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Radio Ambulante - Noches de karaoke

-
+
15
30

Con el micrófono en una mano, una Coca Cola light en la otra, Luis Fernando se transforma.

OK.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
¿Qué
podré
decirte?
En
el
corto
tiempo…Y
él
que
canta
—si
eso
se
puede
llamar
cantar—
es
nuestro
editor
Luis
Fernando
Vargas.
Porque
me
has
regalado
el
privilegio
de
amarte.
Di
lo
que
sientas…Luis
Fernando
tiene
26
años
y
vive
en
San
José,
Costa
Rica.
Da
lo
que
tengas
y
no
te
arrepientas
Y
si
no
llega
lo
que
esperabas…Se
los
prometo:
todo
va
a
tener
sentido
muy
pronto.
Paciencia.
No
te
conformes.
Jamás
te
detengas.
Pero
sobre
todas
las
cosas,
nunca
te
olvides
de
dios…
Eso
nunca
me
sale
porque
se
me
sale
el
gallo.¿Solo
eso?
(Risas).
Hay
dos
tipos
de
personas
en
este
mundo:
a
los
que
les
gusta
el
karaoke
y
a
los
que
no.
Luis
Fernando,
claramente,
es
de
los
primeros.
Le
gusta
y
mucho.
Ya
lo
escucharon
y,
pues,
les
toca
a
ustedes
decidir
si
esto
es
una
buena
o
una
mala
noticia.
De
hecho,
la
idea
de
hacer
este
episodio
salió
a
finales
del
año
pasado,
después
de
que
Luis
Fernando
le
contó
al
equipo
que
él
y
sus
amigos
habían
ido
a
inaugurar
el
arbolito
de
navidad
del
karaoke
al
que
van
casi
todas
las
semanas,
como
se
inaugura
un
puente
o
un
edificio.
O
sea,
todos
nos
preguntamos:
¿quién
hace
eso?
Nosotros
—los
del
equipo
de
Radio
Ambulante—
lo
conocemos
bien
a
Luis
Fernando.
Y
creo
que
nadie
se
esperaba
esto.
Era
como
enterarte
de
una
vida
secreta:
que
tu
amigo
y
colega
es
súper
héroe,
o
espía.
Es
que
—te
lo
juro—
si
lo
vieras,
nunca
te
lo
imaginarías
cantando
en
karaoke.
Esa
actividad
tan
social
y
alegre,
digamos
que
no
va
con
Luis
Fernando,
nuestro
propio
prince
of
darkness.Es
raro
porque
yo…
generalmente
cuando
me
ven,
soy
la
persona
más
antipática
del
mundo.
Tengo
la
cara
de
mi
papá,
que
es
la
cara
más
insoportable
del
mundo
(risa).
Es
como
uno
ve…
uno
ve
a
mi
papá
y
yo
no
quiero
hablar
ese
señor
y
yo
tengo…
yo
tengo
la
misma
cara
(risas).Es
de
esas
personas
que
siempre
se
visten
de
negro.
Y
cuando
digo
siempre,
es
siempre.
Tal
vez
algún
día
te
sorprenda
con
un
poquito
de
azul
oscuro,
o
gris.
O
si
está
de
muy
buen
humor,
una
camiseta
color
café.
Y
también
hay
un
detallito
que
resulta
ser
enorme
si
te
gusta
el
karaoke.
Pues
todavía
el
micrófono
me
da
vergüenza.
Algo
que
se
olvidó
de
mencionar
en
su
entrevista
de
trabajo.
Obvio.
O
sea
que
odia
el
micrófono.
Le
da
ansiedad.
Incluso
grabando
esta
entrevista
se
le
nota.
Le
pregunto
cualquier
cosa
y
empieza
a
tartamudear.
Ehm,
la…
me…
me…
me
contaba…
Pero
eh…
lo…
lo
extraño
es
que
esa
mu…
Y…
Y…
Y
es
un
lado
oscuro
del
karaoke
también…
Nada
de
lo
que
acaba
de
balbucear
nuestro
querido
Luis
Fernando
tiene
sentido
alguno.
Y
si
lo
encuentras
en
su
estado
natural:
mirando
a
la
nada
o
trabajando
—o
sea,
no
en
un
karaoke—,
nunca
lo
verás
escuchando
a
Mijares,
o
a
Lucero,
o
a
LuisMi,
o
a
José
José.
Su
música
preferida…
digamos
que
tiene
otra
estética.
I
take
you
where
you
want
to
go.
I
give
you
all
you
need
to
know.
I
drag
you
down,
I
use
you
up.
Mr.
Self
Destruct.Música,
pues,
industrial,
muy
agresiva,
depresiva,
muy
de
demonios
interiores,
con
letras…
Es
como
muy
in
your
face.
Bandas
muy
conocidas,
como
Nine
Inch
Nails,
u
otras
de
géneros
más
rebuscados.
Música
noise,
por
ejemplo,
que
se
traduce
literalmente
a
“ruido”.
O
sea
un
asco
de
música,
para
ser
honesto.
Ya
me
delaté
como
viejito,
pero
no
me
importa.
Escucha
esto
de
la
banda
Daughters
y
dime
que
no
tengo
razón.
Dímelo.
I’ve
been
knocking
let
me
in.Muy
de
sacar
esas
cosas
internas,
de
esos:
me
siento
mal,
estoy
desadaptado.
No
tanto
de
desamor
completo,
pero
de
estoy
solo
y
demás.O
la
banda
Have
a
Nice
Life,
que
toca
lo
que
él
no
sabe
si
es
un
género
de
verdad,
pero
al
que
le
dicen
“Doomgaze”
y
que
Luis
Fernando
describe
como
el
soundtrack
del
fin
del
mundo.
Entonces,
sí,
es
un
snob
musical
con
gustos
oscuros.
Difícil
imaginar
entonces
que
Luis
Fernando
ame
el
karaoke.
Pero
ya
lo
oyeron,
cantando
con
todo
el
gusto
del
mundo.
Y
la
historia
de
ese
amor
viene
de
un
lugar
muy
particular.
Aquí
Luis
Fernando.Mi
amor
por
el
karaoke
empieza
con
mi
amor
hacia
los
pancakes.
Y
no
hablo
de
los
que
se
comen,
sino
de
un
grupo
de
amigos,
mis
amigos.
Somos
13.
Nos
conocimos
en
la
universidad
y
hablamos
prácticamente
todos
los
días,
por
lo
menos
para
comentar
algún
chisme,
una
noticia
o
alguna
tontería.
Pancake
es
el
nombre
de
nuestro
grupo
de
Whatsapp.Pancake
es
un
grupo
de
acompañamiento.
Es
como
una
familia.
Él
es
Felipe,
uno
de
los
pancakes.
Escucharán
a
varios
de
ellos
en
este
episodio,
pero
por
ahora
seguimos
con
Felipe.
Ya
tenemos
más
de
siete
años
de
conocernos
y
yo
no
sé…
una
vez
leí
que
después
de
siete
años
ya
la
gente
se
queda
para
el
resto
de
la
vida.
Obviamente
no
tengo
ninguna
base,
ningún
estudio,
nada
más
lo
leí.
Tal
vez
fue
un
quote
ahí
de
internet.
Pero
me
parece
chiva.Chiva,
o
sea,
cool.
Y
sí,
es
chiva.
Esta
es
Ale.
Como
que
son
esos…
como
los
amigos
como
incondicionales.
Como
los
que
uno
sabe
que
les
puede
pedir
algo
y
no
es
como:
“Ay,
como
que
le
van
a
cobrar
un
favor
o
algo
así
nada
más”.
Nada
más
es
como
sí,
como
amistades
desinteresadas.En
los
mejores
momentos
de
mi
vida,
ellos
están
ahí,
conmigo.
Y
también
en
los
peores,
acompañándome,
dándome
apoyo.
Son
lo
más
estable
y
preciado
que
tengo.
Lo
digo
sin
dudar.
Hace
unos
años,
la
mayoría
de
nuestras
aventuras
ocurrían
en
Will.
Will
era
un
carro,
el
carro
de
Felipe.
Un
Nissan
Pathfinder
de
los
ochentas,
de
esos
que
se
pueden
meter
en
el
barro
de
la
montaña,
como
en
los
anuncios.
Solo
que
este
ya
no
podía,
por
viejo.
Por
fuera
se
veía
como
un
carro
un
poco
descuidado,
pero
cuando
te
subías
te
dabas
cuenta
de
que
era
un
basurero
lleno
de
botellas
vacías,
comida
vieja,
ropa
sin
lavar.
Cuando
estábamos
casi
todos
los
pancakes,
obviamente
no
cabíamos
en
los
asientos,
entonces,
algunos
nos
montábamos
en
el
platón
de
atrás.
Varias
veces
casi
termino
con
una
contusión.
Íbamos
a
veces
hasta
siete
u
ocho
personas
contra
la
ley,
totalmente,
pero
lo
hacíamos.
