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Radio Ambulante - Los cassettes del exilio

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15
30

Hace unos años Dennis Maxwell fue a Chile a ayudar a su hermano a mudarse de casa. Entre las cajas encontraron unos cassettes donde estaba grabada gran parte de su niñez. Su papá estuvo exiliado durante una década y estos cassettes fueron la principal forma de comunicación entre él y el resto de su familia.



Si lo necesitas, puedes leer la transcripción del episodio.

Or you can also check this English translation.



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Hola,
soy
Xochitl
y
les
traigo
buenas
noticias:
abrimos
una
nueva
tienda
virtual
de
Radio
Ambulante
y
los
productos
están
tan
buenos
como
nuestras
historias.
Yo,
por
ejemplo,
no
puedo
empezar
el
día
sin
un
buen
café
y
en
la
tienda
hay
una
taza
que
está
¡bella!
También
tenemos
un
hoodie
perfecto
para
escuchar
el
podcast
en
las
mañanas
frías.
Para
ordenar,
solo
tienen
que
ir
a
radioambulante.org/tienda.
Enviamos
a
todo
el
mundo.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Estamos
pensando
en
Chile
en
estos
días,
ya
que
este
25
de
octubre,
el
país
va
a
votar
en
un
plebiscito
para
definir
si
es
que
se
escribe
o
no
una
nueva
constitución.
Nos
pareció
el
momento
oportuno
de
volver
a
presentarles
una
de
nuestras
historias
favoritas,
que
se
publicó
por
primera
vez
en
2017.
Bueno,
esto
comenzó
cuando,
con
mi
hermano,
encontramos
una
caja
con
muchos
cassettes.
Este
es
Dennis
Maxwell,
seguramente
lo
han
escuchado
en
varios
episodios
de
Radio
Ambulante.
Yo
había
viajado
a
ver
a
mi
familia
a
Chile
y
mi
hermano
aprovechó
para
pedirme
que
le
ayudara
a
moverse
de
casa.
Era
una
tarde
de
verano
en
Santiago,
de
mucho
calor.
Estábamos
sacando
un
montón
de
cajas
polvorientas
que
mi
hermano
tenía
almacenadas
por
muchos
años
en
un
clóset,
en
casa
de
un
amigo.
Cuando
a
él
se
le
ocurrió
abrir
una
de
estas
cajas,
para
ver
qué
tenía,
y
adentro
había
al
menos
20
cassettes
con
sus
cajas
y
sus
etiquetas,
todas
escritas
a
mano.Y
supo
inmediatamente
qué
había
en
esos
cassettes.
Me
vino
una
gran
emoción
porque
yo
daba
por
perdidas
estas
cintas.
Hola,
qué
tal.
¿Cómo
están?
Bueno,
empiezo
saludándolos
como
siempre
a
todos,
uno
por
uno…
Estaba
grabada
toda
su
niñez.
Y
al
escucharlos
otra
vez
revivió
sensaciones
y
recuerdos
de
un
periodo
complicado.
Uno
que
Dennis
ya
veía
como
algo
muy
lejano.
¿Cómo
están
ustedes?
Mamá,
espero
que
también
me
escuches.
¿Cómo
están?
Un
periodo
que
marcó
de
forma
definitiva
a
su
familia.
Desde
el
año
1976
a
1986,
el
papá
de
Dennis
estuvo
exiliado,
viviendo
fuera
de
Chile.
Y
para
Dennis,
esta
voz…
Nada,
les
voy
a
pedir
que
no
se
demoren
nuevamente
tanto
tiempo
en
escribirme,
otra
vez
se
los
pido…
Era
lo
único
que
tenía
de
su
padre.
Aquí
Dennis.
En
1973,
mi
papá
trabajaba
en
el
canal
de
televisión,
en
el
canal
9,
que
era
el
canal
de
la
Universidad
de
Chile.
Un
canal
eminentemente
de
izquierda
en
los
años
de
la
Unidad
Popular,
que
fue
como
se
le
llamó
al
gobierno
socialista
de
Salvador
Allende.
En
septiembre
de
ese
año
hubo
un
golpe
militar
y
de
repente
Chile
se
volvió
un
país
muy
violento.
Mi
padre
se
acuerda
bien
del
estrés
de
esos
días
justo
después
del
golpe:
Ya
desde
el
primer
día
nos
empezamos
a
enterar
de
que
habían
muertos,
de
que
habían
desaparecidos,
etcétera.
Comenzaron
a
buscar
a
compañeros
de
nuestro
canal,
en
realidad,
y
creo
que
comenzaron
a
buscarnos
a
muchos.
Ya
para
el
tercer,
cuarto
día,
mi
papá
se
enteró
de
que
habían
matado
a
mucha
gente
amiga.
Conocidos
míos,
gente
cercana
a…
a
y
a…
a
nuestra
familia.
Y
empecé
a
preocuparme,
dándome
cuenta
de
que
la
situación
era
dura.
A
los
diez
días,
mi
papá
llegó
a
la
casa
y
le
dijo
a
mi
mamá
que
teníamos
que
irnos
del
país.
Y
eso
para
fue
como
que
se
me
vino
el
mundo
encima
porque
todo
fue
un
encadenamiento
de
cosas
muy
fuertes.
Bueno,
y
lo
más
cercano
para
salir
de
Chile
era
cruzar
la
cordillera
de
Los
Andes
y
refugiarse
en
Argentina.
Pero
era
tan
peligroso
en
ese
momento
para
mi
papá
estar
en
Chile
que
él
decidió
irse
primero.
Y
mi
mamá
se
quedó
sola
con
nosotros
tres:
con
mi
hermana
Gayle,
de
tres
años,
mi
hermano
Laurence,
de
seis,
y
yo,
que
apenas
tenía
un
año.
Desarmó
la
casa
lo
más
pronto
que
pudo,
dejó
algunas
cosas
donde
su
hermana
y
otras
donde
su
mamá.
Y
armó…
Unas
bolsas
marineras
que
hice
a
máquina,
de
lona,
para
llevar
lo
que
más
pudiera
de
ropa,
eh,
ropa
de
cama,
servicios…
lo
que
más
pude
llevarme.
Un
mes
después
de
que
mi
papá
se
fue
arrancamos
todos.
Y
mi
mamá
me
cuenta
que
nos
fuimos
en
un
bus,
en
un
viaje
que
duró
un
día
y
medio.
Y
mi
mamá
se
acuerda
de
que
cuando
llegamos
a
Portillo,
un
pueblo
todavía
del
lado
chileno…
Se
puso
a
nevar
muy
fuerte
y
eso
dificultó
el
viaje
porque
estuvimos
ocho
horas
parados
en…
en
Portillo
con
mucho
frío
y
subidos
en
esta
micro
chica.
Y
yo
con
ustedes
tres.
Fue
bien
pesado.
La
verdad
es
que
yo
no
tengo
tengo
muchos
recuerdos
de
mis
primeros
años
en
Buenos
Aires.
La
mayoría
de
mis
memorias
de
esa
época
son
más
como
imágenes,
como
fotografías.
Pero
una
de
las
pocas
cosas
que
me
acuerdo
era
de
un
personaje
que
mi
papá
se
inventó:
el
Abuelo.
Mi
papá
trabajaba
en
una
fábrica
y
cuando
llegaba
de
su
trabajo…
Que
era
bastante
pesado
y
llegaba
cansado,
yo
exageraba
un
poco
también
la
nota
del
cansancio
para
poder
jugar
con
ustedes
de
una
manera
más
lúdica
y…
y…
y
distinta.
Se
iba
a
su
cuarto,
supuestamente
a
dormir,
pero
como
a
los
cinco
minutos
de
haberse
ido,
salía
de
su
cuarto
un
anciano
maquillado…
Con
polvos
talco
en
el
pelo
y
no
me
acuerdo
que
otras
cosa
me
ponía.
Creo
que
me
dibujaba
con
un
lápiz
unas
arrugas
más
pronunciadas
en
la
cara.
