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Radio Ambulante - La flor del diablo

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Cuando era niña, Rosa Julia Leyva jugaba entre los campos de amapola, una planta que su madre llamaba la «flor del diablo». Años después, cuando el narcotráfico invadió su pueblo en Guerrero, México, Rosa Julia finalmente entendió a lo que se refería su madre.



Puedes leer una transcripción del episodio.



Vamos bien en la segunda campaña de recaudación de fondos de Radio Ambulante y El hilo. Solo la semana pasada se sumaron más de 200 nuevos Deambulantes. ¡Con su ayuda ya recogimos una tercera parte de la meta final!

Todavía nos falta recoger $45,000 antes de fin de año. Si aún no te has sumado y quieres darnos una mano, únete acá. Tu ayuda hará toda la diferencia. ¡Muchas gracias!

¡Hola,
ambulantes!
Quiero
contarles
cómo
comenzó
todo
esto.
En
el
2012,
Carolina
Guerrero
y
yo
hicimos
una
venta
de
galletas
y
pasteles
en
nuestro
barrio
en
Oakland,
California.
Queríamos
lanzar
Radio
Ambulante
y
ya
habíamos
invertido
todos
nuestros
ahorros
personales
en
sacar
adelante
esta
idea
aunque
no
estábamos
seguros
si
iba
a
funcionar.
Sin
el
apoyo
de
nuestra
comunidad
en
esa
venta
de
galletas,
o
en
la
campaña
de
Kickstarter
que
le
siguió,
Radio
Ambulante
simplemente
no
existiría.
Hace
ocho
años
ustedes
confiaron
en
nosotros
y
no
nos
hemos
olvidado
de
esa
generosidad.
Hoy,
25
millones
de
descargas
después,
con
un
catálogo
de
más
de
220
episodios
y
con
dos
podcasts,
nuestra
misión
es
la
misma:
narrar
Latinoamérica
en
audio,
en
voz
de
sus
protagonistas.
Pero
somos
parte
de
una
industria
vulnerable
y
todos
los
días
oímos
de
medios
que
apagan
las
luces
y
de
colegas
que
se
quedan
sin
trabajo.
Cada
vez
es
más
difícil
para
un
proyecto
como
el
nuestro
garantizar
la
sostenibilidad.
Por
eso
acabamos
de
lanzar
nuestra
segunda
campaña
de
crowdfunding.
La
meta
en
el
2012
era
recoger
$40,000
y
lo
logramos.
En
el
2020
necesitamos
recoger
$70,000.
Ya
llevamos
una
tercera
parte.
Súmate
a
Deambulantes
y
ayúdanos
a
conseguir
lo
que
falta.
Todo
sirve.
Para
donar,
ve
a
radioambulante.org/deambulantes.
¡Muchas
gracias!
Antes
de
comenzar
el
episodio,
quiero
advertirle
a
los
oyentes
que
esta
historia
contiene
descripciones
gráficas
de
violencia
y
abuso
sexual.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Hoy
regresamos
a
nuestros
archivos,
a
una
historia
que
publicamos
originalmente
en
el
2017.
Es
la
historia
de
Rosa
Julia
y
para
ella
todo
comienza
en
el
estado
de
Guerrero,
México.
En
un
pueblo
perdido
de
la
sierra.
Está
hermoso.
Está
en
la
costa
grande,
sierra
arriba.
Vuelan
pájaros
de
colores,
la
montaña
está
hacia
arriba
y
el
mar
abajo.
Y
de
su
pueblo,
Rosa
Julia
recuerda…
El
olor
de
café,
cómo
salía
entre
las
tejas.
Cómo
el
sol
sale
tras
las
montañas,
cómo
caía
sobre
las
tejas
de
nuestra
hermosa
casa…
de
adobes,
de
bahareque
y
barro.
La
mayoría
de
los
habitantes
de
su
pueblo
eran
indígenas.
Hablaban
náhuatl,
la
lengua
nativa
más
usada
en
México.
Casi
todos
eran
agricultores.
Mi
papá
trabajaba
en
el
campo.
Y
trabajaba
para
sembrar
la
tierra,
y
para…
trabajaba
con
otra
gente
de
peón
y
nosotros
igual
que
él.
Su
cuadrilla
de
trabajadores
éramos
nosotras.
Había
muchos
tipos
de
sembrados,
entre
ellos
de
marihuana
y
amapola,
la
planta
de
la
que
sale
la
heroína.
Y
para
Rosa
Julia
estos
sembrados
eran
completamente
normales.
Pues,
yo
creo
que
toda…
En
mi
tiempo,
caminé
entre
campos
de
amapola
y
de
marihuana.
Yo
no
lo
veía
malo.
Es
más
yo
cortaba
flores
de…
hay
un
tipo
de
amapola
como
color
púrpura.
Y
parece
que
las
flores
y
el
color
te
dicen:
“Ven,
ven.
Córtame”.
Y
yo
hacía
arreglos
de
flores
de
amapolas
con
espigas
de
maíz
y
las
ponía
en
la
mesa.
Hasta
que
un
día
su
mamá
le
dijo…
Que
no
fuera
a
volver
a
cortar
esa
flores
porque
eran
del
diablo.
Yo
en
aquel
tiempo
decía
que
por
qué,
si
todas
las
cosas
bonitas
son
de
Dios.
Éstas,
¿por
qué
son
del
diablo?
Y
hasta
ahora
que
estoy
vieja
entiendo,
¿no?
Y
es
que
la
industria
de
la
heroína
en
esa
época
no
era
como
ahora.
Rosa
Julia
tuvo
la
mala
suerte
de
crecer
en
Guerrero
a
mediados
de
los
años
sesenta,
justo
cuando
se
estaba
formalizando,
cuando
empezaba
el
primer
boom
de
consumo
de
heroína
en
Estados
Unidos.
De
pronto,
casi
de
un
día
para
otro,
había
mercado
y
dinero.
Mucho
dinero.
Y
el
cultivo
de
amapola
en
pueblos
como
el
de
Rosa
Julia
cambió
todo.
Y
ahora,
pues,
ya
no
hay
marcha
atrás.
El
nombre
del
pueblo,
por
ejemplo,
Rosa
Julia
prefiere
no
decirlo.
Es
que
tiene
miedo.
Para
mucha
gente
el
narcotráfico
puede
ser
algo
abstracto,
un
tema
que
se
lee
y
se
comenta,
pero
no
algo
que
se
vive.
Pero
para
Rosa
Julia,
no.
Por
donde
le
tocó
nacer,
siempre
ha
sido
parte
de
su
vida
y
algo
que
la
afectaría
de
manera
muy
directa.
El
periodista
José
Luis
Pardo
investigó
y
nos
cuenta
esta
historia.
Aquí
José
Luis.
Cuando
Rosa
Julia
era
niña,
a
su
pueblo
empezó
a
llegar
gente
extraña,
de
otros
países.
Barbados,
rubios,
de
ojos
azules,
así
como
tú,
pero
con
el
cabello
rubio.
Y
venían
por
las
flores
de
amapola
y
por
las
plantas
de
marihuana.
Por
las
que
caminé
toda
mi
niñez.
Y
con
la
llegada
de
los
extranjeros,
cambiaron
muchas
cosas.
Y
lo
que
recuerdo
era
que
todo
el
mundo
se
quejaba
que,
gracias
a
esa
gente
que
vino
extranjera,
en
el
pueblo
las
cosas
eran
tan
caras,
porque
en
mi
pueblo
había
dólares.
Había
dólares
donde
casi
no
había
pesos
mexicanos
y
eso
suele
ser
una
pésima
combinación.
El
dinero
fue
lo
primero
que
cambió
la
vida
del
pueblo.
Creó
más
desigualdad
en
un
lugar
donde
la
gente
ya
era
pobre.
Entonces,
¿qué
pasaba?
Las
cosas
aumentaban,
la
gente
que
estaba
muy
pobre,
que
trabajaba
el
campo
realmente,
no
podía
comprar.
Y
es
que
esa
idea
de
que
el
narco
crea
progreso
es
un
mito.
Para
que
se
haga
una
idea,
el
Chapo
Guzmán
es
de
un
municipio
que
se
llama
Badiraguato.
Pero
Badiraguato
sigue
siendo
uno
de
los
municipios
más
pobres
del
estado
de
Sinaloa.
Porque,
claro,
esos
dólares
de
la
droga
no
son
para
todos.
Entonces,
se
empezó
a
crear
un
pueblo
de
dos
velocidades.
Y
empezó
una
época
en
que…
Pues,
que
todavía
era…
no
de…
no
había
muertes,
solamente
había
historias
alrededor
y
un
velo
de
misterio.
Pero
eran
muy
respetuosos.
No
iban
a
matar
a
nadie.
Si
cobraban
a
la
gente,
la
gente
todavía
tenía
palabra
y
pagaba
lo
que
debía.
Estaban
creando
un
mercado
con
la
planta
del
Diablo
de
la
que
hablaba
la
mamá
de
Rosa
Julia.
Ahora,
esa
flor
se
convertía
en
droga.
Se
convierte
en
algo
tan
destructor,
que
te
borra
familia,
que
borra
civilizaciones,
que
empodera
a
otros
que
controla
a
otros.
Y
todo
está
rodeado
entre
la
pobreza,
entre
la
ignorancia.
Pasaron
los
años
y
alguna
gente
del
pueblo
se
empezó
a
involucrar
en
el
negocio
de
la
marihuana
y
de
la
amapola.
Otra
gente,
como
Rosa
Julia,
siguió
con
su
vida
en
el
campo.
Ya
de
adolescente…
Soñaba
con
un
príncipe
azul.
Pero
no
encontré
un
príncipe
azul;
uno
de
tez
negra
y
muy
fornido.
Y
la
primera
vez
que
me
dieron
un
beso,
¡me
recuerdo
que
pensé
que
iba
a
salir
embarazada!
(risa)
¡Y
tenía
un
montón
de
miedo!
Y
me
emocioné
mucho,
mucho
mucho
mucho
cuando
me
dieron
un
beso.
No
se
lo
pude
contar
a
nadie.
Rosa
Julia
quería
que
aquel
muchacho
que
le
había
dado
su
primer
beso
fuera
su
novio,
que
fuera
a
su
casa
y
pidiera
permiso.
Pero
eso
era
imposible.
La
cuestión
de
la
religión
estaba
como
muy
metida
en
esas
cosasEntonces
todo
era
pecado:
todo
no
lo
hagas,
todo
no
lo
digas.
Y
ya
cuando
empecé
a
sentir
sensaciones
diferentes,
me
sentía
una
mala
mujer.
