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Radio Ambulante - Juntos a la distancia

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15
30

En un abrir y cerrar de ojos, el mundo cambió.

Gabriela Wiener vive con su familia en Madrid, una ciudad golpeada fuertemente por el Covid-19. Nada ha sido lo mismo desde que el virus llegó a la capital española, pero ella nunca se imaginó que tendría que experimentar sus consecuencias de primera mano.
__

Este es el último episodio de la temporada. Mucha gracias por escuchar, comentar y compartir nuestras historias.

Desde ya estamos trabajando en la producción de la décima (¡!) temporada de Radio Ambulante. Mientras tanto, los invitamos a escuchar El hilo, nuestro nuevo podcast. Todos los viernes seguiremos publicando episodios para contar la historia detrás de las noticias más importantes de Latinoamérica.

Y si quieren saber cómo va la producción de nuestra nueva temporada, recibir recomendaciones de lo que estamos escuchando, o enterarse de convocatorias y novedades, suscríbanse a nuestro boletín semanal. ¡Hasta pronto!

[Este episodio fue publicado el 28 de abril de 2020]

¡Hola,
gracias
por
escuchar
Radio
Ambulante!
Nos
gustaría
entender
mejor
quiénes
nos
escuchan
y
cómo
usan
los
podcasts.
Por
favor
ayúdennos
llenando
una
encuesta
corta
y
anónima
en
npr.org/podcastsurvey
(escrito
como
una
sola
palabra).
Es
en
inglés.
Toma
menos
de
10
minutos
y
ayudarán
muchísimo
al
programa.
Repito:
npr.org/podcastsurvey.
¡Mil
gracias!
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Entonces
antes
de
comenzar
el
episodio
de
hoy
—el
último
de
la
temporada—
quería
decirles
algo.
Como
muchos
de
ustedes,
el
equipo
de
Radio
Ambulante
está
pasando
cuarentena
en
nuestras
respectivas
casas.
Somos
más
de
quince
periodistas,
editores,
productores,
diseñadores
de
sonido,
emprendedores,
en
casi
diez
países.
La
cuarentena
para
cada
uno
de
nosotros
es
diferente,
con
diferentes
retos,
pero
para
ninguno
ha
sido
fácil.
Lo
que
viven
ustedes
—la
ansiedad,
el
temor,
el
aburrimiento,
el
desespero—
pues,
nosotros
también.
Lo
que
nos
ha
llenado
de
energía
y
de
motivación
en
estos
días
es
contar
historias
y
saber
que
al
otro
lado
están
ustedes,
la
audiencia
de
Radio
Ambulante.
Toda
la
temporada
han
estado
con
nosotros,
comentando,
discutiendo,
promoviendo,
compartiendo
nuestros
episodios.
Y
lo
apreciamos.
Recuerden
que
parte
del
equipo
seguirá
sacando
episodios
cada
viernes,
cubriendo
temas
de
actualidad
con
nuestro
nuevo
podcast
noticioso,
El
hilo.
No
hacemos
exactamente
lo
mismo
que
Radio
Ambulante,
pero
igual
siento
que
en
un
momento
como
este,
tratar
de
entender
y
explicar
las
noticias
de
la
región
tiene
un
gran
valor.
Quiero
invitarlos
a
que
se
sumen
a
nuestro
programa
de
membresías.
Su
apoyo
va
a
ser
clave
para
volver
en
septiembre
con
una
nueva
temporada,
la
décima
de
Radio
Ambulante,
y
que
sea
la
mejor
que
hayamos
hecho,
la
más
ambiciosa.
Háganse
miembros
en
radioambulante.org/donar.
Por
ahora,
quédense
en
casa
y
disfruten
el
último
episodio.
OK,
entonces,
para
cerrar
la
temporada,
llamamos
a
una
vieja
amiga
de
Radio
Ambulante…
Hola,
chicos.
Hola.
¡Hey!
¿Me
escuchan
bien?
Te
escuchamos,
te
escuchamos.
Gabriela
Wiener.
Si
nos
oyen
desde
hace
rato,
probablemente
ya
la
conocen.
Es
peruana.
Escritora.
Vive
en
Madrid.
Camila
Segura,
la
directora
editorial
de
Radio
Ambulante,
y
yo
hablamos
con
ella
en
la
última
semana
de
marzo.
Un
mes
infame
para
ella.
¿Qué
tal
guapos?
Bien.
¿Cómo
estás?
Agh…
Podridas,
podridas.
Podridas”,
dice
Gaby.
Quizá
ya
se
imaginan
por
qué.
El
día
que
hablamos,
el
27
de
marzo,
en
España
ya
había
más
de
64
mil
contagiados,
casi
cinco
mil
muertos
y
un
sistema
hospitalario
colapsado.
Ese
país
europeo
superó
a
China
en
el
número
de
muertos.
Madrid
y
Cataluña
son
las
regiones
más
afectadas.
Con
los
hospitales
colapsados
los
expertos
en
salud
pública
mantienen
la
esperanza
de
que
el
pico
llegue
en
los
próximos
días.
OK,
un
detalle
de
la
vida
personal
de
Gaby
que
deben
saber
para
entender
esta
historia
es
que
vive
en
trio.
Su
marido
Jaime
es
peruano
y
llevan
más
de
15
años
casados.
Hace
seis
años,
ambos,
Jaime
y
Gaby,
se
juntaron
con
Rosi,
que
es
española.
Los
tres
viven
en
una
casa
antigua
y
amplia
con
su
hije
Coco
y
su
hijo
Amaru
en
un
barrio
popular
de
Madrid.
Pero
antes
de
contar
cómo
fue
ese
mes
infame
de
marzo,
hay
que
retroceder
un
poco
en
el
tiempo.
No
tanto,
la
verdad,
porque
una
de
las
cosas
que
caracteriza
esta
pandemia
es
lo
rápido
que
ha
sucedido
todo.
¿No
lo
sienten
así?
En
un
abrir
y
cerrar
de
ojos,
el
mundo
cambió.
Seguramente
los
médicos
y
especialistas
lo
ven
diferente,
pero
para
muchos
de
nosotros,
digamos
que
fue
relámpago.
Entonces
devolvámonos
a
finales
de
febrero…
Como
en
febrero,
como
que
la…
la
gente
periodista,
tuitera,
etcétera,
estábamos
todos
creyéndonos
superinteligentes
y
tomando
distancia,
¿no?,
de,
digamos,
el
pánico
que
se
estaba
generando
en
algunos
lugares,
¿no?
El
virus
ya
estaba
matando
gente
en
Italia
pero
muchos
minimizaban
lo
que
podía
pasar…
Recuerdo
mucho
algún
periodista
español
corresponsal,
además
que…
que,
bueno,
fue
como
súper
celebrado,
¿no?,
porque
él
estaba
transmitiendo
desde
Milán
y
diciendo
que
esto
era
como
un
resfrío
común.
No
podemos
hablar
de,
qué
yo,
de
virus
terroríficos
como
pueda
ser
el
ébola.
No.
Estamos
hablando
de
un
tipo
de
gripe
del
que
se
curan
la
gran
mayoría
de
las
personas
que
se
han
infectado.
Y
que
de
verdad
que
si…
si
seguíamos
creando
pánico
iba
a
ser
peor,
¿no?
Para
que
se
entienda:
el
26
de
febrero
había
menos
de
20
contagios
confirmados
a
nivel
nacional.
El
director
del
centro
de
emergencias
sanitarias
aseguraba
que…
Ahora
mismo
no
hay
información
que
nos
indique
que
tengamos
que
suspender
ningún
evento.
Ahora
mismo
no
estamos
en
esa
situación.
Y
la
prensa
española
decía
más
o
menos
lo
mismo.
Las
personas
que
no
tengan
síntomas,
aunque
hayan
viajado
a
una
zona
de
riesgo,
pueden
hacer
una
vida
completamente
normal.
No
tienen
que
tomar
ninguna
medida
excepcional,
simplemente
observarse.
Estaba
yo
en
esa
fase
bastante
de
escepticismo,
¿no?
de
guardar
la
calma,
de
“al
final
esto
mata
menos
que
tantas
cosas”.
Jaime
también.
Aunque
me
cueste,
tengo
que
admitir
que
yo
era
de
las
personas
que
pensaba,
cuando
la
cosa
apenas
empezaba
a
llegar
a…
a
Italia,
pensaba
que,
efectivamente,
las
estadísticas
decían
que
la
gripe
mataba
a
muchísimas
más
personas
de
las
que
estaba
matando
el
coronavirus
y
que
probablemente
esto
pasaría.
Yo
creo
que
muchos,
de
alguna
manera
u
otra,
nos
entregamos
a
la
ilusión
de
que
esto
pasaría.