Y
nos
movíamos
hacia…
no
sé,
hacia
un
restaurante
pequeño
o
hacia
tomar
un
café.Esos
restaurantes
pequeños
generalmente
eran
bares;
y
los
cafés,
cervezas.
Y
muchísimos
de
esos
viajes
en
Will
fueron
a
un
bar
que
significó
el
mundo
para
nosotros.
Fue
nuestro
lugar
seguro
y
secreto
en
la
brusquedad
de
San
José,
una
ciudad
gris,
sucia,
un
poco
peligrosa.
Ese
bar
se
llamaba
Ko
Zin,
en
cantonés
son
dos
palabras.
Se
escribe:
K-O
y
Z-I-N.
Quedaba
en
una
calle
bastante
solitaria,
de
esas
en
las
que
parece
que
te
pueden
asaltar
en
cualquier
momento.
Estaba
lejos
de
la
zona
de
bares
a
la
que
suele
ir
todo
el
mundo.
Felipe
descubrió
Ko
Zin
a
las
11
de
la
noche
de
un
lunes
del
2013,
cuando
manejaba
sin
rumbo,
buscando
un
lugar
donde
celebrar
un
cumpleaños.
Al
frente
de
Ko
Zin
había
un
mini
teatro,
de
esos
donde
dan
obras
de
comedia
malísimas,
y
había
también
casas
viejas,
viejísimas,
casas
que
cualquiera
diría
que
están
abandonadas.
Y
a
los
lados
de
Ko
Zin,
dos
parqueos.
El
bar
estaba
en
un
edificio
solitario
de
madera,
de
dos
plantas:
un
símbolo
de
resistencia.
No
había
sucumbido
a
volverse
parqueo.
Y
resaltaba,
pero
no
de
buena
manera.
Este
es
Roberth,
otro
de
los
miembros
de
pancake.Era
como
si
una
cantina
vieja
—rural,
digamos,
de
madera,
donde
hay
chanchos
cerca,
¿verdad?—
donde
huele
la
chanchera
a
la
distancia
y
se
vende
contrabando,
se
cruzará
con
un
restaurante
chino
de
San
José.Yo
tuve
una
impresión
parecida
la
primera
vez
que
fui:
olía
a
viejo,
a
humedad,
a
algo
guardado
durante
muchos,
muchísimos
años.
Todo
se
veía
pésimo,
descuidado.
Me
dio
un
poco
de
asquillo
entrar,
sinceramente.
La
entrada
era
un
portón
rojo
vino,
con
rótulos
de
cerveza
colgados
y
una
pizarra
promocionando
los
combos
de
comida.
Recuerdo
el
de
arroz
cantonés,
pancito
y
una
gaseosa
a
tan
solo
dos
mil
colones.
Menos
de
cuatro
dólares
—barato,
muy
barato,
demasiado
barato.
El
tipo
de
barato
que
me
prende
las
alarmas
de:
“No
comás
ahí”.
Cosa
que
nunca
hice.
Era
mi
única
regla.
Y
bueno,
el
bar…
Era
muy
loco,
porque
era
como
oscuro
al…
al
inicio
y
tenía
como
un
par
de
lucecitas,
así,
no
qué.Esta
es
Gaby.
Y
al
final
era
como
una
explosión
de
kitsch,
o
sea,
era
una
vara
así:
brillante,
con
esos
gatitos
de
la
suerte
también
brillantes,
con
un…
un
calendario
ahí
con
un
montón
de
brillos,
candelas,
luces,
el
tele
ahí
todo
chiquitillo,
con
la
refri.
Un
retrato
gigante
de
un
caballo
o
de
un
pato
o
de
una
casita,
puesto
en
la
pared.
Manteles
de…
de
cuadros
con
un
plástico
encima,
transparente.
Servilleteros
en
cada
una
de
las
mesas,
habían
un
montón
de
mesas.Eso
sumémosle
que
tal
vez
unos
diez
años
de
mantenimiento
faltante
de
los
baños.Ufff,
los
baños.
Mejor
no
entrar
en
ese
tema.
Lo
que
te
estás
imaginando,
pero
peor.
La
dueña
y
la
todera
de
Ko
Zin
era
una
china
de
entre
50
y
60
años
que
se
llamaba
Jessi.
Flaquita,
tenía
una
mirada
como
cansadilla.Ella
usaba
gorra
y
usaba
la
gorrilla.
Y
andaba
siempre
como
un…
un
suetercillo
de
flores.Jessi
como
que
de
entrada
aunque
se
ve
como…
se
ve
medio
cascarrabias
si
uno
la
trata
bien
como
que
uno
veía
que
era
adorable.Ahí
estaba
siempre,
sirviendo
cervezas
y
tragos,
cocinando
el
arroz
cantonés,
cobrando
y
haciendo
de
guarda
del
local.
Todo
ella
solita.
De
vez
en
cuando
veías
al
esposo
ayudándola
cuidando,
pero
no
atendía
a
clientes
porque
hablaba
muy
poco
español.
Apenas
te
podía
decir:
“Hola,
¿cómo
está?”.
En
cambio,
Jessi…
Como
que
trataba
de
hablar
y
tratar
de
sacarle
conversación
a
uno,
aunque
no
le
entendiera
mucho
de
lo
que
estaba
diciendo.Su
español
era
bastante
crudo.
Con
acento
fuerte,
vocabulario
limitado
y
a
veces
no
conjugaba
bien
los
verbos.
Costaba
comunicarse
con
ella,
había
que
concentrarse.
Tenías
que
mirarla
directo
a
la
cara
y
hablar
despacio,
usando
oraciones
cortas,
a
veces
repitiendo
lo
que
querías
decirle.
Cuando
empezamos
a
ir
más
seguido,
Jessi
nos
saludaba
de
nombre
al
llegar
y
nos
preguntaba
cómo
estábamos.
Conversaciones
cortas
y
cordiales.
Luego,
a
beber.
Un
fin
de
año
que
pasamos
ahí
hasta
nos
regaló
un
buda
chiquitito
y
unos
pancitos
chinos.
Pero
sabemos
poco
de
ella.
Para
nosotros
siempre
fue
más
un
personaje
que
una
persona.
Y
creo
que
ella
lo
quería
así.
Felipe,
que
es
cineasta,
la
trató
de
entrevistar
decenas
de
veces
y
nunca
se
dejó.
Timidez
a
la
cámara,
tal
vez,
pero
parecía
que
no
le
interesaba
terminar
de
abrirse
con
nosotros.
Lo
que
sabemos
es
que
vino
a
Costa
Rica
de
China
a
los
16
años,
buscando
una
mejor
vida,
como
muchos
migrantes
chinos
que
vienen
al
país.
También
sabemos
que
trabajó
primero
con
una
tía
como
empleada
doméstica
y
luego
en
ese
mismo
restaurante
que
—años
después—
ella
empezó
a
administrar
junto
a
su
esposo.
Ambos
vivían
ahí
mismo,
en
el
segundo
piso.
Tienen
una
hija
que
se
fue
a
trabajar
a
Estados
Unidos,
pero
aquí
en
Costa
Rica,
Ko
Zin
era
todo
para
ellos.
Ko
Zin
tal
vez
no
les
suene
como
el
mejor
lugar
para
una
noche
de
fiesta
y
no
los
culpo.
En
cierta
forma
tienen
razón.
Por
ejemplo,
la
cerveza:
sabía
extraña,
como
que
le
faltaba
gas
y
nunca
estaba
fría
fría
de
verdad.
Y
es
que
Jessi
apagaba
el
refrigerador
en
las
madrugadas,
cuando
cerraba,
y
lo
volvían
a
prender
al
día
siguiente.
Y
ese
proceso
de
frío,
caliente,
frío,
le
hacía
muy
mal
la
cerveza.
Bueno,
también
era
interesante
y
era
una
cerveza
única
en
el
mundo
(risas).O
sea,
en
cierta
forma
Ko
Zin
fallaba
como
bar
hasta
en
el
nivel
más
básico:
con
el
alcohol.
Aun
así,
los
pancakes
nos
enamoramos
desde
el
primer
momento.
Para
algunos
será
cerveza
rancia,
pero
para
nosotros
era
artesanal.
Había
algo
tan
roto
e
imperfecto
en
todo
el
bar
que
—combinado
con
el
kitsch
y
la
personalidad
de
Jessi—
lo
hacía
encantador.
Felipe,
Gaby,
Roberth
y
Ale
empezaron
a
ir
varias
veces
a
la
semana.
Igual
los
otros
pancakes.
Pero,
había
un
problema.
Bueno,
un
problema
para
mí.
Aléjate
de
mí,
no
hay
nada
más
qué
hablar.El
karaoke.
Contigo
yo
perdí,
ya
tengo
con
quién
ganar.
Ya
que
no
hubo
nadie
que
te
diera
lo
que
yo
te
di.Lo
más
odiado
por
mi
esnobismo
musical.
