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Radio Ambulante - Postal de San Francisco

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Les traemos dos historias de San Francisco, California, en donde exploramos diferentes formas de amor y familia. En los años 80, siendo una niña, Deldelp Medina llega al Castro, uno de los primeros barrios gais en los Estados Unidos, y descubre un ambiente que le recuerda a su natal Barranquilla, en Colombia... Hasta que todo cambió. También conocemos a Javier y Yadira, dos jóvenes que se enamoraron e hicieron una vida juntos, pero no fue la que se habían imaginado.

Gracias
por
escuchar
Radio
Ambulante.
Quiero
contarles
de
un
nuevo
programa
de
NPR,
una
nueva
manera
de
estar
al
tanto
de
las
noticias
del
día.
Se
llama
“Up
First”.
En
10
minutos,
más
o
menos,
puedes
tener
una
idea
de
las
noticias
importantes
del
día.
Esas
cosas
que
realmente
tienes
que
saber.
Arranca
el
día
con
“Up
First”,
disponible
de
lunes
a
viernes
a
las
6
de
la
mañana,
en
NPR
ONE
o
en
cualquier
app
de
podcasts.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Ahora
que
somos
parte
de
NPR,
queremos
compartir
algunas
de
nuestra
historias
favoritas
con
nuestra
nueva
audiencia.
Hoy
les
traemos
dos
historias
de
San
Francisco,
California.
La
primera
nos
la
cuenta
una
amiga
del
programa,
Deldelp
Medina.
Para
contar
esta
historia,
necesito
la
ayuda
de
mi
mamá.
Yo
soy
Delfina
Bernal,
artista
colombiana,
nacionalizada
en
Estados
Unidos.
Vivo
en
California
[desde]
1981.
julio
del
81.
Llegué
a
San
Francisco
con
ella
y
con
mi
padrastro,
David.
Él
era
Estadounidense
y
medio
hippie.
Yo
acababa
de
cumplir
los
8
años.
Veníamos
de
Barranquilla,
Colombia,
una
ciudad
caribeña
y
calurosa.
Hasta
ese
momento,
mi
infancia
había
sido
de
saltar
de
ciudad
en
ciudad
y
país
en
país.
Llegar
a
San
Francisco
era
tratar
de
crear
una
estabilidad
desconocida
hasta
ese
momento.
Recuerdo
bien
mi
llegada.
Supuestamente
era
verano,
pero
hacía
bastante
frío
y
había
mucha
neblina.
En
el
taxi
de
ida
a
la
casa,
me
quedé
dormida,
y
casi
me
caigo
del
asiento
del
carro.
Así
de
empinadas
eran
las
calles.
Esa
fue
primera
impresión
de
San
Francisco.
Y
mi
mamí…
Aquí
era
ciudad
más
pequeña,
más
fría
todo
el
tiempo,
no
conocía
a
nadie
tampoco.
Bueno,
nada
me
gustaba
[Risas].
Yo
estaba
desubicada,
así
como
fuera
de
mi
lugar.
Exacto.
Desubicada.
Y
yo,
a
mis
8
años,
me
sentía
igual.
Pero
llegamos
a
vivir
al
Castro.
Y
a
pesar
de
lo
gris
que
era
el
resto
de
la
ciudad,
el
Castro
era
lo
que
más
se
parecía
a
Barranquilla.
A
comienzos
de
los
80,
el
barrio
era
una
fiesta
con
mucho
movimiento,
con
mucha
bulla.
Había
discotecas
donde
la
gente
bailaba
hasta
la
madrugada,
y
un
ambiente
casi
tropical.
Me
gustaba
el
barrio,
me
gustaba
que
los
vecinos
me
decían
cosas
bonitas:
“Qué
linda
la
niña,
qué
bien
vestida”.
Pero
no
me
gustaba
una
cosa:
éramos
muy
pocos
niños,
y
no
tenía
con
quién
jugar.
La
mayoría
de
mis
vecinos
eran
hombres
jóvenes,
casi
todos,
en
realidad.
El
uniforme
del
momento
era
los
blue
jeans
muy
apretaditos,
muy
arreglados,
con
su
pelo
muy
corto,
y
se
veían
muy
saludables,
entre
otras
cosas.
Y
la
mayoría
muy
bellos;
es
la
verdad.
Había
unos
muchachos
preciosos.
Las
mujeres
sí,
muy
feas.
