
las
calles
de
la
ciudad
en
el
carro.
En
ese
trayecto
que
hubo
pasamos
enfrente
de
una
gasolinera
donde
estaba
este
compañero
que
era
mi
pareja
y
él
me
ve.
Y
luego
me
llevan
a…
a
un
lugar
que
está
por
el
Centro
Universitario
y
me
ve
otro
compañero.
Emma
trató
de
mantener
una
expresión
neutra.
Yo
lo
que
hice
fue
tratar
de
que
mi
cara
no
dijera
nada,
de
que
yo
los
veía
sin
verlos,
porque
yo
necesitaba
que
me
vieran,
pero
que
nada
en
mi
cara
delatara
que
yo
los
conocía.
Y
también
para
tratar
de
comunicarles
a
ellos
que
no
los
estaba
delatando.
A
las
horas
regresaron
a
la
base.
Emma
le
dijo
a
los
soldados
que
no
reconoció
a
nadie.
“No,
yo
no
vi
nada.
No
vi
a
nadie”.
Y
los
tipos
estaban
furiosos.
La
llevaron
de
nuevo
a
la
habitación
y
la
encadenaron.
Pero
algo
cambió.
Esa
noche
no
llegaron.
Esa
noche
no
me
interrogaron.
No
me
torturaron.
No
me
violaron.
Tras
días
de
violaciones
y
torturas
diarias,
completo
silencio.
Y
al
día
siguiente,
tampoco.
Nada.
Y
a
me…
me…
me
empieza
angustiar
que
no
llegan.
Porque
obviamente
un
cambio
en
esas
circunstancias
puede
significar
que
ya
decidieron
que
te
van
a
matar
y
que
ya
en
algún
momento
te
van
a
ir
a
sacar
y
te
van
a
pegar
un
tiro
y
te
van
a
matar.
O
te
van
a
llevar
a
otro
lugar
donde
te
van
a
torturar
más.
Entonces
cualquier
cambio
tenía
que
ser
peor.
Lo
que
más
le
daba
miedo
es
que
la
enviaran
a
Ciudad
de
Guatemala.
Pensaba
que
ahí
la
tortura
iba
a
ser
más
cruel,
que
ahí
sufriría
mucho
más
antes
de
que
la
mataran.
Porque
en
la
capital
estaba
el
centro
de
operaciones
del
ejército,
con
los
verdaderos
interrogadores
y
torturadores.
Y
ante
esa
posibilidad,
al
noveno
día….
Entré
en
un
estado
como
de
locura.
Y
en
ese
estado
de
locura,
es
que
yo
logro
zafarme
los
grilletes.
Trató
de
salir
por
la
puerta,
pero
todavía
tenía
el
candado.
Entonces
quitó
el
papel
periódico
que
cubría
la
ventana
y
vio
que
no
tenía
barrotes.
La
podía
abrir.
Salió
por
la
ventana
a
un
corredor.
No
había
comido
ni
tomado
agua
desde
que
la
capturaron.
Estaba
muy
débil.
Caminó
hasta
un
salón
y
unos
guardas
la
vieron.
Pero
extrañamente
no
le
dijeron
nada.
Tal
vez
porque
iba
bien
vestida.
Recordemos
que
los
militares
le
habían
dado
ropa
y
permiso
de
bañarse
tan
solo
dos
días
antes.
Logró
llegar
hasta
el
portón
de
la
entrada.
Solo
un
guarda
la
separaba
de
la
calle.
Respiró
profundo
y
caminó,
tratando
de
disimular
el
dolor
y
el
miedo.
El
guarda
la
detuvo
y
le
dijo:
“¿Usted
para
dónde
va?”.
Yo
le
dije:
“Para
afuera.
Para
la
calle”.
“¿Y…
Y
quién
le
dijo
que…
quién
le
dio
permiso
para
salir?”
“El
canche
pelón
de
ahí
adentro”,
dije.
Canche,
o
sea,
rubio.
Uno
de
los
hombres
que
interrogaba
a
Emma
era
rubio.
El
tipo
seguramente
tenía
algún
cargo,
algún
puesto
alto.
Yo
supongo,
siempre
he
supuesto,
que
el
tipo
pensó
que
yo
era
alguna
putilla
que
el
tipo
había
entrado
ahí
o…
Y
me
dejó
pasar.
Sus
piernas
apenas
le
respondían.
A
como
pudo,
caminó
hasta
un
parque
cercano
y
tomó
un
taxi
a
la
casa
de
la
hermana
de
su
novio.
Me
dijo:
“Quítate
esa
ropa”,
me
dijo.
Me
dio
otra
ropa.
Me
cortó
el
pelo.
Me
metí
a
bañarme
y
cuando
salí
y
me
vi
en
el
espejo,
yo
dije:
“Estoy
viva.
Logré
escaparme.
Logré
salir
de
ahí”.
Después
de
nueve
días
encerrada.
Fue
un
volver
a
respirar,
un
triunfo.
Para
esconderla,
la
hermana
de
su
novio
la
llevó
a
la
casa
de
otro
miembro
del
partido.
Y
a
la
mañana
siguiente
llamaron
a
la
hermana
de
Emma,
Ana
Lucrecia.
Me
pareció
increíble.
Me
pareció…
como
tocar
el
cielo
con
las
manos.
Ana
Lucrecia
había
empezado
a
buscar
a
su
hermana
en
hospitales
y
morgues
apenas
fue
capturada,
porque
el
novio
de
Emma
la
había
llamado
cuando
no
llegó
a
su
casa
nueve
días
antes.
Fue
una
reacción
casi
instintiva
darla
por
muerta.
Por
eso
esta
fue
una
noticia
completamente
inesperada,
casi
imposible:
Emma
estaba
viva
y
a
salvo.
Regresaba
de
una
muerte
segura.
Entonces
era
prácticamente
como
vencer
a
la
propia
muerte.
Justo
después
de
recibir
la
noticia,
Ana
Lucrecia
fue
a
la
casa
de
sus
papás
para
contarles
que
Emma
estaba
bien.
Cuando
llegó
a
la
casa
no
estaba
su
papá,
solo
estaban
su
mamá
y
Marco
Antonio.
La
primera
reacción
de
ellos
fue
como
la
de
Lucrecia:
alivio,
y
también
asombro
de
que
hubiera
logrado
escaparse.
Marco
Antonio
se
puso
muy
contento
y
dijo
que:
“Qué
buza
Emma”.
Buza,
o
sea,
inteligente,
astuta.
Por
haber
logrado
escaparse
de…
de
donde
fuera.
No
sabíamos
exactamente
en
ese
momento
de
donde…
dónde
la
habían
tenido.
Pero
nos
duró
muy
poco
la
satisfacción
y
la
alegría
de
que
la
familia
estuviera
completa
otra
vez.
Menos
de
una
hora
después
de
que
Ana
Lucrecia
salió
de
la
casa,
después
de
dar
la
buena
noticia,
tocaron
la
puerta.
Fue
ahí
cuando
secuestraron
a
Marco
Antonio.
La
familia
unió
las
piezas
del
rompecabezas
bastante
rápido.
Los
hombres
tenían
que
ser
del
ejército
de
Guatemala
y
estaban
buscando
a
Emma.
Y
como
no
la
encontraron,
se
llevaron
a
su
hermano.
Marco
Antonio
Molina
Theissen,
el
menor
de
cuatro
hijos.
Su
familia
lo
recuerda
como
un
adolescente
normal,
noble,
como
cualquier
otro.
Era
un
muchacho
inquieto,
inteligente,
que
le
gustaba
andar
en
bicicleta
con
sus
amigos,
le
gustaba
estudiar,
le
gustaba
dibujar.
Dibujaba
monstruos
y
superhéroes
y
personajes
históricos,
pero
los
dibujaba
en
caricaturas.
Soñaba
con
ser
arquitecto
o
ingeniero.
Era
fan
de
Star
Wars
y
los
cómics.
Él
no
había
despertado
a
la
pubertad,
a
todas
las
cuestiones,
que
las
muchachitas…
él
todavía
no,
no
estaba
en
eso.
Y
muy
risueño,
callado,
no
discutía,
no…
no
era
un
carácter
impositivo,
ni
contestatario,
ni…
ni
respondón.
Era
el
consentido.
Una
familia
de
niñas
y
de
pronto
llega
un
bebé
y
es
un
varón
y
era
la
felicidad
para
mi
papá,
para
mi
mamá,
para
nosotras.
Yo
tenía
11
años
cuando
él
nació,
entonces,
era
una
niña
que
tenía
un
muñeco
de
carne
y
hueso.
Ayudé
a
cuidarlo,
a
protegerlo.
Le
daba
absolutamente
todo
lo
que
me
pedía.
Era
el
símbolo
del
amor
en
mi
vida.
Ana
Lucrecia
recibió
la
noticia
sobre
el
secuestro
de
Marco
Antonio
unas
horas
después,
cuando
se
juntó
con
su
prima,
que
le
había
estado
ayudando
a
buscar
a
Emma.
El
papá
de
Ana
Lucrecia
había
llamado
a
la
prima
para
que
le
diera
la
noticia,
porque
su
hija
no
tenía
teléfono.
Ana
Lucrecia
no
lo
podía
creer.
Los
secuestros
pasaban
en
las
noches,
en
las
madrugadas,
no
en
plena
luz
del
día.
Lo
que
sentí
fue…
que
me
moría.
Siempre
pienso
que
ese
fue
el
momento
de
mi
primera
muerte.
O
sea,
sencillamente
me
destruyeron
como
ser
humano.
Lo
primero
que
pensó
es
que
Marco
Antonio
estaba
muerto.
Él
no
les
servía
absolutamente
nada.
No
podía
darles
ninguna
información.
Eh…
ellos
no
estaban
negociando.
No
estaban
haciendo
ninguna
propuesta.
Lo
sentí
como
una
represalia,
como
un
castigo.
En
ese
momento,
el
mundo
de
la
familia
Molina
Theissen
se
redujo
a
dos
opciones,
dos
posibilidades
opuestas.
O
quedarse
callados,
sin
hacer
nada
y
dejar
que
la
pérdida
de
Marco
Antonio
los
aplastara.
O
buscarlo,
a
pesar
de
todo,
a
pesar
de
lo
que
pudiera
pasar,
a
pesar
de
lo
que
pudieran
encontrar.
Los
Molina
Theissen
decidieron
continuar.
Buscar
a
Marco
Antonio.
Pero
tomaron
una
decisión
difícil,
tal
vez
una
de
las
más
difíciles
de
sus
vidas:
no
le
dijeron
nada
de
lo
que
pasó
a
Emma.
Ella
estaba
escondida
en
Quetzaltenango,
mientras
el
partido
planeaba
su
salida
del
país
hacia
México.
Estaba
completamente
desconectada
de
su
familia
para
protección
de
todos.
No
tenía
manera
de
saber.
Entonces,
el
razonamiento
fue…
Si
Emma
se
entera
de
que
detuvieron
y
desaparecieron
a
Marco
Antonio,
ella
va
a
ir
y
se
va
a
entregar
para
que
nos
lo
devuelvan.
¿Y
quién
les
garantizaba
que
de
verdad
eso
iba
a
pasar,
que
lo
iban
a
devolver?
O
sea,
no
estabas
frente
a
un
enemigo
honorable,
en
ningún
sentido.
No
cabía
absolutamente
ningún
trato
de
ninguna
especie
y
la
decisión
fue:
“Hay
que
protegerla”.
Inmediatamente
después
de
que
secuestraron
a
Marco
Antonio,
doña
Emma
y
su
esposo
fueron
a
la
a
la
Corte
Suprema
de
Justicia.
Pusieron
dos
recursos
de
amparo,
pero
por
supuesto
infructuosos.
Ella
es
María
Eugenia,
la
otra
hermana
de
Marco
Antonio.
María
Eugenia
no
se
involucró
nunca
en
política,
pero
su
esposo
pertenecía
al
Partido
Guatemalteco
del
Trabajo,
el
partido
en
que
militaban
sus
hermanas,
Ana
Lucrecia
y
Emma,
y
era
cercano
a
ellas.
Ella
recuerda
que
sus
papás…
Fueron
a
donde
les
dijeran
que
podía
haber
alguien
que
les
pudiera
ayudar.
Siempre
tratando
de
buscar
a
alguien
que
fuera
autoridad
directa
de
cuestiones
militares
y
policiales.
Pensando
que…
que
ellos
habían
hecho
eso
y
que
ellos
tenían
que
responder.
Fueron
con
el
director
de
la
Policía
Nacional
y
él…
Les
dijo
así
con
toda
la
desfachatez
que
la
guerrilla
seguramente
se
lo
había
llevado,
que
eran
las
respuestas
que
ellos
daban.
Hasta
tratamos
de
hablar
con
el
que
era
presidente
entonces.
Mandamos
telegrama
para
que
nos
recibiera.
