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Radio Ambulante - Nuestra herencia

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15
30

En Parán, un pequeño pueblo en los Andes peruanos, vive una gran cantidad de hombres ciegos. Los productores Marco Avilés and Annie Murphy nos cuentan la historia de un pueblo aislado y una extraña epidemia de ceguera.

Nada,
nada,
que
así
normal
¿no?
Claro
yo
vi
así
que
había
ahí
jóvenes,
adultos,
¿no?,
que
había
ciegos,
¿no?
Pero
no
sabía
qué
cantidad
había…
Este
es
Flores
Simbrón
y
vive
en
Parán,
un
pequeño
pueblo
en
los
Andes
peruanos.
Cuando
se
mudó
aquí,
hace
20
años,
pensó
que
sería
un
buen
lugar
para
vivir
y
no
le
dio
importancia
a
lo
que
algunos
comentaban:
que
en
este
pueblo
vivían
muchos
hombres
ciegos.
Porque
acá
abunda
la
ceguera.
Después
no
hay
agua.
O
sea
que
Parán,
en
la
Biblia,
habla
que
Parán
ha
sido
un
desierto.
No
crece
nada,
nada.
Roca
Pura.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Hoy,
la
historia
de
un
pueblo
aislado
y
una
ceguera
que
nadie
podía
explicarse.
Nuestros
productores
son
Marco
y
Annie
Avilés.
Aquí
Marco.
Desde
su
fundación,
a
comienzos
del
siglo
pasado,
Parán
ha
sido
un
pueblo
aislado.
Queda
a
solo
4
horas
de
Lima,
entre
montañas
altas,
y
los
habitantes
se
dedican
principalmente
a
cultivar
melocotones.
Aparte
de
la
cosecha
que
va
hacia
la
costa,
el
pueblo
no
tiene
mucho
contacto
con
la
gente
de
afuera.
Más
o
menos
en
los
años
setenta,
un
problema
empezó
a
notarse.
Muchos
hombres,
antes
de
cumplir
los
cincuenta
años,
se
volvían
ciegos. El
mal
los
afectaba
desde
niños.
Las
madres
notaban
que
sus
hijos
se
tropezaban
o
caían.
Y
era
peor
conforme
crecían.
Y
nadie
sabía
exactamente
porqué.
Pero
en
el
caso
de
mi
hijo,
sí,
yo
me
he
dado
cuenta,
¿no?,
que,
cuando
empezó
a
caminar
mal,
quería
caminar
y
se
tropezaba,
se
chocaba
con
las
cosas
Esta
es
Jessica
Palomares.
Y
su
hijo
ahora
tiene
10
años.
Es
flaco,
tiene
el
pelo
negro
y
lacio
y
unos
dientes
grandes
de
conejo.
Se
llama
Lucho
y
tenía
sólo
3
años
cuando
comenzó
a
tropezarse
de
noche.
Y
yo
diciendo:
“¿Por
qué
mi
hijo?”.
“¿Qué
tienes
hijo,
no
te
ves?”.
Y
él
no
me
quería
avisar:
“No
mamá,
no.
me
has
chocado”,
me
decía
así…
Entonces
yo
me
daba
cuenta
que
él
metía
su
manita
a
la
olla,
que
se
agarraba
a
la
vela….
Así
pasaba
todo
el
tiempo.
Todas
las
noches
Lucho
tropezaba,
se
caía,
chocaba
con
las
cosas.
Eran
pequeños
accidentes,
pero
frecuentes.
El
esposo
de
Jessica
no
era
de
Parán
y
la
situación
lo
desesperaba.
Yo
le
dije:
“No,
si
vamos
a
estar
juntos
hay
que
tenerle
paciencia
porque
ya
mi
mamá
me
dijo,
hija,
tu
hijo
es
de
hecho
que
va
a
salir
así
por…
por
tu
tío”,
me
dijo
eso.
Es
que
Jessica
tenía
3
hermanos
hombres
que
se
estaban
quedando
ciegos.
Su
marido
pensaba
que
era
un
problema
de
alimentación,
pero
ella
sabía
que
no.
Jessica
sentía
que
su
marido
no
la
apoyaba.
Se
sentía
sola,
dolida
y
molesta.
Entonces
yo
tomé
una
decisión,
¿no?
Yo
dije:
“¿Yo
qué
futuro
voy
a
tener
con
este
hombre?
No
entiende
a
mi
hijo,
no”…
claro
que
de
por
pegar
no
me
pegaba,
pero
era,
era
un,
cómo
te
digo,
no…
no
era
como
un
buen
padre
¿no?
Por
eso
fue
que
yo
me
separé
de
él,
no…
no
me
comprendía,
¿no?
Jessica
se
volvió
a
casar
a
los
23
años.
Ahora
tiene
casi
30
y
se
gana
la
vida
vendiendo
comida
en
un
puestito
al
lado
de
la
nueva
carretera.
Se
ríe
mucho
y
le
gusta
bromear
con
la
gente.
Hablamos
con
Jessica
en
la
casa
de
su
madre.
Nos
invitó
a
sentarnos
en
el
que,
según
ella,
es
el
lugar
más
cómodo
de
la
casa:
el
cuarto
de
sus
hermanos
que
se
están
quedando
ciegos.
Había
un
colchón,
algunos
sombreros
de
paja
decorados
con
claveles
de
plástico,
y
una
foto
de
una
pequeña
niña
en
un
portaretrato
de
metal.
Nos
sentamos.
Jessica
intentó
explicar
cómo
es
la
vida
de
un
niño
que
con
los
años
se
volverá
ciego,
su
hijo
Lucho.
Lo
que
ellos
no
ven
es
en
la
noche…
Cuando
entra
el
sol
ya,
ya
los
chiquitos,
los
que
no
ven
se
preocupan…
ya
vienen
de
lejos,
ya
dónde
están,
ya
están
viniendo,
corriendo
a
su
casa…
Porque
para
los
niños
como
Lucho,
la
oscuridad
es
más
espesa.
Después
del
atardecer,
los
ojos
de
los
otros
pequeños
se
ajustan
bien
a
las
bombillas
de
luz.
Pero
para
Lucho,
y
niños
como
él,
las
cosas
que
puede
ver
durante
el
día
se
vuelven
invisibles
desde
que
cae
la
noche.
Incluso
cuando
se
encienden
los
faros
de
la
calle,
da
lo
mismo,
sus
ojos
no
ven.
Y
todos
los
lugares
donde
juega
durante
el
día,
de
repente,
se
vuelven
peligrosos.
Parán
es
un
conjunto
de
casas
levantadas
en
medio
de
montañas
y
precipicios
inmensos
en
el
filo
de
los
Andes.
Las
calles
corren
entre
laderas
empinadas
y
rocosas.
Es
difícil
caminar
por
allí
para
alguien
que
ve.
