► ¡Hola, ambulantes! Quiero contarles cómo comenzó todo esto. En el 2012, Carolina Guerrero y yo hicimos una venta de galletas y pasteles en nuestro barrio en Oakland, California. Queríamos lanzar Radio Ambulante y ya habíamos invertido todos nuestros ahorros personales en sacar adelante esta idea aunque no estábamos seguros si iba a funcionar. Sin el apoyo de nuestra comunidad en esa venta de galletas, o en la campaña de Kickstarter que le siguió, Radio Ambulante simplemente no existiría. Hace ocho años ustedes confiaron en nosotros y no nos hemos olvidado de esa generosidad. Hoy, 25 millones de descargas después, con un catálogo de más de 220 episodios y con dos podcasts, nuestra misión es la misma: narrar Latinoamérica en audio, en voz de sus protagonistas. Pero somos parte de una industria vulnerable y todos los días oímos de medios que apagan las luces y de colegas que se quedan sin trabajo. Cada vez es más difícil para un proyecto como el nuestro garantizar la sostenibilidad. Por eso acabamos de lanzar nuestra segunda campaña de crowdfunding. La meta en el 2012 era recoger $40,000 y lo logramos. En el 2020 necesitamos recoger $70,000. Ya llevamos una tercera parte. Súmate a Deambulantes y ayúdanos a conseguir lo que falta. Todo sirve. Para donar, ve a radioambulante.org/deambulantes. ¡Muchas gracias! Antes de comenzar el episodio, quiero advertirle a los oyentes que esta historia contiene descripciones gráficas de violencia y abuso sexual. Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Hoy regresamos a nuestros archivos, a una historia que publicamos originalmente en el 2017. Es la historia de Rosa Julia y para ella todo comienza en el estado de Guerrero, México. En un pueblo perdido de la sierra. Está hermoso. Está en la costa grande, sierra arriba. Vuelan pájaros de colores, la montaña está hacia arriba y el mar abajo. Y de su pueblo, Rosa Julia recuerda… El olor de café, cómo salía entre las tejas. Cómo el sol sale tras las montañas, cómo caía sobre las tejas de nuestra hermosa casa… de adobes, de bahareque y barro. La mayoría de los habitantes de su pueblo eran indígenas. Hablaban náhuatl, la lengua nativa más usada en México. Casi todos eran agricultores. Mi papá trabajaba en el campo. Y trabajaba para sembrar la tierra, y para… trabajaba con otra gente de peón y nosotros igual que él. Su cuadrilla de trabajadores éramos nosotras. Había muchos tipos de sembrados, entre ellos de marihuana y amapola, la planta de la que sale la heroína. Y para Rosa Julia estos sembrados eran completamente normales. Pues, yo creo que toda… En mi tiempo, caminé entre campos de amapola y de marihuana. Yo no lo veía malo. Es más yo cortaba flores de… hay un tipo de amapola como color púrpura. Y parece que las flores y el color te dicen: “Ven, ven. Córtame”. Y yo hacía arreglos de flores de amapolas con espigas de maíz y las ponía en la mesa. Hasta que un día su mamá le dijo… Que no fuera a volver a cortar esa flores porque eran del diablo. Yo en aquel tiempo decía que por qué, si todas las cosas bonitas son de Dios. Éstas, ¿por qué son del diablo? Y hasta ahora que estoy vieja entiendo, ¿no? Y es que la industria de la heroína en esa época no era como ahora. Rosa Julia tuvo la mala suerte de crecer en Guerrero a mediados de los años sesenta, justo cuando se estaba formalizando, cuando empezaba el primer boom de consumo de heroína en Estados Unidos. De pronto, casi de un día para otro, había mercado y dinero. Mucho dinero. Y el cultivo de amapola en pueblos como el de Rosa Julia cambió todo. Y ahora, pues, ya no hay marcha atrás. El nombre del pueblo, por ejemplo, Rosa Julia prefiere no decirlo. Es que tiene miedo. Para mucha gente el narcotráfico puede ser algo abstracto, un tema que se lee y se comenta, pero no algo que se vive. Pero para Rosa Julia, no. Por donde le tocó nacer, siempre ha sido parte de su vida y algo que la afectaría de manera muy directa. El periodista José Luis Pardo investigó y nos cuenta esta historia. Aquí José Luis. Cuando Rosa Julia era niña, a su pueblo empezó a llegar gente extraña, de otros países. Barbados, rubios, de ojos azules, así