Entonces
contestaba
que
fuéramos
a
gobernación.
Y
no
nos
recibió
nunca.
Fueron
a
hospitales.
Incluso
fueron
hasta
Quetzaltenango,
a
la
base
donde
tuvieron
encerrada
a
Emma.
Y
lo
que
nos
decían:
“Si
el
ejército
lo
tiene,
el
ejército
se
los
va
a
devolver”.
Pero
a
pesar
de
buscar
y
buscar.
Nada.
Ninguna
noticia
sobre
Marco
Antonio.
El
cansancio
y
el
dolor
empezó
a
quebrar
a
todos
los
de
la
familia,
especialmente
a
los
papás
de
Marco
Antonio.
Doña
Emma
era
maestra
y
tuvo
que
abandonar
su
trabajo.
No
soporté
porque
ahí
estaban
todos
los
muchachitos
que
conocían
a
mi
hijo.
Yo
me
ponía
a
llorar
ahí.
Su
esposo
tenía
una
oficina
de
contabilidad
y
con
eso
se
mantenían,
pero
la
mayoría
del
tiempo
la
pasaba
buscando
a
su
hijo.
Aunque
fuera
solo
saliendo
a
la
calle,
esperando
verlo
caminando
por
ahí
o
que
alguien
le
dijera
algo,
por
más
irreal
que
fuera.
La
pérdida
de
Marco
Antonio
lo
afectó
demasiado.
Él
no…
nunca
dijo
nada.
Nunca
externó
su
sentir,
así,
hablando.
Dormía
muy
poco
y
a
veces
se
ponía
a…
a…
a
como
a
maltratar,
a
gritar.
Esa
era
la
forma
en
que
se
desahogaba.
Y
aunque
pasaban
sus
días
buscando
a
Marco
Antonio,
doña
Emma
y
su
esposo
nunca
hablaron
de
cómo
se
sentían.
Comenzó
esa
cadena
de…
de
muchos
años
de
silencio
entre
nosotras.
Era
muy
rara
vez
que…
que
podíamos
hablar
de
eso.
Y
el
silencio
los
empezó
a
separar.
Mi
papá
y
mi
mamá
estaban
no
sólo
llenos
de
dolor
sino
de
culpa.
Culpa
por
no
haber
hecho
más
para
proteger
a
sus
hijos.
Una
culpa
irracional,
claro,
Emma
y
Ana
Lucrecia
ya
eran
adultas,
y
lo
de
Marco
Antonio
nunca
lo
pudieron
prever.
Y
bueno,
claro,
Ana
Lucrecia
también
sintió
mucho
dolor
al
perder
a
Marco
Antonio.
Durante
los
primeros
días
después
del
secuestro…
Para
era
imposible
estar
despierta.
Es
como
que
te
metieran
mil
cuchillos
a
la
vez
en
el
cuerpo.
Creo
que
eso
sería
menos
doloroso.
Entre
abril
y
mayo
de
1982,
la
familia
tomó
una
decisión
importante:
decidió
volver
el
caso
público.
Tan
solo
dos
meses
antes,
el
militar
Efraín
Ríos
Montt
le
había
hecho
un
golpe
de
Estado
a
Fernando
Romeo
Lucas
García.
Y
aunque
Ríos
Montt
también
era
un
militar
de
derecha,
no
muy
diferente
al
antiguo
presidente,
decidieron
que
valía
la
pena
intentar
llamar
su
atención.
Entonces
pusieron
unos
avisos
en
los
periódicos
para
pedirle
al
gobierno
que
devolviera
a
Marco
Antonio
vivo.
Los
anuncios
no
provocaron
ningún
cambio.
Lo
que
podía
pasar
era
que
el
rumor
de
los
avisos
llegara
a
Emma,
que
ya
estaba
en
México.
Por
eso,
la
familia
decidió
que
era
el
momento
de
contarle.
Le
pidieron
a
un
amigo
de
ella,
que
estaba
México,
que
lo
hiciera.
Me
acuerdo
que
me
llamó
un
compañero,
me
dijo
que
necesitaba
decirme
algo
y…
y
que
era
algo
relacionado
con
mi
familia.
Y
yo
pensé
en
Lucrecia.
Yo
dije:
“Seguro
algo
le
pasó
a
Lucrecia”.
Porque
era
lo…
digamos,
era
la
consecuencia
lógica
de
nuestra
participación,
¿verdad?
El
amigo
la
llevó
a
un
restaurante
pequeño
y
le
dio
la
noticia.
Y
bueno,
decir
que
la
devastó
es
poco.
Yo
no
paraba
de
llorar
y
no
paraba
de
llorar
y
no
paraba
de
llorar…
yo
estaba
en
un
estado
de…
de…
de
desesperación
tan
grande.
Y
no
solo
por
el
dolor
de
lo
que
le
pasó
a
su
hermano,
sino
que…
Hasta
ese
momento
todo
lo
que
yo
había
vivido
tenía
un
contrapeso,
que
era
el
logro
mío
de
haber
logrado
escapar.
Era
un
logro.
Era
una
victoria.
Todo
eso
se
desarma.
Todo
eso
que
me
sostenía
emocionalmente
contra
la
tortura,
contra
el
terror,
contra
la
violencia
sexual
se
deshace.
Y
aquello
que
era
mi
logro
se
convierte
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Emma
se
dio
cuenta
de
la
desaparición
de
su
hermanito,
Marco
Antonio,
y
el
efecto
que
tuvo
en
ella.
La
culpa,
pues,
era
casi
inmanejable.
Yo
quería
entregarme,
quería
matarme,
quería…
Yo
no
hallaba
qué
hacer.
Entonces
yo
empecé
a
pensar
qué
hacer
para
entregarme.
Incluso
fui
a
pararme
frente
a
la
Embajada
de
Guatemala
en
la
Ciudad
de
México
pensando:
“¿Qué
hago?
¿Me
entrego,
no
me
entrego?”.
O
sea,
ese
tipo
de…
de…
de
locura
se
apoderó
de
mí.
Emma
decidió
no
entregarse
pues
hacerlo
no
garantizaba
que
devolvieran
a
Marco
Antonio.
Lo
que
estaba
claro
era
que
la
política
para
ella
ya
no
tenía
sentido.
Mientras
yo
no
supe
de
lo
de
Marco
Antonio
yo
seguí
con
la
idea
de
regresar
a
Guatemala.
O
sea,
yo
quería
seguir
militando
y
haciendo
parte
de
esa
resistencia,
eh,
en
Guatemala.
Pero
ya
en
ese
momento
yo
digo:
“No
valió
la
pena.
No
valió
la
pena”.
No
es
que
lo
que
uno
hacía
no
era
lo
correcto,
no
era
lo
justo.
Sí,
lo
era,
pero
tuvo
un
costo
humano
tan
alto.
Ya
eran
demasiadas
vidas
dañadas.
Así
que
decidió
irse
alejando
poco
a
poco
del
Partido
Guatemalteco
del
Trabajo,
la
organización
a
la
que
había
dedicado
casi
toda
su
vida
en
los
últimos
años.
Luis
Fernando
nos
sigue
contando.
Los
traumas
de
la
familia
Molina
Theissen
no
terminaron
con
Marco
Antonio.
Pasarían
casi
dos
años
y
medio
de
incertidumbre,
dolor,
ansiedad,
hasta
que
un
día
de
febrero
de
1984,
Héctor
—el
esposo
de
Maria
Eugenia—
salió
a
pie
de
su
casa.
Era
alrededor
de
las
cinco
de
la
tarde.
Le
dijo
a
María
Eugenia
que
volvería
en
la
noche.
A
eso
de
las
seis,
una
vecina
llegó
a
contarle
a
María
Eugenia
que
había
visto
cómo
se
robaban
el
carro
de
Héctor.
Fue
en
el
parqueo
del
edificio
de
apartamentos
donde
vivían.
Traté
de…
de
minimizar
el
asunto
diciéndole:
“Debe
ser
delincuencia
común”.
Pero
llegaron
las
siete,
ocho,
nueve,
diez
de
la
noche
y
Héctor
no
aparecía.
A
las
tres
de
la
mañana,
María
Eugenia
empezó
a
temer
que
algo
le
había
pasado
a
su
esposo.
En
la
mañana
llegó
Ana
Lucrecia
a
su
casa.
Y
me
dijo:
“¿Usted
sabe
dónde
está
Héctor?”.
Entonces
ya
le
conté
lo
que
había
pasado
el
día
anterior.
Y
me
dijo:
“Es
que
en
el
diario
El
Gráfico
apareció
la
foto
del
carro,
la
placa
era
visible,
con
un
cuerpo”.
Era
el
cuerpo
de
Héctor.
Ana
Lucrecia
de
inmediato
le
dijo
a
María
Eugenia…
“Hay
que
salir
de
aquí”.
No
hubo
duelo.
No
había
tiempo
ni
para
duelo,
ni
para
lágrimas.
María
Eugenia
agarró
lo
que
podía
—la
ropa
y
algunos
juguetes
de
sus
hijas—
y
se
fueron
a
la
casa
de
sus
suegros.
Ahí
le
tocó
darles
la
noticia.
Yo
creo
que
el
dolor
de…
de
mis
suegros
era
tan
grande
que
depositaron
mucho
enojo
en
mí.
Me
sentí
culpabilizada
por
la
muerte
de
él.
Por…
porque
como
esposa
no
me
opuse
a
que
él
continuara
su
militancia.
Por
protección,
los
papás
de
María
Eugenia
también
se
refugiaron
en
la
casa
de
sus
suegros.
Pero
para
ese
entonces…
Ya
había
una
decisión
de
la
dirección
del
partido
de
que
todos…
toda
la
militancia
tenía
que
salir
del
territorio.
Bajo
el
gobierno
de
Ríos
Montt,
la
represión
siguió
igual
de
violenta
que
con
Fernando
Romeo
Lucas
García.
Incluso
peor.
Este
es
Ríos
Montt
el
23
de
marzo
de
1982,
el
día
en
que
dio
el
golpe
de
Estado
al
presidente
Romeo
García
El
que
tenga
armas
contra
la
institución
de
armas
tiene
que
ser
fusilado.
Fusilado
y
no
asesinado.
Era
un
contexto
de
absoluta
persecución.
Aislamiento
total.
Habían
cerrado
todos
los
espacios
de
participación
política
abierta.
La
justificación
del
Estado
guatemalteco
siempre
fue
evitar
una
revolución
armada,
como
la
que
había
pasado
en
Cuba
en
1959.
Lo
cierto
del
caso
es
que
estamos
en
una
guerra.
Y
en
una
guerra
lo
que
realmente
sucede
es
que
uno
le
tiene
que
imponer
su
voluntad
a
otro.
Al
adversario.
Empezaron
a
detener
gente
y
asesinarla
en
las
calles
casi
a
diario.
Se
vivía
al
borde
del
peligro,
día
con
día.
O
sea,
no
había
otra
opción,
tenían
que
irse
del
país.
Pero
había
un
problema:
los
del
partido…
No
te
daban
los
medios;
no
los
tenían.
No
había
ni
un
centavo
para
mover
a
la
gente.
Entonces,
idearon
un
plan:
buscar
una
embajada,
entrar
—para
que
el
ejército
guatemalteco
no
los
pudiera
tocar—
y
pedir
asilo
político.
Para
1984,
la
mayoría
de
embajadas
eran
patrulladas
por
muchos
policías.
Esto,
porque
un
sindicalista,
que
fue
capturado
y
torturado
como
Emma,
había
logrado
resguardarse
en
la
sede
de
Bélgica.
Trataron
en
la
del
Vaticano,
pero
les
fue
imposible
entrar
por
la
seguridad.
Una
de
las
embajadas
con
menor
protección
era
la
de
Ecuador.
Además,
tenía
un
gobierno
democrático.
Era
una
buena
opción.
El
23
de
marzo
de
1984,
después
de
casi
un
mes
de
estar
escondidos
en
una
casa,
la
familia
de
Héctor
y
los
Molina
Theissen
se
fueron
a
la
embajada.
Pero
sin
Ana
Lucrecia,
que
ya
había
planeado
su
salida
a
México.
Llegamos
a
la…
a
la
puerta
de
la
embajada.
Eh,
recuerdo
tanto
que
la
secretaria
del
embajador
abr…
no
abrió,
sino
que
empieza,
me
pregunta
a
través
del
vidrio
que
qué
queremos
o
qué
quiero
yo.
Porque
creo
que
solo
a
alcanzaba
a
verme
con
mi
hija
mayor.
María
Eugenia
le
dijo
que
quería
saber
sobre
viajes
turístico
al
Ecuador.
Entonces
se
da
la
vuelta
y…
pero
como
se
le
hizo
feo
dejarme
con
la
puerta
cerrada,
se
regresa
le
quita
llave
a
la
puerta
y
se
va
a
su
escritorio
a
traer
panfletos.