Pero
mientras
muchos
se
convencían
de
que
el
verdadero
enemigo
era
el
pánico,
el
virus
ya
se
estaba
propagando
en
España.
Gaby
recuerda
haber
hablado
con
un
amigo
editor
por
esos
días
para
negociar
un
pago
o
algo
así,
y
cuando
el
tipo
le
mencionó
el
coronavirus
y
que
estaba
algo
preocupado,
a
Gaby
le
pareció
una
exageración.
Y
estábamos
solamente
a
una
semana
o
un
poquito
más
de
la
cuarentena,
y
todavía
estábamos
absolutamente
pensando:
“Ay
qué…
¿de
qué
me
está
hablando
este
tipo?
O
sea,
que
se
tranquilice,
¿no?”.
Ya
para
ese
momento
se
acercaba
el
8
de
marzo,
el
Día
Internacional
de
la
Mujer,
una
fecha
muy
importante
para
Gaby
y
su
familia.
A
la
marcha
fueron
Gaby,
Rosi,
Coco
y
Amaru.
Y
terminó
siendo,
como
de
costumbre,
algo
masivo.
¡Lo
llaman
igualdad
y
no
lo
es!
¡Lo
llaman
igualdad
y
no
lo
es!
La
cosa
es
que
eso:
el
8
de
marzo
o
esos
días,
aquí
en
España
y
aquí
en
Madrid
estábamos
haciendo
una
vida
completamente
normal.
Los
cafés
y
restaurantes
llenos,
discotecas
y
estadios
de
fútbol,
iglesias,
en
fin,
lo
que
ya
sabemos.
Pero
todo
estaba
a
punto
de
cambiar.
El
domingo
salimos
a
marchar.
El
lunes,
martes…
el
martes
ya
anuncian
que
a
lo
mejor
se
cierran
los
colegios
y
el
miércoles
ya
no
van.
Las
medidas
del
gobierno
español
hicieron
que
todos
nos
diéramos
cuenta
de…
de
lo
grave
de
la
situación.
Un
país
no
cierra
todos
los
colegios
así
nomás.
Realmente
una
medida
tan,
tan
potente
como
el
cierre
de
los
colegios,
¿no?,
o
sea,
te
hace
pensar
en
que
esto
tiene
que
ser
de
envergadura,
¿no?
Totalmente.
Evidentemente,
como
cualquier
persona
más
o
menos
racional,
conforme
fui
conociendo
de
la
gravedad
del
asunto
y
que
efectivamente
no
era
como
una
gripe
y…
y
el
contagio
era
exponencial
y
rapidísimo,
mi
opinión
cambió
y…
y
empezamos
a
estar
en
estado
de
alerta
total.
La
cuarentena
en
Madrid
se
anunció
el
14
de
marzo.
Para
ese
momento
yo
ya
empezaba
a
tener
los
primeros
síntomas.
Empezó
a
sentirse
mal
alrededor
del
10
de
marzo.
No
enfermo
exactamente,
más
bien
sentía
malestar
general.
Le
dolía
un
poco
el
cuerpo.
Tenía
una
tos,
bueno,
normal
de
un
resfrío,
y
tenía
un
dolor
de
cuerpo
tan
normal
como
el
que
puede
ser
un
resfrío.
Pero
tres
días
después
le
empezó
una
fiebre…
Es
uno
de
los
síntomas
más
claros
de…
del
coronavirus,
la
fiebre
leve.
En
mi
caso
era
entre
37
y
medio,
y
38
y
medio.
Ahí
mismo,
sin
saber
si
era
o
no
coronavirus,
tomaron
la
decisión
de
aislarlo
dentro
de
la
misma
casa.
Empecé
a
tener
distancias
de
un
metro
con…
con
mi
familia.
Y
me
recluí
en…
en
un
lado
de
la
casa,
en
una
habitación,
para
evitar
cualquier
contagio
en
caso
de
que
fuera
coronavirus.
La
casa
donde
viven
ahora
la
alquilaron
hace
poco.
En
realidad
son
como
dos
espacios
divididos
por
un
patio.
A
un
lado
hay
como
una
zona
grande,
tipo
loft
que
es
donde
duermen
y
trabajan
los
tres
adultos.
Al
otro,
están
las
dos
habitaciones
de
los
niños,
un
salón,
la
cocina
y
el
baño.
Jaime
se
aisló
en
una
parte
del
loft.
A
los
tres
días,
Coco,
que
tiene
13
años,
empezó
a
tener
fiebre
y
también
se
aisló.
La
idea
era
esperar
a
ver
cómo
seguían,
porque
además
el
mensaje
de
las
autoridades
y
de
los
medios
era
claro:
Si
eres
joven
lo
que
va
a
parecer
es
que
tienes
un
resfriado
un
poco
fuerte,
¿no?
Y
si
no
tienes
problemas
respiratorios,
es
decir,
si
no
estás
ahogándote,
quédate
tranquilo
en
tu
casa.
Trátate
los
síntomas
y
ya
está.
Solo
llama
la
ambulancia,
solo
llama
al
hospital,
solo
acércate
a
un…
a
urgencias
de
un
hospital
si
no
te
está
entrando
el
aire
bien.
La
cosa
es
que
nosotros
íbamos
progresivamente
oyendo
toser
más,
más
a
Jaime
y
progresivamente
verle
peor.
Por
si
acaso,
esa
es
Rosi.
Y
mucho
más
tirado
en
la
cama,
que
no
se
podía
mover,
hasta
que
un
día
ya
se
pasó…
lo
pasó
todo
durmiendo,
¿ya?
Y
a
la
vez
todo
el
puto
día
escuchando
la
radio
donde
ibas
viendo,
como
dice
la
ostia,
que
esto
es
verdad.
Y
aquí
esto
cada
día
flipando
más.
Esto
es
importante,
creo.
Esa
sensación
de
agobio
que
sentían
todos.
De
que
cada
día
sucedía
algo
que
el
día
anterior
era
impensable.
La
sensación
de
haberse
despertado
en
un
mundo
inverosímil.
Madrid,
como
todas
las
ciudades
de
España,
como
tantas
en
Europa,
cerraba
sus
puertas.
La
vida
pública
se
acababa.
Llegaban
noticias
de
enfermos,
gente
cada
vez
más
cercana.
Se
escuchaba
noticias
de
los
hospitales
al
borde
del
colapso.
Se
escuchaban
sirenas
día
y
noche.
Y
en
la
casa,
una
cuarentena
improvisada
para
Jaime,
que,
entre
todo
eso,
seguía
empeorando.
De
modo
que
al
día
siete
de…
de
tener
los
síntomas
ya
no
podía
hablar,
ni
siquiera
normalmente,
porque
la
tos
me…
no
me
dejaba…
no
me
dejaba
hablar.
Se
le
acaba
el
aire
al
hablar.
Así
que
decidieron
que
ya
era
hora
de
que
alguien
lo
viera.
Jaime
se
acercó
al
centro
médico
del
barrio,
para
que
midieran
la
saturación
de
oxígeno
en
la
sangre.
Y
vieron
que
la
tenía
en
90,
que
es
muy,
muy
baja
para
una
persona
de
mi
edad.
Y
entonces
ya
me
recomendaron
que
podían
llamar
a
la
ambulancia
ahí
mismo
o
podía
volver
a
casa
y
esperar
24
horas.
Y
a
pesar
de
lo
mal
que
se
sentía
decidió
esperar.
Su
razonamiento
era
claro:
Que
eran
siempre:
“No,
hay
personas
que
lo
necesitan
más”.
No
quería
contribuir
al
colapso
del
sistema
hospitalario.
Y
este
tipo
de
pensamiento
“responsable”,
entre
comillas,
pero
también
un
poco
negacionista,
¿no?,
de
mis
propios
síntomas.
Decidí
no
aceptar
la
ambulancia
en
ese
momento
y
volver
a
casa.
Y
fue
caminando
las
cinco
calles
que
separan
ese
centro
médico
ambulatorio
hasta
mi
casa
que
me
di
cuenta
de
que
algo
estaba
realmente
mal.
Se
tardó
el
doble
en
llegar
a
la
casa
y
se
sentía
sin
aliento.
Gaby
y
Rosi
lo
vieron
tan
mal
que
decidieron
llamar
a
la
ambulancia
de
inmediato.
Se
demoró
cinco
horas
en
llegar.
Durante
esas
cinco
horas
yo
estaba
tumbado.
No
podía
ya
moverme
demasiado
y
empezaba
a
sentirme
realmente
angustiado.
Apareció
esta
ambulancia,
que
era
como
de
otro
planeta.