Y
cuando
iba
a
misa,
me
confesaba
y
le
decía
al
padre.
Entre
su
primer
y
su
segundo
beso
todo
siguió
más
o
menos
igual.
La
culpa,
la
familia
estricta,
el
campo…
Seguí
soñando:
soñaba
con
aprender
a
leer
y
escribir,
soñaba
con
leer
libros,
soñaba
con
ser
escultora.
Pero
en
su
pueblo
no
había
escuela
primaria
y
sus
papás
tampoco
sabían
mucho.
Así
que
siguió
trabajando
el
campo,
haciendo
muñecos
de
barro
y
cuidando
las
plantas.
Y
cuando
tenía
21
años
al
pueblo
llegó
un
arquitecto
español
que
fue
a
construir
la
primera
escuela.
Rosa
Julia
le
vendía
comida
al
escuadrón
de
trabajadores
y
el
arquitecto
le
llamaba
la
atención.
Y
él
me
saludaba,
“Buenos
días”,
y
él
olía
rico.
Y
tenía
barba.
Pues
él
debe
ha
de
haber
tenido
como
60
años.
Un
día
me
dijo
que
yo
tenía
los
ojos
redonditos
y
muy
bonitos.
“Tienes
ojos
muy
bonitos”.
Y
jamás
nadie
me
había
dicho.
Y
ella,
que
sólo
había
tenido
una
relación
en
su
vida,
se
sentía
muy
halagada.
Hasta
que
un
día…
Me
pasó
su
mano
por
el
cabello
—oh,
yo
sentía
que
me
electrizaba—
y
luego
de
ahí,
me
dio
un
beso.
Y
me
acuerdo
que
me
dijo:
“Te
debieras
[sic]
de
quedar”.
Y
me
dieron
un
mezcal…
Pues
creo
que
me
tomé
cinco
y
quedé
en
calidad
de
bulto.
No
ni
qué
pasó.
Lo
que
pasó
es
que
se
quedó
embarazada.
Y
yo
fui
y
le
supliqué
a
él
que
se
casara
conmigo
y
él
me
dijo:
“¿Tú
estás
loca?
¿Cómo
me
voy
a
casar
con
una
india
como
tú?”.
Rosa
Julia
me
contó
que
el
arquitecto
le
había
ofrecido
800
pesos,
que
son
unos
40
dólares,
para
que
ella
abortara.
Pero
ella
no
quiso.
El
arquitecto
acabó
de
construir
la
escuela
y
se
fue.
Se
fue
con
su
mujer
y
sus
hijos.
Rosa
Julia
ocultó
que
estaba
embarazada
todo
lo
que
pudo.
Ya
casi
tenía
ocho
meses,
no
se
me
notaba
nada,
porque
estaba
gorda
pareja.
Empecé
a
engordar
toda.
Pero
llegó
un
momento
en
que
la
familia
se
enteró,
claro.
Fue
muy
terrible.
Mi
papá
golpeó
mi
cuerpo
y
casi
me
mata.
Y
me
corrieron
de
la
casa.
Y
fue
muy
terrible
para
ver
a
mi
padre
cómo
lloraba
y
me
decía:
“¿Por
qué
me
hiciste
esto?”.
Le
tocó
irse
a
vivir
con
sus
padrinos,
que
vivían
también
en
la
sierra,
pero
en
otra
comunidad
relativamente
cercana.
La
mayoría
de
la
gente
del
pueblo
la
rechazó
—hasta
el
cura
que
no
le
daba
la
bendición—
pero
poco
tiempo
después
nació
Karen
Yolotzin
Leyva.
Cuando
tu
cadera
se
abre
y
es
tu
última
contradicción,
escuchas
como
truenan
y
crujen
tus
huesos:
¡Crack!
Y
escuchas
después
el
llanto
de
tu
hijo.
Es
un…
algo
tan
sublime.
No
te
lo
describir.
Yo
creo
que
fue
lo
más
maravilloso
que
me
ha
pasado
en
mi
vida.
Cuando
Rosa
Julia
se
convirtió
en
madre
soltera,
esa
vida
sencilla
del
campo,
esa
vida
que
ella
recuerda
de
una
forma
bucólica,
pues,
se
acabó.
Sus
padrinos
eran
muy
pobres
y
tuvo
que
empezar
a
trabajar.
Entonces
empecé
a
arreglar
jardines,
pero
tuve
que
ir
al
pueblo
y
encargaba
a
Yolotzin
con
sus
padrinos.
Iba,
venía,
iba,
venía,
pero
no
ganaba
mucho.
Vendía
plantas
en
una
carretilla.
Alcanzaba
para
comprar
petróleo
y
ponerle
a
los
candiles
para
alumbrarnos,
para
medio
comer,
para
comprar
poca
cosa,
no
mucho.
Después
de
un
tiempo
de
haber
tenido
a
Yolotzin,
como
tres
o
cuatro
años,
Rosa
Julia
volvió
donde
sus
papás.
Seguía
rebuscándose
la
vida
e
intentó
trabajar
en
una
zona
hotelera
de
Guerrero,
arreglando
jardines.
Pero
le
negaron
el
trabajo
porque
no
sabía
ni
leer
ni
escribir.
Y
ese
día
le
dije
a
mi
madre
que
no
había
podido
conseguir
el
trabajo.
Y
pues
tenía
mucho
miedo.
Mi
mamá
me
dijo:
“Pues
a
ver
qué
le
haces.
Lava
casas.
A
ver
qué
haces,
porque
tu
hija
se
va
a
morir
de
hambre”.
El
problema
era
económico
pero,
pues,
también
tenía
mucha
culpa.
¿Sabré
educar?
¿Por
qué
traje
hijos
al
mundo
si
ni
siquiera
tengo
comida
para
mí?
Voy
a
tener
que
llenarle
la
mamila
de
café
para
que
no
pida
comida.
Entonces
se
me
hacía
terrible
ver
las
manitas
de
Yolotzin,
su
carita,
su
vocecita.
Rosa
Julia
estaba
desesperada
y
empezó
a
pensar
qué
podía
hacer.
Y
tenía
un
primo
que
vivía
en
el
DF
y
que
un
día,
de
visita
en
casa
de
sus
padres,
la
animó
a
irse
a
la
ciudad.
Y
mi
primo
me
dijo:
“Eso
que
quieres
hacer
en
los
hoteles
se
llama
arquitectura
del
paisaje.
¿Por
qué
no
nos
vamos
a
Xochimilco
y
yo
te
pago
un
curso
para
que
te
metas
a
la
nocturna
y
aprendas
a
leer
y
escribir?”.
No
saber
leer
y
escribir
le
causaba
mucha
tristeza.
Así
que
le
ilusionaba
poder
aprender,
volverse
buena
en
eso
de
la
jardinería.
Y
lo
más
importante:
poder
ganar
lo
suficiente
para
que
su
hija
Yolotzin
pudiera
comer
bien.
Rosa
Julia
tenía
una
“comadre”,
una
amiga
muy
cercana
con
la
que
prácticamente
había
crecido.
Era
una
persona
que
conocía
de
toda
mi
vida.
Era
como
mi
otro
yo.
Su
comadre
iba
a
viajar
en
esos
días
a
Tijuana.
Pero
primero
tenía
que
ir
en
bus
al
DF
y
de
ahí
volar.
La
comadre
le
dijo
que
fueran
juntas
en
el
bus
hasta
el
DF
y
que
por
favor
le
llevara
una
bolsa
de
dinero.
A
mí,
ni
por
aquí
se
me
ocurrió
decirle
que
no.
Yo
era
la
primera
vez
que
iba
a
salir
de
mi
población.
Y
iba
a
hacer
el
recorrido
acompañada.
Ese
era
mi
regalo
para
mí.
La
idea
de
viajar
acompañada
al
DF,
de
irse
para
la
ciudad
un
tiempo
y
prepararse
y
poderle
dar
una
mejor
vida
a
su
hija
la
ilusionó.
Era
1992.
Rosa
Julia
tenía
24
años
y
Yolotzin
tenía
cinco.
Logró
convencer
a
sus
padres
de
que
se
encargaran
de
la
niña
y
pues
decidió
irse.
Recuerdo,
como
si
fuera
hoy,
mi
madre
y
mi
hija
a
la
orilla
del
camino.
Con
su
mano
así.
Movían
sus
manos.
En
señal
de
despedida.
Rosa
Julia
se
subió
al
bus
con
su
comadre
rumbo
a
la
capital.
Quizás
su
último
momento
de
asombro
y
de
felicidad
durante
mucho
tiempo
fue
ver
el
DF
desde
la
ventana.
Fue
en
la
madrugada.
Íbamos
llegando
de
Cuernavaca
a
la
Ciudad
de
México
y
vi
un
manto
lleno
de
estrellas.
Y
yo
creía
que
eran
luciérnagas.
Yo
me
acuerdo
que
le
dije
a
mi
comadre:
“Comadre,
mire
cómo
hay
de
luciérnagas”.
“Comadre,
cuál
luciérnagas,
son
las
luces
de
la
ciudad.
Ya
vamos
llegando”.
Habían
acordado
con
su
primo
que
él
la
iba
a
recoger
a
la
terminal.
Y
cuando
llegó
estaba
llena
de
gente.
Él,
además,
le
había
pedido
que
llevara
cinco
cajas
de
mango
para
vender.
Yo
parada,
con
mis
cinco
cajas
de
mango
manila
ahí,
mi…
mi
bolsita,
donde
le
venía
ayudando
a
mi
comadre
con
el
dinero,
mi
muda
de
ropa,
un
cepillo
de
dientes
y
mi
credencial
de
elector,
ahí,
en
mi
morral.
Pero
empezaron
a
pasar
los
minutos
y
las
horas
y
nada:
que
el
primo
no
aparecía.
Se
hizo
bien
tarde.
Yo
tenía
un
montón
de
miedo,
porque
no
me
iban
a
encontrar.
Pero
tampoco
habían
llegado…
y
pensando
que
se
habían
equivocado
de
día,
que…
No,
no
qué…
qué,
qué
tanto
pasaba
por
mi
cabeza.
Después
se
enteraría
que
su
primo
no
pudo
llegar
a
tiempo
porque
se
le
había
estropeado
el
carro.
Pero
como
Rosa
Julia
no
tenía
ni
siquiera
la
dirección
ni
el
teléfono
de
su
primo,
su
comadre
le
dijo
que
no
la
podía
dejar
ahí.
Y
ella
le
propuso
algo:
Que
se
fueran
juntas
en
avión
a
Tijuana.
Y
Rosa
Julia,
sin
saber
qué
hacer,
pues
aceptó.