Y
se
ponía
un
sombrero,
unos
pantalones
distintos,
un
chaleco
como
de
traje
antiguo.
Y
aparecía
el
Abuelo,
que
era
en
realidad
un
contador
de
aventuras.
El
Abuelo
era
un
eterno
viajero.
Siempre
andaba
recorriendo
alguna
parte
del
mundo
y
metiéndose
en
algún
lío.
Y,
cuando
lo
pienso
ahora,
es
como
un
presagio
de
lo
que
vendría.
Con
el
Abuelo
hacíamos
de
todo.
Hasta
me
acuerdo
que
una
vez
volvimos
a
Chile.
Les
contó
a
ustedes
que
había
conseguido
un
globo
aerostático
y
con
el
cual
se
podía
cruzar
la
cordillera
y
con
el
cual
podrían
ir
a
pasear
a
Chile.
Y
juntamos
unas
sillas
de
paja
que
teníamos.
Puse
las
cuatro
sillas
y
los
invité
a
ustedes,
que
eran
pequeñitos.
eras
el
más
pequeño,
evidentemente.
tenías
¿cuánto?
Unos
tres
años.
Los
invité
a
subirse
ahí
al…
al
globo.
Haciendo
todo
un
teatro
de
que
íbamos
a
volar.
Primero
lo
encendimos,
se
calentó,
se
hinchó
el
globo.
Y
las
sillas
eran
el
canasto
en
el
cual
íbamos
a
navegar.
Y
yo
creo
que
mi
vértigo
viene
de
ahí.
De
pronto
venían
unas
ráfagas
de
viento
que
nos
hacían
perder
el
equilibrio.
Yo
les
iba
contando
lo
que
íbamos
viendo.
Ustedes
se
posesionaron
tanto
que
creo
que
en
verdad
veían
lo
que
íbamos
viendo
hacia
abajo.
Y
cruzamos
todo
Argentina
desde
Buenos
Aires,
luego
cruzamos
la
cordillera
de
los
Andes,
que
es
inmensa
de
grande,
¿no?
Alcanzábamos
incluso
a
sacar
hielo
de
las
puntas
de
los
cerros
para
poder
refrescarnos
porque
era
verano
muy
caluroso.
Y
hasta
llegábamos
a
Chile.
Y
cuando
volvimos…
Y
ustedes
salieron
corriendo
a
contarme
a
mí,
al
papá,
al
padre,
a
contarle
el
viaje
que
habían
tenido
con
el
Abuelo.
Y
les
cuento
esto
porque
quiero
que
entiendan
cómo
era
mi
papá.
Y
para
que
entiendan
cuánto
puede
un
niño
extrañar
a
un
papá
como
ese.
En
el
76,
sólo
tres
años
después
de
haber
salido
de
Chile,
nos
pilló
otro
golpe
de
Estado.
Esta
vez
el
de
Argentina.
El
chileno
que
encontraban
en
las
calles
de
Buenos
Aires
lo
metían
preso
sencillamente
por
ser
chileno.
Y
bueno,
uruguayos
y
brasileros
también.
Mi
papá
ahí
empezó
a
ver
cómo
podía
irse.
Y
una
amiga
de
la
familia
que
se
había
refugiado
en
Francia
hizo
las
gestiones
a
través
de
las
Naciones
Unidas
para
ayudarnos
a
salir
de
Argentina.
Pero
sólo
nos
ofrecieron
un
solo
pasaje
para
ir
a
París.
No
teníamos
la
plata
para
pagar
por
los
demás,
así
que
mi
papá,
que
era
el
que
corría
mayor
peligro,
viajó
a
Francia
con
la
idea
de
allá
trabajar
y
juntar
el
dinero
para
poder
llevarnos
a
todos.
Mis
hermanos,
mi
mamá
y
yo
volvimos
a
Chile.
A
Santiago.
Esta
vez
salimos
nosotros
primero.
Para
hay
como
una
fotografía
muy
dolorosa,
que
fue
el
día
que
viajamos
nosotros
de
regreso
a
Chile
en
tren
y
tu
padre
nos
fue
a
dejar
por
supuesto
a
la
estación.
Y
era
un
día
que
estaba
lloviendo.
Lo
último
que
recuerdo
es
haberlos
visto
a
través
de
la
ventana
del
tren
mientras
el
tren
iba
partiendo
y
en
Argentina
empezaba
a
llover.
Entonces
era
muy
como
significativo
el
hecho
de
que
tu
papá
estaba
abajo
y
nosotros
todos
arriba
del
tren,
despidiéndonos.
Y
corrían
las
gotas
por
el
vidrio.
Y
yo
los
veía
a
ustedes
adentro
con
sus
caras
de
pena,
medios
llorosos.
Y
a
también
que
se
me
caían
las
lágrimas,
parado
en
el
andén,
mirándolos
irse.
Era
1976
y
no
volvería
a
vivir
con
mi
papá
por
una
década.
Los
primeros
años
de
vuelta
a
Chile
me
costaron
mucho.
Tanto
así
que,
con
sólo
seis
años,
mi
mamá
me
llevó
donde
un
psicólogo.
Y
ahí
me
diagnosticaron
una
fuerte
depresión.
Me
acuerdo
que
lloraba
mucho.
Lloraba
mucho
en
el
colegio.
Los
profesores
ya
no
sabían
qué
hacer
conmigo
y
me
sacaban
del
salón.
Y
me
acuerdo
de
estar
solo,
en
el
patio
del
colegio,
mientras
mis
compañeros
seguían
en
la
clase.
Y
claro,
no
sólo
fue
difícil
para
mí,
que
era
el
más
chico,
sino
para
todos
en
la
familia.
Para
fue
doloroso
en
el
sentido
de
que,
por
ejemplo,
me
acuerdo
que
Laurence,
que
era
el
mayor,
eh,
me
dijo
un
día:
“Mamá,
como
ahora
no
está
mi
papá
con
nosotros,
yo
te
voy
a
ayudar”.
Y
eso
para
fue
doloroso,
porque
tenía
nueve
años.
Mi
hermana,
según
mi
mamá,
no
demostraba
mucho,
pero
cuando
tenía
sólo
siete
años
cambió
de
repente.
Como
que
maduró
muy
rápido.
Y
se
puso
demasiado
responsable
en
su
colegio,
en
la
casa.
Algo
que
para
una
niña
tan
pequeña
no
era
nada
normal.
Según
mi
mamá…
Planificaba
sus…
hasta
las
peleas
con
las
amigas:
las
escribía
en
un
papelito,
todo
lo
que
iba
a
hacer
al
día
siguiente.
Mi
papá
intentaba
superar
la
distancia
con
unas
cartas.
Me
acuerdo
de
unas
cartas
larguísimas.
Mi
mamá
nos
las
leía
a
la
hora
de
cenar
o
antes
de
ir
a
acostarnos.
Y
como
en
el
año
78,
dos
años
después
de
haberse
ido
a
Francia,
mi
papá
empezó
a
mandarnos
cassettes.
¿Cómo
están?
Me
acaban
de
llegar
dos
cartas
recién,
recién,
recién.
Aquí
las
tengo.
Las
estoy
abriendo.
No,
no
las
estoy
abriendo
en
realidad.
Ya
las
leí,
¿no?
Las
estoy
abriendo
de
nuevo.
Una
carta
de
Laurence
y
la
otra…
En
esos
años
el
correo
podía
tardar
semanas
en
llegar.
Muchas
veces
también
las
cosas
que
mi
papá
mandaba
se
perdían
o
se
las
robaban.
Nos
llegaba
un
cassette
por
mes
o
quizás
cada
dos
meses.
La
llegada
del
cartero
me
causaba
mucha
ansiedad
en
esos
días.
Pero
cuando
finalmente
llegaba
el
cassette,
lo
poníamos
en
una
grabadora
Sony
que
mi
mamá
había
comprado,
un
aparato
que
tenía
unos
botones
muy
grandes.
Le
apretábamos
play
y
nos
sentábamos
todos
alrededor:
mi
mamá
y
muchas
veces
mi
abuela,
la
mamá
de
mi
papá.