Pero
si
Luis
Fernando
quería
seguir
siendo
pancake,
se
tenía
que
enfrentar
a
la
música
que
más
odiaba.
Una
pausa
y
volvemos.
El
siguiente
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Estos
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hay
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jamás
te
alcanza
el
tiempo.
Es
por
eso
que
existe
Pop
Culture
Happy
Hour.
Dos
veces
por
semana,
Linda
Holmes
te
da
un
resumen
de
lo
que
vale
la
pena
y
lo
que
no.
Escucha
Pop
Culture
Happy
Hour
todos
los
miércoles
y
jueves.
Antes
de
comenzar,
les
queremos
recomendar
otro
podcast
que
les
podría
gustar:
el
de
TED
en
Español.
En
cada
episodio
se
escucha
una
charla
sobre
las
grandes
preguntas
e
ideas
provocadoras
de
nuestros
tiempos,
como
¿cuál
es
la
relación
entre
el
amor
y
las
matemáticas?,
¿podemos
aplicar
las
reglas
del
ajedrez
a
la
vida?,
o
¿pueden
los
emprendedores
mejorar
la
educación
y
la
salud
de
todos?
El
podcast
nos
lleva
de
viaje
por
el
mundo
para
conocer
a
los
principales
líderes
y
creadores
de
habla
hispana,
con
el
curador
de
TED
en
Español,
Gerry
Garbulsky
como
guía.
Exploren
el
universo
de
ideas
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TED
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todos
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episodios
en
Apple
Podcasts,
Spotify,
o
donde
escuchen
sus
podcasts.Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante,
soy
Daniel
Alarcón.
Antes
de
la
pausa
Luis
Fernando
nos
estaba
contando
sobre
cómo
se
enamoró
de
Ko
Zin,
este
bar
tan
viejo,
descuidado
y
extraño.
Pero
había
un
problema:
el
karaoke.
Antes
de
conocer
Ko
Zin,
los
pancakes
solían
salir
a
bailar
música
ochentera.
Lo
cual
es
casi
un
cliché,
la
verdad.
En
cuestiones
de
bailar
hay
cientos
de
millones
de
latinoamericanos
que
vivimos
congelados
en
el
tiempo:
Soda
Stereo,
Los
prisioneros,
Depeche
Mode,
The
Cure,
etcétera.
Pero
con
el
descubrimiento
de
Ko
Zin,
los
fines
de
semana
de
los
pancakes
cambiaron.
Ahora
el
plan
era
cantar.
Y
no
esa
música
de
los
ochentas,
sino
la
balada
romántica.
Aquí,
con
mucho
sentimiento,
Luis
Fernando.
Por
lo
menos
Felipe,
Alejandra,
Roberth,
Gaby
y
otros,
medio
se
sabían
estas
canciones,
porque
sus
familias
ponían
esa
música
en
las
fiestas.
Acompañado
borracheras
y
los
abrazos
o
las
discusiones
entre
tíos
y
tías.
Entonces
ellos
estaban
dispuestos
a
cantar
sin
problemas.
El
que
estaba
jodido
era
yo.
En
mi
casa
no
se
hacen
fiestas.
No
sabía
nada,
solo
medio
coro
de
“40
y
20”
de
José
José.
40
y
20.
Es
el
amor
lo
que
importa
y
no
lo
que
diga
la
gente.
Que
ahora
que
lo
pienso
me
da
mucho
asco.
Calmate,
viejo
verde.
Pero
bueno,
recordaba
solo
ese
pedacito
porque
mi
mamá
ponía
un
cassette
de
Grandes
Éxitos
de
José
José
cuando
yo
estaba
pequeño,
mientras
hacía
oficio
en
la
casa.
Pero
mi
ansiedad
me
hacía
tener
esta
necesidad
de
cumplir
y
quedar
bien.
No
quería
ser
el
aguafiestas,
el
que
se
quedaba
sentado
con
los
brazos
cruzados
viendo
a
los
demás
de
reojo
por
cantar.
En
otras
palabras,
ser
el
snob
y
amargado
que
era.
Siempre
me
ha
tocado
ser
ese
y
yo
quería
pasarla
bien
con
ellos.
Entonces
empecé
a
cantar
en
el
fondo,
siguiendo
a
los
demás,
tratando
de
memorizar
las
melodías
para
la
próxima
vez
que
sonará
la
canción.
De
vez
en
cuando
agarrando
el
micrófono,
después
de
escuchar
una
pieza
las
suficientes
veces
y
con
la
condición
de
que
alguien
me
acompañara
cantando.
Siempre
ayudado
de
unas
cuantas
—muchas—
cervezas.
Claro,
como
todo
en
Ko
Zin,
el
karaoke
era…
humilde.
Todo
era
muy
análogo.
Tenían
todo
en
DVD,
todos
eran
discos,
¿verdad?
No…
no
se
buscaban
cosas
con
internet.
No.
Era
un
tele,
lo
que
había,
con
un
control.Un
televisor
de
esos
cuadrados
de
antesDonde
salían
las
letras
de
las
canciones…
Y
dos
micrófonos
que
tenían
un
tubo
de
PVC
pegado.
No
tenía
sentido,
yo
no
sé.
Todavía
no
entiendo
para
qué
era.
Supongo
para
que
no
se
quebrara
el
cable.
Pero
lo
hacía
muy
particular,
el
cantar,
porque
uno
cantaba
con
una
manguera
de
la
mano.
El
repertorio
estaba
en
dos
libros,
que
reunían
las
canciones
de
tres
DVDs:
dos
en
español
y
uno
en
inglés.
Uno
de
los
DVDs
en
español
tenía
canciones
modernitas,
de
los
ochentas
y
noventas,
y
alguna
que
otra
de
los
2000.
Y
el
otro
DVD
tenía
canciones
rancheras
y
de
los
setentas
que
ninguno
de
nosotros
había
escuchado
en
su
vida.
El
DVD
en
inglés
tenía
desde
David
Bowie
y
Queen
hasta
Linkin
Park
y
Blink
182.
Y
para
pedir
una
canción,
le
gritabas
a
Jessi
el
código
que
estaba
en
el
libro…18-42,
20-90,
88-16.
Ella
los
ponía
en
el
control
remoto
del
DVD
conforme
los
ibas
diciendo.
¿Y
los
turnos?
Al
carajo.
Así
que
si
uno
le
decía
ocho
canciones
seguidas,
ocho
canciones
cantaba
uno.Era
un
sistema
bastante
deficiente,
sinceramente.
Pero
también
era
comunitario,
basado
en
la
confianza
de
que
no
te
vas
a
robar
la
canción
de
alguien
más,
basado
en
la
solidaridad
de
que
vas
a
soltar
el
micrófono
en
algún
momento
para
dárselo
al
otro.
Y
si
querías
una
canción
de
otro
DVD,
tenías
que
esperarte
un
rato—a
veces
un
ratote—,
a
que
todo
el
mundo
se
aburriera
y
dejara
de
pedir
canciones
de
ese
disco
para
poder
cambiarlo.
Porque
era
una
toda
una
tarea
para
Jessi,
que
era
la
única
que
podía
hacerlo:
tenía
que
parar
todo
el
funcionamiento
del
bar,
cambiar
el
DVD
y
esperar
a
que
todo
el
mundo
mirara
el
nuevo
libro
y
escogiera
qué
quería
cantar
para
darle
una
lista.
A
Jessi,
sinceramente
le
daba
pereza…
Tanto
fuimos
a
Ko
Zin
y
cantamos
tanto,
que
me
fui
acostumbrando
al
karaoke.
Pasó
de
ser
de
algo
odiado,
a
ser
algo
normal.
Y
luego
lo
entendí.
No
es
que
sea
el
alcohol
la
mejor
medicina.
Pero
ayuda
a
olvidar
cuando
no
ves
la
salida.
Hoy
te
intento
contar
que
todo
va
bien.
Aunque
no
te
lo
creas…
Hay
una
conexión
con
tus
amigos
que
nace
de
que
tu
voz
se
pierda
en
el
mar
de
voces.
De
pronto
las
angustias
de
uno
son
las
angustias
de
todos.
Y
también
la
alegría.
Nunca
fuimos
más
unidos
como
grupo
que
cuando
íbamos
a
Ko
Zin
y
cantábamos.
Eso
es
algo
que
nunca
había
conseguido
con
la
música.
Esa
unión.
La
música
—mi
música—
siempre
me
aisló.
Me
separó
del
mundo.
Me
mandó
a
mi
cuarto,
a
oscuras,
con
mis
audífonos,
a
estar
solo
con
todas
esas
cosas
agobiantes
que
estaba
sintiendo.
Y
para
mi
sorpresa,
esos
temas
de
aislamiento
y
dolor
de
mi
música
estaban
también
presentes
en
la
música
de
karaoke.
