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Radio Ambulante - Los sobrevivientes

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15
30

A principios de los 90s en Cuba no se sabía mucho sobre el SIDA. Gerson y Yohandra recuerdan un periodo en el que esta nueva enfermedad parecía, para algunos, un escape inusual de una época difícil.

Ahora
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Radio
Ambulante
contigo
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lo
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acompaña
mientras
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la
cena
u
ordenas
la
casa.
Encuentra
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One
(O-N-E),
en
tu
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de
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Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Entonces:
la
semana
pasada
les
trajimos
“Cuando
la
Habana
era
friki”,
una
historia
sobre
los
orígenes
de
la
comunidad
de
rockeros
y
metaleros
en
Cuba.
Esta
semana
volvemos
a
la
isla,
a
esta
misma
comunidad,
con
otra
historia
de
nuestro
archivo.
Hoy
vamos
a
investigar
uno
de
los
capítulos
más
oscuros
y
sorprendentes
de
Cuba
en
los
80
y
90.
Ay,
eso
me
duele
mucho
recordarlo.
Él
llegó
a
mi
casa
con
una
bata
blanca
puesta
y
dijo
delante
de
mi
mamá
que
yo
estaba
enferma
de
SIDA,
y
yo
me
asombré
porque
yo
en
realidad
nunca
había
oído
ni
tan
siquiera
qué
cosa
era
SIDA.
La
palabra
no
la
había
oído.
Esta
es
Yohandra
Cardoso
Casas.
Tiene
cuarentaitantos
años
y
vive
en
la
provincia
cubana
de
Pinar
del
Río.
Y
en
la
época
en
la
que
se
contagió
de
SIDA,
eran
muchos
los
cubanos
que
no
tenían
ningún
conocimiento
de
la
enfermedad.
Pero
Yohandra
era
rockera,
parte
de
esa
comunidad
más
conocida
como
los
frikis.
Uno
de
los
grupos
más
marginados
de
la
isla.
Por
eso,
el
compañero
de
Yohandra,
Gerson
Govea
dice
que
el
rock
era
para
ellos
una
especie
de
religión.
Era
un
culto
ahí
extraño
que
había
que
era
más
bien
como
un
hermandad
religiosa
porque
éramos
muy
unidos
todos.
La
epidemia
del
sida
demostraría
exactamente
qué
tan
unidos
eran.
Nuestro
productor
Luis
Trelles
nos
cuenta.
—–
El
barrio
donde
vive
Gerson
queda
en
la
provincia
cubana
de
Pinar
del
Río.
Es
puro
campo
tropical,
un
sitio
de
lomas
verdes
que
queda
cerca
de
los
sembrados
donde
se
cultiva
el
mejor
tabaco
de
la
isla.
Alto
y
flaco,
con
la
cara
llena
de
piercings
y
tatuajes
en
todo
el
cuerpo,
Gerson
se
siente
fuera
de
lugar
allí.
Es
obvio
que
los
punks
no
abundan
en
el
área,
pero
Gerson
siempre
ha
llevado
su
imagen
con
orgullo.
La
música
punk
no
aceptaba
sometimiento
a
nada.
Ni
a
dogma,
ni
a
doctrina,
ni
a
ideología.
Porque,
o
sea,
eso
es
la
anarquía:
romper
con
lo
establecido.
Y
yo
siempre
pensé,
sí…,
que
tenía
que
ver
conmigo.
Gerson
llegó
al
punk
por
la
vía
del
rock
pesado
y
el
metal.
Eso
era
lo
que
escuchaban
los
primeros
rockeros
de
Pinar
del
Río
en
los
80
y
90.
De
chico
fue
testigo
de
cómo
empezó
la
escena.
Algunos
adolescentes
se
dejaban
el
pelo
largo
y
usaban
camisas
de
bandas
americanas.
Pero
vivían
en
un
pueblo
chiquito,
y
eso
no
se
veía
nada
bien.
La
gente
los
miraba,
los
criticaban,
los
rechazaban,
les
decían
cosas
y
seguían.
Ellos
seguían
igual,
a
ellos
no
les
importaba,
les
daba
igual.
No
era
un
movimiento
masivo,
pero
los
chicos
que
se
unieron
al
grupo
se
hicieron
muy
amigos.
Nos
íbamos
para
la
Habana
para
los
conciertos
allá
grandes.
Y
cuando
no
había
nada
de
rock
n
roll,
hasta
para
las
discos,
nos
íbamos
para
las
discos
y
nos
metíamos
en
la
discos.
Lo
importante
era
andar
juntos…
con
tu
gente,
coño.
Y
a
través
de
Gerson
fue
que
conocí
a
Yohandra,
una
rockera
de
mediana
edad
que
también
descubrió
la
música
a
finales
de
los
80.
Y
tiene
la
evidencia
para
demostrarlo.
Lo
primero
que
hizo
cuando
la
conocí
fue
mostrarme
una
gaveta
llena
de
cassettes
que
guarda
en
una
esquina
de
su
habitación.
Tengo
Metallica,
AC/DC,
Led
Zeppelin,
Barón
Rojo,
Nirvana,
Queen,
Police…
de
todo,
ahí
tengo
de
todo,
toda
la
música
vieja
que
se
oía
antes.
Y
lloro
cuando
se
me
pierde
un
cassette.
Ella
también
tuvo
una
adolescencia
como
la
de
Gerson,
y
recuerda
cómo
la
policía
hostigaba
a
sus
amigos
rockeros
por
tan
solo
pasar
el
rato
en
la
calle
escuchando
música.
Siempre
los
acusaban
del
mismo
delito:
Peligrosidad
social,
que
por
andar
así
de
esa
forma,
los
tribunales
pensaban
que
eras
un
peligro
para
la
sociedad.
Entonces
la
condena
era
de
–era
no,
es
todavía–
de
dos
años
por
primera
vez,
y
después,
si
sigues
reincidiendo
como
peligro
social,
es
de
cuatro
años
la
condena.
Los
frikis
no
solo
se
enfrentaban
a
las
leyes
del
gobierno
y
a
los
prejuicios
de
sus
vecinos
y
compañeros
de
escuela.
Muchas
veces,
sus
propias
familias
eran
las
primeras
en
rechazarlos.
Los
padres
los
botaban
de
su
casa
por
como
eran,
por
la
vida
que
llevaban
y
andaban
en
la
calle
pasando
hambre,
sin
ropa,
sin
atención
y
sin
ná.
Se
habían
echado
al
gobierno,
a
la
sociedad
y
a
las
familias
en
contra.
Estaban
amenazados
por
todas
partes.
Y
a
finales
de
los
80,
llegó
otra
amenaza.
Empezaba
el
comentario:
“No,
fulano
se
enfermó
y
fulano
se
fue
al
sanatorio”,
ya
iban
cayendo
ya,
de
a
poco.
Ni
Gerson
ni
los
de
su
generación
sabían
de
qué
se
trataba.