Y
aprovechamos
a
entrar
todos
y
cerramos
la
puerta.
Y
al
volver,
la
secretaria…
Se
sorprende
al
ver
a
las
ocho
personas.
Y
entonces:
“Bueno,
en
qué
les
puedo
servir”,
me
pregunta.
Entonces
yo
le
dije:
“Queremos
asilo
en
el
Ecuador”.
Se
ocultaron
en
la
embajada
del
Ecuador.
No
salían
de
ahí
por
miedo
a
ser
capturados.
El
asunto
no
trascendió
a
los
medios.
Todo
fue
silencioso.
Más
o
menos
una
semana
después
iban
en
un
avión
a
su
nuevo
país.
Ana
Lucrecia
salió
unos
días
después
para
México.
Y
la
búsqueda
de
Marco
Antonio
se
pausó
por
varios
años:
ya
no
podían
ir
a
presionar
a
la
policía,
salir
a
las
calles
a
buscarlo
o
buscar
alguna
información
de
su
paradero.
Todo
eso
se
tenía
que
hacer
desde
Guatemala.
Emma
y
Ana
Lucrecia
empezaron
desde
cero
en
México.
El
partido
les
consiguió
apartamentos.
Ellas
pagaban
alquiler.
Ambas
tenían
trabajos
normales.
Por
primera
vez
en
muchos
años
sintieron
que
vivían
una
vida
como
la
de
cualquier
otra
persona.
Pero
no
hablaban
sobre
lo
que
le
había
pasado
a
Emma
y
del
secuestro
de
Marco
Antonio.
El
dolor
era
muy
grande.
Solo
una
vez
Emma
le
contó
a
Ana
Lucrecia
lo
que
había
vivido
en
la
base
militar.
Se
lo
dijo
porque
ella
le
estaba
ayudando
a
aplicar
a
una
beca
que
daba
una
ONG
para
irse
a
estudiar
a
Costa
Rica.
Era
una
beca
que
se
daba
por
razones
humanitarias
a
personas
en
riesgo,
y
tenía
que
entregar
su
historia
de
vida
como
justificación.
Emma
me
dijo:
“Anótelo
y
ojalá
que
se
le
quede
porque
es
la
única
vez
que
voy
a
hablar
del
asunto
con
usted”.
Y
me
dictó
lo
que
le
había
pasado,
sin
mediar
palabra
entre
las
dos
yo
fui
escribiendo
lo
que
ella
me
iba
diciendo.
Lo
firmó
y
ahí
acabó
el
asunto.
Ana
Lucrecia
no
pudo
ni
reaccionar.
Hay
cosas
que…
que
son
tan
grandes
que
sencillamente
te
rodean,
no
te
penetran,
porque
te
morís.
Su
respuesta
fue
el
silencio.
En
1985
Emma
se
ganó
la
beca
y
se
fue
a
estudiar
informática
a
Costa
Rica.
Ana
Lucrecia
la
siguió
poco
después
y
logró
que
sus
papás
también
se
mudaran.
La
idea
era
que
todos
estuvieran
en
un
país
más
parecido
a
Guatemala,
su
hogar.
La
última
en
llegar
fue
María
Eugenia,
en
1990.
La
familia
por
fin
estaba
reunida,
pero
los
lazos
se
habían
roto.
Esta
es
Ana
Lucrecia.
Éramos
una
familia
destrozada
y
cada
una
sintiendo
un
dolor
agobiante.
Sufrir
es
lo
totalmente
opuesto
a
tener
posibilidades
de
sentir
y
expresar
amor.
Eso
no
te
hace
desear
estar
cerca,
ni
festejar,
ni
abrazar,
ni
expresar
cariño.
Para
María
Eugenia…
Durante
muchos
años
nunca
hablamos
de…
de
los
dolores
de
cada
una.
Se
siente
terrible.
Era
muy
obvia
la…
la
ausencia
de
Marco
Antonio.
Fue
el
momento
en
que
menos
podíamos
vernos.
O
sea,
nos
lastimaba
demasiado
vernos.
Eh,
nos
veíamos
un
rato
en
Navidad,
Año
Nuevo,
pero,
en
general,
por
lo
menos
yo
rehuía
mucho
de
estar
con
ellos.
Me
sentía
muy
triste,
me
sentía
muy
culpable.
No
me
podía
ni
imaginar
lo
que
pasaban
mis
papás,
especialmente:
una
Navidad,
otra
Navidad,
otra
Navidad.
El
papá
de
Emma
murió
todavía
con
la
esperanza
de
encontrar
a
su
hijo.
Pero,
poco
a
poco,
las
demás
fueron
aceptando
que
Marco
Antonio
no
iba
a
regresar.
Pero
aceptar
el
duelo
sin
buscar
justicia
era
algo
que
Ana
Lucrecia
no
estaba
dispuesta
hacer.
Sentía
que
se
lo
debía
a
su
hermano.
En
1998,
después
de
17
años
de
la
desaparición
de
Marco
Antonio,
el
caso
no
había
llegado
a
ninguna
parte
en
Guatemala.
Entonces
Ana
Lucrecia
recurrió
a
la
Comisión
Interamericana
de
Derechos
Humanos.
La
familia
demandó
al
Estado
guatemalteco
por
la
desaparición
forzada
de
Marco
Antonio
hecha
por
los
militares,
así
como
por
la
falta
de
investigación
y
sanción
de
los
responsables.
Su
mamá
y
María
Eugenia
apoyaron
a
Ana
Lucrecia,
pero
para
Emma…
La
idea
de
la
justicia
para
era
algo
imposible.
No
podía
buscar
justicia,
porque
no
me
la
merecía.
Porque
yo
era
la
culpable
de
que
Marco
Antonio
fuera
desaparecido
y
seguramente
asesinado.
El
problema
era
que
el
testimonio
de
Emma
resultaba
clave
para
probar
que
Marco
Antonio
fue
secuestrado
como
represalia.
Sin
ese
testimonio,
el
caso
perdía
mucha
fuerza.
Y
Emma
no
se
sentía
lista
para
hablar.
Yo
suponía
que
me
iban
a
hacer
contar
con
todo
detalle
todo
lo
que
había
pasado
y
yo
me
moría
de
la
vergüenza.
Me
moría
del…
del…
del
dolor,
del
terror.
Yo…
yo
pensaba
que
yo
no
iba
a
sobrevivir.
Emma
solo
había
hablado
con
detalle
de
lo
que
pasó
en
la
base
militar
dos
veces:
cuando
Ana
Lucrecia
le
ayudó
con
la
beca
y
una
vez
con
su
psicóloga.
Ahora
le
pedían
que
hablara
frente
a
un
montón
de
desconocidos.
Pero
ya
para
ese
momento
había
una
sentencia
en
contra
del
Estado
hondureño
por
desaparición
forzada,
o
sea,
había
antecedentes
que
mostraban
que
era
posible
lograr
ganar
el
juicio
y
tal
vez
mover
el
caso
de
Marco
Antonio
dentro
del
sistema
judicial
guatemalteco.
Por
otro
lado,
era
su
familia
la
que
se
lo
pedía,
y
a
pesar
de
la
distancia
entre
todos,
sentía
que
era
su
deber.
Así
que
en
el
2004,
cuando
finalmente
se
realizó
el
juicio,
Emma
pidió
testificar
a
puerta
cerrada,
sin
su
familia
ni
nadie
conocido.
Solo
ella
y
los
jueces.
Yo
lo
hacía
contra
mi
voluntad,
en
solidaridad.
Lo
hacía
por
Marco
Antonio.
No
lo
hacía
por
mí.
Me
enojaba
que
me
preguntaran
las
cosas
que
me
habían
pasado
a
mí.
Me
enojaba
mucho.
Y
sobre
todo
no
creía
que
se
fuera…
que
fuera
fructificar
en
nada.
Era
muy
doloroso.
Era
muy
perturbador.
Al
final,
para
la
sorpresa
de
Emma,
la
Corte
falló
a
favor
de
la
familia.
Responsabilizó
al
Estado
por
la
desaparición
de
Marco
Antonio
y
ordenó
una
serie
de
reparaciones.
Las
más
importantes
fueron
que
el
Estado
debía
localizar
y
hacer
entrega
de
los
restos
de
Marco
Antonio
a
la
familia.
Y
que
debían
identificar
y
sancionar
a
los
autores
de
su
desaparición
forzada.
El
juicio
no
fue
poca
cosa,
porque…
El
caso
Marco
Antonio
se
vuelve
un
caso
muy
emblemático
y
muy
importante
por
la
cantidad
de
pruebas
que
se
logran
reunir
alrededor
de
él.
Pruebas
como
testimonios
de
otras
víctimas
de
desaparición
forzada,
informes
de
expertos
acerca
de
la
situación
en
Guatemala.
Pero
había
una
prueba
clave:
Emma.
O
sea,
al…
al…
al
haber
el
antecedente
que
hay
conmigo
y
al
haber
un
testimonio
mío
que
dice:
“Sí,
pasó
esto:
yo
escapo
y
a
las
horas
—es
que
no
fue
ni
siquiera
un
día—
a
las
horas
que
yo
escapo,
lo
secuestran
a
él”.
Eso
es
una
inculpación
muy
clara
y
contundente
contra
el
Estado.
El
caso
y
la
sentencia
no
solo
era
un
gran
avance
en
la
búsqueda
de
Marco
Antonio,
sino
que
ayudó
a
poner
en
discusión
el
hecho
de
que
el
ejército
tenía
una
práctica
sistemática
de
desaparición
forzada.
Y
es
que
casos
como
el
de
Marco
Antonio
hay
miles.
La
Comisión
de
Esclarecimiento
Histórico
de
Guatemala
estima
que
entre
1981
y
1983
se
registraron
unos
42
mil
casos
de
asesinatos
y
desapariciones
forzadas
hechos
por
los
militares.
Y
ese
número
es
solo
de
los
casos
registrados.
Muchas
familias
tuvieron
miedo
a
hablar.
La
Comisión
dice
que
la
cifra
verdadera
puede
llegar
a
más
de
200
mil
víctimas.
Ya
con
la
sentencia
de
la
Corte
Interamericana,
la
familia
se
armó
de
valor
para
pedir
cuentas
a
la
justicia
guatemalteca.
Querían
que
fuera
un
caso
fuerte
en
contra
de
los
militares.
Y
entre
2004
y
el
2015
se
dedicaron
a
la
recolección
de
pruebas.
Presentamos
170
medios
de
prueba.
Fue
una…
una
recolección
de
muchísimo
tiempo.
Fue
ir
a
buscar
a
la
gente
a
su
casa,
convencerla
de
que
atestiguara,
pedirle
un
perito
que
hable
de
tal
o
cual
cosa.
Ana
Lucrecia
fue
la
más
involucrada
en
todo
el
proceso.
Yo
iba
a
Guatemala
como
digo
a
hacer
turismo
judicial.
No
iba
a
pasear.
No.
Iba
al
Ministerio
Público,
a
la
Procuraduría
de
Derechos
Humanos,
a
hablar
con
posibles
peritos,
a
contratar
peritajes.
En
el
2015
la
familia
presentó
el
caso
ante
la
Fiscalía
y
el
Ministerio
Público
se
involucró
en
la
recolección
de
pruebas.
Y
finalmente,
el
6
de
enero
del
2016
—después
de
diez
años
de
investigaciones—
la
Policía
Nacional
detuvo
a
cuatro
personas…
El
general
Manuel
Callejas,
que
era
el
director
de
Inteligencia
del
Estado
Mayor
General
del
Ejército.
El
coronel
Luis
Gordillo
Martínez,
que
era
el
comandante
del
cuartel
militar
de
Quetzaltenango
donde
estuvo
Emma
detenida.
Al
subcomandante
de
ese
cuartel,
Edilberto
Letona
Linares,
y
al
coronel
Hugo
Ramiro
Saldaña,
el
oficial
de
inteligencia
de
la
base
de
Quetzaltenango.
Este
último
fue
el
que
interrogó
y
torturó
a
Emma,
y
fue
uno
de
los
hombres
que
secuestró
a
Marco
Antonio.
Emma
y
su
mamá
lo
identificaron
después
de
que
lo
capturaron.
Luego
detuvieron
a
Manuel
Benedicto
Lucas
García.
Recordémoslo.
Usted
sabe
que
aquí
la
clase…
la
extrema
derecha
es
muy
fuerte.
El
que
era
hermano
del
presidente
de
la
época
y
el
Jefe
del
Estado
Mayor
del
Ejército
cuando
secuestraron
a
Marco
Antonio.
A
él
se
le
acusó
de
ser
el
responsable
intelectual
de
la
práctica
de
desaparición
forzada
hecha
por
los
militares.
Ahora
se
venía
otro
juicio,
este
en
el
sistema
judicial
guatemalteco,
para
inculpar
a
los
militares
capturados.