Esta
vez,
especialmente
para
ustedes
los
niños,
porque
como
les
había
prometido
unas
historias,
bueno,
ahora
se
las
voy
a
contar.
Estuve
pensando
sobre
qué
historias
contarles.
No
sabía
si
inventar
alguna
historia
u
otra
cosa…
Este
es
mi
hermano,
Laurence.
Nos
mandaba
estos
tapes
que
él
grababa
con
su
voz,
¿no?,
en
que
nos
iba
también
contando
lo
que
él
iba
descubriendo
de
la
sociedad
francesa,
eh,
de
las
ganas
que
tenía
de
vernos,
¿no?
Y
en
estos
tapes
nos
iba
contando
también
cuentos,
historias
que
él…
que
él
inventaba.
Y
en
esas
historias
se
escuchaba
la
personalidad
de
mi
papá.
Pero
les
voy
a
contar
un
poco,
este,
qué
viaje
hice
por
España.
Fui
con
amigos
en
auto.
Ah,
y
a
los
niños
especialmente
tengo
que
contarles
que
justo
cuando
yo
me
estaba
preparando
para
hacer
el
viaje
este
a
España,
¿a
que
no
saben
quién
llegó
por
aquí,
quién
llegó
a
visitarme?
¿Saben
quién
llegó?
Claro,
el
Abuelo.
El
Abuelo,
que
andaba
de
viaje
por
Europa.
Así
que
partimos
con
el
Abuelo
también,
pues…
Y
escuchar
otra
vez
al
abuelo
era
una
manera
de
darle
continuidad
a
la
relación
que
habíamos
construido.
Cada
vez
que
aparecía
el
abuelo
sentía
una
tremenda
nostalgia.
Tenía
unos
ocho
años,
pero
sentía
que
mi
padre
estaba
ahí,
en
esa
Sony
de
mi
mamá.
Una
pausa
y
volvemos.
NPR
y
el
siguiente
mensaje
son
patrocinados
por
“Port
of
Entry”,
un
podcast
de
KPBS
y
PRX.
Escucha
historias
transfronterizas
que
exploran
las
formas
inesperadas
en
que
los
Estados
Unidos
y
México
están
conectados,
a
pesar
del
muro.
“Port
of
Entry”,
disponible
ahora.
Encuentra
más
detalles
en
portofentrypod.org.
El
mundo
es
un
lugar
complejo,
pero
conocer
el
pasado
nos
puede
ayudar
a
entenderlo
mucho
mejor.
Throughline
es
el
nuevo
podcast
de
historia
de
NPR.
Cada
semana
se
adentran
en
las
historias
y
momentos
olvidados
que
han
dado
forma
a
nuestro
mundo.
Throughline,
la
historia
como
nunca
la
has
escuchado.
Este
mensaje
viene
de
un
patrocinador
de
NPR:
Sprouts
Farmers
Market.
Toma
lo
bueno
del
otoño
en
Sprouts
Farmers
Market,
donde
encontrarás
coloridas
calabazas
para
pintar,
decorar
y,
mejor
aún,
para
comer.
Tenemos
sabores
selectos
de
otoño,
como
deliciosas
galletas
y
cereales
de
calabaza,
sidra
con
especias
de
cosecha
y
mucho
más.
Además,
ahora
puedes
pedir
tus
productos
a
domicilio
o
recogerlos
en
la
tienda
y
el
servicio
de
tu
primer
pedido
es
gratis.
Visita
ya
tu
Sprouts
Farmers
Market
local.
Sprouts,
donde
crece
lo
bueno.
Mientras
dormías,
un
montón
de
noticias
estaban
pasando
alrededor
del
mundo.
Up
First
es
el
podcast
de
NPR
que
te
mantiene
informado
sobre
los
grandes
acontecimientos
en
un
corto
tiempo.
Comparte
diez
minutos
de
tu
día
con
Up
First,
desde
NPR,
de
lunes
a
viernes.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Soy
Daniel
Alarcón.
Antes
de
la
pausa,
Dennis
Maxwell
nos
contaba
de
su
niñez,
de
la
relación
que
construyó
con
su
padre
a
través
de
una
grabadora
Sony.
Desde
su
exilio
en
Francia,
el
padre
de
Dennis
mandaba
sus
grabaciones
y
con
esos
cassettes
intentaban
mantener
un
vínculo.
Dennis
nos
sigue
contando.
Después
de
un
tiempo
mi
papá
ya
no
era
el
único
que
grababa
cassettes.
Nosotros
también:
Como
todos
los
niños
éramos
bastante
curiosos,
en
términos
de
explorar
las…
las
posibilidades
que
daba
la
nueva
tecnología.
No,
esa
no.
Cántale…
Perrita
perdida.
No.
¡Sí!
Bueno,
ya,
ya.
Y
cuando
le
grabábamos
lo
hacíamos
con
mucha
naturalidad.
Para
nosotros,
esa
máquina
era
parte
de
nuestra
vida,
siempre
ahí,
siempre
relacionada
con
él.
Entonces
lo
dejábamos
encendido
ahí
y
jug…
y
por
mientras
jugábamos.
Y
de
repente
se
nos
ocurrían
cosas
ahí
y
se
las
decíamos
espontáneamente.
O
a
veces
nos
poníamos
de
acuerdo
y
le
cantábamos
una
canción.
Ya.
Un,
dos,
tres:
Yo
muy
tempranito
me
levanto
en
la
mañana,
lavo
mis
manitos
y
también
muy
bien
la
cara…
O
le
contábamos
con
lujo
de
detalles
cosas
que
habíamos
hecho.
Esta,
por
ejemplo,
es
mi
hermana
Gayle:
Hoy
día
es
24
de
marzo,
creo.
Ah,
sí,
eso
dice
mi
mamá.
24
de
marzo.
¿Con
quién
hablas?
Que
ayer,
eh…
ayer
domingo
fuimos
a…
a…
¿cómo
se
llama?
Al
Cajón
del
Maipo,
por
allá,
por
donde
están
las
represas.
Allá
en…
¿cómo
se
llama
esto?
Casi
siempre
nosotros
grabábamos
por
un
lado
del
cassette.
Y
si
mi
abuela
estaba
ese
día
de
visita
grababa
algo
con
nosotros.
Y
mi
mamá
casi
siempre
grababa
por
el
otro
lado.
Hola,
gordito.
Esto
era
como
un
divague.
Quería…
quería
hacerte
una
introducción
musical.
Por
ahí
más
adelante
a
lo
mejor
te
canto
una
canción
que
me
gusta
mucho,
que
me…
la
estamos
recién
sacando
con
el
Nano.
Él
me
acompaña.
Le
contaba
sobre
nosotros.
Dennis
está
bien.
Un
poco
flaco
lo
encuentro,
pero
está
bien.
Le
encanta
andar
haciéndose
el
payaso
y
haciendo
chistes
y
bromas.
Tiene
un…
un
carácter
muy
lindo
el
Dennis.
Y
claro,
le
contaba
sobre
ella.
No
sé.
A
pesar
de
que
hace
tanto
tiempo
que
no…
no
te
he
hablado,
no
te
escribía,
no
sé…
en
este
momento
como
que
se
me
van
las…
todas
las
cosas
que
te
quiero
decir.
Yo
no
escuché
estos
cassettes
de
mi
mamá
cuando
ella
los
grabó.
Claro,
eran
mensajes
entre
ellos
y
no
para
nosotros,
los
hijos.
Y
quizá
va
sonar
tan
simple,
tan
insignificante,
pero
no
lo
es:
no
había
escuchado
nunca
a
mi
mamá
decirle
“gordito”
a
mi
papá.
Es
que
yo
era
muy
niño
cuando
vivían
juntos.
Entonces
nunca
vi
un
matrimonio
de
verdad
entre
los
dos.
Así
que
cuando
escucho
esto:
Respecto
a
mí,
estoy
feliz
porque
entré
a
estudiar
algo
que
quizás…
no
sé,
yo
siempre
pensé
que…
que
me
gustaba,
pero
no
me
sentía
capaz.
