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Radio Ambulante - Los extraterrestres

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15
30

Una invasión marciana llega a Quito, Ecuador.

En febrero de 1949, Radio Quito transmitió una adaptación de "La guerra de los mundos", de H. G. Wells. La historia de la supuesta invasión marciana puso a la capital ecuatoriana de cabeza, y terminaría con un final trágico e inesperado.

--

Responderemos tus preguntas sobre este episodio en un Facebook Live el próximo viernes 17 de enero a las 12 p.m. ET. Puedes verlo en este enlace.

Lisette
Arévalo
Hola
ambulantes,
¡feliz
año!
Si
siguen
este
podcast,
seguramente
ya
han
escuchado
mencionar
Lupa,
nuestra
nueva
aplicación
para
aprender
español.
Con
Lupa,
los
estudiantes
de
nivel
intermedio
tienen
la
ayuda
tecnológica
justa
para
entrenar
su
oído.
Esta
aplicación
te
pone
a
escuchar,
para
aprender
español
cómo
realmente
se
habla
en
Latinoamérica.
Bueno,
menciono
Lupa
porque
el
episodio
de
hoy
—además
de
ser
realmente
muy
bueno—
es
especial.
Está
disponible
en
Lupa
desde
ya.
Si
tienen
algún
amigo
o
familiar
que
podría
comprender
esta
historia
y
estudiarla
a
la
vez,
Lupa
es
para
ellos.
Más
info
en
lupa.app
OK,
ahora
el
episodio.
Una
advertencia:
en
el
episodio
de
hoy
escucharán
algunas
palabras
que
no
son
aptas
para
niños.
Se
recomienda
discreción.
Radio
Quito,
la
voz
de
la
capital.
Van
cantando
por
la
sierra…
Silencio
que
está
dormida…
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Interrumpimos
el
programa
de
música
nocturna
para
entregarles
un
cable
urgente
de
noticias.
Este
audio
es
una
recreación
de
una
radionovela
transmitida
en
vivo
el
12
de
febrero
de
1949
en
Quito,
Ecuador.
Por
eso
en
el
episodio
a
veces
van
a
escuchar
algo
así:
Radio
Quito,
la
voz
de
la
capital.
Lo
añadieron
en
esa
recreación
que
les
contaba.
Pero,
sigamos.
Según
un
informe
de
nuestros
reporteros,
una
inmensa
bola
de
humo
y
fuego
ha
descendido
sobre
la
ciudad
de
Latacunga.
Latacunga
queda
a
un
par
de
horas
de
Quito.
Y
la
radionovela
que
estamos
escuchando
es
“La
guerra
de
los
mundos”,
una
adaptación
del
libro
de
H.
G.
Wells.
Fue
transmitida
por
el
periodista
Leonardo
Páez
en
la
radio
donde
trabajaba
como
director
artístico:
la
Radio
Quito.
Los
ciudadanos
muy
confundidos
han
visto
con
asombro
como
al
disiparse
la
nube,
dejaban
ver
unos
grandes
discos
plateados
con
brillantes
luces.
Su
actitud
es
hostil.
Un
potente
rayo
procedente
de
estas
extrañas
naves
está
destruyendo
la
ciudad.
Más
adelante
entenderán
por
qué
estamos
oyendo
una
recreación
y
no
la
original,
pero
sonaba
muy
parecido
a
lo
que
acabamos
de
escuchar.
Ella
es
Lisette
Arévalo,
nuestra
productora.
Puede
que
algunos
de
ustedes
sepan
que
una
adaptación
de
esta
misma
obra
fue
transmitida
en
Nueva
York.
Pero
para
los
que
no,
les
cuento:
el
actor
Orson
Welles
transmitió
su
adaptación
de
esa
novela
por
la
estación
radial
de
CBS
el
30
de
octubre
de
1938,
en
vísperas
de
Halloween.
Fue
tan
bien
hecha,
que
muchos
pensaron
que
era
real.
Creyeron
que
los
marcianos
estaban
invadiendo
su
ciudad
y
entraron
en
pánico:
se
dice
que
la
gente
comenzó
a
salir
de
sus
casas,
fueron
a
las
iglesias,
entraron
en
shock
y
corrían
por
las
calles.
Y
once
años
después,
Leonardo
Páez
decidió
hacer
lo
mismo
en
Ecuador.
Páez
murió
en
1991,
pero
escribió
un
libro
que
se
llama
“Los
que
siembran
el
viento”
donde
cuenta
qué
pasó
el
día
que
transmitió
esta
radionovela.
Hoy
van
a
escuchar
un
poco
de
lo
que
escribió.
Y
de
esto
se
trata
la
historia
de
hoy:
supuestos
marcianos
invadiendo
una
pequeña
ciudad
en
la
mitad
del
mundo
y
los
resultados
inesperados
de
esta
transmisión
radial.
Lisette
nos
sigue
contando.
Antes
de
entrar
en
esta
historia,
es
importante
entender
cómo
era
Quito
en
1949.
Una
ciudad…
Pequeña.
Uy,
muy
tranquila.
Las
calles
eran
un
poco
más
angostas.
Colonial
totalmente,
empedrada.
En
muchos
barrios
no
había
agua,
tampoco
luz.
Las
cosas
hacíamos
a
pie.
Y
se
comunicaba
cara
a
cara
y
en
encuentros
personales
en
el
centro
de
Quito.
La
mayoría
de
gente
era
buena.
Se
podía
salir
a
cualesquier
hora
de
la
madrugada,
de
la
noche.
Y
nosotros
felices,
se
vivía
bien.
Y
en
ese
tiempo
tan
tranquilo,
sin
internet,
sin
celulares,
ni
televisión.
El
punto
de
encuentro
de
todos
en
todo
lado
era
la
radio.
Era
lo
único.
Esta
es
mi
tía
abuela
Mercedes
Gross,
que
tiene
78
años,
y
este
es
Fabián
Melo,
de
la
misma
edad.
El
radio
era
un
elemento,
un
mueble
que
le
teníamos
ahí,
pero
poníamos
una
franelita
encima
para
que
no
se
empolve
(risas).
Porque,
claro,
era
una
de
las
piezas
más
valiosas
que
alguien
podía
tener
en
su
casa.
Había
que
cuidarlo.
Pero
no
todos
los
quiteños
tenían
un
radio,
para
nada.
Aurora
Pazmiño
tiene
81
años
y
me
dijo
que…
No
había
muchos
radios
ni
luz
entonces
la
gente
solía
poner
los
parlantes
o
el
radio
afuera.
Entonces
la
gente
se
amontonaba
ahí
para
oír
los
pro…
los
programas.
Programas
de
noticias,
de
música
en
vivo,
procesiones
religiosas,
entrevistas
con
políticos.
Había
muchas
formas
de
escuchar
la
radio,
pero
casi
siempre
era
en
grupos:
vecinos,
amigos,
o
familiares.
En
especial
en
la
noche,
cuando
pasaban
las
radionovelas.
¿Dónde,
dónde
está
la
casa?
Ya
nos
hemos
alejado
mucho
del
convento.
Ya
llegamos.
Ya
llegamos
¿Veis
aquella
casa
junto
a
la
fuente
del
sapo?
Sí,
sí.
Y…
y
oigo
algunas
voces
también.
Radionovelas
como
esta,
que
a
pesar
de
que
es
del
68
se
parece
mucho
a
las
que
se
oían
a
finales
de
los
años
cuarenta.
Esta
que
acabamos
de
oír
cuenta
la
leyenda
quiteña
del
Padre
Almeida.
Y
solo
para
que
sepan
de
qué
va:
es
sobre
un
cura
que
vivía
en
un
convento
a
finales
del
siglo
18
y
se
escapaba
de
ahí
todas
las
noches
para
tomar
aguardiente
y
visitar
burdeles.
Para
crear
estas
radionovelas,
las
radios
tenían
un
equipo
dedicado
a
su
producción:
actores,
sonidistas,
directores,
libretistas.
Guillermo
Villalba
tiene
98
años
y
trabajaba
como
locutor
en
la
Radio
Comercial
de
Quito.
Cada
radio
tenía
su
equipo
de
técnicos,
sonidos.
Y
ahí
teníamos
los
aparatos
para
simular
que
viene
el
caballo,
que
está
lloviendo
con
papeles,
con
puertas,
simulando
las
novelas.
A
la
gente
le
encantaba
escucharlas.
Es
más,
era
la
forma
más
popular
de
entretenimiento.
La
gente
podía
imaginarse
miles
de
historias
en
la
cabeza,
pintar
como
quisieran
las
escenas
que
narraban
los
locutores.
En
ese
tiempo,
una
de
las
radios
más
escuchadas
por
los
quiteños
era
esta
que
ya
mencionamos:
la
Radio
Quito,
fundada
por
el
dueño
del
diario
El
Comercio,
uno
de
los
más
grandes
del
país.
Era
considerada
una
de
las
estaciones
más
confiables
para
enterarse
de
las
noticias.
Aurora
Pazmiño,
una
oyente
fiel,
se
acuerda
con
mucho
cariño
de
esa
emisora.
Ahí
se
pasaban
los
mejores
programas,
especialmente
un
programa
que…
donde
cantaban
los
mejores
artistas.
Se
llamaba
Cantares
del
Alma.
Se
presentaban
en
ese
entonces
Benítez
y
Valencia
que
eran
todavía
jovencitos.
Para
tus
recuerdos.
El
dúo
Benítez
y
Valencia
era
uno
de
los
grupos
musicales
de
pasillos
más
famosos
del
Ecuador.