En
1989
llegaron
unos
rumores:
el
gobierno
de
Pinar
del
Río
estaba
construyendo
un
nuevo
hospital.
Pero
no
iba
a
ser
un
hospital
normal,
sino
un
sanatorio,
para
internar
a
todos
lo
que
sufrían
de
esta
nueva
enfermedad.
Bueno
yo
me
enteré
de
la
palabra
SIDA
en
el
90.
En
menos
de
10
años,
el
VIH/SIDA
se
había
convertido
en
una
epidemia
en
Cuba.
La
idea
del
sanatorio
de
Pinar
del
Río,
y
varios
más
a
lo
largo
de
la
isla,
era
contener
la
epidemia.
Y
aunque
suene
raro,
los
frikis
escuchaban
las
historias
de
cómo
era
la
vida
adentro
del
sanatorio
y
se
imaginaban
un
paraíso.
Los
enfermos
les
dicen
lo
que
hacen
con
ellos
en
el
sanatorio:
las
comidas,
la
buena
vida…
En
el
sanatorio
se
comía
tres
veces
al
día
con
un
menú
que
incluía
carne
y
helados.
Algunas
habitaciones
tenían
aire
acondicionado.
La
gente
prefería
antes
de
estar
viviendo
en
la
calle,
estar
enfermo
y
venir
para
acá,
para
tenerlo
todo,
y
de
gratis
que
era
lo
que
más
influía:
que
era
gratis,
regalado.Era
un
estilo
de
vida
que
no
se
veía
en
el
resto
del
país.
No
había
nada,
no
había
comida,
no
había
jabón,
no
había
nada,
ni
aceite,
ni
cigarros,
nada
absolutamente,
transporte…
Cuando
destruyeron
el
socialismo
que
era
una
esperanza
para
la
humanidad…
Era
el
fin
de
la
Guerra
Fría
y
la
isla
pasaba
por
uno
de
los
momentos
más
difíciles
de
su
historia.
¿Qué
queda?…
El
Bloque
Socialista
se
desmoronaba
y
en
un
par
de
años
la
Unión
Soviética
dejaría
de
existir.
Sino
fustración,
miseria…
Pronto
comenzaría
el
Periodo
Especial
en
Cuba,
una
época
de
profunda
escasez.
Desigualdad,
injusticia…
Es
muy
triste…
Pero
en
los
sanatorios
eso
no
se
sentía.
La
cuestión
era
cómo
entrar.
Eran
rockeros,
los
rockeros
no
les
gustaba
trabajar.
Los
rockeros
les
gustaba
que
las
cosas
les
cayeran
fácil.
Y
como
más
fácil
ellos
lo
vieron
fue
inyectándose
de
SIDA.
Sí:
lo
que
dice
Yohandra
es
cierto.
Un
friki
enfermo
le
daba
sangre
a
otro
y
luego
ese
le
daba
sangre
a
otro
más.
Es
imposible
calcular
cuántos
se
inyectaron,
las
estadísticas
oficiales
de
casos
autoinfectados
son
casi
inexistentes,
pero
algunos
calculan
que
fueron
más
de
200
en
toda
la
isla.
Pero
había
tanto
que
no
sabían
acerca
del
virus.
Aún
no
se
hablaba
públicamente
de
la
epidemia,
ni
de
la
forma
en
que
se
contagiaba.
Los
frikis
que
se
inyectaban
eran
casi
todos
hombres
y
no
sabían
que
podían
infectar
a
otra
gente
a
través
del
contacto
sexual.
Y
las
novias
de
los
frikis
fueron
las
primeras
en
sufrir
las
consecuencias.
Mujeres
como
Yohandra,
que
un
día
recibió
una
visita
del
Director
de
Higiene
y
Salud
de
la
provincia.
Él
llegó
a
mi
casa
con
una
bata
blanca
puesta
y
dijo
delante
de
mi
mamá
que
yo
estaba
enferma
de
SIDA.
Y
yo
me
asombré
porque
yo
en
realidad
nunca
había
oído
ni
tan
siquiera
qué
cosa
era
SIDA.
La
palabra
no
la
había
oído.
Hasta
ese
momento,
Yohandra
era
una
chica
normal
de
provincia.
Vivía
en
la
casa
de
su
familia
mientras
estudiaba
para
ser
maestra
rural.
Su
ex-novio,
un
friki
autoinfectado,
había
entregado
una
lista
de
la
gente
con
la
que
se
había
acostado.
Y
el
nombre
de
Yohandra
aparecía
ahí.
Todavía
no
había
cumplido
los
18
años.
Imagínate
que
te
digan
de
que
el
tiempo
de
vida
que
te
quedan
son
cinco
años.
Yo
lo
único
que
pensaba
era
que
no,
que
a
eso
no
podía
pasarme.
Que
por
qué
a
mí,
quizás
estaban
equivocados.
Quizás,
en
el
tiempo
que
yo
estuve
con
ese
muchacho,
él
no
estaba
enfermo,
era
un
error.
Desafortunadamente
no
era
un
error.
Yohandra
estaba
enferma
y
para
complicar
las
cosas
ella
ya
estaba
casada
con
otro
hombre.
Yo
llevaba
ya
como
seis
meses
casada
ya
de
nuevo
con
ese
muchacho.
Estaba
embarazada.
No
se
lo
dije
en
aquel
momento
al
Director
de
Higiene,
pero
él
visitó
el
consultorio
al
que
yo
pertenecía
y
la
doctora
del
consultorio
le
dijo
que
yo
estaba
embarazada,
y
me
obligaron
a
sacarme
la
criatura.
Ya
después
que
aborté
esa
barriga,
renuncié
a
tener
hijos.
No
quise
embarazarme
nunca
más…
Los
problemas
de
Yohandra
con
el
gobierno
no
pararon
ahí.
Como
su
marido
era
un
hombre
sano
y
ella
tenía
el
virus,
el
mismo
Director
de
Higiene
que
había
ordenado
el
aborto
la
acusó
de
“Propagación
de
la
Epidemia”.
Según
la
ley,
una
persona
enferma
no
podía
estar
con
una
persona
sana.
Y
me
llevaron
presa
por
3
años.
Sin
un
delito,
porque
yo
no
había
matado
a
nadie,
yo
no
había
robado
a
nadie,
yo
no
había…
Yo
no
había
cometido
nunca
algún
tipo
de
delito.
Pasó
su
condena
en
varias
prisiones
y
terminó
divorciándose
de
su
esposo.
Fue
irónico,
porque
al
final
el
exmarido
de
Yohandra
nunca
llegó
a
contagiarse
de
VIH.
Cumplí
prisión
y
todo
por
eso
y
él
nunca
dio
positivo.
Estas
consecuencias
que
sufrió
Yohandra
todavía
no
eran
evidentes
para
la
gran
mayoría
de
los
rockeros
enfermos.
Al
salir
de
la
prisión,
iría
al
sanatorio.