Y
este
año
dije:
“No,
voy
a
estudiarlo”.
Y
estoy
feliz.
Entré
a
estudiar
teatro
y
tengo
diez
horas
de
clase
a
la
semana.
Son…
Es
como
si
estuviera
escuchando
el
final
de
la
relación.
Cuando
dice,
“estoy
feliz”,
ya
me
imagino
cómo
debe
haber
sonado
para
mi
papá.
Sonaba
a:
“Yo
me
quedo”.
A:
“Yo
no
me
mudo
a
Francia”.
A:
“Mis
hijos
y
yo
nos
quedamos
en
Chile”.
Si
bien
la
relación
de
mis
padres
ya
tenía
problemas
antes
de
que
mi
papá
se
fuera
a
Francia,
sin
duda
que
la
distancia
debilitó
aún
más
la
relación.
Y
poco
a
poco
fueron
aceptando
la
realidad
que
les
había
tocado
vivir.
Y
mi
madre
fue
echando
raíces
nuevamente
en
Chile.
Comenzó
un
negocio
con
su
hermana,
un
jardín
infantil
y,
claro,
siempre
preocupada
por
nosotros
y
de
nuestra
crianza.
Mientras,
mi
papá
por
su
lado
trataba
de
seguir
educándonos
desde
lejos.
Lo
hacía
a
través
de
anécdotas,
de
narraciones
sobre
algún
viaje
que
había
hecho
o
sobre
un
museo
que
había
visitado.
Hay
un
momento
muy
significativo
en
uno
de
esos
cassettes.
Mi
hermano
se
acuerda
mejor
que
yo:
Siempre
la
he
recordado
porque
ese
es
como
el
ejemplo,
¿no?
De
la
nostalgia
que
él
tenía
de…
de
esta
comunicación
más
directa
con
nosotros,
en
que
él
hace
un
montaje.
Hace
un
montaje
con
nuestras
voces.
Quería
hacer
un
experimento
y…
y
ver
si
podía
conversar
un
poco
directamente
con…
con
los
niños.
Estamos
hablándole
a
él
a
través
de
estos
tapes,
desde
lejos,
desde
Chile,
¿no?,
y
intercala,
él
pone
su
propia
voz
allí,
¿no?
Entonces
hace
como
que
él
estuviera
dialogando
con
nosotros.
A
ver,
Laurence,
dime
tú.
¿Te
acuerdas
en
el
cassette
último
ese
que
me
mandaron,
me
estabas
contando
algo
de
que
te
había
mandado
la
Nana
o
que
te
había
traído
la
Nana?
A
ver,
¿cómo
era
la
cosa?
¿Qué
es
lo
que
te
trajo
la
Nana?
La
Nana
me…
me
trajo
esa
foto
en
donde
sale
el
abuelito
José
María
Canales.
Hacer
este
montaje
que
mi
padre
hizo
con
la
tecnología
que
tenemos
hoy
no
costaría
mucho,
pero
con
los
aparatos
que
él
tenía
en
esos
años
era
muy
difícil.
Se
consiguió
una
grabadora
de
doble
cassette,
una
Overlay,
especialmente
para
hacer
este
tipo
de
ediciones.
Me
hacía
sentir
más
cercano
a
ustedes
y
más
partícipe
con
ustedes.
Y
que
seguramente
me
daba
a
mismo
una
satisfacción
tal,
eh,
como
pa’
sentirme
un
poco
mejor
en
este
castigo
que
era
el
exilio.
Pero
lo
he
hablado
con
mi
hermano
y
ambos
coincidimos
en
que
seguro
había
algo
más
ahí.
Estaba
reclamando
su
lugar.
Y
esta
añoranza,
¿no?
De
de
vernos
crecer
y
de
saber
de
nosotros
y
de
estar
presente
y
de
no
perder
esa…
ese
rol:
el
rol
del
padre,
la
figura
paterna.
Pasaron
más
de
cuatro
años
así,
con
la
figura
de
mi
padre
apareciendo
sólo
en
los
parlantes
de
una
grabadora.
Hasta
que
un
día,
en
el
año
81,
nos
dio
una
gran
sorpresa.
Con
mucho
esfuerzo
había
podido
juntar
un
dinero
y
nos
propuso
que
viajáramos
con
mi
mamá
y
mis
hermanos
a
Perú
para
encontrarnos
con
él
allí.
Él
no
podía
entrar
a
Chile,
pero
no
le
podían
prohibir
que
nos
viéramos
en
otro
país.
Así
que
en
febrero
de
ese
año,
cuando
yo
tenía
ocho,
nos
fuimos
en
bus
a
Tacna,
que
es
una
ciudad
pequeña
que
está
al
otro
lado
de
la
frontera
con
Perú.
Me
acuerdo
de
ese
viaje
en
bus
desde
Santiago,
cuando
cruzamos
el
desierto
de
Atacama.
Viendo
por
la
ventanilla
ese
paisaje
árido,
interminable
y
sintiendo
esa
enorme
ansiedad
de
conocer
finalmente
a
mi
papá.
Porque,
bueno,
lo
había
conocido
a
través
de
estos
cassettes,
sí:
había
podido
saber
de
él,
escuchar
su
voz,
imaginarlo
o
haber
visto
alguna
foto
que
él
había
enviado.
Más
o
menos
sabía
cómo
se
veía
físicamente,
pero
iba
a
ser
la
primera
vez
en
mucho
años
que
iba
a
tener
a
mi
papá
ahí
en
persona,
que
lo
iba
a
poder
tocar,
que
lo
iba
a
poder
abrazar.
Me
acuerdo
muy
claramente
de
la
espera.
Habíamos
quedado
de
vernos
en
la
plaza
central
de
Tacna.
Estábamos
mis
dos
hermanos,
mi
mamá
y
yo
parados
ahí,
en
la
mitad
de
la
plaza,
esperando.
Sabíamos
que
iba
a
aparecer
en
cualquier
momento,
pero
no
sabíamos
si
se
iba
a
bajar
de
un
taxi,
si
iba
a
llegar
caminando
o
cómo.
Me
acuerdo
muy
bien
de
lo
nervioso
que
estaba.
Me
parecía
verlo
en
todas
las
caras
que
pasaban
por
la
plaza
en
ese
minuto.
Hasta
que
creo
que
fue
mi
hermana
la
que
lo
reconoció
y
gritó:
“¡Allá
está
mi
papá!”.
Salimos
los
tres
corriendo
hacia
él,
todos
llorosos
de
felicidad,
y
cuando
ya
estuvimos
al
lado
de
él
le
saltamos
encima
y
lo
abrazamos.
Y
eso
fue
un
abrazo
que
nunca
voy
a
olvidar.
Mi
papá,
claro,
también
se
acuerda
de
ese
momento:
Recuerdo
que
ese
momento,
ese
día
y
luego
los
días
posteriores,
no
dejaba
de
mirarlos
para
ver
los
cambios
que
había
habido
en
ustedes.
Para
ver
cómo
se
expresaban
sus
caras,
sus
movimientos.
Habían
cambiado
tanto,
este…
incluso
habían
cambiado
en
relación
a
lo
que
yo
me
imaginaba.
Sus
cuerpos,
sus
sonrisas,
sus
ojos.
De
ti,
por
ejemplo,
no
puedo
dejar
de
recordar
tu
cara
como
de
asombro
con
que
me
mirabas.
Como
de
asombro
curioso,
reconociendo
a
este
hombre
que
era
tu
padre
en
tu
inocencia
de
los
ocho,
nueve
años,
y
expresándola
a
través
de
tu
sonrisa,
de
tu
mirada,
de
tu
cara.
Poco
a
poco
nos
fuimos
acostumbrando,
nos
fuimos
familiarizando
más
y
más,
reconstruyendo
esa
confianza.
Esos
días
con
mi
padre
estuvieron
cargados
de
emociones
y
de
mucha
felicidad.
Pero
esa
felicidad
duró
apenas
cuatro
semanas.
Luego
mi
padre
volvió
a
Francia
y
nosotros
a
Santiago.