Emma
estaba
en
su
trabajo
cuando
recibió
un
mensaje
de
su
actual
esposo.
Decía
que
habían
capturado
a
los
hombres
que
la
habían
secuestrado
y
a
los
responsables
de
la
desaparición
de
Marco
Antonio.
Cuando
leyó
el
mensaje,
Emma…
Me
llené
de
terror.
Pensé
que
me
iban
a
llamar.
Pensé
que
tenía
que
verlos.
Pensé
que
me
iban
a
matar,
que
tenían
todavía
ese
poder.
El
juicio
que
se
venía
iba
a
ser
más
duro
que
el
que
vivieron
en
la
Corte
Interamericana
de
Derechos
Humanos.
Más
duro
porque
estaban
los
rostros
de
esos
cuatro
militares.
Ya
no
eran
hombres
anónimos,
abstractos.
Eran
personas
de
carne
y
hueso.
Emma
sentía
un
terror
que
no
tuvo
en
el
juicio
ante
la
Corte
Interamericana.
El
terror
es
una
exageración
del
miedo,
pero
es
una
exageración
que
se
basa
en
que
la
gente
que
le
ha
hecho
daño
tiene
poderes
extraordinarios.
Y
el
terror
es
pensar
que
alguien
tiene
tanto
poder
que
con
una
mirada
o
con
un
gesto
te
pueden
destruir
y
que
el
daño
no
ha
parado.
Que
todavía
puede
haber
daño
y
que
puede
haber
un
daño
todavía
mayor.
Pero
el
testimonio
de
Emma,
de
nuevo,
era
vital.
La
oportunidad
de
que
hubiera
justicia
para
Marco
Antonio
dependía,
en
gran
parte,
de
que
ella
hablara.
Entonces,
Emma,
que
se
había
resguardado
en
el
silencio,
decidió
enfrentar
su
mayor
miedo.
Emma
pasó
dos
meses
preparándose:
escribió
todo
y
lo
ensayó
infinidad
de
veces.
Sabía
exactamente
qué
decir,
y
cómo
quería
decirlo.
Y
el
10
de
mayo
del
2018
llegó
al
tribunal.
Yo
no
dormí,
obviamente,
la
noche
anterior.
Estaba
súper
estresada.
Tenía
mucho
miedo.
Pensé
que
pensé
que…
pensé
que
iba
a
entrar
en
pánico
en
el
tribunal.
Y
estamos
hablando
de
una
sala
que
era
tal
vez
del
tamaño
de
esta
sala.
O
sea,
unos
18
metros
cuadrados,
unos
25
metros
cuadrados.
Estaba
muy
cerca
todo.
Los
acusados
estaban
ahí,
37
años
después
de
aquellos
diez
días
que
cambiaron
la
vida
de
los
Molina
Theissen.
Y
empecé
a
verlos
y
me
fui
sintiendo
fuerte
y
les
buscaba
la
mirada
y
no
me
la
daban.
Y
yo
empecé
a
darme
cuenta
en
que
ya
no
me
podían
hacer
daño.
Y
ese
fue
el
momento
más
liberador
de
toda
mi
vida.
Porque
no
sólo
eran
personas
iguales
a
—no
eran
los
superpoderosos
que
yo
tenía
en
la
cabeza—
sino
que
además
estaba
en
una
carceleta.
Estaban
ahí
en
una
jaula
con
esposas.
Eran
ellos
en
ese
momento
los
que
estaban
en
una
situación
de
sumisión.
Y
yo
no.
Yo
tenía
el
poder
de
levantar
mi
voz
y
señalarlos
y
decir:
“Fueron
ellos”.
Y
eso
fue
absolutamente
liberador.
Emma
dio
su
declaración
el
21
de
mayo.
Mi
declaración,
más
que
palabras,
fue
un
rugido.
Fue
como
sacar
todo
y
dejarlo
ahí
en
esa
sala
y
salir
limpia.
Libre.
Por
fin
me
pude
liberar
de
la
culpa.
Me
pude
liberar
de
la
vergüenza.
La
justicia
es
sanadora,
por
eso
es
importante,
porque
sana
a
la
gente,
porque
la
repara,
porque
le
dignifica
su
verdad.
Hablar
en
esa
sala
fue
conciliarse
con
la
verdad.
La
verdad
de
que
ella
y
Marco
Antonio
fueron
víctimas
de
una
guerra
injusta,
injustificada,
violenta,
genocida.
Que
la
culpa
que
cargaba
le
pertenecía
a
los
acusados,
no
a
ella.
Después
de
más
de
13
horas
de
deliberación
—un
tiempo
extrañamente
largo,
que
empezaba
a
preocupar
a
la
familia
Molina
Theissen—
la
sentencia
contra
los
cuatro
militares
se
dictó
cerca
de
las
cuatro
de
la
mañana
del
23
de
mayo
del
2018.
Con
la
suficiente
prueba
evidenciada
y
analizada
el
Tribunal
advierte
que
los
acusados
responsables
en
este
caso
siempre
estuvieron
conscientes
de
lo
que
hacían.
Intencionalmente
inobservaron
garantías
básicas…
Cuatro
de
los
cinco
acusados
fueron
encontrados
culpables.
Entre
los
delitos
estaban
secuestro,
tortura
y
violación
agravada
de
Emma,
y
la
desaparición
forzada
de
Marco
Antonio.
Tres
fueron
condenados
a
58
años
de
cárcel
y
uno
a
33.
El
quinto
acusado
quedó
libre
porque
no
se
pudo
determinar
que
tenía
responsabilidad
en
los
hechos.
Traté
de
contactar
a
estos
militares
sentenciados.
Logré
conseguir
el
contacto
de
los
abogados
de
tres
de
ellos,
pero
a
pesar
de
las
llamadas
y
los
mensajes,
solo
pudimos
hablar
con
Francisco
Luis
Gordillo,
el
comandante
del
cuartel
militar
donde
Emma
estuvo
detenida.
Gordillo,
de
ya
más
de
80
años
y
condenado
a
33
años
de
cárcel,
accedió
a
darme
una
pequeña
entrevista.
Me
dijo
que
la
sentencia…
Es
una
cosa
aberrante,
ilegal,
injusta,
politizada,
ideologizada.
También
me
dijo
que
Emma
miente
respecto
a
lo
de
la
violación
y
la
tortura.
Que
no
hay
secuelas
físicas
del
abuso
y
que,
por
tanto,
no
se
puede
probar.
Y
la
violación
también
es
un
delito
que
tiene
que
probarse
científicamente
y
aquí
no
hay
ninguna
cosa
científica.
Que
solo
el
testimonio
de
Emma
no
es
suficiente.
Al
finalizar
la
sentencia
dice
que
bastaba
la
declaración
de
la
querellante
para
condenar.
María
Santísima,
¿cómo
va
a
ser
eso?
Que
baste
lo
que
una
persona
diga
para
condenar
a
otra
sin
mayores
pruebas.
Él
se
declara
inocente:
A
de
lo
que
me
acusan
es
de
violación
agravada,
porque
según
la
versión
de
la
persona
dice
que
la
violaron
diez
soldados.
Emma
cree
que
fueron
diez,
pero
no
está
muy
segura.
Entonces,
como
yo
era
el
comandante
de
la
zona,
yo
soy
el
responsable.
María
Santísima,
cómo
voy
a
permitir
yo
una
cosa
de
esa
naturaleza.
Y…
es
lo
más
falso,
lo
más
irreal.
Me
afirmó
que
la
sentencia
ha
causado
mucho
mal
a
su
familia.
Que
la
salud
de
su
esposa
ha
empeorado
y
que
su
hija
tiene
episodios
severos
de
estrés.
Esto
es
una
violación
completa
a
nuestra
vida,
nuestra
edad,
a
nuestros
derechos.
Entonces,
ellos…
los
derechos
humanos
pareciera
que
solo
los
usan
para
ese
tipo
de
casos:
para
personas
acusadoras
que
están
en
una
corriente
política
internacional.
Y
nosotros
pareciera
que
no
tenemos
ningún
derecho.
Le
pregunté
si
respalda
todo
lo
que
hizo
el
ejército
durante
los
años
ochentas
y
durante
su
servicio
militar.
Me
empezó
a
hablar
de
la
guerra
fría,
del
conflicto
entre
la
Unión
Soviética
y
Estados
Unidos,
que
la
guerra
que
hubo
en
Guatemala
fue
un
resultado
del
conflicto
entre
esas
dos
potencias.
Y
al
final
dijo…
Unos
pusieron
las
armas
y
el
dinero,
y
nosotros
pusimos
los
muertos.
En
ningún
momento
puedo
aprobar
yo
el
desangramiento
que
tuvo
mi
país
por
las…
pugna
entre
dos
potencias.
Voy
a
repetirlo:
“Unos
pusieron
las
armas
y
el
dinero”,
dijo
Gordillo,
“y
nosotros
pusimos
los
muertos”.
Pero,
según
él,
era
la
única
forma
de
detener
el
comunismo.
La
sentencia
en
contra
de
los
militares
fue
histórica.
En
un
país
en
donde
la
impunidad
ha
sido
la
norma,
este
fallo
era
una
muestra
de
que
la
justicia
era
posible.
Y
no
solo
eso…
La
sentencia
plantea
que
se
debe
poner
a
las
personas
víctimas
de
crímenes
atroces
al
centro
de
la
justicia.
Que
su
testimonio
por
mismo
es
una
prueba.
O
sea,
que
si
una
mujer
es
violada,
su
palabra
es
suficiente
prueba
para
que
se
abra
una
investigación.
O
como
en
el
caso
de
la
familia
Molina
Theissen,
si
unos
padres
de
una
familia
denuncian
que
su
hijo
está
desaparecido
es
suficiente
prueba
para
empezar
a
buscarlo.
Algo
que
nunca
pasó
con
Marco
Antonio.
Eso
es
revolucionario
en
el
país.
O
sea,
no
es
aquel
derecho
penal
donde
usted
tiene
que
llegar
y
probar
hasta
el
último
detalle
en
la
materialidad
de
lo
ocurrido.
Fue
ahí
que
las
Molina
Theissen
lo
entendieron:
esta
sentencia
ya
no
era
solo
para
el
caso
de
Marco
Antonio,
sino
para
las
otras
víctimas
del
terrorismo
de
Estado.
Le
da
un
poder
a
las
víctimas.
De
tal
modo
que
ahora
una
persona,
basándose
en
esa
sentencia,
puede
llegar
y
decir:
“Mi
esposo
fue
desaparecido
en
tal
año
así,
así
y
asá”.
Y
eso
constituye
una
prueba.
Y
eso
puede
plantear
ya
entonces
un
proceso
legal
que
hasta
este
momento
ha
sido
muy
difícil
construir
esas…
esas
evidencias
y
esas
pruebas
necesarias
para
llegar
a..
a
una…
a
abrir
un
juicio.
Es
una
oportunidad
para
que
miles
de
otras
personas
puedan
intentar
sanar
las
heridas
que
dejó
esta
guerra
tan
violenta.
Ninguno
de
los
sentenciados
dijo
dónde
está
Marco
Antonio.
Pero
lo
siguen
buscando.
Porque
de
lo
contrario
sería
como
abandonar
a
nuestro
niño,
dejarlo
tirado,
como
ellos
lo
hicieron,
en
cualquier
parte.
Buscarlo
es
la
forma
de
mostrarle
su
amor,
que
sigue
igual
de
fuerte
que
ese
6
octubre
de
1981.
El
día
en
que
se
lo
llevaron.
No
tengo
ni
la
menor
idea
de
dónde
puede
estar,
ni
si
está
siquiera.
Esto
nos
va
a
llevar
la
vida,
o
buena
parte
de
ella,
al
igual
que…
que
la
justicia.
El
Estado
de
Guatemala
todavía
no
tiene
un
plan
concreto
para
buscar
a
Marco
Antonio,
a
pesar
de
las
órdenes
que
la
Corte
Interamericana
de
Derechos
Humanos
dio
hace
ya
más
de
15
años.
En
enero
del
2019,
el
Congreso
guatemalteco
empezó
a
discutir
modificaciones
a
la
Ley
de
Reconciliación
Nacional.
Tales
cambios
darían
amnistía
a
aquellos
que
cometieron
delitos
de
lesa
humanidad
durante
el
conflicto
armado.
Delitos
como
genocidio,
tortura
y
desaparición
forzada.
De
aprobarse
las
reformas,
los
cuatro
condenados
en
el
caso
Molina
Theissen
quedarían
libres.
Luis
Fernando
Vargas
es
editor
de
Radio
Ambulante,
vive
en
San
José,
Costa
Rica.
Muchas
gracias
a
Francisca
Stuardo,
Kimmy
de
León
y
Daniel
Villatoro.
Gracias
también
al
Centro
por
la
Justicia
y
el
Derecho
Internacional
y
a
Prensa
Comunitaria,
en
Guatemala.
