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Radio Ambulante - Los deliveristas

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Ser tu propio jefe no siempre es fácil.

Ernesta Gálvez no lo sabía aún, pero un grupo de trabajadores, inmigrantes y latinos como ella, se estaba organizando para enfrentar a las aplicaciones de reparto de comida y cambiar las leyes de Nueva York.

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:
Esto
es
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
De
niña,
Ernesta
Gálvez
nunca
tuvo
una
bicicleta.
En
su
hogar,
en
Guerrero
México,
no
había
ni
tiempo
ni
dinero.
Mientras
los
chicos
de
su
edad
jugaban,
ella
y
sus
10
hermanos
vendían
tortillas
y
helados
para
ayudar
a
sus
papás…
Qué
íbamos
a
tener
para
una
bicicleta,
aunque
deseáramos
la
bicicleta,
un
juguete,
digo,
nunca
lo
podíamos
tener. Y
así
pasó
su
infancia
sin
subirse
a
una
bici.
También
su
adolescencia
y
la
mitad
de
sus
20s.
Se
casó
a
los
25
años,
en
el
2005
y
ese
mismo
año,
quedó
embarazada
de
su
primera
niña.
Fue
ahí
que
Ernesta
y
su
esposo
de
entonces
decidieron
migrar
a
Estados
Unidos.
Querían
darle
una
mejor
vida
a
su
hija.
Dejó
la
posibilidad
de
trabajar
como
enfermera
en
México
y
llegaron
a
Corona,
un
barrio
de
Queens,
en
Nueva
York…
:
Viven
de
todo
tipo
de
latinos.
Viven
salvadoreños,
ecuatorianos,
mexicanos,
dominicanos,
de
todos,
de
todos.Fue
en
un
parque
de
ese
barrio
que
Ernesta
se
subió
a
una
bicicleta
por
primera
vez.
Sucedió
a
unos
tres
meses
de
dar
a
luz
y
se
moría
de
miedo.
Pero
su
esposo
le
ofreció
enseñarle. Y
me
subí,
me
caí,
me
lastimé
todo,
pero
me
dice
él:
no,
es
que
no
debes
de
mirar
los
pies,
tienes
que
mirar
enfrente
para
que
aprendas. Y
así
lo
hizo:
miró
al
frente,
pedaleó,
se
agarró
fuerte,
y
después
de
unos
intentos
más,
dejó
de
caerse.
Siguió
practicando
por
unos
días,
mejorando
su
técnica.
En
ese
entonces,
llegar
a
su
trabajo,
en
una
lavandería
en
Bayside,
otro
barrio
de
Queens,
le
tomaba
mucho
tiempo
y
varios
cambios
de
trenes
y
buses,
así
que
comenzó
a
ir
en
bicicleta.
Pero
fue
solo
por
un
par
de
meses,
porque
hizo
amigas
en
el
trabajo
que
comenzaron
a
acompañarla
en
su
misma
ruta.
Dejó
la
bici
en
el
patio
de
su
casa
y
se
olvidó
de
ella
por
10
años.
Hasta
que
nació
su
tercer
hijo…
Su
trabajo
en
la
lavandería
tenía
una
jornada
larga,
poco
flexible.
Quería
salir
menos
de
casa,
y
pasar
más
tiempo
con
sus
tres
niños.
Y
hablando
con
su
esposo
sobre
el
tema,
tuvieron
una
idea. Me
dice,
hay
una
oportunidad
de
hacer
delivery,
¿quieres
aprender? Hacer
delivery,
es
decir,
volver
a
subirse
a
una
bicicleta
y
ser
repartidora
de
comida,
como
él.
En
Nueva
York,
estas
personas
se
llaman
a
mismas
deliveristas.
La
gran
mayoría
son
inmigrantes.
Vienen
del
sur
de
Asia,
de
África
Occidental,
pero
principalmente
de
Latinoamérica,
de
países
como
Guatemala
y
México.
Su
esposo
le
explicó
a
Ernesta
que
tenía
que
bajarse
una
aplicación
y
registrarse.
Practicó
con
la
bici
una
semana
más
en
su
barrio
y
decidió
lanzarse
a
trabajar
en
Manhattan,
que
era
la
zona
de
la
ciudad
con
más
restaurantes
por
persona.
Ernesta
no
conocía
bien
Manhattan,
pero
pensó:
¿qué
tan
difícil
puede
ser?
La
primera
vez
que
entré
a
Manhattan
casi
me
mata
un
carro
porque
me
le
metí
en
medio.
:
Aún
así
le
fue
muy
bien
ese
día.
En
cinco
horas,
consiguió
cerca
de
200
dólares
y
eso
la
motivó.
Siguió
intentándolo,
una
o
dos
horas
al
día.
Aunque
Manhattan,
claro,
se
la
seguía
poniendo
difícil:
se
perdía,
tardaba
mucho
entregando
los
pedidos,
se
caía…
En
una
de
esas
caídas
llamó
a
su
esposo…
Yo
le
dije:
“Este
trabajo
no
es
para
mí,
yo
no
voy
a
quedarme
aquí,
no
voy
a
trabajar
en
esto”.
“Pues
como
veas”.
Y
yo
me
quedé
ahí
llorando… Porque
no
basta
con
saber
montar
bicicleta
para
poder
ser
una
deliverista
en
la
gran
manzana.
Transitar
en
ella
no
es
algo
tan
simple,
incluso
ahora
que
usamos
aplicaciones
como
Google
Maps.
Toma
práctica,
en
especial,
si
tienes
que
llegar
rápido
a
tu
destino.
Implica
entender
cómo
están
divididas
sus
calles.
La
isla
de
Manhattan
se
puede
describir
como
una
rejilla,
o
lo
que
llaman
grid.
Tiene
12
avenidas
verticales,
numeradas
de
derecha
a
izquierda
y
155
calles
horizontales,
numeradas
de
abajo
hacia
arriba.
La
quinta
avenida
es
la
principal
y
divide
a
la
ciudad
en
dos.
Con
el
tiempo,
y
con
mucho
esfuerzo,
Ernesta
lo
fue
entendiendo. Manhattan
es
un
libro.
Haz
de
cuenta
que
la
rayita
que
tiene
el
libro
es
la…
es
la
5.ª
Avenida,
dice.
De
la
5.ª,
de
este
lado
es
East
sides
y
de
la
5.ª
de
este
lado
es
West
sides.Y
ese
trabajo
que
al
principio
parecía
imposible
para
ella…
se
volvió
algo
que
disfrutaba.
Lo
hacía
entre
muchísima
gente,
autos,
ruido,
turistas,
repartiendo
todo
tipo
de
comida…
A
nosotros
que
ya
nos
le
agarramos
amor
a
este
trabajo,
pues
ya
Manhattan
ya
es,
como
dicen
en
mi
país,
es
pan
comido
:
Pero
la
lucha
más
difícil
vendría
después.
Y
la
enfrentaría,
acompañada
de
miles
de
deliveristas
más,
en
el
corazón
de
Manhattan.
Una
pausa
y
volvemos.
Ambulantes,
hoy
vengo
a
pedirles
su
ayuda.
Radio
Ambulante
Estudios
necesita
de
su
comunidad
hoy
más
que
nunca
para
seguir
haciendo
periodismo
que
te
informa
y
te
acerca
a
América
Latina.
Somos
una
organización
sin
fines
de
lucro
y
la
ayuda
de
nuestra
comunidad
es
vital
para
hacer
nuestro
trabajo.
Cualquier
donación,
no
importa
si
es
por
una
única
vez
o
si
decides
hacerla
de
manera
recurrente,
es
vital
para
nosotros.
Si
quieres
ser
deambulante,
ingresa
a
radio
ambulante
punto
org
slash
donar.
¡Mil
gracias! Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Nuestra
editora
Natalia
Sánchez
Loayza
nos
cuenta
esta
historia. Cuando
su
hijo
comenzó
a
ir
al
jardín
infantil,
Ernesta
se
volvió
deliverista
tiempo
completo
y
salía
a
repartir
con
su
esposo.
Como
ella
se
encargaba
principalmente
del
cuidado
de
su
niño
pequeño,
pronto
se
armó
una
rutina.
Voy
y
dejo
a
mi
hijo
a
la
escuela,
agarro
mi
bicicleta
y
me
voy
para
Manhattan. El
viaje
que
le
espera
es
de
al
menos
45
minutos
hasta
su
zona
de
reparto.
Desde
aquí,
pues
corro
todo
lo
que
es
la
43
Avenida
y
agarro
la
Roosevelt
Avenue.
De
ahí
llego,
cruzo
el
puente
de
Queensborough,
agarro
la
segunda
Avenida
y
llego
a
Lower
o
East
Village.
:
Ahí
se
conecta
a
la
aplicación,
en
la
intersección
entre
la
calle
14
y
la
Segunda
avenida.
Empiezo
a
trabajar
como
entre
alrededor
de
a
las
nueve
o
diez.
Tengo
que
salirme
antes
de
a
la
una
y
media
porque
tengo
que
volver
por
mi
niño.Lo
recoge,
hacen
la
tarea
juntos
y
le
da
de
comer.
Y
si
veo
que
no
estoy
tan
cansada,
pues
por
lo
regular
casi
no,
entonces
me
regreso
otra
vez
a
Manhattan,
vuelvo
a
entrar
a
las
cinco
o
a
las
seis
a
trabajar
y
salgo
hasta
las
nueve…
nueve
o
diez
de
la
noche
y
ya
me
vengo
para
la
casa. Es
una
rutina
que
le
parece
sencilla
y,
en
mayor
parte
segura.
Lo
único
peligroso
es
el
puente,
pero
de
ahí
no,
no
pasa
más.Cuando
hablé
con
ella,
no
se
quejó
en
ningún
momento
de
este
trajín,
pero
estoy
segura
de
que
debe
ser
agotador.
Aunque
era
algo
que
ella
estaba
dispuesta
a
hacer.
Total,
en
ese
tiempo,
ser
deliverista
para
una
aplicación
tenía
sus
cosas
malas
y
sus
cosas
buenas.
Así
como
quienes
alquilan
sus
apartamentos
en
Airbnb
o
transportan
gente
con
Uber,
quienes
reparten
comida
a
través
de
aplicaciones
son
parte
de
un
nuevo
modelo
laboral
al
que
se
le
llama
gig
economy.
Es
un
sistema
muy
similar
al
modelo
de
trabajador
independiente
o
freelance,
pero
con
la
diferencia
clave
de
que
te
conectas
con
un
cliente
usando
aplicaciones
o
plataformas
virtuales.
Es
un
modelo
en
el
que
no
hay
jefes,
ni
contratos,
ni
horarios
de
oficina…
decides
cuándo,
cuánto
y
dónde
trabajas,
justo
como
quería
Ernesta…
Pero
esto
significa
que
no
tienes
un
ingreso
fijo.
Tu
principal
fuente
de
ganancias
son
las
propinas
que
da
el
cliente,
que
varía
de
persona
a
persona.
Muchas
veces
podías
elegir
repartir
cerca
de
restaurantes
lujosos
y
ganar
muy
buenas
propinas.
Ernesta
recuerda
bien
la
propina
más
grande
que
ha
recibido.
Fue
una
propina
de
145
dólares.
Eran
dos
bolsas.