El
fantasma
quien
dijo…
Cuando
los
quiteños
sabían
que
ellos
iban
a
tocar
en
la
radio,
no
se
lo
perdían
por
nada.
Y
así
fue
el
día
que
se
transmitió
la
Guerra
de
los
Mundos,
ese
12
de
febrero
de
1949,
minutos
después
de
las
nueve
de
la
noche.
La
radio
ya
había
anunciado
que
iban
a
tocar,
así
que
mucha
gente
sintonizó
la
emisora.
Era
un
sábado,
de
noche.
Mi
abuelo
José
Antonio
Gross
tenía
17
años
y
estaba
con
sus
amigos,
parados
en
la
calle
afuera
de
un
restaurante,
y
la
dueña
del
local
sacó
su
radio
para
escuchar
la
música
con
la
gente
del
barrio.
Estábamos
oyendo
a
Benítez
y
Valencia,
el
mejor
dúo
que
ha
habido
en
el
Ecuador,
y
el
locutor
dijo:
Interrumpimos
el
programa
de
música
nocturna
para
entregarles
un
cable
urgente
de
noticias.
Según
un
informe
de
nuestros
reporteros…
Entonces
paró,
se
hizo
silencio
y
después
nuevamente
el
locutor
siguió
hablando.
¡Esto
es
inaudito!
¡La
gente
corre
por
las
calles!
¡No
puede
escapar!
¡Radioescuchas,
la
ciudad
de
Latacunga
ha
sido
destruida
por
los
extraterrestres
en
forma
de
una
nube
se
dirige
a
Quito!
¡Repito:
se
dirige
a
la
ciudad
de
Quito!
Y
después,
nuevamente
paró,
dice:
Última
hora,
tenemos
un
informe
de
la
base
aérea
Mariscal
Sucre.
Los
extraterrestres
están
ahora
en
Cotocollao.
¡La
base
aérea
Mariscal
Sucre
ha
sido
tomada
por
el
enemigo
y
esta
ha
sido
destruida!
¡Están
exterminándolo
todo!
Ahí
nos
asustamos.
Todo
el
mundo
se
lo
creyó:
los
marcianos
habían
invadido
Ecuador
y
en
cuestión
de
minutos
llegarían
a
Quito.
Y
es
que
las
descripciones
de
esa
supuesta
invasión
eran
tan
verosímiles
e
impactantes
que
muchas
personas
todavía
lo
recuerdan.
Diciendo
que
habían
caído,
digamos,
unas
naves
espaciales
que
eran…
parece
que
platillos
voladores.
Esta
es
Aurora
otra
vez.
Ella
tenía
11
años.
Y
habían
caído
unos
hombres
pequeños,
decían,
pero
muy
fuertes.
Y
que
avanzaban
con
mucha
agilidad
y
donde
iban
ellos
pasando
iban,
digamos,
quemando
y
destrozando
a
toda
la
gente.
Aurora
escuchó
esto
y
quedó
en
shock.
No
sabía
qué
hacer.
En
ese
momento
sus
padres
entraron
a
su
habitación
y
le
dijeron
a
ella
y
a
sus
hermanos:
“Levántense,
guaguas,
y
pónganse
en
ora…
en
oración,
pidan
a
Dios”.
No
fueron
los
únicos
que
se
pusieron
a
rezar.
Este
es
Fabián
Melo,
quien
tenía
8
años
en
ese
entonces.
Nos
pusimos
todos
nerviosos
y,
entonces,
ahí
salió
mi
mamá
y
la
abuela
a
hacer
las
oraciones
y
a
juntarnos
y
a
abrazarnos
para
protegernos
de
lo
que
no
sabíamos
qué
es
lo
que
iba
a
pasar.
Y
es
que
el
pánico
se
comenzó
a
sentir
por
todas
partes
en
la
ciudad.
Yo
me
acuerdo
clarito
que
decían:
“Ya
vienen.
Es
una
flota
inmensa”.
Ella
es
Mercedes
Gross,
otra
vez,
mi
tía
abuela.
Tenía
8
años
cuando
pasó
esto.
“¿Qué
nos
irán
hacer?
Una
flota
terrible
de
los
marcianos”.
Y:
“Escóndanse.
Guárdense.
No
salgan.
Cuidado
los
niños
a
la
calle”.
Mi
tía
abuela
no
entendía
bien
lo
que
estaba
pasando.
Era
tan
solo
una
niña
y
todo
le
parecía
muy
confuso.
Pero
recuerda
ver
a
su
papá
angustiado,
diciéndoles
que
no
salieran
de
la
casa.
Para
muchos,
esto
era
el
fin
del
mundo.
Como
para
la
mamá
de
José
Laso.
Él
tenía
10
años
y
estaba
escuchando
la
radionovela
con
su
familia
en
la
sala
de
la
casa
de
sus
abuelos.
Y
entonces,
mi
mamá
era
desesperada.
Buscaba
dónde
protegernos.
Entonces,
había
un…
supuestamente
había
un
sótano
en
esa
casa
y
quería
meternos
ahí.
Los
teléfonos
de
Radio
Quito
no
dejaban
de
sonar
porque
la
gente
llamaba
a
preguntar
si
era
cierto
lo
que
estaba
pasando.
Pero,
a
pesar
de
esto,
los
locutores
no
pararon
la
transmisión.
Decían
que
toda
la
información
que
estaban
compartiendo
venía
de
agencias
internacionales
confiables
y
del
diario
El
Comercio.
Es
más,
hasta
el
verdadero
jefe
de
información
del
periódico
salió
hablando
y
entregó
un
boletín
de
información
sobre
la
supuesta
invasión
marciana.
Y
para
que
pareciera
más
real,
contrataron
a
actores
que
interpretaban
el
papel
de
autoridades
ecuatorianas.
Ciudadanos,
como
ministro
de
Defensa,
pido
a
los
ciudadanos
de
Quito
mantener
la
calma.
Estamos
organizando
la
defensa
y
evacuación
de
la
ciudad.
Tenemos
en
este
momento
en
nuestro
estudio
al
señor
alcalde
de
Quito.
Gente
de
Quito,
permítanos
defender
nuestra
ciudad.
Nuestras
mujeres
y
niños
deben
salir
fuera
a
las
alturas
circundantes
para
dejar
a
los
hombres
libres
para
la
acción
y
el
combate.
Después
el
locutor
pidió
que
siguieran
sintonizados
porque
informó
que
habían
logrado
comunicarse
con
uno
de
sus
reporteros
que
estaba
en
Cotocollao,
en
el
norte
de
Quito.
El
que
salió
hablando
era
Leonardo
Páez,
el
periodista
y
director
artístico
de
la
radio.
El
mismo
que
escribió
el
libro
donde
describe
todo
esto.
Ahí
cuenta
la
escena
que
narró
cuando
salió
al
aire.
Dijo
que
estaba
viendo
un
espectáculo
maravilloso:
marcianos
desplazándose
de
izquierda
a
derecha,
como
si
fuera
una
danza
clásica.
Que
los
contornos
de
sus
armazones
a
veces
brillaban
y
que
veía
como
una
línea
con
luz
verde,
como
la
de
los
fósforos
de
Bengala.
Páez
también
dijo
que
estaba
viendo
una
estructura
metálica,
parecida
a
un
poste
de
luz,
de
la
cual
salía
un
largo
brazo
con
una
mano
gigante.
Y
que
de
esa
mano,
salía
un
disco
transparente
que
giraba
y
que
disparaba
un
líquido
amarillo.
Narró,
además,
que
vio
cómo,
cuando
ese
líquido
cayó
sobre
una
casa,
la
casa
desapareció.
De
repente,
el
lente
del
disco
transparente
lo
miró
y
Páez
dijo
algo
como
esto:
Los
marcianos…
los
marcianos
están
atacando
Cotocollao.
Los
tanques
del
ejército
han
sido
destruidos.
Nada
los
detiene.
Están
avanzando
a
Quito.
¡Están
avanzando!
¡Corre!
¡Corre!
En
ese
momento,
el
locutor
anunció
que
Leonardo
Páez
había
sido
desintegrado
por
los
marcianos.
Los
pocos
quiteños
que
habían
estado
dudando
de
que
la
transmisión
fuera
cierta,
empezaron
a
asustarse.
La
escena
que
describen
algunos
de
los
que
vivieron
ese
momento
es
de
puro
horror:
dicen
que
había
gente
que
salió
de
sus
casas,
a
correr
desesperada
por
las
calles
cargando…
Colchones,
maletas,
canastas
y
todo
lo
que
podía
la
gente.
Todo
el
mundo
llorando
desesperada
la
gente.
Por
el
terror
mucha
gente
iba
a
golpear
las
iglesias,
a
tratar
de
confesarse
sus
pecados.
Y
bajaban
hombres
que
decían
que
eran
liberales
y
decían
que
le
perdonen
los
pecados
que
han
tenido
durante
su
vida
y
se
hincaban:
“Dios
mío,
diosito
lindo,
perdóname
todo
lo
que
he
hecho”.
Y
lo
que
se
oía
era
las
ambulancias,
ambulancias
se
oía
porque
la
gente
asustada…
había
personas
que
les
había
dado
unos
ataques.
En
su
libro,
Páez
cuenta
que
muchas
mujeres
embarazadas
se
fueron
a
los
hospitales,
porque
a
algunas,
por
el
susto,
se
les
adelantó
el
parto
y
otras
porque
ya
les
tocaba.
Que
hubo
varios
choques
de
autos
en
las
calles,
y
que
había
gente
que
quería
lanzarse
por
las
ventanas
para
morirse
antes
de
que
llegaran
los
marcianos.