En
sólo
unas
horas
había
visto
la
ciudad
por
primera
vez
y
ahora
iba
a
volar.
Llegaron
al
aeropuerto
y
Rosa
Julia
estaba
deslumbrada,
viendo
todo
eso
por
primera
vez.
Cuando
oye
una
voz:
“Judicial
Federal,
párese
señora”.
Nunca
pensé
que
era
a
a
la
que
le
hablaban.
Pero
sí:
Rosa
Julia
se
volteó
a
mirar
a
su
comadre
que
estaba
subiendo
apurada
unas
escaleras
eléctricas.
Su
comadre
le
gritó:
“¡Comadre,
ponga
las
cosas
ahí!
Ahí
las
van
a
revisar.
¡Acá
la
esperamos,
comadre!”.
Una
oficial
le
dijo:
“¿Qué
trae,
señora?”.
Y
yo
me
le
quedo
viendo
y
le
dije:
“Dinero”.
Y
la
persona
me
dice:
“¿Por
qué
no
declaró
sus
valores?”.
Yo
le
dije:
“¿Cuáles
valores?”.
“Pues
el
dinero”.
“Ah,
pues
porque
el
dinero
no
es
mío,
es
de
ellos”.
Y
al
momento
de
poner
las
cosas
en
el
piso,
la
oficial
la
toca.
Y
aunque
esto
parezca
un
detalle,
no
lo
es.
Tiene
que
ver
con
su
niñez
y
con
cómo
la
criaron.
En
Guerrero,
las
cosas
son
como
muy
fuertes.
Las
mamás
jamás
te
van
a
andar
dando
un
abrazo.
O
que
te
vaya
a
andar
besando,
¿cuándo
crees?
Allá
te
hacen
rudo.
Ahí
un
chamaquito
se
cae
y
le
dan
su
chingadazo
y
le
dicen:
“Párese,
cabrón”.
Te
lo
chingas,
porque
se
cayó
por
pendejo,
¿no?
Entonces
las
manifestaciones
de…
no
hay
contacto.
Entonces,
en
el
momento
en
que
la
mujer
me
agarra,
le
digo:
“Oiga,
¿por
qué
me
agarra?”.
Rosa
Julia
le
empezó
a
gritar
a
su
comadre:
“¡Comadre,
regrésese,
hay
un
problema,
quieren
saber
de
lo
del
dinero,
regrésese!”.
Pero
la
comadre
nunca
regresó.
Esa
fue
la
última
vez
que
la
vio.
Y
el
perro
que
tenían
los
oficiales
empezó
a
ladrar
como
loco.
Y
el
hombre
me
dijo:
“Señora,
usted
no
trae
dinero.
Mi
perro
está
entrenado
para
encontrar
droga
y
mire
cómo
está”.
La
comadre
le
había
metido
heroína
en
la
bolsa.
Desde
ese
momento
todo
ocurrió
muy
rápido.
Rosa
Julia
no
entendía
bien
lo
que
le
estaba
pasando,
como
si
todo
eso
fuera
un
error.
La
llevaron
a
la
comandancia
del
aeropuerto
y
ahí
un
policía
le
dijo:
La
droga
que
traías
es
el
extracto
de
la
bellota
de
amapola.
Si
supieras,
india
mustia,
cuánto
tiempo
te
vas
a
quedar
por
esto”.
Y
Rosa
Julia
recordó…
Como
decía
mi
madre
que
eran
flores
del
diablo.
Y
ahora
entendí
por
qué
eran
flores
del
diablo.
Pero
era
demasiado
tarde.
Cuando
volvamos,
lejos
de
su
pueblo
natal,
Rosa
Julia
comienza
una
nueva
vida
que
no
se
parece
en
nada
a
lo
que
se
había
imaginado.
Este
mensaje
viene
de
un
patrocinador
de
NPR:
Sprouts
Farmers
Market.
Toma
lo
bueno
del
otoño
en
Sprouts
Farmers
Market,
donde
encontrarás
coloridas
calabazas
para
pintar,
decorar
y,
mejor
aún,
para
comer.
Tenemos
sabores
selectos
de
otoño,
como
deliciosas
galletas
y
cereales
de
calabaza,
sidra
con
especias
de
cosecha
y
mucho
más.
Además,
ahora
puedes
pedir
tus
productos
a
domicilio
o
recogerlos
en
la
tienda,
y
el
servicio
de
tu
primer
pedido
será
gratis.
Visita
ya
tu
Sprouts
Farmers
Market
local.
Sprouts,
donde
crece
lo
bueno.
En
Fresh
Air
de
NPR,
Terry
Gross
realiza
entrevistas
largas
con
los
periodistas
que
cuentan
las
grandes
historias
del
momento.
Y
con
los
autores,
músicos
y
cineastas
que
están
detrás
de
lo
mejor
de
la
cultura
pop.
Así
que
escucha
y
suscríbete.
Este
podcast
y
el
siguiente
mensaje
son
patrocinados
por
The
Land
I
Trust,
un
podcast
de
Sierra
Club
que
presenta
a
personas
compartiendo
sus
experiencias
en
torno
a
temas
ambientales
y
de
justicia.
Esta
temporada
nos
trae
historias
únicas
sobre
transición
energética
y
transformación
comunitaria
en
medio
del
creciente
movimiento
por
la
justicia
ambiental,
racial
y
climática.
Escucha
la
cuarta
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de
‘The
Land
I
Trust’
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donde
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escuches
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Mientras
dormías,
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montón
de
noticias
estaban
pasando
alrededor
del
mundo.
Up
First
es
el
podcast
de
NPR
que
te
mantiene
informado
sobre
los
grandes
acontecimientos
en
un
corto
tiempo.
Comparte
10
minutos
de
tu
día
con
Up
First,
desde
NPR,
de
lunes
a
viernes.
Antes
de
la
pausa,
vimos
cómo
Rosa
Julia
terminó
arrestada
por
cargar
heroína
el
mismo
día
que
había
dejado
su
estado
por
primera
vez.
Iba
a
viajar
de
la
Ciudad
de
México
a
Tijuana
en
avión
y
en
el
mismo
aeropuerto
la
detuvieron.
Y
bueno,
las
tumbas
y
las
cárceles
de
México
están
llenas
de
personas
como
ella,
gente
que
representa
el
eslabón
más
débil
de
la
cadena
del
narco.
Gente
anónima.
José
Luis
Pardo
nos
sigue
contando.
En
la
comandancia
del
aeropuerto
no
la
dejaban
en
paz.
Le
preguntaban
quién
era
el
jefe
de
la
banda,
dónde
estaba
el
laboratorio,
dónde
estaban
situados.
Pero
Rosa
Julia,
claro,
no
sabía
de
qué
le
hablaban.
Solo
les
podía
decir
la
verdad:
que
su
comadre
la
había
engañado.
Yo
no
podía
creer
que
mi
comadre
hubiera
hecho
eso,
porque
yo
sabía,
pues,
que
era
de
ella,
¿no?
Yo
creo
que
la
cárcel
más
grande
que
yo
pude
tener
fue
el
odio.
Sólo
después
se
enteraría…
Que
mi
comadre
y
mi
compadre
eran
compiladores
de
uno
de
los
carteles.
Los
agentes
le
dijeron
que
podía
llamar
a
alguien,
pero
Rosa
Julia
no
sabía
cómo
hacerlo.
No
sabía
cómo.
En
la
sierra
no
había
teléfono.
Tenían
que
bajar
a
la
caseta
del
pueblo.
Esperar
dos,
tres
días.
Nunca
me
comuniqué
con
ellos.
Desde
que
la
detuvieron
en
el
aeropuerto
hasta
que
la
encerraron
en
la
cárcel
pasaron
varios
días.
Primero
la
entregaron
a
los
militares
porque
sospechaban
que
Rosa
Julia
trabajaba
para
dos
generales
del
ejército
involucrados
en
el
narcotráfico.
Ahí…
Me
liaron
las
manos,
me
liaron
los
pies
y
me
liaron
los
ojos.
Supe
por
sus
radios
que
íbamos
llegando
al
campo
militar
número
uno.
Y
a
ahí
me
daban
un
chingadazo
y
no
me
encontraban
para
darme
el
otro.
Rosa
Julia
no
sabe
exactamente
cuántos
días
estuvo
en
el
campo
militar,
pero
lo
que
sabe
es
que
todo
el
tiempo
estuvo
con
los
ojos
vendados.
Yo
creo
que
de
quince
días
que
estuve
ahí,
debí
haber
estado
sobria
como
unos,
no
sé,
como
unos
siete,
seis.
Todo
el
tiempo
me
la
pasaba
desmayada.
Hace
dos
años
la
ONU
dijo
que
la
tortura
era
una
práctica
generalizada
entre
todas
las
fuerzas
de
seguridad
de
México.
Y
eso
se
ha
agravado
con
la
guerra
contra
el
narcotráfico.
Pero
viene
de
viejo.
Yo
creo
que
me
quemaban
con
los
encendedores
de
sus
carros,
porque
mis
quemaduras
son
como
muy
redondas.
Me
ponían
una
bolsa
en
la
cabeza.
Y
querías
jalar
aire
y
la
bolsa
se
te
pega.
Era
como
un…
como
bulto,
¿no?
Con
excremento
pegado,
sangre
seca.
Entre
la
realidad
y
entre
el…
el
miedo,
y
era
un
miedo
que
no
te
lo
explicar.
Después
de
varios
días,
los
militares
se
convencieron
finalmente
de
que
no
conocía
a
aquellos
generales
y
la
entregaron
a
la
PGR,
la
Procuraduría
General
de
Justicia.
Y
ahí
había
un
agente
que
le
decían
“el
Lobo”.
Y
si
en
el
ejército
las
cosas
fueron
difíciles,
nombre,
con
el
Lobo
fueron
terriblemente
difíciles.
El
Lobo
era
un
tipo
alto,
de
bigote,
rubio.
Tenía
acento
del
norte
de
México.
Tenía
botas
picudas,
con…
con
casquillos
de…
de
metal,
no
sé.
Me
pegaba
terrible
en
este
hueso
del…
de
aquí,
la
espinilla.
Feo,
feo,
feo,
feo,
feo.
Me
preguntaba
todas
las
mismas
preguntas.
Y
se
acuerda
que
le
dijo…
“Ah,
india
mustia,
que…
¿estos
con
su
entrenamiento
en
el
Golfo
Pérsico
no
te
han
hecho
hablar?
¿Que
no
has
querido
comer?
¿Sabías
que
después
de
coger
da
hambre?
Te
voy
a
dar
una
cogida
que
no
vas
a
olvidar
y
vas
a
pedir
de
comer.