Imagínense
cómo
es
cuando
tus
ojos
no
funcionan.
Sin
saber
bien
lo
que
ocurre
—y
sin
ninguna
solución—,
los
padres
como
Jessica
entrenan
a
sus
hijos
para
que
regresen
a
sus
casas
antes
de
que
se
haga
de
noche.
No
es
para
menos.
La
gente
cuenta
historias
de
ciegos
que
han
muerto
tras
caer
al
fondo
de
los
precipicios.
Yo,
cuando
yo
entro
ya,
me
preocupo.
“¿Dónde
estará
mi
hijo?”
Porque
eso:
como
son
niños,
¿no?
Los
amiguitos
los
entretienen,
se
quedan
jugando
y
ya
no
pueden
llegar
a
la
casa,
entonces
yo
me
preocupo.
Tengo
que
venir
rápido,
a
cachar
si
ha
llegado,
no
ha
llegado,
o
si
no
tengo
que
ir
a
buscarlo
por
allá…
Así
eran
las
cosas.
Algunos
jóvenes
empezaban
a
quedar
ciegos,
y
el
pueblo
se
adaptaba.
Y
nadie
sabía
por
qué.
Hasta
el
año
2012,
cuando
todo
cambió.
Una
compañía
minera
comenzó
a
explorar
los
cerros
que
rodean
a
Parán.
La
empresa
quería
congraciarse
con
la
gente
del
pueblo.
Contrataron
una
ONG
para
averiguar
qué
podían
necesitar
los
vecinos.
Un
médico
de
esa
ONG
notó
que
muchos
niños
del
pueblo
necesitaban
gafas.
Así
que
pronto
llevó
a
algunos
oftalmólogos
a
Parán.
Pero
cuando
los
doctores
revisaron
a
los
niños,
descubrieron
que
no
era
una
simple
miopía
lo
que
les
impedía
leer
el
pizarrón
en
las
escuelas.
No.
Lo
que
el
pueblo
ya
consideraba
normal
—la
ceguera
de
tantos
de
sus
hombres—
era
para
el
médico
algo
extraordinario.
Los
médicos
tomaron
muestras
y
después
de
hacer
exámenes
de
ADN
entendieron
que
se
trataba
de
una
enfermedad
genética
llamada
Retinitis
Pigmentosa.
Es
causada
por
la
mutación
del
cromosoma
X,
de
manera
que
las
mujeres
portan
la
enfermedad,
pero
los
hombres
sufren
los
síntomas.
Por
eso
solo
ellos
se
vuelven
ciegos.
Las
personas
que
sufren
de
Retinitis
Pigmentosa
nacen
viendo
correctamente.
Pero
con
el
correr
de
los
años,
el
tejido
de
la
retina
se
atrofia.
Las
células
de
la
retina
empiezan
a
morir
lentamente,
como
si
fueran
píxeles
que
se
borran
de
la
pantalla
de
un
computador.
Si
imaginamos
que
la
retina
es
un
círculo,
las
células
van
muriendo
de
afuera
del
círculo
hacia
dentro.
El
campo
visual
se
reduce
como
si
fuera
un
túnel.
O
cómo
esas
series
de
televisión
en
blanco
y
negro
que
terminaban
convirtiéndose
en
un
punto
en
la
pantalla.
La
ceguera
nocturna
es
el
primer
signo.
Y
a
medida
que
progresa,
el
campo
visual
desaparece
hasta
que
la
gente
ya
solo
ve
blanco.
No
negro,
sino
blanco.
Como
si
estuvieran
atrapadas
en
medio
de
nubes.
Lo
que
sucede
en
Parán
es
muy
raro.
Uno
de
cada
diez
hombres
tiene
el
mal.
Para
decirlo
de
otra
manera:
Parán
es
el
lugar
con
más
alto
índice
de
esta
enfermedad
en
todo
el
mundo.
Es
de…
es
de
una
descendencia,
según
dicen,
pues.
Esta
es
Astedia,
la
madre
de
Jessica.
La
abuela
de
Luchito,
el
niño
que
se
está
quedando
ciego.
Y
así
entiende
lo
que
le
pasa
a
su
nieto.
Es
como…
una
vena
que
corre,
se
hurta
¿no?
Eso,
eso
es…
Como
una
descendencia,
porque
por
eso
es
que
está
aumentándose
bastante,
pues.
Así
explicaron
ellos.
Con
“ellos”,
se
refiere
a
los
médicos
que
pasaron
alguna
vez
por
Parán.
Y
está
claro
que
estos
profesionales
no
lograron
explicarle
bien
al
pueblo
las
razones
detrás
de
la
ceguera.
Pero
lo
que
Astedia
—y
el
resto
de
la
gente
de
Parán—
entendió
es
que
las
mujeres
son
las
que
cargan
la
enfermedad.
Son
ellas
quienes
transmiten
el
mal
a
sus
hijos.
Bonito
el
pueblo
y
todo,
pero,
¿de
que
vale
no?
Que
nuestra
descendencia
aca…
Triste,
la
verdad,
lamentable,
claro.
Penoso…
por
que
nuestros
hijos,
nuestra
descendencia,
por
ejemplo,
mis
nietos
que
van
a
seguir
siendo
así,
es
triste
también…
Astedia,
y
muchas
mujeres
del
pueblo,
sienten
que
quizá
era
mejor
no
saber.
Mejor
no
tener
explicación.
Ahora,
dice
ella,
sienten
culpa.
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y
volvemos.
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por
escuchar
Radio
Ambulante.
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¡Mil
gracias!
La
noticia
de
que
Parán
era
el
“pueblo
de
los
ciegos”
llegó
a
Lima,
y
la
gente,
consternada,
decidió
enviar
ayuda
en
forma
de
provisiones.
Fideos,
arroz,
leche,
frazadas…
Este
es
Flores,
el
esposo
de
Astedia.
Marco
nos
sigue
contando.
Aunque
suene
inverosímil,
fueron
las
provisiones
las
que
causaron
muchos
problemas
en
Parán.
Todo
el
mundo
quería
su
parte.
Ciegos
o
no,
muchos
habitantes
de
Parán
necesitaban
una
cobija.
Los
vecinos
se
habían
acostumbrado
tanto
a
la
ceguera
de
sus
paisanos
que
no
entendían
por
qué
no
se
repartían
las
provisiones
de
una
manera
equitativa.
Entonces
como
ya
se
empezaron
a
juntar
en
la
misma
calle,
todas
las
señoras
hicieron
su
cola.
Ya
pues.
Hay
una
tía,
justo
su
hija
trabaja
ahí,
una
gordita
que
está
de
polo
rojo,
“hacieron”
un
laberinto,
pues
me
dijo:
“Si
van
a
dar,
dan
a
todos
sino
a
nadie,”dijo.
Pero
yo
le
dije:
“Tía,
le
dije,
esto
viene
solo
para
inválidos”.