Al
final
de
cuentas
todos
vivimos
lo
mismo,
solo
que
en
distintas
melodías.
También
aprendí
a
amar
el
karaoke
al
ver
a
Jessi.
Si
llegabas
temprano
a
Ko
Zin
—tipo
siete
u
ocho
de
la
noche—
especialmente
entre
semana,
cuando
no
había
nadie,
la
encontrabas
detrás
de
la
barra,
cantando
“Ángel”,
de
Cristian
Castro.
Ángel
que
das
luz
a
mi
vida…
No
tengo
ninguna
grabación
de
ella,
claro.
Pero
la
recuerdo
perfectamente.
Y
no
usaba
el
micrófono
de
manguera,
sino
uno
especial
solo
para
ella,
que
tenía
mucho
reverb.
Y
cantaba
con
un
tono
muy,
muy
alto.
Le
daba
un
toque
angelical.
Es
difícil
describirlo,
pero
se
sentía
como
si
Jessi
se
desconectara
de
lo
que
estaba
sucediendo
alrededor
suyo,
del
trajín
de
manejar
un
bar
ella
sola.
De
pronto
no
se
veía
cansada,
no
se
veía
tímida
o
cascarrabias.
Se
veía…
conmovedora,
entre
todo
el
brillo
de
los
adornos
chinos.
Cuando
terminaba
todos
aplaudíamos.
Ella
sonreía
levemente
y
continuaba
trabajando,
calmada,
sin
decir
palabra.
Se
notaba
que
había
una
conexión
íntima
con
esa
canción.
Como
si
la
hubiera
ayudado
a
sobrellevar
cosas
muy
duras:
dejar
un
país,
aprender
un
nuevo
idioma,
iniciar
una
vida
en
una
cultura
completamente
opuesta
a
la
tuya.
Quién
sabe.
Nunca
nos
dijo.
Verla
era
una
muestra
del
poder
del
karaoke:
esa
desconexión
de
todo.
Sos
solo
vos,
la
letra
y
la
melodía.
Y
podés
decir
cómo
te
sentís
con
palabras
que
tal
vez
nunca
se
te
ocurrirían
a
vos,
sin
que
nadie
te
juzgue.
Pero
hay
algo
tal
vez
más
importante.
Y
es
que
Ko
Zin
y
su
karaoke
llegó
a
nuestras
vidas
en
un
momento
particular:
fue
hace
cinco
años,
cuando
todos
teníamos
entre
22
y
23.
Acabábamos
de
salir
de
la
universidad,
la
mayoría
o
estábamos
desempleados
o
teníamos
trabajos
inestables.
Aún
hoy,
muchos
de
nosotros
todavía
no
sabemos
qué
hacer
con
nuestras
vidas
o
cómo
vivirlas,
pero
en
ese
momento
esa
inestabilidad
nos
ahogaba.
Era
la
clásica
angustia
de
los
jóvenes
adultos
de
clase
media.
Pero
una
angustia
muy
real.
Y
esa
inestabilidad
la
sobrevivimos
entre
las
canciones
del
karaoke.
¿Cómo
puedo
hacer?
Entrega
todo.
Todo
se
lo
dí.
Inventa
un
poco.
No
es
posible
que
se
pueda
querer
más,
pensando
así
lo
perderás.Porque
aprendimos
a
cantar
karaoke
entre
miedos,
incertidumbres,
amores
y
desamores.
Y
no
hay
nada
más
liberador
que
gritar
—no,
no
cantar—,
gritar
fuera
de
vos
todo
ese
estrés
y
toda
esa
angustia.
Aprendimos
a
amar
el
karaoke
porque
no
cantábamos
solos:
cantábamos
como
un
grupo
de
gente
que
se
quería
y
que
se
sentía
igual
de
perdida.
Ko
Zin
fue
especial
para
todos
los
Pancakes
de
una
manera
distinta,
pero
en
ese
lugar
todos
vivimos
épocas
de
tránsito,
de
cambio.
Felipe
recuerda
desamores,
Alejandra
también.
Roberth
recuerda
dejar
los
prejuicios
contra
la
música
romántica
de
lado.
Gaby
empezó
a
considerar
irse
a
estudiar
a
Cuba…
Yo
empecé
a
lidiar
con
mi
depresión
y
con
mi
ansiedad
entre
las
idas
a
Ko
Zin.
Mientras
que
unos
se
van
de
fiesta
para
divertirse
y
de
paso
terminan
borrachos,
yo
me
iba
de
fiesta
para
terminar
borracho
y
muy
pocas
veces
la
pasaba
bien.
Era
el
borrachillo
necio
que
termina
llorando
en
el
caño
o
que
se
enoja
y
se
pone
matón,
o
sea,
agresivo.
Lo
que
aquí
llamamos
el
guaro
vaquero.
A
veces
era
ambas
en
una
misma
noche.
Esa
era
mi
forma
de
lidiar
con
todo:
olvidándolo.
Entre
idas
a
Ko
Zin
decidí
dejar
el
alcohol
y
empezar
a
ir
a
terapia
y
a
tomar
antidepresivos.
Tal
vez
la
gente
alrededor
mío
no
lo
notó
tanto
porque
lo
disimulé,
pero
tuve
mucho
miedo
durante
esa
época.
Estaba
muy
decaído
y
los
medicamentos
tuvieron
efectos
secundarios
horribles.
Sufría
de
despersonalización
—eso
que
uno
siente
que
su
cuerpo
no
le
pertenece
y
está
atrapado
dentro
de
él.
Todo
era
como
neblina.
No
lograba
pensar
con
claridad
la
mayoría
del
tiempo.
Tenía
pensamientos
suicidas
a
diario.
Estaba
desempleado
y
no
podía
trabajar
por
la
condición
en
que
estaba.
Era
desesperante.
Mi
lugar
seguro
eran
las
idas
a
Ko
Zin
con
mis
amigos,
para
cantar.
Era
lo
bueno
de
la
semana.
Y
ojo,
era
cantar
sobrio:
completamente
consciente
de
lo
desafinado
que
era…
que
soy.
Para
una
persona
tímida
como
yo,
la
sola
idea,
al
comienzo,
era
el
infierno.
Pero
fui
haciéndome
valiente
—poco
a
poco—
y
fui
cantando
un
poco
más
duro
cada
vez,
sintiéndome
un
poco
más
cómodo
conmigo
mismo
y
dejando
la
ansiedad
de
lado.
Falta
muchísimo
camino,
pero
algo
avancé
gracias
a
Ko
Zin.
Y
cantar…
cantar
es
una
terapia,
que
lo
diga
yo.
Nada
me
sirvió
más
en
esa
época
que
ir
a
Ko
Zin,
pedir
una
Coca-Cola
—Light,
por
supuesto—
y
cantar
“Un
beso
y
una
flor”
de
Nino
Bravo.
Más
allá
del
mar
habrá
un
lugar
donde
el
sol
cada
mañana
brille
más.
Forjarán
mi
destino
las
piedras
del
camino.
Lo
que
nos
es
querido
siempre
queda
atrás.“Más
allá
del
mar
habrá
un
lugar
donde
el
sol
cada
mañana
brille
más”.
Es
fuerte.
Uno
siente
cosas
muy
intensas
cuando
lo
canta.
Pero
como
dijo
el
sabio
de
Nino
Bravo,
lo
que
nos
es
querido
siempre
queda
atrás.
Ko
Zin
cerró
a
inicios
del
2017.
Después
de
que
durante
unos
dos
años
fuimos
religiosamente
casi
todas
las
semanas.
Fue
de
la
nada.
Felipe
estaba
en
Francia
por
trabajo
y
alguien
le
mandó
una
foto
de
Ko
Zin
con
el
portón
cerrado,
con
un
rótulo
del
Ministerio
de
Salud
que
decía
clausurado.
Nos
avisó
por
el
grupo
de
WhatsApp.Yo
no
podía
creerlo.
¡Yo
no
podía
creerlo!
Yo
estaba
en
shock.
Publiqué
en
Twitter
demasiadas
veces:
“Por
favor,
alguien
que
confirme
esta
información:
¿Ko
Zin
está
cerrado
en
serio?
Por
favor
alguien
vaya,
tóquele
la
puerta
a
Jessi,
pregunte
qué
pasó”.
Y
efectivamente:
habían
cerrado
Ko
Zin
por
fallos
estructurales.
Ni
siquiera
fue
por
salubridad
básica,
elemental:
fallos
estructurales
en
el
edificio,
que
tenían
que
tener
una
remodelación,
di,
un
poco…
un
poco
fuerte.En
pocas
palabras,
el
edificio
era
inhabitable.
No
fue
tan
sorpresivo:
se
notaba
que
Ko
Zin
no
cumplía
con
las
medidas
de
seguridad
para
un
lugar
público.
Pero
nos
dolió
mucho.
En
especial
porque
no
pudimos
despedirnos.Ya
en
ese
punto
estaba
como
deprimido,
yo
creo
(risas).