Y
conmigo,
hasta
los
mudos
hablan,
aunque
sea
a
señas”.
Yo
me
acuerdo
que
le
decía
a
Dios:
“Por
favor,
por
favor,
que
me
muera,
que
me
muera”.
Al
final,
después
de
días
de
tortura
y
violación,
el
Lobo
le
trajo
un
documento
y
Rosa
Julia
firmó
su
confesión.
Bueno,
firmar
es
un
decir,
porque
lo
que
hizo
es
poner
la
huella.
Ella
todavía
no
sabía
ni
leer
ni
escribir.
En
solo
unas
semanas
había
pasado
de
su
vida
sencilla
en
la
sierra
a
una
celda
con
un
solo
retrete
para
25
reclusas.
Rosa
Julia
tenía
28
años.
Apenas
hablaba
español
y
todavía
no
entendía
su
nueva
vida.
Todo
mundo
ahí
fumaba,
se
inyectaba,
se
besaban.
Yo
sentía
que
estaba
en
un
mundo
que
no…
que
sentía
que
no
era
una
mala
persona
yo,
pa‘
que
me
tuvieran
como
perro
ahí.
Y
además
estaba
realmente
sola.
Al
menos
se
consolaba
pensando
que
su
familia
no
sabía
que
estaba
en
la
cárcel.
Pero
la
noticia
de
su
arresto
llegó
a
Guerrero.
Aquí
está
su
hija
Yolotzin.
En
esa
época
tenía
seis
años.
El
hermano
de
mi
mamá
estaba
una
vez
envolviendo
una
papaya
con
un
periódico.
Y
ahí
entre
las
páginas
del
diario…
Yo
vi
la
foto
de
mi
mamá…
En
un
artículo,
que
detallaba
el
arresto.
Y
entonces
mi
hija
le
grita
a
mi
hermano:
“¡Hugo,
Hugo,
mi
mami
Juli!”.
Le
contaron
la
noticia
al
papá
de
Rosa
Julia.
“Julia
está
presa
en
el
reclusorio
norte
por
marihuanera”.
Los
adultos
se
pusieron
a
hablar
y
Yolotzin
se
asomaba,
curiosa,
ansiosa,
tratando
de
entender
qué
le
había
pasado
a
su
mamá.
Empezaron
a
hablar
de
Ministerios
Públicos.
Empezaron
a
hablar
de
una
serie
de
cosas
que,
eh,
la…
la
única
referencia
que
tenía
yo,
aparte
de…
de
lo
inmediato,
era
como
las
telenovelas,
¿no?,
de
la
abuelita
viendo
la
telenovela.
Entonces
siempre
que
hablaban
de
eso
significaba
cárcel.
Fue
donde
me
di
cuenta
que…
que
no
iba
a
regresar.
Rosa
Julia
solo
podía
tratar
de
adaptarse
a
la
cárcel.
Y
a
las
otras
reclusas.
Yo
creo
que
lo
que
me
ayudó
mucho
fue
llegar
tan
torturada.
Se
dieron
cuenta
que
no
hablaba.
Que
estaba
torturada.
Y
lo
único
que
les
decía
era
que
me
metieran
debajo
de
la
regadera.
Les
hacía
seña.
Durante
mucho
tiempo,
me
bañaba
y
me
bañaba
y
me
bañaba.
Después
de
unos
días
se
concentró
en
limpiar.
Me
iba
a
lavar
baños
donde
estaban
llenos
de
popó
por
todos
lados
y
yo
los
dejaba
impecables.
Me
hartaba
trabajando.
Trabajaba
aquí,
trabajaba
allá,
pa‘
cansarme
y
poderme
dormir.
Porque
ellas
se
la
pasan
todo
el
tiempo
drogándose,
día
y
noche,
día
y
noche.
Rosa
Julia
nunca
se
drogó.
Limpiaba,
cocinaba
y
lentamente
las
demás
reclusas
le
fueron
cogiendo
confianza.
Le
contaban
sus
historias…
Analizaba
sus
vidas
y
me
daba
cuenta
que
la
mía
era
otro
mundo,
¿no?
Y
ellas,
en
vidas,
donde
los
padrastros
las
habían
violado,
donde…
Me
sabía
sus
historias
de
arriba
a
abajo.
Eso
me
impresionaba
muchísimo
oírlas.
Entonces
me
convertí
como…
yo
creo
que
como
en
su
mamá.
Casi
un
año
después
de
entrar
a
esa
cárcel,
tuvo
finalmente
el
juicio.
Durante
el
proceso
judicial,
Rosa
Julia
escuchó
una
y
otra
vez
cómo
los
que
administraban
su
caso
hablaban
mal
de
ella.
Oyó
que
dijeron,
por
ejemplo…
“Esa
vieja
pendeja
dejó
a
sus
hijos”.
Entonces
fue
cuando
me
di
cuenta
que
era
uno
de
los…
de
la
cuestión
más
grave,
para
mí,
del
delito
era
haber
nacido
mujer
en
este
país
y
haber
caído
a
la
cárcel.
Rosa
Julia
dice
que
le
impactó
muchísimo,
pero
que
no
le
sorprendió
tanto.
Porque
nací
en
una…
en
un
lugar
donde
las
mujeres
no
valen
mucho.
Donde
te
venden,
donde…
este,
donde
tienes
que…
que
estar
callado
y
obedecer
a
tu
marido
y
que
tu
marido,
cuando
te
casas,
es
como
si
tuvieras
un
sello
aquí
que
diga
“vaca
quintada”,
y
si
no
tienes
apellido
no
vales.
Como
si
necesitáramos
pruebas
del
trato
diferente
que
reciben
los
hombres
y
las
mujeres
en
el
sistema
judicial,
me
cuenta
que
ese
día
había
como
ocho
personas
en
el
juzgado.
De
los
cuales
sentencian
a
las
puras
las
mujeres
y
dejan
ir
a
los
hombres.
Y
es
verdad.
El
día
que
Rosa
Julia
apareció
ante
la
corte,
hubo
varios
hombres
también
que
tenían
diferentes
casos.
Y
casi
todos
salieron
libres.
Pero
ella
no:
a
ella
la
sentenciaron
a
25
años
de
cárcel.
En
las
cárceles
mexicanas
existe
el
término
pagador:
se
refiere
al
tipo
que
pertenece
a
una
organización
y
que
paga
las
condenas
de
los
demás.
Entonces
cumple
sus
años
calladito
y
desde
fuera
lo
cuidan,
le
dan
dinero.
Pero
la
versión
femenina
de
esa
palabra
—pagadora—
no
tiene
el
mismo
significado.
Se
suele
referir
a
mujeres
como
Rosa
Julia,
a
las
mulas,
que
si
acaban
en
las
cárceles,
pues
no
reciben
nada.
No
reciben
ni
apoyo,
ni
dinero,
ni
cuidado.
El
día
de
la
sentencia,
Rosa
Julia
conoció
a
uno
de
esos
pagadores.
Se
llamaba
Rubén.
Rubén
era
un
delincuente
nato.
Él
venía
con
un
grupo
de
colombianos.
A
Rosa
Julia
la
acaban
de
sentenciar
y,
pues
claro,
estaba
desconsolada.
Rubén
la
vio
llorando.
“¿Para
qué
lloras?”,
me
gritó.
La
gente
de
nuestra
tierra”,
le
dijo
Rubén,
“está
diseñada
de
otra
manera:
no
llora”.
Y
me
acuerdo
que
cuando
yo
me
iba
alejando,
dentro
del
pasillo,
escuchaba
que
él
gritaba:
“¡¿Cómo
te
llamas?!”.
Y
sentí
que
mi…
su
voz
se
le
pegaba
a
mi
uniforme.
Unas
semanas
después
Rubén
le
envió
una
carta.
Que,
claro,
le
tenían
que
leer
las
compañeras.
Y
en
esa
carta
me
decía
quién
era,
porqué
estaba
ahí,
que
se
había
dado
cuenta
que
yo
estaba
sola,
que
no
tenía
a
nadie.
Por
esos
días,
Rosa
Julia
se
había
enterado
de
que
su
papá
había
fallecido.
Es
más,
murió
al
poco
tiempo
de
enterarse
que
la
habían
arrestado.
Rosa
Julia
se
sentía
muy
culpable.
Le
atormentaba
pensar
que
era
responsable
de
la
muerte
de
su
padre.
Ella
estaba
sufriendo
en
la
cárcel,
pero
para
un
pagador
como
Rubén,
tampoco
era
fácil
sobrellevar
una
sentencia.
Yo
creo
que
este
también
necesitaba
compañía.
Entonces
le
respondió
la
carta,
aunque
claro,
se
la
escribieron
las
compañeras.
Y
así,
Rosa
Julia
y
Rubén
se
hicieron
primero
amigos
y
después
novios.
Era
conveniente
porque
los
penales
estaban
conectados.
Poco
tiempo
después,
Rubén
le
pidió
que
se
casaran
y
ella
aceptó.
Y
yo
creo
que
no
estaba
enamorada
de
él.
Me
casé
porque
quería
un
apellido.
Y
por
soledad.
Poco
después,
Rosa
Julia
se
quedó
embarazada.
Tuve
a
Manolo
esposada.
Fue
muy
fuerte
para
darle
bienvenida…
la
bienvenida
a
un
ser
que
merecía
libertad.
Y
que
nació
libre
por…
por
derecho,
¿no?
Yo
lo
tenía
ahí.
Durante
más
de
un
año
crio
a
su
hijo
en
la
cárcel.
Y
ella
describe
esto
como
una
de
las
cosas
más
dolorosas
de
su
vida…
En
la
noche,
yo
veía
sus
manitas.
Veía
sus
manitas
y
me
sentía
confortada,
me
sentía
acompañada,
pero
también
me
sentía
peor
de
criminal.
Porque…
porque
él
no
era
libre.
Vivía
conmigo,
no
conocía
las
jirafas.
No
conocía
los
zoológicos.
No
conocía
nada,
porque
estaba
encerrado.
Y
al
final
tomó
una
de
las
decisiones
más
complicadas
de
su
vida.
Decidió
que
Manolo
viviera
fuera,
con
sus
primos.
Y
les
cedió
la
custodia.
Sentí
que
nunca
he
vuelto
a
ser
la
misma.
Rubén
no
la
perdonó
por
alejarlo
de
su
hijo.
Él
quería
una
familia
grande,
así
como
las
tradicionales
de
Guerrero.
Pero
Rosa
Julia
ya
no
quería
más
hijos.
Se
empezaron
a
distanciar.
Además,
Rosa
Julia
también
tenía
mucho
miedo
porque
Rubén
seguía
envuelto
en
el
narcotráfico.