Que
parejas
que
tenían
planeado
casarse
meses
después,
decidieron
irse
a
la
iglesia
para
hacerlo
esa
misma
noche,
antes
de
morir.
O
que
algunas
personas
se
confesaban
infidelidades.
Que
había
gente
que
empezó
a
quemar
billetes
o
se
los
regalaba
al
que
pasara.
Y
que
hubo
otros
que
sacaron
sus
botellas
de
whisky
para
ponerse
a
beber
y
compartir
al
que
quisiera.
Todos
estaban
viviendo
esos
minutos
como
si
fueran
los
últimos
de
sus
vidas.
Es
más,
cuenta
que
las
fuerzas
de
combate
ecuatorianas
se
movilizaron
a
Cotocollao
para
enfrentar
a
los
supuestos
marcianos.
Imagínense,
un
montón
de
militares
armados
manejando
a
las
afueras
de
Quito
para
enfrentarse
a
los
extraterrestres.
Los
que
estaban
dentro
de
la
radio
no
tenían
idea
de
que
todo
esto
estaba
pasando
en
las
calles
de
la
ciudad.
Guillermo
Villalba,
el
que
trabajaba
en
la
Radio
Comercial,
tenía
27
años
en
ese
entonces,
y
me
contó
que
a
él
le
contrataron
para
esto.
Para
simular
intercambios.
Para
transmitir
y
comunicar
de
la
llegada
de
los
marcianos.
Y
decían:
“Aló,
Gran
Colombia,
intercambiamos”.
Gran
Colombia,
otra
radio
del
Ecuador.
Este
intercambio
entre
las
radios
fue
una
estrategia
más
de
Páez
para
simular
que
la
invasión
era
real.
Porque,
claro,
ya
no
era
solo
la
Radio
Quito
narrando
esto,
sino
distintos
medios
de
comunicación.
Pero
Guillermo
y
los
que
estaban
en
el
estudio
ni
se
imaginaban
que
los
quiteños
podían
creer
que
la
transmisión
fuera
cierta
y
que
estaban
desesperados
esperando
el
fin
del
mundo.
Para
ellos,
era
evidente
que
era
una
radionovela:
no
solo
era
una
novela
conocida,
sino
que,
además,
se
sabía
de
lo
que
había
pasado
en
Nueva
York
11
años
antes.
Y
es
que
no
solo
por
los
efectos
de
sonido
que
eran
evidentemente
creados,
sino
que
había
otro
detalle
absurdo:
durante
la
transmisión
de
la
supuesta
invasión
marciana,
había
publicidad
de
una
gaseosa
que
se
llamaba
Orangine.
En
el
libro
de
Páez
dice
que
había
pautas
como
esta:
Los
boletines
informativos
que
están
escuchando,
señoras
y
señores,
tienen
el
patrocinio
exclusivo
de
Orangine,
el
insuperable
refresco
de
naranja.
Pero
a
pesar
de
esto,
para
los
que
estaban
escuchando
la
transmisión,
todo
era
demasiado
real.
Así
lo
recuerda
mi
tía
abuela
Mercedes.
Era
tan
perfecta
la
narración
que…
que
todo
el
mundo
ni
dudarlo,
ni
dudarlo,
porque
narraban
inclusive
la
forma
de
las…
de
las
naves
que
venían.
Entonces,
¿quién
va
a
dudar?
Quién
va
a
dudar.
En
una
ciudad
así
pequeña
la
gente
éramos
muy
ingenuos,
¿no?
Este
es
José
Laso
otra
vez,
al
que
su
mamá
quiso
esconder
en
un
sótano
cuando
escuchó
sobre
la
invasión
marciana.
Él
es
académico
e
investigador,
y
escribió
el
prólogo
del
libro
de
Páez.
Nuestro
marco
informativo
era
Quito.
No
había
la
globalización.
Entonces,
claro,
éramos
extremadamente
parroquianos,
¿no?
Después
de
15
minutos
más
o
menos
de
transmisión,
los
que
estaban
dentro
de
la
radio
se
enteraron
de
lo
que
estaba
pasando
en
las
calles
de
Quito,
el
desespero
y
el
pánico.
Entonces
los
locutores
de
la
Radio
Quito
dijeron
algo
parecido
a
esto.
Anunciamos
a
toda
la
ciudadanía
que
no
existe
ninguna
invasión
marciana.
Lo
que
están
escuchando
es
una
radionovela
de
Radio
Quito
totalmente
de
ficción.
Mantengan
la
calma,
es
tan
solo
una
radionovela.
Pero
lejos
de
calmar
a
los
quiteños,
este
anuncio
los
alborotó
aún
más.
Y
las
consecuencias
fueron
tan
inesperadas
como
violentas.
Una
pausa
y
volvemos.
Este
podcast
y
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siguiente
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Ya
sea
que
hablemos
de
las
protestas
de
atletas,
la
prohibición
de
que
los
musulmanes
ingresen
al
país,
la
violencia
con
armas
de
fuego,
la
reforma
educativa
o
la
música
que
te
está
dando
vida
en
este
momento,
la
raza
es
el
subtexto
de
gran
parte
de
la
historia
estadounidense.
Y
en
Code
Switch,
de
NPR,
ese
subtexto
se
vuelve
texto.
Suscríbete
y
escucha
todos
los
miércoles.
El
mundo
es
un
lugar
complejo,
pero
conocer
el
pasado
nos
puede
ayudar
a
entenderlo
mucho
mejor.
Throughline
es
el
nuevo
podcast
de
Historia
de
NPR.
Cada
semana
se
adentran
en
las
historias
y
momentos
olvidados
que
han
dado
forma
a
nuestro
mundo.
Throughline.
La
Historia
como
nunca
la
has
escuchado.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Soy
Daniel
Alarcón.
Antes
de
la
pausa
estábamos
en
1949,
en
Ecuador.
La
emisora
Radio
Quito
estaba
transmitiendo
una
recreación
de
“La
guerra
de
los
mundos”
y
la
gente
estaba
convencida
de
que
los
marcianos
estaban
invadiendo
su
ciudad.
Cuando
los
locutores
se
enteraron
del
caos
que
se
estaba
formando
y
anunciaron
que
se
trataba
de
una
radionovela,
hubo
varias
reacciones.
Una
de
las
personas
que
se
acuerda
de
esto
es
Aurora
Pazmiño.
Entonces
la
gente
que
oyó
eso
se
montaron,
se
puede
decir,
en
iras.
Se
enojaron
mucho.
Llamaron
a
la
radio
a
insultarlos
y
les
dijeron
cosas
como:
“Ahora
viene
la
segunda
parte
de
la
invasión,
cabrones”,
“No
saben
lo
que
les
espera,
malparidos”,
entre
otras
cosas
más.
Pero
eso
sería
solo
el
comienzo
de
los
trágicos
resultados
de
la
transmisión
de
“La
guerra
de
los
mundos”
en
Quito.
Lisette
nos
sigue
contando.
Para
entender
los
hechos
que
vendrían
después
del
anuncio
de
que
la
invasión
no
era
real,
hay
que
entender
un
poco
el
contexto
social
y
político
del
país
en
1949.
Ecuador
había
salido
de
una
guerra
con
Perú
hacía
siete
años,
recién
había
ocurrido
la
Segunda
Guerra
Mundial
y
solo
cuatro
años
antes
se
había
lanzado
la
bomba
atómica.
Entonces
cuando
escucharon
que
los
marcianos
invasores
venían
a
matarlos,
era
como
si
todas
esas
guerras
y
ataques
finalmente
hubiesen
llegado
a
Quito.
O
como
José
Laso
lo
pone:
Era
la
guerra
de
los
mundos,
¿no?
De
los
mundos
pequeños
que
eran
Latacunga,
Ambato,
Riobamba,
porque
ese
era
el
mundo
para
el
Ecuador
de
esa
época,
¿no?
Y
fue
ahí
cuando
los
quiteños
decidieron
levantarse
en
contra
de
la
radio
que
les
hizo
creer
que
el
fin
del
mundo
había
llegado.
José
estaba
en
la
casa
de
sus
abuelos
en
el
centro
de
Quito
y,
después
de
escuchar
esta
aclaración,
él
recuerda
ver
por
las
ventanas…
La
gente
que
subía.
Las
multitudes
que
subían
con
palos,
indignados.
Y
no
solo
eran
los
vecinos
de
José
los
que
salieron
a
protestar
afuera
de
la
radio.
Mi
abuelo,
todavía
afuera
del
restaurante
donde
estaba
con
sus
amigos,
comenzó
a
ver
que…
La
gente
salió
e
iba
engrosando
conforme
iban
caminando
por
la
10
de
Agosto
y
luego
la
Guayaquil
hasta
llegar
a
la
Plaza
de
Independencia.
La
plaza
más
importante
del
centro
histórico,
un
punto
de
encuentro
frente
al
Palacio
de
Gobierno,
a
pocas
cuadras
de
la
entonces
Radio
Quito.
Y
los
que
estaban
ahí
no
solo
tenían
palos
y
piedras.
En
ese
entonces
nosotros,
como
no
había
luz,
se
acostumbraban
a
tener
en
las
casas
para
salir
a
la
madrugada
o
de
noche
unas
antorchas
con
kerosén.
Esta
es
Aurora
Pazmiño
otra
vez.
Entonces
la
gente
cogió
esos
mecheros
y
avanzaron
a
Radio
Quito.
Sí,
la
gente
fue
con
antorchas
al
edificio
donde
funcionaba
la
radio,
que
era
el
mismo
lugar
donde
funcionaba
el
diario
El
Comercio.
Estaban
dispuestos
a
todo.