Ya
en
el
momento
en
que
supe
que
no
iba
a
abrir
más
porque
no
había
otro
karaoke.
Es
que
fue
muy
loco,
porque
uno
se
puso
triste.
En
serio
uno
se
puso
triste.
Y
sí,
también
uno
siendo
un
poco
egoísta,
era
como
el…
di
el
bar
donde
uno
se
sentía
cómodo.
De
repente
uno
se
sintió
como:
“Di,
no,
¿y
ahora
qué
se
supone
que
vamos
a
hacer
los
fines
de
semana,
ya
en
altas
horas
de
la
madrugada?”.
Pero
también
después
fue
como
mae,
puta,
¿y
Jessi?
Porque,
di,
era
esta
mae
que
se
partía
el
lomo
trabajando
realmente,
la
que
nos
acompañaba
un
montón.
De
alguna
manera
yo
siento
que
ella
también
se
sentía
acompañada
por
nosotros.
Por
lo
menos
espero
que
se
sintiera
acompañada
por
nosotros.
El
cinco
de
enero
de
este
año
—2019—
nos
enteramos
por
las
noticias
de
que
el
edificio
se
había
quemado.
Felipe
fue
y
nos
mandó
fotos.
Todo
Ko
Zin
estaba
destrozado:
la
barra,
las
mesas,
todo.
Jessie
se
quedó
sin
casa.
El
dolor
se
hizo,
entonces,
indescriptible.
Ahora
era
cierto
que
Ko
Zin
y
Jessi
no
regresarían.
Con
la
quema
de
Ko
Zin,
se
fue
una
parte
de
los
pancakes,
pero
también
nos
recordó
por
qué
cantamos:
Porque
somos
mejores
cuando
cantamos
como
colectivo,
cuando
somos
solo
uno.
Jessi
siempre
nos
dijo
que
Ko
Zin
significaba
“pa’
adelante”
en
cantonés.
Igual
que
muchas
cosas
sobre
ella,
no
quiero
desmentirlo.Por
supuesto,
la
gran
ausente
en
esta
historia
es
Jessi.
Tratamos
de
ubicarla,
pero
desde
que
se
incendió
el
viejo
edificio
de
Ko
Zin,
nadie
sabe
de
su
paradero.
Esta
historia
va
dedicada
a
ella.
Y,
por
favor:
si
tienes
depresión
o
pensamientos
suicidas,
busca
ayuda.
Habla
con
tus
amigos
y
familiares,
y
considera
buscar
ayuda
profesional.
Y
si
crees
que
un
ser
querido
está
en
una
situación
así,
pregúntale,
escúchalo
y
apóyalo.
Muchas
gracias
a
Jaime
García,
de
La
Vasconia,
por
dejarnos
grabar
los
audios
de
karaoke
en
el
bar.
Luis
Fernando
Vargas
es
editor
de
Radio
Ambulante.
Vive
en
San
José,
Costa
Rica.
Esta
historia
fue
editada
por
Camila
Segura
y
por
mi.
La
música
y
el
diseño
de
sonido
son
de
Andrés
Azpiri
y
Rémy
Lozano.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Lisette
Arévalo,
Gabriela
Brenes,
Jorge
Caraballo,
Victoria
Estrada,
Andrea
López
Cruzado,
Miranda
Mazariegos,
Diana
Morales,
Patrick
Mosley,
Ana
Prieto,
Laura
Rojas
Aponte,
Barbara
Sawhill,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa
y
Silvia
Viñas.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Y
ahora,
mi
peor
pesadilla,
hecha
realidad.
Oye,
yo
creo
que
debemos
cantar
algo
juntos.Dale.Pero
bueno:
uno,
canto
mal.
Dos,
yo
soy
gringo.
O
sea,
yo
me
crié
en
Estados
Unidos.
Mi
cultura
pop,
por
ejemplo
de
la
balada
romántica
—o
de
José
José
o
Vicente
Fernández—,
todos
esos
cantantes
que
has
mencionado…
es
como
que
no
los
conozco.
Entonces
tenemos
que
cantar
algo
que
yo
conozco,
claro.
Listo.OK.
Uno,
dos,
tres.
Ya,
que
no
vendrás.
Todo
lo
que
fue,
el
tiempo
lo
dejo
atrás.
que
no
regresarás.
Lo
que
nos
pasó
no
repetirá
jamás.
Mil
años
no
me
alcanzarán
para
borrarte
y
olvidar.
Y
ahora
estoy
aquí
queriendo
convertir
los
campos
en
ciudad,
mezclando
el
cielo
con
el
mar.
que
te
deje
escapar.
que
te
perdí,
nada
podrá
ser
igual.
Mil
años
pueden
alcanzar
para
que
pueda
perdonar.
Estoy
aquí
queriéndote,
ahogándome
entre
fotos
y
cuadernos,
entre
cosas
y
recuerdos
que
no
puedo
comprender.
Estoy
enloqueciéndome,
cambiando
un
pie
por
la
cara
mía,
esta
noche
por
el
día
y
qué…
Ahora
queremos
escuchar
de
ustedes:
¿cuál
es
su
Ko
Zin?
¿Cuál
es
ese
lugar
que
más
quieren
en
su
ciudad?
No
tiene
que
ser
famoso
ni
turístico.
Vamos
a
hacer
una
lista
de
los
lugares
favoritos
de
nuestros
oyentes,
una
especie
de
mapa
latinoamericano
de
lugares
imperdibles.
Usen
el
hashtag
#MiLugarDeSiempre
para
compartirnos
su
recomendación
por
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Instagram.
Así,
cuando
estén
en
cualquier
ciudad
donde
haya
un
oyente
de
Radio
Ambulante,
van
a
tener
una
guía
de
esos
sitios
especiales
para
visitar.
Recuerden:
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Compartiremos
varias
de
sus
recomendaciones
con
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OK. Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. ¿Qué podré decirte? En el corto tiempo…Y él que canta —si eso se puede llamar cantar— es nuestro editor Luis Fernando Vargas. Porque me has regalado el privilegio de amarte. Di lo que sientas…Luis Fernando tiene 26 años y vive en San José, Costa Rica. Da lo que tengas y no te arrepientas Y si no llega lo que esperabas…Se los prometo: todo va a tener sentido muy pronto. Paciencia. No te conformes. Jamás te detengas. Pero sobre todas las cosas, nunca te olvides de dios… Eso nunca me sale porque se me sale el gallo.¿Solo eso? (Risas). Hay dos tipos de personas en este mundo: a los que les gusta el karaoke y a los que no. Luis Fernando, claramente, es de los primeros. Le gusta y mucho. Ya lo escucharon y, pues, les toca a ustedes decidir si esto es una buena o una mala noticia. De hecho, la idea de hacer este episodio salió a finales del año pasado, después de que Luis Fernando le contó al equipo que él y sus amigos habían ido a inaugurar el arbolito de navidad del karaoke al que van casi todas las semanas, como se inaugura un puente o un edificio. O sea, todos nos preguntamos: ¿quién hace eso? Nosotros —los del equipo de Radio Ambulante— lo conocemos bien a Luis Fernando. Y creo que nadie se esperaba esto. Era como enterarte de una vida secreta: que tu amigo y colega es súper héroe, o espía. Es que —te lo juro— si lo vieras, nunca te lo imaginarías cantando en karaoke. Esa actividad tan social y alegre, digamos que no va con Luis Fernando, nuestro propio prince of darkness.Es raro porque yo… generalmente cuando me ven, soy la persona más antipática del mundo. Tengo la cara de mi papá, que es la cara más insoportable del mundo (risa). Es como uno ve… uno ve a mi papá y yo no quiero hablar ese señor y yo tengo… yo tengo la misma cara (risas).Es de esas personas que siempre se visten de negro. Y cuando digo siempre, es siempre. Tal vez algún día te sorprenda con un poquito de azul oscuro, o gris. O si está de muy buen humor, una camiseta color café. Y también hay un detallito que resulta ser enorme si te gusta el karaoke. Pues todavía el micrófono me da vergüenza. Algo que se olvidó de mencionar en su entrevista de trabajo. Obvio. O sea que odia el micrófono. Le da ansiedad. Incluso grabando esta entrevista se le nota. Le pregunto cualquier cosa y empieza a tartamudear. Ehm, la… me… me… me contaba… Pero eh… lo… lo extraño es que esa mu… Y… Y… Y es un lado oscuro del karaoke también… Nada de lo que acaba de balbucear nuestro querido Luis Fernando tiene sentido alguno. Y si lo encuentras en su estado natural: mirando a la nada o trabajando —o sea, no en un karaoke—, nunca lo verás escuchando a Mijares, o a Lucero, o a LuisMi, o a José José. Su música preferida… digamos que tiene otra estética. I take you where you want to go. I give you all you need to know. I drag you down, I use you up. Mr. Self Destruct.Música, pues, industrial, muy agresiva, depresiva, muy de demonios interiores, con letras… Es como muy in your face. Bandas muy conocidas, como Nine Inch Nails, u otras de géneros más rebuscados. Música noise, por ejemplo, que se traduce literalmente a “ruido”. O sea un asco de música, para ser honesto. Ya me delaté como viejito, pero no me importa. Escucha esto de la banda Daughters y dime que no tengo razón. Dímelo. I’ve been knocking let me in.Muy de sacar esas cosas internas, de esos: me siento mal, estoy desadaptado. No tanto de desamor completo, pero sí de estoy solo y demás.O la banda Have a Nice Life, que toca lo que él no sabe si es un género de verdad, pero al que le dicen “Doomgaze” y que Luis Fernando describe como el soundtrack del fin del mundo. Entonces, sí, es un snob musical con gustos oscuros. Difícil imaginar entonces que Luis Fernando ame el karaoke. Pero ya lo oyeron, cantando con todo el gusto del mundo. Y la historia de ese amor viene de un lugar muy particular. Aquí Luis Fernando.Mi amor por el karaoke empieza con mi amor hacia los pancakes. Y no hablo de los que se