Ella
ya
había
sufrido
las
consecuencias
y
lo
que
menos
quería
es
que
sus
hijos
tuvieran
algún
contacto
con
ese
mundo.
Se
dedicó
a
ella
misma.
A
estudiar.
Hizo
la
primaria.
Aprendió
a
leer
y
la
primera
palabra
que
escribió
fue
“Oso”.
Para
ella
fue
un
golpe.
Porque
Yolotzin
me
cantaba
“La
osa
y
la
osita”.
El
oso
y
el
osito
se
fueron
a
pasear…
[Una
canción
de…
de
niños.
El
oso
va
adelante
y
el
osito
va
detrás…
[Y
me
cantaba
esa
canción,
entonces
yo
siempre
recordaba
ella
como
que
yo
era
la
osa
y
ella
era
la
osita.
Entonces
la
primer
palabra
que
escribí
fue
la
palabra
“O-so”.
Rubén
cumplió
su
condena
y
cuando
estaba
fuera
le
escribió
otra
carta,
en
la
que
le
decía
que
había
regresado
con
su
antigua
novia.
Así
que
otra
vez
Rosa
Julia
se
quedó
sola
en
la
cárcel,
sin
hijo,
sin
marido.
Y
yo
no
aguanté
el
dolor.
El
día
que
recibió
la
carta,
la
rompió
en
pedacitos…
La
echo
a
la
licuadora,
le
pongo
agua,
le
pongo
cebolla
y
ajo,
y
me
la
tragué.
Estuve
en
la
enfermería
como
cinco
días.
Pero
la
historia
de
Rosa
Julia
no
termina
en
la
cárcel.
Yo
la
visité
en
su
departamento
en
la
Ciudad
de
México,
que
es
un
modesto
hogar
de
una
sola
habitación.
Logró
salir
con
la
ayuda
de
un
abogado
que
argumentó
que,
como
era
víctima
de
tortura,
le
deberían
reducir
la
sentencia.
Y
fue
así.
El
20
de
junio
de
2005,
después
de
más
de
12
años
de
estar
encerrada,
Rosa
Julia
salió
en
libertad.
Se
acuerda
del
día
que
salió.
Sentía
que
el
aire
me
lastimaba
en
los
oídos,
que
me
entraba
mucho
aire
por
la
nariz.
Sentía
que
el
ruido
de…
de
la
calle
me…
me…
Estaba
lloviendo
y
la
lluvia
me
molestaba
en
los
oídos.
Era
demasiado
aire
para
mis
pulmones,
este,
no
me
sabía
pasar
las
calles.
Sentía
que
todo
el
mundo
me
veía.
No
no
no
no,
fue
muy
fuerte,
mucho,
muy
fuerte,
el
primer
día
en
la
calle.
Sin
embargo,
se
acostumbró.
Y
así
comenzó
la
tercera
vida
de
Rosa
Julia.
Desde
entonces,
se
ha
dedicado
a
cerrar
lo
que
ella
llama
los
círculos
de
su
vida.
Hoy
visita
las
cárceles
como
funcionaria
y
junto
con
su
pareja,
Jorge
Correa,
da
cursos
de
teatro
y
charlas
a
algunos
de
los
criminales
más
famosos
de
México.
Pero
lo
más
importante
que
ha
hecho
es
reconciliarse
con
Yolotzin.
Cuando
salió
una
de
las
primeras
cosas
que
hizo
fue
regresar
a
su
pueblo
para
ir
por
su
hija.
La
niña
que
había
dejado
de
cinco
años,
ahora
iba
a
cumplir
17.
No
fue
fácil,
pues
no
me
conocía,
me
decía
señora,
y…
me
tenía
miedo.
Era
una
adolescente
callada
y
buena
estudiante
que
preparaba
su
ingreso
a
la
universidad.
Las
dos
se
mudaron
al
DF,
al
departamento
de
una
hermana
de
Rosa
Julia.
Y
poco
a
poco
se
fueron
familiarizando.
Empezamos
a
conocernos,
a
reconquistarnos,
a
querernos.
Nos
hemos,
eh,
dado
cuenta
que
tenemos
muchos
gustos
en
común,
platicamos,
ella
me
enseña
cosas,
yo
le
enseño
cosas
a
ella,
o
sea,
es
una
convivencia
realmente
como…
como
de
amistad,
o
sea.
Vivieron
juntas
casi
nueve
años,
hasta
hace
unos
meses
que
Yolotzin
se
fue
a
vivir
sola.
A
veces
siento
que
mi
mamá
es
demasiado
mágica
para
tener
una
vida
ordinaria.
Y
para
estar
en
paz
le
queda
Manolo,
pero
no
va
a
ser
fácil
reparar
esa
relación.
Manolo
vive
con
mis
primos,
vive
una
vida
feliz.
Es
un
chico
que
toca
el
violín,
chico
que
estudia
la
preparatoria.
Tiene
18
años.
Es
un
chico
exitoso.
Juega
fútbol.
No…
no…
no
hay…
hay
una
relación,
pero
hay…
hay
como
muchas
cosas
todavía,
Con
el
que
siento
que
estoy
en
deuda
es
con
Manolo.
Porque
Manolo
vivió
conmigo
algo
muy
difícil
y
siento
que
le
quité
la
libertad.
Arreglar
esa
relación…
Ese
va
a
ser
mi
último
ciclo.
He
pasado
los
últimos
seis
años
cubriendo
las
rutas
del
narcotráfico
en
América
Latina
y
en
ese
tiempo
he
conocido
a
muchas
personas
como
Rosa
Julia.
Cuando
se
habla
del
narco,
muchas
veces
he
escuchado
versiones
de
este
dicho:
que
Estados
Unidos
pone
los
consumidores
y
los
latinoamericanos
ponen
los
muertos.
Pero
creo
que
además
de
poner
los
muertos,
las
víctimas,
también
ponemos
los
asesinos
y
la
impunidad.
Yo
no
veo
el
narco
como
la
causa
de
todos
los
males.
Lo
veo
más
como
un
fenómeno
que
ha
potenciado
todos
nuestros
males:
la
desigualdad,
la
violencia,
la
corrupción.
En
México
y
el
resto
de
América
Latina
hay
muchas
personas
como
Rosa
Julia
a
las
que
el
narco
les
ha
arrebatado
lo
poco
que
tenían.
Rosa
Julia
vive
en
la
Ciudad
de
México
con
su
pareja,
Jorge
Correa.
Siguen
con
sus
proyectos
de
teatro
en
cárceles
y
trabajando
con
jóvenes
y
niños
de
zonas
marginales.
Yolotzin
trabaja
como
defensora
de
derechos
humanos,
ahora
centrada
en
temas
ambientales.
Con
los
años
Yolotzin
y
Rosa
Julia
se
han
entendido
mejor
y
cada
vez
se
han
acercado
más.
Sobre
el
hijo
que
tuvo
en
prisión,
dice
que
prefiere
no
hablar
porque
él
así
se
lo
pidió
y
ella
lo
respeta.
José
Luis
Pardo
es
director
editorial
y
cofundador
de
Dromómanos.
Vive
en
la
Ciudad
de
México.
Este
episodio
fue
editado
por
Camila
Segura,
Silvia
Viñas
y
por
mí.
El
diseño
de
sonido
es
de
Andrés
Azpiri,
con
música
de
Rémy
Lozano.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Paola
Alean,
Lisette
Arévalo,
Jorge
Caraballo,
Aneris
Casassus,
Victoria
Estrada,
Xochitl
Fabián,
Miranda
Mazariegos,
Barbara
Sawhill,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa
y
Desirée
Yépez.