O
sea
la
ambulancia
en
era
la
misma…
Pero
bajaron
unos
tipos
completamente
vestidos,
protegidos
de…
de…
de…
de
trajes
aus…
astronáuticos,
¿no?
Con
cascos,
guantes,
¿no?
Venían
tan
protegidos
que
ya
ver
eso
te
da
miedo,
¿no?
O
sea,
esa
gente…
esa
gente,
se
llevó
a…
a
mi
marido.
Lo
llevaron
a
una
zona
de
urgencias
del
Hospital
12
de
Octubre.
Uno
de
esos
hospitales
que
ya
ha
salido
en
las
noticias
porque
tenía
a
los
pacientes
tirados
por
el
suelo.
Se
quedó
en
un
área
solo
para
pacientes
con
coronavirus.
Y
ahí
empezó
el
Vía
Crucis,
¿no?
En
una
silla,
¿no?,
de
hospital,
absolutamente
abarrotada
toda
esa
zona
de
gente
enferma,
tosiendo,
sin
camillas,
que
apenas
podían
atenderlos
los
sanitarios,
¿no?
Lo
más
terrible
fue
ver
cómo
las
ambulancias
no
dejaban
de
llegar.
Llegaban
al
ritmo
de
unas…
una
cada
media
hora.
Llegaban,
dejaban
a
un
paciente
y
se
volvían
a
ir.
Estaría
en
esa
sala
de
espera
por
más
de
un
día.
Treinta
y
dos
horas.
Horas
que
fui
contando
evidentemente
desde
la
primera.
Pero
no
es
que
estuvo
completamente
abandonado.
Es
decir,
a
pesar
de
lo
abarrotado
que
estaba
la
sala
de
espera,
se
lo
llevaron
para
hacerle
la
prueba
del
coronavirus
y
para
hacerle
unas
placas
de
sus
pulmones.
Cuando
le
dieron
los
resultados,
llamó
a
Gaby
y
a
Rosi.
Entonces,
imagínate
Rosi
y
yo
aquí.
Jaime
llamándonos
a…
ya
a
horas
de
la
madrugada,
sin
cama,
sufriendo
ahí
dolores
horrorosos
y
diciéndonos:
“No
se
asusten
pero
tengo
neumonía
en
los
dos
pulmones”,
¿no?
Para
era
difícil
porque
mientras
más
pasaban
las
horas
notaba
su…
su
preocupación
que
aumentaba.
Y
era
muy
duro
ver
pasar
las
horas.
Contar
las
horas,
ver
que
estabas
10
horas,
12
horas,
15
horas,
20
horas
y
seguíamos
ahí
en
las
sillas.
Jaime,
Gaby
y
Rosi
se
chateaban
o
se
hablaban
cuando
podían.
Era
un
poco
difícil
porque
las
tomas
de…
de
electricidad
para
cargar
los
móviles,
evidentemente
todos
estábamos
tratando
de…
de
cargarlos
al
mismo
tiempo.
Se
nos
acababa
la
batería,
cargamos
un
poco.
Y
luego
cedían
la
toma
de
electricidad
a
otro,
que
estaba
en
más
o
menos
la
misma
situación.
No
era
en
realidad
una
cuestión
de…
de
competencia,
ni
de…
ni
de
lucha.
Era
más
bien
de
solidaridad,
¿no?
Era
como
de:
“Venga,
yo
voy
a
cargar
un
poco
después
de
cargar
tú».
Y
nadie
se
quedaba
con
el
móvil
enchufado
ahí
todo
el
tiempo,
sino
iba…
íbamos
rotándonos
de
una
manera
espontánea
y
casi
sin
decirnos
nada,
¿no?
Me
gusta
este
detalle
de
la
historia
de
Jaime
y
no
me
cuesta
imaginármelo.
Un
gesto
simple,
solidario,
que
un
paciente
tras
otro
repite,
porque
sí,
porque
todos
están
en
las
mismas.
Y
es
que
el
coronavirus,
como
sabemos,
es
tan
contagioso
que
los
familiares
no
pueden
acompañar
a
los
enfermos.
Entonces,
todos
los
de
la
sala
esperaban,
ansiosos,
sufriendo
y
solos.
Coco
no
desarrolló
síntomas
tan
fuertes
como
los
de
su
papá,
entonces
no
se
tuvo
que
hospitalizar.
Solo
se
mantuvo
en
aislamiento.
Pero
Gaby
y
Rosi
se
la
pasaban
esperando
noticias
de
Jaime,
sin
poder
dormir,
desesperadas.
Lo
que
vivimos
fue
auténtico
miedo.
Primero
no
saber
la
magnitud
del
daño
que
tenía
los
pulmones.
Pensar
que
se
iba
a
ahogar
y
pensar
que
no
iban
a
estar
ahí,
¿no?
Que
no
iban
a…
a…
a
poder
ayudarlo,
¿no?,
porque
estaban
colapsados,
¿no?
Pero
en
medio
del
desespero
y
la
incertidumbre,
Gaby
y
Rosi
tenían
que
seguir.
Teniendo
que
sostener
la
casa,
el
buen
humor
de
la
casa,
¿no?
Además
Coco
preguntaba
mucho
cómo
estaba
su
papá
y
nosotros
le
decíamos
“bien”,
pero
estábamos
arrasadas.
Teníamos
que
además
seguir
limpiando
como
si
no
hubiera
mañana.
Y
Jaime
mantenía
el
contacto
con
su
casa,
contándoles
cómo
seguía.
En
la
sala
de
urgencias
la
cosa
solo
se
ponía
peor.
Para
el
segundo
día
que
estuve
ya
ahí
esperando,
había
gente
ya
en
los
pasillos.
Había
una
gente
en
el
suelo,
sentada,
tumbados
en
las
sillas.
Muchos
de
los
que
estaban
en
la
sala
de
espera
eran
personas
mayores.
Y
como
todos,
estaban
solos.
Y
me
alucinaba
la
entereza
con
la
que
se
mantenían
ahí
en
la
silla.
Yo,
que
tengo
46
años,
sentía
el
cuerpo
destrozado
y
a
veces
la
ansiedad
me…
me…
me
ganaba.
Sentía
que
no
estaba
razonando
bien
ya,
más
o
menos
cuando
llevábamos
unas
20
horas
ahí.
Y
que
entre…
entre
la
enfermedad
y…
y
la
ansiedad
y
el
cansancio
físico,
todo
eso
me
estaba
enloqueciendo.
Pero
veía
a
estas
mujeres
tan…
estoicamente,
tan
fuertes,
tan
valientes,
aguantar
el
tipo
sin
pedir
nada
a
nadie.
Y
era
como…
como
súper
fuerte
para
mí.
A
pesar
de
lo
mal
que
estaba,
en
un
momento
dado,
Jaime
tomó
una
decisión:
si
lo
llamaban
cuando
todavía
hubiera
personas
ancianas
esperando…
Yo
iba
a
rechazar
la…
la
habitación.
Me
iba
a
plantar,
iba
a
decirle
a
los
doctores:
“No
voy
a
subir
a
una
habitación.
Por
favor,
que
suba
la
persona
que
está
a
mi
costado”,
y
tal.
En
ese
sentido,
yo
creo
que
intentaba
negar…
negarme
a
como
una
persona
necesitada
de
cuidados,
porque
mi
pensamiento
era:
“Ellas
lo
necesitan
más.
Ellos
lo
necesitan
más”.
Había
una
mujer
mayor
que
llevaba
casi
las
mismas
horas
que
él
allí…
Entonces,
mi
última
idea,
cuando
ya
estaba
en
las
últimas
y
no
aguantaba
más,
era:
“Si
esta
señora
no
sube,
yo
no
subo”,
¿no?
Para
mi
suerte,
y
para
aliviar
un
poco
mi
sensación
de
culpa,
en
un
momento
en
que
yo
cabeceo
un
poco,
abro
los
ojos
y
ya
no
estaba
esta
señora,
¿no?
Y
entonces
cuando
llegan
a
llamarlo,
ya
a
la
hora
32…
No
rechazo
la
cama.
Me
desplomo
en
una
silla
de
ruedas
y
me
llevan.
Pero,
todo…
nada
de
esto
ocurre
sin
una
sensación
de
culpa
brutal.
No
podía
ni
mirar
hacia
atrás
porque
sentía
que
estaban
ahí
todavía
ancianos
y
ancianas
que
habían
llegado
después
que
yo.
Pero
que…
pero
que
eso,
¿no?,
que
merecían
la
cama
más
que
yo.
Que
tenían
que
ser
prioritarios.
Este
tipo
de
pensamientos
me
torturó
muchísimo
mientras…
mientras
subía
a
la…
a
la
planta.