Y
yo
decía,
“pero
estas
mujeres
como…
es
que
son
tan
feas…”
[Risas].
Mi
mami
siempre
ha
sido
muy
directa.
Pero
parte
de
lo
que
dice
es
cierto.
Los
hombres
eran
muy
lindos.
Los
“Clones
del
Castro”,
les
decían.
Porque
todos
se
veían
igualitos.
En
el
colegio,
cuando
mis
compañeros
se
enteraban
dónde
vivíamos,
me
preguntaban
si
mi
padrastro
era
gay,
y
yo,
toda
ingenua,
contestaba
que
no
sabía,
que
iba
a
averiguar.
Para
mi
familia,
la
que
se
había
quedado
en
Colombia,
les
preocupaba
bastante
que
viviéramos
ahí.
“¡Ay,
que
ustedes
están
en
eso!
¡Están
viviendo
ahí
donde
está
esa
bulla
todo
el
tiempo!”.
Yo
dije:
“¿Pero
de
qué
me
estás
hablando?
¿Que
qué
bulla?”.
“Sí,
porque
ahí
todos
son
gays,
ahí,
en
San
Francisco,
y
están
en
esa
bulla!”.
Eso
que
los
prejuiciosos
llamaban
“bulla”,
a
nosotros
nos
gustaba.
Con
“bulla”,
mi
familia
en
Colombia
se
refería
al
ambiente
libertino
del
barrio.
Se
imaginaban
hombres
acariciándose
y
besuqueándose
en
las
esquinas.
Pero
la
verdad
es
que
eran
muy
discretos,
y
yo
nunca
vi
mucho
de
eso.
Mis
vecinos
eran
dulces.
Uno
era
alto,
y
trabajaba
en
un
banco;
el
otro,
más
bajito,
vendía
pinturas
en
un
almacén.
Esmerados
y
cultos,
ellos
tenían
fiestas
con
frecuencia
que
yo
escuchaba
a
través
de
los
muros
que
separaban
nuestras
dos
casas.
No
es
que
fuéramos
íntimos,
pero
nos
llevábamos
bien.
Y
las
dos
veces
que
mi
mamá
perdió
sus
llaves,
le
tocó
entrar
por
su
casa
y
volarse
la
cerquita.
Y
se
quedó
embobada
con
lo
que
vio:
algo
muy
diferente
al
caos
que
regía
en
nuestra
casa.
Con
mucha
pena
con
ellos…
Y
ya
el
pequeñito
le
tenía
la
cena
como
preparada,
así
toda
la
mesa
arreglada,
con
unas
alcachofas
puestecitas,
así.
Y
todo
era
muy
lindo.
Y
él
se
metía
en
el
jardín
de
nosotros
y
nos
robaba
las
flores
para
hacer
los
bouquets
para
su
casa.
La
vida
en
El
Castro
tenía
los
ritmos
de
cualquier
barrio.
Que
durante
la
semana,
sobre
todo
el
más
grande,
él
estaba
vestido
así,
de
suit,
y
todo
[Risas].
Y
corbata.
Y
el
otro
vestido
normal.
Y
los
fines
de
semana,
se
vestían
de
cuero
los
dos,
salían
con
su
pantalones
de
cuero
los
vecinos
[Risas].
A
pasarla
bien,
me
imagino,
en
los
bares
y
discotecas
que
quedaban
por
el
vecindario.
Pero
también
habían
almacenes,
floristerías
y
librerías
que
yo
visitaba
con
frecuencia.
Así
pude
conseguir
comics
de
los
40
y
50,
comprar
flores
marchitadas
y
libros
usados
con
mis
pocos
centavos.
¿Cómo
te
lo
explico?…
El
Castro
se
volvió
mi
barrio.
El
mismo
mes
que
llegamos
a
los
Estados
Unidos,
julio
de
1981,
apareció
por
primera
vez
una
noticia
en
la
prensa
nacional
sobre
una
enfermedad
que
para
entonces
no
tenía
ni
siquiera
nombre.
Un
artículo
del
New
York
Times
con
este
titular:
“Se
ve
un
cáncer
extraño
entre
los
homosexuales.
Causa
desconocida”.
Y
el
epicentro
de
esta
nueva
peste
era…
El
Castro…
Cuando
cumplí
10
años
mis
padres
me
compraron
una
cámara.
Una
Kodak
110.
Desde
ese
día,
la
llevaba
a
todas
partes.
Era
1983.
Y
el
barrio
estaba
cambiando.