como tú, pero con el cabello rubio. Y venían por las flores de amapola y por las plantas de marihuana. Por las que caminé toda mi niñez. Y con la llegada de los extranjeros, cambiaron muchas cosas. Y lo que sí recuerdo era que todo el mundo se quejaba que, gracias a esa gente que vino extranjera, en el pueblo las cosas eran tan caras, porque en mi pueblo había dólares. Había dólares donde casi no había pesos mexicanos y eso suele ser una pésima combinación. El dinero fue lo primero que cambió la vida del pueblo. Creó más desigualdad en un lugar donde la gente ya era pobre. Entonces, ¿qué pasaba? Las cosas aumentaban, la gente que estaba muy pobre, que trabajaba el campo realmente, no podía comprar. Y es que esa idea de que el narco crea progreso es un mito. Para que se haga una idea, el Chapo Guzmán es de un municipio que se llama Badiraguato. Pero Badiraguato sigue siendo uno de los municipios más pobres del estado de Sinaloa. Porque, claro, esos dólares de la droga no son para todos. Entonces, se empezó a crear un pueblo de dos velocidades. Y empezó una época en que… Pues, que todavía era… no de… no había muertes, solamente había historias alrededor y un velo de misterio. Pero eran muy respetuosos. No iban a matar a nadie. Si cobraban a la gente, la gente todavía tenía palabra y pagaba lo que debía. Estaban creando un mercado con la planta del Diablo de la que hablaba la mamá de Rosa Julia. Ahora, esa flor se convertía en droga. Se convierte en algo tan destructor, que te borra familia, que borra civilizaciones, que empodera a otros que controla a otros. Y todo está rodeado entre la pobreza, entre la ignorancia. Pasaron los años y alguna gente del pueblo se empezó a involucrar en el negocio de la marihuana y de la amapola. Otra gente, como Rosa Julia, siguió con su vida en el campo. Ya de adolescente… Soñaba con un príncipe azul. Pero no encontré un príncipe azul; sí uno de tez negra y muy fornido. Y la primera vez que me dieron un beso, ¡me recuerdo que pensé que iba a salir embarazada! (risa) ¡Y tenía un montón de miedo! Y me emocioné mucho, mucho mucho mucho cuando me dieron un beso. No se lo pude contar a nadie. Rosa Julia quería que aquel muchacho que le había dado su primer beso fuera su novio, que fuera a su casa y pidiera permiso. Pero eso era imposible. La cuestión de la religión estaba como muy metida en esas cosasEntonces todo era pecado: todo no lo hagas, todo no lo digas. Y ya cuando empecé a sentir sensaciones diferentes, me sentía una mala mujer. Y cuando iba a misa, me confesaba y le decía al padre. Entre su primer y su segundo beso todo siguió más o menos igual. La culpa, la familia estricta, el campo… Seguí soñando: soñaba con aprender a leer y escribir, soñaba con leer libros, soñaba con ser escultora. Pero en su pueblo no había escuela primaria y sus papás tampoco sabían mucho. Así que siguió trabajando el campo, haciendo muñecos de barro y cuidando las plantas. Y cuando tenía 21 años al pueblo llegó un arquitecto español que fue a construir la primera escuela. Rosa Julia le vendía comida al escuadrón de trabajadores y el arquitecto le llamaba la atención. Y él me saludaba, “Buenos días”, y él olía rico. Y tenía barba. Pues él debe ha de haber tenido como 60 años. Un día me dijo que yo tenía los ojos redonditos y muy bonitos. “Tienes ojos muy bonitos”. Y jamás nadie me había dicho. Y ella, que sólo había tenido una relación en su vida, se sentía muy halagada. Hasta que un día… Me pasó su mano por el cabello —oh, yo sentía que me electrizaba— y luego de ahí, me dio un beso. Y me acuerdo que me dijo: “Te debieras [sic] de quedar”. Y me dieron un mezcal… Pues creo que me tomé cinco y quedé en calidad de bulto. No sé ni qué pasó. Lo que pasó es que se quedó embarazada. Y yo fui y le supliqué a él que se casara conmigo y él me dijo: “¿Tú estás loca? ¿Cómo me voy a casar con una india como tú?”