Las
cosas
se
pusieron
tensas.
Había
un
pastor
encargado
de
distribuir
todo.
Usaba
gafas.
Flores
cuenta
que
una
mujer
se
le
acercó
al
pastor
y
le
dijo
que
o
se
iba
de
ahí
o
ella
le
quitaría
las
gafas.
Así
le
dijo.
Y
entonces
le
dije:
“Tía,
ya
tienes
eso,
¿qué
quieres
más?”,
le
dije
yo
así…
Entonces
en
esas
ella
misma
me
empujó,
de
donde
estoy
me
empujó
así…
Flores
cayó
encima
de
otra
mujer.
Y
a
partir
de
ahí
todo
terminó
en
caos.
La
gente
de
Parán
se
refiere
a
ese
día
como
el
“del
incidente
de
las
provisiones”.
Y
puede
que
no
suene
como
un
gran
altercado
pero
para
este
pueblo,
generalmente
pacífico,
lo
fue.
Se
convirtió
en
un
momento
crucial.
Desde
entonces,
nadie
ha
vuelto
a
Parán
a
ayudar.
No
volvieron
los
doctores,
tampoco
llegaron
más
provisiones.
Nada.
El
doctor
Ricardo
Fujita,
uno
de
los
médicos
que
visitó
Parán,
nos
dijo
que
los
doctores
no
han
vuelto
porque
no
tienen
recursos.
Pero
la
gente
de
Parán
lo
ve
de
otra
manera.
Se
siente
abandonada.
La
mayoría
de
vecinos
del
pueblo
son
evangélicos.
Flores,
también.
Y
cree
que
si
él
y
su
mujer
demuestran
que
de
verdad
tienen
fe,
Dios
enviará
la
cura.
Claro,
pero
como
te
digo,
tienen
que
tener
fe,
hay
que
tener
fe
bastante,
y
el
señor
nos
sana.
Prácticamente
hay
que
llorar
bastante,
llorar
pidiendo
al
señor
que
nos
sana.
Y
por
eso
digo
yo
ahorita
le
digo
a
mi
esposa:
“Hay
que
orar
bastante
y
hay
que
ayunar
bastante”.
Pero
ahorita,
como
te
digo
yo,
voy
a
hacer
todo
lo
posible
de
entrevistarme
con
alguien
del
congreso,
para
pedir
ayuda.
Pero
lo
que
está
claro
es
que
con
la
visita
de
los
médicos,
las
cosas,
en
vez
de
mejorar,
empeoraron.
Los
periodistas
hacían
reportajes
en
diarios,
radio
y
televisión.La
voz
corrió
y
llegó
a
pueblos
vecinos.
Las
historias
sobre
la
ceguera
no
siempre
se
contaron
de
buena
manera.
En
los
reportajes,
Parán
era
un
pueblo
maldito,
castigado
por
Dios
y
hasta
se
daba
a
entender
que
la
enfermedad
se
debía
a
que
allí
se
casan
entre
hermanos
y
primos.
Estos
rumores
han
hecho
que
la
gente
de
otros
pueblos
empiece
a
menospreciar
a
Parán.
Algunos
incluso
se
rehúsan
a
comprar
los
duraznos
que
este
pueblo
produce,
pues
están
convencidos
de
que
se
van
a
quedar
ciegos
si
se
los
comen.
Otros,
evaden
a
cualquiera
que
sea
de
este
pueblo.
Y
los
chismes
no
paran.
Esta
es
Jessica:
A
veces,
por
la
comunidad,
por
el
distrito,
nos
toca
hacer
campeonatos
acá…
un
juego,
un
evento
acá
y
vienen
de
distintos
pueblos.
y
nos
discriminan
a
los
chiquitos.
Dicen:
“Ese
sí,
ese
no
ve”,
dicen
así,
nos
discriminan
más
que
todos
ellos…
Incluso
Flores
piensa
así,
a
pesar
de
que
parece
que
quiere
mucho
a
Parán.
Sus
hijos
están
perdiendo
la
vista
y
él,
de
alguna
manera,
ha
aceptado
la
ceguera.
Pero
ha
empezado
a
pensar
que
el
lugar
está
maldito.
Nos
mencionó
una
sequía
reciente
que
afectó
el
huerto
de
duraznos
y,
según
él,
todo
está
conectado.
Porque
acá
abunda
la
ceguera.
Después
no
hay
agua.
O
sea
que
Parán,
en
la
Biblia,
habla
que
Parán
ha
sido
un
desierto.
No
crece
nada,
nada.
Roca.
Antes
seguro
había
alguna
cosa
acá.
Por
eso
ya,
como
dice,
llegó
ese
castigo
por
acá.
Durante
nuestro
último
día
en
Parán,
Jessica
vende
comida
al
lado
de
la
carretera.
En
el
pueblo,
su
hijo
Lucho
juega
con
su
primo
Abiel.
Hace
poco
encontraron
un
nido
y
sacaron
a
un
pajarito
recién
salido
del
huevo.
Su
abuela
Astedia,
los
obligó
a
devolverlo
al
nido.
Ahora
estamos
tratando
de
adivinar
qué
tipo
de
pájaro
es.
Como
una
águila…
halcón…..gallinazo…
condor,
condor
come
carne
podrida…
De
repente,
Lucho
se
pone
de
pie,
sale
corriendo
y
desaparece
en
la
esquina.
Lucho
se
está
yendo
cantando…
¿Ya
se
fue
él?
Sí,
se
está
yendo
cantando…
Llámalo,
llámalo…
Pero
Lucho
ya
salió
corriendo
para
su
casa.
Mientras
hablábamos
sobre
el
pájaro,
la
luz
del
día
empezó
a
disminuir
y
con
ella
la
visión
de
Lucho.
Hizo
lo
que
le
enseñó
su
mamá:
correr
a
casa
para
tratar
de
llegar
antes
de
que
se
oscurezca
por
completo,
cuando
ya
no
puede
ver
nada.
Abiel
ahora
corre
detrás
de
Lucho.
Cuando
los
alcanzamos,
los
dos
niños
están
enfrente
de
la
casa
de
Jessica,
escondidos
debajo
de
una
carretilla.
Luego
suben
a
ella
y
miran
hacia
las
montañas.
A
medida
que
se
oscurece,
Lucho
va
dejando
de
hablar.
Le
preguntamos
lo
que
alcanzaba
a
ver…
No
veo
nada,
solo
veo
el
cerro
que
está
pintadito
negro,
negro…
¿Ves
ese
balde?
Blanco
no
veo,
puro
blanco…
¿Me
ves
a
mí?
Sí…
Pero
su
rostro
no
más…
No
te
veo
tu
cara…
No…
Lucho
mira
perdidamente
hacia
las
montañas
mientras
el
último
rayo
de
luz
desaparece.
Parece
perdido
en
la
oscuridad.