Iba
por
toda
la
ciudad
sola,
y
tomaba
fotos
de
las
calles.
De
edificios.
Me
encantaban
esas
casas
Victorianas
que
habían
sobrevivido
el
terremoto
de
1906.
Y
por
alguna
razón
prefería
tomar
fotos
sin
gente.
No
por
qué,
pero
ahora
lo
veo
como
si
hubiera
sido
una
premonición.
¿Cuándo
fue
la
primera
vez
que
supiste,
que
oíste
la
palabra
SIDA?
Bueno,
AIDS.
Yo
pienso
que
fue
cuando
fuimos
a
la
farmacia.
A
lo
que
se
refiere
mi
mamá
es
la
farmacia
del
barrio.
Un
día
pusieron
unos
afiches
en
la
vitrina.
Fotocopias
a
color,
algo
así,
con
estas
manchas
en
la
piel
que
le
habían
salido
a
la
gente.
Y
entonces
estaban
preguntando
que
si
la
gente
sabía
qué
era
esto.
Nadie
se
lo
explicaba,
pero
ya
no
era
posible
negar
que
nuestros
vecinos
se
estaban
enfermando.
Los
hombres
muy
bien
cuidados
que
siempre
andaban
en
camisetas
apretadas
de
manga
corta,
sin
importarles
el
clima,
esos
mismos
hombres
que
siempre
exhibían
sus
maravillosos
cuerpos,
ahora
andaban
en
camisas
de
manga
larga,
y
después
en
suéteres
con
cuello
de
tortuga.
Así
sabías
que
la
gente
estaba
enferma…
Cambiaban
su
manera
de
vestirse.
Y
nuestros
vecinos
también…
De
pronto
ya
no
era
el
barrio
tropical
y
alegre
al
que
habíamos
llegado
solo
dos
años
antes…
Un
día,
llegó
la
familia
de
uno
de
los
vecinos.
Ya
no
me
acuerdo
cuál
estaba
enfermo,
el
alto
o
el
bajito,
el
banquero
o
el
pintor.
Quizás
ambos.
Solo
que
llegaron
algunos
familiares
y
se
lo
llevaron.
No
volví
a
verlos.
Y
no
fueron
solo
ellos.
Sino
muchos
muchos
más.
Yo,
a
mis
10
años,
no
podía
dejar
de
notarlo.
Fue
como
si
las
luces
de
mi
barrio
se
apagaran,
casa
por
casa,
calle
por
calle…
Deldelp
Medina
vive
en
San
Francisco.
En
el
2012
fundó
Code2040,
una
organización
sin
ánimo
de
lucro
que
crea
oportunidades
en
innovación
tecnológica
para
las
comunidades
latinas
y
afroamericanas.
Una
pausa
y
volvemos…
Summer
movie
season
gets
louder
and
longer
every
year.
I’m
Linda
Holmes.
For
a
guide
through
the
blockbusters
you
know
about
and
the
surprise
bright
spots
you
may
not,
Pop
Culture
Happy
Hour
has
you
covered.
We’ll
tell
you
what
we
are
looking
forward
to,
what
we
are
secretly
dreading,
and
what
just
might
sneak
up
on
all
of
us.
Find
Pop
Culture
Happy
Hour
on
the
NPR
One
app
or
wherever
you
get
podcasts.
Estamos
de
vuelta,
soy
Daniel
Alarcón.
Hoy
estamos
haciendo
un
programa
especial
sobre
San
Francisco,
la
ciudad
donde
se
fundó
Radio
Ambulante.
Nuestra
segunda
historia
comienza
con
esta
mujer…
Yo
siempre
le
he
pedido
a
Dios
que
me
regrese
a
Javier.
Que
me
lo
regrese.
Yadira
llevaba
10
años
casada
con
Javier
viviendo
con
sus
dos
hijos
en
San
Francisco,
cuando
algo
cambió
en
su
matrimonio.
Básicamente,
poco
a
poco,
Javier
desapareció.
Yo
que
jamás
voy
a
poder
traer
a
Javier.
Pero,
por
eso
te
digo,
es
algo
especial
en
mi
vida.
Algo
especial
que
siempre
lo
voy
a
recordar,
y…
voy
a
estar
orgullosa
y
agradecida
porque
el
tiempo
que
yo
he
estado
aquí
me
ha
ayudado
mucho.
Pero
se
fue…
Sí,
Javier
se
fue,
de
una
forma
inesperada.