Yo
hasta
pensé
que
el
cliente
se
había
equivocado.
Y
la
mujer
todavía
me
habla
en
español.
“Todo
es
tuyo”,
dice.
Y
todavía
me
dio
una
soda.Había
ese
tipo
de
satisfacción,
pero,
claro,
a
veces,
los
clientes
no
te
dan
ni
un
dólar.
Además
puede
ser
un
trabajo
muy
solitario.
Un
deliverista
maneja
hasta
su
zona,
abre
la
aplicación
y,
sin
decir
buenos
días
a
nadie,
empieza
su
jornada.
Recoge
el
pedido
y
no
tiene
que
hablar
con
los
trabajadores
de
los
restaurantes.
En
ocasiones,
ni
con
los
clientes.
Los
deliveristas
dejan
la
orden
en
la
puerta,
toman
una
foto
de
prueba,
se
van
y
su
pago
llega
a
su
cuenta
de
banco
cada
semana.Hablé
con
varios
deliveristas
que
me
contaron
que
habían
tenido
que
encontrar
su
propia
manera
de
combatir
esta
soledad.
Algunos
se
ponían
de
acuerdo
para
repartir
a
la
misma
hora
con
amigos,
otros
con
compatriotas,
otros
con
sus
familiares.
Cuando
no
estaban
recorriendo
la
ciudad,
se
encontraban
en
alguna
esquina
o
un
parque,
y
se
acompañaban
mientras
les
salía
el
siguiente
pedido.
Por
ejemplo,
en
el
caso
de
Ernesta,
además
de
su
esposo,
ella
repartía
con
un
grupo
de
compatriotas
mexicanos.
Pero,
de
todos
modos,
para
ella
el
trabajo
se
sentía
un
poco
más
solitario,
pues
en
ese
grupo,
solo
había
otra
mujer
más
aparte
de
ella.
Solo
dos
años
después
de
empezar
a
repartir,
conoció
a
una
deliverista
más,
y
luego
de
unos
meses,
a
otra…
Entonces
ya
éramos
cuatro
mujeres,
digo,
no,
ya
somos
más. Para
ella
era
una
alegría
conocer
a
más
mujeres,
así
no
hablaran
mucho
o
solo
cruzaran
miradas
o
saludos
en
las
calles.
Por
supuesto,
como
cualquier
otro
ciclista
de
la
ciudad,
corres
el
riesgo
de
sufrir
accidentes
de
tránsito
y
también
robos
de
bicicletas.
Y
si
algo
te
pasa,
no
tienes
un
seguro
médico
pagado
por
las
aplicaciones.
Pero,
en
general,
para
muchos
migrantes,
en
especial
aquellos
que
son
indocumentados,
poder
conseguir
un
trabajo
sin
tener
que
presentar
tantos
papeles
y
solo
registrándote
en
una
aplicación
puede
significar
una
ventaja
muy
grande.
Y
así,
ser
deliverista,
por
lo
menos
hasta
el
2019,
era
complejo,
pero
valía
la
pena.
Hasta
que
llegó
la
pandemia.
Y
todo
se
transformó.
La
ciudad
era
muy
como
una
ciudad
fantasma.
La
ciudad
ya
no
era
la
misma.
Por
ejemplo,
hablando
de
Times
Square.
O
sea,
uno
corría
ahí
y
no
había
nada.
Nada,
nada,
nada.
Algo
muy
triste.
Fue
horrible.Sí,
fue
horrible.
En
pocos
meses,
Nueva
York
se
convirtió
el
epicentro
mundial
de
la
pandemia.
Y
el
barrio
de
Ernesta,
Corona,
junto
con
cuatro
barrios
más
en
Queens,
se
convirtieron
en
el
epicentro
del
epicentro.
El
riesgo
de
contagio
era
muy
grande
y
los
más
afectados
estaban
siendo
las
personas
latinas
y
negras.
Las
aplicaciones,
además,
ante
la
avalancha
de
pedidos
que
recibían
–y
seguramente
también
por
otras
razones–
decidieron
cambiar
las
reglas
del
juego. La
compañía
mandó
un
mensaje
que
le
ayudáramos
por
las
personas
que
estaban
encerradas
en
casa
y
todo,
pues
ya
fue
humanitario
lo
que
hicimos.
O
sea,
recorrer
la
distancia
y
ya.Ampliaron
bastante
las
distancias
de
los
pedidos.
Según
Ernesta,
de
pronto,
el
máximo
de
cuadras
que
tenías
que
recorrer
se
triplicó.
Te
podían
llegar
pedidos
de
lugares
que
estuvieran
hasta
a
30
cuadras…
Muchos
tuvieron
que
reemplazar
sus
bicicletas
por
unas
eléctricas
para
así
poder
recorrer
esos
kilómetros
a
tiempo.
Y
bueno,
son
carísimas:
pueden
llegar
a
costar
dos
mil
dólares.
Como
dijimos,
Nueva
York
parecía
un
pueblo
fantasma.
Las
calles
habían
quedado
prácticamente
vacías
y
los
deliveristas,
en
sus
nuevas
bicicletas,
podían
correr
más
rápido
que
nunca…
sin
el
tráfico,
pero
la
soledad
del
trabajo
se
agudizó.
Y
como
todo
estaba
cerrado
al
público,
los
restaurantes
no
les
permitían
a
los
deliveristas
usar
sus
baños,
ni
comer
adentro
de
sus
establecimientos.
A
veces,
ni
les
dejaban
comprar
comida.
Les
entregaban
los
pedidos
guardando
distancia.
Sentíamos
que
éramos
nosotros
los
que
llevábamos
la
enfermedad
porque
ellos
se
tapaban
totalmente
y
nos
daban
la
comida
nomás
por
la
ventana.
Algunos
me
contaron
que
se
sentían
discriminados.
Ni
los
clientes
querían
tener
contacto
con
ellos.
Recordemos
que
era
una
época
en
la
que
realmente
no
sabíamos
cómo
funcionaba
el
virus
y
pensábamos
que
con
solo
tocar
una
superficie
infectada,
nos
podíamos
enfermar.
Pero
las
aplicaciones
no
consideraban
este
factor.
Las
aplicaciones
a
veces
nos
exigían
que
teníamos
que
entregarle
la
comida.Personalmente,
en
la
mano.
A
muchos
de
los
compañeros
de
Ernesta
terminaron
bloqueándolos
por
eso
mismo,
porque
al
no
tomar
una
foto
del
cliente
sosteniendo
el
pedido,
la
aplicación
decía
que
no
tenía
pruebas
en
caso
de
que
su
cliente
dijera
que
no
había
recibido
su
comida.
Además
de
ser
bloqueados,
las
cuentas
de
los
deliveristas
también
podían
ser
desactivadas
por
completo.
Es
la
forma
de
ser
despedido
dentro
de
este
modelo
de
trabajo.
De
nuevo,
tuvieron
que
ingeniárselas.
Mi
estrategia
cambió
y
yo
les
decía
a
mis
compañeros:
“Djanle
en
la
puerta,
tomarle
fotos
y
ya”.Pero
no
solo
era
lo
de
los
bloqueos.
Peor
aún,
los
deliveristas
confirmaron
otra
sospecha
muy
frustrante.
A
pesar
de
que
llevaran
pedidos
de
restaurantes
caros
o
recorrieran
distancias
muy
largas,
sus
propinas
permanecían
bajas.
Entonces,
comenzaron
a
preguntárselo
a
los
clientes.
Algunos
–los
que
se
animaban
a
conversar
con
los
repartidores–
les
confirmaron
que
las
aplicaciones
no
les
estaban
dando
sus
propinas
completas.
Les
mostraban
sus
celulares.
Los
montos
no
cuadraban.
Y,
como
no
eran
empleados
ni
tenían
realmente
empleadores,
no
contaban
con
derechos
que
los
protegieran
por
bloqueos
o
desactivaciones
injustas,
ni
robos
de
salario.
Solo
podían
intentar
solucionar
sus
problemas
con
los
servicios
de
atención
al
cliente
de
la
empresa,
lo
cual
casi
nunca
les
funcionaba.
La
pandemia,
además,
complicó
la
flexibilidad
de
los
horarios.
Tenía
que
dividir
mi
tiempo,
estar
en
casa
todo,
toda
la
mañana
porque
había
clases
por
línea
e
irme
en
la
tarde
hasta
las
dos
de
la
mañana
a
veces
a
quedarme
a
trabajar.Así,
la
jornada
se
volvió
aún
más
larga
y
la
economía
más
difícil
pues
nadie
paga
las
horas
que
inviertes
en
ayudar
a
tus
hijos
a
estudiar
por
Zoom.
Y
bueno,
lo
peor
de
todo
fue
que
estar
en
la
calle
se
volvía
cada
vez
más
peligroso.
Entre
los
deliveristas
se
comentaba
que,
en
medio
de
las
calles
vacías,
a
muchos
repartidores
los
estaban
asaltando
para
robarles
sus
bicicletas.
Muchas
veces,
eran
agredidos
físicamente
durante
estos
asaltos.
Y
unos
pocos
habían
sido
asesinados
en
los
enfrentamientos.
Y
todo
empeoró
al
poco
tiempo,
el
25
de
mayo,
con
la
muerte
de
George
Floyd.
Floyd
es
el
hombre
bajo
la
rodilla
de
un
policía
en
Minneapolis,
Minnesota,
a
quien
se
le
escucha
diciendo
que
no
puede
respirar,
que
le
duelen
el
estómago
y
el
cuello.Floyd
era
un
hombre
negro
estadounidense
que
fue
asesinado
por
un
policía
blanco.
Su
asesinato
provocó
protestas
masivas
en
contra
del
racismo
y
la
violencia
policial
en
todo
el
país…
Muy
tenso
también
lo
que
se
ha
vivido
en
Nueva
York,
donde
hay
cientos
de
personas
congregadas
para
otra
jornada
de
protestas
por
la
muerte
de
George
Floyd
luego
de
que
anoche
los
ánimos
se
caldearon
y
hubo
decenas
de
arrestos.
[Manifestantes]:
No
justice,
no
peace,
no
justice,
no
peace…Nueva
York
no
fue
la
excepción.
Los
neoyorquinos
salieron
a
las
calles
a
pesar
de
las
restricciones
de
la
pandemia.
Estaban
indignados,
hartos
del
abuso
policial.
Las
manifestaciones
en
Nueva
York
serían
tan
grandes
que
la
ciudad
entraría
en
su
primer
toque
de
queda
después
de
75
años.
Según
el
alcalde,
se
impuso
para
proteger
a
la
ciudad
y
a
sus
residentes.
Yo
lo
recuerdo.
Estuve
en
Manhattan
en
esos
días.
Por
las
noches
había
helicópteros
de
la
policía
sobrevolando
la
ciudad,
pero
en
las
calles
la
gente
seguía
protestando.
Y
quienes
quedaron
atrapados
entre
los
manifestantes
y
la
policía
fueron
los
deliveristas.
Para
ellos,
la
ciudad
casi
vacía
de
repente
era
más
segura
que
la
ciudad
llena
de
protestas.
Ernesta
recuerda
aquella
época
como
una
de
las
más
difíciles
del
2020.