La
multitud
rodeó
el
edificio
y
entre
gritos
e
insultos
lanzaron
piedras
y
ladrillos
a
las
ventanas.
Pero
eso
no
era
suficiente.
Comenzaron
a
gritar
“¡Candela!”
y
entraron
a
la
planta
baja,
destruyeron
las
máquinas
y
prendieron
fuego
a
todo.
La
multitud
quería
no
solo
destruir
las
instalaciones,
sino
quemar
el
edificio
y
a
todos
los
que
estuvieran
adentro.
Cada
vez
más
y
más
gente
se
unió
a
la
destrucción
y
llevaron
latas
de
gasolina
para
avivar
las
llamas.
Los
que
estaban
adentro
de
la
radio
sabían
que
la
gente
que
estaba
afuera
estaba
muy
molesta,
pero
nunca
se
imaginaron
que
iban
a
incendiar
el
edificio.
Y
a
pesar
de
que
escuchaban
a
las
personas
gritar
“¡fuego!”
y
veían
por
la
ventana
a
la
gente
cargando
latas
de
gasolina,
solo
se
dieron
cuenta
de
que
los
querían
quemar
cuando
vieron
la
humareda.
Guillermo
Villalba,
el
locutor
de
Radio
Comercial
que
fue
invitado
a
participar
en
la
transmisión,
se
acuerda
que
en
un
momento
dado
vio
cómo
el
humo
subía
de
la
base
del
edificio
hasta
el
segundo
piso,
donde
estaba
Radio
Quito.
Sentíamos
nosotros
angustia,
desesperación
el
momento
que
comenzamos
a
oler
humo.
Y
ahí
cada
cual
por
su
lado
trataban
de
salir.
En
ese
momento,
el
locutor
de
Radio
Quito
volvió
al
micrófono
y
pidió
ayuda
al
gobierno,
a
los
policías,
a
los
bomberos,
a
la
gente
que
los
estaba
escuchando.
José
Laso,
que
seguía
en
su
casa
escuchando
la
transmisión,
lo
recuerda
bien.
Desesperados
pedían
ayuda
y
socorro.
Y
la
gente
creía
que
todo
era
parte
del
drama,
parte
del
juego,
parte
de
la
comedia
y
de
la
representación
de
la
Guerra
de
los
Mundos,
¿no?
Y…
y
entonces
era
esa
terrible
ambigüedad
entre
la
realidad
y
la
ficción.
Los
que
no
estaban
quemando
El
Comercio
veían
las
llamas
y
el
humo
que
salía
del
edificio.
Pues
la
gente
preguntaba,
¿qué
es
lo
que
está
pasando
en
Quito?
La
gente
no
sabía
que
se
estaba
incendiando
el
periódico
o
si
en
realidad
los
marcianos
ya
estaban
en
la
plaza
grande,
¿no?
Porque
era
en
el
centro
de
este
Quito
pequeñito,
¿no?
Finalmente
los
bomberos
respondieron
al
incendio
y
llegaron
a
las
afueras
del
periódico
para
intentar
apagar
el
fuego,
pero
a
Fabián
Melo
le
contaron
que…
El
pueblo
no
le
dejó
que
eche
una
sola
gota
al…
al
edificio.
“Si
usted
echa
una
gota
de
agua
les
matamos
a
ustedes”.
Y
con
esa
amenaza
los
bomberos
se
retiraron.
La
gente
no
permitió
bajo
ninguna
circunstancia
que
ayudaran
a
las
personas
que
estaban
en
el
edificio.
Y
ni
siquiera
les
importó
el
riesgo
de
que
las
llamas
se
expandieran
a
las
casas
de
al
lado.
Finalmente,
los
manifestantes
afuera
de
El
Comercio
anunciaron
que
dejarían
salir
a
los
artistas,
locutores,
periodistas
y
trabajadores
de
la
radio
y
el
periódico
por
una
sola
puerta.
Dijeron
que
las
vidas
de
ellos
serían
respetadas
y
que
solo
querían
que
Leonardo
Páez
se
entregara.
Según
dice
Páez
en
su
libro,
lo
querían
a
él
porque
lo
veían
como
—y
cito—
el
“hombre
de
la
mente
diabólica,
que
siendo
quiteño,
por
desgracia,
a
Quito
ha
traicionado,
poniéndolo
patas
arriba”.
Los
trabajadores
de
la
radio
y
del
periódico
comenzaron
a
salir
uno
por
uno.
Pero
no
todos
lo
lograron
porque
las
llamas
comenzaron
a
subir
y
cerraron
el
paso
hacia
la
puerta.
Uno
de
ellos
fue
Guillermo
Villalba.
Del
último
piso
hasta
abajo
ya
estaba
en
llamas.
¿Y
nosotros
por
dónde
salíamos?
Así
que
tuvimos
que
lanzarnos
a
un
edificio
al
lado
del
último
piso
de
la
azotea
de
donde
funcionaban
los
estudios
de
radio.
Al
lado
del
edificio
de
El
Comercio
había
un
colegio
de
monjas.
Yo
salí
y
me
lancé
a
un
planchón
hirviendo
que
había
estado
ahí
y
me
quemé
las
manos
y
muchas
partes
del
cuerpo.
Guillermo
quedó
inconsciente
por
el
humo
que
había
inhalado.
Más
tarde
alguien
lo
sacó
de
ahí
—todavía
desmayado—
y
lo
llevaron
a
un
hospital.
Mientras
tanto,
el
edificio
seguía
quemándose,
las
llamas
cada
vez
más
altas.
Aurora
Pazmiño
las
recuerda.
Ella
vivía
en
una
calle
que
sube
a
la
cima
del
Panecillo,
una
loma
desde
donde
se
podía
ver
toda
la
ciudad.
De
arriba
se
veía
todito
el
incendio
después
de
oír
y
eran
unas
llamas
y
el
humo
altísimo,
imagínese
todo
el
centro
y
se
veía,
ahí
se
veía.
Fabián
Melo
recuerda
cómo
se
sintió
al
ver
el
fuego.
Vivía
a
unos
tres
kilómetros
de
distancia
de
la
radio.
Pucha,
terror.
Imagínese
lo
que
es
un
guagua
de
ocho
años
que
empiece
a
ver
una
llamarada
que
subía
y
las
chispas
que
subían.
¿Qué
le
digo?
En
ese
entonces
yo
me
imaginaba
que
se
iban
hasta
el
cielo,
10
metros,
12
metros.
Ya
eran
cerca
de
las
11
de
la
noche,
dos
horas
después
de
que
empezó
la
transmisión.
Ya
habían
llegado
los
policías
y
alejaron
a
los
manifestantes
lanzándoles
gases
lacrimógenos.
El
Ministerio
de
Defensa
envió
tropas
y
caballería
para
apoyar
a
los
policías.
Una
vez
cercado
el
lugar,
los
bomberos
pudieron
acercarse
y
comenzar
a
apagar
el
fuego.
Eran
las
11
y
media
de
la
noche.
Mientras
tanto,
dentro
del
edificio,
Leonardo
Páez
logró
salir
saltando
por
una
ventana
hacia
el
tejado
del
colegio
.
Él
continuó
su
escape
caminando
por
los
techos
de
las
casas
contiguas,
tratando
de
alejarse
lo
más
posible
de
la
muchedumbre
que
quería
quemarlo.
Hasta
que
llegó
al
techo
de
una
casa
donde
había
una
familia
en
una
azotea.
Les
hizo
señas
para
que
lo
ayudaran
y
enseguida
lo
hicieron.
Lo
dejaron
pasar
a
su
casa
y
le
dieron
una
habitación.
Páez
les
pidió
que
contactaran
a
su
familia
y
le
dijeron
que
lo
harían,
pero
le
advirtieron
que
los
policías
lo
estaban
buscando
por
todas
las
casas
del
sector.
Ya
eran
pasadas
las
12
de
la
noche.
Los
bomberos
lograron
apagar
el
fuego
por
completo
y
los
manifestantes
se
fueron
a
sus
casas.
La
calma
se
fue
recuperando
poco
a
poco
y
la
ciudad
apenas
durmió
esa
madrugada.
A
la
mañana
siguiente,
los
quiteños
fueron
a
ver
qué
pasó
en
el
lugar.
El
edificio
donde
funcionaba
la
Radio
Quito
y
El
Comercio
quedó
completamente
destruido.
Solamente
quedó
la
fachada.
Había
cenizas
por
todas
partes.
Todo
lo
que
estaba
dentro
se
quemó,
incluyendo
el
guion
adaptado
de
“La
guerra
de
los
mundos”
de
Eduardo
Alcaraz
y
la
grabación
original
de
la
transmisión.
Por
eso
la
que
escuchamos
es
solo
una
recreación.
La
mamá
de
José
Laso
lo
llevó
a
ver
los
escombros.
Me
impresionó
mucho
porque
en
el
primer
piso
de
El
Comercio
estaban
las
impresoras
del
periódico
y
había
unas
ventanas
bajas
que
se
podía
ver
el
interior,
quemado.
Y
a
me
impresionó
mucho
ver
en
el
piso
de…
de
El
Comercio
que
me
parecía
un
espejo.
Porque
se
había
derretido
el
plomo
de
los
tipos.
Y
me
impresionó
mucho
ver
las
máquinas
de
escribir
retorcidas,
¿no?
Por
el
incendio.
Ocho
personas
murieron
por
el
incendio.
Entre
ellas
dos
artistas
que
estaban
en
el
estudio
de
radio
durante
la
transmisión:
el
violinista
Perfecto
Alvarado
y
el
pianista
Raúl
Molestina.