. Rosa Julia me contó que el arquitecto le había ofrecido 800 pesos, que son unos 40 dólares, para que ella abortara. Pero ella no quiso. El arquitecto acabó de construir la escuela y se fue. Se fue con su mujer y sus hijos. Rosa Julia ocultó que estaba embarazada todo lo que pudo. Ya casi tenía ocho meses, no se me notaba nada, porque estaba gorda pareja. Empecé a engordar toda. Pero llegó un momento en que la familia se enteró, claro. Fue muy terrible. Mi papá golpeó mi cuerpo y casi me mata. Y me corrieron de la casa. Y fue muy terrible para mí ver a mi padre cómo lloraba y me decía: “¿Por qué me hiciste esto?”. Le tocó irse a vivir con sus padrinos, que vivían también en la sierra, pero en otra comunidad relativamente cercana. La mayoría de la gente del pueblo la rechazó —hasta el cura que no le daba la bendición— pero poco tiempo después nació Karen Yolotzin Leyva. Cuando tu cadera se abre y es tu última contradicción, escuchas como truenan y crujen tus huesos: ¡Crack! Y escuchas después el llanto de tu hijo. Es un… algo tan sublime. No te lo sé describir. Yo creo que fue lo más maravilloso que me ha pasado en mi vida. Cuando Rosa Julia se convirtió en madre soltera, esa vida sencilla del campo, esa vida que ella recuerda de una forma bucólica, pues, se acabó. Sus padrinos eran muy pobres y tuvo que empezar a trabajar. Entonces empecé a arreglar jardines, pero tuve que ir al pueblo y encargaba a Yolotzin con sus padrinos. Iba, venía, iba, venía, pero no ganaba mucho. Vendía plantas en una carretilla. Alcanzaba para comprar petróleo y ponerle a los candiles para alumbrarnos, para medio comer, para comprar poca cosa, no mucho. Después de un tiempo de haber tenido a Yolotzin, como tres o cuatro años, Rosa Julia volvió donde sus papás. Seguía rebuscándose la vida e intentó trabajar en una zona hotelera de Guerrero, arreglando jardines. Pero le negaron el trabajo porque no sabía ni leer ni escribir. Y ese día le dije a mi madre que no había podido conseguir el trabajo. Y pues tenía mucho miedo. Mi mamá me dijo: “Pues a ver qué le haces. Lava casas. A ver qué haces, porque tu hija se va a morir de hambre”. El problema era económico pero, pues, también tenía mucha culpa. ¿Sabré educar? ¿Por qué traje hijos al mundo si ni siquiera tengo comida para mí? Voy a tener que llenarle la mamila de café para que no pida comida. Entonces se me hacía terrible ver las manitas de Yolotzin, su carita, su vocecita. Rosa Julia estaba desesperada y empezó a pensar qué podía hacer. Y tenía un primo que vivía en el DF y que un día, de visita en casa de sus padres, la animó a irse a la ciudad. Y mi primo me dijo: “Eso que tú quieres hacer en los hoteles se llama arquitectura del paisaje. ¿Por qué no nos vamos a Xochimilco y yo te pago un curso para que te metas a la nocturna y aprendas a leer y escribir?”. No saber leer y escribir le causaba mucha tristeza. Así que le ilusionaba poder aprender, volverse buena en eso de la jardinería. Y lo más importante: poder ganar lo suficiente para que su hija Yolotzin pudiera comer bien. Rosa Julia tenía una “comadre”, una amiga muy cercana con la que prácticamente había crecido. Era una persona que conocía de toda mi vida. Era como mi otro yo. Su comadre iba a viajar en esos días a Tijuana. Pero primero tenía que ir en bus al DF y de ahí volar. La comadre le dijo que fueran juntas en el bus hasta el DF y que por favor le llevara una bolsa de dinero. A mí, ni por aquí se me ocurrió decirle que no. Yo era la primera vez que iba a salir de mi población. Y iba a hacer el recorrido acompañada. Ese era mi regalo para mí. La idea de viajar acompañada al DF, de irse para la ciudad un tiempo y prepararse y poderle dar una mejor vida a su hija la ilusionó. Era 1992. Rosa Julia tenía 24 años y Yolotzin tenía cinco. Logró convencer a sus padres de que se encargaran de la niña y pues decidió irse. Recuerdo, como si fuera hoy, mi madre y mi hija a la orilla del camino. Con su mano así. Movían sus manos. En señal de despedida. Rosa Julia se subió al bus con su comadre rumbo a la capital. Quizás su último momento de asombro y de felicidad durante mucho tiempo fue ver el DF desde la ventana. Fue en la madrugada. Íbamos llegando de Cuernavaca a la Ciudad de México y vi un manto lleno de estrellas. Y yo creía que eran luciérnagas. Yo me acuerdo que le dije a mi comadre: “Comadre, mire cómo hay