Su
primo
Abiel,
en
cambio,
se
vuelve
más
inquieto
y
empieza
a
hablar.
Sabe
que
lo
que
nos
ha
traído
a
Parán
ha
sido
la
ceguera.
Y
trata
de
ayudarnos.
Aunque
no
tiene
ningún
problema
con
sus
ojos,
de
pronto
los
cierra
y
dice
que
él
tampoco
puede
ver.
Cuando
originalmente
lanzamos
esta
historia
en
el
2014,
aún
se
pensaba
que
la
Retinitis
Pigmentosa
era
una
condición
irreversible.
Pero
ahora,
eso
podría
cambiar.
La
Universidad
de
Pennsylvania
está
desarrollando
un
tratamiento
genético
para
ayudar
a
niños
como
Lucho,
que
aún
no
han
perdido
la
vista
por
completo.
El
tratamiento
está
en
fase
experimental
y
todavía
no
se
sabe
si
va
a
funcionar,
pero
es
un
adelanto
importante
y
podría
cambiar
el
panorama
para
las
personas
con
esta
condición.
Marco
Avilés
es
periodista
peruano,
cholo
e
inmigrante
en
los
Estados
Unidos.
Su
más
reciente
libro
es
“No
no
soy
tu
cholo”,
un
manifiesto
contra
el
racismo
en
ambos
lados
de
la
frontera.
Annie
Avilés
es
periodista
y
editora
de
podcasts.
Esta
historia
fue
editada
por
Camila
Segura
y
por
mi.
La
mezcla
y
el
diseño
de
sonido
son
de
Andrés
Azpiri.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Jorge
Caraballo,
Patrick
Mosley,
Laura
Pérez,
Ana
Prieto,
Barbara
Sawhill,
Ryan
Sweikert,
Luis
Trelles,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa,
Luis
Fernando
Vargas
y
Silvia
Viñas.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Conoce
más
sobre
Radio
Ambulante
y
sobre
esta
historia
en
nuestra
página
web:
radioambulante.org.
Y
después
de
los
créditos:
quédense
para
una
conversación
que
yo
voy
a
tener
con
Jorge
Caraballo,
el
editor
de
audiencias.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
Aquí
estoy
con
Jorge
Caraballo,
el
editor
de
audiencias
de
Radio
Ambulante.
Eh,
Jorge,
¿cómo
estás?
Hola,
Daniel.
¿Cómo
vas?
Estoy
aquí
en
mi
casa,
trabajando
desde
el
cuarto-oficina,
entonces
por
eso
hay
un
poquito
de
ruido
ambiente.
¿Cómo
va
todo?
Muy
bien,
muy
bien.
La
idea
de
esta
conversación
es
un
poco
es
que
nos
cuentes…
Bueno,
primero,
supongo:
¿Qué
es
lo
que
hace
un
editor
de
audiencias?
Creo
que
no
todos
saben.
Pues
el
editor
de
audiencias
es
el
que
se
encarga
de
crear
una
comunidad
alrededor
del
episodio,
alrededor
del
podcast.
O
alrededor
del
medio
en
general.
Entonces
lo
que
yo
hago
es
coger
todo
el
trabajo
que
hacemos
en
Radio
Ambulante
y
hacerlo
más
atractivo
para
las
personas
en
redes
sociales,
en
el
Newsletter,
y
en
todos
los
diferentes
espacios
que
tenemos
para
encontrarnos
con
la
gente.
¿Qué
te
ha
sorprendido
de
los
oyentes
de
Radio
Ambulante?
Pues
yo
entré
a
finales
de
agosto,
justo
antes
de
que
empezara
la
temporada,
y
no
sabía
que
me
iba
a
encontrar
con
una
comunidad
tan…
tan
amable,
tan
participativa,
tan
colaborativa.
Como
editor
de
audiencias
estoy
trabajando
con
una
comunidad
soñada.
Es
como
el
deseo
de
cualquier
persona
que
se
dedique
a
lo
que
yo
hago…
Es
contar
con
la
comunidad
que
tiene
Radio
Ambulante.
Porque
cada
vez
que
hacemos
una
pregunta
llegan
un
montón
de
respuestas,
cada
vez
que
proponemos
un
reto
la
gente
está
dispuesta
a
participar.
Y
lo
que
me
gusta
y
hace
mi
trabajo
divertido
es
que
es
una
conversación
permanente.
Cuéntanos
un
poco
cuáles
han
sido
las
innovaciones
que
has
traído
al
equipo
desde
que
entraste
en
agosto.
Lo
que
nos
interesa
es
incentivar
la
participación
de
la
audiencia
como
creadora
también
de
lo
que
hacemos.
Hemos,
desde
agosto,
creado
o
fortalecido
varios
canales
que
ya
estaban.
Uno
—que
me
gusta
mucho—
es
el
Newsletter:
el
correo
electrónico
que
mandamos
tanto
los
martes
como
los
viernes.
El
martes
mandamos
el
correo
anunciando
el
nuevo
episodio,
y
el
viernes
mandamos
un
correo
muy,
muy
chévere,
muy
bonito,
que
son
los
recomendados
para
el
fin
de
semana.
Entonces
el
equipo
de
Radio
Ambulante
dice:
“Estas
son
las
cosas
que
nos
inspiran,
estas
son
las
cosas
que
nos
gustan,
que
nos
marcan,
que
nos
influencian.
Disfrútenlas
ustedes
también.
Aprovechen
el
fin
de
semana
para
gastarle
un
tiempo
a
esto”.
Y
con
ese
Newsletter
nos
ha
ido
muy
bien.
En
esa
misma
línea
hay
otra
innovación
o
otra,
pues,
estrategia
que
estamos
usando,
y
es
el
Whatsapp.
Tenemos
un
número
en
WhatsApp.
Tenemos
un
número
en
Whatsapp,
es
un
teléfono
rojo,
un
IPhone
rojo
que
Camila
Segura
tenía
guardado
en
un
cajón
porque
ya
lo
había
actualizado.
Y
ese
WhatsApp
ha
sido
una
cosa
increíble,
porque
la
gente
se
suscribe
voluntariamente,
nos
manda
un
mensaje,
dice:
“Hola,
Radio
Ambulante,
quiero
que
me
agreguen
a
su
lista
de
contactos”.
Y
creamos
una
lista
de
difusión
en
la
que
en
este
momento
hay
más
de
160
personas.
Y
yo
lo
que
hago
es
que
los
martes
les
mando
el
episodio
por
ahí
y
la
gente
—si
tiene
una
pregunta
sobre
el
episodio,
si
la
gente
tiene
una
pregunta
sobre
producción
de
podcast,
si
quieren
pedirme
un
recomendado—,
me
lo
pueden
hacer
directamente.
Y
siempre
respondemos,
respondemos
absolutamente
todos
los
mensajes.