comen, sino de un grupo de amigos, mis amigos. Somos 13. Nos conocimos en la universidad y hablamos prácticamente todos los días, por lo menos para comentar algún chisme, una noticia o alguna tontería. Pancake es el nombre de nuestro grupo de Whatsapp.Pancake es un grupo de acompañamiento. Es como una familia. Él es Felipe, uno de los pancakes. Escucharán a varios de ellos en este episodio, pero por ahora seguimos con Felipe. Ya tenemos más de siete años de conocernos y yo no sé… una vez leí que después de siete años ya la gente se queda para el resto de la vida. Obviamente no tengo ninguna base, ningún estudio, nada más lo leí. Tal vez fue un quote ahí de internet. Pero me parece chiva.Chiva, o sea, cool. Y sí, es chiva. Esta es Ale. Como que son esos… como los amigos como incondicionales. Como los que uno sabe que les puede pedir algo y no es como: “Ay, como que le van a cobrar un favor o algo así nada más”. Nada más es como sí, como amistades desinteresadas.En los mejores momentos de mi vida, ellos están ahí, conmigo. Y también en los peores, acompañándome, dándome apoyo. Son lo más estable y preciado que tengo. Lo digo sin dudar. Hace unos años, la mayoría de nuestras aventuras ocurrían en Will. Will era un carro, el carro de Felipe. Un Nissan Pathfinder de los ochentas, de esos que se pueden meter en el barro de la montaña, como en los anuncios. Solo que este ya no podía, por viejo. Por fuera se veía como un carro un poco descuidado, pero cuando te subías te dabas cuenta de que era un basurero lleno de botellas vacías, comida vieja, ropa sin lavar. Cuando estábamos casi todos los pancakes, obviamente no cabíamos en los asientos, entonces, algunos nos montábamos en el platón de atrás. Varias veces casi termino con una contusión. Íbamos a veces hasta siete u ocho personas contra la ley, totalmente, pero lo hacíamos. Y nos movíamos hacia… no sé, hacia un restaurante pequeño o hacia tomar un café.Esos restaurantes pequeños generalmente eran bares; y los cafés, cervezas. Y muchísimos de esos viajes en Will fueron a un bar que significó el mundo para nosotros. Fue nuestro lugar seguro y secreto en la brusquedad de San José, una ciudad gris, sucia, un poco peligrosa. Ese bar se llamaba Ko Zin, en cantonés son dos palabras. Se escribe: K-O y Z-I-N. Quedaba en una calle bastante solitaria, de esas en las que parece que te pueden asaltar en cualquier momento. Estaba lejos de la zona de bares a la que suele ir todo el mundo. Felipe descubrió Ko Zin a las 11 de la noche de un lunes del 2013, cuando manejaba sin rumbo, buscando un lugar donde celebrar un cumpleaños. Al frente de Ko Zin había un mini teatro, de esos donde dan obras de comedia malísimas, y había también casas viejas, viejísimas, casas que cualquiera diría que están abandonadas. Y a los lados de Ko Zin, dos parqueos. El bar estaba en un edificio solitario de madera, de dos plantas: un símbolo de resistencia. No había sucumbido a volverse parqueo. Y resaltaba, pero no de buena manera. Este es Roberth, otro de los miembros de pancake.Era como si una cantina vieja —rural, digamos, de madera, donde hay chanchos cerca, ¿verdad?— donde huele la chanchera a la distancia y se vende contrabando, se cruzará con un restaurante chino de San José.Yo tuve una impresión parecida la primera vez que fui: olía a viejo, a humedad, a algo guardado durante muchos, muchísimos años. Todo se veía pésimo, descuidado. Me dio un poco de asquillo entrar, sinceramente. La entrada era un portón rojo vino, con rótulos de cerveza colgados y una pizarra promocionando los combos de comida. Recuerdo el de arroz cantonés, pancito y una gaseosa a tan solo dos mil colones. Menos de cuatro dólares —barato, muy barato, demasiado barato. El tipo de barato que me prende las alarmas de: “No comás ahí”. Cosa que nunca hice. Era mi única regla. Y bueno, el bar… Era muy loco, porque era como oscuro al… al inicio y tenía como un par de lucecitas, así, no sé qué.Esta es Gaby. Y al final era como una explosión de kitsch, o sea, era una vara así: brillante, con esos gatitos de la suerte también brillantes, con un… un calendario ahí con un montón de brillos, candelas, luces, el tele ahí todo chiquitillo, con la refri. Un retrato gigante de un caballo o de un pato o de una casita, puesto en la pared. Manteles de… de cuadros con un plástico encima, transparente. Servilleteros en cada una de las mesas, habían un montón de mesas.Eso sumémosle que tal vez unos diez años de mantenimiento faltante de los baños.Ufff, los baños. Mejor no entrar en ese tema. Lo que te estás imaginando, pero peor. La dueña y la todera de Ko Zin era una china de entre 50 y 60 años que se llamaba Jessi. Flaquita, tenía una mirada como cansadilla.Ella usaba gorra y usaba la gorrilla. Y andaba siempre como un… un suetercillo de flores.Jessi como que de entrada aunque se ve como… se ve medio cascarrabias si uno la trata bien como que uno veía que era adorable.Ahí estaba siempre, sirviendo cervezas y tragos, cocinando el arroz cantonés, cobrando y haciendo de guarda del local. Todo ella solita. De vez en cuando veías al esposo ayudándola cuidando, pero no atendía a clientes porque hablaba muy poco español. Apenas te podía decir: “Hola, ¿cómo está?”. En cambio, Jessi… Como que trataba de hablar y tratar de sacarle conversación a uno, aunque no le entendiera mucho de lo que estaba diciendo.Su español era bastante crudo. Con acento fuerte, vocabulario limitado y a veces no conjugaba bien los verbos. Costaba comunicarse con ella, había que concentrarse. Tenías que mirarla directo a la cara y hablar despacio, usando oraciones cortas, a veces repitiendo lo que querías decirle. Cuando empezamos a ir más seguido, Jessi nos saludaba de nombre al llegar y nos preguntaba cómo estábamos. Conversaciones cortas y cordiales. Luego, a beber. Un fin de año que pasamos ahí hasta nos regaló un buda chiquitito y unos pancitos chinos. Pero sabemos poco de ella. Para nosotros siempre fue más un personaje que una persona. Y creo que ella lo quería así. Felipe, que es cineasta, la trató de entrevistar decenas de veces y nunca se dejó. Timidez a la cámara, tal vez, pero parecía que no le interesaba terminar de abrirse con nosotros. Lo que sí sabemos es que vino a Costa Rica de China a los 16 años, buscando una mejor vida, como muchos migrantes chinos que vienen al país. También sabemos que trabajó primero con una tía como empleada doméstica y luego en ese mismo restaurante que —años después— ella empezó a administrar junto a su esposo. Ambos vivían ahí mismo, en el segundo piso. Tienen una hija que se fue a trabajar a Estados Unidos, pero aquí en Costa Rica, Ko Zin era todo para ellos. Ko Zin tal vez no les suene como el mejor lugar para una noche de fiesta y no los culpo. En cierta forma tienen razón. Por ejemplo, la cerveza: sabía extraña, como que le faltaba gas y nunca estaba fría fría de verdad. Y es que Jessi apagaba el refrigerador en las madrugadas, cuando cerraba, y lo volvían a prender al día siguiente. Y ese proceso de frío, caliente, frío, le hacía muy mal la cerveza. Bueno, también era interesante y era una cerveza única en el mundo (risas).O sea, en cierta forma Ko Zin fallaba como bar hasta en el nivel más básico: con el alcohol. Aun así, los pancakes nos enamoramos desde el primer momento. Para algunos será cerveza rancia, pero para nosotros era artesanal. Había algo tan roto e imperfecto en todo el bar que —combinado con el kitsch y la personalidad de Jessi— lo hacía encantador. Felipe, Gaby, Roberth y Ale empezaron a ir varias veces a la semana. Igual los otros pancakes. Pero, había un problema. Bueno, un problema para mí. Aléjate de mí, no hay nada más qué hablar.El karaoke. Contigo yo perdí, ya tengo con quién ganar. Ya sé que no hubo nadie que te diera lo que yo te di.Lo más odiado por mi esnobismo musical. Pero si Luis Fernando quería seguir siendo pancake, se tenía que enfrentar a la música que más odiaba. Una pausa y volvemos. El siguiente mensaje viene de Squarespace, patrocinador de NPR. Squarespace le permite a pequeños negocios diseñar y crear sus propias páginas web usando layouts modificables, y