Y
cuando
Javier
se
fue,
alguien
lo
reemplazó…
Yo
me
llamo…
Yo
me
llamo
Lucía
Pérez.
Javier
ahora
se
llama
Lucía.
Es
Lucía.
Y
así
describe
la
persona
que
fue.
Era,
pues,
una
persona
creada
por
la
sociedad,
como
se
crea
un
carácter
en
una
película,
o
por
la
familia,
por
la
gente
que
me
rodeaba.
Javier
se
cansó
de
jugar
ese
papel.
De
jugar
ese
rol
en
la
vida.
Y
dijo,
“hasta
aquí.
Ya
basta”.
Esta
historia
fue
investigada
por
Rosa
Ramírez
y
producida
por
Nancy
López.
Aquí
Nancy:Por
años,
Yadira
cuidaba
a
los
niños
en
la
casa
y
Javier
trabajaba
como
guardia
de
seguridad.
Tenían
—o
aparentaban
tener—
una
vida
normal.
Pero
era
justamente
esa
supuesta
normalidad
la
que
Javier
sentía
como
un
peso,
una
carga
cada
día
más
difícil
de
aguantar.
A
finales
del
2009,
cuando
se
acercaban
las
fiestas
navideñas,
Javier
estaba
muy
deprimido.
Necesitaba
desahogarse
con
Yadira.
El
24
de
diciembre,
él
acababa
de
llegar
de
su
trabajo
de
noche.
Yo
me
acababa
de
levantar.
Y
este…
andaba
con
mi
bata
de
dormir.
Y
despeinada.
Y
me
hice
una
taza
de
café.
Y
él
me
había
traído
un
pan.
Yo
creo
que
para
endulzarme
el
momento
¿verdad?
Y
yo
no
cuánto
tiempo
pasó
antes
de
que
yo
le
dijera
a
Yadira,
“Yadira
necesito
hablar
contigo…”.
Yo
le
dije,
“¿de
qué?”.
Se
me
hizo
eterno
decirle
lo
que
me
pasaba.
Eterno.
Yo
no
sabía
cómo
decirle.
Me
puse
a
llorar
y
a
llorar
y
a
llorar…
Yo
no
sabía
cómo
decírselo.
Y
me
aventó
un
rollonón
que
le
dije,
“al
grano,
¿verdad?”.
Y
la
miraba
muy
preocupada.
Yo
no
quería
decírselo.
Porque
no
quería
herirla.
Y
luego
pensé
que
ella
pensó
que
yo
le
iba
a
decir
que
yo
tenía
otra
mujer
o
que
me
había
acostado
con
otra
mujer.
Pero
yo
no
quería
que
ella
pensara
eso:
presentía
que
ella
estaba
pensando
eso.
Y
este…
Y
ya
fue
cuando
me
dijo
que
él
se
sentía
diferente.
Y
yo
dije,
“Diferente.
¿Por
qué?”.
Y
me
dijo
que
él
se
sentía
mujer.
Que
yo
desde
mi
adolescencia,
desde
los
13
años,
me
he
sentido
mujer.
Y
que
yo
no…
Y
que
todavía
me
siento
mujer,
y
que
yo
no
qué
hacer,
pero
es
algo
que
no
puedo…
Que
me
siento
mujer,
y
que
desde
siempre
he
tenido
deseos
de
estar
con
hombres.
Desde
que
era
chico,
cuando
vivía
en
Nicaragua,
Javier
se
ponía
una
toalla
en
la
cabeza
y
se
miraba
al
espejo,
imaginándose
que
tenía
el
pelo
largo.
Soñaba
con
tener
cuerpo
de
mujer.
Y
de
adolescente
se
comenzó
a
fijar
en
los
hombres.
Esta
sensación
lo
había
acompañado
desde
siempre.
Pero
nunca
se
atrevió
a
compartir
con
los
demás
que
se
sentía
mujer.
Tenía
miedo
a
ser
rechazado.
Entonces
se
esforzó
por
ser
más
varonil.
Empezó
a
ir
al
gimnasio
y
levantaba
pesas
para
volverse
más
musculoso.
Iba
a
bailes
para
conquistar
mujeres.
Y
luego…
decidió
casarse
con
Yadira,
tener
hijos
y
formar
una
familia
con
ella.
Y
pues
yo
sentí
como
que
me
cayó
un
balde
de
agua.
Pero
dije:
“Ay,
este
me
está
vacilando.