El
número
de
nuestro
WhatsApp,
para
los
que
quieran
agregarnos
es
+573229502192.
Lo
voy
a
repetir
por
si
acaso:
+573229502192.
Entonces
nos
pueden
escribir
por
ahí
simplemente:
“Hola,
Radio
Ambulante”
o
mandarnos
su
emoji
favorito,
y
yo
les
voy
a
responder
o
los
voy
agregar
a
la
lista
de
contactos
y
quedamos
ahí
en
comunicación
permanente.
Y
no
eres…
Y
no
eres
un
bot.
I’m
not
a
bot
[risas]…
Además
de
las
que
ya
mencionamos
que
son
el
Newsletter
y
el
WhatsApp,
estamos
en
todos
los
otros
lugares:
estamos
en
Twitter,
estamos
en
Facebook,
estamos
en
Instagram.
Y
una
de
las
cosas
que
más
me
emocionan
en
este
momento,
por
ejemplo,
es
el
club
de
Radio
Ambulante.
El
Club
de
Podcast
de
Radio
Ambulante,
que
es
en
Facebook.
Es
un
grupo
privado
en
Facebook.
Yo
no
soy
muy
fan
de
Facebook
como
compañía,
yo
creo
que
tampoco,
Daniel…
Yo
iba
a
decir
que
tu
mayor
logro
en
Radio
Ambulante
ha
sido
meterme
en
Facebook.
¿Cuántos
amigos
tienes?
Uno.
Dos
[Risas].
Daniel
tiene
dos
amigos
en
Facebook,
pero
ya
hizo
su
primer
Facebook
Live
que
es
un
gran
logro.
El
caso
es
que
a
no
me
gusta
Facebook
como
compañía,
pero
algo
interesante
que
ocurre
ahí
en
esa
plataforma
son
los
grupos.
Y
creamos
un
grupo
hace
un
mes.
Que
se
llama
el
Club
de
Podcast
de
Radio
Ambulante.
Que
en
este
momento
tiene
como
1.010
personas,
y
es
un
grupo
cerrado
para
que
la
gente
converse
sobre
los
episodios,
sobre
las
historias.
Entonces
al
propiciar
estas
interacciones
entre
los
usuarios,
en
el
que
la
gente
pregunta
cosas,
en
el
que
la
gente
le
responde
a
otros
oyentes,
en
el
que
se
ríen,
en
el
que
critican,
en
el
que…
dentro
de
un
tono
respetuoso,
debaten,
yo
creo
que
es
lo
más
emocionante
que
hemos
logrado.
Y
es
que
la
comunidad
sienta
que
no
tiene…
o
sea,
que
nosotros
somos
parte
de.
No
somos
los
dueños
de
la
comunidad,
no
tenemos
más
control…
simplemente
estamos
haciendo
algo,
dejándolo
ahí
para
que
la
gente
converse.
Entonces
los
invito
también
a
que
entren
al
Club
de
Podcast
Radio
Ambulante.
Buenísimo,
estamos
contando
con
que
nos
ayudes
a
navegar
eso,
pues,
Jorge.
Sí,
pues,
no,
yo
estoy
muy
feliz,
estoy
muy,
muy
agradecido.
Estoy
muy
contento
que
pues
es
muy
chévere
estar
haciendo
este
trabajo
con
una
comunidad
tan
bonita,
con
una
comunidad
tan
activa,
y
yo
creo
que
el
objetivo
de
nosotros
es
ayudar
a
que
Latinoamérica
se
conecte
a
través
de
buenas
historias,
que
los
latinoamericanos
se
conozcan
mejor,
y
eso
es
un
privilegio.
Pues
yo
como
periodista
estoy
feliz.
Buenísimo.
Bueno,
Jorge,
gracias,
seguimos
adelante.
Bueno,
suerte,
seguimos
conversando.
Sígannos
en
redes
y
en
todas
partes.
Gracias,
chao,
chao.
Chao.
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Nada, nada, sé que así normal ¿no? Claro yo vi así que había ahí jóvenes, adultos, ¿no?, que había ciegos, ¿no? Pero no sabía qué cantidad había… Este es Flores Simbrón y vive en Parán, un pequeño pueblo en los Andes peruanos. Cuando se mudó aquí, hace 20 años, pensó que sería un buen lugar para vivir y no le dio importancia a lo que algunos comentaban: que en este pueblo vivían muchos hombres ciegos. Porque acá abunda la ceguera. Después no hay agua. O sea que Parán, en la Biblia, habla que Parán ha sido un desierto. No crece nada, nada. Roca Pura. Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Hoy, la historia de un pueblo aislado y una ceguera que nadie podía explicarse. Nuestros productores son Marco y Annie Avilés. Aquí Marco. Desde su fundación, a comienzos del siglo pasado, Parán ha sido un pueblo aislado. Queda a solo 4 horas de Lima, entre montañas altas, y los habitantes se dedican principalmente a cultivar melocotones. Aparte de la cosecha que va hacia la costa, el pueblo no tiene mucho contacto con la gente de afuera. Más o menos en los años setenta, un problema empezó a notarse. Muchos hombres, antes de cumplir los cincuenta años, se volvían ciegos. El mal los afectaba desde niños. Las madres notaban que sus hijos se tropezaban o caían. Y era peor conforme crecían. Y nadie sabía exactamente porqué. Pero en el caso de mi hijo, sí, yo me he dado cuenta, ¿no?, que, cuando empezó a caminar mal, quería caminar y se tropezaba, se chocaba con las cosas Esta es Jessica Palomares. Y su hijo ahora tiene 10 años. Es flaco, tiene el pelo negro y lacio y unos dientes grandes de conejo. Se llama Lucho y tenía sólo 3 años cuando comenzó a tropezarse de noche. Y yo diciendo: “¿Por qué mi hijo?”. “¿Qué tienes hijo, no te ves?”. Y él no me quería avisar: “No mamá, no. Tú me has chocado”, me decía así… Entonces yo me daba cuenta que él metía su manita a la olla, que se agarraba a la vela…. Así pasaba todo el tiempo. Todas las noches Lucho tropezaba, se caía, chocaba con las cosas. Eran pequeños accidentes, pero frecuentes. El esposo de Jessica no era de Parán y la situación lo desesperaba. Yo le dije: “No, si vamos a estar juntos hay que tenerle paciencia porque ya mi mamá me dijo, hija, tu hijo es de hecho que va a salir así por… por tu tío”, me dijo eso. Es que Jessica tenía 3 hermanos hombres que se estaban quedando ciegos. Su marido pensaba que era un problema de alimentación, pero ella sabía que no. Jessica sentía que su marido no la apoyaba. Se sentía sola, dolida y molesta. Entonces yo tomé una decisión, ¿no? Yo dije: “¿Yo qué futuro voy a tener con este hombre? No entiende a mi hijo, no”… claro que de por pegar no me pegaba, pero era, era un, cómo te digo, no… no era como un buen padre ¿no? Por eso fue que yo me separé de él, no… no me comprendía, ¿no? Jessica se volvió a casar a los 23 años. Ahora tiene casi 30 y se gana la vida vendiendo comida en un puestito al lado de la nueva carretera. Se ríe mucho y le gusta bromear con la gente. Hablamos con Jessica en la casa de su madre. Nos invitó a sentarnos en el que, según ella, es el lugar más cómodo de la casa: el cuarto de sus hermanos que se están quedando ciegos. Había un colchón, algunos sombreros de paja decorados con claveles de plástico, y una foto de una pequeña niña en un portaretrato de metal. Nos sentamos. Jessica intentó explicar cómo es la vida de un niño que con los años se volverá ciego, su hijo Lucho. Lo que ellos no ven es en la noche… Cuando entra el sol ya, ya los chiquitos, los que no ven se preocupan… ya vienen de lejos, ya dónde están, ya están