Otra
vez
mi
papá
volvía
a
convertirse
en
la
grabadora.
Y
claro,
desde
una
grabadora
no
había
defectos,
no
había
confrontaciones,
no
había
regaños.
Era
prácticamente
perfecto.
Habíamos
construido
una
imagen
paterna
muy
ideal,
muy
perfecta,
¿no?
Y
ese
fue
nuestro
padre:
esa
figura
ideal,
perfecta,
¿no?,
mítica.
Ese
fue
nuestro
padre.
Y
aprendimos
a
vivir
con
esa
imagen.
A
defenderla
frente
a
los
compañeros
de
escuela,
que
muchas
veces
nos
juzgaban
por
no
tener
un
papá.
Pero
siempre
supimos
que
él
quería
volver
a
Chile,
a
estar
con
nosotros.
Desafortunadamente
pasarían
más
de
diez
años
hasta
que
lo
lograra.
Y
en
esa
década
mi
mamá
rehízo
su
vida,
siguió
trabajando
en
teatro
y
conoció
a
alguien
más.
Y
para
mi
padre
las
cosas
también
habían
cambiado:
ahora
tenía
una
compañera
francesa
y
una
hija
pequeña,
mi
hermana
Adeline.
Pero
en
1986,
nombraron
a
un
nuevo
cónsul
chileno
en
París.
Y
este
finalmente
le
entregó
lo
que
los
anteriores
le
habían
negado
a
mi
papá:
un
permiso
para
volver.
Y
en
julio
de
ese
año
aterrizó
en
Santiago.
Y
no
les
voy
a
decir
que
todo
fue
perfecto.
En
esos
11
años
habían
cambiado
muchas
cosas.
Chile
ya
no
era
el
mismo
país
que
mi
papá
había
dejado
atrás.
Y
nosotros
tampoco
éramos
los
mismos
niños
que
él
había
visto
por
última
vez
en
Perú.
Mi
hermano
Laurence
tenía
19,
Gayle
16,
y
yo
tenía
14.
Primero
llegó
él
sólo,
sin
su
nueva
familia,
y
llegó
a
nuestra
casa.
Fue
emocionante
y
extraño
tenerlo
tan
cerca.
Hablábamos
largo,
sin
el
límite
de
tiempo
que
te
daba
el
cassette,
que
duraba
60
minutos.
A
veces
hasta
madrugábamos
conversando.
Parte
de
no
podía
creer
que
lo
tenía
en
frente.
Y
también
me
costó
entender
que
su
regreso
no
significaba
que
nuestra
familia
se
había
reconstruido.
Quizá
eso
fue
lo
más
duro.
Y
su
retorno
tampoco
fue
permanente.
Quizá
no
se
acostumbró
al
nuevo
Chile,
no
sé.
Se
separó
de
su
pareja
francesa
y,
en
1991,
se
fue
a
vivir
a
California.
Dos
años
después
lo
seguí.
Quería
estudiar.
Y
fue
la
primera
vez
que
vivimos
juntos
de
verdad.
Yo
tenía
21
años.
No
fue
nada
fácil.
Yo
estaba
acostumbrado
a
una
vida
muy
autónoma,
muy
libre.
Y
mi
papá
quería
ejercer
su
rol
de
padre.
Quería
tener
autoridad
sobre
y
no
nos
funcionó.
Tengo
mucha
responsabilidad
ahí
también,
hay
que
ser
justos.
Yo
era
un
chico
muy
rebelde.
Ahora
han
pasado
más
de
20
años.
Mi
padre
volvió
a
Chile
y
yo
me
quedé
en
California.
Estoy
casado
y
tengo
un
hijo.
Él
ya
es
un
hombre
mayor,
de
la
edad
que
nos
imaginábamos
que
tenía
cuando
hacía
el
papel
del
Abuelo,
ese
personaje
inventado
que
nos
entretenía
tanto
de
niños.
Y
cuando
nos
visita,
lo
veo,
tirado
en
el
piso,
jugando
con
mi
hijo.
Y
es
el
mismo
que
era
conmigo
y
con
mis
hermanos.
Juguetón.
Cariñoso.
Lleno
de
historias.
Ya
es
el
Abuelo.
Pero
el
Abuelo
inventado
tenía
aventuras
imaginarias.
Este
en
cambio,
las
ha
vivido.
Durante
toda
esta
historia,
me
he
referido
a
él
como
papá.
Pero
debo
confesar
algo.
En
la
vida
real,
no
me
sale
tan
fácil
esa
palabra.
No
por
qué.
Le
digo
Alberto.
Ahora
Dennis
también
ha
creado
un
personaje
para
su
hijo
de
cuatro
años
que
no
puede
ir
al
colegio
por
la
pandemia.
Se
llama
el
Profesor
Brocha
y
en
realidad
es
Dennis
disfrazado
de
un
señor
de
bigote
grueso
y
una
panza
prominente,
que
visita
la
casa
para
dar
clases
de
español.
La
inspiración
para
el
Profesor
Brocha
viene
del
Abuelo,
el
personaje
del
papá
de
Dennis.
Dennis
Maxwell
es
productor
y
periodista.
Vive
en
Oakland,
California.
En
el
2017
este
episodio
ganó
el
premio
al
Mejor
Documental
en
Lengua
Extranjera
del
Third
Coast
International
Audio
Festival.
Esta
historia
fue
editada
por
Camila
Segura,
Silvia
Viñas
y
por
mí.
La
música
y
el
diseño
de
sonido
son
de
Andrés
Azpiri
y
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Lozano.
El
resto
del
equipo
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Radio
Ambulante
incluye
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Arévalo,
Jorge
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Moseley,
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Trujillo,
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Ulloa
y
Desirée
Yépez.