Este
episodio
fue
editado
por
Camila
Segura
y
por
mí.
El
diseño
de
sonido
es
de
Andrés
Azpiri,
con
música
de
Giancarlo
Vulcano.
Andrea
López
Cruzado
hizo
el
fact-checking.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Lisette
Arévalo,
Gabriela
Brenes,
Jorge
Caraballo,
Victoria
Estrada,
Rémy
Lozano,
Miranda
Mazariegos,
Patrick
Moseley,
Laura
Rojas
Aponte,
Barbara
Sawhill,
Luis
Trelles,
David
Trujillo
y
Elsa
Liliana
Ulloa.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
y
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Todos
los
viernes
mandamos
un
boletín
electrónico
con
recomendaciones
de
nuestro
equipo
para
el
fin
de
semana.
Cada
correo
incluye
cinco
enlaces
de
cosas
que
nos
inspiran:
series
de
televisión,
libros,
otros
podcasts,
aplicaciones
para
el
celular,
multimedias
en
internet…
De
todo.
Es
una
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de
compartir
lo
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Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
En
el
siguiente
episodio
de
Radio
Ambulante,
el
periodista
Santiago
Rivas
se
enfrenta
a
una
ley
que
amenazaba
la
esencia
de
su
trabajo…
Me
dijo:
“¡Ay!
Necesito
hablar
contigo
sobre
una
ley
que
están
ahí
pasando,
que
es
una
ley
súper
chancuca
y
súper
chimba”.
Nosotros
no
somos
enemigos
por
ser
críticos.
Hasta
que
una
grabación
secreta
lo
cambió
todo.
Su
historia,
la
próxima
semana.
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Ambulantes que hablan inglés y viven en Estados Unidos, el equipo de investigaciones de NPR necesita su voz. Quieren probar qué tan precisos son los algoritmos que convierten voz en texto cuando son usados por personas de diferentes acentos y procedencias. Me refiero a asistentes de voz como Siri o Alexa. Para el experimento les van a pedir grabar cosas divertidas y traten de no reírse. Si quieren sumarse visiten el enlace que dejamos en la descripción de este episodio. ¡Gracias! Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Empecemos por aquí: el 6 de octubre de 1981, en la colonia La Florida, Ciudad de Guatemala. Ahí vivía Marco Antonio Molina Theissen, un estudiante de 14 años. Estaba en casa con su mamá, doña Emma. Y pasado el mediodía… Tocaron la puerta y mi hijo salió a abrir. Eran dos hombres vestidos de civil. Entraron violentamente a la casa. Ambos tenían pistolas. Uno de ellos atrapó a Marco Antonio. Y a mí me agarraron del brazo y ahí ya no me soltaron. Le gritaron a Marco Antonio que fuera a buscar un rollo de cinta pegante. Y al regresar… Lo pusieron engrietado a un sillón de la sala. Y le taparon la boca con esta cinta. Marco Antonio estaba pálido, en shock. Y a mí me agarraron y me llevaban de cuarto en cuarto, de habitación a habitación de la casa. Estaban buscando algo o a alguien. Tiraron todo lo que pudieron. Registraron roperos. De ahí se llevaron una cámara y hallaron un álbum y se llevaron fotos de Emma. Emma era una de las tres hermanas de Marco Antonio. Y después de coger las fotos… Me golpearon y me empujaron. Me metieron a mí en la primera habitación después de la sala donde tenían a Marco Antonio. Sacaron a Marco Antonio. Y entonces yo logré jalar y salí corriendo. Ya lo tenían metido en el pick up, metida la cabeza en un saco. Uno de los hombres estaba sentado sobre Marco Antonio y el otro estaba en la calle. Y él solo se metió a la cabina y arrancó. Ya tenía el carro encendido. Y por más que yo grité, ya no… Nadie en la calle hizo nada ante sus gritos de auxilio. Se queda uno que no sabe ni qué pensar. No sabe qué hacer. Nunca me imaginé, jamás, jamás supuse yo una barbaridad así. Esa fue la última vez que doña Emma vio a su hijo. Durante casi cuatro décadas, la familia Molina Theissen ha intentado dar con el paradero de Marco Antonio. Una búsqueda dolorosa, extenuante. Una búsqueda representativa de una guerra violenta, sucia, que destruyó las vidas de miles de familias en Guatemala. Nuestro editor Luis Fernando Vargas nos cuenta la historia. Volveremos a la búsqueda de Marco Antonio un poco más tarde. Por ahora, quiero que entiendan por qué lo secuestraron. Y la clave está en las fotos de Emma que se llevaron los hombres. Estaban buscándola. Más tarde la familia se daría cuenta que eran agentes del ejército guatemalteco. En 1981, el año en que secuestraron a Marco Antonio, Emma tenía apenas 21 años y era militante del área juvenil del Partido Guatemalteco del Trabajo —o el PGT— en Quetzaltenango, una ciudad a unas tres horas y media de la capital. Se encargaba de organizar los encuentros entre los militantes y de ser la representante de la ciudad en las reuniones importantes de la juventud del partido. El PGT era uno de los varios grupos de izquierda que estaban activos en Guatemala durante los años setenta. Estaban animados por la Revolución Cubana, que había sucedido poco más de una década atrás. Sentían que el comunismo era la opción más justa, una opción tangible, en especial por los movimientos de izquierda que estaban sucediendo en El Salvador y Nicaragua. Y, claro, este clima atrajo a una juventud guatemalteca desencantada por los gobiernos militares de derecha, los golpes de estado y la gran desigualdad que había —que todavía hay— en el país. Emma quiso unirse a uno de estos grupos desde muy joven. En su casa, las injusticias sociales eran un tema de conversación recurrente. Esta es Emma. Nosotras —mis hermanas y Marco Antonio y mi mamá misma— oíamos prácticamente todos los días a mi padre hablar de eso. Él vivía siempre muy preocupado por la gente pobre, la más pobre de los lugares donde él trabajaba. El papá de Emma, que murió en 1994, era contador y fue despedido de varias empresas por sus luchas para mejorar las condiciones de trabajo de los empleados. De verdad, él sufría pensando… y hasta de insomnio le daba pensar en qué va a hacer tal familia, qué va a hacer fulano, qué va a hacer la fulana con los problemas económicos que… que tenían. Entonces, bueno, eso por un lado, pues, nos hizo bastante sensibles a… a las necesidades de la gente más necesitada. La hermana mayor de Emma, Ana Lucrecia, se había unido a la guerrilla las Fuerzas Armadas Rebeldes, uno de estos grupos de izquierda que había en el país en 1974, y Emma hizo lo mismo estando apenas en el colegio. Ambas me dijeron que mientras estuvieron en la guerrilla nunca participaron en actos violentos o de terrorismo. Sus militancias consistían en ir a reuniones, discutir la realidad nacional, plantear posibles soluciones a los problemas que enfrentaba el país y discutir qué acciones podía tomar el grupo para crecer. Pero Emma sí me confesó que una vez tuvo una pistola en su poder. Fue durante una repartidera de volantes en una comunidad y que terminó en su arresto por el cargo de “subversión”. Me dijo que se la dieron personas de las Fuerzas Armadas Rebeldes por su seguridad, aunque nunca la usó. De todas formas, Emma y Ana Lucrecia no duraron mucho en las Fuerzas Armadas Rebeldes. Para 1977 —cuatro años antes del secuestro de Marco Antonio— ya se habían salido de la organización y se habían inscrito en el Partido Guatemalteco del Trabajo, que tenía los mismos ideales de justicia social. En ese momento, Fernando Romeo Lucas García era el presidente de Guatemala. Era un militar de derecha. A las órdenes de un grupo empresarial avorazado, injusto, discriminador, racista, terriblemente clasista. Este es el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, Benedicto Lucas García, hermano del presidente, en una entrevista que dio en 1982. Usted sabe que aquí la clase… la extrema derecha es muy fuerte, es demasiado fuerte. Y es difícil competir con ella para poner un gobierno que tenga una línea de centro izquierda o… o sea centrista, ¿verdad? Para ellos, la izquierda buscaba desestabilizar el país. Necesitamos mejorar nuestra economía, mejorar nuestra agricultura. Pero eso es justamente el objetivo primordial que han estado atacando los subversivos para, eh… botar la economía y aparentar en el extranjero de que nosotros estamos en una situación caótica. Y con esa justificación, habían estado ejerciendo una represión fuertísima. Por ejemplo, dos años antes, el 14 de julio de 1980… Hay un ataque brutal hacia la universidad del país, la única universidad pública que tiene el país. La Universidad San Carlos. Fuerzas de seguridad del gobierno ingresaron al campus y dispararon contra estudiantes y funcionarios que estaban dentro de la universidad… Mueren muchísimos profesores. Los líderes estudiantiles o son asesinados o desaparecidos. Ese mismo año también fue asesinado el novio de Emma, Julio César del Valle. Era un líder del movimiento estudiantil de izquierda. Y bueno, esto cambió todo. Además de dolerle muchísimo, la asustó bastante. Antes no creía que la muerte pudiera llegar. Era muy joven. Pero ahora la sentía muy cercana. Y para empeorar las cosas, después de la muerte del novio de Emma, las desapariciones y los asesinatos se volvieron cosa de todos los días. En el PGT estaban conscientes de esto y para proteger a Emma, la sacaron de Ciudad de Guatemala y la enviaron a vivir a Quetzaltenango. Ahí se encargó de coordinar a los miembros del área juvenil del partido de la ciudad. El partido también impuso medidas de seguridad, cosas como…. Hacerse colochos. Colochos, es decir, rizos. Para cambiar su apariencia. No caminar por las mismas calles. Emma incluso tenía una identificación falsa, pero… Uno seguía viviendo en el mismo lugar, seguía haciendo básicamente lo mismo. Entonces eran como medidas muy… muy infantiles de seguridad. Que claro, no protegían mucho. Varias personas decidieron salir del país y el PGT empezó a perder miembros. O sea, la gente empezó a decir: “Bueno, nos van a matar y nosotros no estamos preparados. Además, solo reuniéndonos y hablando y pensando, no estamos haciendo nada. Y nos van a matar entonces por hacer nada”. El PGT se debilitó bastante. Emma estaba tratando de mantener a flote la presencia del partid en Quetzaltenango —reuniendo gente, coordinando encuentros, reclutando nuevos miembros— cuando la capturaron. Fue el 27 de septiembre de 1981, Emma iba en bus de Ciudad de Guatemala a Quetzaltenango. Hacía ese viaje regularmente por reuniones del partido. Siempre salía muy temprano en la mañana para evitar los ya comunes retenes militares. Pero se quedó dormida. Y, claro, se topó con un retén. Y ese día, Emma… Llevaba un documento muy importante que era el documento base para la discusión de si el partido se iba o no a sumar a la lucha armada. Algo muy comprometedor. Al llegar al retén, los militares pararon el autobús. Yo andaba con un… como… como una especie de sudadera, pero de lana, y un pantalón de mezclilla y una blusa. Entonces me metí los documentos entre el suéter, que me quedaba un poquito holgado. Entonces bajé y nos pusieron en fila. Y como cosa muy extraña, porque nunca lo hacían, revisaron la ropa también de las mujeres. Y cuando yo veo eso me… me al… me alarmé, porque yo dije: «Me van a encontrar esto». La requisaron, encontraron los documentos y la detuvieron. El autobús se fue con los demás pasajeros. Cuando la camioneta se fue yo sentí como que el alma se me… así se me escurría y se salía de mi cuerpo. O sea, dije yo: «Ahora sí es cierto». En esos tiempos, como podrán imaginarse, si militabas con la izquierda, ser detenido por los militares significaba la muerte. Los soldados llevaron a Emma a una base militar. No supo dónde quedaba, porque tuvo los ojos vendados todo el camino. Apenas llegaron la metieron a un cuarto oscuro. Era una habitación como de tres por cuatro metros cuadrados, como de doce metros cuadrados. Había dos literas, las dos literas no tenían ropa. La habitación había estado desocupada. O sea, no… nadie… nadie dormía ahí. Y la habitación tenía una puerta con candado y tenía una ventana que tenía papel del lado de adentro, papel periódico, pegado. Los militares interrogaron a Emma. Querían que diera los nombres de otros militantes del partido. Pero ella mantuvo una historia ficticia… De que yo era un correo, de que yo no tenía ninguna militancia realmente, sino que era un correo. Que yo llevaba documentos, que me pagaban por eso, que venía de una familia pobre con un papá alcohólico que nos desprotegida y que entonces yo tenía que hacer esas cosas para que me pagaran. Traté de darme el menor nivel posible y además el motivo menos político que era: “Di, me pagan por llevar y traer dinero. Y me tra… me pagan por llevar y traer mensajes”. Emma no recuerda exactamente cuándo fue, pero los militares le mostraron un expediente con su foto, su nombre verdadero y la dirección de la casa de su familia. El ejército tenía la información porque ella había sido arrestada cinco años atrás, en la repartidera de volantes a la que Emma había llevado un