Y
para
gente
como
ella,
que
no
escogió
tener
la
enfermedad,
era
una
extensión
de
la
cárcel.
Pero
para
los
autoinfectados,
la
fiesta
apenas
comenzaba.
En
mi
opinión
era
como
un
campismo,
como
una
base
de
campismo,
como
un
campamento
de
scouts,
así.
En
esa
época,
Gerson
tenía
muchos
amigos
adentro.
Era
uno
de
los
sanos,
e
iba
a
menudo
a
visitarlos.
El
ambiente
que
encontró
le
sorprendió.
Las
cabañas
rústicas
donde
vivían
los
pacientes
estaban
rodeadas
de
árboles
y
animales
que
se
acercaban
de
las
fincas
vecinas.
Y
el
ambiente
era
100%
friki.
Cabello
largo
todo
el
mundo,
y
en
cada
habitación
había
una
grabadora
con
puro
metal
y
amplificadores
con
rock
n’
roll.
Yo
decía,
“ah,
esta
gente
aquí
adentro
no
se
deben
aburrir”,
que
era
el
dia
entero
jodiendo,
y
que
era
esto…
Era
la
idea
que
yo
tenía.
Parecía
que
todo
era
posible
en
el
sanatorio.
Todo:
hasta
montar
una
banda
de
punk.
Gerson
se
juntó
con
un
par
de
pacientes
autoinfectados
y
comenzaron
a
tocar.
Iba
cada
semana
para
ensayar.
Era
lo
que
yo
quería
y
yo
estaba
dispuesto
a
hacer
lo
que
hubiera
que
hacer
porque
era
el
sueño
que
yo
tenía,
¿ves?
La
banda
se
llamó
Metamorfosis.
Un
autoinfectado
conocido
como
Papo
La
Bala,
era
el
guitarrista.
Quintana,
otro
autoinfectado,
tocaba
el
bajo.
Usaban
equipos
viejos
de
la
Unión
Soviética,
parlantes
hechos
de
cartón
y
un
bajo
que
tenía
una
sola
cuerda.
En
un
cuartito
del
sanatorio,
Gerson
y
los
otros
chicos
se
encerraban
para
sacar
himnos
punk
con
tres
acordes
desafinados.
Solo
faltaba
una
cosa:
salir
a
tocar
en
vivo.
Pero
no
lo
lograron.
Nunca
pudimos
tocar.
Cuando
cuadramos
nuestro
primer
concierto,
se
puso
mal
de
salud,
se
puso
mal
uno
de
los
guitarristas.
Y
al
final
nunca
pudimos
dar
un
concierto.
Poco
después
cayó
Quintana.
Un
mes
se
me
murió
un
guitarrista,
al
mes
y
medio
se
murió
el
del
bajo.
Eso
fue
en
un
año
y
medio,
bueno,
quedé
yo
porque
yo
no
tenía
nada.
Esa
era
la
realidad
del
sanatorio:
la
salud
de
los
que
entraban
siempre
empeoraba.
Algunos
perdían
tanto
peso
que
al
final
ya
no
podían
caminar.
Otros
se
quedaban
ciegos.
Algunos
se
volvían
locos.
Todavía
no
existían
los
tratamientos
para
poder
vivir
con
el
virus.
Algunos
tenían
la
esperanza
de
que
hubiera
alguna
cura,
algún
medicamento
que
descubrieran,
una
vacuna,
pero
mira
ya
a
la
altura
que
estamos
y
todavía
no
ha
aparecido.
Entonces
lo
que
ellos
no
sabían
era
eso,
que
se
iba
a
demorar
tantos
años
y
tantos
años.
Gerson
y
Yohandra
cuentan
que
a
principios
de
los
90
habían
unos
60
frikis
en
el
sanatorio.
No
todos
eran
autoinfectados,
muchos
se
contagiaron
de
la
misma
forma
que
Yohandra:
por
tener
relaciones
sexuales
sin
protección
con
un
friki
enfermo.
Pero
para
el
año
2000,
de
los
60
frikis
solo
quedaban
cinco.
Una
pausa
y
volvemos…
Hey,
antes
de
volver
a
nuestro
episodio:
si
quieren
seguir
de
cerca
todos
los
cambios
que
vienen
en
Washington,
les
recomiendo
el
NPR
Politics
Podcast.
Ahora
van
a
sacar
dos
episodios
nuevos
por
semana,
para
que
se
enteren
no
solo
de
lo
que
está
pasando,
sino
de
lo
que
significa.
Suscríbanse
o
escuchen
en
el
app
de
NPR
One
o
npr.org/podcasts
Antes
de
la
pausa
vimos
cómo
el
sanatorio
se
había
convertido
en
un
refugio
para
muchos
frikis.
Pero
en
el
transcurso
de
una
década,
se
fue
desocupando…
En
el
mes
se
iban
uno,
dos…
Habían
meses
que
no
se
iban,
no
se
morían
ninguno,
pero
después,
los
meses
siguientes,
se
morían
tres
juntos,
y
así.
Cada
vez
que
había
una
muerte,
el
director
les
daba
permiso
a
los
pacientes
para
que
salieran
a
despedir
a
sus
amigos.
Poníamos
música
y
nos
poníamos
a
tomar.
La
música
que
le
gustaba
al
que
fallecía,
y
ya
ahí
a
ponernos
tristes
ahí
a
esperar…
llevarlo
al
cementerio,
pero
bueno…
Y
fue
allí,
en
los
entierros,
donde
las
consecuencias
de
haberse
inyectado
finalmente
se
hicieron
evidentes.
Entonces
mucha
gente
cuando
estaba
consciente
de
eso,
de
que
estaban
enfermos
y
que
no
había
vuelta
atrás
y
de
que
se
iban
a
morir,
se
arrepentían.
Lo
que
se
quedó
fue
la
enfermedad.
Con
cada
funeral,
Gerson
se
quedaba
más
solo.
Primero
se
había
vaciado
la
calle
de
frikis
cuando
sus
amigos
entraron
todos
juntos
al
sanatorio.
Y
ahora
su
gente
desaparecía
por
completo,
y
él
se
convertía
en
uno
de
los
últimos
frikis
de
su
generación
que
no
había
ingresado
en
el
sanatorio.
Ajá.
Por
eso
la
pérdida
duele
tanto,
porque
se
extrañaba
más,
porque
era
el
apoyo.
Cada
cual
buscaba
su
apoyo
ahí
mismo
en
su
fraternidad,
en
su
grupo.
Vacío
se
siente
mucho
más.
Hasta
que
un
día,
a
Gerson
lo
pillaron
con
anfetamina.
Era
la
droga
habitual
de
los
frikis,
y
en
su
soledad,
Gerson
estaba
tomando
las
pastillas
cada
vez
más.
En
el
tribunal,
el
juez
le
dio
una
condena
de
cuatro
años
de
prisión.
Sintió
que
tenía
una
sola
opción.
No
no,
yo
que
prefería
morirme
antes
de
ir
preso.