viniendo, corriendo a su casa… Porque para los niños como Lucho, la oscuridad es más espesa. Después del atardecer, los ojos de los otros pequeños se ajustan bien a las bombillas de luz. Pero para Lucho, y niños como él, las cosas que puede ver durante el día se vuelven invisibles desde que cae la noche. Incluso cuando se encienden los faros de la calle, da lo mismo, sus ojos no ven. Y todos los lugares donde juega durante el día, de repente, se vuelven peligrosos. Parán es un conjunto de casas levantadas en medio de montañas y precipicios inmensos en el filo de los Andes. Las calles corren entre laderas empinadas y rocosas. Es difícil caminar por allí para alguien que ve. Imagínense cómo es cuando tus ojos no funcionan. Sin saber bien lo que ocurre —y sin ninguna solución—, los padres como Jessica entrenan a sus hijos para que regresen a sus casas antes de que se haga de noche. No es para menos. La gente cuenta historias de ciegos que han muerto tras caer al fondo de los precipicios. Yo, cuando yo entro ya, me preocupo. “¿Dónde estará mi hijo?” Porque eso: como son niños, ¿no? Los amiguitos los entretienen, se quedan jugando y ya no pueden llegar a la casa, entonces yo me preocupo. Tengo que venir rápido, a cachar si ha llegado, no ha llegado, o si no tengo que ir a buscarlo por allá… Así eran las cosas. Algunos jóvenes empezaban a quedar ciegos, y el pueblo se adaptaba. Y nadie sabía por qué. Hasta el año 2012, cuando todo cambió. Una compañía minera comenzó a explorar los cerros que rodean a Parán. La empresa quería congraciarse con la gente del pueblo. Contrataron una ONG para averiguar qué podían necesitar los vecinos. Un médico de esa ONG notó que muchos niños del pueblo necesitaban gafas. Así que pronto llevó a algunos oftalmólogos a Parán. Pero cuando los doctores revisaron a los niños, descubrieron que no era una simple miopía lo que les impedía leer el pizarrón en las escuelas. No. Lo que el pueblo ya consideraba normal —la ceguera de tantos de sus hombres— era para el médico algo extraordinario. Los médicos tomaron muestras y después de hacer exámenes de ADN entendieron que se trataba de una enfermedad genética llamada Retinitis Pigmentosa. Es causada por la mutación del cromosoma X, de manera que las mujeres portan la enfermedad, pero los hombres sufren los síntomas. Por eso solo ellos se vuelven ciegos. Las personas que sufren de Retinitis Pigmentosa nacen viendo correctamente. Pero con el correr de los años, el tejido de la retina se atrofia. Las células de la retina empiezan a morir lentamente, como si fueran píxeles que se borran de la pantalla de un computador. Si imaginamos que la retina es un círculo, las células van muriendo de afuera del círculo hacia dentro. El campo visual se reduce como si fuera un túnel. O cómo esas series de televisión en blanco y negro que terminaban convirtiéndose en un punto en la pantalla. La ceguera nocturna es el primer signo. Y a medida que progresa, el campo visual desaparece hasta que la gente ya solo ve blanco. No negro, sino blanco. Como si estuvieran atrapadas en medio de nubes. Lo que sucede en Parán es muy raro. Uno de cada diez hombres tiene el mal. Para decirlo de otra manera: Parán es el lugar con más alto índice de esta enfermedad en todo el mundo. Es de… es de una descendencia, según dicen, pues. Esta es Astedia, la madre de Jessica. La abuela de Luchito, el niño que se está quedando ciego. Y así entiende lo que le pasa a su nieto. Es como… una vena que corre, se hurta ¿no? Eso, eso es… Como una descendencia, porque por eso es que está aumentándose bastante, pues. Así explicaron ellos. Con “ellos”, se refiere a los médicos que pasaron alguna vez por Parán. Y está claro que estos profesionales no lograron explicarle bien al pueblo las razones detrás de la ceguera. Pero lo que Astedia —y el resto de la gente de Parán— sí entendió es que las mujeres son las que cargan la enfermedad. Son ellas quienes transmiten el mal a sus hijos. Bonito el pueblo y todo, pero, ¿de que vale no? Que nuestra descendencia aca… Triste, la verdad, lamentable, claro. Penoso… por que nuestros hijos, nuestra descendencia, por ejemplo, mis nietos que van a seguir siendo así, es triste también… Astedia, y muchas mujeres del pueblo, sienten que quizá era mejor no saber. Mejor no tener explicación. Ahora, dice ella, sienten culpa. Una pausa y volvemos. Este podcast de NPR y el siguiente mensaje son patrocinados por Squarespace. Un sueño es tan solo una gran idea que tiene todavía no una página web. Personaliza la apariencia y la navegación de tu página, así como la forma para vender tus productos y mucho más con un par de clicks. Ingresa a Squarespace.com y haz una prueba gratuita. Y cuando estés listo para lanzar tu página, usa el código RADIO para ahorrarte 10% en la compra de tu primer sitio web o dominio. El futuro está llegando. Hazlo brillar. Con Squarespace. Este podcast de NPR y el siguiente mensaje son patrocinados por Sleep Number. Sleep Number te ofrece camas que se adaptan, en ambos lados, a tu posición ideal. Sus nuevas camas son tan inteligentes que automáticamente se ajustan para mantenerte a ti y a tu pareja cómodos durante toda la noche. Averigua por qué 9 de cada 10 de los que usan Sleep Number lo recomiendan. Visita Sleep Number.com para encontrar una tienda cerca de ti. ¿Qué se necesita para empezar algo desde la nada? ¿Qué se necesita para construirlo? Soy Guy Raz. Todas las semanas en How I Built This hablo con los fundadores de algunas de las compañías más inspiradoras en el mundo. Encuéntralo en el app de NPR One o donde escuches tus podcasts. Gracias por escuchar Radio Ambulante. Por favor ayúdanos completando una encuesta. Dinos qué te gusta de nuestro programa y cómo podríamos mejorarlo. Eso sí: la encuesta está en inglés. Para llenarla ingresa a npr.org/podcastsurvey. Es completamente anónima, solo tomará unos minutos y le harías un gran favor al equipo de Radio Ambulante. Te repito: ingresa a npr.org/podcastsurvey. ¡Mil gracias! La noticia de que Parán era el “pueblo de los ciegos” llegó a Lima, y la gente, consternada, decidió enviar ayuda en forma de provisiones. Fideos, arroz, leche, frazadas… Este es Flores, el esposo de Astedia. Marco nos sigue contando. Aunque suene inverosímil, fueron