Pero
además,
ahí
también
estaban
dos
personas
que
acompañaban
a
Páez
mientras
él
hacía
su
trabajo:
su
novia
Clemencia
y
un
sobrino
de
ella.
Y
bueno,
fuera
de
la
emisora,
el
pánico
también
tuvo
su
impacto:
se
dice
que
algunos
se
suicidaron
por
la
desesperación
de
la
supuesta
invasión
marciana.
Se
habla
de
que
en
total
pudieron
haber
muerto
alrededor
de
20
personas.
En
los
días
siguientes
al
incendio,
varios
manifestantes
y
personal
de
la
emisora
fueron
detenidos
por
la
policía.
Pero
no
dejaban
de
buscar
a
Páez
por
todas
partes.
Páez
se
había
escapado
del
centro
de
la
ciudad
y
estuvo
escondido
en
la
casa
de
un
conocido
de
su
familia,
a
las
afueras
de
Quito.
Estuvo
ahí
cuatro
meses.
Un
día
su
abogado
le
recomendó
presentarse
directamente
frente
a
un
juez
en
el
Palacio
de
Justicia
y
le
dijo
que
su
defensa
ya
estaba
preparada.
Páez
aceptó.
En
el
juicio
lo
acusaron
de
incendiario
y
de
provocar
una
“reacción
colectiva”
que
causó
la
destrucción
de
El
Comercio.
Pero
Páez
y
su
abogado
demostraron
que
los
directivos
de
Radio
Quito
eran
conscientes
de
lo
que
iban
a
hacer
y
que
firmaron
un
contrato
con
el
guionista
Eduardo
Alcaraz.
Paez
argumentó
que
él
solo
estaba
siguiendo
órdenes
de
sus
superiores.
Fue
absuelto
de
todos
los
cargos
y
salió
libre.
Páez
se
libró
de
ir
a
la
cárcel
pero
algo
no
lo
dejó
vivir
tranquilo:
cada
vez
que
caminaba
por
las
calles
de
Quito
recibía
reacciones
extremas
y
contradictorias
de
la
gente.
Por
un
lado,
había
personas
que
lo
invitaban
a
tomar
un
trago
y
a
contarle
cómo
vivieron
la
transmisión
de
“La
guerra
de
los
mundos”.
Otros
se
acercaban
a
él
y
lo
felicitaban
por
su
gran
trabajo
con
la
radionovela.
Algunos
le
decían
que
se
habían
reído
mucho.
Otros
le
decían
que
gracias
a
los
marcianos
se
separaron
de
sus
parejas
infieles.
Y
otros
que
participaron
en
el
incendio
no
se
podían
perdonar
a
mismos.
Pero
esos
comentarios
un
tanto
cómicos
no
lo
salvaron
de
perder
su
credibilidad
y
su
reputación
como
periodista.
Muchos
lo
acusaron
de
que
él
publicaba
solo
noticias
falsas.
Y
cuando
los
diarios
o
emisoras
le
daban
trabajo,
le
decían
que
publicara
con
un
seudónimo
o
sin
su
firma.
Le
pagaban
poco
dinero
y
a
duras
penas
le
alcanzaba
para
comer.
Solo
en
una
radio
lo
dejaron
transmitir
radionovelas
a
su
nombre
y
gracias
a
ese
espacio,
Páez
ganó
un
premio
por
su
trabajo
como
escritor
de
teatro.
Con
ese
dinero
que
ganó,
decidió
emigrar
a
Venezuela
y
no
volver
más.
Radio
Quito
estuvo
cerrada
por
dos
años.
La
volvieron
a
abrir
en
1951.
Y
por
mucho
tiempo
en
Ecuador,
las
personas
de
otras
ciudades
llamaban
a
los
quiteños
con
el
apodo
de
“marcianos”,
como
burla
de
su
ingenuidad.
Pero
en
realidad
no
es
algo
para
reír.
Para
muchos
es
un
evento
terrible
que
marcó
sus
vidas
para
siempre,
como
a
Guillermo
Villalba.
Cada
cual
se
salvó
como
pudo
de
ese
momento
de
angustia
que
no
quisiera
volver
a
acordarme.
Ese
es
un
hecho
trágico,
completamente.
Entiendo
por
qué
no
quiere
acordarse
de
esto:
estuvo
a
punto
de
morir.
En
los
días
siguientes
a
la
transmisión,
Guillermo
se
recuperó
de
sus
heridas,
pero
las
quemaduras
en
sus
manos
lo
dejaron
sin
huellas
digitales.
Y
las
secuelas
de
ese
día
todavía
pueden
verse
en
él.
Los
doctores
le
dijeron
hace
poco
que
tiene
una
herida
en
el
pulmón
por
todo
el
humo
que
inhaló
ese
día.
Cuando
yo
era
pequeña
y
caminaba
por
las
calles
del
centro
histórico
de
Quito
con
mi
abuelo,
él
siempre
me
contaba
historias
de
la
ciudad:
me
enseñaba
dónde
vivía
con
mis
bisabuelos,
dónde
iba
al
colegio,
dónde
estudiaba
mi
abuela.
Y
muchas
veces
llegábamos
al
lugar
donde
funcionaba
Radio
Quito
en
su
juventud
—el
edificio
reconstruido,
que
ahora
desentona
con
su
fachada
moderna,
hasta
extraterrestre,
depositado
en
medio
de
una
calle
colonial.
Nos
parábamos
ahí
y
mi
abuelo
me
contaba
lo
que
pasó
ese
día
como
una
curiosidad,
una
anécdota
entre
muchas,
un
detalle
folclórico
de
nuestra
ciudad
y
de
nuestra
historia.
Y
mientras
escuchaba
la
historia
de
la
radionovela,
de
nuestro
breve
apocalipsis
quiteño
y
la
reacción
violenta
que
vino
después,
pensaba:
¿quiénes
son
realmente
los
extraterrestres
en
esta
historia?
Lisette
Arévalo
es
productora
de
Radio
Ambulante.
Vive
en
Quito.
Esta
historia
fue
editada
por
Camila
Segura,
Luis
Fernando
Vargas
y
por
mí.
El
diseño
de
sonido
y
la
música
son
de
Andrés
Azpiri.
Andrea
López
Cruzado
hizo
el
fact
checking.
Gracias
a
Juan
Carlos
Méndez
por
su
ayuda
en
este
episodio.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Gabriela
Brenes,
Jorge
Caraballo,
Victoria
Estrada,
Rémy
Lozano,
Miranda
Mazariegos,
Patrick
Moseley,
Laura
Rojas
Aponte,
Barbara
Sawhill,
Luis
Trelles,
David
Trujillo
y
Elsa
Liliana
Ulloa.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
y
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
En
el
próximo
episodio
de
Radio
Ambulante:
un
niño
entra
a
la
biblioteca
de
su
escuela,
escoge
un
libro,
lo
lee
y
después…
Polémica
en
Chile
por
la
distribución
de
un
libro
con
contenido
erótico
a
estudiantes
de
enseñanza
básica.
Fueron
una
semana
o
diez
días
donde
se
habló
todos
los
días
del
tema.
Un
país
de
cabeza
por
un
libro,
la
próxima
semana.