Fernanda
Guzmán
es
nuestra
pasante
editorial.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
y
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
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► Hola, soy Xochitl y les traigo buenas noticias: abrimos una nueva tienda virtual de Radio Ambulante y los productos están tan buenos como nuestras historias. Yo, por ejemplo, no puedo empezar el día sin un buen café y en la tienda hay una taza que está ¡bella! También tenemos un hoodie perfecto para escuchar el podcast en las mañanas frías. Para ordenar, solo tienen que ir a radioambulante.org/tienda. Enviamos a todo el mundo. Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Estamos pensando en Chile en estos días, ya que este 25 de octubre, el país va a votar en un plebiscito para definir si es que se escribe o no una nueva constitución. Nos pareció el momento oportuno de volver a presentarles una de nuestras historias favoritas, que se publicó por primera vez en 2017. Bueno, esto comenzó cuando, con mi hermano, encontramos una caja con muchos cassettes. Este es Dennis Maxwell, seguramente lo han escuchado en varios episodios de Radio Ambulante. Yo había viajado a ver a mi familia a Chile y mi hermano aprovechó para pedirme que le ayudara a moverse de casa. Era una tarde de verano en Santiago, de mucho calor. Estábamos sacando un montón de cajas polvorientas que mi hermano tenía almacenadas por muchos años en un clóset, en casa de un amigo. Cuando a él se le ocurrió abrir una de estas cajas, para ver qué tenía, y adentro había al menos 20 cassettes con sus cajas y sus etiquetas, todas escritas a mano.Y supo inmediatamente qué había en esos cassettes. Me vino una gran emoción porque yo daba por perdidas estas cintas. Hola, qué tal. ¿Cómo están? Bueno, empiezo saludándolos como siempre a todos, uno por uno… Estaba grabada toda su niñez. Y al escucharlos otra vez revivió sensaciones y recuerdos de un periodo complicado. Uno que Dennis ya veía como algo muy lejano. ¿Cómo están ustedes? Mamá, espero que también me escuches. ¿Cómo están? Un periodo que marcó de forma definitiva a su familia. Desde el año 1976 a 1986, el papá de Dennis estuvo exiliado, viviendo fuera de Chile. Y para Dennis, esta voz… Nada, les voy a pedir que no se demoren nuevamente tanto tiempo en escribirme, otra vez se los pido… Era lo único que tenía de su padre. Aquí Dennis. En 1973, mi papá trabajaba en el canal de televisión, en el canal 9, que era el canal de la Universidad de Chile. Un canal eminentemente de izquierda en los años de la Unidad Popular, que fue como se le llamó al gobierno socialista de Salvador Allende. En septiembre de ese año hubo un golpe militar y de repente Chile se volvió un país muy violento. Mi padre se acuerda bien del estrés de esos días justo después del golpe: Ya desde el primer día nos empezamos a enterar de que habían muertos, de que habían desaparecidos, etcétera. Comenzaron a buscar a compañeros de nuestro canal, en realidad, y creo que comenzaron a buscarnos a muchos. Ya para el tercer, cuarto día, mi papá se enteró de que habían matado a mucha gente amiga. Conocidos míos, gente cercana a… a mí y a… a nuestra familia. Y empecé a preocuparme, dándome cuenta de que la situación era dura. A los diez días, mi papá llegó a la casa y le dijo a mi mamá que teníamos que irnos del país. Y eso para mí fue como que se me vino el mundo encima porque todo fue un encadenamiento de cosas muy fuertes. Bueno, y lo más cercano para salir de Chile era cruzar la cordillera de Los Andes y refugiarse en Argentina. Pero era tan peligroso en ese momento para mi papá estar en Chile que él decidió irse primero. Y mi mamá se quedó sola con nosotros tres: con mi hermana Gayle, de tres años, mi hermano Laurence, de seis, y yo, que apenas tenía un año. Desarmó la casa lo más pronto que pudo, dejó algunas cosas donde su hermana y otras donde su mamá. Y armó… Unas bolsas marineras que hice a máquina, de lona, para llevar lo que más pudiera de ropa, eh, ropa de cama, servicios… lo que más pude llevarme. Un mes después de que mi papá se fue arrancamos todos. Y mi mamá me cuenta que nos fuimos en un bus, en un viaje que duró un día y medio. Y mi mamá se acuerda de que cuando llegamos a Portillo, un pueblo todavía del lado chileno… Se puso a nevar muy fuerte y eso dificultó el viaje porque estuvimos ocho horas parados en… en Portillo con mucho frío y subidos en esta micro chica. Y yo con ustedes tres. Fue bien pesado. La verdad es que yo no tengo tengo muchos recuerdos de mis primeros años en Buenos Aires. La mayoría de mis memorias de esa época son más como imágenes, como fotografías. Pero una de las pocas cosas que sí me acuerdo era de un personaje que mi papá se inventó: el Abuelo. Mi papá trabajaba en una fábrica y cuando llegaba de su trabajo… Que era bastante pesado y llegaba cansado, yo exageraba un poco también la nota del cansancio para poder jugar con ustedes de una manera más lúdica y… y… y distinta. Se iba a su cuarto, supuestamente a dormir, pero como a los cinco minutos de haberse ido, salía de su cuarto un anciano maquillado… Con polvos talco en el pelo y no me acuerdo que otras cosa me ponía. Creo que me dibujaba con un lápiz unas arrugas más pronunciadas en la cara. Y se ponía un sombrero, unos pantalones distintos, un chaleco como de traje antiguo. Y aparecía el Abuelo, que era en realidad un contador de aventuras. El Abuelo era un eterno viajero. Siempre andaba recorriendo alguna parte del mundo y metiéndose en algún lío. Y, cuando lo pienso ahora, es como un presagio de lo que vendría. Con el Abuelo hacíamos de todo. Hasta me acuerdo que una vez volvimos a Chile. Les contó a ustedes que había conseguido un globo aerostático y con el cual se podía cruzar la cordillera y con el cual podrían ir a pasear a Chile. Y juntamos unas sillas de paja que teníamos. Puse las cuatro sillas y los invité a ustedes, que eran pequeñitos. Tú eras el más pequeño, evidentemente. Tú tenías ¿cuánto? Unos tres años. Los invité a subirse ahí al… al globo. Haciendo todo un teatro de que íbamos a volar. Primero lo encendimos, se calentó, se hinchó el globo. Y las sillas eran el canasto en el cual íbamos a navegar. Y yo creo que mi vértigo viene de ahí. De pronto venían unas ráfagas de viento que nos hacían perder el equilibrio. Yo les iba contando lo que íbamos viendo. Ustedes se posesionaron tanto que creo que en verdad veían lo que íbamos viendo hacia abajo. Y cruzamos todo Argentina desde Buenos Aires, luego cruzamos la cordillera de los Andes, que es inmensa de grande, ¿no? Alcanzábamos incluso a sacar hielo de las puntas de los cerros para poder refrescarnos porque era verano muy caluroso. Y hasta llegábamos a Chile. Y cuando volvimos… Y ustedes salieron corriendo a contarme a mí, al papá, al padre, a contarle el viaje que habían tenido con el Abuelo. Y les cuento esto porque quiero que entiendan cómo era mi papá. Y para que entiendan cuánto puede un niño extrañar a un papá como ese. En el 76, sólo tres años después de haber salido de Chile, nos pilló otro golpe de Estado. Esta vez el de Argentina. El chileno que encontraban en las calles de Buenos Aires lo metían preso sencillamente por ser chileno. Y bueno, uruguayos y brasileros también. Mi papá ahí empezó a ver cómo podía irse. Y una amiga de la familia que se había refugiado en Francia hizo las gestiones a través de las Naciones Unidas para ayudarnos a salir de Argentina. Pero sólo nos ofrecieron un solo pasaje para ir a París. No teníamos la plata para pagar por los demás, así que mi papá, que era el que corría mayor peligro, viajó a Francia con la idea de allá trabajar y juntar el dinero para poder llevarnos a todos. Mis hermanos, mi mamá y yo volvimos a Chile. A Santiago. Esta vez salimos nosotros primero. Para mí hay como una fotografía muy dolorosa, que fue el día que viajamos nosotros de regreso a Chile en tren y tu padre nos fue a dejar por supuesto a la estación. Y era un día que estaba lloviendo. Lo último que recuerdo es haberlos visto a través de la ventana del tren mientras el tren iba partiendo y en Argentina empezaba a llover. Entonces era muy como significativo el hecho de que tu papá estaba abajo y nosotros todos arriba del tren, despidiéndonos. Y corrían las gotas por el vidrio. Y yo los veía a ustedes adentro con sus caras de pena, medios llorosos. Y a mí también que se me caían las lágrimas, parado en el andén, mirándolos irse. Era 1976 y no volvería a vivir con mi papá