Fernanda
Guzmán
es
nuestra
pasante
editorial.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
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► ¡Hola, ambulantes! Quiero contarles cómo comenzó todo esto. En el 2012, Carolina Guerrero y yo hicimos una venta de galletas y pasteles en nuestro barrio en Oakland, California. Queríamos lanzar Radio Ambulante y ya habíamos invertido todos nuestros ahorros personales en sacar adelante esta idea aunque no estábamos seguros si iba a funcionar. Sin el apoyo de nuestra comunidad en esa venta de galletas, o en la campaña de Kickstarter que le siguió, Radio Ambulante simplemente no existiría. Hace ocho años ustedes confiaron en nosotros y no nos hemos olvidado de esa generosidad. Hoy, 25 millones de descargas después, con un catálogo de más de 220 episodios y con dos podcasts, nuestra misión es la misma: narrar Latinoamérica en audio, en voz de sus protagonistas. Pero somos parte de una industria vulnerable y todos los días oímos de medios que apagan las luces y de colegas que se quedan sin trabajo. Cada vez es más difícil para un proyecto como el nuestro garantizar la sostenibilidad. Por eso acabamos de lanzar nuestra segunda campaña de crowdfunding. La meta en el 2012 era recoger $40,000 y lo logramos. En el 2020 necesitamos recoger $70,000. Ya llevamos una tercera parte. Súmate a Deambulantes y ayúdanos a conseguir lo que falta. Todo sirve. Para donar, ve a radioambulante.org/deambulantes. ¡Muchas gracias! Antes de comenzar el episodio, quiero advertirle a los oyentes que esta historia contiene descripciones gráficas de violencia y abuso sexual. Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Hoy regresamos a nuestros archivos, a una historia que publicamos originalmente en el 2017. Es la historia de Rosa Julia y para ella todo comienza en el estado de Guerrero, México. En un pueblo perdido de la sierra. Está hermoso. Está en la costa grande, sierra arriba. Vuelan pájaros de colores, la montaña está hacia arriba y el mar abajo. Y de su pueblo, Rosa Julia recuerda… El olor de café, cómo salía entre las tejas. Cómo el sol sale tras las montañas, cómo caía sobre las tejas de nuestra hermosa casa… de adobes, de bahareque y barro. La mayoría de los habitantes de su pueblo eran indígenas. Hablaban náhuatl, la lengua nativa más usada en México. Casi todos eran agricultores. Mi papá trabajaba en el campo. Y trabajaba para sembrar la tierra, y para… trabajaba con otra gente de peón y nosotros igual que él. Su cuadrilla de trabajadores éramos nosotras. Había muchos tipos de sembrados, entre ellos de marihuana y amapola, la planta de la que sale la heroína. Y para Rosa Julia estos sembrados eran completamente normales. Pues, yo creo que toda… En mi tiempo, caminé entre campos de amapola y de marihuana. Yo no lo veía malo. Es más yo cortaba flores de… hay un tipo de amapola como color púrpura. Y parece que las flores y el color te dicen: “Ven, ven. Córtame”. Y yo hacía arreglos de flores de amapolas con espigas de maíz y las ponía en la mesa. Hasta que un día su mamá le dijo… Que no fuera a volver a cortar esa flores porque eran del diablo. Yo en aquel tiempo decía que por qué, si todas las cosas bonitas son de Dios. Éstas, ¿por qué son del diablo? Y hasta ahora que estoy vieja entiendo, ¿no? Y es que la industria de la heroína en esa época no era como ahora. Rosa Julia tuvo la mala suerte de crecer en Guerrero a mediados de los años sesenta, justo cuando se estaba formalizando, cuando empezaba el primer boom de consumo de heroína en Estados Unidos. De pronto, casi de un día para otro, había mercado y dinero. Mucho dinero. Y el cultivo de amapola en pueblos como el de Rosa Julia cambió todo. Y ahora, pues, ya no hay marcha atrás. El nombre del pueblo, por ejemplo, Rosa Julia prefiere no decirlo. Es que tiene miedo. Para mucha gente el narcotráfico puede ser algo abstracto, un tema que se lee y se comenta, pero no algo que se vive. Pero para Rosa Julia, no. Por donde le tocó nacer, siempre ha sido parte de su vida y algo que la afectaría de manera muy directa. El periodista José Luis Pardo investigó y nos cuenta esta historia. Aquí José Luis. Cuando Rosa Julia era niña, a su pueblo empezó a llegar gente extraña, de otros países. Barbados, rubios, de ojos azules, así como tú, pero con el cabello rubio. Y venían por las flores de amapola y por las plantas de marihuana. Por las que caminé toda mi niñez. Y con la llegada de los extranjeros, cambiaron muchas cosas. Y lo que sí recuerdo era que todo el mundo se quejaba que, gracias a esa gente que vino extranjera, en el pueblo las cosas eran tan caras, porque en mi pueblo había dólares. Había dólares donde casi no había pesos mexicanos y eso suele ser una pésima combinación. El dinero fue lo primero que cambió la vida del pueblo. Creó más desigualdad en un lugar donde la gente ya era pobre. Entonces, ¿qué pasaba? Las cosas aumentaban, la gente que estaba muy pobre, que trabajaba el campo realmente, no podía comprar. Y es que esa idea de que el narco crea progreso es un mito. Para que se haga una idea, el Chapo Guzmán es de un municipio que se llama Badiraguato. Pero Badiraguato sigue siendo uno de los municipios más pobres del estado de Sinaloa. Porque, claro, esos dólares de la droga no son para todos. Entonces, se empezó a crear un pueblo de dos velocidades. Y empezó una época en que… Pues, que todavía era… no de… no había muertes, solamente había historias alrededor y un velo de misterio. Pero eran muy respetuosos. No iban a matar a nadie. Si cobraban a la gente, la gente todavía tenía palabra y pagaba lo que debía. Estaban creando un mercado con la planta del Diablo de la que hablaba la mamá de Rosa Julia. Ahora, esa flor se convertía en droga. Se convierte en algo tan destructor, que te borra familia, que borra civilizaciones, que empodera a otros que controla a otros. Y todo está rodeado entre la pobreza, entre la ignorancia. Pasaron los años y alguna gente del pueblo se empezó a involucrar en el negocio de la marihuana y de la amapola. Otra gente, como Rosa Julia, siguió con su vida en el campo. Ya de adolescente… Soñaba con un príncipe azul. Pero no encontré un príncipe azul; sí uno de tez negra y muy fornido. Y la primera vez que me dieron un beso, ¡me recuerdo que pensé que iba a salir embarazada! (risa) ¡Y tenía un montón de miedo! Y me emocioné mucho, mucho mucho mucho cuando me dieron un beso. No se lo pude contar a nadie. Rosa Julia quería que aquel muchacho que le había dado su primer beso fuera su novio, que fuera a su casa y pidiera permiso. Pero eso era imposible. La cuestión de la religión estaba como muy metida en esas cosasEntonces todo era pecado: todo no lo hagas, todo no lo digas. Y ya cuando empecé a sentir sensaciones diferentes, me sentía una mala mujer. Y cuando iba a misa, me confesaba y le decía al padre. Entre su primer y su segundo beso todo siguió más o menos igual. La culpa, la familia estricta, el campo… Seguí soñando: soñaba con aprender a leer y escribir, soñaba con leer libros, soñaba con ser escultora. Pero en su pueblo no había escuela primaria y sus papás tampoco sabían mucho. Así que siguió trabajando el campo, haciendo muñecos de barro y cuidando las plantas. Y cuando tenía 21 años al pueblo llegó un arquitecto español que fue a construir la primera escuela. Rosa Julia le vendía comida al escuadrón de trabajadores y el arquitecto le llamaba la atención. Y él me saludaba, “Buenos días”, y él olía rico. Y tenía barba. Pues él debe ha de haber tenido como 60 años. Un día me dijo que yo tenía los ojos redonditos y muy bonitos. “Tienes ojos muy bonitos”. Y jamás nadie me había dicho. Y ella, que sólo había tenido una relación en su vida, se sentía muy halagada. Hasta que un día… Me pasó su mano por el cabello —oh, yo sentía que me electrizaba— y luego de ahí, me dio un beso. Y me acuerdo que me dijo: “Te debieras [sic] de quedar”. Y me dieron un mezcal… Pues creo que me tomé cinco y quedé en calidad de bulto. No sé ni qué pasó. Lo que pasó es que se quedó embarazada. Y yo fui y le supliqué a él que se casara conmigo y él me dijo: “¿Tú estás loca? ¿Cómo me voy a casar con una india como tú?”. Rosa Julia me contó que el arquitecto le había ofrecido 800 pesos, que son unos 40 dólares, para que ella abortara. Pero ella no quiso. El arquitecto acabó de construir la escuela y se fue. Se fue con su mujer y sus hijos. Rosa Julia ocultó que estaba embarazada todo lo que pudo. Ya casi tenía ocho meses, no se me notaba nada, porque estaba gorda pareja. Empecé a engordar toda. Pero llegó un momento en que la familia se enteró, claro. Fue muy terrible. Mi papá golpeó mi cuerpo y casi me mata. Y me corrieron de la casa. Y fue muy terrible para mí ver a mi padre cómo lloraba y me decía: “¿Por qué me hiciste esto?”. Le tocó irse a vivir con sus padrinos, que vivían también en la sierra, pero en otra comunidad relativamente cercana. La mayoría de la gente del pueblo la rechazó —hasta el cura que no le daba la bendición— pero poco tiempo después nació Karen Yolotzin Leyva. Cuando tu cadera se abre y es tu última contradicción, escuchas como truenan y crujen tus huesos: ¡Crack! Y escuchas después el llanto de tu hijo. Es un… algo tan sublime. No te lo sé describir. Yo creo que fue lo más maravilloso que me ha pasado en mi vida. Cuando Rosa Julia se convirtió en madre soltera, esa vida sencilla del campo, esa vida que ella recuerda de una forma bucólica, pues, se acabó. Sus padrinos eran muy pobres y tuvo que empezar a trabajar. Entonces empecé a arreglar jardines, pero tuve que ir al pueblo y encargaba a Yolotzin con sus padrinos. Iba, venía, iba, venía, pero no ganaba mucho. Vendía plantas en una carretilla. Alcanzaba para comprar petróleo y ponerle a los candiles para alumbrarnos, para medio comer, para comprar poca cosa, no mucho. Después de un tiempo de haber tenido a Yolotzin, como tres o cuatro años, Rosa Julia volvió donde sus papás. Seguía rebuscándose la vida e intentó trabajar en una zona hotelera de Guerrero, arreglando jardines. Pero le negaron el trabajo porque no sabía ni leer ni escribir. Y ese día le dije a mi madre que no había podido conseguir el trabajo. Y pues tenía mucho miedo. Mi mamá me dijo: “Pues a ver qué le haces. Lava casas. A ver qué haces, porque tu hija se va a morir de hambre”. El problema era económico pero, pues, también tenía mucha culpa. ¿Sabré educar? ¿Por qué traje hijos al mundo si ni siquiera tengo comida para mí? Voy a tener que llenarle la mamila de café para que no pida comida. Entonces se me hacía terrible ver las manitas de Yolotzin, su carita, su vocecita. Rosa Julia estaba desesperada y empezó a pensar qué podía hacer. Y tenía un primo que vivía en el DF y que un día, de visita en casa de sus padres, la animó a irse a la ciudad. Y mi primo me dijo: “Eso que tú quieres hacer en los hoteles se llama arquitectura del paisaje. ¿Por qué no nos vamos a Xochimilco y yo te pago un curso para que te metas a la nocturna y aprendas a leer y escribir?”