las provisiones las que causaron muchos problemas en Parán. Todo el mundo quería su parte. Ciegos o no, muchos habitantes de Parán necesitaban una cobija. Los vecinos se habían acostumbrado tanto a la ceguera de sus paisanos que no entendían por qué no se repartían las provisiones de una manera equitativa. Entonces como ya se empezaron a juntar en la misma calle, todas las señoras hicieron su cola. Ya pues. Hay una tía, justo su hija trabaja ahí, una gordita que está de polo rojo, “hacieron” un laberinto, pues me dijo: “Si van a dar, dan a todos sino a nadie,”dijo. Pero yo le dije: “Tía, le dije, esto viene solo para inválidos”. Las cosas se pusieron tensas. Había un pastor encargado de distribuir todo. Usaba gafas. Flores cuenta que una mujer se le acercó al pastor y le dijo que o se iba de ahí o ella le quitaría las gafas. Así le dijo. Y entonces le dije: “Tía, ya tienes eso, ¿qué quieres más?”, le dije yo así… Entonces en esas ella misma me empujó, de donde estoy me empujó así… Flores cayó encima de otra mujer. Y a partir de ahí todo terminó en caos. La gente de Parán se refiere a ese día como el “del incidente de las provisiones”. Y puede que no suene como un gran altercado pero para este pueblo, generalmente pacífico, sí lo fue. Se convirtió en un momento crucial. Desde entonces, nadie ha vuelto a Parán a ayudar. No volvieron los doctores, tampoco llegaron más provisiones. Nada. El doctor Ricardo Fujita, uno de los médicos que visitó Parán, nos dijo que los doctores no han vuelto porque no tienen recursos. Pero la gente de Parán lo ve de otra manera. Se siente abandonada. La mayoría de vecinos del pueblo son evangélicos. Flores, también. Y cree que si él y su mujer demuestran que de verdad tienen fe, Dios enviará la cura. Claro, pero como te digo, tienen que tener fe, hay que tener fe bastante, y el señor nos sana. Prácticamente hay que llorar bastante, llorar pidiendo al señor que nos sana. Y por eso digo yo ahorita le digo a mi esposa: “Hay que orar bastante y hay que ayunar bastante”. Pero ahorita, como te digo yo, voy a hacer todo lo posible de entrevistarme con alguien del congreso, para pedir ayuda. Pero lo que está claro es que con la visita de los médicos, las cosas, en vez de mejorar, empeoraron. Los periodistas hacían reportajes en diarios, radio y televisión.La voz corrió y llegó a pueblos vecinos. Las historias sobre la ceguera no siempre se contaron de buena manera. En los reportajes, Parán era un pueblo maldito, castigado por Dios y hasta se daba a entender que la enfermedad se debía a que allí se casan entre hermanos y primos. Estos rumores han hecho que la gente de otros pueblos empiece a menospreciar a Parán. Algunos incluso se rehúsan a comprar los duraznos que este pueblo produce, pues están convencidos de que se van a quedar ciegos si se los comen. Otros, evaden a cualquiera que sea de este pueblo. Y los chismes no paran. Esta es Jessica: A veces, por la comunidad, por el distrito, nos toca hacer campeonatos acá… un juego, un evento acá y vienen de distintos pueblos. y nos discriminan a los chiquitos. Dicen: “Ese sí, ese no ve”, dicen así, nos discriminan más que todos ellos… Incluso Flores piensa así, a pesar de que parece que quiere mucho a Parán. Sus hijos están perdiendo la vista y él, de alguna manera, ha aceptado la ceguera. Pero ha empezado a pensar que el lugar está maldito. Nos mencionó una sequía reciente que afectó el huerto de duraznos y, según él, todo está conectado. Porque acá abunda la ceguera. Después no hay agua. O sea que Parán, en la Biblia, habla que Parán ha sido un desierto. No crece nada, nada. Roca. Antes seguro había alguna cosa acá. Por eso ya, como dice, llegó ese castigo por acá. Durante nuestro último día en Parán, Jessica vende comida al lado de la carretera. En el pueblo, su hijo Lucho juega con su primo Abiel. Hace poco encontraron un nido y sacaron a un pajarito recién salido del huevo. Su abuela Astedia, los obligó a devolverlo al nido. Ahora estamos tratando de adivinar qué tipo de pájaro es. Como una águila… halcón…..gallinazo… condor, condor come carne podrida… De repente, Lucho se pone de pie, sale corriendo y desaparece en la esquina. Lucho se está yendo cantando… ¿Ya se fue él? Sí, se está yendo cantando… Llámalo, llámalo… Pero Lucho ya salió corriendo para su casa. Mientras hablábamos sobre el pájaro, la luz del día empezó a disminuir y con ella la visión de Lucho. Hizo lo que le enseñó su mamá: correr a casa para tratar de llegar antes de que se oscurezca por completo, cuando ya no puede ver nada. Abiel ahora corre detrás de Lucho. Cuando los alcanzamos, los dos niños están enfrente de la casa de Jessica, escondidos debajo de una carretilla. Luego suben a ella y miran hacia las montañas. A medida que se oscurece, Lucho va dejando de hablar. Le preguntamos lo que alcanzaba a ver… No veo nada, solo veo el cerro que está pintadito negro, negro… ¿Ves ese balde? Blanco no veo, puro blanco… ¿Me ves a mí? Sí… Pero su rostro no más… No te veo tu cara… No… Lucho mira perdidamente hacia las montañas mientras el último rayo de luz desaparece. Parece perdido en la oscuridad. Su primo Abiel, en cambio, se vuelve más inquieto y empieza a hablar. Sabe que lo que nos ha traído a Parán ha sido la ceguera. Y trata de ayudarnos. Aunque no tiene ningún problema con sus ojos, de pronto los cierra y dice que él tampoco puede ver. Cuando originalmente lanzamos esta historia en el 2014, aún se pensaba que la Retinitis Pigmentosa era una condición irreversible. Pero ahora, eso podría cambiar. La Universidad de Pennsylvania está desarrollando un tratamiento genético para ayudar a niños como Lucho, que aún no han perdido la vista por completo. El tratamiento está en fase experimental y todavía no se sabe si va a funcionar, pero es un adelanto importante y podría cambiar el panorama para las personas con esta condición. Marco Avilés es periodista peruano, cholo e inmigrante en los Estados Unidos. Su más reciente libro es “No no soy tu cholo”, un manifiesto contra el racismo en ambos lados de la frontera. Annie Avilés es periodista y editora de podcasts. Esta historia fue editada por Camila Segura y por mi. La mezcla y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Jorge Caraballo, Patrick Mosley, Laura Pérez, Ana Prieto, Barbara Sawhill, Ryan Sweikert, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas y Silvia Viñas. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web: radioambulante.org. Y después de los créditos: quédense para una conversación que yo voy a tener con Jorge Caraballo, el editor de audiencias. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar. Aquí estoy con Jorge Caraballo, el editor de audiencias de Radio Ambulante. Eh, Jorge, ¿cómo estás? Hola, Daniel. ¿Cómo vas? Estoy aquí en mi casa, trabajando desde el cuarto-oficina, entonces por eso hay un poquito de ruido ambiente. ¿Cómo va todo? Muy bien, muy bien. La idea de esta conversación es un poco es que nos cuentes… Bueno, primero, supongo: ¿Qué es lo que hace un editor de audiencias? Creo que no todos saben. Pues el editor de audiencias es el que se encarga de crear una comunidad alrededor del episodio, alrededor del podcast. O alrededor del medio en general. Entonces lo que yo hago es coger todo el trabajo que hacemos en Radio Ambulante y hacerlo más atractivo para las personas en redes sociales, en el Newsletter, y en todos los diferentes espacios que tenemos para encontrarnos con la gente. ¿Qué te ha sorprendido de los oyentes de Radio Ambulante? Pues yo entré a finales de agosto, justo antes de que empezara la temporada, y no sabía que me iba a encontrar con una comunidad tan… tan amable, tan participativa, tan colaborativa. Como editor de audiencias estoy trabajando con una comunidad soñada. Es como el deseo de cualquier persona que se dedique a lo que yo hago… Es contar con la comunidad que tiene Radio Ambulante. Porque cada vez que hacemos una pregunta llegan un montón de respuestas, cada vez que proponemos un reto la gente está dispuesta a participar. Y lo que me gusta y hace mi trabajo divertido es que es una conversación permanente. Cuéntanos un poco cuáles han sido las innovaciones que tú has traído al equipo desde que entraste en agosto. Lo que nos interesa es incentivar la participación de la audiencia como creadora también de lo que hacemos. Hemos, desde agosto, creado o fortalecido varios canales que ya estaban. Uno —que me gusta mucho— es el Newsletter: el correo electrónico que mandamos tanto los martes como los viernes. El martes mandamos el correo anunciando el nuevo episodio, y el viernes mandamos un correo muy, muy chévere, muy bonito, que son los recomendados para el fin de semana. Entonces el equipo de Radio Ambulante dice: “Estas son las cosas que nos inspiran, estas son las cosas que nos gustan, que nos marcan, que nos influencian. Disfrútenlas ustedes también. Aprovechen el fin de semana para gastarle un tiempo a esto”. Y con ese Newsletter nos ha ido muy bien. En esa misma línea hay otra innovación o otra, pues, estrategia que estamos usando, y es el Whatsapp. Tenemos un número en WhatsApp. Tenemos un número en Whatsapp, es un teléfono rojo, un IPhone rojo que Camila Segura tenía guardado en un cajón porque ya lo había actualizado. Y ese WhatsApp ha sido una cosa increíble, porque la gente se suscribe voluntariamente, nos manda un mensaje, dice: “Hola, Radio Ambulante, quiero que me agreguen a su lista de contactos”. Y creamos una lista de difusión en la que en este momento hay más de 160 personas. Y yo lo que hago es que los martes les mando el episodio por ahí y la gente —si tiene una pregunta sobre el episodio, si la gente tiene una pregunta sobre producción de podcast, si quieren pedirme un recomendado—, me lo pueden hacer directamente. Y siempre respondemos, respondemos absolutamente todos los mensajes. El número de nuestro WhatsApp, para los que quieran agregarnos es +573229502192. Lo voy a repetir por si acaso: +573229502192. Entonces nos pueden escribir por ahí simplemente: “Hola, Radio Ambulante” o mandarnos su emoji favorito, y yo les voy a responder o los voy agregar a la lista de contactos y quedamos ahí en comunicación permanente. Y no eres… Y no eres un bot. I’m not a bot [risas]… Además de las que ya mencionamos que son el Newsletter y el WhatsApp, estamos en todos los otros lugares: estamos en Twitter, estamos en Facebook, estamos en Instagram. Y una de las cosas que más me emocionan en este momento, por ejemplo, es el club de Radio Ambulante. El Club de Podcast de Radio Ambulante, que es en Facebook. Es un grupo privado en Facebook. Yo no soy muy fan de Facebook como compañía, yo creo que tú tampoco, Daniel… Yo iba a decir que tu mayor logro en Radio Ambulante ha sido meterme en Facebook. ¿Cuántos amigos tienes? Uno. Dos [Risas]. Daniel tiene dos amigos en Facebook, pero ya hizo su primer Facebook Live que es un gran logro. El caso es que a mí no me gusta Facebook como compañía, pero algo interesante que ocurre ahí en esa plataforma son los grupos. Y creamos un grupo hace un mes. Que se llama el Club de Podcast de Radio Ambulante. Que en este momento tiene como 1.010 personas, y es un grupo cerrado para que la gente converse sobre los episodios, sobre las historias. Entonces al propiciar estas interacciones entre los usuarios, en el que la gente pregunta cosas, en el que la gente le responde a otros oyentes, en el que se ríen, en el que critican, en el que… dentro de un tono respetuoso, debaten, yo creo que es lo más emocionante que hemos logrado. Y es que la comunidad sienta que no tiene… o sea, que nosotros somos parte de. No somos los dueños de la comunidad, no tenemos más control… simplemente estamos haciendo algo, dejándolo ahí para que la gente converse. Entonces los invito también a que entren al Club de Podcast Radio Ambulante. Buenísimo, estamos contando con que nos ayudes a navegar eso, pues, Jorge. Sí, pues, no, yo estoy muy feliz, estoy muy, muy agradecido. Estoy muy contento que pues es muy chévere estar haciendo este trabajo con una comunidad tan bonita, con una comunidad tan activa, y yo creo que el objetivo de nosotros es ayudar a que Latinoamérica se conecte a través de buenas historias, que los latinoamericanos se conozcan mejor, y eso es un privilegio. Pues yo como periodista estoy feliz. Buenísimo. Bueno, Jorge, gracias, seguimos adelante. Bueno, suerte, seguimos conversando. Sígannos en redes y en todas partes. Gracias, chao, chao. Chao.

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