Para
cuando
Jaime
subió
finalmente
a
la
habitación,
recordemos
que
ya
le
habían
hecho
la
prueba
del
coronavirus
el
día
anterior.
Ya
instalado
en
el
cuarto,
le
llevaron
los
resultados…
Y
era
negativo.
Y
entonces
lo
que
nos
dijeron
y
lo
que
le
dijeron
a
él
es
que
hay
muchísimos
falsos
negativos.
Los
falsos
negativos
pasan
por
varias
razones:
muchas
veces
toman
la
prueba
mal
o
demasiado
temprano
o,
a
veces,
los
mismos
kits
están
defectuosos.
España
compró
pruebas
rápidas
que
resultaron
ser
un
fiasco.
Solo
tenían
un
30%
de
capacidad
de
dar
un
resultado
preciso.
Pero
los
síntomas
de
Jaime
eran
tan
claros
que
le
dijeron
que
lo
iban
a
tratar
como
un
positivo.
Lo
pusieron
en
un
cuarto
con
José
Antonio,
un
hombre
de
53
años
también
falso
negativo.
Ahí
se
acompañaron.
Que,
bueno,
en
esos
días
que
compartes
ahí
te…
empiezas
a
conocerte
y
a
contarte
la
vida.
Lo
que
hacíamos
era
ver
las
noticias
sin
parar,
¿no?
España
cumple
una
semana
de
confinamiento
y
las
cifras
del
coronavirus
siguen
escalando.
España
comienza
a
vivir
sus
peores
días
de
esta
crisis,
con
el
número
de
fallecidos
duplicándose
cada
día.
En
Madrid,
la
región
más
afectada,
los
hospitales
están
desbordados
con
las
UCIs
al
doble
de
su
capacidad.
Veíamos
que
se
hablaba
del
colapso
de
los
hospitales,
que
se
hablaba
de
las
experiencias
que
nosotros
mismos
acabábamos
de
padecer
y…
y
era
una
sensación
extraña.
Y
no
voy
a
decir
que
reconfortante,
pero
sí…
sí,
por
lo
menos
sentías
como
que
la
atención
mediática
y
de
todos
puesta
en…
en
lo
que
te
estaba
pasando
a
ti,
¿no?
Un
grupo
de
médicos
y
enfermeras
se
movían
sin
parar,
atendiendo
a
uno
y
a
otro.
La
precariedad
con
la
que
tenían
que
trabajar
era
evidente.
A
veces
entraban
las
enfermeras,
que
para
entrar
tienen
que
ponerse
un…
un
traje
especial,
y
a
veces
no
tenían
esos
trajes
especiales
y
tendrían
que
poner
unas
bolsas
de
plástico
de
basura
para
poder
entrar.
Todo
esto
era
muy
penoso
de
ver.
Y
ellas
mismas
a
veces
se
desarmaban
y
nos
decían
que
la
primera
vez
que
se
tuvieron
que
poner
una
bolsa
de
basura
habían
llorado
porque
se
daban
cuenta
de
la
escasez
del
material.
Y
a
veces
cuando
Jaime
y
José
Antonio
estaban
viendo
las
noticias,
las
enfermeras
les
decían:
“No
veaís
tanto
eso
porque
os
vais
a
deprimir.
Tenéis
que…
que
estar
con
mucho
ánimo
vosotros,
porque
si
vosotros
no
tenéis
ánimo
y
no
nos
recuperáis
todo
nuestro
trabajo,
no
va
a
servir
para
nada”.
Y
así
trataban
de
darnos
ánimo,
nos
contaban…
nos
hacían
bromas.
En
fin,
son…
es
un
trabajo
sacrificado
y
noble
el
que…
el
que
hicieron
todos
los
sanitarios
ahí.
En
total
Jaime
estuvo
cuatro
días
en
el
hospital.
Y
la
verdad
es
que
tuvo
suerte.
Nunca
lo
tuvieron
que
pasar
a
cuidados
intensivos,
ni
mucho
menos
intubarlo.
Al
día
siguiente
de
llegar
al
hospital,
le
volvieron
a
hacer
la
prueba
y
esta
vez
dio
positivo.
Igual,
respondió
bien
al
tratamiento
que
le
dieron,
pero
no
es
que
se
hubiera
curado.
Cuando
le
dieron
de
alta,
todavía
tenía
algunos
síntomas
y
algunas
secuelas.
En
una
situación
normal,
lo
hubieran
dejado
en
el
hospital
hasta
que
terminara
de
recuperarse.
Pero
dada
la
emergencia
que
se
vivía
en
Madrid
en
esos
días,
necesitaban
la
cama
para
otro
paciente.
Y
entonces,
el
24
de
marzo
volvió
a
casa,
donde
vendría
la
segunda
parte
de
este
reto.
Entonces
ya
cuando
Jaime
ha
venido
acá,
era
un
positivo
en
toda
regla,
¿no?,
lo
cual
nos
puso
bien
nerviosas.
Porque
una
cosa
era
tener
a
alguien
sospechoso
aquí
en
tu
casa,
por
más
que
tuviera
todos
los
síntomas,
y
otra
cosa
es
que
ya
alguien
venga
con
su
pergamino
de
positivo,
¿no?
Y
ahí
fue
cuando
ya…
bueno,
todavía
le
quedan
dos
semanas
de
cuarentena,
y
ahí
fue
que
partimos
la
casa
en
dos.
En
cierto
sentido
ya
lo
habían
hecho
antes
pero
de
manera
un
poco
improvisada,
siguiendo
el
mínimo
sentido
común.
Pero
cuando
Jaime
volvió…
ese
momento
fue
un
momento
como
de
iluminación
máxima,
porque
habíamos,
digamos,
que
visto
las
orejas
al
lobo.
Nos
había
respirado
en
la
nuca.
El
coronavirus
nos
había
pisado
los
talones.
Entonces
de
repente
nos
volvimos
organizadísimas.
Mucho
más
rigurosas.
Cuando
hablamos
con
ellas,
Jaime
ya
tenía
tres
días
en
casa
y
ya
tenían
su
rutina.
Limpiaban
todo
el
día
y
ya
ni
se
asomaban
por
ese
lado
de
la
casa,
ni
siquiera
para
pasarles
la
comida,
que
a
falta
de
mejor
sistema,
la
dejaban
en
el
suelo
tres
veces
al
día.
Y
por
la
noche…
Por
la
noche
recogemos
todo
con
guantes
y
mascarilla,
¡jua!,
al
lavaplatos.
A
veces
abrimos
una
puerta
para
poder
estar…
tener
la
sensación
de
estar
juntos,
pero
con
mascarillas
y
manteniendo
un
par
de
metros
de
distancia.
Hay
que
aclarar
que
la
casa
tiene
un
solo
baño.
Entonces
el
único
lugar
espacio
común
de
las
infectadas
y
de
las
sanas
es
el
baño.
Y
por
lo
tanto
tuvieron
que
imponer
un
protocolo
bastante
estricto
para
evitar
contagios.
Jaime
y
Coco
se
encargan
de…
de
la
limpieza
de
ese
lugar,
¿no?
Entonces
tienen…
para
que
nosotros
entremos,
tienen
que
ser
súper,
súper
responsables.
Entonces
hay
una
espray
de
lejía
con
jabón,
hay
otro
espray
de
jabón
de
baño.
Y
hay
bayetas,
¿no?
Y
cada
cosa
que
tocan,
¿no?,
para
tirarle
de
la
cadena,
el
pomo
del…
del
grifo
del…
del
lavabo,
el
pomo
de
la
puerta.
Jaime
y
Coco
tienen
su
propio
papel
higiénico,
su
propia
pasta
de
dientes,
sus
propias
toallas.
Todo
separado.
Pero
han
encontrado
la
manera
de
resolverlo,
y
aparte
del
problemita
de
compartir
un
solo
baño,
la
verdad
es
que
Rosi
y
Gaby
sienten
que
son
muy
privilegiadas.
Realmente
nosotras
hemos
comprendido
que
alquilamos
esta
casa,
hace
no
mucho,
además,
porque
era
la
casa…
Del
coronavirus
(risas).
Es
la
casa
perfecta
para
el
coronavirus.
Cuando
hablamos,
estaban
sentadas
en
la
cocina,
a
la
que
llaman
“el
lugar
fronterizo”.
En
la
cámara
se
veía
detrás
de
ellas
una
puerta.
Detrás
de
esa
puerta
es…
es
el
lugar
de
los…
los
leprosis
(risas)
El
valle
de
los
leprosis
está
detrás
de
esa
puerta.
Decidimos
que
en
la
cocina
no
entraban
más
los
coronavirídicos.
Los
covids
no
entran
a
la
cocina.