de luciérnagas”. “Comadre, cuál luciérnagas, son las luces de la ciudad. Ya vamos llegando”. Habían acordado con su primo que él la iba a recoger a la terminal. Y cuando llegó estaba llena de gente. Él, además, le había pedido que llevara cinco cajas de mango para vender. Yo parada, con mis cinco cajas de mango manila ahí, mi… mi bolsita, donde le venía ayudando a mi comadre con el dinero, mi muda de ropa, un cepillo de dientes y mi credencial de elector, ahí, en mi morral. Pero empezaron a pasar los minutos y las horas y nada: que el primo no aparecía. Se hizo bien tarde. Yo tenía un montón de miedo, porque no me iban a encontrar. Pero tampoco habían llegado… y pensando que se habían equivocado de día, que… No, no sé qué… qué, qué tanto pasaba por mi cabeza. Después se enteraría que su primo no pudo llegar a tiempo porque se le había estropeado el carro. Pero como Rosa Julia no tenía ni siquiera la dirección ni el teléfono de su primo, su comadre le dijo que no la podía dejar ahí. Y ella le propuso algo: Que se fueran juntas en avión a Tijuana. Y Rosa Julia, sin saber qué hacer, pues aceptó. En sólo unas horas había visto la ciudad por primera vez y ahora iba a volar. Llegaron al aeropuerto y Rosa Julia estaba deslumbrada, viendo todo eso por primera vez. Cuando oye una voz: “Judicial Federal, párese señora”. Nunca pensé que era a mí a la que le hablaban. Pero sí: Rosa Julia se volteó a mirar a su comadre que estaba subiendo apurada unas escaleras eléctricas. Su comadre le gritó: “¡Comadre, ponga las cosas ahí! Ahí las van a revisar. ¡Acá la esperamos, comadre!”. Una oficial le dijo: “¿Qué trae, señora?”. Y yo me le quedo viendo y le dije: “Dinero”. Y la persona me dice: “¿Por qué no declaró sus valores?”. Yo le dije: “¿Cuáles valores?”. “Pues el dinero”. “Ah, pues porque el dinero no es mío, es de ellos”. Y al momento de poner las cosas en el piso, la oficial la toca. Y aunque esto parezca un detalle, no lo es. Tiene que ver con su niñez y con cómo la criaron. En Guerrero, las cosas son como muy fuertes. Las mamás jamás te van a andar dando un abrazo. O que te vaya a andar besando, ¿cuándo crees? Allá te hacen rudo. Ahí un chamaquito se cae y le dan su chingadazo y le dicen: “Párese, cabrón”. Te lo chingas, porque se cayó por pendejo, ¿no? Entonces las manifestaciones de… no hay contacto. Entonces, en el momento en que la mujer me agarra, le digo: “Oiga, ¿por qué me agarra?”. Rosa Julia le empezó a gritar a su comadre: “¡Comadre, regrésese, hay un problema, quieren saber de lo del dinero, regrésese!”. Pero la comadre nunca regresó. Esa fue la última vez que la vio. Y el perro que tenían los oficiales empezó a ladrar como loco. Y el hombre me dijo: “Señora, usted no trae dinero. Mi perro está entrenado para encontrar droga y mire cómo está”. La comadre le había metido heroína en la bolsa. Desde ese momento todo ocurrió muy rápido. Rosa Julia no entendía bien lo que le estaba pasando, como si todo eso fuera un error. La llevaron a la comandancia del aeropuerto y ahí un policía le dijo: La droga que traías es el extracto de la bellota de amapola. Si supieras, india mustia, cuánto tiempo te vas a quedar por esto”. Y Rosa Julia recordó… Como decía mi madre que eran flores del diablo. Y ahora entendí por qué eran flores del diablo. Pero era demasiado tarde. Cuando volvamos, lejos de su pueblo natal, Rosa Julia comienza una nueva vida que no se parece en nada a lo que se había imaginado. Este mensaje viene de un patrocinador de NPR: Sprouts Farmers Market. Toma lo bueno del otoño en Sprouts Farmers Market, donde encontrarás coloridas calabazas para pintar, decorar y, mejor aún, para comer. Tenemos sabores selectos de otoño, como deliciosas galletas y cereales de calabaza, sidra con especias de cosecha y mucho más. Además, ahora puedes pedir tus productos a domicilio o recogerlos en la tienda, y el servicio de tu primer pedido será gratis. Visita ya tu Sprouts Farmers Market local. Sprouts, donde crece lo bueno. En Fresh Air de NPR, Terry Gross realiza entrevistas largas con los periodistas que cuentan las grandes historias del momento. Y con los autores, músicos