Como
no
duerme
bien”.
Dije:
“El
internet
le
está
volviendo
loco”.
Y
pues
no
creí,
la
verdad.
No
creí.
Como
que
no
me
entró
el
veinte.
Dije:
“Eh,
este
loco”.
Yo
me
puse
a
llorar
y
Yadira
también.
Y
lloramos
mucho…
lloré.
Mucho.
Dije,
“no
puede
ser”.
“¿Estás
seguro
de
que
sientes
eso?,
¿o
qué
sientes?,
¿o
desde
cuándo
lo
sientes?
¿Y
por
qué
hasta
ahora
me
lo
dices?”.
“Porque
yo
no
qué
decirte”.
Porque
para
no
era
cierto.
No
sabía
lo
que
me
esperaba
con
Yadira
y
con
los
niños.
Pero
yo
estaba
segura
que
ella
iba
a
agarrar
sus
cosas,
sus
maletas,
y
se
iba
ir
a
México
con
los
niños.
Pero
Yadira
lo
sorprendió.
No
se
fue.
Después
de
esa
noche,
siguieron
viviendo
bajo
el
mismo
techo.
Cada
mañana
Javier
se
iba
al
trabajo,
y
Yadira
seguía
a
cargo
de
la
casa
y
de
los
niños.
Como
que
mi
mente
estaba
que
no
y
que
no.
Como
dos
años
estuve
no
creyéndolo
verdad.
“Está
loco.
Está
loco”.
Y
yo
decía:
“¿Qué
le
voy
a
decir
a
mis
hijos?
¿Qué
es
lo
que
yo
voy
hacer?”.
Mientras
tanto,
Javier
empezó
a
tomar
hormonas.
Le
empezaron
a
crecer
un
poco
los
pechos
y
su
voz
empezó
a
cambiar.
Cada
día
estaba
más
claro
que
Yadira
ya
no
vivía
con
un
hombre,
sino
con
una
mujer.
A
Yadira
se
le
hizo
imposible
negarlo.
Después
de
un
tiempo,
Yadira
le
empezó
a
tener
rabia
a
Javier.
No
lo
podía
entender:
¿por
qué
Javier
se
casó
con
ella
si
se
sentía
mujer?
Lo
culpaba
por
echar
a
perder
su
vida
y,
especialmente,
la
de
sus
hijos.
En
la
escuela
de
mi
hijo,
el
año
pasado,
las
mamás
de
los
compañeritos
de
mi
hijo
se
burlaban.
Y
los
compañeritos
decían
que
el
papá
traía
ropa
de
mujer.
Pero
al
mismo
tiempo,
Yadira
extrañaba
a
Javier,
y
se
ponía
triste.
Se
sentaba
a
mirar
fotos
de
él
y
lloraba.
Y
me
sentaba
en
el
sofá
y
lo
miraba
y
lo
miraba.
Y
yo
le
decía
en
la
foto:
“¿Qué
te
pasó?
¿Por
qué
estás
así?
¿Por
qué
me
dejaste
tan
sola?
¿Por
qué
heriste
mi
corazón
tanto?”.
Y
le
digo,
“pero
algún
día
vas
a
volver”.
Y
yo
siempre
le
he
pedido
a
Dios
que
me
regrese
a
Javier.
Que
me
lo
regrese.
Pero…
con
el
transcurso
del
tiempo,
me
he
dado
cuenta
que
Javier
no
va
regresar…
Ya
para
ese
entonces,
Yadira
dejó
de
tratar
a
Javier
como
su
marido.
Ya
no
le
lavaba
la
ropa
ni
le
preparaba
la
cena,
ya
no
dormían
en
la
misma
cama.
Y
en
la
calle,
Yadira
presentaba
a
Lucía
como
una
amiga,
como
una
prima,
o,
a
veces,
como
una
inquilina.
Pero
Yadira
nunca
dejo
de
sentirle
cariño.
Y
notaba
lo
difícil
que
era
para
Lucía
convertirse
en
mujer.
Especialmente
cuando
salían
juntas.
Yo
cuando
a
veces
voy
en
el
camión
con
Lucía,
yo
he
visto
que
la
gente
la
mira
así
como
bicho
raro.
Hay
unas
que,
pues,
se
burlan.
Yo
siempre
le
he
dicho
a
ella
que
camine
con
su
frente
en
alto.
Que
no
se
avergüence
de
lo
que
ella
es.