otras funciones de e-commerce y edición móvil. Además, Squarespace te permite optimizar tu página para los motores de búsqueda. Ingresa a Squarespace.com/NPR para obtener una prueba gratuita, y cuando estés listo para lanzar página, usa el código NPR para ahorrarte 10% en la compra de tu primer sitio web o dominio. Estos días hay tantas cosas para ver que jamás te alcanza el tiempo. Es por eso que existe Pop Culture Happy Hour. Dos veces por semana, Linda Holmes te da un resumen de lo que vale la pena y lo que no. Escucha Pop Culture Happy Hour todos los miércoles y jueves. Antes de comenzar, les queremos recomendar otro podcast que les podría gustar: el de TED en Español. En cada episodio se escucha una charla sobre las grandes preguntas e ideas provocadoras de nuestros tiempos, como ¿cuál es la relación entre el amor y las matemáticas?, ¿podemos aplicar las reglas del ajedrez a la vida?, o ¿pueden los emprendedores mejorar la educación y la salud de todos? El podcast nos lleva de viaje por el mundo para conocer a los principales líderes y creadores de habla hispana, con el curador de TED en Español, Gerry Garbulsky como guía. Exploren el universo de ideas en nuestro idioma junto a TED en Español. Pueden encontrar todos los episodios en Apple Podcasts, Spotify, o donde escuchen sus podcasts.Estamos de vuelta en Radio Ambulante, soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa Luis Fernando nos estaba contando sobre cómo se enamoró de Ko Zin, este bar tan viejo, descuidado y extraño. Pero había un problema: el karaoke. Antes de conocer Ko Zin, los pancakes solían salir a bailar música ochentera. Lo cual es casi un cliché, la verdad. En cuestiones de bailar hay cientos de millones de latinoamericanos que vivimos congelados en el tiempo: Soda Stereo, Los prisioneros, Depeche Mode, The Cure, etcétera. Pero con el descubrimiento de Ko Zin, los fines de semana de los pancakes cambiaron. Ahora el plan era cantar. Y no esa música de los ochentas, sino la balada romántica. Aquí, con mucho sentimiento, Luis Fernando. Por lo menos Felipe, Alejandra, Roberth, Gaby y otros, medio se sabían estas canciones, porque sus familias ponían esa música en las fiestas. Acompañado borracheras y los abrazos o las discusiones entre tíos y tías. Entonces ellos estaban dispuestos a cantar sin problemas. El que estaba jodido era yo. En mi casa no se hacen fiestas. No sabía nada, solo medio coro de “40 y 20” de José José. 40 y 20. Es el amor lo que importa y no lo que diga la gente. Que ahora que lo pienso me da mucho asco. Calmate, viejo verde. Pero bueno, recordaba solo ese pedacito porque mi mamá ponía un cassette de Grandes Éxitos de José José cuando yo estaba pequeño, mientras hacía oficio en la casa. Pero mi ansiedad me hacía tener esta necesidad de cumplir y quedar bien. No quería ser el aguafiestas, el que se quedaba sentado con los brazos cruzados viendo a los demás de reojo por cantar. En otras palabras, ser el snob y amargado que era. Siempre me ha tocado ser ese y yo quería pasarla bien con ellos. Entonces empecé a cantar en el fondo, siguiendo a los demás, tratando de memorizar las melodías para la próxima vez que sonará la canción. De vez en cuando agarrando el micrófono, después de escuchar una pieza las suficientes veces y con la condición de que alguien me acompañara cantando. Siempre ayudado de unas cuantas —muchas— cervezas. Claro, como todo en Ko Zin, el karaoke era… humilde. Todo era muy análogo. Tenían todo en DVD, todos eran discos, ¿verdad? No… no se buscaban cosas con internet. No. Era un tele, lo que había, con un control.Un televisor de esos cuadrados de antesDonde salían las letras de las canciones… Y dos micrófonos que tenían un tubo de PVC pegado. No tenía sentido, yo no sé. Todavía no entiendo para qué era. Supongo para que no se quebrara el cable. Pero lo hacía muy particular, el cantar, porque uno cantaba con una manguera de la mano. El repertorio estaba en dos libros, que reunían las canciones de tres DVDs: dos en español y uno en inglés. Uno de los DVDs en español tenía canciones modernitas, de los ochentas y noventas, y alguna que otra de los 2000. Y el otro DVD tenía canciones rancheras y de los setentas que ninguno de nosotros había escuchado en su vida. El DVD en inglés tenía desde David Bowie y Queen hasta Linkin Park y Blink 182. Y para pedir una canción, le gritabas a Jessi el código que estaba en el libro…18-42, 20-90, 88-16. Ella los ponía en el control remoto del DVD conforme los ibas diciendo. ¿Y los turnos? Al carajo. Así que si uno le decía ocho canciones seguidas, ocho canciones cantaba uno.Era un sistema bastante deficiente, sinceramente. Pero también era comunitario, basado en la confianza de que no te vas a robar la canción de alguien más, basado en la solidaridad de que vas a soltar el micrófono en algún momento para dárselo al otro. Y si querías una canción de otro DVD, tenías que esperarte un rato—a veces un ratote—, a que todo el mundo se aburriera y dejara de pedir canciones de ese disco para poder cambiarlo. Porque era una toda una tarea para Jessi, que era la única que podía hacerlo: tenía que parar todo el funcionamiento del bar, cambiar el DVD y esperar a que todo el mundo mirara el nuevo libro y escogiera qué quería cantar para darle una lista. A Jessi, sinceramente le daba pereza… Tanto fuimos a Ko Zin y cantamos tanto, que me fui acostumbrando al karaoke. Pasó de ser de algo odiado, a ser algo normal. Y luego lo entendí. No es que sea el alcohol la mejor medicina. Pero ayuda a olvidar cuando no ves la salida. Hoy te intento contar que todo va bien. Aunque no te lo creas… Hay una conexión con tus amigos que nace de que tu voz se pierda en el mar de voces. De pronto las angustias de uno son las angustias de todos. Y también la alegría. Nunca fuimos más unidos como grupo que cuando íbamos a Ko Zin y cantábamos. Eso es algo que nunca había conseguido con la música. Esa unión. La música —mi música— siempre me aisló. Me separó del mundo. Me mandó a mi cuarto, a oscuras, con mis audífonos, a estar solo con todas esas cosas agobiantes que estaba sintiendo. Y para mi sorpresa, esos temas de aislamiento y dolor de mi música estaban también presentes en la música de karaoke. Al final de cuentas todos vivimos lo mismo, solo que en distintas melodías. También aprendí a amar el karaoke al ver a Jessi. Si llegabas temprano a Ko Zin —tipo siete u ocho de la noche— especialmente entre semana, cuando no había nadie, la encontrabas detrás de la barra, cantando “Ángel”, de Cristian Castro. Ángel que das luz a mi vida… No tengo ninguna grabación de ella, claro. Pero la recuerdo perfectamente. Y no usaba el micrófono de manguera, sino uno especial solo para ella, que tenía mucho reverb. Y cantaba con un tono muy, muy alto. Le daba un toque angelical. Es difícil describirlo, pero se sentía como si Jessi se desconectara de lo que estaba sucediendo alrededor suyo, del trajín de manejar un bar ella sola. De pronto no se veía cansada, no se veía tímida o cascarrabias. Se veía… conmovedora, entre todo el brillo de los adornos chinos. Cuando terminaba todos aplaudíamos. Ella sonreía levemente y continuaba trabajando, calmada, sin decir palabra. Se notaba que había una conexión íntima con esa canción. Como si la hubiera ayudado a sobrellevar cosas muy duras: dejar un país, aprender un nuevo idioma, iniciar una vida en una cultura completamente opuesta a la tuya. Quién sabe. Nunca nos dijo. Verla era una muestra del poder del karaoke: esa desconexión de todo. Sos solo vos, la letra y la melodía. Y podés decir cómo te sentís con palabras que tal vez nunca se te ocurrirían a vos, sin que nadie te juzgue. Pero hay algo tal vez más importante. Y es que Ko Zin y su karaoke llegó a nuestras vidas en un momento particular: fue hace cinco años, cuando todos teníamos entre 22 y 23. Acabábamos de salir de la universidad, la mayoría o estábamos desempleados o teníamos trabajos inestables. Aún hoy, muchos de nosotros todavía no sabemos qué hacer con nuestras vidas o cómo vivirlas, pero en ese momento esa inestabilidad nos ahogaba. Era la clásica angustia de los