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Lisette Arévalo Hola ambulantes, ¡feliz año! Si siguen este podcast, seguramente ya han escuchado mencionar Lupa, nuestra nueva aplicación para aprender español. Con Lupa, los estudiantes de nivel intermedio tienen la ayuda tecnológica justa para entrenar su oído. Esta aplicación te pone a escuchar, para aprender español cómo realmente se habla en Latinoamérica. Bueno, menciono Lupa porque el episodio de hoy —además de ser realmente muy bueno— es especial. Está disponible en Lupa desde ya. Si tienen algún amigo o familiar que podría comprender esta historia y estudiarla a la vez, Lupa es para ellos. Más info en lupa.app OK, ahora el episodio. Una advertencia: en el episodio de hoy escucharán algunas palabras que no son aptas para niños. Se recomienda discreción. Radio Quito, la voz de la capital. Van cantando por la sierra… Silencio que está dormida… Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Interrumpimos el programa de música nocturna para entregarles un cable urgente de noticias. Este audio es una recreación de una radionovela transmitida en vivo el 12 de febrero de 1949 en Quito, Ecuador. Por eso en el episodio a veces van a escuchar algo así: Radio Quito, la voz de la capital. Lo añadieron en esa recreación que les contaba. Pero, sigamos. Según un informe de nuestros reporteros, una inmensa bola de humo y fuego ha descendido sobre la ciudad de Latacunga. Latacunga queda a un par de horas de Quito. Y la radionovela que estamos escuchando es “La guerra de los mundos”, una adaptación del libro de H. G. Wells. Fue transmitida por el periodista Leonardo Páez en la radio donde trabajaba como director artístico: la Radio Quito. Los ciudadanos muy confundidos han visto con asombro como al disiparse la nube, dejaban ver unos grandes discos plateados con brillantes luces. Su actitud es hostil. Un potente rayo procedente de estas extrañas naves está destruyendo la ciudad. Más adelante entenderán por qué estamos oyendo una recreación y no la original, pero sonaba muy parecido a lo que acabamos de escuchar. Ella es Lisette Arévalo, nuestra productora. Puede que algunos de ustedes sepan que una adaptación de esta misma obra fue transmitida en Nueva York. Pero para los que no, les cuento: el actor Orson Welles transmitió su adaptación de esa novela por la estación radial de CBS el 30 de octubre de 1938, en vísperas de Halloween. Fue tan bien hecha, que muchos pensaron que era real. Creyeron que los marcianos estaban invadiendo su ciudad y entraron en pánico: se dice que la gente comenzó a salir de sus casas, fueron a las iglesias, entraron en shock y corrían por las calles. Y once años después, Leonardo Páez decidió hacer lo mismo en Ecuador. Páez murió en 1991, pero escribió un libro que se llama “Los que siembran el viento” donde cuenta qué pasó el día que transmitió esta radionovela. Hoy van a escuchar un poco de lo que escribió. Y de esto se trata la historia de hoy: supuestos marcianos invadiendo una pequeña ciudad en la mitad del mundo y los resultados inesperados de esta transmisión radial. Lisette nos sigue contando. Antes de entrar en esta historia, es importante entender cómo era Quito en 1949. Una ciudad… Pequeña. Uy, muy tranquila. Las calles eran un poco más angostas. Colonial totalmente, empedrada. En muchos barrios no había agua, tampoco luz. Las cosas hacíamos a pie. Y se comunicaba cara a cara y en encuentros personales en el centro de Quito. La mayoría de gente era buena. Se podía salir a cualesquier hora de la madrugada, de la noche. Y nosotros felices, se vivía bien. Y en ese tiempo tan tranquilo, sin internet, sin celulares, ni televisión. El punto de encuentro de todos en todo lado era la radio. Era lo único. Esta es mi tía abuela Mercedes Gross, que tiene 78 años, y este es Fabián Melo, de la misma edad. El radio era un elemento, un mueble que le teníamos ahí, pero poníamos una franelita encima para que no se empolve (risas). Porque, claro, era una de las piezas más valiosas que alguien podía tener en su casa. Había que cuidarlo. Pero no todos los quiteños tenían un radio, para nada. Aurora Pazmiño tiene 81 años y me dijo que… No había muchos radios ni luz entonces la gente solía poner los parlantes o el radio afuera. Entonces la gente se amontonaba ahí para oír los pro… los programas. Programas de noticias, de música en vivo, procesiones religiosas, entrevistas con políticos. Había muchas formas de escuchar la radio, pero casi siempre era en grupos: vecinos, amigos, o familiares. En especial en la noche, cuando pasaban las radionovelas. ¿Dónde, dónde está la casa? Ya nos hemos alejado mucho del convento. Ya llegamos. Ya llegamos ¿Veis aquella casa junto a la fuente del sapo? Sí, sí. Y… y oigo algunas voces también. Radionovelas como esta, que a pesar de que es del 68 se parece mucho a las que se oían a finales de los años cuarenta. Esta que acabamos de oír cuenta la leyenda quiteña del Padre Almeida. Y solo para que sepan de qué va: es sobre un cura que vivía en un convento a finales del siglo 18 y se escapaba de ahí todas las noches para tomar aguardiente y visitar burdeles. Para crear estas radionovelas, las radios tenían un equipo dedicado a su producción: actores, sonidistas, directores, libretistas. Guillermo Villalba tiene 98 años y trabajaba como locutor en la Radio Comercial de Quito. Cada radio tenía su equipo de técnicos, sonidos. Y ahí teníamos los aparatos para simular que viene el caballo, que está lloviendo con papeles, con puertas, simulando las novelas. A la gente le encantaba escucharlas. Es más, era la forma más popular de entretenimiento. La gente podía imaginarse miles de historias en la cabeza, pintar como quisieran las escenas que narraban los locutores. En ese tiempo, una de las radios más escuchadas por los quiteños era esta que ya mencionamos: la Radio Quito, fundada por el dueño del diario El Comercio, uno de los más grandes del país. Era considerada una de las estaciones más confiables para enterarse de las noticias. Aurora Pazmiño, una oyente fiel, se acuerda con mucho cariño de esa emisora. Ahí se pasaban los mejores programas, especialmente un programa que… donde cantaban los mejores artistas. Se llamaba Cantares del Alma. Se presentaban en ese entonces Benítez y Valencia que eran todavía jovencitos. Para mí tus recuerdos. El dúo Benítez y Valencia era uno de los grupos musicales de pasillos más famosos del Ecuador. El fantasma quien dijo… Cuando los quiteños sabían que ellos iban a tocar en la radio, no se lo perdían por nada. Y así fue el día que se transmitió la Guerra de los Mundos, ese 12 de febrero de 1949, minutos después de las nueve de la noche. La radio ya había anunciado que iban a tocar, así que mucha gente sintonizó la emisora. Era un sábado, de noche. Mi abuelo José Antonio Gross tenía 17 años y estaba con sus amigos, parados en la calle afuera de un restaurante, y la dueña del local sacó su radio para escuchar la música con la gente del barrio. Estábamos oyendo a Benítez y Valencia, el mejor dúo que ha habido en el Ecuador, y el locutor dijo: Interrumpimos el programa de música nocturna para entregarles un cable urgente de noticias. Según un informe de nuestros reporteros… Entonces paró, se hizo silencio y después nuevamente el locutor siguió hablando. ¡Esto es inaudito! ¡La gente corre por las calles! ¡No puede escapar! ¡Radioescuchas, la ciudad de Latacunga ha sido destruida por los extraterrestres en forma de una nube se dirige a Quito! ¡Repito: se dirige a la ciudad de Quito! Y después, nuevamente paró, dice: Última hora, tenemos un informe de la base aérea Mariscal Sucre. Los extraterrestres están ahora en Cotocollao. ¡La base aérea Mariscal Sucre ha sido tomada por el enemigo y esta ha sido destruida! ¡Están exterminándolo todo! Ahí sí nos asustamos. Todo el mundo se lo creyó: los marcianos habían invadido Ecuador y en cuestión de minutos llegarían a Quito. Y es que las descripciones de esa supuesta invasión eran tan verosímiles e impactantes que muchas personas todavía lo recuerdan. Diciendo que habían caído, digamos, unas naves espaciales que eran… parece que platillos voladores. Esta es Aurora otra vez. Ella tenía 11 años. Y habían caído unos hombres pequeños, decían, pero muy fuertes. Y que avanzaban con mucha agilidad y donde iban ellos pasando iban, digamos, quemando y destrozando a toda la gente. Aurora escuchó esto y quedó en shock. No sabía qué hacer. En ese momento sus padres entraron a su habitación y le dijeron a ella y a sus hermanos: “Levántense, guaguas, y pónganse en ora… en oración, pidan a Dios”. No fueron los únicos que se pusieron a rezar. Este es Fabián Melo, quien tenía 8 años en ese entonces. Nos pusimos todos nerviosos y, entonces, ahí salió mi mamá y la abuela a hacer las oraciones y a juntarnos y a abrazarnos para protegernos de lo que no sabíamos qué es lo que iba a pasar. Y es que el pánico se comenzó a sentir por todas partes en la ciudad. Yo me acuerdo clarito que decían: “Ya vienen. Es una flota inmensa”. Ella es Mercedes Gross, otra vez, mi tía abuela. Tenía 8 años cuando pasó esto. “¿Qué nos irán hacer? Una flota terrible de los marcianos”. Y: “Escóndanse. Guárdense. No salgan. Cuidado los niños a la calle”. Mi tía abuela no entendía bien lo que estaba pasando. Era tan solo una niña y todo le parecía muy confuso. Pero recuerda ver a su papá angustiado, diciéndoles que no salieran de la casa. Para muchos, esto era el fin del mundo. Como para la mamá de José Laso. Él tenía 10 años y estaba escuchando la radionovela con su familia en la sala de la casa de sus abuelos. Y entonces, mi mamá era desesperada. Buscaba dónde protegernos. Entonces, había un… supuestamente había un sótano en esa casa y quería meternos ahí. Los teléfonos de Radio Quito no dejaban de sonar porque la gente llamaba a preguntar si era cierto lo que estaba pasando. Pero, a pesar de esto, los locutores no pararon la transmisión. Decían que toda la información que estaban compartiendo venía de agencias internacionales confiables y del diario El Comercio. Es más, hasta el verdadero jefe de información del periódico salió hablando y entregó un boletín de información sobre la supuesta invasión marciana. Y para que pareciera más real, contrataron a actores que interpretaban el papel de autoridades ecuatorianas. Ciudadanos, como ministro de Defensa, pido a los ciudadanos de Quito mantener la calma. Estamos organizando la defensa y evacuación de la ciudad. Tenemos