arma. Aun así, Emma siguió con su historia de ser solo un correo, a pesar de ser sometida a tortura y a violaciones individuales y colectivas. Al pasar los días, empezó a sentir que no aguantaría mucho más. Uno sabe que lo van a matar. Eso no es discutible. Lo que uno trata es de proteger a la organización lo más que pueda. Pensaba que en algún momento por la tortura yo iba a hablar y entonces yo lo que trataba era de mantener hasta donde pudiera. Al quinto día le propusieron un trato para dejarla libre: que hiciera una declaración pública en contra del movimiento, para desanimar a otros militantes y desarmar aún más el partido. Pero había una condición. Le dijeron: “Nos tiene que entregar a todas aquellas personas que la conocen a usted, porque si no esas personas van a tomar represalias contra usted. Entonces, lo que estamos haciendo es protegerla a usted, ¿verdad?». Y yo les dije que sí, que aceptaba. Porque yo pensé en ese momento: si me sacan a entregar gente, alguien me va a ver. El plan de los militares era llevarla a dar vueltas por Quetzaltenango para que Emma reconociera a los miembros del partido que anduvieran en la calle y así capturarlos. A los dos días, los militares hicieron que Emma se bañara y se pusiera ropa limpia. Era la primera vez que salía de esa habitación en seis días. Me esposan y me meten a un carro donde íbamos como, tal vez, seis u ocho tipos armados hasta los dientes, rodeándome, en un vehículo militar. No le vendaron los ojos y ahí se dio cuenta de que estaba en la base militar de Quetzaltenango. Manejaron hasta el centro y empezaron a recorrer las calles de la ciudad en el carro. En ese trayecto que hubo pasamos enfrente de una gasolinera donde estaba este compañero que era mi pareja y él me ve. Y luego me llevan a… a un lugar que está por el Centro Universitario y me ve otro compañero. Emma trató de mantener una expresión neutra. Yo lo que hice fue tratar de que mi cara no dijera nada, de que yo los veía sin verlos, porque yo necesitaba que me vieran, pero que nada en mi cara delatara que yo los conocía. Y también para tratar de comunicarles a ellos que no los estaba delatando. A las horas regresaron a la base. Emma le dijo a los soldados que no reconoció a nadie. “No, yo no vi nada. No vi a nadie”. Y los tipos estaban furiosos. La llevaron de nuevo a la habitación y la encadenaron. Pero algo cambió. Esa noche no llegaron. Esa noche no me interrogaron. No me torturaron. No me violaron. Tras días de violaciones y torturas diarias, completo silencio. Y al día siguiente, tampoco. Nada. Y a mí me… me… me empieza angustiar que no llegan. Porque obviamente un cambio en esas circunstancias puede significar que ya decidieron que te van a matar y que ya en algún momento te van a ir a sacar y te van a pegar un tiro y te van a matar. O te van a llevar a otro lugar donde te van a torturar más. Entonces cualquier cambio tenía que ser peor. Lo que más le daba miedo es que la enviaran a Ciudad de Guatemala. Pensaba que ahí la tortura iba a ser más cruel, que ahí sufriría mucho más antes de que la mataran. Porque en la capital estaba el centro de operaciones del ejército, con los verdaderos interrogadores y torturadores. Y ante esa posibilidad, al noveno día…. Entré en un estado como de locura. Y en ese estado de locura, es que yo logro zafarme los grilletes. Trató de salir por la puerta, pero todavía tenía el candado. Entonces quitó el papel periódico que cubría la ventana y vio que no tenía barrotes. La podía abrir. Salió por la ventana a un corredor. No había comido ni tomado agua desde que la capturaron. Estaba muy débil. Caminó hasta un salón y unos guardas la vieron. Pero extrañamente no le dijeron nada. Tal vez porque iba bien vestida. Recordemos que los militares le habían dado ropa y permiso de bañarse tan solo dos días antes. Logró llegar hasta el portón de la entrada. Solo un guarda la separaba de la calle. Respiró profundo y caminó, tratando de disimular el dolor y el miedo. El guarda la detuvo y le dijo: “¿Usted para dónde va?”. Yo le dije: “Para afuera. Para la calle”. “¿Y… Y quién le dijo que… quién le dio permiso para salir?” “El canche pelón de ahí adentro”, dije. Canche, o sea, rubio. Uno de los hombres que interrogaba a Emma era rubio. El tipo seguramente tenía algún cargo, algún puesto alto. Yo supongo, siempre he supuesto, que el tipo pensó que yo era alguna putilla que el tipo había entrado ahí o… Y me dejó pasar. Sus piernas apenas le respondían. A como pudo, caminó hasta un parque cercano y tomó un taxi a la casa de la hermana de su novio. Me dijo: “Quítate esa ropa”, me dijo. Me dio otra ropa. Me cortó el pelo. Me metí a bañarme y cuando salí y me vi en el espejo, yo dije: “Estoy viva. Logré escaparme. Logré salir de ahí”. Después de nueve días encerrada. Fue un volver a respirar, un triunfo. Para esconderla, la hermana de su novio la llevó a la casa de otro miembro del partido. Y a la mañana siguiente llamaron a la hermana de Emma, Ana Lucrecia. Me pareció increíble. Me pareció… como tocar el cielo con las manos. Ana Lucrecia había empezado a buscar a su hermana en hospitales y morgues apenas fue capturada, porque el novio de Emma la había llamado cuando no llegó a su casa nueve días antes. Fue una reacción casi instintiva darla por muerta. Por eso esta fue una noticia completamente inesperada, casi imposible: Emma estaba viva y a salvo. Regresaba de una muerte segura. Entonces era prácticamente como vencer a la propia muerte. Justo después de recibir la noticia, Ana Lucrecia fue a la casa de sus papás para contarles que Emma estaba bien. Cuando llegó a la casa no estaba su papá, solo estaban su mamá y Marco Antonio. La primera reacción de ellos fue como la de Lucrecia: alivio, y también asombro de que hubiera logrado escaparse. Marco Antonio se puso muy contento y dijo que: “Qué buza Emma”. Buza, o sea, inteligente, astuta. Por haber logrado escaparse de… de donde fuera. No sabíamos exactamente en ese momento de donde… dónde la habían tenido. Pero nos duró muy poco la satisfacción y la alegría de que la familia estuviera completa otra vez. Menos de una hora después de que Ana Lucrecia salió de la casa, después de dar la buena noticia, tocaron la puerta. Fue ahí cuando secuestraron a Marco Antonio. La familia unió las piezas del rompecabezas bastante rápido. Los hombres tenían que ser del ejército de Guatemala y estaban buscando a Emma. Y como no la encontraron, se llevaron a su hermano. Marco Antonio Molina Theissen, el menor de cuatro hijos. Su familia lo recuerda como un adolescente normal, noble, como cualquier otro. Era un muchacho inquieto, inteligente, que le gustaba andar en bicicleta con sus amigos, le gustaba estudiar, le gustaba dibujar. Dibujaba monstruos y superhéroes y personajes históricos, pero los dibujaba en caricaturas. Soñaba con ser arquitecto o ingeniero. Era fan de Star Wars y los cómics. Él no había despertado a la pubertad, a todas las cuestiones, que las muchachitas… él todavía no, no estaba en eso. Y muy risueño, callado, no discutía, no… no era un carácter impositivo, ni contestatario, ni… ni respondón. Era el consentido. Una familia de niñas y de pronto llega un bebé y es un varón y era la felicidad para mi papá, para mi mamá, para nosotras. Yo tenía 11 años cuando él nació, entonces, era una niña que tenía un muñeco de carne y hueso. Ayudé a cuidarlo, a protegerlo. Le daba absolutamente todo lo que me pedía. Era el símbolo del amor en mi vida. Ana Lucrecia recibió la noticia sobre el secuestro de Marco Antonio unas horas después, cuando se juntó con su prima, que le había estado ayudando a buscar a Emma. El papá de Ana Lucrecia había llamado a la prima para que le diera la noticia, porque su hija no tenía teléfono. Ana Lucrecia no lo podía creer. Los secuestros pasaban en las noches, en las madrugadas, no en plena luz del día. Lo que sentí fue… que me moría. Siempre pienso que ese fue el momento de mi primera muerte. O sea, sencillamente me destruyeron como ser humano. Lo primero que pensó es que Marco Antonio estaba muerto. Él no les servía absolutamente nada. No podía darles ninguna información. Eh… ellos no estaban negociando. No estaban haciendo ninguna propuesta. Lo sentí como una represalia, como un castigo. En ese momento, el mundo de la familia Molina Theissen se redujo a dos opciones, dos posibilidades opuestas. O quedarse callados, sin hacer nada y dejar que la pérdida de Marco Antonio los aplastara. O buscarlo, a pesar de todo, a pesar de lo que pudiera pasar, a pesar de lo que pudieran encontrar. Los Molina Theissen decidieron continuar. Buscar a Marco Antonio. Pero tomaron una decisión difícil, tal vez una de las más difíciles de sus vidas: no le dijeron nada de lo que pasó a Emma. Ella estaba escondida en Quetzaltenango, mientras el partido planeaba su salida del país hacia México. Estaba completamente desconectada de su familia para protección de todos. No tenía manera de saber. Entonces, el razonamiento fue… Si Emma se entera de que detuvieron y desaparecieron a Marco Antonio, ella va a ir y se va a entregar para que nos lo devuelvan. ¿Y quién les garantizaba que de verdad eso iba a pasar, que sí lo iban a devolver? O sea, no estabas frente a un enemigo honorable, en ningún sentido. No cabía absolutamente ningún trato de ninguna especie y la decisión fue: “Hay que protegerla”. Inmediatamente después de que secuestraron a Marco Antonio, doña Emma y su esposo fueron a la a la Corte Suprema de Justicia. Pusieron dos recursos de amparo, pero por supuesto infructuosos. Ella es María Eugenia, la otra hermana de Marco Antonio. María Eugenia no se involucró nunca en política, pero su esposo sí pertenecía al Partido Guatemalteco del Trabajo, el partido en que militaban sus hermanas, Ana Lucrecia y Emma, y era cercano a ellas. Ella recuerda que sus papás… Fueron a donde les dijeran que podía haber alguien que les pudiera ayudar. Siempre tratando de buscar a alguien que fuera autoridad directa de cuestiones militares y policiales. Pensando que… que ellos habían hecho eso y que ellos tenían que responder. Fueron con el director de la Policía Nacional y él… Les dijo así con toda la desfachatez que la guerrilla seguramente se lo había llevado, que eran las respuestas que ellos daban. Hasta tratamos de hablar con el que era presidente entonces. Mandamos telegrama para que nos recibiera. Entonces contestaba que fuéramos a gobernación. Y no nos recibió nunca. Fueron a hospitales. Incluso fueron hasta Quetzaltenango, a la base donde tuvieron encerrada a Emma. Y lo que nos decían: “Si el ejército lo tiene, el ejército se los va a devolver”. Pero a pesar de buscar y buscar. Nada. Ninguna noticia sobre Marco Antonio. El cansancio y el dolor empezó a quebrar a todos los de la familia, especialmente a los papás de Marco Antonio. Doña Emma era maestra y tuvo que abandonar su trabajo. No soporté porque ahí estaban todos los muchachitos que conocían a mi hijo. Yo me ponía a llorar ahí. Su esposo tenía una oficina de contabilidad y con eso se mantenían, pero la mayoría del tiempo la pasaba buscando a su hijo. Aunque fuera solo saliendo a la calle, esperando verlo caminando por ahí o que alguien le dijera algo, por más irreal que fuera. La pérdida de Marco Antonio lo afectó demasiado. Él no… nunca dijo nada. Nunca externó su sentir, así, hablando. Dormía muy poco y a veces se ponía a… a… a como a maltratar, a gritar. Esa era la forma en que se desahogaba. Y aunque pasaban sus días buscando a Marco Antonio, doña Emma y su esposo nunca hablaron de cómo se sentían. Comenzó esa cadena de… de muchos años de silencio entre nosotras. Era muy rara vez que… que podíamos hablar de eso. Y el silencio los empezó a separar. Mi papá y mi mamá estaban no sólo llenos de dolor sino de culpa. Culpa por no haber hecho más para proteger a sus hijos. Una culpa irracional, claro, Emma y Ana Lucrecia ya eran adultas, y lo de Marco Antonio nunca lo pudieron prever. Y bueno, claro, Ana Lucrecia también sintió mucho dolor al perder a Marco Antonio. Durante los primeros días después del secuestro… Para mí era imposible estar despierta. Es como que te metieran mil cuchillos a la vez en el cuerpo. Creo que eso sería menos doloroso. Entre abril y mayo de 1982, la familia tomó una decisión importante: decidió volver el caso público. Tan solo dos meses antes, el militar Efraín Ríos Montt le había hecho un golpe de Estado a Fernando Romeo Lucas García. Y aunque Ríos Montt también era un militar de derecha, no muy diferente al antiguo presidente, decidieron que valía la pena intentar llamar su atención. Entonces pusieron unos avisos en los periódicos para pedirle al gobierno que devolviera a Marco Antonio vivo. Los anuncios no provocaron ningún cambio. Lo que sí podía pasar era que el rumor de los avisos llegara a Emma, que ya estaba en México. Por eso, la familia decidió que era el momento de contarle. Le pidieron a un amigo de ella, que estaba México, que lo hiciera. Me acuerdo que me llamó un compañero, me dijo que necesitaba decirme algo y… y que era algo relacionado con mi familia. Y yo pensé en Lucrecia. Yo dije: “Seguro algo le pasó a Lucrecia”. Porque era lo… digamos, era la consecuencia lógica de nuestra participación, ¿verdad? El amigo la llevó a un restaurante pequeño y le dio la noticia. Y bueno, decir que la devastó es poco. Yo no paraba de llorar y no paraba de llorar y no paraba de llorar… yo estaba en un estado de… de… de desesperación tan grande. Y no solo por el dolor de lo que le pasó a su hermano, sino que… Hasta ese momento todo lo que yo había vivido tenía un contrapeso, que era el logro mío de haber logrado escapar. Era un logro. Era una victoria. Todo eso se desarma. Todo eso que me sostenía emocionalmente contra la tortura, contra el terror, contra la violencia sexual se deshace. Y aquello que era mi logro se convierte en mi peor error. Una pausa y volvemos. Este podcast y el siguiente mensaje son patrocinados por Squarespace, el creador de sitios web dedicado a proporcionar a sus clientes plantillas fáciles de usar y diseñadas por profesionales. 