y cineastas que están detrás de lo mejor de la cultura pop. Así que escucha y suscríbete. Este podcast y el siguiente mensaje son patrocinados por The Land I Trust, un podcast de Sierra Club que presenta a personas compartiendo sus experiencias en torno a temas ambientales y de justicia. Esta temporada nos trae historias únicas sobre transición energética y transformación comunitaria en medio del creciente movimiento por la justicia ambiental, racial y climática. Escucha la cuarta temporada de ‘The Land I Trust’ en el sitio S-C punto o-r-g, en Apple Podcasts o donde sea que escuches tus podcasts. Mientras dormías, un montón de noticias estaban pasando alrededor del mundo. Up First es el podcast de NPR que te mantiene informado sobre los grandes acontecimientos en un corto tiempo. Comparte 10 minutos de tu día con Up First, desde NPR, de lunes a viernes. Antes de la pausa, vimos cómo Rosa Julia terminó arrestada por cargar heroína el mismo día que había dejado su estado por primera vez. Iba a viajar de la Ciudad de México a Tijuana en avión y en el mismo aeropuerto la detuvieron. Y bueno, las tumbas y las cárceles de México están llenas de personas como ella, gente que representa el eslabón más débil de la cadena del narco. Gente anónima. José Luis Pardo nos sigue contando. En la comandancia del aeropuerto no la dejaban en paz. Le preguntaban quién era el jefe de la banda, dónde estaba el laboratorio, dónde estaban situados. Pero Rosa Julia, claro, no sabía de qué le hablaban. Solo les podía decir la verdad: que su comadre la había engañado. Yo no podía creer que mi comadre hubiera hecho eso, porque yo sabía, pues, que era de ella, ¿no? Yo creo que la cárcel más grande que yo pude tener fue el odio. Sólo después se enteraría… Que mi comadre y mi compadre eran compiladores de uno de los carteles. Los agentes le dijeron que podía llamar a alguien, pero Rosa Julia no sabía cómo hacerlo. No sabía cómo. En la sierra no había teléfono. Tenían que bajar a la caseta del pueblo. Esperar dos, tres días. Nunca me comuniqué con ellos. Desde que la detuvieron en el aeropuerto hasta que la encerraron en la cárcel pasaron varios días. Primero la entregaron a los militares porque sospechaban que Rosa Julia trabajaba para dos generales del ejército involucrados en el narcotráfico. Ahí… Me liaron las manos, me liaron los pies y me liaron los ojos. Supe por sus radios que íbamos llegando al campo militar número uno. Y a mí ahí me daban un chingadazo y no me encontraban para darme el otro. Rosa Julia no sabe exactamente cuántos días estuvo en el campo militar, pero lo que sí sabe es que todo el tiempo estuvo con los ojos vendados. Yo creo que de quince días que estuve ahí, debí haber estado sobria como unos, no sé, como unos siete, seis. Todo el tiempo me la pasaba desmayada. Hace dos años la ONU dijo que la tortura era una práctica generalizada entre todas las fuerzas de seguridad de México. Y eso se ha agravado con la guerra contra el narcotráfico. Pero viene de viejo. Yo creo que me quemaban con los encendedores de sus carros, porque mis quemaduras son como muy redondas. Me ponían una bolsa en la cabeza. Y querías jalar aire y la bolsa se te pega. Era como un… como bulto, ¿no? Con excremento pegado, sangre seca. Entre la realidad y entre el… el miedo, y era un miedo que no te lo sé explicar. Después de varios días, los militares se convencieron finalmente de que no conocía a aquellos generales y la entregaron a la PGR, la Procuraduría General de Justicia. Y ahí había un agente que le decían “el Lobo”. Y si en el ejército las cosas fueron difíciles, nombre, con el Lobo fueron terriblemente difíciles. El Lobo era un tipo alto, de bigote, rubio. Tenía acento del norte de México. Tenía botas picudas, con… con casquillos de… de metal, no sé. Me pegaba terrible en este hueso del… de aquí, la espinilla. Feo, feo, feo, feo, feo. Me preguntaba todas las mismas preguntas. Y se acuerda que le dijo… “Ah, india mustia, que… ¿estos con su entrenamiento en el Golfo Pérsico no te han hecho hablar? ¿Que no has querido comer? ¿Sabías que después de coger da hambre? Te voy a dar una