Eso
fue
algo
más
espantoso
para
nosotros,
porque
a
nosotros
estábamos
recogiendo
la
comida,
entregándola,
y
encontrábamos
a
las
personas
metiéndose
a
los
restaurantes,
todo.
Y
pues
a
veces
la
policía
decíamos:
“No,
pues
nos
van
a
confundir”. Y
sí,
varias
veces
los
confundieron
con
los
manifestantes.
De
hecho,
algunos
de
sus
compañeros
fueron
arrestados.
Los
hijos
de
Ernesta
estaban
muy
preocupados
por
sus
papás.
Me
llamaban:
“Mami,
te
van
a
pegar,
te
van
a
arrestar,
vente”.
Y
pues
le
decía:
“No,
es
que
tengo
que
trabajar,
no
hay
de
otra,
tengo
que
trabajar”. El
toque
de
queda
duró
una
semana.
Y
a
la
mañana
siguiente,
el
8
de
junio,
comenzó
la
fase
1
de
la
reapertura
de
la
ciudad.
Centros
comerciales,
museos,
gimnasios,
bares
y
restaurantes
reabrirían,
poco
a
poco,
en
los
siguientes
meses…
Era
un
intento
de
volver
a
la
Nueva
York
de
antes…
Pero
regresar
a
la
normalidad
ya
no
sería
una
opción
para
muchos
deliveristas,
incluida
Ernesta.
Luego
de
las
protestas
por
el
asesinato
de
George
Floyd,
Ernesta
siguió
trabajando,
repartiendo
comida
casi
en
las
mismas
condiciones
precarias:
teniendo
problemas
con
las
propinas,
recorriendo
grandes
distancias.
Las
marchas,
que
duraron
un
par
de
meses,
cesaron,
pero
la
calle
seguía
siendo
insegura.
De
hecho,
un
reporte
de
la
ciudad
calculó
que
8
deliveristas
fallecieron
en
el
2020
mientras
trabajaban
repartiendo
comida.
Ernesta
ya
había
escuchado
de
un
grupo
más
grande
de
deliveristas
que
se
estaban
juntando
para
buscar
cambios
en
sus
condiciones
laborales.
Se
lo
contaron
algunas
compañeras,
pero
no
había
averiguado
más.
Ella
no
lo
sabía,
pero
todo
había
comenzado
con
él:
Mi
nombre
es
Sergio
Gustavo
Ajché.
Soy
guatemalteco
y
vivo
acá
en
la
ciudad
de
Nueva
York
desde
el
2004.Dos
días
después
de
haber
llegado
a
Nueva
York,
Gustavo
se
convirtió
en
deliverista.
Mucho
antes
de
que
las
aplicaciones
dominaran
el
mercado.
Y
recuerda
que
las
condiciones
eran
muy
diferentes…
La
diferencia
más
grande,
por
ejemplo,
era
que
tus
jefes
eran
los
dueños
o
los
administradores
de
los
restaurantes…
Al
estar
antes
con
un
patrono
era
diferente,
porque
a
veces
te
decía
que
donde
estás,
qué
a
qué
horas
vas
a
venir
o
también
si
era
tu
cumpleaños,
hay
lugares
donde
te
celebraban
el
cumpleaños
o
hay
veces
que
fiestas
¿no?
Como
navidad
o
día
de
acción
de
gracias,
patrón
hacía
algo
para
uno. La
seguridad
y
el
bienestar
del
repartidor,
además
de
su
sueldo,
dependía
de
los
dueños
de
los
establecimientos,
como
con
cualquier
otro
trabajador
de
la
ciudad.
Muchas
veces,
cuando
no
había
pedidos,
el
repartidor
hacía
otras
tareas,
como
lavar
los
platos
o
ayudar
en
las
cosas
más
básicas
de
la
cocina.
Es
decir,
algunos
tenían
sueldo
fijo
y
otros
lo
complementaban
con
propinas,
y
por
supuesto,
tenían
derechos…
como
seguro
médico
en
caso
de
accidentes
laborales
o
una
pensión
cuando
se
jubilaran.
No
era
un
trabajo
perfecto,
por
supuesto,
había
mucha
informalidad
y
los
jefes
podían
no
seguir
las
leyes.
Pero
ya
con
esto
de
las
aplicaciones,
al
ser
uno
contratista
independiente,
uno
está
a
la
suerte
de
uno
mismo,
¿no?Muchos
deliveristas
como
él
dejaron
de
repartir
para
un
solo
restaurante
y
comenzaron
a
trabajar
para
diferentes
aplicaciones
cuando
aparecieron.
A
veces,
como
su
único
trabajo;
otras,
para
tener
un
ingreso
extra.
Según
Gustavo,
se
empezó
a
correr
la
voz
entre
sus
amigos
guatemaltecos
de
que
era
un
trabajo
en
el
que
podían
ganar
muy
buen
dinero.
Las
aplicaciones
en
su
principio,
cuando
llegaron
a
la
ciudad,
eran
buenísimas.
Muchos
hicieron
mucho
dinero
porque
también
había
opción
de
usar
más
de
una
aplicación
a
la
misma
vez
simultáneamente. Por
ejemplo,
según
él,
en
el
2017,
en
un
buen
día,
podías
hacerte
unos
150
o
200
dólares
en
solo
cuatro
horas
de
trabajo.
En
promedio,
ese
mismo
año,
un
cocinero
o
un
mesero
ganaba
entre
55
y
60
dólares
por
la
misma
cantidad
de
horas.
La
diferencia
era
grande.
Yo
decía:
“¡Wow,
buenísimo!”
Era
algo
extra. Gustavo
solía
creer
que
ganar
más
dinero
compensaba
los
riesgos
y
las
responsabilidades
de
no
tener
un
jefe…
Pero
al
igual
que
Ernesta,
durante
la
pandemia,
se
dio
cuenta
de
que
había
serios
problemas
con
el
modelo
laboral
de
las
apps.
El
tema
del
pago
siempre
había
sido
confuso.
No
había
un
estándar.
Cada
empresa
tenía
una
estructura
diferente
para
pagarte.
Relay,
una
de
esas
aplicaciones,
te
pagaba
por
hora,
pero
las
demás,
de
hecho
la
mayoría,
optaba
por
darte
otro
sistema.
Las
aplicaciones
te
dan
un
mínimo
por
delivery.
Entonces…
más
la
propina.
Entonces
a
veces
por
orden,
depende
más
de
la
propina
que
puedas
hacer
por
una
entrega
4,5,6,7
dólares,
pero
depende
más
de
la
propina.Ya
hemos
dicho
que
depender
de
las
propinas
generaba
bastante
inestabilidad.
Pero
ese
pago
mínimo
o
pago
base
tampoco
era
fijo.
Algunas
aplicaciones
decían
que
consideraban
las
distancias,
los
minutos
y
otros
factores
adicionales,
desconocidos
para
los
deliveristas.
Durante
la
pandemia
los
montos
base
podían
cambiar
de
la
noche
a
la
mañana.
Además,
si
una
aplicación
creía
que
entregar
tu
pedido
te
tomaba,
digamos,
20
minutos
y
el
restaurante
se
tardaba
mucho
en
prepararlo,
la
aplicación
no
te
pagaba
ese
tiempo
extra.
Y
encima
de
todo,
les
habían
ampliado
las
distancias
y
recordemos
que
no
les
estaban
pagando
las
propinas
por
completo.
Habían
clientes
que
eran
buenos,
te
preguntaban:
“Oye,
¿recibiste
la
propina
que
te
di?
Te
di
15
dólares,
te
di
20”,
y
en
la
plataforma
te
aparecía
un
monto
de
dos,
tres
dólares.Todo
esto
se
juntaba
con
lo
que
ya
explicamos:
el
tema
del
baño
y
la
comida,
el
riesgo
de
contagio…
Y
si
seguían
trabajando
en
esto
es
porque
muchos
no
tenían
otra
opción.
Pero
fue
principalmente
por
la
inseguridad
que
enfrentaban
en
las
calles,
en
especial
durante
el
periodo
de
las
protestas
por
el
asesinato
de
George
Floyd,
que
Gustavo
y
otros
compañeros
formaron
un
grupo
de
WhatsApp.
Era
una
manera
de
cuidarnos.
Cuando
ya
escuchábamos
que
venían
las
protestas
por
allá,
nos
regamos
la
voz,
decíamos:
“En
tal
punto
ahí
están
los
de
la
manifestación,
no
se
acerquen”,
y
nos
alejábamos
de
esa
área
y
mirábamos
que
la
aplicación
nos
quería
llevar
para
allá,
le
rechazamos
las
órdenesAl
grupo
de
WhatsApp
le
pusieron
Deliveristas
Unidos
y,
en
ese
momento,
tenía
alrededor
de
40
miembros.
La
mayoría
de
ellos
eran
guatemaltecos.
Pero,
aunque
encontraran
maneras
de
cuidarse
entre
ellos,
el
solo
grupo
de
WhatsApp
no
podía
cambiar
los
problemas
estructurales
de
trabajar
con
las
apps.
Algunos
meses
después,
el
8
de
octubre
de
2020,
un
amigo
de
Gustavo
le
contó
que
unos
30
o
40
compañeros
en
su
mayoría
guatemaltecos
habían
decidido
hacer
un
plantón
frente
a
una
estación
de
policía
en
Manhattan.
Habían
escogido
ese
lugar
porque
decían
que
ellos
no
los
ayudaban
cuando
les
robaban
las
bicicletas
ni
los
protegían
de
la
violencia
en
la
calle.
Es
más,
que
muchas
veces
los
habían
tratado
como
criminales,
arrestándolos
durante
las
protestas,
cuando
solo
estaban
haciendo
su
trabajo,
que,
además,
era
considerado
esencial.
Gustavo
llamó
a
uno
de
esos
deliveristas
y
le
dijo:
Lo
que
hicieron
está
bien,
pero
con
ir
a
gritarle
a
dos
o
tres
agentes
de
la
policía
no
van
a
hacer
nada. Y
en
ese
momento
Gustavo
tuvo
una
idea:
hacer
una
marcha
que
recorriera
la
ciudad
para
que
más
gente
se
enterara,
no
solo
de
los
problemas
de
seguridad,
sino
también
sobre
todos
sus
otros
reclamos.
:
El
acceso
a
los
baños,
la
transparencia,
que
no
nos
roben
las
propinas,
la
seguridad.
No
estábamos
pidiendo
tanto.Lo
que
querían
todos.
Pensó
que
era
hora
de
convocar
a
más
gente,
a
todos
los
deliveristas
que
conocía.
Mandó
mensajes
por
WhatsApp,
hizo
llamadas,
compartió
la
información
en
redes
sociales
y
les
pidió
a
todos
que
hicieran
lo
mismo.
Pautaron
la
cita
para
salir
a
marchar
el
15
de
octubre,
a
las
2
de
la
tarde,
solo
una
semana
después
del
plantón
de
los
deliveristas
guatemaltecos.
De
ahí
fue
cuando
se
creó
esa
ruta
tonta
a
la
vez
porque
muy
larga,
desde
la
79
hasta
City
Hall. Una
ruta
de
unos
9
kilómetros.
Comenzarían
cerca
de
la
misma
estación
de
policía
y
bajarían
en
sus
bicicletas
por
la
avenida
Broadway,
hasta
llegar
a
City
Hall,
el
ayuntamiento
donde
suelen
desembocar
las
protestas
en
Nueva
York. Ese
día,
Gustavo
llegó
un
poco
tarde
porque
estaba
en
su
otro
trabajo,
de
obrero
de
construcción.