por una década. Los primeros años de vuelta a Chile me costaron mucho. Tanto así que, con sólo seis años, mi mamá me llevó donde un psicólogo. Y ahí me diagnosticaron una fuerte depresión. Me acuerdo que lloraba mucho. Lloraba mucho en el colegio. Los profesores ya no sabían qué hacer conmigo y me sacaban del salón. Y me acuerdo de estar solo, en el patio del colegio, mientras mis compañeros seguían en la clase. Y claro, no sólo fue difícil para mí, que era el más chico, sino para todos en la familia. Para mí fue doloroso en el sentido de que, por ejemplo, me acuerdo que Laurence, que era el mayor, eh, me dijo un día: “Mamá, como ahora no está mi papá con nosotros, yo te voy a ayudar”. Y eso para mí fue doloroso, porque tenía nueve años. Mi hermana, según mi mamá, no demostraba mucho, pero cuando tenía sólo siete años cambió de repente. Como que maduró muy rápido. Y se puso demasiado responsable en su colegio, en la casa. Algo que para una niña tan pequeña no era nada normal. Según mi mamá… Planificaba sus… hasta las peleas con las amigas: las escribía en un papelito, todo lo que iba a hacer al día siguiente. Mi papá intentaba superar la distancia con unas cartas. Me acuerdo de unas cartas larguísimas. Mi mamá nos las leía a la hora de cenar o antes de ir a acostarnos. Y como en el año 78, dos años después de haberse ido a Francia, mi papá empezó a mandarnos cassettes. ¿Cómo están? Me acaban de llegar dos cartas recién, recién, recién. Aquí las tengo. Las estoy abriendo. No, no las estoy abriendo en realidad. Ya las leí, ¿no? Las estoy abriendo de nuevo. Una carta de Laurence y la otra… En esos años el correo podía tardar semanas en llegar. Muchas veces también las cosas que mi papá mandaba se perdían o se las robaban. Nos llegaba un cassette por mes o quizás cada dos meses. La llegada del cartero me causaba mucha ansiedad en esos días. Pero cuando finalmente llegaba el cassette, lo poníamos en una grabadora Sony que mi mamá había comprado, un aparato que tenía unos botones muy grandes. Le apretábamos play y nos sentábamos todos alrededor: mi mamá y muchas veces mi abuela, la mamá de mi papá. Esta vez, especialmente para ustedes los niños, porque como les había prometido unas historias, bueno, ahora se las voy a contar. Estuve pensando sobre qué historias contarles. No sabía si inventar alguna historia u otra cosa… Este es mi hermano, Laurence. Nos mandaba estos tapes que él grababa con su voz, ¿no?, en que nos iba también contando lo que él iba descubriendo de la sociedad francesa, eh, de las ganas que tenía de vernos, ¿no? Y en estos tapes nos iba contando también cuentos, historias que él… que él inventaba. Y en esas historias se escuchaba la personalidad de mi papá. Pero les voy a contar un poco, este, qué viaje hice por España. Fui con amigos en auto. Ah, y a los niños especialmente tengo que contarles que justo cuando yo me estaba preparando para hacer el viaje este a España, ¿a que no saben quién llegó por aquí, quién llegó a visitarme? ¿Saben quién llegó? Claro, el Abuelo. El Abuelo, que andaba de viaje por Europa. Así que partimos con el Abuelo también, pues… Y escuchar otra vez al abuelo era una manera de darle continuidad a la relación que habíamos construido. Cada vez que aparecía el abuelo sentía una tremenda nostalgia. Tenía unos ocho años, pero sentía que mi padre estaba ahí, en esa Sony de mi mamá. Una pausa y volvemos. NPR y el siguiente mensaje son patrocinados por “Port of Entry”, un podcast de KPBS y PRX. Escucha historias transfronterizas que exploran las formas inesperadas en que los Estados Unidos y México están conectados, a pesar del muro. “Port of Entry”, disponible ahora. Encuentra más detalles en portofentrypod.org. El mundo es un lugar complejo, pero conocer el pasado nos puede ayudar a entenderlo mucho mejor. Throughline es el nuevo podcast de historia de NPR. Cada semana se adentran en las historias y momentos olvidados que han dado forma a nuestro mundo. Throughline, la historia como nunca la has escuchado. Este mensaje viene de un patrocinador de NPR: Sprouts Farmers Market. Toma lo bueno del otoño en Sprouts Farmers Market, donde encontrarás coloridas calabazas para pintar, decorar y, mejor aún, para comer. Tenemos sabores selectos de otoño, como deliciosas galletas y cereales de calabaza, sidra con especias de cosecha y mucho más. Además, ahora puedes pedir tus productos a domicilio o recogerlos en la tienda y el servicio de tu primer pedido es gratis. Visita ya tu Sprouts Farmers Market local. Sprouts, donde crece lo bueno. Mientras dormías, un montón de noticias estaban pasando alrededor del mundo. Up First es el podcast de NPR que te mantiene informado sobre los grandes acontecimientos en un corto tiempo. Comparte diez minutos de tu día con Up First, desde NPR, de lunes a viernes. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, Dennis Maxwell nos contaba de su niñez, de la relación que construyó con su padre a través de una grabadora Sony. Desde su exilio en Francia, el padre de Dennis mandaba sus grabaciones y con esos cassettes intentaban mantener un vínculo. Dennis nos sigue contando. Después de un tiempo mi papá ya no era el único que grababa cassettes. Nosotros también: Como todos los niños éramos bastante curiosos, en términos de explorar las… las posibilidades que daba la nueva tecnología. No, esa no. Cántale… Perrita perdida. No. ¡Sí! Bueno, ya, ya. Y cuando le grabábamos lo hacíamos con mucha naturalidad. Para nosotros, esa máquina era parte de nuestra vida, siempre ahí, siempre relacionada con él. Entonces lo dejábamos encendido ahí y jug… y por mientras jugábamos. Y de repente se nos ocurrían cosas ahí y se las decíamos espontáneamente. O a veces nos poníamos de acuerdo y le cantábamos una canción. Ya. Un, dos, tres: Yo muy tempranito me levanto en la mañana, lavo mis manitos y también muy bien la cara… O le contábamos con lujo de detalles cosas que habíamos hecho. Esta, por ejemplo, es mi hermana Gayle: Hoy día es 24 de marzo, creo. Ah, sí, eso dice mi mamá. 24 de marzo. ¿Con quién hablas? Que ayer, eh… ayer domingo fuimos a… a… ¿cómo se llama? Al Cajón del Maipo, por allá, por donde están las represas. Allá en… ¿cómo se llama esto? Casi siempre nosotros grabábamos por un lado del cassette. Y si mi abuela estaba ese día de visita grababa algo con nosotros. Y mi mamá casi siempre grababa por el otro lado. Hola, gordito. Esto era como un divague. Quería… quería hacerte una introducción musical. Por ahí más adelante a lo mejor te canto una canción que me gusta mucho, que me… la estamos recién sacando con el Nano. Él me acompaña. Le contaba sobre nosotros. Dennis está bien. Un poco flaco lo encuentro, pero está bien. Le encanta andar haciéndose el payaso y haciendo chistes y bromas. Tiene un… un carácter muy lindo el Dennis. Y claro, le contaba sobre ella. No sé. A pesar de que hace tanto tiempo que no… no te he hablado, no te escribía, no sé… en este momento como que se me van las… todas las cosas que te quiero decir. Yo no escuché estos cassettes de mi mamá cuando ella los grabó. Claro, eran mensajes entre ellos y no para nosotros, los hijos. Y quizá va sonar tan simple, tan insignificante, pero no lo es: no había escuchado nunca a mi mamá decirle “gordito” a mi papá. Es que yo era muy niño cuando vivían juntos. Entonces nunca vi un matrimonio de verdad entre los dos. Así que cuando escucho esto: Respecto a mí, estoy feliz porque entré a estudiar algo que quizás… no sé, yo siempre pensé que… que me gustaba, pero no me sentía capaz. Y este año dije: “No, voy a estudiarlo”. Y estoy feliz. Entré a estudiar teatro y tengo diez horas de clase a la semana. Son… Es como si estuviera escuchando el final de la relación. Cuando dice, “estoy feliz”, ya me imagino cómo debe haber sonado para mi papá. Sonaba a: “Yo me quedo”. A: “Yo no me mudo a Francia”. A: “Mis hijos y yo nos quedamos en Chile”. Si bien la relación de mis padres ya tenía problemas antes de que mi papá se fuera a Francia, sin duda que la distancia debilitó aún más la relación. Y poco a poco fueron aceptando la realidad que les había tocado vivir. Y mi madre fue echando raíces nuevamente en Chile. Comenzó un negocio con su hermana, un jardín infantil y, claro, siempre preocupada por nosotros y de nuestra crianza. Mientras, mi papá por su lado trataba de seguir educándonos desde lejos. Lo hacía a través de anécdotas, de narraciones sobre algún viaje que había hecho o sobre un museo que había visitado. Hay un