Los
covids
se
quedan
solamente
en
su
zona
y
nosotros
vamos
surtiéndolos,
sirviéndoles
de
lo
que
necesiten.
Es
que
desde
que
volvió
Jaime,
en
la
casa
hay
dos
grupos.
Los
covid
vs.
los
pandis.
Los
covid
son
la
gente
que
está
con
coronavirus
y
los
otros,
podríamos
serlo
o
no,
que
son
los
portadores
asintomáticos
no
diagnosticados.
Portadores
asintomáticos
no
diagnosticados.
Pandis.
Rosi
y
yo
podríamos
ser
unas
pandis.
Por
eso
es
que
no
salimos
a
la
calle.
Y
por
lo
tanto
cada
tos,
cada
estornudo,
es
motivo
de
estrés.
Algún
mínimo
estado
febril
es
de
absoluta
sospecha
y
entonces
empezamos
a
mirarnos
así:
“Eso
es
una
tos.
Eso…
¿has
tosido?
¿Eso…
Eso
es
un
estornudo?”
(risas
nerviosas).
O
sea,
todos
nos
miramos
así
todo
el
rato.
Todo
el
rato
estamos
bajo
sospecha
y
alarma,
¿sabes?
No
sé,
todo
da
miedo.
Pero,
bueno,
igual
hay
que
seguir
viviendo.
Bueno,
primero,
estoy
tomando
de
una
botella
de
cerveza
que
acaba
de
dejar
Rosi
aquí,
de
su
boca
(risas).
Esto
es
algo
completamente
inapropiado,
que
no…
que
no
está
recomendado
por
la
OMS.
Quiero
hacer
un
paréntesis
aquí.
Siento
como
que
tengo
que
explicar
por
qué
tanta
risa.
Camila
y
yo
nos
reímos
mucho
con
Gaby
y
Rosi
en
esa
llamada,
mientras
nos
contaban
quizás
la
experiencia
más
traumática
de
sus
vidas.
Pero
era
tarde
en
Madrid,
más
allá
de
la
medianoche,
y
tanto
Gaby
como
Rosi
se
veía
agotadas.
El
estrés
constante
de
vivir
con
la
paranoia
se
notaba
en
sus
caras.
Pero
se
reían
a
carcajadas.
De
lo
absurdo
que
era
todo,
de
lo
doloroso.
Del
susto
que
ya
había
comenzado
a
menguar,
pero
que
había
dejado
sus
cicatrices,
claro.
Era
catártico
para
ellas,
creo.
Y
para
nosotros
—para
y
para
Camila,
digo—
para
nosotros
era
como
escuchar
un
testimonio
del
futuro.
Cuando
hablamos,
la
situación
que
veía
yo
en
Nueva
York
se
parecía
cada
vez
más
a
lo
que
ellas
me
describían
de
Madrid.
Las
calles
vacías,
la
incertidumbre.
Las
sirenas
de
las
ambulancias
que
corrían
constantemente.
Y
Camila
estaba
en
Bogotá,
donde
ya
llevaba
dos
semanas
en
autoaislamiento.
No
si
se
escucha
la
ansiedad
en
nuestras
voces,
pero
quizá
en
las
risas
se
nota
que
nos
estamos
desfogando.
Para
ellas
era
un
tire
y
afloje
entre
la
paranoia
necesaria
para
cuidar
a
la
familia,
el
agotamiento
y
unas
ganas
enormes
de
volver
a
la
normalidad.
Sabemos
que
cada
cosa
que
hacemos,
incluso
coger
una
botella,
podría
ser
la
diferencia
entre,
por
ejemplo,
seguir
adelante
con
los
diez
días
que
nos
quedan
para
volver
a
reunirnos
como
familia
o
volver
a
empezar
un
nuevo
ciclo
si
alguna
de
las
dos
enfermamos.
¿Han
llorado
mucho?
Uf.
Yo
he
llorado
en
todas
partes.
He
llorado
en
la
ducha.
Sobre
todo
limpiando.
He
llorado
muchísimo
limpiando.
Creo
que
por
el
mismo
hecho
de
haber
llorado
tanto,
fue
tan
fácil
para
Gaby
y
Rosi
reírse
así
esa
noche.
Tenemos
una
ventana
con
rejas
que
da
al
patio.
Yo
le
toco
la
ventana,
¿no?,
me
alejo
y
no
nos
salu…
Jaime
y
yo
nos
saludamos
y
mantenemos
una
conversación
como
si
fuera
un…
un
preso,
digamos.
También
a
través
de
esa
puerta,
Coco
y
yo
nos
acariciamos.
Como
es…
como
es
un
poco
translúcida
juntamos
nuestras
manos
y
hacemos
esas
cosas.
Hace
casi
un
mes
que
no
abrazo
a
mi
hijo
pequeño,
bueno,
eso
es
muy
difícil,
la
verdad.
Incluso
con…
con
Coco
que
estamos
juntos
en
este
lado
de
la
casa,
tenemos
miedo
de
tener
un
contacto
directo,
de
abrazarnos
o
de
besarnos,
porque
porque
leemos
y
vemos
cosas
de
recaídas.
Y
esto
es
muy,
muy
difícil.
Preferimos
mantener
todavía
esa…
esa
distancia.
Dos
semanas
después
de
nuestra
conversación,
Gaby
publicó
un
post
en
sus
redes,
anunciando
que
habían
vencido
el
coronavirus.
Eran
tres
fotos
de
la
familia
completa,
todos
abrazados
y
sonrientes.
Juntos.
Esta
historia
fue
escrita
por
Camila
Segura
y
por
mí,
con
producción
de
Luis
Fernando
Vargas
y
Victoria
Estrada.
La
música
y
el
diseño
de
sonido
son
de
Andrés
Azpiri
y
Rémy
Lozano.
Andrea
López-Cruzado
hizo
el
fact
checking.
El
resto
del
equipo
incluye
a
Lisette
Arévalo,
Jorge
Caraballo,
Miranda
Mazariegos,
Patrick
Moseley,
Laura
Rojas
Aponte,
Barbara
Sawhill,
David
Trujillo
y
Elsa
Liliana
Ulloa.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
y
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Este
episodio
es
el
último
de
la
temporada,
pero
quiero
recordarles
que
tenemos
otro
podcast:
un
podcast
de
noticias
que
sale
cada
viernes.
Se
llama
El
hilo.
Búscalo
en
elhilo.audio.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar
y
apoyarnos
toda
la
temporada.
Nos
vemos
en
septiembre.