Yo
no
puedo
estar
encerrado.
Estoy
encerrado
y
pierdo
la
mente,
la
mente
la
pierdo.
Lo
que
me
vienen
a
la
mente
son
ideas
suicidas
completas.
Gerson
estaba
desesperado,
igual
que
los
frikis
que
le
huían
a
las
leyes
de
peligrosidad
social
10
años
antes.
Así
que
se
le
ocurrió
la
misma
solución.
Empecé
a
buscar
un
compañero
que
quisiera
darme
un
poco
de
sangre.
Al
final
encontré
uno
después
de
dos
meses
de
buscar
y
de
pedirla,
y
encontré
uno
que
sí,
que
me
dio
un
poco.
El
intercambio
de
sangre
se
hizo
sin
ningún
ritual,
ninguna
ceremonia;
fue
un
trámite
que
no
duró
más
de
10
minutos.
Gerson
se
encontró
con
su
amigo
enfermo
en
un
baño
público.
Yo
llevaba
la
jeringuilla.
Y
con
el
cordón
de
los
zapatos
me
canalicé
la
vena
ahí
y
la
extraje
la
de
él
y
la
puse
en
el
brazo,
en
mi
brazo
ahí.
Gerson
había
sacado
un
centímetro
cúbico
completo
de
sangre
del
brazo
de
su
amigo.
Estaba
listo
para
inyectársela,
cuando
el
chico
enfermo
lo
detuvo.
Me
dijo,
“No,
eso
es
mucho.
Eso
es
mucho,
Gerson.
No
vas
a
durar
mucho
tiempo
si
te
pones
todo
eso.
Ya
con
un
poquitico,
una
mínima
cosa,
con
dos
gotas
ya
tienes
ya,
no
tiene
que
ser
un
CC
completo”.
Gerson
se
deshizo
de
la
sangre
en
exceso
y
buscó
la
vena
de
su
propio
brazo
con
la
aguja.
Yo
recuerdo
que
simplemente
[que]
cuando
me
estaba
poniendo
la
sangre,
esa
enferma,
yo
que
allí
dentro
de
aquel
baño,
ahí,
se
me
salieron
las
lágrimas.
Solas.
Solas,
solas.
Así
se
me
salieron
así
por
los
ojos.
Y
no,
eso
no
se
me
va
a
olvidar
nunca,
eso.
Esa
reacción
asustó
a
su
amigo.
Pensaba
que
Gerson
se
arrepentía,
que
lo
podría
delatar
y
lo
acusarían
de
propagación
de
la
epidemia.
Me
decía,
«Asere,
después
no
te
arrepientas.
Después
no
te
arrepientas…».
Yo
le
decía,
«Loco,
yo
no
me
voy
a
arrepentir,
ni
te
va
a
pasar
a
ti
tampoco
ya.
Normal.
Ya.
Ya
yo
también
voy
pa’llá».
El
único
que
faltaba
era
yo.
“Ya
yo
también
voy”.
Gerson
consiguió
lo
que
quería.
Una
vez
que
dio
positivo
en
la
prueba
de
VIH,
el
juez
lo
envió
al
sanatorio.
Era
el
año
2000,
y
el
lugar
había
cambiado
mucho.
Casi
todos
los
rockeros
se
habían
muerto.
Los
pocos
que
quedaban
se
habían
convertido
en
una
especie
en
peligro
de
extinción.
Y
uno
de
ellos
era
Yohandra,
que
la
habían
trasladado
de
vuelta
al
sanatorio
luego
de
haber
cumplido
con
su
condena
de
cárcel.
Ella
también
estaba
cansada
de
estar
sola.
Por
eso
la
noticia
de
que
iba
a
ingresar
un
friki
nuevo
al
sanatorio
le
interesó
tanto.
El
mismo
chico
que
le
dio
la
sangre
a
Gerson
fue
quien
le
dio
la
noticia.
Él
era
muy
amigo
mío,
y
es
el
que
me
dice
a
mí:
«Ay
Yohandra,
va
a
entrar
para
el
sanatorio
un
pelú
que
se
llama
Gerson»,
y
yo
digo,
«¿Sí?».
«Sí,
sí,
va
a
entrar
un
pelú
que
se
llama
Gerson,
le
gusta
también
el
rock
and
roll«,
yo:
«¿Y
está
casado?».
«No,
no
está
casado,
está
soltero».
Era
lo
que
Yohandra
estaba
buscando,
un
pelú,
es
decir,
un
chico
de
pelo
largo,
que
fuera
friki
como
ella
y
que
tuviera
SIDA.
Increíblemente,
Gerson
y
Yohandra
nunca
se
habían
conocido.
Cuando
Gerson
iba
al
sanatorio,
Yohandra
estaba
en
las
prisiones
de
La
Habana.
Cuando
Yohandra
regresó
al
sanatorio,
ya
habían
muerto
la
mayoría
de
los
amigos
de
Gerson,
y
él
ya
no
visitaba.
Y
así,
cuando
Gerson
entró
al
sanatorio,
Yohandra
lo
estaba
esperando,
en
su
casa,
en
la
cabaña
número
cinco.
Y
una
vez
que
se
conocieron
no
volvieron
a
separarse.
Fue
en
esa
misma
cabaña
donde
los
conocí,
cuando
llegué
buscando
a
los
últimos
dos
frikis
del
sanatorio
a
finales
del
2014.
Y
entonces
está
el
edificio
central,
¿ves?
Aquél
edificio
central…
El
chirrido
que
se
escucha
viene
de
la
silla
de
ruedas
de
Yohandra.
En
el
2004
perdió
las
dos
piernas
debido
a
problemas
circulatorios.
Desde
entonces,Gerson
es
más
que
su
pareja.
Es
el
que
la
cuida,
el
que
la
ayuda
a
moverse
por
el
campo
del
sanatorio.
Eso
fue
lo
que
hicieron
cuando
los
fui
a
visitar:
Gerson
empujaba
la
silla
de
ruedas
de
Yohandra
mientras
me
llevaban
de
paseo
por
el
lugar.
La
planta
baja
era
un
recibidor,
un
lobby
grande
con
unos
espejos.
Entonces
ahí
con
ese
recibidor
que
tenía,
tenía
unos
sillones…
Había
veces
que
ponían
un
bafle
grande,
¿te
acuerdas?,
que
ponían
un
bafle
grande
en
el
lobby,
y
se
sentaba
todo
mundo
ahí
a
oir
rock,
¿te
acuerdas?
¿Como
no
me
voy
acordar
de
eso?
Claro…
pero
eso
ya
hacía
tiempo
que
no
nos
acordamos
de
eso,
oye
tú.
No,
que
no
lo
hablábamos,
porque
siempre
nos
hemos
acordado.
Por
lo
menos
yo,
a
no
se
me
olvida.
El
sanatorio
cerró
en
el
2010,
pero
Gerson
y
Yohandra
decidieron
quedarse.