. No saber leer y escribir le causaba mucha tristeza. Así que le ilusionaba poder aprender, volverse buena en eso de la jardinería. Y lo más importante: poder ganar lo suficiente para que su hija Yolotzin pudiera comer bien. Rosa Julia tenía una “comadre”, una amiga muy cercana con la que prácticamente había crecido. Era una persona que conocía de toda mi vida. Era como mi otro yo. Su comadre iba a viajar en esos días a Tijuana. Pero primero tenía que ir en bus al DF y de ahí volar. La comadre le dijo que fueran juntas en el bus hasta el DF y que por favor le llevara una bolsa de dinero. A mí, ni por aquí se me ocurrió decirle que no. Yo era la primera vez que iba a salir de mi población. Y iba a hacer el recorrido acompañada. Ese era mi regalo para mí. La idea de viajar acompañada al DF, de irse para la ciudad un tiempo y prepararse y poderle dar una mejor vida a su hija la ilusionó. Era 1992. Rosa Julia tenía 24 años y Yolotzin tenía cinco. Logró convencer a sus padres de que se encargaran de la niña y pues decidió irse. Recuerdo, como si fuera hoy, mi madre y mi hija a la orilla del camino. Con su mano así. Movían sus manos. En señal de despedida. Rosa Julia se subió al bus con su comadre rumbo a la capital. Quizás su último momento de asombro y de felicidad durante mucho tiempo fue ver el DF desde la ventana. Fue en la madrugada. Íbamos llegando de Cuernavaca a la Ciudad de México y vi un manto lleno de estrellas. Y yo creía que eran luciérnagas. Yo me acuerdo que le dije a mi comadre: “Comadre, mire cómo hay de luciérnagas”. “Comadre, cuál luciérnagas, son las luces de la ciudad. Ya vamos llegando”. Habían acordado con su primo que él la iba a recoger a la terminal. Y cuando llegó estaba llena de gente. Él, además, le había pedido que llevara cinco cajas de mango para vender. Yo parada, con mis cinco cajas de mango manila ahí, mi… mi bolsita, donde le venía ayudando a mi comadre con el dinero, mi muda de ropa, un cepillo de dientes y mi credencial de elector, ahí, en mi morral. Pero empezaron a pasar los minutos y las horas y nada: que el primo no aparecía. Se hizo bien tarde. Yo tenía un montón de miedo, porque no me iban a encontrar. Pero tampoco habían llegado… y pensando que se habían equivocado de día, que… No, no sé qué… qué, qué tanto pasaba por mi cabeza. Después se enteraría que su primo no pudo llegar a tiempo porque se le había estropeado el carro. Pero como Rosa Julia no tenía ni siquiera la dirección ni el teléfono de su primo, su comadre le dijo que no la podía dejar ahí. Y ella le propuso algo: Que se fueran juntas en avión a Tijuana. Y Rosa Julia, sin saber qué hacer, pues aceptó. En sólo unas horas había visto la ciudad por primera vez y ahora iba a volar. Llegaron al aeropuerto y Rosa Julia estaba deslumbrada, viendo todo eso por primera vez. Cuando oye una voz: “Judicial Federal, párese señora”. Nunca pensé que era a mí a la que le hablaban. Pero sí: Rosa Julia se volteó a mirar a su comadre que estaba subiendo apurada unas escaleras eléctricas. Su comadre le gritó: “¡Comadre, ponga las cosas ahí! Ahí las van a revisar. ¡Acá la esperamos, comadre!”. Una oficial le dijo: “¿Qué trae, señora?”. Y yo me le quedo viendo y le dije: “Dinero”. Y la persona me dice: “¿Por qué no declaró sus valores?”. Yo le dije: “¿Cuáles valores?”. “Pues el dinero”. “Ah, pues porque el dinero no es mío, es de ellos”. Y al momento de poner las cosas en el piso, la oficial la toca. Y aunque esto parezca un detalle, no lo es. Tiene que ver con su niñez y con cómo la criaron. En Guerrero, las cosas son como muy fuertes. Las mamás jamás te van a andar dando un abrazo. O que te vaya a andar besando, ¿cuándo crees? Allá te hacen rudo. Ahí un chamaquito se cae y le dan su chingadazo y le dicen: “Párese, cabrón”. Te lo chingas, porque se cayó por pendejo, ¿no? Entonces las manifestaciones de… no hay contacto. Entonces, en el momento en que la mujer me agarra, le digo: “Oiga, ¿por qué me agarra?”. Rosa Julia le empezó a gritar a su comadre: “¡Comadre, regrésese, hay un problema, quieren saber de lo del dinero, regrésese!”. Pero la comadre nunca regresó. Esa fue la última vez que la vio. Y el perro que tenían los oficiales empezó a ladrar como loco. Y el hombre me dijo: “Señora, usted no trae dinero. Mi perro está entrenado para encontrar droga y mire cómo está”. La comadre le había metido heroína en la bolsa. Desde ese momento todo ocurrió muy rápido. Rosa Julia no entendía bien lo que le estaba pasando, como si todo eso fuera un error. La llevaron a la comandancia del aeropuerto y ahí un policía le dijo: La droga que traías es el extracto de la bellota de amapola. Si supieras, india mustia, cuánto tiempo te vas a quedar por esto”. Y Rosa Julia recordó… Como decía mi madre que eran flores del diablo. Y ahora entendí por qué eran flores del diablo. Pero era demasiado tarde. Cuando volvamos, lejos de su pueblo natal, Rosa Julia comienza una nueva vida que no se parece en nada a lo que se había imaginado. Este mensaje viene de un patrocinador de NPR: Sprouts Farmers Market. Toma lo bueno del otoño en Sprouts Farmers Market, donde encontrarás coloridas calabazas para pintar, decorar y, mejor aún, para comer. Tenemos sabores selectos de otoño, como deliciosas galletas y cereales de calabaza, sidra con especias de cosecha y mucho más. Además, ahora puedes pedir tus productos a domicilio o recogerlos en la tienda, y el servicio de tu primer pedido será gratis. Visita ya tu Sprouts Farmers Market local. Sprouts, donde crece lo bueno. En Fresh Air de NPR, Terry Gross realiza entrevistas largas con los periodistas que cuentan las grandes historias del momento. Y con los autores, músicos y cineastas que están detrás de lo mejor de la cultura pop. Así que escucha y suscríbete. Este podcast y el siguiente mensaje son patrocinados por The Land I Trust, un podcast de Sierra Club que presenta a personas compartiendo sus experiencias en torno a temas ambientales y de justicia. Esta temporada nos trae historias únicas sobre transición energética y transformación comunitaria en medio del creciente movimiento por la justicia ambiental, racial y climática. Escucha la cuarta temporada de ‘The Land I Trust’ en el sitio S-C punto o-r-g, en Apple Podcasts o donde sea que escuches tus podcasts. Mientras dormías, un montón de noticias estaban pasando alrededor del mundo. Up First es el podcast de NPR que te mantiene informado sobre los grandes acontecimientos en un corto tiempo. Comparte 10 minutos de tu día con Up First, desde NPR, de lunes a viernes. Antes de la pausa, vimos cómo Rosa Julia terminó arrestada por cargar heroína el mismo día que había dejado su estado por primera vez. Iba a viajar de la Ciudad de México a Tijuana en avión y en el mismo aeropuerto la detuvieron. Y bueno, las tumbas y las cárceles de México están llenas de personas como ella, gente que representa el eslabón más débil de la cadena del narco. Gente anónima. José Luis Pardo nos sigue contando. En la comandancia del aeropuerto no la dejaban en paz. Le preguntaban quién era el jefe de la banda, dónde estaba el laboratorio, dónde estaban situados. Pero Rosa Julia, claro, no sabía de qué le hablaban. Solo les podía decir la verdad: que su comadre la había engañado. Yo no podía creer que mi comadre hubiera hecho eso, porque yo sabía, pues, que era de ella, ¿no? Yo creo que la cárcel más grande que yo pude tener fue el odio. Sólo después se enteraría… Que mi comadre y mi compadre eran compiladores de uno de los carteles. Los agentes le dijeron que podía llamar a alguien, pero Rosa Julia no sabía cómo hacerlo. No sabía cómo. En la sierra no había teléfono. Tenían que bajar a la caseta del pueblo. Esperar dos, tres días. Nunca me comuniqué con ellos. Desde que la detuvieron en el aeropuerto hasta que la encerraron en la cárcel pasaron varios días. Primero la entregaron a los militares porque sospechaban que Rosa Julia trabajaba para dos generales del ejército involucrados en el narcotráfico. Ahí… Me liaron las manos, me liaron los pies y me liaron los ojos. Supe por sus radios que íbamos llegando al campo militar número uno. Y a mí ahí me daban un chingadazo y no me encontraban para darme el otro. Rosa Julia no sabe exactamente cuántos días estuvo en el campo militar, pero lo que sí sabe es que todo el tiempo estuvo con los ojos vendados. Yo creo que de quince días que estuve ahí, debí haber estado sobria como unos, no sé, como unos siete, seis. Todo el tiempo me la pasaba desmayada. Hace dos años la ONU dijo que la tortura era una práctica generalizada entre todas las fuerzas de seguridad de México. Y eso se ha agravado con la guerra contra el narcotráfico. Pero viene de viejo. Yo creo que me quemaban con los encendedores de sus carros, porque mis quemaduras son como muy redondas. Me ponían una bolsa en la cabeza. Y querías jalar aire y la bolsa se te pega. Era como un… como bulto, ¿no? Con excremento pegado, sangre seca. Entre la realidad y entre el… el miedo, y era un miedo que no te lo sé explicar. Después de varios días, los militares se convencieron finalmente de que no conocía a aquellos generales y la entregaron a la PGR, la Procuraduría General de Justicia. Y ahí había un agente que le decían “el Lobo”. Y si en el ejército las cosas fueron difíciles, nombre, con el Lobo fueron terriblemente difíciles. El Lobo era un tipo alto, de bigote, rubio. Tenía acento del norte de México. Tenía botas picudas, con… con casquillos de… de metal, no sé. Me pegaba terrible en este hueso del… de aquí, la espinilla. Feo, feo, feo, feo, feo. Me preguntaba todas las mismas preguntas. Y se acuerda que le dijo… “Ah, india mustia, que… ¿estos con su entrenamiento en el Golfo Pérsico no te han hecho hablar? ¿Que no has querido comer? ¿Sabías que después de coger da hambre? Te voy a dar una cogida que no vas a olvidar y vas a pedir de comer. Y conmigo, hasta los mudos hablan, aunque sea a señas”. Yo me acuerdo que le decía a Dios: “Por favor, por favor, que me muera, que me muera”. Al final, después de días de tortura y violación, el Lobo le trajo un documento y Rosa Julia firmó su confesión. Bueno, firmar es un decir, porque lo que hizo es poner la huella. Ella todavía no sabía ni leer ni escribir. En solo unas semanas había pasado de su vida sencilla en la sierra a una celda con un solo retrete para 25 reclusas. Rosa Julia tenía 28 años. Apenas hablaba español y todavía no entendía su nueva vida. Todo mundo ahí fumaba, se inyectaba, se besaban. Yo sentía que estaba en un mundo que no… que sentía que no era una mala persona yo, pa‘ que me tuvieran como perro ahí. Y además estaba realmente sola. Al menos se consolaba pensando que su familia no sabía que estaba en la cárcel. Pero la noticia de su arresto sí llegó a Guerrero. Aquí está su hija Yolotzin. En esa época tenía seis años. El hermano de mi mamá estaba una vez envolviendo una papaya con un periódico. Y ahí entre las páginas del diario… Yo vi la foto de mi mamá… En un artículo, que detallaba el arresto. Y entonces mi hija le grita a mi hermano: “¡Hugo, Hugo, mi mami Juli!”