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Lo que sí estaba claro era que la política para ella ya no tenía sentido. Mientras yo no supe de lo de Marco Antonio yo seguí con la idea de regresar a Guatemala. O sea, yo quería seguir militando y haciendo parte de esa resistencia, eh, en Guatemala. Pero ya en ese momento yo digo: “No valió la pena. No valió la pena”. No es que lo que uno hacía no era lo correcto, no era lo justo. Sí, sí lo era, pero tuvo un costo humano tan alto. Ya eran demasiadas vidas dañadas. Así que decidió irse alejando poco a poco del Partido Guatemalteco del Trabajo, la organización a la que había dedicado casi toda su vida en los últimos años. Luis Fernando nos sigue contando. Los traumas de la familia Molina Theissen no terminaron con Marco Antonio. Pasarían casi dos años y medio de incertidumbre, dolor, ansiedad, hasta que un día de febrero de 1984, Héctor —el esposo de Maria Eugenia— salió a pie de su casa. Era alrededor de las cinco de la tarde. Le dijo a María Eugenia que volvería en la noche. A eso de las seis, una vecina llegó a contarle a María Eugenia que había visto cómo se robaban el carro de Héctor. Fue en el parqueo del edificio de apartamentos donde vivían. Traté de… de minimizar el asunto diciéndole: “Debe ser delincuencia común”. Pero llegaron las siete, ocho, nueve, diez de la noche y Héctor no aparecía. A las tres de la mañana, María Eugenia empezó a temer que algo le había pasado a su esposo. En la mañana llegó Ana Lucrecia a su casa. Y me dijo: “¿Usted sabe dónde está Héctor?”. Entonces ya le conté lo que había pasado el día anterior. Y me dijo: “Es que en el diario El Gráfico apareció la foto del carro, la placa era visible, con un cuerpo”. Era el cuerpo de Héctor. Ana Lucrecia de inmediato le dijo a María Eugenia… “Hay que salir de aquí”. No hubo duelo. No había tiempo ni para duelo, ni para lágrimas. María Eugenia agarró lo que podía —la ropa y algunos juguetes de sus hijas— y se fueron a la casa de sus suegros. Ahí le tocó darles la noticia. Yo creo que el dolor de… de mis suegros era tan grande que depositaron mucho enojo en mí. Me sentí culpabilizada por la muerte de él. Por… porque como esposa no me opuse a que él continuara su militancia. Por protección, los papás de María Eugenia también se refugiaron en la casa de sus suegros. Pero para ese entonces… Ya había una decisión de la dirección del partido de que todos… toda la militancia tenía que salir del territorio. Bajo el gobierno de Ríos Montt, la represión siguió igual de violenta que con Fernando Romeo Lucas García. Incluso peor. Este es Ríos Montt el 23 de marzo de 1982, el día en que dio el golpe de Estado al presidente Romeo García El que tenga armas contra la institución de armas tiene que ser fusilado. Fusilado y no asesinado. Era un contexto de absoluta persecución. Aislamiento total. Habían cerrado todos los espacios de participación política abierta. La justificación del Estado guatemalteco siempre fue evitar una revolución armada, como la que había pasado en Cuba en 1959. Lo cierto del caso es que estamos en una guerra. Y en una guerra lo que realmente sucede es que uno le tiene que imponer su voluntad a otro. Al adversario. Empezaron a detener gente y asesinarla en las calles casi a diario. Se vivía al borde del peligro, día con día. O sea, no había otra opción, tenían que irse del país. Pero había un problema: los del partido… No te daban los medios; no los tenían. No había ni un centavo para mover a la gente. Entonces, idearon un plan: buscar una embajada, entrar —para que el ejército guatemalteco no los pudiera tocar— y pedir asilo político. Para 1984, la mayoría de embajadas eran patrulladas por muchos policías. Esto, porque un sindicalista, que fue capturado y torturado como Emma, había logrado resguardarse en la sede de Bélgica. Trataron en la del Vaticano, pero les fue imposible entrar por la seguridad. Una de las embajadas con menor protección era la de Ecuador. Además, tenía un gobierno democrático. Era una buena opción. El 23 de marzo de 1984, después de casi un mes de estar escondidos en una casa, la familia de Héctor y los Molina Theissen se fueron a la embajada. Pero sin Ana Lucrecia, que ya había planeado su salida a México. Llegamos a la… a la puerta de la embajada. Eh, recuerdo tanto que la secretaria del embajador abr… no abrió, sino que empieza, me pregunta a través del vidrio que qué queremos o qué quiero yo. Porque creo que solo a mí alcanzaba a verme con mi hija mayor. María Eugenia le dijo que quería saber sobre viajes turístico al Ecuador. Entonces se da la vuelta y… pero como se le hizo feo dejarme con la puerta cerrada, se regresa le quita llave a la puerta y se va a su escritorio a traer panfletos. Y aprovechamos a entrar todos y cerramos la puerta. Y al volver, la secretaria… Se sorprende al ver a las ocho personas. Y entonces: “Bueno, en qué les puedo servir”, me pregunta. Entonces yo le dije: “Queremos asilo en el Ecuador”. Se ocultaron en la embajada del Ecuador. No salían de ahí por miedo a ser capturados. El asunto no trascendió a los medios. Todo fue silencioso. Más o menos una semana después iban en un avión a su nuevo país. Ana Lucrecia salió unos días después para México. Y la búsqueda de Marco Antonio se pausó por varios años: ya no podían ir a presionar a la policía, salir a las calles a buscarlo o buscar alguna información de su paradero. Todo eso se tenía que hacer desde Guatemala. Emma y Ana Lucrecia empezaron desde cero en México. El partido les consiguió apartamentos. Ellas pagaban alquiler. Ambas tenían trabajos normales. Por primera vez en muchos años sintieron que vivían una vida como la de cualquier otra persona. Pero no hablaban sobre lo que le había pasado a Emma y del secuestro de Marco Antonio. El dolor era muy grande. Solo una vez Emma le contó a Ana Lucrecia lo que había vivido en la base militar. Se lo dijo porque ella le estaba ayudando a aplicar a una beca que daba una ONG para irse a estudiar a Costa Rica. Era una beca que se daba por razones humanitarias a personas en riesgo, y tenía que entregar su historia de vida como justificación. Emma me dijo: “Anótelo y ojalá que se le quede porque es la única vez que voy a hablar del asunto con usted”. Y me dictó lo que le había pasado, sin mediar palabra entre las dos yo fui escribiendo lo que ella me iba diciendo. Lo firmó y ahí acabó el asunto. Ana Lucrecia no pudo ni reaccionar. Hay cosas que… que son tan grandes que sencillamente te rodean, no te penetran, porque te morís. Su respuesta fue el silencio. En 1985 Emma se ganó la beca y se fue a estudiar informática a Costa Rica. Ana Lucrecia la siguió poco después y logró que sus papás también se mudaran. La idea era que todos estuvieran en un país más parecido a Guatemala, su hogar. La última en llegar fue María Eugenia, en 1990. La familia por fin estaba reunida, pero los lazos se habían roto. Esta es Ana Lucrecia. Éramos una familia destrozada y cada una sintiendo un dolor agobiante. Sufrir es lo totalmente opuesto a tener posibilidades de sentir y expresar amor. Eso no te hace desear estar cerca, ni festejar, ni abrazar, ni expresar cariño. Para María Eugenia… Durante muchos años nunca hablamos de… de los dolores de cada una. Se siente terrible. Era muy obvia la… la ausencia de Marco Antonio. Fue el momento en que menos podíamos vernos. O sea, nos lastimaba demasiado vernos. Eh, nos veíamos un rato en Navidad, Año Nuevo, pero, en general, por lo menos yo rehuía mucho de estar con ellos. Me sentía muy triste, me sentía muy culpable. No me podía ni imaginar lo que pasaban mis papás, especialmente: una Navidad, otra Navidad, otra Navidad. El papá de Emma murió todavía con la esperanza de encontrar a su hijo. Pero, poco a poco, las demás fueron aceptando que Marco Antonio no iba a regresar. Pero aceptar el duelo sin buscar justicia era algo que Ana Lucrecia no estaba dispuesta hacer. Sentía que se lo debía a su hermano. En 1998, después de 17 años de la desaparición de Marco Antonio, el caso no había llegado a ninguna parte en Guatemala. Entonces Ana Lucrecia recurrió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La familia demandó al Estado guatemalteco por la desaparición forzada de Marco Antonio hecha por los militares, así como por la falta de investigación y sanción de los responsables. Su mamá y María Eugenia apoyaron a Ana Lucrecia, pero para Emma… La idea de la justicia para mí era algo imposible. No podía buscar justicia, porque no me la merecía. Porque yo era la culpable de que Marco Antonio fuera desaparecido y seguramente asesinado. El problema era que el testimonio de Emma resultaba clave para probar que Marco Antonio fue secuestrado como represalia. Sin ese testimonio, el caso perdía mucha fuerza. Y Emma no se sentía lista para hablar. Yo suponía que me iban a hacer contar con todo detalle todo lo que había pasado y yo me moría de la vergüenza. Me moría del… del… del dolor, del terror. Yo… yo pensaba que yo no iba a sobrevivir. Emma solo había hablado con detalle de lo que pasó en la base militar dos veces: cuando Ana Lucrecia le ayudó con la beca y una vez con su psicóloga. Ahora le pedían que hablara frente a un montón de desconocidos. Pero ya para ese momento había una sentencia en contra del Estado hondureño por desaparición forzada, o sea, había antecedentes que mostraban que era posible lograr ganar el juicio y tal vez mover el caso de Marco Antonio dentro del sistema judicial guatemalteco. Por otro lado, era su familia la que se lo pedía, y a pesar de la distancia entre todos, sentía que era su deber. Así que en el 2004, cuando finalmente se realizó el juicio, Emma pidió testificar a puerta cerrada, sin su familia ni nadie conocido. Solo ella y los jueces. Yo lo hacía contra mi voluntad, en solidaridad. Lo hacía por Marco Antonio. No lo hacía por mí. Me enojaba que me preguntaran las cosas que me habían pasado a mí. Me enojaba mucho. Y sobre todo no creía que se fuera… que fuera fructificar en nada. Era muy doloroso. Era muy perturbador. Al final, para la sorpresa de Emma, la Corte falló a favor de la familia. Responsabilizó al Estado por la desaparición de Marco Antonio y ordenó una serie de reparaciones. Las más importantes fueron que el Estado debía localizar y hacer entrega de los restos de Marco Antonio a la familia. Y que debían identificar y sancionar a los autores de su desaparición forzada. El juicio no fue poca cosa, porque… El caso Marco Antonio se vuelve un caso muy emblemático y muy importante por la cantidad de pruebas que se logran reunir alrededor de él. Pruebas como testimonios de otras víctimas de desaparición forzada, informes de expertos acerca de la situación en Guatemala. Pero había una prueba clave: Emma. O sea, al… al… al haber el antecedente que hay conmigo y al haber un testimonio mío que dice: “Sí, pasó esto: yo escapo y a las horas —es que no fue ni siquiera un día— a las horas que yo escapo, lo secuestran a él”. Eso es una inculpación muy clara y contundente contra el Estado. El caso y la sentencia no solo era un gran avance en la búsqueda de Marco Antonio, sino que ayudó a poner en discusión el hecho de que el ejército tenía una práctica sistemática de desaparición forzada. Y es que casos como el de Marco Antonio hay miles. La Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala estima que entre 1981 y 1983 se registraron unos 42 mil casos de asesinatos y desapariciones forzadas hechos por los