Desde
entonces
viven
como
ocupas
en
la
cabaña
de
siempre.
Ya
pues,
oye,
aquí…
ya
ahora
lo
que
queda
es
esto
que
ves,
los
restos.
El
esqueleto.
El
esqueleto
del
cuerpo…
Del
sanatorio
que
recuerdan
no
queda
nada,
el
abandono
del
lugar
es
extremo.
Gerson
y
Yohandra
mantienen
su
cabaña
habitable,
pero
la
naturaleza
ha
invadido
lo
demás.
La
maleza
se
ha
tragado
paredes
enteras
en
las
otras
casitas
y
los
vecinos
del
barrio
se
han
ocupado
de
saquear
el
resto.
Se
han
llevado
los
cables
eléctricos,
se
han
llevado,
bueno,
todo:
hasta
los
azulejos
de
los
baños.
Los
arrancan
de
la
pared
y
se
lo
llevan.
Pero
lo
que
no
se
han
llevado
son
los
archivos
médicos
de
los
pacientes
que
murieron.
Hace
varios
años
ya
que
Gerson
encontró
unas
carpetas
llenas
de
páginas
amarillentas
con
las
anotaciones
de
los
médicos
del
sanatorio.
Le
parecía
mal
que
se
quedaran
así,
pudriéndose,
así
que
las
rescató.
Aquí
tengo
este
que
fue
el
que
me
dio
la
sangre.
La
noche
que
pasé
en
casa
de
ellos,
rodeado
por
los
afiches
de
Los
Ramones
y
los
Sex
Pistols
en
las
paredes,
Gerson
los
volvió
a
sacar.
Quería
leerme
los
historiales
de
sus
amigos,
para
que
yo
supiera
cómo
eran.
Y
fue
el
último,
uno
de
los
últimos
que
murió.
Murió
en
el
2007.
Juan
Carlos
Quintana,
mira
uno
de
los
que
tocaban
conmigo
en
el
grupo.
Y
es
que
son
muchos
nombres.
Y
cada
uno
representa
un
pedazo
vital
de
una
comunidad
perdida,
un
friki
que
ya
nadie
recuerda,
excepto
Gerson
y
Yohandra.
Juan
Luis
Perez
Arencibia,
este
era
friki.
Este
si
era
de
rock
n’
roll.
Murió
de
neurotoxoplasmosis.
Esteban
Reisin,
uno
de
rock
n’
roll,
inyectado
también.
Eibin,
José
Antonio
Coello,
alias
Bon
Jovi.
Ah,
Tania
la
loca.
El
chiche,
Cuba,
eh…
me
acordé
del
brujas,
de
Ordilio,
del
Americano,
del
Yuma…
Se
me
quedan.
¡Eran
muchos!,
eran
muchos,
eran
muchos.
Ellos
se
pusieron
de
acuerdo
todos
en
el
91
y
dijeron
todo
el
grupo
juntos:
“¡Vamos
para
el
sanatorio!”.
Como
si
fuera
una
fiesta.
De
esa
fiesta
no
queda
nada.
Algunos
ecos,
algunas
memorias…
y
dos
sobrevivientes.
——-
Desde
que
sacamos
esta
historia
a
principios
del
2015,
el
gobierno
está
remodelando
el
sanatorio
para
convertirlo
en
una
prisión.
Gerson
tiene
una
casa
nueva
allí
mismo
y
ahora
vive
junto
a
los
nuevos
vecinos
del
lugar,
soldados
y
militares
que
también
han
recibido
casas
nuevas
en
el
antiguo
sanatorio.
Cuando
nuestro
productor
Luis
le
preguntó
que
qué
tal
los
nuevos
vecinos,
Gerson
respondió:
«Al
que
no
quiere
caldo,
le
dan
dos
tazas».
Luis
Trelles
es
documentalista
y
productor
de
Radio
Ambulante.
Vive
en
San
Juan,
Puerto
Rico.
Esta
historia
fue
editada
en
equipo,
entre
Camila
Segura,
Silvia
Viñas,
Martina
Castro
y
yo,
con
diseño
de
sonido
de
Andrés
Azpiri.
Luis
investigó
esta
historia
por
más
de
un
año
y
coprodujo
una
versión
en
inglés,
con
Radiolab,
uno
de
los
programas
que
más
admiramos
de
la
radio
pública
estadounidense.
Avísenle
a
sus
amigos
que
no
hablan
ni
entienden
español,
que
ahora
pueden
escuchar
Radio
Ambulante.
Queremos
agradecer
a
nuestro
amigo
Tim
Howard,
por
su
apoyo
constante
durante
todo
el
proceso.
Agradecimientos
también
a
Jad
Abumrad,
Matt
Kilty,
Jamie
York
y
todo
el
equipo
de
Radiolab.
Hay
un
un
enlace
a
esa
colaboración
en
nuestra
página
web.
Gracias
a
la
Universidad
del
Sagrado
Corazón,
en
Santurce,
Puerto
Rico,
por
prestarnos
sus
estudios.
Bueno,
y
además
de
los
que
ya
he
mencionado,
el
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Fe
Martinez,
Melissa
Montalvo,
Desiree
Bayonet,
Ryan
Sweikert,
Elsa
Liliana
Ulloa,
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Rolando,
Barbara
Sawhill.