en este momento en nuestro estudio al señor alcalde de Quito. Gente de Quito, permítanos defender nuestra ciudad. Nuestras mujeres y niños deben salir fuera a las alturas circundantes para dejar a los hombres libres para la acción y el combate. Después el locutor pidió que siguieran sintonizados porque informó que habían logrado comunicarse con uno de sus reporteros que estaba en Cotocollao, en el norte de Quito. El que salió hablando era Leonardo Páez, el periodista y director artístico de la radio. El mismo que escribió el libro donde describe todo esto. Ahí cuenta la escena que narró cuando salió al aire. Dijo que estaba viendo un espectáculo maravilloso: marcianos desplazándose de izquierda a derecha, como si fuera una danza clásica. Que los contornos de sus armazones a veces brillaban y que veía como una línea con luz verde, como la de los fósforos de Bengala. Páez también dijo que estaba viendo una estructura metálica, parecida a un poste de luz, de la cual salía un largo brazo con una mano gigante. Y que de esa mano, salía un disco transparente que giraba y que disparaba un líquido amarillo. Narró, además, que vio cómo, cuando ese líquido cayó sobre una casa, la casa desapareció. De repente, el lente del disco transparente lo miró y Páez dijo algo como esto: Los marcianos… los marcianos están atacando Cotocollao. Los tanques del ejército han sido destruidos. Nada los detiene. Están avanzando a Quito. ¡Están avanzando! ¡Corre! ¡Corre! En ese momento, el locutor anunció que Leonardo Páez había sido desintegrado por los marcianos. Los pocos quiteños que habían estado dudando de que la transmisión fuera cierta, empezaron a asustarse. La escena que describen algunos de los que vivieron ese momento es de puro horror: dicen que había gente que salió de sus casas, a correr desesperada por las calles cargando… Colchones, maletas, canastas y todo lo que podía la gente. Todo el mundo llorando desesperada la gente. Por el terror mucha gente iba a golpear las iglesias, a tratar de confesarse sus pecados. Y bajaban hombres que decían que eran liberales y decían que le perdonen los pecados que han tenido durante su vida y se hincaban: “Dios mío, diosito lindo, perdóname todo lo que he hecho”. Y lo que se oía era las ambulancias, ambulancias sí se oía porque la gente asustada… había personas que sí les había dado unos ataques. En su libro, Páez cuenta que muchas mujeres embarazadas se fueron a los hospitales, porque a algunas, por el susto, se les adelantó el parto y otras porque ya les tocaba. Que hubo varios choques de autos en las calles, y que había gente que quería lanzarse por las ventanas para morirse antes de que llegaran los marcianos. Que parejas que tenían planeado casarse meses después, decidieron irse a la iglesia para hacerlo esa misma noche, antes de morir. O que algunas personas se confesaban infidelidades. Que había gente que empezó a quemar billetes o se los regalaba al que pasara. Y que hubo otros que sacaron sus botellas de whisky para ponerse a beber y compartir al que quisiera. Todos estaban viviendo esos minutos como si fueran los últimos de sus vidas. Es más, cuenta que las fuerzas de combate ecuatorianas se movilizaron a Cotocollao para enfrentar a los supuestos marcianos. Imagínense, un montón de militares armados manejando a las afueras de Quito para enfrentarse a los extraterrestres. Los que estaban dentro de la radio no tenían idea de que todo esto estaba pasando en las calles de la ciudad. Guillermo Villalba, el que trabajaba en la Radio Comercial, tenía 27 años en ese entonces, y me contó que a él le contrataron para esto. Para simular intercambios. Para transmitir y comunicar de la llegada de los marcianos. Y decían: “Aló, Gran Colombia, intercambiamos”. Gran Colombia, otra radio del Ecuador. Este intercambio entre las radios fue una estrategia más de Páez para simular que la invasión era real. Porque, claro, ya no era solo la Radio Quito narrando esto, sino distintos medios de comunicación. Pero Guillermo y los que estaban en el estudio ni se imaginaban que los quiteños podían creer que la transmisión fuera cierta y que estaban desesperados esperando el fin del mundo. Para ellos, era evidente que era una radionovela: no solo era una novela conocida, sino que, además, se sabía de lo que había pasado en Nueva York 11 años antes. Y es que no solo por los efectos de sonido que eran evidentemente creados, sino que había otro detalle absurdo: durante la transmisión de la supuesta invasión marciana, había publicidad de una gaseosa que se llamaba Orangine. En el libro de Páez dice que había pautas como esta: Los boletines informativos que están escuchando, señoras y señores, tienen el patrocinio exclusivo de Orangine, el insuperable refresco de naranja. Pero a pesar de esto, para los que estaban escuchando la transmisión, todo era demasiado real. Así lo recuerda mi tía abuela Mercedes. Era tan perfecta la narración que… que todo el mundo ni dudarlo, ni dudarlo, porque narraban inclusive la forma de las… de las naves que venían. Entonces, ¿quién va a dudar? Quién va a dudar. En una ciudad así pequeña la gente éramos muy ingenuos, ¿no? Este es José Laso otra vez, al que su mamá quiso esconder en un sótano cuando escuchó sobre la invasión marciana. Él es académico e investigador, y escribió el prólogo del libro de Páez. Nuestro marco informativo era Quito. No había la globalización. Entonces, claro, éramos extremadamente parroquianos, ¿no? Después de 15 minutos más o menos de transmisión, los que estaban dentro de la radio se enteraron de lo que estaba pasando en las calles de Quito, el desespero y el pánico. Entonces los locutores de la Radio Quito dijeron algo parecido a esto. Anunciamos a toda la ciudadanía que no existe ninguna invasión marciana. Lo que están escuchando es una radionovela de Radio Quito totalmente de ficción. Mantengan la calma, es tan solo una radionovela. Pero lejos de calmar a los quiteños, este anuncio los alborotó aún más. Y las consecuencias fueron tan inesperadas como violentas. Una pausa y volvemos. Este podcast y el siguiente mensaje son patrocinados por Squarespace, el creador de sitios web dedicado a proporcionar a sus clientes plantillas fáciles de usar y diseñadas por profesionales. 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La Historia como nunca la has escuchado. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa estábamos en 1949, en Ecuador. La emisora Radio Quito estaba transmitiendo una recreación de “La guerra de los mundos” y la gente estaba convencida de que los marcianos estaban invadiendo su ciudad. Cuando los locutores se enteraron del caos que se estaba formando y anunciaron que se trataba de una radionovela, hubo varias reacciones. Una de las personas que se acuerda de esto es Aurora Pazmiño. Entonces la gente que oyó eso se montaron, se puede decir, en iras. Se enojaron mucho. Llamaron a la radio a insultarlos y les dijeron cosas como: “Ahora viene la segunda parte de la invasión, cabrones”, “No saben lo que les espera, malparidos”, entre otras cosas más. Pero eso sería solo el comienzo de los trágicos resultados de la transmisión de “La guerra de los mundos” en Quito. Lisette nos sigue contando. Para entender los hechos que vendrían después del anuncio de que la invasión no era real, hay que entender un poco el contexto social y político del país en 1949. Ecuador había salido de una guerra con Perú hacía siete años, recién había ocurrido la Segunda Guerra Mundial y solo cuatro años antes se había lanzado la bomba atómica. Entonces cuando escucharon que los marcianos invasores venían a matarlos, era como si todas esas guerras y ataques finalmente hubiesen llegado a Quito. O como José Laso lo pone: Era la guerra de los mundos, ¿no? De los mundos pequeños que eran Latacunga, Ambato, Riobamba, porque ese era el mundo para el Ecuador de esa época, ¿no? Y fue ahí cuando los quiteños decidieron levantarse en contra de la radio que les hizo creer que el fin del mundo había llegado. José estaba en la casa de sus abuelos en el centro de Quito y, después de escuchar esta aclaración, él recuerda ver por las ventanas… La gente que subía. Las multitudes que subían con palos, indignados. Y no solo eran los vecinos de José los que salieron a protestar afuera de la radio. Mi abuelo, todavía afuera del restaurante donde estaba con sus amigos, comenzó a ver que… La gente salió e iba engrosando conforme iban caminando por la 10 de Agosto y luego la Guayaquil hasta llegar a la Plaza de Independencia. La plaza más importante del centro histórico, un punto de encuentro frente al Palacio de Gobierno, a pocas cuadras de la entonces Radio Quito. Y los que estaban ahí no solo tenían palos y piedras. En ese entonces nosotros, como no había luz, se acostumbraban a tener en las casas para salir a la madrugada o de noche unas antorchas con kerosén. Esta es Aurora Pazmiño otra vez. Entonces la gente cogió esos mecheros y avanzaron a Radio Quito. Sí, la gente fue con antorchas al edificio donde funcionaba la radio, que era el mismo lugar donde funcionaba el diario El Comercio. Estaban dispuestos a todo. La multitud rodeó el edificio y entre gritos e insultos lanzaron piedras y ladrillos a las ventanas. Pero eso no era suficiente. Comenzaron a gritar “¡Candela!” y entraron a la planta baja, destruyeron las máquinas y prendieron fuego a todo. La multitud quería no solo destruir las instalaciones, sino quemar el edificio y a todos los que estuvieran adentro. Cada vez más y más gente se unió a la destrucción y llevaron latas de gasolina para avivar las llamas. Los que estaban adentro de la radio sabían que la gente que estaba afuera estaba muy molesta, pero nunca se imaginaron que iban a incendiar el edificio. Y a pesar de que escuchaban a las personas gritar “¡fuego!” y veían por la ventana a la gente cargando latas de gasolina, solo se dieron cuenta de que los querían quemar cuando vieron la humareda. Guillermo Villalba, el locutor de Radio Comercial que fue invitado a participar en la transmisión, se acuerda que en un momento dado vio cómo el humo subía de la base del edificio hasta el segundo piso, donde estaba Radio Quito. Sentíamos nosotros angustia, desesperación el momento que comenzamos a oler humo. Y ahí cada cual por su lado trataban de salir. En ese momento, el locutor de Radio Quito volvió al micrófono y pidió ayuda al gobierno, a los policías, a los bomberos, a la gente que los estaba escuchando. José Laso, que seguía