momento muy significativo en uno de esos cassettes. Mi hermano se acuerda mejor que yo: Siempre la he recordado porque ese es como el ejemplo, ¿no? De la nostalgia que él tenía de… de esta comunicación más directa con nosotros, en que él hace un montaje. Hace un montaje con nuestras voces. Quería hacer un experimento y… y ver si podía conversar un poco directamente con… con los niños. Estamos hablándole a él a través de estos tapes, desde lejos, desde Chile, ¿no?, y intercala, él pone su propia voz allí, ¿no? Entonces hace como que él estuviera dialogando con nosotros. A ver, Laurence, dime tú. ¿Te acuerdas en el cassette último ese que me mandaron, tú me estabas contando algo de que te había mandado la Nana o que te había traído la Nana? A ver, ¿cómo era la cosa? ¿Qué es lo que te trajo la Nana? La Nana me… me trajo esa foto en donde sale el abuelito José María Canales. Hacer este montaje que mi padre hizo con la tecnología que tenemos hoy no costaría mucho, pero con los aparatos que él tenía en esos años era muy difícil. Se consiguió una grabadora de doble cassette, una Overlay, especialmente para hacer este tipo de ediciones. Me hacía sentir más cercano a ustedes y más partícipe con ustedes. Y que seguramente me daba a mí mismo una satisfacción tal, eh, como pa’ sentirme un poco mejor en este castigo que era el exilio. Pero lo he hablado con mi hermano y ambos coincidimos en que seguro había algo más ahí. Estaba reclamando su lugar. Y esta añoranza, ¿no? De … de vernos crecer y de saber de nosotros y de estar presente y de no perder esa… ese rol: el rol del padre, la figura paterna. Pasaron más de cuatro años así, con la figura de mi padre apareciendo sólo en los parlantes de una grabadora. Hasta que un día, en el año 81, nos dio una gran sorpresa. Con mucho esfuerzo había podido juntar un dinero y nos propuso que viajáramos con mi mamá y mis hermanos a Perú para encontrarnos con él allí. Él no podía entrar a Chile, pero no le podían prohibir que nos viéramos en otro país. Así que en febrero de ese año, cuando yo tenía ocho, nos fuimos en bus a Tacna, que es una ciudad pequeña que está al otro lado de la frontera con Perú. Me acuerdo de ese viaje en bus desde Santiago, cuando cruzamos el desierto de Atacama. Viendo por la ventanilla ese paisaje árido, interminable y sintiendo esa enorme ansiedad de conocer finalmente a mi papá. Porque, bueno, lo había conocido a través de estos cassettes, sí: había podido saber de él, escuchar su voz, imaginarlo o haber visto alguna foto que él había enviado. Más o menos sabía cómo se veía físicamente, pero iba a ser la primera vez en mucho años que iba a tener a mi papá ahí en persona, que lo iba a poder tocar, que lo iba a poder abrazar. Me acuerdo muy claramente de la espera. Habíamos quedado de vernos en la plaza central de Tacna. Estábamos mis dos hermanos, mi mamá y yo parados ahí, en la mitad de la plaza, esperando. Sabíamos que iba a aparecer en cualquier momento, pero no sabíamos si se iba a bajar de un taxi, si iba a llegar caminando o cómo. Me acuerdo muy bien de lo nervioso que estaba. Me parecía verlo en todas las caras que pasaban por la plaza en ese minuto. Hasta que creo que fue mi hermana la que lo reconoció y gritó: “¡Allá está mi papá!”. Salimos los tres corriendo hacia él, todos llorosos de felicidad, y cuando ya estuvimos al lado de él le saltamos encima y lo abrazamos. Y eso fue un abrazo que nunca voy a olvidar. Mi papá, claro, también se acuerda de ese momento: Recuerdo que ese momento, ese día y luego los días posteriores, no dejaba de mirarlos para ver los cambios que había habido en ustedes. Para ver cómo se expresaban sus caras, sus movimientos. Habían cambiado tanto, este… incluso habían cambiado en relación a lo que yo me imaginaba. Sus cuerpos, sus sonrisas, sus ojos. De ti, por ejemplo, no puedo dejar de recordar tu cara como de asombro con que me mirabas. Como de asombro curioso, reconociendo a este hombre que era tu padre en tu inocencia de los ocho, nueve años, y expresándola a través de tu sonrisa, de tu mirada, de tu cara. Poco a poco nos fuimos acostumbrando, nos fuimos familiarizando más y más, reconstruyendo esa confianza. Esos días con mi padre estuvieron cargados de emociones y de mucha felicidad. Pero esa felicidad duró apenas cuatro semanas. Luego mi padre volvió a Francia y nosotros a Santiago. Otra vez mi papá volvía a convertirse en la grabadora. Y claro, desde una grabadora no había defectos, no había confrontaciones, no había regaños. Era prácticamente perfecto. Habíamos construido una imagen paterna muy ideal, muy perfecta, ¿no? Y ese fue nuestro padre: esa figura ideal, perfecta, ¿no?, mítica. Ese fue nuestro padre. Y aprendimos a vivir con esa imagen. A defenderla frente a los compañeros de escuela, que muchas veces nos juzgaban por no tener un papá. Pero siempre supimos que él quería volver a Chile, a estar con nosotros. Desafortunadamente pasarían más de diez años hasta que lo lograra. Y en esa década mi mamá rehízo su vida, siguió trabajando en teatro y conoció a alguien más. Y para mi padre las cosas también habían cambiado: ahora tenía una compañera francesa y una hija pequeña, mi hermana Adeline. Pero en 1986, nombraron a un nuevo cónsul chileno en París. Y este finalmente le entregó lo que los anteriores le habían negado a mi papá: un permiso para volver. Y en julio de ese año aterrizó en Santiago. Y no les voy a decir que todo fue perfecto. En esos 11 años habían cambiado muchas cosas. Chile ya no era el mismo país que mi papá había dejado atrás. Y nosotros tampoco éramos los mismos niños que él había visto por última vez en Perú. Mi hermano Laurence tenía 19, Gayle 16, y yo tenía 14. Primero llegó él sólo, sin su nueva familia, y llegó a nuestra casa. Fue emocionante y extraño tenerlo tan cerca. Hablábamos largo, sin el límite de tiempo que te daba el cassette, que duraba 60 minutos. A veces hasta madrugábamos conversando. Parte de mí no podía creer que lo tenía en frente. Y también me costó entender que su regreso no significaba que nuestra familia se había reconstruido. Quizá eso fue lo más duro. Y su retorno tampoco fue permanente. Quizá no se acostumbró al nuevo Chile, no sé. Se separó de su pareja francesa y, en 1991, se fue a vivir a California. Dos años después lo seguí. Quería estudiar. Y fue la primera vez que vivimos juntos de verdad. Yo tenía 21 años. No fue nada fácil. Yo estaba acostumbrado a una vida muy autónoma, muy libre. Y mi papá quería ejercer su rol de padre. Quería tener autoridad sobre mí y no nos funcionó. Tengo mucha responsabilidad ahí también, hay que ser justos. Yo era un chico muy rebelde. Ahora han pasado más de 20 años. Mi padre volvió a Chile y yo me quedé en California. Estoy casado y tengo un hijo. Él ya es un hombre mayor, de la edad que nos imaginábamos que tenía cuando hacía el papel del Abuelo, ese personaje inventado que nos entretenía tanto de niños. Y cuando nos visita, lo veo, tirado en el piso, jugando con mi hijo. Y es el mismo que era conmigo y con mis hermanos. Juguetón. Cariñoso. Lleno de historias. Ya es el Abuelo. Pero el Abuelo inventado tenía aventuras imaginarias. Este en cambio, las ha vivido. Durante toda esta historia, me he referido a él como papá. Pero debo confesar algo. En la vida real, no me sale tan fácil esa palabra. No sé por qué. Le digo Alberto. Ahora Dennis también ha creado un personaje para su hijo de cuatro años que no puede ir al colegio por la pandemia. Se llama el Profesor Brocha y en realidad es Dennis disfrazado de un señor de bigote grueso y una panza prominente, que visita la casa para dar clases de español. La inspiración para el Profesor Brocha viene del Abuelo, el personaje del papá de Dennis. Dennis Maxwell es productor y periodista. Vive en Oakland, California. En el 2017 este episodio ganó el premio al Mejor Documental en Lengua Extranjera del Third Coast International Audio Festival. Esta historia fue editada por Camila Segura, Silvia Viñas y por mí. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri y Rémy Lozano. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Jorge Caraballo, Aneris Casassus, Victoria Estrada, Xochitl Fabián, Miranda Mazariegos, Patrick Moseley, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Desirée Yépez. Fernanda Guzmán es nuestra pasante editorial. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, y se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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