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son
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y
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Esta es Yohandra Cardoso Casas. Tiene cuarentaitantos años y vive en la provincia cubana de Pinar del Río. Y en la época en la que se contagió de SIDA, eran muchos los cubanos que no tenían ningún conocimiento de la enfermedad. Pero Yohandra era rockera, parte de esa comunidad más conocida como los frikis. Uno de los grupos más marginados de la isla. Por eso, el compañero de Yohandra, Gerson Govea dice que el rock era para ellos una especie de religión. Era un culto ahí extraño que había que era más bien como un hermandad religiosa porque éramos muy unidos todos. La epidemia del sida demostraría exactamente qué tan unidos eran. Nuestro productor Luis Trelles nos cuenta. —– El barrio donde vive Gerson queda en la provincia cubana de Pinar del Río. Es puro campo tropical, un sitio de lomas verdes que queda cerca de los sembrados donde se cultiva el mejor tabaco de la isla. Alto y flaco, con la cara llena de piercings y tatuajes en todo el cuerpo, Gerson se siente fuera de lugar allí. Es obvio que los punks no abundan en el área, pero Gerson siempre ha llevado su imagen con orgullo. La música punk no aceptaba sometimiento a nada. Ni a dogma, ni a doctrina, ni a ideología. Porque, o sea, eso es la anarquía: romper con lo establecido. Y yo siempre pensé, sí…, que tenía que ver conmigo. Gerson llegó al punk por la vía del rock pesado y el metal. Eso era lo que escuchaban los primeros rockeros de Pinar del Río en los 80 y 90. De chico fue testigo de cómo empezó la escena. Algunos adolescentes se dejaban el pelo largo y usaban camisas de bandas americanas. Pero vivían en un pueblo chiquito, y eso no se veía nada bien. La gente los miraba, los criticaban, los rechazaban, les decían cosas y seguían. Ellos seguían igual, a ellos no les importaba, les daba igual. No era un movimiento masivo, pero los chicos que se unieron al grupo se hicieron muy amigos. Nos íbamos para la Habana para los conciertos allá grandes. Y cuando no había nada de rock n roll, hasta para las discos, nos íbamos para las discos y nos metíamos en la discos. Lo importante era andar juntos… con tu gente, coño. Y a través de Gerson fue que conocí a Yohandra, una rockera de mediana edad que también descubrió la música a finales de los 80. Y tiene la evidencia para demostrarlo. Lo primero que hizo cuando la conocí fue mostrarme una gaveta llena de cassettes que guarda en una esquina de su habitación. Tengo Metallica, AC/DC, Led Zeppelin, Barón Rojo, Nirvana, Queen, Police… de todo, ahí tengo de todo, toda la música vieja que se oía antes. Y lloro cuando se me pierde un cassette. Ella también tuvo una adolescencia como la de Gerson, y recuerda cómo la policía hostigaba a sus amigos rockeros por tan solo pasar el rato en la calle escuchando música. Siempre los acusaban del mismo delito: Peligrosidad social, que por andar así de esa forma, los tribunales pensaban que tú eras un peligro para la sociedad. Entonces la condena era de –era no, es todavía– de dos años por primera vez, y después, si sigues reincidiendo como peligro social, es de cuatro años la condena. Los frikis no solo se enfrentaban a las leyes del gobierno y a los prejuicios de sus vecinos y compañeros de escuela. Muchas veces, sus propias familias eran las primeras en rechazarlos. Los padres los botaban de su casa por como eran, por la vida que llevaban y andaban en la calle pasando hambre, sin ropa, sin atención y sin ná. Se habían echado al gobierno, a la sociedad y a las familias en contra. Estaban amenazados por todas partes. Y a finales de los 80, llegó otra amenaza. Empezaba el comentario: “No, fulano se enfermó y fulano se fue al sanatorio”, ya iban cayendo ya, de a poco. Ni Gerson ni los de su generación sabían de qué se trataba. En 1989 llegaron unos rumores: el gobierno de Pinar del Río estaba construyendo un nuevo hospital. Pero no iba a ser un hospital normal, sino un sanatorio, para internar a todos lo que sufrían de esta nueva enfermedad. Bueno yo me enteré de la palabra SIDA en el 90. En menos de 10 años, el VIH/SIDA se había convertido en una epidemia en Cuba. La idea del sanatorio de Pinar del Río, y varios más a lo largo de la isla, era contener la epidemia. Y aunque suene raro, los frikis escuchaban las historias de cómo era la vida adentro del sanatorio y se imaginaban un paraíso. Los enfermos les dicen lo que hacen con ellos en el sanatorio: las comidas, la buena vida… En el sanatorio se comía tres veces al día con un menú que incluía carne y helados. Algunas habitaciones tenían aire acondicionado. La gente prefería antes de estar viviendo en la calle, estar enfermo y venir para acá, para tenerlo todo, y de gratis que era lo que más influía: que era gratis, regalado.Era un estilo de vida que no se veía en el resto del país. No había nada, no había comida, no había jabón, no había nada, ni aceite, ni cigarros, nada absolutamente, transporte… Cuando destruyeron el socialismo que era una esperanza para la humanidad… Era el fin de la Guerra Fría y la isla pasaba por uno de los momentos más difíciles de su historia. ¿Qué queda?… El Bloque Socialista se desmoronaba y en un par de años la Unión Soviética dejaría de existir. Sino fustración, miseria… Pronto comenzaría el Periodo Especial en Cuba, una época de profunda escasez. Desigualdad, injusticia… Es muy triste… Pero en los sanatorios eso no se sentía. La cuestión era cómo entrar. Eran rockeros, los rockeros no les gustaba trabajar. Los rockeros les gustaba que las cosas les cayeran fácil. Y como más fácil ellos lo vieron fue inyectándose de SIDA. Sí: lo que dice Yohandra es cierto. Un friki enfermo le daba sangre a otro y luego ese le daba sangre a otro más. Es imposible calcular cuántos se inyectaron, las estadísticas oficiales de casos autoinfectados son casi inexistentes, pero algunos calculan que fueron más de 200 en toda la isla. Pero había tanto que no sabían acerca del virus. Aún no se hablaba públicamente de la epidemia, ni de la forma en que se contagiaba. Los frikis que se inyectaban eran casi todos hombres y no sabían que podían infectar a otra gente a través del contacto sexual. Y las novias de los frikis fueron las primeras en sufrir las consecuencias. Mujeres como Yohandra, que un día recibió una visita del Director de Higiene y Salud de la provincia. Él llegó a mi casa con una bata blanca puesta y dijo delante de mi mamá que yo estaba enferma de SIDA. Y yo me asombré porque yo en realidad nunca había oído ni tan siquiera qué cosa era SIDA. La palabra no la había oído. Hasta ese momento, Yohandra era una chica normal de provincia. Vivía en la casa de su familia mientras estudiaba para ser maestra rural. Su ex-novio, un friki autoinfectado, había entregado una lista de la gente con la que se había acostado. Y el nombre de Yohandra aparecía ahí. Todavía no había cumplido los 18 años. Imagínate que te digan de que el tiempo de vida que te quedan son cinco años. Yo lo único que pensaba era que no, que a mí eso no podía pasarme. Que por qué a mí, quizás estaban equivocados. Quizás, en el tiempo que