. Le contaron la noticia al papá de Rosa Julia. “Julia está presa en el reclusorio norte por marihuanera”. Los adultos se pusieron a hablar y Yolotzin se asomaba, curiosa, ansiosa, tratando de entender qué le había pasado a su mamá. Empezaron a hablar de Ministerios Públicos. Empezaron a hablar de una serie de cosas que, eh, la… la única referencia que tenía yo, aparte de… de lo inmediato, era como las telenovelas, ¿no?, de la abuelita viendo la telenovela. Entonces siempre que hablaban de eso significaba cárcel. Fue donde me di cuenta que… que no iba a regresar. Rosa Julia solo podía tratar de adaptarse a la cárcel. Y a las otras reclusas. Yo creo que lo que me ayudó mucho fue llegar tan torturada. Se dieron cuenta que no hablaba. Que estaba torturada. Y lo único que les decía era que me metieran debajo de la regadera. Les hacía seña. Durante mucho tiempo, me bañaba y me bañaba y me bañaba. Después de unos días se concentró en limpiar. Me iba a lavar baños donde estaban llenos de popó por todos lados y yo los dejaba impecables. Me hartaba trabajando. Trabajaba aquí, trabajaba allá, pa‘ cansarme y poderme dormir. Porque ellas se la pasan todo el tiempo drogándose, día y noche, día y noche. Rosa Julia nunca se drogó. Limpiaba, cocinaba y lentamente las demás reclusas le fueron cogiendo confianza. Le contaban sus historias… Analizaba sus vidas y me daba cuenta que la mía era otro mundo, ¿no? Y ellas, en vidas, donde los padrastros las habían violado, donde… Me sabía sus historias de arriba a abajo. Eso me impresionaba muchísimo oírlas. Entonces me convertí como… yo creo que como en su mamá. Casi un año después de entrar a esa cárcel, tuvo finalmente el juicio. Durante el proceso judicial, Rosa Julia escuchó una y otra vez cómo los que administraban su caso hablaban mal de ella. Oyó que dijeron, por ejemplo… “Esa vieja pendeja dejó a sus hijos”. Entonces fue cuando me di cuenta que era uno de los… de la cuestión más grave, para mí, del delito era haber nacido mujer en este país y haber caído a la cárcel. Rosa Julia dice que le impactó muchísimo, pero que no le sorprendió tanto. Porque nací en una… en un lugar donde las mujeres no valen mucho. Donde te venden, donde… este, donde tienes que… que estar callado y obedecer a tu marido y que tu marido, cuando te casas, es como si tuvieras un sello aquí que diga “vaca quintada”, y si no tienes apellido no vales. Como si necesitáramos pruebas del trato diferente que reciben los hombres y las mujeres en el sistema judicial, me cuenta que ese día había como ocho personas en el juzgado. De los cuales sentencian a las puras las mujeres y dejan ir a los hombres. Y es verdad. El día que Rosa Julia apareció ante la corte, hubo varios hombres también que tenían diferentes casos. Y casi todos salieron libres. Pero ella no: a ella la sentenciaron a 25 años de cárcel. En las cárceles mexicanas existe el término pagador: se refiere al tipo que pertenece a una organización y que paga las condenas de los demás. Entonces cumple sus años calladito y desde fuera lo cuidan, le dan dinero. Pero la versión femenina de esa palabra —pagadora— no tiene el mismo significado. Se suele referir a mujeres como Rosa Julia, a las mulas, que si acaban en las cárceles, pues no reciben nada. No reciben ni apoyo, ni dinero, ni cuidado. El día de la sentencia, Rosa Julia conoció a uno de esos pagadores. Se llamaba Rubén. Rubén era un delincuente nato. Él venía con un grupo de colombianos. A Rosa Julia la acaban de sentenciar y, pues claro, estaba desconsolada. Rubén la vio llorando. “¿Para qué lloras?”, me gritó. La gente de nuestra tierra”, le dijo Rubén, “está diseñada de otra manera: no llora”. Y me acuerdo que cuando yo me iba alejando, dentro del pasillo, escuchaba que él gritaba: “¡¿Cómo te llamas?!”. Y sentí que mi… su voz se le pegaba a mi uniforme. Unas semanas después Rubén le envió una carta. Que, claro, le tenían que leer las compañeras. Y en esa carta me decía quién era, porqué estaba ahí, que se había dado cuenta que yo estaba sola, que no tenía a nadie. Por esos días, Rosa Julia se había enterado de que su papá había fallecido. Es más, murió al poco tiempo de enterarse que la habían arrestado. Rosa Julia se sentía muy culpable. Le atormentaba pensar que era responsable de la muerte de su padre. Ella estaba sufriendo en la cárcel, pero para un pagador como Rubén, tampoco era fácil sobrellevar una sentencia. Yo creo que este también necesitaba compañía. Entonces le respondió la carta, aunque claro, se la escribieron las compañeras. Y así, Rosa Julia y Rubén se hicieron primero amigos y después novios. Era conveniente porque los penales estaban conectados. Poco tiempo después, Rubén le pidió que se casaran y ella aceptó. Y yo creo que no estaba enamorada de él. Me casé porque quería un apellido. Y por soledad. Poco después, Rosa Julia se quedó embarazada. Tuve a Manolo esposada. Fue muy fuerte para mí darle bienvenida… la bienvenida a un ser que merecía libertad. Y que nació libre por… por derecho, ¿no? Yo lo tenía ahí. Durante más de un año crio a su hijo en la cárcel. Y ella describe esto como una de las cosas más dolorosas de su vida… En la noche, yo veía sus manitas. Veía sus manitas y me sentía confortada, me sentía acompañada, pero también me sentía peor de criminal. Porque… porque él no era libre. Vivía conmigo, no conocía las jirafas. No conocía los zoológicos. No conocía nada, porque estaba encerrado. Y al final tomó una de las decisiones más complicadas de su vida. Decidió que Manolo viviera fuera, con sus primos. Y les cedió la custodia. Sentí que nunca he vuelto a ser la misma. Rubén no la perdonó por alejarlo de su hijo. Él quería una familia grande, así como las tradicionales de Guerrero. Pero Rosa Julia ya no quería más hijos. Se empezaron a distanciar. Además, Rosa Julia también tenía mucho miedo porque Rubén seguía envuelto en el narcotráfico. Ella ya había sufrido las consecuencias y lo que menos quería es que sus hijos tuvieran algún contacto con ese mundo. Se dedicó a ella misma. A estudiar. Hizo la primaria. Aprendió a leer y la primera palabra que escribió fue “Oso”. Para ella fue un golpe. Porque Yolotzin me cantaba “La osa y la osita”. El oso y el osito se fueron a pasear… [Una canción de… de niños. El oso va adelante y el osito va detrás… [Y me cantaba esa canción, entonces yo siempre recordaba ella como que yo era la osa y ella era la osita. Entonces la primer palabra que escribí fue la palabra “O-so”. Rubén cumplió su condena y cuando estaba fuera le escribió otra carta, en la que le decía que había regresado con su antigua novia. Así que otra vez Rosa Julia se quedó sola en la cárcel, sin hijo, sin marido. Y yo no aguanté el dolor. El día que recibió la carta, la rompió en pedacitos… La echo a la licuadora, le pongo agua, le pongo cebolla y ajo, y me la tragué. Estuve en la enfermería como cinco días. Pero la historia de Rosa Julia no termina en la cárcel. Yo la visité en su departamento en la Ciudad de México, que es un modesto hogar de una sola habitación. Logró salir con la ayuda de un abogado que argumentó que, como era víctima de tortura, le deberían reducir la sentencia. Y fue así. El 20 de junio de 2005, después de más de 12 años de estar encerrada, Rosa Julia salió en libertad. Se acuerda del día que salió. Sentía que el aire me lastimaba en los oídos, que me entraba mucho aire por la nariz. Sentía que el ruido de… de la calle me… me… Estaba lloviendo y la lluvia me molestaba en los oídos. Era demasiado aire para mis pulmones, este, no me sabía pasar las calles. Sentía que todo el mundo me veía. No no no no, fue muy fuerte, mucho, muy fuerte, el primer día en la calle. Sin embargo, se acostumbró. Y así comenzó la tercera vida de Rosa Julia. Desde entonces, se ha dedicado a cerrar lo que ella llama los círculos de su vida. Hoy visita las cárceles como funcionaria y junto con su pareja, Jorge Correa, da cursos de teatro y charlas a algunos de los criminales más famosos de México. Pero lo más importante que ha hecho es reconciliarse con Yolotzin. Cuando salió una de las primeras cosas que hizo fue regresar a su pueblo para ir por su hija. La niña que había dejado de cinco años, ahora iba a cumplir 17. No fue fácil, pues no me conocía, me decía señora, y… me tenía miedo. Era una adolescente callada y buena estudiante que preparaba su ingreso a la universidad. Las dos se mudaron al DF, al departamento de una hermana de Rosa Julia. Y poco a poco se fueron familiarizando. Empezamos a conocernos, a reconquistarnos, a querernos. Nos hemos, eh, dado cuenta que tenemos muchos gustos en común, platicamos, ella me enseña cosas, yo le enseño cosas a ella, o sea, es una convivencia realmente como… como de amistad, o sea. Vivieron juntas casi nueve años, hasta hace unos meses que Yolotzin se fue a vivir sola. A veces siento que mi mamá es demasiado mágica para tener una vida ordinaria. Y para estar en paz le queda Manolo, pero no va a ser fácil reparar esa relación. Manolo vive con mis primos, vive una vida feliz. Es un chico que toca el violín, chico que estudia la preparatoria. Tiene 18 años. Es un chico exitoso. Juega fútbol. No… no… no hay… sí hay una relación, pero hay… hay como muchas cosas todavía, Con el que siento que estoy en deuda es con Manolo. Porque Manolo vivió conmigo algo muy difícil y siento que le quité la libertad. Arreglar esa relación… Ese va a ser mi último ciclo. He pasado los últimos seis años cubriendo las rutas del narcotráfico en América Latina y en ese tiempo he conocido a muchas personas como Rosa Julia. Cuando se habla del narco, muchas veces he escuchado versiones de este dicho: que Estados Unidos pone los consumidores y los latinoamericanos ponen los muertos. Pero creo que además de poner los muertos, las víctimas, también ponemos los asesinos y la impunidad. Yo no veo el narco como la causa de todos los males. Lo veo más como un fenómeno que ha potenciado todos nuestros males: la desigualdad, la violencia, la corrupción. En México y el resto de América Latina hay muchas personas como Rosa Julia a las que el narco les ha arrebatado lo poco que tenían. Rosa Julia vive en la Ciudad de México con su pareja, Jorge Correa. Siguen con sus proyectos de teatro en cárceles y trabajando con jóvenes y niños de zonas marginales. Yolotzin trabaja como defensora de derechos humanos, ahora centrada en temas ambientales. Con los años Yolotzin y Rosa Julia se han entendido mejor y cada vez se han acercado más. Sobre el hijo que tuvo en prisión, dice que prefiere no hablar porque él así se lo pidió y ella lo respeta. José Luis Pardo es director editorial y cofundador de Dromómanos. Vive en la Ciudad de México. Este episodio fue editado por Camila Segura, Silvia Viñas y por mí. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri, con música de Rémy Lozano. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Jorge Caraballo, Aneris Casassus, Victoria Estrada, Xochitl Fabián, Miranda Mazariegos, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Desirée Yépez. Fernanda Guzmán es nuestra pasante editorial. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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