jóvenes adultos de clase media. Pero una angustia muy real. Y esa inestabilidad la sobrevivimos entre las canciones del karaoke. ¿Cómo puedo hacer? Entrega todo. Todo se lo dí. Inventa un poco. No es posible que se pueda querer más, pensando así lo perderás.Porque aprendimos a cantar karaoke entre miedos, incertidumbres, amores y desamores. Y no hay nada más liberador que gritar —no, no cantar—, gritar fuera de vos todo ese estrés y toda esa angustia. Aprendimos a amar el karaoke porque no cantábamos solos: cantábamos como un grupo de gente que se quería y que se sentía igual de perdida. Ko Zin fue especial para todos los Pancakes de una manera distinta, pero en ese lugar todos vivimos épocas de tránsito, de cambio. Felipe recuerda desamores, Alejandra también. Roberth recuerda dejar los prejuicios contra la música romántica de lado. Gaby empezó a considerar irse a estudiar a Cuba… Yo empecé a lidiar con mi depresión y con mi ansiedad entre las idas a Ko Zin. Mientras que unos se van de fiesta para divertirse y de paso terminan borrachos, yo me iba de fiesta para terminar borracho y muy pocas veces la pasaba bien. Era el borrachillo necio que termina llorando en el caño o que se enoja y se pone matón, o sea, agresivo. Lo que aquí llamamos el guaro vaquero. A veces era ambas en una misma noche. Esa era mi forma de lidiar con todo: olvidándolo. Entre idas a Ko Zin decidí dejar el alcohol y empezar a ir a terapia y a tomar antidepresivos. Tal vez la gente alrededor mío no lo notó tanto porque lo disimulé, pero tuve mucho miedo durante esa época. Estaba muy decaído y los medicamentos tuvieron efectos secundarios horribles. Sufría de despersonalización —eso que uno siente que su cuerpo no le pertenece y está atrapado dentro de él. Todo era como neblina. No lograba pensar con claridad la mayoría del tiempo. Tenía pensamientos suicidas a diario. Estaba desempleado y no podía trabajar por la condición en que estaba. Era desesperante. Mi lugar seguro eran las idas a Ko Zin con mis amigos, para cantar. Era lo bueno de la semana. Y ojo, era cantar sobrio: completamente consciente de lo desafinado que era… que soy. Para una persona tímida como yo, la sola idea, al comienzo, era el infierno. Pero fui haciéndome valiente —poco a poco— y fui cantando un poco más duro cada vez, sintiéndome un poco más cómodo conmigo mismo y dejando la ansiedad de lado. Falta muchísimo camino, pero algo avancé gracias a Ko Zin. Y cantar… cantar es una terapia, que lo diga yo. Nada me sirvió más en esa época que ir a Ko Zin, pedir una Coca-Cola —Light, por supuesto— y cantar “Un beso y una flor” de Nino Bravo. Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más. Forjarán mi destino las piedras del camino. Lo que nos es querido siempre queda atrás.“Más allá del mar habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más”. Es fuerte. Uno siente cosas muy intensas cuando lo canta. Pero como dijo el sabio de Nino Bravo, lo que nos es querido siempre queda atrás. Ko Zin cerró a inicios del 2017. Después de que durante unos dos años fuimos religiosamente casi todas las semanas. Fue de la nada. Felipe estaba en Francia por trabajo y alguien le mandó una foto de Ko Zin con el portón cerrado, con un rótulo del Ministerio de Salud que decía clausurado. Nos avisó por el grupo de WhatsApp.Yo no podía creerlo. ¡Yo no podía creerlo! Yo estaba en shock. Publiqué en Twitter demasiadas veces: “Por favor, alguien que confirme esta información: ¿Ko Zin está cerrado en serio? Por favor alguien vaya, tóquele la puerta a Jessi, pregunte qué pasó”. Y efectivamente: habían cerrado Ko Zin por fallos estructurales. Ni siquiera fue por salubridad básica, elemental: fallos estructurales en el edificio, que tenían que tener una remodelación, di, un poco… un poco fuerte.En pocas palabras, el edificio era inhabitable. No fue tan sorpresivo: se notaba que Ko Zin no cumplía con las medidas de seguridad para un lugar público. Pero sí nos dolió mucho. En especial porque no pudimos despedirnos.Ya en ese punto estaba como deprimido, yo creo (risas). Ya en el momento en que supe que no iba a abrir más porque no había otro karaoke. Es que fue muy loco, porque uno se puso triste. En serio uno se puso triste. Y sí, también uno siendo un poco egoísta, era como el… di el bar donde uno se sentía cómodo. De repente uno se sintió como: “Di, no, ¿y ahora qué se supone que vamos a hacer los fines de semana, ya en altas horas de la madrugada?”. Pero también después fue como mae, puta, ¿y Jessi? Porque, di, era esta mae que se partía el lomo trabajando realmente, la que nos acompañaba un montón. De alguna manera yo siento que ella también se sentía acompañada por nosotros. Por lo menos espero que sí se sintiera acompañada por nosotros. El cinco de enero de este año —2019— nos enteramos por las noticias de que el edificio se había quemado. Felipe fue y nos mandó fotos. Todo Ko Zin estaba destrozado: la barra, las mesas, todo. Jessie se quedó sin casa. El dolor se hizo, entonces, indescriptible. Ahora sí era cierto que Ko Zin y Jessi no regresarían. Con la quema de Ko Zin, se fue una parte de los pancakes, pero también nos recordó por qué cantamos: Porque somos mejores cuando cantamos como colectivo, cuando somos solo uno. Jessi siempre nos dijo que Ko Zin significaba “pa’ adelante” en cantonés. Igual que muchas cosas sobre ella, no quiero desmentirlo.Por supuesto, la gran ausente en esta historia es Jessi. Tratamos de ubicarla, pero desde que se incendió el viejo edificio de Ko Zin, nadie sabe de su paradero. Esta historia va dedicada a ella. Y, por favor: si tienes depresión o pensamientos suicidas, busca ayuda. Habla con tus amigos y familiares, y considera buscar ayuda profesional. Y si crees que un ser querido está en una situación así, pregúntale, escúchalo y apóyalo. Muchas gracias a Jaime García, de La Vasconia, por dejarnos grabar los audios de karaoke en el bar. Luis Fernando Vargas es editor de Radio Ambulante. Vive en San José, Costa Rica. Esta historia fue editada por Camila Segura y por mi. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri y Rémy Lozano. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Lisette Arévalo, Gabriela Brenes, Jorge Caraballo, Victoria Estrada, Andrea López Cruzado, Miranda Mazariegos, Diana Morales, Patrick Mosley, Ana Prieto, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Silvia Viñas. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Y ahora, mi peor pesadilla, hecha realidad. Oye, yo creo que debemos cantar algo juntos.Dale.Pero bueno: uno, canto mal. Dos, yo soy gringo. O sea, yo me crié en Estados Unidos. Mi cultura pop, por ejemplo de la balada romántica —o de José José o Vicente Fernández—, todos esos cantantes que has mencionado… es como que no los conozco. Entonces tenemos que cantar algo que yo conozco, claro. Listo.OK. Uno, dos, tres. Ya, sé que no vendrás. Todo lo que fue, el tiempo lo dejo atrás. Sé que no regresarás. Lo que nos pasó no repetirá jamás. Mil años no me alcanzarán para borrarte y olvidar. Y ahora estoy aquí queriendo convertir los campos en ciudad, mezclando el cielo con el mar. Sé que te deje escapar. Sé que te perdí, nada podrá ser igual. Mil años pueden alcanzar para que pueda perdonar. Estoy aquí queriéndote, ahogándome entre fotos y cuadernos, entre cosas y recuerdos que no puedo comprender. Estoy enloqueciéndome, cambiando un pie por la cara mía, esta noche por el día y qué… Ahora queremos escuchar de ustedes: ¿cuál es su Ko Zin? ¿Cuál es ese lugar que más quieren en su ciudad? No tiene que ser famoso ni turístico. Vamos a hacer una lista de los lugares favoritos de nuestros oyentes, una especie de mapa latinoamericano de lugares imperdibles. Usen el hashtag #MiLugarDeSiempre para compartirnos su recomendación por Twitter o Instagram. Así, cuando estén en cualquier ciudad donde haya un oyente de Radio Ambulante, van a tener una guía de esos sitios especiales para visitar. Recuerden: #MiLugarDeSiempre en Instagram y Twitter. Compartiremos varias de sus recomendaciones con el resto de la comunidad. Gracias

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