yo estuve con ese muchacho, él no estaba enfermo, era un error. Desafortunadamente no era un error. Yohandra estaba enferma y para complicar las cosas ella ya estaba casada con otro hombre. Yo llevaba ya como seis meses casada ya de nuevo con ese muchacho. Estaba embarazada. No se lo dije en aquel momento al Director de Higiene, pero él visitó el consultorio al que yo pertenecía y la doctora del consultorio le dijo que yo estaba embarazada, y me obligaron a sacarme la criatura. Ya después que aborté esa barriga, renuncié a tener hijos. No quise embarazarme nunca más… Los problemas de Yohandra con el gobierno no pararon ahí. Como su marido era un hombre sano y ella tenía el virus, el mismo Director de Higiene que había ordenado el aborto la acusó de “Propagación de la Epidemia”. Según la ley, una persona enferma no podía estar con una persona sana. Y me llevaron presa por 3 años. Sin un delito, porque yo no había matado a nadie, yo no había robado a nadie, yo no había… Yo no había cometido nunca algún tipo de delito. Pasó su condena en varias prisiones y terminó divorciándose de su esposo. Fue irónico, porque al final el exmarido de Yohandra nunca llegó a contagiarse de VIH. Cumplí prisión y todo por eso y él nunca dio positivo. Estas consecuencias que sufrió Yohandra todavía no eran evidentes para la gran mayoría de los rockeros enfermos. Al salir de la prisión, iría al sanatorio. Y para gente como ella, que no escogió tener la enfermedad, era una extensión de la cárcel. Pero para los autoinfectados, la fiesta apenas comenzaba. En mi opinión era como un campismo, como una base de campismo, como un campamento de scouts, así. En esa época, Gerson tenía muchos amigos adentro. Era uno de los sanos, e iba a menudo a visitarlos. El ambiente que encontró le sorprendió. Las cabañas rústicas donde vivían los pacientes estaban rodeadas de árboles y animales que se acercaban de las fincas vecinas. Y el ambiente era 100% friki. Cabello largo todo el mundo, y en cada habitación había una grabadora con puro metal y amplificadores con rock n’ roll. Yo decía, “ah, esta gente aquí adentro no se deben aburrir”, que era el dia entero jodiendo, y que era esto… Era la idea que yo tenía. Parecía que todo era posible en el sanatorio. Todo: hasta montar una banda de punk. Gerson se juntó con un par de pacientes autoinfectados y comenzaron a tocar. Iba cada semana para ensayar. Era lo que yo quería y yo estaba dispuesto a hacer lo que hubiera que hacer porque era el sueño que yo tenía, ¿ves? La banda se llamó Metamorfosis. Un autoinfectado conocido como Papo La Bala, era el guitarrista. Quintana, otro autoinfectado, tocaba el bajo. Usaban equipos viejos de la Unión Soviética, parlantes hechos de cartón y un bajo que tenía una sola cuerda. En un cuartito del sanatorio, Gerson y los otros chicos se encerraban para sacar himnos punk con tres acordes desafinados. Solo faltaba una cosa: salir a tocar en vivo. Pero no lo lograron. Nunca pudimos tocar. Cuando cuadramos nuestro primer concierto, se puso mal de salud, se puso mal uno de los guitarristas. Y al final nunca pudimos dar un concierto. Poco después cayó Quintana. Un mes se me murió un guitarrista, al mes y medio se murió el del bajo. Eso fue en un año y medio, bueno, quedé yo porque yo no tenía nada. Esa era la realidad del sanatorio: la salud de los que entraban siempre empeoraba. Algunos perdían tanto peso que al final ya no podían caminar. Otros se quedaban ciegos. Algunos se volvían locos. Todavía no existían los tratamientos para poder vivir con el virus. Algunos tenían la esperanza de que hubiera alguna cura, algún medicamento que descubrieran, una vacuna, pero mira tú ya a la altura que estamos y todavía no ha aparecido. Entonces lo que ellos no sabían era eso, que se iba a demorar tantos años y tantos años. Gerson y Yohandra cuentan que a principios de los 90 habían unos 60 frikis en el sanatorio. No todos eran autoinfectados, muchos se contagiaron de la misma forma que Yohandra: por tener relaciones sexuales sin protección con un friki enfermo. Pero para el año 2000, de los 60 frikis solo quedaban cinco. Una pausa y volvemos… Hey, antes de volver a nuestro episodio: si quieren seguir de cerca todos los cambios que vienen en Washington, les recomiendo el NPR Politics Podcast. Ahora van a sacar dos episodios nuevos por semana, para que se enteren no solo de lo que está pasando, sino de lo que significa. Suscríbanse o escuchen en el app de NPR One o npr.org/podcasts Antes de la pausa vimos cómo el sanatorio se había convertido en un refugio para muchos frikis. Pero en el transcurso de una década, se fue desocupando… En el mes se iban uno, dos… Habían meses que no se iban, no se morían ninguno, pero después, los meses siguientes, se morían tres juntos, y así. Cada vez que había una muerte, el director les daba permiso a los pacientes para que salieran a despedir a sus amigos. Poníamos música y nos poníamos a tomar. La música que le gustaba al que fallecía, y ya ahí a ponernos tristes ahí a esperar… llevarlo al cementerio, pero bueno… Y fue allí, en los entierros, donde las consecuencias de haberse inyectado finalmente se hicieron evidentes. Entonces mucha gente cuando estaba consciente de eso, de que estaban enfermos y que no había vuelta atrás y de que se iban a morir, se arrepentían. Lo que se quedó fue la enfermedad. Con cada funeral, Gerson se quedaba más solo. Primero se había vaciado la calle de frikis cuando sus amigos entraron todos juntos al sanatorio. Y ahora su gente desaparecía por completo, y él se convertía en uno de los últimos frikis de su generación que no había ingresado en el sanatorio. Ajá. Por eso la pérdida duele tanto, porque se extrañaba más, porque era el apoyo. Cada cual buscaba su apoyo ahí mismo en su fraternidad, en su grupo. Vacío se siente mucho más. Hasta que un día, a Gerson lo pillaron con anfetamina. Era la droga habitual de los frikis, y en su soledad, Gerson estaba tomando las pastillas cada vez más. En el tribunal, el juez le dio una condena de cuatro años de prisión. Sintió que tenía una sola opción. No no, yo que prefería morirme antes de ir preso. Yo no puedo estar encerrado. Estoy encerrado y pierdo la mente, la mente la pierdo. Lo que me vienen a la mente son ideas suicidas completas. Gerson estaba desesperado, igual que los frikis que le huían a las leyes de peligrosidad social 10 años antes. Así que se le ocurrió la misma solución. Empecé a buscar un compañero que quisiera darme un poco de sangre. Al final encontré uno después de dos meses de buscar y de pedirla, y encontré uno que sí, que me dio un poco. El intercambio de sangre se hizo sin ningún ritual, ninguna ceremonia; fue un trámite que no duró más de 10 minutos. Gerson se encontró con su amigo enfermo en un baño público. Yo llevaba la jeringuilla. Y con el cordón de los zapatos me canalicé la vena ahí y la extraje la de él y la puse en el brazo, en mi brazo ahí. Gerson había sacado un centímetro cúbico completo de sangre del brazo de su amigo. Estaba listo para inyectársela, cuando el chico enfermo lo detuvo. Me dijo, “No, eso es mucho. Eso es mucho, Gerson. No vas a durar mucho tiempo si te pones todo eso. Ya con un