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¡Hola, gracias por escuchar Radio Ambulante! Nos gustaría entender mejor quiénes nos escuchan y cómo usan los podcasts. Por favor ayúdennos llenando una encuesta corta y anónima en npr.org/podcastsurvey (escrito como una sola palabra). Es en inglés. Toma menos de 10 minutos y ayudarán muchísimo al programa. Repito: npr.org/podcastsurvey. ¡Mil gracias! Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Entonces antes de comenzar el episodio de hoy —el último de la temporada— quería decirles algo. Como muchos de ustedes, el equipo de Radio Ambulante está pasando cuarentena en nuestras respectivas casas. Somos más de quince periodistas, editores, productores, diseñadores de sonido, emprendedores, en casi diez países. La cuarentena para cada uno de nosotros es diferente, con diferentes retos, pero para ninguno ha sido fácil. Lo que viven ustedes —la ansiedad, el temor, el aburrimiento, el desespero— pues, nosotros también. Lo que nos ha llenado de energía y de motivación en estos días es contar historias y saber que al otro lado están ustedes, la audiencia de Radio Ambulante. Toda la temporada han estado con nosotros, comentando, discutiendo, promoviendo, compartiendo nuestros episodios. Y lo apreciamos. Recuerden que parte del equipo seguirá sacando episodios cada viernes, cubriendo temas de actualidad con nuestro nuevo podcast noticioso, El hilo. No hacemos exactamente lo mismo que Radio Ambulante, pero igual siento que en un momento como este, tratar de entender y explicar las noticias de la región tiene un gran valor. Quiero invitarlos a que se sumen a nuestro programa de membresías. Su apoyo va a ser clave para volver en septiembre con una nueva temporada, la décima de Radio Ambulante, y que sea la mejor que hayamos hecho, la más ambiciosa. Háganse miembros en radioambulante.org/donar. Por ahora, quédense en casa y disfruten el último episodio. OK, entonces, para cerrar la temporada, llamamos a una vieja amiga de Radio Ambulante… Hola, chicos. Hola. ¡Hey! ¿Me escuchan bien? Te escuchamos, te escuchamos. Gabriela Wiener. Si nos oyen desde hace rato, probablemente ya la conocen. Es peruana. Escritora. Vive en Madrid. Camila Segura, la directora editorial de Radio Ambulante, y yo hablamos con ella en la última semana de marzo. Un mes infame para ella. ¿Qué tal guapos? Bien. ¿Cómo estás? Agh… Podridas, podridas. Podridas”, dice Gaby. Quizá ya se imaginan por qué. El día que hablamos, el 27 de marzo, en España ya había más de 64 mil contagiados, casi cinco mil muertos y un sistema hospitalario colapsado. Ese país europeo superó a China en el número de muertos. Madrid y Cataluña son las regiones más afectadas. Con los hospitales colapsados los expertos en salud pública mantienen la esperanza de que el pico llegue en los próximos días. OK, un detalle de la vida personal de Gaby que deben saber para entender esta historia es que vive en trio. Su marido Jaime es peruano y llevan más de 15 años casados. Hace seis años, ambos, Jaime y Gaby, se juntaron con Rosi, que es española. Los tres viven en una casa antigua y amplia con su hije Coco y su hijo Amaru en un barrio popular de Madrid. Pero antes de contar cómo fue ese mes infame de marzo, hay que retroceder un poco en el tiempo. No tanto, la verdad, porque una de las cosas que caracteriza esta pandemia es lo rápido que ha sucedido todo. ¿No lo sienten así? En un abrir y cerrar de ojos, el mundo cambió. Seguramente los médicos y especialistas lo ven diferente, pero para muchos de nosotros, digamos que fue relámpago. Entonces devolvámonos a finales de febrero… Como en febrero, como que la… la gente periodista, tuitera, etcétera, estábamos todos creyéndonos superinteligentes y tomando distancia, ¿no?, de, digamos, el pánico que se estaba generando en algunos lugares, ¿no? El virus ya estaba matando gente en Italia pero muchos minimizaban lo que podía pasar… Recuerdo mucho algún periodista español corresponsal, además que… que, bueno, fue como súper celebrado, ¿no?, porque él estaba transmitiendo desde Milán y diciendo que esto era como un resfrío común. No podemos hablar de, qué sé yo, de virus terroríficos como pueda ser el ébola. No. Estamos hablando de un tipo de gripe del que se curan la gran mayoría de las personas que se han infectado. Y que de verdad que si… si seguíamos creando pánico iba a ser peor, ¿no? Para que se entienda: el 26 de febrero había menos de 20 contagios confirmados a nivel nacional. El director del centro de emergencias sanitarias aseguraba que… Ahora mismo no hay información que nos indique que tengamos que suspender ningún evento. Ahora mismo no estamos en esa situación. Y la prensa española decía más o menos lo mismo. Las personas que no tengan síntomas, aunque hayan viajado a una zona de riesgo, pueden hacer una vida completamente normal. No tienen que tomar ninguna medida excepcional, simplemente observarse. Estaba yo en esa fase bastante de escepticismo, ¿no? de guardar la calma, de “al final esto mata menos que tantas cosas”. Jaime también. Aunque me cueste, tengo que admitir que yo era de las personas que pensaba, cuando la cosa apenas empezaba a llegar a… a Italia, pensaba que, efectivamente, las estadísticas decían que la gripe mataba a muchísimas más personas de las que estaba matando el coronavirus y que probablemente esto pasaría. Yo creo que muchos, de alguna manera u otra, nos entregamos a la ilusión de que esto pasaría. Pero mientras muchos se convencían de que el verdadero enemigo era el pánico, el virus ya se estaba propagando en España. Gaby recuerda haber hablado con un amigo editor por esos días para negociar un pago o algo así, y cuando el tipo le mencionó el coronavirus y que estaba algo preocupado, a Gaby le pareció una exageración. Y estábamos solamente a una semana o un poquito más de la cuarentena, y todavía estábamos absolutamente pensando: “Ay qué… ¿de qué me está hablando este tipo? O sea, que se tranquilice, ¿no?”. Ya para ese momento se acercaba el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, una fecha muy importante para Gaby y su familia. A la marcha fueron Gaby, Rosi, Coco y Amaru. Y terminó siendo, como de costumbre, algo masivo. ¡Lo llaman igualdad y no lo es! ¡Lo llaman igualdad y no lo es! La cosa es que eso: el 8 de marzo o esos días, aquí en España y aquí en Madrid estábamos haciendo una vida completamente normal. Los cafés y restaurantes llenos, discotecas y estadios de fútbol, iglesias, en fin, lo que ya sabemos. Pero todo estaba a punto de cambiar. El domingo salimos a marchar. El lunes, martes… el martes ya anuncian que a lo mejor se cierran los colegios y el miércoles ya no van. Las medidas del gobierno español hicieron que todos nos diéramos cuenta de… de lo grave de la situación. Un país no cierra todos los colegios así nomás. Realmente una medida tan, tan potente como el cierre de los colegios, ¿no?, o sea, te hace pensar en que esto tiene que ser de envergadura, ¿no? Totalmente. Evidentemente, como cualquier persona más o menos racional, conforme fui conociendo de la gravedad del asunto y que efectivamente no era como una gripe y… y el contagio era exponencial y rapidísimo, mi opinión cambió y… y empezamos a estar en estado de alerta total. La cuarentena en Madrid se anunció el 14 de marzo. Para ese momento yo ya empezaba a tener los primeros síntomas. Empezó a sentirse mal alrededor del 10 de marzo. No enfermo exactamente, más bien sentía malestar general. Le dolía un poco el cuerpo. Tenía una tos, bueno, normal de un resfrío, y tenía un dolor de cuerpo tan normal como el que puede ser un resfrío. Pero tres días después le empezó una fiebre… Es uno de los síntomas más claros de… del coronavirus, la fiebre leve. En mi caso era entre 37 y medio, y 38 y medio. Ahí mismo, sin saber si era o no coronavirus, tomaron la decisión de aislarlo dentro de la misma casa. Empecé a tener distancias de un metro con… con mi familia. Y me recluí en… en un lado de la casa, en una habitación, para evitar cualquier contagio en caso de que fuera coronavirus. La casa donde viven ahora la alquilaron hace poco. En realidad son como dos espacios divididos por un patio. A un lado hay como una zona grande, tipo loft que es donde duermen y trabajan los tres adultos. Al otro, están las dos habitaciones de los niños, un salón, la cocina y el baño. Jaime se aisló en una parte del loft. A los tres días, Coco, que tiene 13 años, empezó a tener fiebre y también se aisló. La idea era esperar a ver cómo seguían, porque además el mensaje de las autoridades y de los medios era claro: Si eres joven lo que va a parecer es que tienes un resfriado un poco fuerte, ¿no? Y si no tienes problemas respiratorios, es decir, si no estás ahogándote, quédate tranquilo en tu casa. Trátate los síntomas y ya está. Solo llama la ambulancia, solo llama al hospital, solo acércate a un… a urgencias de un hospital si no te está entrando el aire bien. La cosa es que nosotros íbamos progresivamente oyendo toser más, más a Jaime y progresivamente verle peor. Por si acaso, esa es Rosi. Y mucho más tirado en la cama, que no se podía mover, hasta que un día ya se pasó… lo pasó todo