militares. Y ese número es solo de los casos registrados. Muchas familias tuvieron miedo a hablar. La Comisión dice que la cifra verdadera puede llegar a más de 200 mil víctimas. Ya con la sentencia de la Corte Interamericana, la familia se armó de valor para pedir cuentas a la justicia guatemalteca. Querían que fuera un caso fuerte en contra de los militares. Y entre 2004 y el 2015 se dedicaron a la recolección de pruebas. Presentamos 170 medios de prueba. Fue una… una recolección de muchísimo tiempo. Fue ir a buscar a la gente a su casa, convencerla de que atestiguara, pedirle un perito que hable de tal o cual cosa. Ana Lucrecia fue la más involucrada en todo el proceso. Yo iba a Guatemala como digo a hacer turismo judicial. No iba a pasear. No. Iba al Ministerio Público, a la Procuraduría de Derechos Humanos, a hablar con posibles peritos, a contratar peritajes. En el 2015 la familia presentó el caso ante la Fiscalía y el Ministerio Público se involucró en la recolección de pruebas. Y finalmente, el 6 de enero del 2016 —después de diez años de investigaciones— la Policía Nacional detuvo a cuatro personas… El general Manuel Callejas, que era el director de Inteligencia del Estado Mayor General del Ejército. El coronel Luis Gordillo Martínez, que era el comandante del cuartel militar de Quetzaltenango donde estuvo Emma detenida. Al subcomandante de ese cuartel, Edilberto Letona Linares, y al coronel Hugo Ramiro Saldaña, el oficial de inteligencia de la base de Quetzaltenango. Este último fue el que interrogó y torturó a Emma, y fue uno de los hombres que secuestró a Marco Antonio. Emma y su mamá lo identificaron después de que lo capturaron. Luego detuvieron a Manuel Benedicto Lucas García. Recordémoslo. Usted sabe que aquí la clase… la extrema derecha es muy fuerte. El que era hermano del presidente de la época y el Jefe del Estado Mayor del Ejército cuando secuestraron a Marco Antonio. A él se le acusó de ser el responsable intelectual de la práctica de desaparición forzada hecha por los militares. Ahora se venía otro juicio, este en el sistema judicial guatemalteco, para inculpar a los militares capturados. Emma estaba en su trabajo cuando recibió un mensaje de su actual esposo. Decía que habían capturado a los hombres que la habían secuestrado y a los responsables de la desaparición de Marco Antonio. Cuando leyó el mensaje, Emma… Me llené de terror. Pensé que me iban a llamar. Pensé que tenía que verlos. Pensé que me iban a matar, que tenían todavía ese poder. El juicio que se venía iba a ser más duro que el que vivieron en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Más duro porque estaban los rostros de esos cuatro militares. Ya no eran hombres anónimos, abstractos. Eran personas de carne y hueso. Emma sentía un terror que no tuvo en el juicio ante la Corte Interamericana. El terror es una exageración del miedo, pero es una exageración que se basa en que la gente que le ha hecho daño tiene poderes extraordinarios. Y el terror es pensar que alguien tiene tanto poder que con una mirada o con un gesto te pueden destruir y que el daño no ha parado. Que todavía puede haber daño y que puede haber un daño todavía mayor. Pero el testimonio de Emma, de nuevo, era vital. La oportunidad de que hubiera justicia para Marco Antonio dependía, en gran parte, de que ella hablara. Entonces, Emma, que se había resguardado en el silencio, decidió enfrentar su mayor miedo. Emma pasó dos meses preparándose: escribió todo y lo ensayó infinidad de veces. Sabía exactamente qué decir, y cómo quería decirlo. Y el 10 de mayo del 2018 llegó al tribunal. Yo no dormí, obviamente, la noche anterior. Estaba súper estresada. Tenía mucho miedo. Pensé que pensé que… pensé que iba a entrar en pánico en el tribunal. Y estamos hablando de una sala que era tal vez del tamaño de esta sala. O sea, unos 18 metros cuadrados, unos 25 metros cuadrados. Estaba muy cerca todo. Los acusados estaban ahí, 37 años después de aquellos diez días que cambiaron la vida de los Molina Theissen. Y empecé a verlos y me fui sintiendo fuerte y les buscaba la mirada y no me la daban. Y yo empecé a darme cuenta en que ya no me podían hacer daño. Y ese fue el momento más liberador de toda mi vida. Porque no sólo eran personas iguales a mí —no eran los superpoderosos que yo tenía en la cabeza— sino que además estaba en una carceleta. Estaban ahí en una jaula con esposas. Eran ellos en ese momento los que estaban en una situación de sumisión. Y yo no. Yo tenía el poder de levantar mi voz y señalarlos y decir: “Fueron ellos”. Y eso fue absolutamente liberador. Emma dio su declaración el 21 de mayo. Mi declaración, más que palabras, fue un rugido. Fue como sacar todo y dejarlo ahí en esa sala y salir limpia. Libre. Por fin me pude liberar de la culpa. Me pude liberar de la vergüenza. La justicia es sanadora, por eso es importante, porque sana a la gente, porque la repara, porque le dignifica su verdad. Hablar en esa sala fue conciliarse con la verdad. La verdad de que ella y Marco Antonio fueron víctimas de una guerra injusta, injustificada, violenta, genocida. Que la culpa que cargaba le pertenecía a los acusados, no a ella. Después de más de 13 horas de deliberación —un tiempo extrañamente largo, que empezaba a preocupar a la familia Molina Theissen— la sentencia contra los cuatro militares se dictó cerca de las cuatro de la mañana del 23 de mayo del 2018. Con la suficiente prueba evidenciada y analizada el Tribunal advierte que los acusados responsables en este caso siempre estuvieron conscientes de lo que hacían. Intencionalmente inobservaron garantías básicas… Cuatro de los cinco acusados fueron encontrados culpables. Entre los delitos estaban secuestro, tortura y violación agravada de Emma, y la desaparición forzada de Marco Antonio. Tres fueron condenados a 58 años de cárcel y uno a 33. El quinto acusado quedó libre porque no se pudo determinar que tenía responsabilidad en los hechos. Traté de contactar a estos militares sentenciados. Logré conseguir el contacto de los abogados de tres de ellos, pero a pesar de las llamadas y los mensajes, solo pudimos hablar con Francisco Luis Gordillo, el comandante del cuartel militar donde Emma estuvo detenida. Gordillo, de ya más de 80 años y condenado a 33 años de cárcel, accedió a darme una pequeña entrevista. Me dijo que la sentencia… Es una cosa aberrante, ilegal, injusta, politizada, ideologizada. También me dijo que Emma miente respecto a lo de la violación y la tortura. Que no hay secuelas físicas del abuso y que, por tanto, no se puede probar. Y la violación también es un delito que tiene que probarse científicamente y aquí no hay ninguna cosa científica. Que solo el testimonio de Emma no es suficiente. Al finalizar la sentencia dice que bastaba la declaración de la querellante para condenar. María Santísima, ¿cómo va a ser eso? Que baste lo que una persona diga para condenar a otra sin mayores pruebas. Él se declara inocente: A mí de lo que me acusan es de violación agravada, porque según la versión de la persona dice que la violaron diez soldados. Emma cree que fueron diez, pero no está muy segura. Entonces, como yo era el comandante de la zona, yo soy el responsable. María Santísima, cómo voy a permitir yo una cosa de esa naturaleza. Y… es lo más falso, lo más irreal. Me afirmó que la sentencia ha causado mucho mal a su familia. Que la salud de su esposa ha empeorado y que su hija tiene episodios severos de estrés. Esto es una violación completa a nuestra vida, nuestra edad, a nuestros derechos. Entonces, ellos… los derechos humanos pareciera que solo los usan para ese tipo de casos: para personas acusadoras que están en una corriente política internacional. Y nosotros pareciera que no tenemos ningún derecho. Le pregunté si respalda todo lo que hizo el ejército durante los años ochentas y durante su servicio militar. Me empezó a hablar de la guerra fría, del conflicto entre la Unión Soviética y Estados Unidos, que la guerra que hubo en Guatemala fue un resultado del conflicto entre esas dos potencias. Y al final dijo… Unos pusieron las armas y el dinero, y nosotros pusimos los muertos. En ningún momento puedo aprobar yo el desangramiento que tuvo mi país por las… pugna entre dos potencias. Voy a repetirlo: “Unos pusieron las armas y el dinero”, dijo Gordillo, “y nosotros pusimos los muertos”. Pero, según él, era la única forma de detener el comunismo. La sentencia en contra de los militares fue histórica. En un país en donde la impunidad ha sido la norma, este fallo era una muestra de que la justicia sí era posible. Y no solo eso… La sentencia plantea que se debe poner a las personas víctimas de crímenes atroces al centro de la justicia. Que su testimonio por sí mismo es una prueba. O sea, que si una mujer es violada, su palabra es suficiente prueba para que se abra una investigación. O como en el caso de la familia Molina Theissen, si unos padres de una familia denuncian que su hijo está desaparecido es suficiente prueba para empezar a buscarlo. Algo que nunca pasó con Marco Antonio. Eso es revolucionario en el país. O sea, no es aquel derecho penal donde usted tiene que llegar y probar hasta el último detalle en la materialidad de lo ocurrido. Fue ahí que las Molina Theissen lo entendieron: esta sentencia ya no era solo para el caso de Marco Antonio, sino para las otras víctimas del terrorismo de Estado. Le da un poder a las víctimas. De tal modo que ahora una persona, basándose en esa sentencia, puede llegar y decir: “Mi esposo fue desaparecido en tal año así, así y asá”. Y eso constituye una prueba. Y eso puede plantear ya entonces un proceso legal que hasta este momento ha sido muy difícil construir esas… esas evidencias y esas pruebas necesarias para llegar a.. a una… a abrir un juicio. Es una oportunidad para que miles de otras personas puedan intentar sanar las heridas que dejó esta guerra tan violenta. Ninguno de los sentenciados dijo dónde está Marco Antonio. Pero lo siguen buscando. Porque de lo contrario sería como abandonar a nuestro niño, dejarlo tirado, como ellos lo hicieron, en cualquier parte. Buscarlo es la forma de mostrarle su amor, que sigue igual de fuerte que ese 6 octubre de 1981. El día en que se lo llevaron. No tengo ni la menor idea de dónde puede estar, ni si está siquiera. Esto nos va a llevar la vida, o buena parte de ella, al igual que… que la justicia. El Estado de Guatemala todavía no tiene un plan concreto para buscar a Marco Antonio, a pesar de las órdenes que la Corte Interamericana de Derechos Humanos dio hace ya más de 15 años. En enero del 2019, el Congreso guatemalteco empezó a discutir modificaciones a la Ley de Reconciliación Nacional. Tales cambios darían amnistía a aquellos que cometieron delitos de lesa humanidad durante el conflicto armado. Delitos como genocidio, tortura y desaparición forzada. De aprobarse las reformas, los cuatro condenados en el caso Molina Theissen quedarían libres. Luis Fernando Vargas es editor de Radio Ambulante, vive en San José, Costa Rica. Muchas gracias a Francisca Stuardo, Kimmy de León y Daniel Villatoro. Gracias también al Centro por la Justicia y el Derecho Internacional y a Prensa Comunitaria, en Guatemala. Este episodio fue editado por Camila Segura y por mí. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri, con música de Giancarlo Vulcano. Andrea López Cruzado hizo el fact-checking. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Lisette Arévalo, Gabriela Brenes, Jorge Caraballo, Victoria Estrada, Rémy Lozano, Miranda Mazariegos, Patrick Moseley, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Luis Trelles, David Trujillo y Elsa Liliana Ulloa. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, y se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Todos los viernes mandamos un boletín electrónico con recomendaciones de nuestro equipo para el fin de semana. Cada correo incluye cinco enlaces de cosas que nos inspiran: series de televisión, libros, otros podcasts, aplicaciones para el celular, multimedias en internet… De todo. Es una manera de compartir lo que nos gusta y de filtrar un poco tanto contenido que hay disponible en internet. Si quieres recibirlo, suscríbete en radioambulante.org/correo. Repito: radioambulante.org/correo. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar. En el siguiente episodio de Radio Ambulante, el periodista Santiago Rivas se enfrenta a una ley que amenazaba la esencia de su trabajo… Me dijo: “¡Ay! Necesito hablar contigo sobre una ley que están ahí pasando, que es una ley súper chancuca y súper chimba”. Nosotros no somos enemigos por ser críticos. Hasta que una grabación secreta lo cambió todo. Su historia, la próxima semana.

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