poquitico, una mínima cosa, con dos gotas ya tienes ya, no tiene que ser un CC completo”. Gerson se deshizo de la sangre en exceso y buscó la vena de su propio brazo con la aguja. Yo recuerdo que simplemente [que] cuando me estaba poniendo la sangre, esa enferma, yo sé que allí dentro de aquel baño, ahí, se me salieron las lágrimas. Solas. Solas, solas. Así se me salieron así por los ojos. Y no, eso no se me va a olvidar nunca, eso. Esa reacción asustó a su amigo. Pensaba que Gerson se arrepentía, que lo podría delatar y lo acusarían de propagación de la epidemia. Me decía, «Asere, después no te arrepientas. Después no te arrepientas…». Yo le decía, «Loco, yo no me voy a arrepentir, ni te va a pasar ná a ti tampoco ya. Normal. Ya. Ya yo también voy pa’llá». El único que faltaba era yo. “Ya yo también voy”. Gerson consiguió lo que quería. Una vez que dio positivo en la prueba de VIH, el juez lo envió al sanatorio. Era el año 2000, y el lugar había cambiado mucho. Casi todos los rockeros se habían muerto. Los pocos que quedaban se habían convertido en una especie en peligro de extinción. Y uno de ellos era Yohandra, que la habían trasladado de vuelta al sanatorio luego de haber cumplido con su condena de cárcel. Ella también estaba cansada de estar sola. Por eso la noticia de que iba a ingresar un friki nuevo al sanatorio le interesó tanto. El mismo chico que le dio la sangre a Gerson fue quien le dio la noticia. Él era muy amigo mío, y es el que me dice a mí: «Ay Yohandra, va a entrar para el sanatorio un pelú que se llama Gerson», y yo digo, «¿Sí?». «Sí, sí, va a entrar un pelú que se llama Gerson, le gusta también el rock and roll«, yo: «¿Y está casado?». «No, no está casado, está soltero». Era lo que Yohandra estaba buscando, un pelú, es decir, un chico de pelo largo, que fuera friki como ella y que tuviera SIDA. Increíblemente, Gerson y Yohandra nunca se habían conocido. Cuando Gerson iba al sanatorio, Yohandra estaba en las prisiones de La Habana. Cuando Yohandra regresó al sanatorio, ya habían muerto la mayoría de los amigos de Gerson, y él ya no visitaba. Y así, cuando Gerson entró al sanatorio, Yohandra lo estaba esperando, en su casa, en la cabaña número cinco. Y una vez que se conocieron no volvieron a separarse. Fue en esa misma cabaña donde los conocí, cuando llegué buscando a los últimos dos frikis del sanatorio a finales del 2014. Y entonces está el edificio central, ¿ves? Aquél edificio central… El chirrido que se escucha viene de la silla de ruedas de Yohandra. En el 2004 perdió las dos piernas debido a problemas circulatorios. Desde entonces,Gerson es más que su pareja. Es el que la cuida, el que la ayuda a moverse por el campo del sanatorio. Eso fue lo que hicieron cuando los fui a visitar: Gerson empujaba la silla de ruedas de Yohandra mientras me llevaban de paseo por el lugar. La planta baja era un recibidor, un lobby grande con unos espejos. Entonces ahí con ese recibidor que tenía, tenía unos sillones… Había veces que ponían un bafle grande, ¿te acuerdas?, que ponían un bafle grande en el lobby, y se sentaba todo mundo ahí a oir rock, ¿te acuerdas? ¿Como no me voy acordar de eso? Claro… Sí pero eso ya hacía tiempo que no nos acordamos de eso, oye tú. No, que no lo hablábamos, porque siempre nos hemos acordado. Por lo menos yo, a mí no se me olvida. El sanatorio cerró en el 2010, pero Gerson y Yohandra decidieron quedarse. Desde entonces viven como ocupas en la cabaña de siempre. Ya pues, oye, aquí… ya ahora lo que queda es esto que ves, los restos. El esqueleto. El esqueleto del cuerpo… Del sanatorio que recuerdan no queda nada, el abandono del lugar es extremo. Gerson y Yohandra mantienen su cabaña habitable, pero la naturaleza ha invadido lo demás. La maleza se ha tragado paredes enteras en las otras casitas y los vecinos del barrio se han ocupado de saquear el resto. Se han llevado los cables eléctricos, se han llevado, bueno, todo: hasta los azulejos de los baños. Los arrancan de la pared y se lo llevan. Pero lo que sí no se han llevado son los archivos médicos de los pacientes que murieron. Hace varios años ya que Gerson encontró unas carpetas llenas de páginas amarillentas con las anotaciones de los médicos del sanatorio. Le parecía mal que se quedaran así, pudriéndose, así que las rescató. Aquí tengo este que fue el que me dio la sangre. La noche que pasé en casa de ellos, rodeado por los afiches de Los Ramones y los Sex Pistols en las paredes, Gerson los volvió a sacar. Quería leerme los historiales de sus amigos, para que yo supiera cómo eran. Y fue el último, uno de los últimos que murió. Murió en el 2007. Juan Carlos Quintana, mira uno de los que tocaban conmigo en el grupo. Y es que son muchos nombres. Y cada uno representa un pedazo vital de una comunidad perdida, un friki que ya nadie recuerda, excepto Gerson y Yohandra. Juan Luis Perez Arencibia, este era friki. Este si era de rock n’ roll. Murió de neurotoxoplasmosis. Esteban Reisin, uno de rock n’ roll, inyectado también. Eibin, José Antonio Coello, alias Bon Jovi. Ah, Tania la loca. El chiche, Cuba, eh… me acordé del brujas, de Ordilio, del Americano, del Yuma… Se me quedan. ¡Eran muchos!, eran muchos, eran muchos. Ellos se pusieron de acuerdo todos en el 91 y dijeron todo el grupo juntos: “¡Vamos para el sanatorio!”. Como si fuera una fiesta. De esa fiesta no queda nada. Algunos ecos, algunas memorias… y dos sobrevivientes. ——- Desde que sacamos esta historia a principios del 2015, el gobierno está remodelando el sanatorio para convertirlo en una prisión. Gerson tiene una casa nueva allí mismo y ahora vive junto a los nuevos vecinos del lugar, soldados y militares que también han recibido casas nuevas en el antiguo sanatorio. Cuando nuestro productor Luis le preguntó que qué tal los nuevos vecinos, Gerson respondió: «Al que no quiere caldo, le dan dos tazas». Luis Trelles es documentalista y productor de Radio Ambulante. Vive en San Juan, Puerto Rico. Esta historia fue editada en equipo, entre Camila Segura, Silvia Viñas, Martina Castro y yo, con diseño de sonido de Andrés Azpiri. Luis investigó esta historia por más de un año y coprodujo una versión en inglés, con Radiolab, uno de los programas que más admiramos de la radio pública estadounidense. Avísenle a sus amigos que no hablan ni entienden español, que ahora sí pueden escuchar Radio Ambulante. Queremos agradecer a nuestro amigo Tim Howard, por su apoyo constante durante todo el proceso. Agradecimientos también a Jad Abumrad, Matt Kilty, Jamie York y todo el equipo de Radiolab. Hay un un enlace a esa colaboración en nuestra página web. Gracias a la Universidad del Sagrado Corazón, en Santurce, Puerto Rico, por prestarnos sus estudios. Bueno, y además de los que ya he mencionado, el equipo de Radio Ambulante incluye a Fe Martinez, Melissa Montalvo, Desiree Bayonet, Ryan Sweikert, Elsa Liliana Ulloa, Caro Rolando, Barbara Sawhill. Nuestros pasantes son Emiliano Rodríguez, Andrés Azpiri y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Para escuchar más visita nuestra página web. Radio ambulante.org. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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