Se
unió
por
la
calle
34,
cerca
del
Empire
State,
cuando
el
grupo
ya
había
recorrido
como
unas
45
cuadras.
Y
cuando
vio
cuántos
eran,
se
impactó.
Te
digo
cuando
yo
vi
venía
mucha
gente
y
todos
gritando
bocinando
ti-ti-ti…Y
es
que,
a
pesar
de
que
Gustavo
sabía
que
sus
compañeros
más
cercanos
acudirían
a
su
llamado,
nunca
esperó
que
fueran
tantos.
En
City
Hall,
solo
los
esperaban
un
concejal
y
unos
cuantos
periodistas.
Algunos
estiman
que
fueron
unos
pocos
cientos
y
otros,
al
menos,
800
deliveristas
los
que
se
unieron
a
la
marcha
aquella
tarde.
Fue
la
primera
vez
en
Nueva
York,
que
tantos
de
ellos
estaban
reunidos
en
un
mismo
lugar.
Los
medios
comenzaron
a
prestarles
atención.
Dos
o
tres
días
después
fue
cuando
empezaron
las
llamadas,
pero
no
todos
tenían
la
valentía
de
hablar
a
un
micrófono
o
a
hablar
con
alguien
que
no
conocían
como
un
reportero.Pero
Gustavo
sentía
cómodo.
Y
todas
las
llamadas
comenzaban
con
una
versión
de
la
misma
pregunta:
“¿Quiénes
son?
¿Cómo
se
llaman?”
Y
Gustavo
respondía
con
el
nombre
de
su
grupo
de
WhatsApp.
Entonces
de
ahí
surgió
de
que
éramos
los
Deliveristas
Unidos,
porque
no
éramos
solos
los
guatemaltecos
ni
mexicanos,
éramos
de
diversas
nacionalidades.
Entonces
usar
el
espanglish
de
los
Deliveristas
Unidos
y
quedarnos
con
ese
nombre. Así
fue
cómo
se
creó
formalmente
el
grupo
de
Los
Deliveristas
Unidos.
Y
Gustavo
se
convirtió
en
el
fundador
del
movimiento.
Formaron
alianzas
con
concejales,
académicos,
sindicatos
de
la
ciudad
y
organizaciones
activistas,
principalmente,
con
el
Proyecto
de
Justicia
Laboral.
En
lo
que
quedó
del
año,
los
Deliveristas
Unidos
siguieron
creciendo.
De
hecho,
en
un
estudio
que
el
grupo
hizo
junto
con
el
Proyecto
de
Justicia
Laboral
y
la
Universidad
de
Cornell
encontraron
que,
durante
la
pandemia,
el
número
aproximado
de
deliveristas
en
Nueva
York
había
llegado
a
65,000.
Las
aplicaciones,
por
su
lado,
cerraron
el
2020
con
récords
de
venta.
Por
ejemplo,
en
diciembre,
DoorDash
empezó
a
cotizar
en
la
bolsa
de
valores.
Todo
mientras
las
ganancia
por
hora
sin
propinas
de
los
deliveristas
era
en
promedio
casi
8
dólares,
tan
solo
un
poco
más
la
mitad
del
sueldo
mínimo
de
cualquier
empleado
de
la
ciudad,
que
es
15
dólares
por
hora.
Sobre
el
tema,
las
apps
declararon
que
estaban
dispuestas
a
escuchar
feedback
y
que
el
sueldo
promedio
era
más
alto
del
que
decían
los
deliveristas.
Relay,
además,
negó
que
no
estuviera
pagando
las
propinas
completas.
Contacté
a
las
aplicaciones
más
usadas
para
pedir
comida
en
Nueva
York.
DoorDash
y
GrubHub
no
quisieron
darnos
una
entrevista,
solo
nos
mandaron
comunicados
de
prensa
en
los
que
DoorDash
dijo
que
el
pago
por
hora
era
de
casi
29
dólares,
aunque
no
nos
explicaron
cómo
llegaron
a
esa
cifra;
y
GrubHub
aseguró
que
alienta
a
sus
clientes
a
dar
al
menos
20%
de
propina.
UberEats
se
negó
a
comentar.Ahora
que
los
deliveristas
sabían
cuántos
podrían
ser,
no
detendrían
sus
reclamos.
Una
pausa
y
volvemos.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Antes
de
la
pausa
escuchábamos
la
manera
en
que
la
pandemia
transformó
cómo
trabajaban
los
deliveristas
en
Nueva
York,
y
cómo
un
grupo
de
ellos
estaba
inconforme
con
esto.
Convocaron
una
primera
marcha
para
protestar,
pero
el
2020
terminó
sin
ningún
cambio.
Por
eso,
tendrían
que
intentar
una
vez
más.
Natalia
nos
sigue
contando.Ya
en
febrero
de
2021,
los
Deliveristas
Unidos
y
sus
aliados
seguían
demandando
un
cambio
y,
esta
vez,
su
pedido
era
más
concreto.
Se
empezó
a
hablar
de
un
paquete
legislativo.
Eran
seis
leyes
con
las
que
la
ciudad
podría
regular
a
las
aplicaciones.
En
esencia,
exigían
que
las
aplicaciones
permitieran
que
los
deliveristas
eligieran
la
distancia
que
recorren
sin
penalidad,
y
que
no
podían
obligarlos
a
cruzar
puentes
ni
túneles.
También,
que
las
apps
agregaran
en
sus
acuerdos
con
los
restaurantes
que
estos
se
comprometieran
a
dejar
que
los
deliveristas
usaran
sus
baños.
Y,
finalmente,
pedían
que
hubiera
transparencia
con
las
propinas
y
que
todas
las
aplicaciones
les
dieran
un
pago
por
hora
fijo.
Así
no
seguirían
dependiendo
solamente
de
lo
que
los
clientes
les
dieran.
Representaban
un
cambio
radical
en
la
lógica
del
modelo
económico
de
las
aplicaciones.
Si
las
mejoras
no
venían
de
parte
de
las
aplicaciones
mismas,
exigían
que
las
leyes
de
la
ciudad
los
protegieran.
El
grupo
decidió
que
era
momento
de
movilizarse
otra
vez
para
presionar
a
que
se
aprobara
el
paquete
legislativo…
Iban
a
salir
a
las
calles.
Y
esta
vez
no
querían
ser
cientos,
sino
miles.
El
grupo
de
WhatsApp
de
Gustavo
no
iba
a
ser
suficiente
para
convocarlos…
Así
que
imprimieron
volantes,
hablaron
uno
a
uno
con
deliveristas.
Tenían
esperanza
de
lograr
una
marcha
masiva,
pero
no
tenían
certeza
de
que
lo
lograrían.
Así
fue
cómo
Ernesta
se
enteró
y
se
preparó
para
acompañarlos
a
protestar.
Como
ya
habíamos
dicho
antes,
Ernesta
solía
salir
a
repartir
junto
con
su
esposo
y
sus
compañeros
mexicanos.
Ellos
siempre
se
mantenían
en
contacto.
Algunos
habían
ido
a
la
primera
marcha,
la
que
organizaron
Gustavo
y
sus
conocidos
en
tan
solo
una
semana.
A
Ernesta
le
había
llamado
un
poco
la
atención,
pero
no
fue
porque
estaba
ocupada
esa
vez.
Y
fueron
esos
mismos
compañeros
quienes,
un
día
de
abril
de
2021,
le
contaron
que
habría
una
segunda
movilización
y
que
sería
más
grande.
Me
dijeron:
“No,
pues
vamos
a
unirnos”.
Es
para
que
nos
den
permiso
al
baño,
para
que
nos
den
más
derecho,
que
somos
deliveristas,
que
vean
que
estamos
unidos.Ernesta
todavía
no
sabía
más
detalles,
pero
la
idea
le
gustó.
Unos
días
antes,
había
leído
en
las
noticias
que
un
deliverista
había
sido
asesinado
mientras
intentaban
robarle
su
bicicleta.
Le
pareció
una
injusticia.
Le
digo:
“¿Pero
quiénes
van
a
ir?”
“No,
pues,
todos”.
Y
ya
pues
voy,
me
voy
de
chismosa. La
cita
era
para
el
21
de
abril
del
2021.
Esta
vez
se
reunirían
en
Times
Square.
Y,
de
nuevo,
marcharían
juntos
hacia
City
Hall.
Gustavo
fue
uno
de
los
primeros
en
llegar
al
punto
de
encuentro.
Desde
las
10
de
la
mañana,
en
Times
Square,
comenzó
a
transmitir
en
vivo
por
la
cuenta
de
Facebook
de
los
Deliveristas
Unidos.
Seguía
convocando
gente.
Buenos
días.
Buenos
días
a
los
que
se
estarán
conectando.
Buenos
días.
Esperemos
que
se
acerquen,
que
vengan
acá
a
la
marcha
que
tenemos
programada
para
las
2
de
la
tarde.
Pero
ya
nos
encontramos
acá.Los
deliveristas
comenzaron
a
llegar.
En
bicicletas
y
motocicletas…
y
empezaron
a
ocupar
todo
el
ancho
de
la
Séptima
Avenida.
Buenas.
Estamos…
está
llegando
la
gente.
Estamos
un
buen
grupo
ya.
Esperemos
que
más
venga. Levantaban
carteles
con
consignas
como
“Las
propinas
no
son
salarios”,
“I
love
New
York”,
y
gritaban
en
español…
se
puede,
se
puede,
se
puede… Y
colgadas
en
sus
espaldas
o
sobre
sus
vehículos,
llevaban
las
banderas
de
cada
uno
de
sus
países.
En
Nueva
York
siempre
ha
habido
protestas,
pero
esta
se
veía
diferente.
Era
una
manifestación
de
inmigrantes,
la
gran
mayoría
Latinoamericanos,
que
estaba
sucediendo
entre
los
rascacielos,
y
las
pantallas
y
las
tiendas
de
Times
Square.
Los
deliveristas
detuvieron
el
corazón
de
Manhattan.
Todavía
no
se
movían
de
su
sitio.
Los
taxis
amarillos,
los
buses
y
los
autos
les
tocaban
las
bocinas
para
que
avanzaran.
En
respuesta,
los
deliveristas,
detenidos
hasta
que
se
diera
la
orden
de
seguir,
también
hacían
lo
mismo,
mientras
ponían
a
todo
volumen
Gimme
the
Power
de
Molotov.
Hay
personas
que
se
están
enriqueciendo.
Gente
que
vive
en
la
pobrezaCuando
decidieron
avanzar
parecía
que
no
cabía
nadie
más
en
la
intersección
de
la
Séptima
Avenida
con
la
calle
42.
Y
mientras
iban
bajando
montados
en
sus
bicicletas,
los
policías,
molestos
con
los
deliveristas
porque
no
habían
pedido
el
permiso
necesario,
iban
cerrando
las
calles,
parando
el
tránsito,
abriéndoles
camino
para
que
pudieran
pasar.
Los
deliveristas
eran
más.
Y
en
cada
cuadra,
se
iban
uniendo
aún
más.