en su casa escuchando la transmisión, lo recuerda bien. Desesperados pedían ayuda y socorro. Y la gente creía que todo era parte del drama, parte del juego, parte de la comedia y de la representación de la Guerra de los Mundos, ¿no? Y… y entonces era esa terrible ambigüedad entre la realidad y la ficción. Los que no estaban quemando El Comercio veían las llamas y el humo que salía del edificio. Pues la gente preguntaba, ¿qué es lo que está pasando en Quito? La gente no sabía que se estaba incendiando el periódico o si en realidad los marcianos ya estaban en la plaza grande, ¿no? Porque era en el centro de este Quito pequeñito, ¿no? Finalmente los bomberos respondieron al incendio y llegaron a las afueras del periódico para intentar apagar el fuego, pero a Fabián Melo le contaron que… El pueblo no le dejó que eche una sola gota al… al edificio. “Si usted echa una gota de agua les matamos a ustedes”. Y con esa amenaza los bomberos se retiraron. La gente no permitió bajo ninguna circunstancia que ayudaran a las personas que estaban en el edificio. Y ni siquiera les importó el riesgo de que las llamas se expandieran a las casas de al lado. Finalmente, los manifestantes afuera de El Comercio anunciaron que dejarían salir a los artistas, locutores, periodistas y trabajadores de la radio y el periódico por una sola puerta. Dijeron que las vidas de ellos serían respetadas y que solo querían que Leonardo Páez se entregara. Según dice Páez en su libro, lo querían a él porque lo veían como —y cito— el “hombre de la mente diabólica, que siendo quiteño, por desgracia, a Quito ha traicionado, poniéndolo patas arriba”. Los trabajadores de la radio y del periódico comenzaron a salir uno por uno. Pero no todos lo lograron porque las llamas comenzaron a subir y cerraron el paso hacia la puerta. Uno de ellos fue Guillermo Villalba. Del último piso hasta abajo ya estaba en llamas. ¿Y nosotros por dónde salíamos? Así que tuvimos que lanzarnos a un edificio al lado del último piso de la azotea de donde funcionaban los estudios de radio. Al lado del edificio de El Comercio había un colegio de monjas. Yo salí y me lancé a un planchón hirviendo que había estado ahí y me quemé las manos y muchas partes del cuerpo. Guillermo quedó inconsciente por el humo que había inhalado. Más tarde alguien lo sacó de ahí —todavía desmayado— y lo llevaron a un hospital. Mientras tanto, el edificio seguía quemándose, las llamas cada vez más altas. Aurora Pazmiño las recuerda. Ella vivía en una calle que sube a la cima del Panecillo, una loma desde donde se podía ver toda la ciudad. De arriba se veía todito el incendio después de oír y eran unas llamas y el humo altísimo, imagínese todo el centro y se veía, ahí se veía. Fabián Melo recuerda cómo se sintió al ver el fuego. Vivía a unos tres kilómetros de distancia de la radio. Pucha, terror. Imagínese lo que es un guagua de ocho años que empiece a ver una llamarada que subía y las chispas que subían. ¿Qué le digo? En ese entonces yo me imaginaba que se iban hasta el cielo, 10 metros, 12 metros. Ya eran cerca de las 11 de la noche, dos horas después de que empezó la transmisión. Ya habían llegado los policías y alejaron a los manifestantes lanzándoles gases lacrimógenos. El Ministerio de Defensa envió tropas y caballería para apoyar a los policías. Una vez cercado el lugar, los bomberos pudieron acercarse y comenzar a apagar el fuego. Eran las 11 y media de la noche. Mientras tanto, dentro del edificio, Leonardo Páez logró salir saltando por una ventana hacia el tejado del colegio . Él continuó su escape caminando por los techos de las casas contiguas, tratando de alejarse lo más posible de la muchedumbre que quería quemarlo. Hasta que llegó al techo de una casa donde había una familia en una azotea. Les hizo señas para que lo ayudaran y enseguida lo hicieron. Lo dejaron pasar a su casa y le dieron una habitación. Páez les pidió que contactaran a su familia y le dijeron que lo harían, pero le advirtieron que los policías lo estaban buscando por todas las casas del sector. Ya eran pasadas las 12 de la noche. Los bomberos lograron apagar el fuego por completo y los manifestantes se fueron a sus casas. La calma se fue recuperando poco a poco y la ciudad apenas durmió esa madrugada. A la mañana siguiente, los quiteños fueron a ver qué pasó en el lugar. El edificio donde funcionaba la Radio Quito y El Comercio quedó completamente destruido. Solamente quedó la fachada. Había cenizas por todas partes. Todo lo que estaba dentro se quemó, incluyendo el guion adaptado de “La guerra de los mundos” de Eduardo Alcaraz y la grabación original de la transmisión. Por eso la que escuchamos es solo una recreación. La mamá de José Laso lo llevó a ver los escombros. Me impresionó mucho porque en el primer piso de El Comercio estaban las impresoras del periódico y había unas ventanas bajas que se podía ver el interior, quemado. Y a mí me impresionó mucho ver en el piso de… de El Comercio que me parecía un espejo. Porque se había derretido el plomo de los tipos. Y me impresionó mucho ver las máquinas de escribir retorcidas, ¿no? Por el incendio. Ocho personas murieron por el incendio. Entre ellas dos artistas que estaban en el estudio de radio durante la transmisión: el violinista Perfecto Alvarado y el pianista Raúl Molestina. Pero además, ahí también estaban dos personas que acompañaban a Páez mientras él hacía su trabajo: su novia Clemencia y un sobrino de ella. Y bueno, fuera de la emisora, el pánico también tuvo su impacto: se dice que algunos se suicidaron por la desesperación de la supuesta invasión marciana. Se habla de que en total pudieron haber muerto alrededor de 20 personas. En los días siguientes al incendio, varios manifestantes y personal de la emisora fueron detenidos por la policía. Pero no dejaban de buscar a Páez por todas partes. Páez se había escapado del centro de la ciudad y estuvo escondido en la casa de un conocido de su familia, a las afueras de Quito. Estuvo ahí cuatro meses. Un día su abogado le recomendó presentarse directamente frente a un juez en el Palacio de Justicia y le dijo que su defensa ya estaba preparada. Páez aceptó. En el juicio lo acusaron de incendiario y de provocar una “reacción colectiva” que causó la destrucción de El Comercio. Pero Páez y su abogado demostraron que los directivos de Radio Quito eran conscientes de lo que iban a hacer y que firmaron un contrato con el guionista Eduardo Alcaraz. Paez argumentó que él solo estaba siguiendo órdenes de sus superiores. Fue absuelto de todos los cargos y salió libre. Páez se libró de ir a la cárcel pero algo no lo dejó vivir tranquilo: cada vez que caminaba por las calles de Quito recibía reacciones extremas y contradictorias de la gente. Por un lado, había personas que lo invitaban a tomar un trago y a contarle cómo vivieron la transmisión de “La guerra de los mundos”. Otros se acercaban a él y lo felicitaban por su gran trabajo con la radionovela. Algunos le decían que se habían reído mucho. Otros le decían que gracias a los marcianos se separaron de sus parejas infieles. Y otros que participaron en el incendio no se podían perdonar a sí mismos. Pero esos comentarios un tanto cómicos no lo salvaron de perder su credibilidad y su reputación como periodista. Muchos lo acusaron de que él publicaba solo noticias falsas. Y cuando los diarios o emisoras le daban trabajo, le decían que publicara con un seudónimo o sin su firma. Le pagaban poco dinero y a duras penas le alcanzaba para comer. Solo en una radio lo dejaron transmitir radionovelas a su nombre y gracias a ese espacio, Páez ganó un premio por su trabajo como escritor de teatro. Con ese dinero que ganó, decidió emigrar a Venezuela y no volver más. Radio Quito estuvo cerrada por dos años. La volvieron a abrir en 1951. Y por mucho tiempo en Ecuador, las personas de otras ciudades llamaban a los quiteños con el apodo de “marcianos”, como burla de su ingenuidad. Pero en realidad no es algo para reír. Para muchos es un evento terrible que marcó sus vidas para siempre, como a Guillermo Villalba. Cada cual se salvó como pudo de ese momento de angustia que no quisiera volver a acordarme. Ese es un hecho trágico, completamente. Entiendo por qué no quiere acordarse de esto: estuvo a punto de morir. En los días siguientes a la transmisión, Guillermo se recuperó de sus heridas, pero las quemaduras en sus manos lo dejaron sin huellas digitales. Y las secuelas de ese día todavía pueden verse en él. Los doctores le dijeron hace poco que tiene una herida en el pulmón por todo el humo que inhaló ese día. Cuando yo era pequeña y caminaba por las calles del centro histórico de Quito con mi abuelo, él siempre me contaba historias de la ciudad: me enseñaba dónde vivía con mis bisabuelos, dónde iba al colegio, dónde estudiaba mi abuela. Y muchas veces llegábamos al lugar donde funcionaba Radio Quito en su juventud —el edificio reconstruido, que ahora desentona con su fachada moderna, hasta extraterrestre, depositado en medio de una calle colonial. Nos parábamos ahí y mi abuelo me contaba lo que pasó ese día como una curiosidad, una anécdota entre muchas, un detalle folclórico de nuestra ciudad y de nuestra historia. Y mientras escuchaba la historia de la radionovela, de nuestro breve apocalipsis quiteño y la reacción violenta que vino después, pensaba: ¿quiénes son realmente los extraterrestres en esta historia? Lisette Arévalo es productora de Radio Ambulante. Vive en Quito. Esta historia fue editada por Camila Segura, Luis Fernando Vargas y por mí. El diseño de sonido y la música son de Andrés Azpiri. Andrea López Cruzado hizo el fact checking. Gracias a Juan Carlos Méndez por su ayuda en este episodio. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Gabriela Brenes, Jorge Caraballo, Victoria Estrada, Rémy Lozano, Miranda Mazariegos, Patrick Moseley, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Luis Trelles, David Trujillo y Elsa Liliana Ulloa. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, y se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar. En el próximo episodio de Radio Ambulante: un niño entra a la biblioteca de su escuela, escoge un libro, lo lee y después… Polémica en Chile por la distribución de un libro con contenido erótico a estudiantes de enseñanza básica. Fueron una semana o diez días donde se habló todos los días del tema. Un país de cabeza por un libro, la próxima semana.

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