durmiendo, ¿ya? Y a la vez todo el puto día escuchando la radio donde ibas viendo, como dice la ostia, que esto es verdad. Y aquí esto cada día flipando más. Esto es importante, creo. Esa sensación de agobio que sentían todos. De que cada día sucedía algo que el día anterior era impensable. La sensación de haberse despertado en un mundo inverosímil. Madrid, como todas las ciudades de España, como tantas en Europa, cerraba sus puertas. La vida pública se acababa. Llegaban noticias de enfermos, gente cada vez más cercana. Se escuchaba noticias de los hospitales al borde del colapso. Se escuchaban sirenas día y noche. Y en la casa, una cuarentena improvisada para Jaime, que, entre todo eso, seguía empeorando. De modo que al día siete de… de tener los síntomas ya no podía hablar, ni siquiera normalmente, porque la tos me… no me dejaba… no me dejaba hablar. Se le acaba el aire al hablar. Así que decidieron que ya era hora de que alguien lo viera. Jaime se acercó al centro médico del barrio, para que midieran la saturación de oxígeno en la sangre. Y vieron que la tenía en 90, que es muy, muy baja para una persona de mi edad. Y entonces ya me recomendaron que podían llamar a la ambulancia ahí mismo o podía volver a casa y esperar 24 horas. Y a pesar de lo mal que se sentía decidió esperar. Su razonamiento era claro: Que eran siempre: “No, hay personas que lo necesitan más”. No quería contribuir al colapso del sistema hospitalario. Y este tipo de pensamiento “responsable”, entre comillas, pero también un poco negacionista, ¿no?, de mis propios síntomas. Decidí no aceptar la ambulancia en ese momento y volver a casa. Y fue caminando las cinco calles que separan ese centro médico ambulatorio hasta mi casa que me di cuenta de que algo estaba realmente mal. Se tardó el doble en llegar a la casa y se sentía sin aliento. Gaby y Rosi lo vieron tan mal que decidieron llamar a la ambulancia de inmediato. Se demoró cinco horas en llegar. Durante esas cinco horas yo estaba tumbado. No podía ya moverme demasiado y empezaba a sentirme realmente angustiado. Apareció esta ambulancia, que era como de otro planeta. O sea la ambulancia en sí era la misma… Pero bajaron unos tipos completamente vestidos, protegidos de… de… de… de trajes aus… astronáuticos, ¿no? Con cascos, guantes, ¿no? Venían tan protegidos que ya ver eso te da miedo, ¿no? O sea, esa gente… esa gente, se llevó a… a mi marido. Lo llevaron a una zona de urgencias del Hospital 12 de Octubre. Uno de esos hospitales que ya ha salido en las noticias porque tenía a los pacientes tirados por el suelo. Se quedó en un área solo para pacientes con coronavirus. Y ahí empezó el Vía Crucis, ¿no? En una silla, ¿no?, de hospital, absolutamente abarrotada toda esa zona de gente enferma, tosiendo, sin camillas, que apenas podían atenderlos los sanitarios, ¿no? Lo más terrible fue ver cómo las ambulancias no dejaban de llegar. Llegaban al ritmo de unas… una cada media hora. Llegaban, dejaban a un paciente y se volvían a ir. Estaría en esa sala de espera por más de un día. Treinta y dos horas. Horas que fui contando evidentemente desde la primera. Pero no es que estuvo completamente abandonado. Es decir, a pesar de lo abarrotado que estaba la sala de espera, sí se lo llevaron para hacerle la prueba del coronavirus y para hacerle unas placas de sus pulmones. Cuando le dieron los resultados, llamó a Gaby y a Rosi. Entonces, imagínate Rosi y yo aquí. Jaime llamándonos a… ya a horas de la madrugada, sin cama, sufriendo ahí dolores horrorosos y diciéndonos: “No se asusten pero tengo neumonía en los dos pulmones”, ¿no? Para mí era difícil porque mientras más pasaban las horas notaba su… su preocupación que aumentaba. Y era muy duro ver pasar las horas. Contar las horas, ver que estabas 10 horas, 12 horas, 15 horas, 20 horas y seguíamos ahí en las sillas. Jaime, Gaby y Rosi se chateaban o se hablaban cuando podían. Era un poco difícil porque las tomas de… de electricidad para cargar los móviles, evidentemente todos estábamos tratando de… de cargarlos al mismo tiempo. Se nos acababa la batería, cargamos un poco. Y luego cedían la toma de electricidad a otro, que estaba en más o menos la misma situación. No era en realidad una cuestión de… de competencia, ni de… ni de lucha. Era más bien de solidaridad, ¿no? Era como de: “Venga, yo voy a cargar un poco después de cargar tú». Y nadie se quedaba con el móvil enchufado ahí todo el tiempo, sino iba… íbamos rotándonos de una manera espontánea y casi sin decirnos nada, ¿no? Me gusta este detalle de la historia de Jaime y no me cuesta imaginármelo. Un gesto simple, solidario, que un paciente tras otro repite, porque sí, porque todos están en las mismas. Y es que el coronavirus, como sabemos, es tan contagioso que los familiares no pueden acompañar a los enfermos. Entonces, todos los de la sala esperaban, ansiosos, sufriendo y solos. Coco no desarrolló síntomas tan fuertes como los de su papá, entonces no se tuvo que hospitalizar. Solo se mantuvo en aislamiento. Pero Gaby y Rosi se la pasaban esperando noticias de Jaime, sin poder dormir, desesperadas. Lo que vivimos fue auténtico miedo. Primero no saber la magnitud del daño que tenía los pulmones. Pensar que se iba a ahogar y pensar que no iban a estar ahí, ¿no? Que no iban a… a… a poder ayudarlo, ¿no?, porque estaban colapsados, ¿no? Pero en medio del desespero y la incertidumbre, Gaby y Rosi tenían que seguir. Teniendo que sostener la casa, el buen humor de la casa, ¿no? Además Coco preguntaba mucho cómo estaba su papá y nosotros le decíamos “bien”, pero estábamos arrasadas. Teníamos que además seguir limpiando como si no hubiera mañana. Y Jaime mantenía el contacto con su casa, contándoles cómo seguía. En la sala de urgencias la cosa solo se ponía peor. Para el segundo día que estuve ya ahí esperando, había gente ya en los pasillos. Había una gente en el suelo, sentada, tumbados en las sillas. Muchos de los que estaban en la sala de espera eran personas mayores. Y como todos, estaban solos. Y me alucinaba la entereza con la que se mantenían ahí en la silla. Yo, que tengo 46 años, sentía el cuerpo destrozado y a veces la ansiedad me… me… me ganaba. Sentía que no estaba razonando bien ya, más o menos cuando llevábamos unas 20 horas ahí. Y que entre… entre la enfermedad y… y la ansiedad y el cansancio físico, todo eso me estaba enloqueciendo. Pero veía a estas mujeres tan… estoicamente, tan fuertes, tan valientes, aguantar el tipo sin pedir nada a nadie. Y era como… como súper fuerte para mí. A pesar de lo mal que estaba, en un momento dado, Jaime tomó una decisión: si lo llamaban cuando todavía hubiera personas ancianas esperando… Yo iba a rechazar la… la habitación. Me iba a plantar, iba a decirle a los doctores: “No voy a subir a una habitación. Por favor, que suba la persona que está a mi costado”, y tal. En ese sentido, yo creo que intentaba negar… negarme a mí como una persona necesitada de cuidados, porque mi pensamiento era: “Ellas lo necesitan más. Ellos lo necesitan más”. Había una mujer mayor que llevaba casi las mismas horas que él allí… Entonces, mi última idea, cuando ya estaba en las últimas y no aguantaba más, era: “Si esta señora no sube, yo no subo”, ¿no? Para mi suerte, y para aliviar un poco mi sensación de culpa, en un momento en que yo cabeceo un poco, abro los ojos y ya no estaba esta señora, ¿no? Y entonces cuando llegan a llamarlo, ya a la hora 32… No rechazo la cama. Me desplomo en una silla de ruedas y me llevan. Pero, todo… nada de esto ocurre sin una sensación de culpa brutal. No podía ni mirar hacia atrás porque sentía que estaban ahí todavía ancianos y ancianas que habían llegado después que yo. Pero que… pero que eso, ¿no?, que merecían la cama más que yo. Que tenían que ser prioritarios. Este tipo de pensamientos me torturó muchísimo mientras… mientras subía a la… a la planta. Para cuando Jaime subió finalmente a la habitación, recordemos que ya le habían hecho la prueba del coronavirus el día anterior. Ya instalado en el cuarto, le llevaron los resultados… Y era negativo. Y entonces lo que nos dijeron y lo que le dijeron a él es que hay muchísimos falsos negativos. Los falsos negativos pasan por varias razones: muchas veces toman la prueba mal o demasiado temprano o, a veces, los mismos kits están defectuosos. España compró pruebas rápidas que resultaron ser un fiasco. Solo tenían un 30% de capacidad de dar un resultado preciso. Pero los síntomas de Jaime eran tan claros que le dijeron que lo iban a tratar como un positivo. Lo pusieron en un cuarto con José Antonio, un hombre de 53 años también falso negativo. Ahí se acompañaron. Que, bueno, en esos días que compartes ahí te… empiezas a conocerte y a contarte la vida. Lo que hacíamos era ver las noticias sin parar, ¿no? España cumple una semana de confinamiento y las cifras del coronavirus siguen escalando. España comienza a vivir sus peores días de esta crisis, con el número de fallecidos duplicándose cada día. En Madrid, la región más afectada, los hospitales están desbordados con las UCIs al doble de su capacidad. Veíamos que se hablaba del colapso de los hospitales, que se hablaba de las experiencias