cogida que no vas a olvidar y vas a pedir de comer. Y conmigo, hasta los mudos hablan, aunque sea a señas”. Yo me acuerdo que le decía a Dios: “Por favor, por favor, que me muera, que me muera”. Al final, después de días de tortura y violación, el Lobo le trajo un documento y Rosa Julia firmó su confesión. Bueno, firmar es un decir, porque lo que hizo es poner la huella. Ella todavía no sabía ni leer ni escribir. En solo unas semanas había pasado de su vida sencilla en la sierra a una celda con un solo retrete para 25 reclusas. Rosa Julia tenía 28 años. Apenas hablaba español y todavía no entendía su nueva vida. Todo mundo ahí fumaba, se inyectaba, se besaban. Yo sentía que estaba en un mundo que no… que sentía que no era una mala persona yo, pa‘ que me tuvieran como perro ahí. Y además estaba realmente sola. Al menos se consolaba pensando que su familia no sabía que estaba en la cárcel. Pero la noticia de su arresto sí llegó a Guerrero. Aquí está su hija Yolotzin. En esa época tenía seis años. El hermano de mi mamá estaba una vez envolviendo una papaya con un periódico. Y ahí entre las páginas del diario… Yo vi la foto de mi mamá… En un artículo, que detallaba el arresto. Y entonces mi hija le grita a mi hermano: “¡Hugo, Hugo, mi mami Juli!”. Le contaron la noticia al papá de Rosa Julia. “Julia está presa en el reclusorio norte por marihuanera”. Los adultos se pusieron a hablar y Yolotzin se asomaba, curiosa, ansiosa, tratando de entender qué le había pasado a su mamá. Empezaron a hablar de Ministerios Públicos. Empezaron a hablar de una serie de cosas que, eh, la… la única referencia que tenía yo, aparte de… de lo inmediato, era como las telenovelas, ¿no?, de la abuelita viendo la telenovela. Entonces siempre que hablaban de eso significaba cárcel. Fue donde me di cuenta que… que no iba a regresar. Rosa Julia solo podía tratar de adaptarse a la cárcel. Y a las otras reclusas. Yo creo que lo que me ayudó mucho fue llegar tan torturada. Se dieron cuenta que no hablaba. Que estaba torturada. Y lo único que les decía era que me metieran debajo de la regadera. Les hacía seña. Durante mucho tiempo, me bañaba y me bañaba y me bañaba. Después de unos días se concentró en limpiar. Me iba a lavar baños donde estaban llenos de popó por todos lados y yo los dejaba impecables. Me hartaba trabajando. Trabajaba aquí, trabajaba allá, pa‘ cansarme y poderme dormir. Porque ellas se la pasan todo el tiempo drogándose, día y noche, día y noche. Rosa Julia nunca se drogó. Limpiaba, cocinaba y lentamente las demás reclusas le fueron cogiendo confianza. Le contaban sus historias… Analizaba sus vidas y me daba cuenta que la mía era otro mundo, ¿no? Y ellas, en vidas, donde los padrastros las habían violado, donde… Me sabía sus historias de arriba a abajo. Eso me impresionaba muchísimo oírlas. Entonces me convertí como… yo creo que como en su mamá. Casi un año después de entrar a esa cárcel, tuvo finalmente el juicio. Durante el proceso judicial, Rosa Julia escuchó una y otra vez cómo los que administraban su caso hablaban mal de ella. Oyó que dijeron, por ejemplo… “Esa vieja pendeja dejó a sus hijos”. Entonces fue cuando me di cuenta que era uno de los… de la cuestión más grave, para mí, del delito era haber nacido mujer en este país y haber caído a la cárcel. Rosa Julia dice que le impactó muchísimo, pero que no le sorprendió tanto. Porque nací en una… en un lugar donde las mujeres no valen mucho. Donde te venden, donde… este, donde tienes que… que estar callado y obedecer a tu marido y que tu marido, cuando te casas, es como si tuvieras un sello aquí que diga “vaca quintada”, y si no tienes apellido no vales. Como si necesitáramos pruebas del trato diferente que reciben los hombres y las mujeres en el sistema judicial, me cuenta que ese día había como ocho personas en el juzgado. De los cuales sentencian a las puras las mujeres y dejan ir a los hombres. Y es verdad. El día que Rosa Julia apareció ante la corte, hubo varios hombres también que tenían diferentes casos. Y casi todos salieron libres. Pero ella no: a ella la sentenciaron a 25 años de cárcel. En las cárceles