Los
que
protestaban
iban
reclutando
a
cualquier
repartidor
que
se
encontraran
en
la
calle.
Cuando
entraron
a
la
calle
14,
por
el
East
Village,
Ernesta
y
otros
compañeros
de
esa
zona,
estaban
esperándolos.
Desde
donde
estaban,
no
los
podían
ver,
pero
los
escuchaban.
Demasiada
gente.
El
ruido
que
venían
haciendo,
habíamos
dicho:
“¡No!,
vamos
a
paralizar
Nueva
York”.
Nunca
habíamos
hecho
esto.
Pues
nos
emocionamos.
Nos
metimos.
Estábamos
contentos
todos.Ese
día,
había
pronóstico
de
lluvia,
pero,
de
pronto,
comenzó
a
granizar.
Ernesta
se
refugió
un
rato,
pero
después
reconoció
a
Gustavo
y
se
unió
de
nuevo…
Entonces
como
yo
iba
nada
más
detrás
de
ellos,
iba
siguiéndolos.
Pero
fue
impresionante. Continuaron
bajando
desde
la
calle
14
hasta
el
final
de
la
isla,
hasta
City
Hall.
Esta
vez
fue
diferente.
No…
fue
más
emocionante.
Pensábamos
que
no
iba
a
haber,
este,
periodistas.
No…
cuando
vimos
demasiados
periodistas.
No,
pues
esto
va
para
más.Esta
segunda
marcha
había
sido
un
éxito.
No
solo
habían
conseguido
la
atención
de
varios
concejales
y
de
muchos
medios,
que
los
esperaban
en
City
Hall,
sino
que
llegaron
a
ser
más
de
3
mil
deliveristas
marchando
ese
día.
Una
semana
después,
el
paquete
legislativo
entró
oficialmente
a
la
agenda
del
Concejo
Municipal
de
la
ciudad
y
tendría
que
ser
debatido.
Era
la
primera
vez
en
todo
el
país
que
se
proponía
un
pago
por
hora
para
deliveristas
de
aplicaciones.
Y
Nueva
York,
por
fin,
los
iba
a
escuchar.
Pero
tomaría
meses.
En
ese
lapso,
Ernesta
se
involucraría
más
en
la
lucha
por
sus
derechos
y
conocería
a
más
de
70
mujeres
deliveristas.
Ya
no
solo
salía
de
casa
para
trabajar,
sino
también
para
reunirse
con
sus
compañeros.
Por
su
parte,
Gustavo
seguiría
organizando
a
los
Deliveristas
Unidos.
El
23
de
septiembre
de
2021,
un
poco
menos
de
un
año
después
del
primer
plantón
de
los
deliveristas
guatemaltecos,
el
Consejo
Municipal
de
la
ciudad
votaría
para
determinar
si
aprobaban
o
no
las
leyes.
Decenas
de
deliveristas
se
juntaron
en
un
parque
frente
a
City
Hall…
Entonces
organizamos
ese
día
que
iba
a
haber
comida
para
los
repartidores,
reparación
de
bicicletas
a
los
repartidores
ahí
en
el
City
Hall, Era
un
día
fresco.
Esperaban
mientras
compartían
comida,
daban
declaraciones
a
la
prensa
y
conversaban.
Finalmente,
temprano
por
la
tarde,
Gustavo
recibió
la
noticia:
habían
ganado.
Había
pasado
todo
el
paquete
legislativo.
Gustavo
los
convocó,
les
contó
la
noticia
y
les
agradeció
a
todos
por
unirse.
Y
les
contó
que
no
solo
habían
ganado
sino
que
habían
obtenido
40
votos
a
favor
y
3
en
contra.
Estaban
felices.
se
pudo,
se
pudo,
se
pudo.Ernesta
también
celebró
la
noticia.
Nos
anuncian.
Y
no,
pues,
ya,
valió
la
pena
dejar
a
mi
hijo
a
veces,
porque
hay
días
que
me
voy
para
la
organización
o
que
hay
una
reunión,
los
dejo
y
me
tengo
que
ir
para
allá.
Los
medios
pronto
dieron
la
noticia…
Y
miles
de
repartidores
de
comida
y
sus
familias
obtuvieron
una
histórica
victoria
hoy
en
la
ciudad
de
Nueva
York
con
la
aprobación
de
varias
leyes
que
les
garantiza
derechos
y
protecciones Por
ley,
ahora
los
deliveristas
tienen
derecho
a
usar
los
baños
de
los
restaurantes
de
toda
la
ciudad
y
las
aplicaciones
deben
comunicar
claramente
cuánta
propina
recibirán
por
cada
domicilio.
Y,
quizá
lo
más
revolucionario
de
todo
es
que
los
deliveristas
tendrán
derecho
a
una
paga
horaria.
No
dependerán
solamente
de
lo
que
les
den
los
clientes.
Para
Gustavo
y
algunos
de
sus
compañeros
el
siguiente
paso
es
algo
más
ambicioso…
El
sueño
es
ese,
quizás
un
día
contar
con
el
propio
sindicato
de
los
Deliveristas
Unidos. Y
Ernesta,
por
su
parte,
se
siente
muy
orgullosa
de
lo
que
han
logrado…
Sin
ser
un
sindicato
hemos
logrado
mucho.
Imagínese:
primer
sindicato
inmigrante
a
nivel
país
nivel.La
comunidad
de
Ernesta
ha
crecido
y
ya
no
se
siente
tan
sola
en
su
trabajo.
Ella,
Gustavo
y
los
demás
deliveristas
se
atrevieron
a
enfrentar
a
compañías
multimillonarias
y,
contra
todo
pronóstico,
consiguieron
mucho
de
lo
que
estaban
pidiendo…
aunque
siempre
haya
sido
lo
mínimo
que
merecían. Al
cierre
de
esta
historia,
casi
todas
las
leyes
que
fueron
aprobadas
en
2021
han
entrado
en
vigor.
La
única
excepción
es
el
pago
por
hora
para
los
deliveristas.
El
Departamento
de
Protección
al
Consumidor
y
al
Trabajador
de
la
Ciudad
de
Nueva
York
todavía
no
ha
establecido
cuál
será
el
monto
de
este
pago.
Entre
el
2021
y
el
2022,
Ernesta
se
convirtió
en
coordinadora
de
las
mujeres
que
forman
parte
de
los
Deliveristas
Unidos.
Ahora
ayuda
de
manera
independiente
a
su
comunidad
y
no
pertenece
a
ningún
grupo.
Gustavo
sigue
siendo
el
fundador
líder
de
los
Deliveristas
Unidos.
Gracias
a
María
Figueroa
de
la
Universidad
del
Estado
de
Nueva
York,
al
deliverista
Manny
Ramírez
y
a
Monxo
López
del
Museo
de
la
Ciudad
de
Nueva
York
por
su
ayuda
en
esta
historia.
También
a
Marco
Avilés
y
a
Aaron
L.
Morrison
de
la
escuela
de
periodismo
de
CUNY.
Y
un
agradecimiento
especial
a
todos
los
deliveristas
que
repartieron
comida
a
Natalia
mientras
escribía
esta
historia.
Esta
historia
fue
editada
por
Camila
Segura
y
Luis
Fernando
Vargas.
Bruno
Scelza
hizo
el
fact-checking.
El
diseño
de
sonido
es
de
Andrés
Azpiri
con
música
de
Ana
Tuirán.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Paola
Alean,
Lisette
Arévalo,
Pablo
Argüelles,
Aneris
Casassus,
Diego
Corzo,
Emilia
Erbetta,
Camilo
Jiménez
Santofimio,
Rémy
Lozano,
Selene
Mazón,
Juan
David
Naranjo,
Ana
Pais,
Melisa
Rabanales,
Natalia
Ramírez,
Laura
Rojas
Aponte,
Barbara
Sawhill,
David
Trujillo,
y
Elsa
Liliana
Ulloa.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
de
Hindenburg
PRO.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
Check out more Radio Ambulante

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: Esto es Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. De niña, Ernesta Gálvez nunca tuvo una bicicleta. En su hogar, en Guerrero México, no había ni tiempo ni dinero. Mientras los chicos de su edad jugaban, ella y sus 10 hermanos vendían tortillas y helados para ayudar a sus papás… Qué íbamos a tener para una bicicleta, aunque deseáramos la bicicleta, un juguete, digo, nunca lo podíamos tener. Y así pasó su infancia sin subirse a una bici. También su adolescencia y la mitad de sus 20s. Se casó a los 25 años, en el 2005 y ese mismo año, quedó embarazada de su primera niña. Fue ahí que Ernesta y su esposo de entonces decidieron migrar a Estados Unidos. Querían darle una mejor vida a su hija. Dejó la posibilidad de trabajar como enfermera en México y llegaron a Corona, un barrio de Queens, en Nueva York… : Viven de todo tipo de latinos. Viven salvadoreños, ecuatorianos, mexicanos, dominicanos, de todos, de todos.Fue en un parque de ese barrio que Ernesta se subió a una bicicleta por primera vez. Sucedió a unos tres meses de dar a luz y se moría de miedo. Pero su esposo le ofreció enseñarle. Y me subí, me caí, me lastimé todo, pero me dice él: no, es que no debes de mirar los pies, tienes que mirar enfrente para que tú aprendas. Y así lo hizo: miró al frente, pedaleó, se agarró fuerte, y después de unos intentos más, dejó de caerse. Siguió practicando por unos días, mejorando su técnica. En ese entonces, llegar a su trabajo, en una lavandería en Bayside, otro barrio de Queens, le tomaba mucho tiempo y varios cambios de trenes y buses, así que comenzó a ir en bicicleta. Pero fue solo por un par de meses, porque hizo amigas en el trabajo que comenzaron a acompañarla en su misma ruta. Dejó la bici en el patio de su casa y se olvidó de ella por 10 años. Hasta que nació su tercer hijo… Su trabajo en la lavandería tenía una jornada larga, poco flexible. Quería salir menos de casa, y pasar más tiempo con sus tres niños. Y hablando con su esposo sobre el tema, tuvieron una idea. Me dice, hay una oportunidad de hacer delivery, ¿quieres aprender? Hacer delivery, es decir, volver a subirse a una bicicleta y ser repartidora de comida, como él. En Nueva York, estas personas se llaman a sí mismas deliveristas. La gran mayoría son inmigrantes. Vienen del sur de Asia, de África Occidental, pero principalmente de Latinoamérica, de países como Guatemala y México. Su esposo le explicó a Ernesta que tenía que bajarse una aplicación y registrarse. Practicó con la bici una semana más en su barrio y decidió lanzarse a trabajar en Manhattan, que era la zona de la ciudad con más restaurantes por persona. Ernesta no conocía bien Manhattan, pero pensó: ¿qué tan difícil puede ser? La primera vez que entré a Manhattan casi me mata un carro porque me le metí en medio. : Aún así le fue muy bien ese día. En cinco horas, consiguió cerca de 200 dólares y eso la motivó. Siguió intentándolo, una o dos horas al día. Aunque Manhattan, claro, se la seguía poniendo difícil: se perdía, tardaba mucho entregando los pedidos, se caía… En una de esas caídas llamó a su esposo… Yo le dije: “Este trabajo no es para mí, yo no voy a quedarme aquí, no voy a trabajar en esto”. “Pues como veas”. Y yo me quedé ahí llorando… Porque no basta con saber montar bicicleta para poder ser una deliverista en la gran manzana. Transitar en ella no es algo tan simple, incluso ahora que usamos aplicaciones como Google Maps. Toma práctica, en especial, si tienes que llegar rápido a tu destino. Implica entender cómo están divididas sus calles. La isla de Manhattan se puede describir como una rejilla, o lo que llaman grid. Tiene 12 avenidas verticales, numeradas de derecha a izquierda y 155 calles horizontales, numeradas de abajo hacia arriba. La quinta avenida es la principal y divide a la ciudad en dos. Con el tiempo, y con mucho esfuerzo, Ernesta lo fue entendiendo. Manhattan es un libro. Haz de cuenta que la rayita que tiene el libro es la… es la 5.ª Avenida, dice. De la 5.ª, de este lado es East sides y de la 5.ª de este lado es West sides.Y ese trabajo que al principio parecía imposible para ella… se volvió algo que disfrutaba. Lo hacía entre muchísima gente, autos, ruido, turistas, repartiendo todo tipo de comida… A nosotros que ya nos le agarramos amor a este trabajo, pues ya Manhattan ya es, como dicen en mi país, es pan comido : Pero la lucha más difícil vendría después. Y la enfrentaría, acompañada de miles de deliveristas más, en el corazón de Manhattan. Una pausa y volvemos. Ambulantes, hoy vengo a pedirles su ayuda. Radio Ambulante Estudios necesita de su comunidad hoy más que nunca para seguir haciendo periodismo que te informa y te acerca a América Latina. Somos una organización sin fines de lucro y la ayuda de nuestra comunidad es vital para hacer nuestro trabajo. Cualquier donación, no importa si es por una única vez o si decides hacerla de manera recurrente, es vital para nosotros. Si quieres ser deambulante, ingresa a radio ambulante punto org slash donar. ¡Mil gracias! Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra editora Natalia Sánchez Loayza nos cuenta esta historia. Cuando su hijo comenzó a ir al jardín infantil, Ernesta se volvió deliverista tiempo completo y salía a repartir con su esposo. Como ella se encargaba principalmente del cuidado de su niño pequeño, pronto se armó una rutina. Voy y dejo a mi hijo a la escuela, agarro mi bicicleta y me voy para Manhattan. El viaje que le espera es de al menos 45 minutos hasta su zona de reparto. Desde aquí, pues corro todo lo que es la 43 Avenida y agarro la Roosevelt Avenue. De ahí llego, cruzo el puente de Queensborough, agarro la segunda Avenida y llego a Lower o East Village. : Ahí se conecta a la aplicación, en la intersección entre la calle 14 y la Segunda avenida. Empiezo a trabajar como entre alrededor de a las nueve o diez. Tengo que salirme antes de a la una y media porque tengo que volver por mi niño.Lo recoge, hacen la tarea juntos y le da de comer. Y si veo que no estoy tan cansada, pues por lo regular casi no, entonces me regreso otra vez a Manhattan, vuelvo a entrar a las cinco o a las seis a trabajar y salgo hasta las nueve… nueve o diez de la noche y ya me vengo para la casa. Es una rutina que le parece sencilla y, en mayor parte segura. Lo único peligroso es el puente, pero de ahí no, no pasa más.Cuando hablé con ella, no se quejó en ningún momento de este trajín, pero estoy segura de que debe ser agotador. Aunque era algo que ella estaba dispuesta a hacer. Total, en ese tiempo, ser deliverista para una aplicación tenía sus cosas malas y sus cosas buenas. Así como quienes alquilan sus apartamentos en Airbnb o transportan gente con Uber, quienes reparten comida a través de aplicaciones son parte de un nuevo modelo laboral al que se le llama gig economy. Es un sistema muy similar al modelo de trabajador independiente o freelance, pero con la diferencia clave de que te conectas con un cliente usando aplicaciones o plataformas virtuales. Es un modelo en el que no hay jefes, ni contratos, ni horarios de oficina… Tú decides cuándo, cuánto y dónde trabajas, justo como quería Ernesta… Pero esto significa que no tienes un ingreso fijo. Tu principal fuente de ganancias son las propinas que da el cliente, que varía de persona a persona. Muchas veces podías elegir repartir cerca de restaurantes lujosos y ganar muy buenas propinas. Ernesta recuerda bien la propina más grande que ha recibido. Fue una propina de 145 dólares. Eran dos bolsas. Yo hasta pensé que el cliente se había equivocado. Y la mujer todavía me habla en español. “Todo es tuyo”, dice. Y todavía me dio una soda.Había ese tipo de satisfacción, pero, claro, a veces, los clientes no te dan ni un dólar. Además puede ser un trabajo muy solitario. Un deliverista maneja hasta su zona, abre la aplicación y, sin decir buenos días a nadie, empieza su jornada. Recoge el pedido y no tiene que hablar con los trabajadores de los restaurantes. En ocasiones, ni con los clientes. Los deliveristas dejan la orden en la puerta, toman una foto de prueba, se van y su pago llega a su cuenta de banco cada semana.Hablé con varios deliveristas que me contaron que habían tenido que encontrar su propia manera de combatir esta soledad. Algunos se ponían de acuerdo para repartir a la misma hora con amigos, otros con compatriotas, otros con sus familiares. Cuando no estaban recorriendo la ciudad, se encontraban en alguna esquina o un parque, y se acompañaban mientras les salía el siguiente pedido. Por ejemplo, en el caso de Ernesta, además de su esposo, ella repartía con un grupo de compatriotas mexicanos. Pero, de todos modos, para ella el trabajo se sentía un poco más solitario, pues en ese grupo, solo había otra mujer más aparte de ella. Solo dos años después de empezar a repartir, conoció a una deliverista más, y luego de unos meses, a otra… Entonces ya éramos cuatro mujeres, digo, no, ya somos más. Para ella era una alegría conocer a más mujeres, así no hablaran mucho o solo cruzaran miradas o saludos en las calles. Por supuesto, como cualquier otro ciclista de la ciudad, corres el riesgo de sufrir accidentes de tránsito y también robos de bicicletas. Y si algo te pasa, no tienes un seguro médico pagado por las aplicaciones. Pero, en general, para muchos migrantes, en especial aquellos que son indocumentados, poder conseguir un trabajo sin tener que presentar tantos papeles y solo registrándote en una aplicación puede significar una ventaja muy grande. Y así, ser deliverista, por lo menos hasta el 2019, era complejo, pero valía la pena. Hasta que llegó la pandemia. Y todo se transformó. La ciudad era muy como una ciudad fantasma. La ciudad ya no era la misma. Por ejemplo, hablando de Times Square. O sea, uno corría ahí y no había nada. Nada, nada, nada. Algo muy triste. Fue horrible.Sí, fue horrible. En pocos meses, Nueva York se convirtió el epicentro mundial de la pandemia. Y el barrio de Ernesta, Corona, junto con cuatro barrios más en Queens, se convirtieron en el epicentro del epicentro. El riesgo de contagio era muy grande y los más afectados estaban siendo las personas latinas y negras. Las aplicaciones, además, ante la avalancha de pedidos que recibían –y seguramente también por otras razones– decidieron cambiar las reglas del juego. La compañía mandó un mensaje que le ayudáramos por las personas que estaban encerradas en casa y todo, pues ya fue humanitario lo que hicimos. O sea, recorrer la distancia y ya.Ampliaron bastante las distancias de los pedidos. Según Ernesta, de pronto, el máximo de cuadras que tenías que recorrer se triplicó. Te podían llegar pedidos de lugares que estuvieran hasta a 30 cuadras… Muchos tuvieron que reemplazar sus bicicletas por unas eléctricas para así poder recorrer esos kilómetros a tiempo. Y bueno, son carísimas: pueden llegar a costar dos mil dólares. Como dijimos, Nueva York parecía un pueblo fantasma. Las calles habían quedado prácticamente vacías y los deliveristas, en sus nuevas bicicletas, podían correr más rápido que nunca… sin el tráfico, pero la soledad del trabajo se agudizó. Y como todo estaba cerrado al público, los restaurantes no les permitían a los deliveristas usar sus baños, ni comer adentro de sus establecimientos. A veces, ni les dejaban comprar comida. Les entregaban los pedidos guardando distancia. Sentíamos que éramos nosotros los que llevábamos la enfermedad porque ellos se tapaban totalmente y nos daban la comida nomás por la ventana. Algunos me contaron que se sentían discriminados. Ni los clientes querían tener contacto con ellos. Recordemos que era una época en la que realmente no sabíamos cómo funcionaba el virus y pensábamos que con solo tocar una superficie infectada, nos podíamos enfermar. Pero las aplicaciones no consideraban este factor. Las aplicaciones a veces nos exigían que teníamos que entregarle la comida.Personalmente, en la mano. A muchos de los compañeros de Ernesta terminaron bloqueándolos por eso mismo, porque al no tomar una foto del cliente sosteniendo el pedido, la aplicación decía que no tenía pruebas en caso de que su cliente dijera que no había recibido su comida. Además de ser bloqueados, las cuentas de los deliveristas también podían ser desactivadas por completo. Es la forma de ser despedido dentro de este modelo de trabajo. De nuevo, tuvieron que ingeniárselas. Mi estrategia cambió y yo les decía a mis compañeros: “Djanle en la puerta, tomarle fotos y ya”.Pero no solo era lo de los bloqueos. Peor aún, los deliveristas confirmaron otra sospecha muy frustrante. A pesar de que llevaran pedidos de restaurantes caros o recorrieran distancias muy largas, sus propinas permanecían bajas. Entonces, comenzaron a preguntárselo a los clientes. Algunos –los que sí se animaban a conversar con los repartidores– les confirmaron que las aplicaciones no les estaban dando sus propinas completas. Les mostraban sus celulares. Los montos no cuadraban. Y, como no eran empleados ni tenían realmente empleadores, no contaban con derechos que los protegieran por bloqueos o desactivaciones injustas, ni robos de salario. Solo podían intentar solucionar sus problemas con los servicios de atención al cliente de la empresa, lo cual casi nunca les funcionaba. La pandemia, además, complicó la flexibilidad de los horarios. Tenía que dividir mi tiempo, estar en casa todo, toda la mañana porque había clases por línea e irme en la tarde hasta las dos de la mañana a veces a quedarme a trabajar.Así, la jornada se volvió aún más larga y la economía más difícil pues nadie paga las horas que inviertes en ayudar a tus hijos a estudiar por Zoom. Y bueno, lo peor de todo fue que estar en la calle se volvía cada vez más peligroso. Entre los deliveristas se comentaba que, en medio de las calles vacías, a muchos repartidores los estaban asaltando para robarles sus bicicletas. Muchas veces, eran agredidos físicamente durante estos asaltos. Y unos pocos habían sido asesinados en los enfrentamientos. Y todo empeoró al poco tiempo, el 25 de mayo, con la muerte de George Floyd. Floyd es el hombre bajo la rodilla de un policía en Minneapolis, Minnesota, a quien se le escucha diciendo que no puede respirar, que le duelen el estómago y el cuello.Floyd era un hombre negro estadounidense que fue asesinado por un policía blanco. Su asesinato provocó protestas masivas en contra del racismo y la violencia policial en todo el país… Muy tenso también lo que se ha vivido en Nueva York, donde hay cientos de personas congregadas para otra jornada de protestas por la muerte de George Floyd luego de que anoche los ánimos se caldearon y hubo decenas de arrestos. [Manifestantes]: No justice, no peace, no justice, no peace…Nueva York no fue la excepción. Los neoyorquinos salieron a las calles a pesar de las restricciones de la pandemia. Estaban indignados, hartos del abuso policial. Las manifestaciones en Nueva York serían tan grandes que la ciudad entraría en su primer toque de queda después de 75 años. Según el alcalde, se impuso para proteger a la ciudad y a sus residentes. Yo lo recuerdo. Estuve en Manhattan en esos días. Por las noches había helicópteros de la policía sobrevolando la ciudad, pero en las calles la gente seguía protestando. Y quienes quedaron atrapados entre los manifestantes y la policía fueron los deliveristas. Para ellos, la ciudad casi vacía de repente era más segura que la ciudad llena de protestas. Ernesta recuerda aquella época como una de las más difíciles del 2020. Eso fue algo más espantoso para nosotros, porque a nosotros estábamos recogiendo la comida, entregándola, y encontrábamos a las personas metiéndose a los restaurantes, todo. Y pues a veces la policía decíamos: “No, pues nos van a confundir”. Y sí, varias veces los confundieron con los manifestantes. De hecho, algunos de sus compañeros fueron arrestados. Los hijos de Ernesta estaban muy preocupados por sus papás. Me llamaban: “Mami, te van a pegar, te van a arrestar, vente”. Y pues le decía: “No, es que tengo que trabajar, no hay de otra, tengo que trabajar”. El toque de queda duró una semana. Y a la mañana siguiente, el 8 de junio, comenzó la fase 1 de la reapertura de la ciudad. Centros comerciales, museos, gimnasios, bares y restaurantes reabrirían, poco a poco, en los siguientes meses… Era un intento de volver a la Nueva York de antes… Pero regresar a la normalidad ya no sería una opción para muchos deliveristas, incluida Ernesta. Luego de las protestas por el asesinato de George Floyd, Ernesta siguió trabajando, repartiendo comida casi en las mismas condiciones precarias: teniendo problemas con las propinas, recorriendo grandes distancias. Las marchas, que duraron un par de meses, cesaron, pero la calle seguía siendo insegura. De hecho, un reporte de la ciudad calculó que 8 deliveristas fallecieron en el 2020 mientras trabajaban repartiendo comida. Ernesta ya había escuchado de un grupo más grande de deliveristas que se estaban juntando para buscar cambios en sus condiciones laborales. Se lo contaron algunas compañeras, pero no había averiguado más. Ella no lo sabía, pero todo había comenzado con él: Mi nombre es Sergio Gustavo Ajché. Soy guatemalteco y vivo acá en la ciudad de Nueva York desde el 2004.Dos días después de haber llegado a Nueva York, Gustavo se convirtió en deliverista. Mucho antes de que las aplicaciones dominaran el mercado. Y recuerda que las condiciones eran muy diferentes… La diferencia más grande, por ejemplo, era que tus jefes eran los dueños o los administradores de los restaurantes… Al estar antes con un patrono era diferente, porque a veces te decía que donde estás, qué a qué horas vas a venir o también si era tu cumpleaños, hay lugares donde te celebraban el cumpleaños o hay veces que fiestas ¿no? Como navidad o día de acción de gracias, patrón hacía algo para uno. La seguridad y el bienestar del repartidor, además de su sueldo, dependía de los dueños de los establecimientos, como con cualquier otro trabajador de la ciudad. Muchas veces, cuando no había pedidos, el repartidor hacía otras tareas, como lavar los platos o ayudar en las cosas más básicas de la cocina. Es decir, algunos tenían sueldo fijo y otros lo complementaban con propinas, y por supuesto, tenían derechos… como seguro médico en caso de accidentes laborales o una pensión cuando se jubilaran. No era un trabajo perfecto, por supuesto, había mucha informalidad y los jefes podían no seguir las leyes. Pero ya con esto de las aplicaciones, al ser uno contratista independiente, uno está a la suerte de uno mismo, ¿no?Muchos deliveristas como él dejaron de repartir para un solo restaurante y comenzaron a trabajar para diferentes aplicaciones cuando aparecieron. A veces, como su único trabajo; otras, para tener un ingreso extra. Según Gustavo, se empezó a correr la voz entre sus amigos guatemaltecos de que era un trabajo en el que podían ganar muy buen dinero. Las aplicaciones en su principio, cuando llegaron a la ciudad, eran buenísimas. Muchos hicieron mucho dinero porque también había opción de usar más de una aplicación a la misma vez simultáneamente. Por ejemplo, según él, en el 2017, en un buen día, podías hacerte unos 150 o 200 dólares en solo cuatro horas de trabajo. En promedio, ese mismo año, un cocinero o un mesero ganaba entre 55 y 60 dólares por la misma cantidad de horas. La diferencia era grande. Yo decía: “¡Wow, buenísimo!” Era algo extra. Gustavo solía creer que ganar más dinero compensaba los riesgos y las responsabilidades de no tener un jefe… Pero al igual que Ernesta, durante la pandemia, se dio cuenta de que había serios problemas con el modelo laboral de las apps. El tema del pago siempre había sido confuso. No había un estándar. Cada empresa tenía una estructura diferente para pagarte. Relay, una de esas aplicaciones, te pagaba por hora, pero las demás, de hecho la mayoría, optaba por darte otro sistema. Las aplicaciones te dan un mínimo por delivery. Entonces… más la propina. Entonces a veces por orden, depende más de la propina que puedas hacer por una entrega 4,5,6,7 dólares, pero depende más de la propina.Ya hemos dicho que depender de las propinas generaba bastante inestabilidad. Pero ese pago mínimo o pago base tampoco era fijo. Algunas aplicaciones decían que consideraban las distancias, los minutos y otros factores adicionales, desconocidos para los deliveristas. Durante la pandemia los montos base podían cambiar de la noche a la mañana. Además, si una aplicación creía que entregar tu pedido te tomaba, digamos, 20 minutos y el restaurante se tardaba mucho en prepararlo, la aplicación no te pagaba ese tiempo extra. Y encima de todo, les habían ampliado las distancias y recordemos que no les estaban pagando las propinas por completo. Habían clientes que eran buenos, te preguntaban: “Oye, ¿recibiste la propina que te di? Te di 15 dólares, te di 20”, y en la plataforma te aparecía un monto de dos, tres dólares.Todo esto se juntaba con lo que ya explicamos: el tema del baño y la comida, el riesgo de contagio… Y si seguían trabajando en esto es porque muchos no tenían otra opción. Pero fue principalmente por la inseguridad que enfrentaban en las calles, en especial durante el periodo de las protestas por el asesinato de George Floyd, que Gustavo y otros compañeros formaron un grupo de WhatsApp. Era una manera de cuidarnos. Cuando ya escuchábamos que venían las protestas por allá, nos regamos la voz, decíamos: “En tal punto ahí están los de la manifestación, no se acerquen”, y nos alejábamos de esa área y mirábamos que la aplicación nos quería llevar para allá, le rechazamos las órdenesAl grupo de WhatsApp le pusieron Deliveristas Unidos y, en ese momento, tenía alrededor de 40 miembros. La mayoría de ellos eran guatemaltecos. Pero, aunque encontraran maneras de cuidarse entre ellos, el solo grupo de WhatsApp no podía cambiar los problemas estructurales de trabajar con las apps. Algunos meses después, el 8 de octubre de 2020, un amigo de Gustavo le contó que unos 30 o 40 compañeros en su mayoría guatemaltecos habían decidido hacer un plantón frente a una estación de policía en Manhattan. Habían escogido ese lugar porque decían que ellos no los ayudaban cuando les robaban las bicicletas ni los protegían de la violencia en la calle. Es más, que muchas veces los habían tratado como criminales, arrestándolos durante las protestas, cuando solo estaban haciendo su trabajo, que, además, era considerado esencial. Gustavo llamó a uno de esos deliveristas y le dijo: Lo que hicieron está bien, pero con ir a gritarle a dos o tres agentes de la policía no van a hacer nada. Y en ese momento Gustavo tuvo una idea: hacer una marcha que recorriera la ciudad para que más gente se enterara, no solo de los problemas de seguridad, sino también sobre todos sus otros reclamos. : El acceso a los baños, la transparencia, que no nos roben las propinas, la seguridad. No estábamos pidiendo tanto.Lo que querían todos. Pensó que era hora de convocar a más gente, a todos los deliveristas que conocía. Mandó mensajes por WhatsApp, hizo llamadas, compartió la información en redes sociales y les pidió a todos que hicieran lo mismo. Pautaron la cita para salir a marchar el 15 de octubre, a las 2 de la tarde, solo una semana después del plantón de los deliveristas guatemaltecos. De ahí fue cuando se creó esa ruta tonta a la vez porque muy larga, desde la 79 hasta City Hall. Una ruta de unos 9 kilómetros. Comenzarían cerca de la misma estación de policía y bajarían en sus bicicletas por la avenida Broadway, hasta llegar a City Hall, el ayuntamiento donde suelen desembocar las protestas en Nueva York. Ese día, Gustavo llegó un poco tarde porque estaba en su otro trabajo, de obrero de construcción. Se unió por la calle 34, cerca del Empire State, cuando el grupo ya había recorrido como unas 45 cuadras. Y cuando vio cuántos eran, se impactó. Te digo cuando yo vi venía mucha gente y todos gritando bocinando ti-ti-ti…Y es que, a pesar de que Gustavo sabía que sus compañeros más cercanos acudirían a su llamado, nunca esperó que fueran tantos. En City Hall, solo los esperaban un concejal y unos cuantos periodistas. Algunos estiman que fueron unos pocos cientos y otros, al menos, 800 deliveristas los que se unieron a la marcha aquella tarde. Fue la primera vez en Nueva York, que tantos de ellos estaban reunidos en un mismo lugar. Los medios comenzaron a prestarles atención. Dos o tres días después fue cuando empezaron las llamadas, pero no todos tenían la valentía de hablar a un micrófono o a hablar con alguien que no conocían como un reportero.Pero Gustavo sí sentía cómodo. Y todas las llamadas comenzaban con una versión de la misma pregunta: “¿Quiénes son? ¿Cómo se llaman?” Y Gustavo respondía con el nombre de su grupo de WhatsApp. Entonces de ahí surgió de que éramos los Deliveristas Unidos, porque no éramos solos los guatemaltecos ni mexicanos, éramos de diversas nacionalidades. Entonces usar el espanglish de los Deliveristas Unidos y quedarnos con ese nombre. Así fue cómo se creó formalmente el grupo de Los Deliveristas Unidos. Y Gustavo se convirtió en el fundador del movimiento. Formaron alianzas con concejales, académicos, sindicatos de la ciudad y organizaciones activistas, principalmente, con el Proyecto de Justicia Laboral. En lo que quedó del año, los Deliveristas Unidos siguieron creciendo. De hecho, en un estudio que el grupo hizo junto con el Proyecto de Justicia Laboral y la Universidad de Cornell encontraron que, durante la pandemia, el número aproximado de deliveristas en Nueva York había llegado a 65,000. Las aplicaciones, por su lado, cerraron el 2020 con récords de venta. Por ejemplo, en diciembre, DoorDash empezó a cotizar en la bolsa de valores. Todo mientras las ganancia por hora sin propinas de los deliveristas era en promedio casi 8 dólares, tan solo un poco más la mitad del sueldo mínimo de cualquier empleado de la ciudad, que es 15 dólares por hora. Sobre el tema, las apps declararon que estaban dispuestas a escuchar feedback y que el sueldo promedio era más alto del que decían los deliveristas. Relay, además, negó que no estuviera pagando las propinas completas. Contacté a las aplicaciones más usadas para pedir comida en Nueva York. DoorDash y GrubHub no quisieron darnos una entrevista, solo nos mandaron comunicados de prensa en los que DoorDash dijo que el pago por hora era de casi 29 dólares, aunque no nos explicaron cómo llegaron a esa cifra; y GrubHub aseguró que alienta a sus clientes a dar al menos 20% de propina. UberEats se negó a comentar.Ahora que los deliveristas sabían cuántos podrían ser, no detendrían sus reclamos. Una pausa y volvemos. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Antes de la pausa escuchábamos la manera en que la pandemia transformó cómo trabajaban los deliveristas en Nueva York, y cómo un grupo de ellos estaba inconforme con esto. Convocaron una primera marcha para protestar, pero el 2020 terminó sin ningún cambio. Por eso, tendrían que intentar una vez más. Natalia nos sigue contando.Ya en febrero de 2021, los Deliveristas Unidos y sus aliados seguían demandando un cambio y, esta vez, su pedido era más concreto. Se empezó a hablar de un paquete legislativo. Eran seis leyes con las que la ciudad podría regular a las aplicaciones. En esencia, exigían que las aplicaciones permitieran que los deliveristas eligieran la distancia que recorren sin penalidad, y que no podían obligarlos a cruzar puentes ni túneles. También, que las apps agregaran en sus acuerdos con los restaurantes que estos se comprometieran a dejar que los deliveristas usaran sus baños. Y, finalmente, pedían que hubiera transparencia con las propinas y que todas las aplicaciones les dieran un pago por hora fijo. Así no seguirían dependiendo solamente de lo que los clientes les dieran. Representaban un cambio radical en la lógica del modelo económico de las aplicaciones. Si las mejoras no venían de parte de las aplicaciones mismas, exigían que las leyes de la ciudad los protegieran. El grupo decidió que era momento de movilizarse otra vez para presionar a que se aprobara el paquete legislativo… Iban a salir a las calles. Y esta vez no querían ser cientos, sino miles. El grupo de WhatsApp de Gustavo no iba a ser suficiente para convocarlos… Así que imprimieron volantes, hablaron uno a uno con deliveristas. Tenían esperanza de lograr una marcha masiva, pero no tenían certeza de que lo lograrían. Así fue cómo Ernesta se enteró y se preparó para acompañarlos a protestar. Como ya habíamos dicho antes, Ernesta solía salir a repartir junto con su esposo y sus compañeros mexicanos. Ellos siempre se mantenían en contacto. Algunos habían ido a la primera marcha, la que organizaron Gustavo y sus conocidos en tan solo una semana. A Ernesta le había llamado un poco la atención, pero no fue porque estaba ocupada esa vez. Y fueron esos mismos compañeros quienes, un día de abril de 2021, le contaron que habría una segunda movilización y que sería más grande. Me dijeron: “No, pues vamos a unirnos”. Es para que nos den permiso al baño, para que nos den más derecho, que somos deliveristas, que vean que estamos unidos.Ernesta todavía no sabía más detalles, pero la idea le gustó. Unos días antes, había leído en las noticias que un deliverista había sido asesinado mientras intentaban robarle su bicicleta. Le pareció una injusticia. Le digo: “¿Pero quiénes van a ir?” “No, pues, todos”. Y ya pues voy, me voy de chismosa. La cita era para el 21 de abril del 2021. Esta vez se reunirían en Times Square. Y, de nuevo, marcharían juntos hacia City Hall. Gustavo fue uno de los primeros en llegar al punto de encuentro. Desde las 10 de la mañana, en Times Square, comenzó a transmitir en vivo por la cuenta de Facebook de los Deliveristas Unidos. Seguía convocando gente. Buenos días. Buenos días a los que se estarán conectando. Buenos días. Esperemos que se acerquen, que vengan acá a la marcha que tenemos programada para las 2 de la tarde. Pero ya nos encontramos acá.Los deliveristas comenzaron a llegar. En bicicletas y motocicletas… y empezaron a ocupar todo el ancho de la Séptima Avenida. Buenas. Estamos… está llegando la gente. Estamos un buen grupo ya. Esperemos que más venga. Levantaban carteles con consignas como “Las propinas no son salarios”, “I love New York”, y gritaban en español… Sí se puede, sí se puede, sí se puede… Y colgadas en sus espaldas o sobre sus vehículos, llevaban las banderas de cada uno de sus países. En Nueva York siempre ha habido protestas, pero esta se veía diferente. Era una manifestación de inmigrantes, la gran mayoría Latinoamericanos, que estaba sucediendo entre los rascacielos, y las pantallas y las tiendas de Times Square. Los deliveristas detuvieron el corazón de Manhattan. Todavía no se movían de su sitio. Los taxis amarillos, los buses y los autos les tocaban las bocinas para que avanzaran. En respuesta, los deliveristas, detenidos hasta que se diera la orden de seguir, también hacían lo mismo, mientras ponían a todo volumen Gimme the Power de Molotov. Hay personas que se están enriqueciendo. Gente que vive en la pobrezaCuando decidieron avanzar parecía que no cabía nadie más en la intersección de la Séptima Avenida con la calle 42. Y mientras iban bajando montados en sus bicicletas, los policías, molestos con los deliveristas porque no habían pedido el permiso necesario, iban cerrando las calles, parando el tránsito, abriéndoles camino para que pudieran pasar. Los deliveristas eran más. Y en cada cuadra, se iban uniendo aún más. Los que protestaban iban reclutando a cualquier repartidor que se encontraran en la calle. Cuando entraron a la calle 14, por el East Village, Ernesta y otros compañeros de esa zona, estaban esperándolos. Desde donde estaban, no los podían ver, pero sí los escuchaban. Demasiada gente. El ruido que venían haciendo, habíamos dicho: “¡No!, vamos a paralizar Nueva York”. Nunca habíamos hecho esto. Pues nos emocionamos. Nos metimos. Estábamos contentos todos.Ese día, había pronóstico de lluvia, pero, de pronto, comenzó a granizar. Ernesta se refugió un rato, pero después reconoció a Gustavo y se unió de nuevo… Entonces como yo iba nada más detrás de ellos, iba siguiéndolos. Pero sí fue impresionante. Continuaron bajando desde la calle 14 hasta el final de la isla, hasta City Hall. Esta vez fue diferente. No… fue más emocionante. Pensábamos que no iba a haber, este, periodistas. No… cuando vimos demasiados periodistas. No, pues esto va para más.Esta segunda marcha había sido un éxito. No solo habían conseguido la atención de varios concejales y de muchos medios, que los esperaban en City Hall, sino que llegaron a ser más de 3 mil deliveristas marchando ese día. Una semana después, el paquete legislativo entró oficialmente a la agenda del Concejo Municipal de la ciudad y tendría que ser debatido. Era la primera vez en todo el país que se proponía un pago por hora para deliveristas de aplicaciones. Y Nueva York, por fin, los iba a escuchar. Pero tomaría meses. En ese lapso, Ernesta se involucraría más en la lucha por sus derechos y conocería a más de 70 mujeres deliveristas. Ya no solo salía de casa para trabajar, sino también para reunirse con sus compañeros. Por su parte, Gustavo seguiría organizando a los Deliveristas Unidos. El 23 de septiembre de 2021, un poco menos de un año después del primer plantón de los deliveristas guatemaltecos, el Consejo Municipal de la ciudad votaría para determinar si aprobaban o no las leyes. Decenas de deliveristas se juntaron en un parque frente a City Hall… Entonces organizamos ese día que iba a haber comida para los repartidores, reparación de bicicletas a los repartidores ahí en el City Hall, Era un día fresco. Esperaban mientras compartían comida, daban declaraciones a la prensa y conversaban. Finalmente, temprano por la tarde, Gustavo recibió la noticia: habían ganado. Había pasado todo el paquete legislativo. Gustavo los convocó, les contó la noticia y les agradeció a todos por unirse. Y les contó que no solo habían ganado sino que habían obtenido 40 votos a favor y 3 en contra. Estaban felices. Sí se pudo, sí se pudo, sí se pudo.Ernesta también celebró la noticia. Nos anuncian. Y no, pues, ya, valió la pena dejar a mi hijo a veces, porque hay días que me voy para la organización o que hay una reunión, los dejo y me tengo que ir para allá. Los medios pronto dieron la noticia… Y miles de repartidores de comida y sus familias obtuvieron una histórica victoria hoy en la ciudad de Nueva York con la aprobación de varias leyes que les garantiza derechos y protecciones Por ley, ahora los deliveristas tienen derecho a usar los baños de los restaurantes de toda la ciudad y las aplicaciones deben comunicar claramente cuánta propina recibirán por cada domicilio. Y, quizá lo más revolucionario de todo es que los deliveristas tendrán derecho a una paga horaria. No dependerán solamente de lo que les den los clientes. Para Gustavo y algunos de sus compañeros el siguiente paso es algo más ambicioso… El sueño es ese, quizás un día contar con el propio sindicato de los Deliveristas Unidos. Y Ernesta, por su parte, se siente muy orgullosa de lo que han logrado… Sin ser un sindicato hemos logrado mucho. Imagínese: primer sindicato inmigrante a nivel país nivel.La comunidad de Ernesta ha crecido y ya no se siente tan sola en su trabajo. Ella, Gustavo y los demás deliveristas se atrevieron a enfrentar a compañías multimillonarias y, contra todo pronóstico, consiguieron mucho de lo que estaban pidiendo… aunque siempre haya sido lo mínimo que merecían. Al cierre de esta historia, casi todas las leyes que fueron aprobadas en 2021 han entrado en vigor. La única excepción es el pago por hora para los deliveristas. El Departamento de Protección al Consumidor y al Trabajador de la Ciudad de Nueva York todavía no ha establecido cuál será el monto de este pago. Entre el 2021 y el 2022, Ernesta se convirtió en coordinadora de las mujeres que forman parte de los Deliveristas Unidos. Ahora ayuda de manera independiente a su comunidad y no pertenece a ningún grupo. Gustavo sigue siendo el fundador líder de los Deliveristas Unidos. Gracias a María Figueroa de la Universidad del Estado de Nueva York, al deliverista Manny Ramírez y a Monxo López del Museo de la Ciudad de Nueva York por su ayuda en esta historia. También a Marco Avilés y a Aaron L. Morrison de la escuela de periodismo de CUNY. Y un agradecimiento especial a todos los deliveristas que repartieron comida a Natalia mientras escribía esta historia. Esta historia fue editada por Camila Segura y Luis Fernando Vargas. Bruno Scelza hizo el fact-checking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri con música de Ana Tuirán. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Lisette Arévalo, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Camilo Jiménez Santofimio, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, y Elsa Liliana Ulloa. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa de Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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