que nosotros mismos acabábamos de padecer y… y era una sensación extraña. Y no voy a decir que reconfortante, pero sí… sí, por lo menos sentías como que la atención mediática y de todos puesta en… en lo que te estaba pasando a ti, ¿no? Un grupo de médicos y enfermeras se movían sin parar, atendiendo a uno y a otro. La precariedad con la que tenían que trabajar era evidente. A veces entraban las enfermeras, que para entrar tienen que ponerse un… un traje especial, y a veces no tenían esos trajes especiales y tendrían que poner unas bolsas de plástico de basura para poder entrar. Todo esto era muy penoso de ver. Y ellas mismas a veces se desarmaban y nos decían que la primera vez que se tuvieron que poner una bolsa de basura habían llorado porque se daban cuenta de la escasez del material. Y a veces cuando Jaime y José Antonio estaban viendo las noticias, las enfermeras les decían: “No veaís tanto eso porque os vais a deprimir. Tenéis que… que estar con mucho ánimo vosotros, porque si vosotros no tenéis ánimo y no nos recuperáis todo nuestro trabajo, no va a servir para nada”. Y así trataban de darnos ánimo, nos contaban… nos hacían bromas. En fin, son… es un trabajo sacrificado y noble el que… el que hicieron todos los sanitarios ahí. En total Jaime estuvo cuatro días en el hospital. Y la verdad es que tuvo suerte. Nunca lo tuvieron que pasar a cuidados intensivos, ni mucho menos intubarlo. Al día siguiente de llegar al hospital, le volvieron a hacer la prueba y esta vez sí dio positivo. Igual, respondió bien al tratamiento que le dieron, pero no es que se hubiera curado. Cuando le dieron de alta, todavía tenía algunos síntomas y algunas secuelas. En una situación normal, lo hubieran dejado en el hospital hasta que terminara de recuperarse. Pero dada la emergencia que se vivía en Madrid en esos días, necesitaban la cama para otro paciente. Y entonces, el 24 de marzo volvió a casa, donde vendría la segunda parte de este reto. Entonces ya cuando Jaime ha venido acá, era un positivo en toda regla, ¿no?, lo cual nos puso bien nerviosas. Porque una cosa era tener a alguien sospechoso aquí en tu casa, por más que tuviera todos los síntomas, y otra cosa es que ya alguien venga con su pergamino de positivo, ¿no? Y ahí fue cuando ya… bueno, todavía le quedan dos semanas de cuarentena, y ahí fue que partimos la casa en dos. En cierto sentido ya lo habían hecho antes pero de manera un poco improvisada, siguiendo el mínimo sentido común. Pero cuando Jaime volvió… ese momento fue un momento como de iluminación máxima, porque habíamos, digamos, que visto las orejas al lobo. Nos había respirado en la nuca. El coronavirus nos había pisado los talones. Entonces de repente nos volvimos organizadísimas. Mucho más rigurosas. Cuando hablamos con ellas, Jaime ya tenía tres días en casa y ya tenían su rutina. Limpiaban todo el día y ya ni se asomaban por ese lado de la casa, ni siquiera para pasarles la comida, que a falta de mejor sistema, la dejaban en el suelo tres veces al día. Y por la noche… Por la noche recogemos todo con guantes y mascarilla, ¡jua!, al lavaplatos. A veces abrimos una puerta para poder estar… tener la sensación de estar juntos, pero con mascarillas y manteniendo un par de metros de distancia. Hay que aclarar que la casa tiene un solo baño. Entonces el único lugar espacio común de las infectadas y de las sanas es el baño. Y por lo tanto tuvieron que imponer un protocolo bastante estricto para evitar contagios. Jaime y Coco se encargan de… de la limpieza de ese lugar, ¿no? Entonces tienen… para que nosotros entremos, tienen que ser súper, súper responsables. Entonces hay una espray de lejía con jabón, hay otro espray de jabón de baño. Y hay bayetas, ¿no? Y cada cosa que tocan, ¿no?, para tirarle de la cadena, el pomo del… del grifo del… del lavabo, el pomo de la puerta. Jaime y Coco tienen su propio papel higiénico, su propia pasta de dientes, sus propias toallas. Todo separado. Pero han encontrado la manera de resolverlo, y aparte del problemita de compartir un solo baño, la verdad es que Rosi y Gaby sienten que son muy privilegiadas. Realmente nosotras hemos comprendido que alquilamos esta casa, hace no mucho, además, porque era la casa… Del coronavirus (risas). Es la casa perfecta para el coronavirus. Cuando hablamos, estaban sentadas en la cocina, a la que llaman “el lugar fronterizo”. En la cámara se veía detrás de ellas una puerta. Detrás de esa puerta es… es el lugar de los… los leprosis (risas) El valle de los leprosis está detrás de esa puerta. Decidimos que en la cocina no entraban más los coronavirídicos. Los covids no entran a la cocina. Los covids se quedan solamente en su zona y nosotros vamos surtiéndolos, sirviéndoles de lo que necesiten. Es que desde que volvió Jaime, en la casa hay dos grupos. Los covid vs. los pandis. Los covid son la gente que está con coronavirus y los otros, podríamos serlo o no, que son los portadores asintomáticos no diagnosticados. Portadores asintomáticos no diagnosticados. Pandis. Rosi y yo podríamos ser unas pandis. Por eso es que no salimos a la calle. Y por lo tanto cada tos, cada estornudo, es motivo de estrés. Algún mínimo estado febril es de absoluta sospecha y entonces empezamos a mirarnos así: “Eso es una tos. Eso… ¿has tosido? ¿Eso… Eso es un estornudo?” (risas nerviosas). O sea, todos nos miramos así todo el rato. Todo el rato estamos bajo sospecha y alarma, ¿sabes? No sé, todo da miedo. Pero, bueno, igual hay que seguir viviendo. Bueno, primero, estoy tomando de una botella de cerveza que acaba de dejar Rosi aquí, de su boca (risas). Esto es algo completamente inapropiado, que no… que no está recomendado por la OMS. Quiero hacer un paréntesis aquí. Siento como que tengo que explicar por qué tanta risa. Camila y yo nos reímos mucho con Gaby y Rosi en esa llamada, mientras nos contaban quizás la experiencia más traumática de sus vidas. Pero era tarde en Madrid, más allá de la medianoche, y tanto Gaby como Rosi se veía agotadas. El estrés constante de vivir con la paranoia se notaba en sus caras. Pero se reían a carcajadas. De lo absurdo que era todo, de lo doloroso. Del susto que ya había comenzado a menguar, pero que había dejado sus cicatrices, claro. Era catártico para ellas, creo. Y para nosotros —para mí y para Camila, digo— para nosotros era como escuchar un testimonio del futuro. Cuando hablamos, la situación que veía yo en Nueva York se parecía cada vez más a lo que ellas me describían de Madrid. Las calles vacías, la incertidumbre. Las sirenas de las ambulancias que corrían constantemente. Y Camila estaba en Bogotá, donde ya llevaba dos semanas en autoaislamiento. No sé si se escucha la ansiedad en nuestras voces, pero quizá en las risas se nota que nos estamos desfogando. Para ellas era un tire y afloje entre la paranoia necesaria para cuidar a la familia, el agotamiento y unas ganas enormes de volver a la normalidad. Sabemos que cada cosa que hacemos, incluso coger una botella, podría ser la diferencia entre, por ejemplo, seguir adelante con los diez días que nos quedan para volver a reunirnos como familia o volver a empezar un nuevo ciclo si alguna de las dos enfermamos. ¿Han llorado mucho? Uf. Yo he llorado en todas partes. He llorado en la ducha. Sobre todo limpiando. He llorado muchísimo limpiando. Creo que por el mismo hecho de haber llorado tanto, fue tan fácil para Gaby y Rosi reírse así esa noche. Tenemos una ventana con rejas que da al patio. Yo le toco la ventana, ¿no?, me alejo y no nos salu… Jaime y yo nos saludamos y mantenemos una conversación como si fuera un… un preso, digamos. También a través de esa puerta, Coco y yo nos acariciamos. Como es… como es un poco translúcida juntamos nuestras manos y hacemos esas cosas. Hace casi un mes que no abrazo a mi hijo pequeño, bueno, eso es muy difícil, la verdad. Incluso con… con Coco que estamos juntos en este lado de la casa, tenemos miedo de tener un contacto directo, de abrazarnos o de besarnos, porque porque leemos y vemos cosas de recaídas. Y esto es muy, muy difícil. Preferimos mantener todavía esa… esa distancia. Dos semanas después de nuestra conversación, Gaby publicó un post en sus redes, anunciando que habían vencido el coronavirus. Eran tres fotos de la familia completa, todos abrazados y sonrientes. Juntos. Esta historia fue escrita por Camila Segura y por mí, con producción de Luis Fernando Vargas y Victoria Estrada. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri y Rémy Lozano. Andrea López-Cruzado hizo el fact checking. El resto del equipo incluye a Lisette Arévalo, Jorge Caraballo, Miranda Mazariegos, Patrick Moseley, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo y Elsa Liliana Ulloa. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, y se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Este episodio es el último de la temporada, pero quiero recordarles que tenemos otro podcast: un podcast de noticias que sale cada viernes. Se llama El hilo. Búscalo en elhilo.audio. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar y apoyarnos toda la temporada. Nos vemos en septiembre.

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