mexicanas existe el término pagador: se refiere al tipo que pertenece a una organización y que paga las condenas de los demás. Entonces cumple sus años calladito y desde fuera lo cuidan, le dan dinero. Pero la versión femenina de esa palabra —pagadora— no tiene el mismo significado. Se suele referir a mujeres como Rosa Julia, a las mulas, que si acaban en las cárceles, pues no reciben nada. No reciben ni apoyo, ni dinero, ni cuidado. El día de la sentencia, Rosa Julia conoció a uno de esos pagadores. Se llamaba Rubén. Rubén era un delincuente nato. Él venía con un grupo de colombianos. A Rosa Julia la acaban de sentenciar y, pues claro, estaba desconsolada. Rubén la vio llorando. “¿Para qué lloras?”, me gritó. La gente de nuestra tierra”, le dijo Rubén, “está diseñada de otra manera: no llora”. Y me acuerdo que cuando yo me iba alejando, dentro del pasillo, escuchaba que él gritaba: “¡¿Cómo te llamas?!”. Y sentí que mi… su voz se le pegaba a mi uniforme. Unas semanas después Rubén le envió una carta. Que, claro, le tenían que leer las compañeras. Y en esa carta me decía quién era, porqué estaba ahí, que se había dado cuenta que yo estaba sola, que no tenía a nadie. Por esos días, Rosa Julia se había enterado de que su papá había fallecido. Es más, murió al poco tiempo de enterarse que la habían arrestado. Rosa Julia se sentía muy culpable. Le atormentaba pensar que era responsable de la muerte de su padre. Ella estaba sufriendo en la cárcel, pero para un pagador como Rubén, tampoco era fácil sobrellevar una sentencia. Yo creo que este también necesitaba compañía. Entonces le respondió la carta, aunque claro, se la escribieron las compañeras. Y así, Rosa Julia y Rubén se hicieron primero amigos y después novios. Era conveniente porque los penales estaban conectados. Poco tiempo después, Rubén le pidió que se casaran y ella aceptó. Y yo creo que no estaba enamorada de él. Me casé porque quería un apellido. Y por soledad. Poco después, Rosa Julia se quedó embarazada. Tuve a Manolo esposada. Fue muy fuerte para mí darle bienvenida… la bienvenida a un ser que merecía libertad. Y que nació libre por… por derecho, ¿no? Yo lo tenía ahí. Durante más de un año crio a su hijo en la cárcel. Y ella describe esto como una de las cosas más dolorosas de su vida… En la noche, yo veía sus manitas. Veía sus manitas y me sentía confortada, me sentía acompañada, pero también me sentía peor de criminal. Porque… porque él no era libre. Vivía conmigo, no conocía las jirafas. No conocía los zoológicos. No conocía nada, porque estaba encerrado. Y al final tomó una de las decisiones más complicadas de su vida. Decidió que Manolo viviera fuera, con sus primos. Y les cedió la custodia. Sentí que nunca he vuelto a ser la misma. Rubén no la perdonó por alejarlo de su hijo. Él quería una familia grande, así como las tradicionales de Guerrero. Pero Rosa Julia ya no quería más hijos. Se empezaron a distanciar. Además, Rosa Julia también tenía mucho miedo porque Rubén seguía envuelto en el narcotráfico. Ella ya había sufrido las consecuencias y lo que menos quería es que sus hijos tuvieran algún contacto con ese mundo. Se dedicó a ella misma. A estudiar. Hizo la primaria. Aprendió a leer y la primera palabra que escribió fue “Oso”. Para ella fue un golpe. Porque Yolotzin me cantaba “La osa y la osita”. El oso y el osito se fueron a pasear… [Una canción de… de niños. El oso va adelante y el osito va detrás… [Y me cantaba esa canción, entonces yo siempre recordaba ella como que yo era la osa y ella era la osita. Entonces la primer palabra que escribí fue la palabra “O-so”. Rubén cumplió su condena y cuando estaba fuera le escribió otra carta, en la que le decía que había regresado con su antigua novia. Así que otra vez Rosa Julia se quedó sola en la cárcel, sin hijo, sin marido. Y yo no aguanté el dolor. El día que recibió la carta, la rompió en pedacitos… La echo a la licuadora, le pongo agua, le pongo cebolla y ajo, y me la tragué. Estuve en la enfermería como cinco días. Pero la historia de Rosa Julia no termina en la cárcel. Yo la visité en su departamento en la Ciudad de México, que es un modesto hogar de una sola habitación. Logró salir con la ayuda de un abogado que argumentó que, como era víctima de tortura, le deberían reducir la sentencia. Y fue así. El 20 de junio de 2005, después de más de 12 años de estar encerrada, Rosa Julia salió en libertad. Se acuerda del día que salió. Sentía que el aire me lastimaba en los oídos, que me entraba mucho aire por la nariz. Sentía que el ruido de… de la calle me… me… Estaba lloviendo y la lluvia me molestaba en los oídos. Era demasiado aire para mis pulmones, este, no me sabía pasar las calles. Sentía que todo el mundo me veía. No no no no, fue muy fuerte, mucho, muy fuerte, el primer día en la calle. Sin embargo, se acostumbró. Y así comenzó la tercera vida de Rosa Julia. Desde entonces, se ha dedicado a cerrar lo que ella llama los círculos de su vida. Hoy visita las cárceles como funcionaria y junto con su pareja, Jorge Correa, da cursos de teatro y charlas a algunos de los criminales más famosos de México. Pero lo más importante que ha hecho es reconciliarse con Yolotzin. Cuando salió una de las primeras cosas que hizo fue regresar a su pueblo para ir por su hija. La niña que había dejado de cinco años, ahora iba a cumplir 17. No fue fácil, pues no me conocía, me decía señora, y… me tenía miedo. Era una adolescente callada y buena estudiante que preparaba su ingreso a la universidad. Las dos se mudaron al DF, al departamento de una hermana de Rosa Julia. Y poco a poco se fueron familiarizando. Empezamos a conocernos, a reconquistarnos, a querernos. Nos hemos, eh, dado cuenta que tenemos muchos gustos en común, platicamos, ella me enseña cosas, yo le enseño cosas a ella, o sea, es una convivencia realmente como… como de amistad, o sea. Vivieron juntas casi nueve años, hasta hace unos meses que Yolotzin se fue a vivir sola. A veces siento que mi mamá es demasiado mágica para tener una vida ordinaria. Y para estar en paz le queda Manolo, pero no va a ser fácil reparar esa relación. Manolo vive con mis primos, vive una vida feliz. Es un chico que toca el violín, chico que estudia la preparatoria. Tiene 18 años. Es un chico exitoso. Juega fútbol. No… no… no hay… sí hay una relación, pero hay… hay como muchas cosas todavía, Con el que siento que estoy en deuda es con Manolo. Porque Manolo vivió conmigo algo muy difícil y siento que le quité la libertad. Arreglar esa relación… Ese va a ser mi último ciclo. He pasado los últimos seis años cubriendo las rutas del narcotráfico en América Latina y en ese tiempo he conocido a muchas personas como Rosa Julia. Cuando se habla del narco, muchas veces he escuchado versiones de este dicho: que Estados Unidos pone los consumidores y los latinoamericanos ponen los muertos. Pero creo que además de poner los muertos, las víctimas, también ponemos los asesinos y la impunidad. Yo no veo el narco como la causa de todos los males. Lo veo más como un fenómeno que ha potenciado todos nuestros males: la desigualdad, la violencia, la corrupción. En México y el resto de América Latina hay muchas personas como Rosa Julia a las que el narco les ha arrebatado lo poco que tenían. Rosa Julia vive en la Ciudad de México con su pareja, Jorge Correa. Siguen con sus proyectos de teatro en cárceles y trabajando con jóvenes y niños de zonas marginales. Yolotzin trabaja como defensora de derechos humanos, ahora centrada en temas ambientales. Con los años Yolotzin y Rosa Julia se han entendido mejor y cada vez se han acercado más. Sobre el hijo que tuvo en prisión, dice que prefiere no hablar porque él así se lo pidió y ella lo respeta. José Luis Pardo es director editorial y cofundador de Dromómanos. Vive en la Ciudad de México. Este episodio fue editado por Camila Segura, Silvia Viñas y por mí. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri, con música de Rémy Lozano. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Jorge Caraballo, Aneris Casassus, Victoria Estrada, Xochitl Fabián, Miranda Mazariegos, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Desirée Yépez. Fernanda Guzmán es nuestra pasante editorial. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.