Con
el
paso
del
tiempo,
Yadira
y
Lucía
se
volvieron
amigas.
Vemos
las
novelas
[Risas].
Y
tomamos
café
y
un
pan.
Y
últimamente
cocinamos
juntas…
Puede
ser
porque
llevaban
años
de
ser
una
pareja,
de
mantener
un
hogar
juntas,
o
puede
ser
que
a
pesar
de
todo,
Yadira
era
la
persona
en
la
cual
Lucía
confiaba
más.
Yo
le
hago
comentarios
a
ella
de
cosas
de
pelo,
de
los
zapatos,
de
lo
que
se
visten
las
mujeres.
O
de
los
hombres
a
veces.
Ella
como
ya
ha
sido
mujer
toda
su
vida,
pues
ya
como
que
no
es
nada
nuevo
para
ella
eso.
Pero
como
yo
apenas
voy
surgiendo,
pues
yo
como
que
observo
más,
y
me
siento
pues
como
una
adolescente
[Risas].
Para
Lucía
mucho
ha
cambiado
desde
esa
noche
en
diciembre,
pero
no
de
la
manera
que
ella
esperaba.
Estoy
jugando
el
papel
de
papá.
Las
misma
responsabilidades
en
la
casa
las
tengo
ahora.
O
sea,
todo
eso
no
ha
cambiado.
Lo
único
que
ha
cambiado
es
que
ella
y
yo
ya
no
tenemos
relaciones
íntimas,
pero
siempre
nos
comunicamos
de
la
misma
forma.
Siempre
nos
peleamos
por
las
mismas
cosas.
A
veces
yo
misma
me
confundo.
Y
a
veces
me
siento
que
estamos…
que
estoy
en
la
misma
situación
en
la
que
estaba
antes…
Es
que
cuando
Lucía
le
contó
a
Yadira
su
secreto,
ella
dió
por
hecho
que
iba
perder
a
su
familia.
Pero
no
fue
así.
Y
tal
vez
lo
más
sorprendente
de
esta
historia
no
es
que
Javier
haya
querido
convertirse
en
mujer,
sino
que
su
familia
lo
haya
podido
aceptar.
Esta
historia
fue
investigada
por
la
periodista
Rosa
Ramírez.
Ella
vive
en
Washington
y
trabaja
como
productora
de
video
para
la
agencia
Associated
Press.
La
crónica
fue
narrada
y
producida
por
Nancy
López,
productora
de
Snap
Judgment,
un
podcast
excelente
de
WNYC.
Camila
Segura
editó
esta
historia.
El
diseño
de
sonido
es
de
Martina
Castro
y
Andrés
Azpiri.
El
resto
del
equipo
incluye
a
Desiree
Bayonet,
Andrea
Betanzos,
Melissa
Montalvo,
Caro
Rolando,
Barbara
Sawhill,
Ryan
Sweikert,
Luis
Trelles,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa,
Luis
Fernando
Vargas,
y
Silvia
Viñas.
Maytik
Avirama
es
nuestra
pasante
editorial,
y
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Conoce
más
sobre
Radio
Ambulante
y
sobre
esta
historia
en
nuestra
página
web:
radioambulante.org.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
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Gracias por escuchar Radio Ambulante. Quiero contarles de un nuevo programa de NPR, una nueva manera de estar al tanto de las noticias del día. Se llama “Up First”. En 10 minutos, más o menos, puedes tener una idea de las noticias importantes del día. Esas cosas que realmente tienes que saber. Arranca el día con “Up First”, disponible de lunes a viernes a las 6 de la mañana, en NPR ONE o en cualquier app de podcasts. Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Ahora que somos parte de NPR, queremos compartir algunas de nuestra historias favoritas con nuestra nueva audiencia. Hoy les traemos dos historias de San Francisco, California. La primera nos la cuenta una amiga del programa, Deldelp Medina. Para contar esta historia, necesito la ayuda de mi mamá. Yo soy Delfina Bernal, artista colombiana, nacionalizada en Estados Unidos. Vivo en California [desde] 1981. julio del 81. Llegué a San Francisco con ella y con mi padrastro, David. Él era Estadounidense y medio hippie. Yo acababa de cumplir los 8 años. Veníamos de Barranquilla, Colombia, una ciudad caribeña y calurosa. Hasta ese momento, mi infancia había sido de saltar de ciudad en ciudad y país en país. Llegar a San Francisco era tratar de crear una estabilidad desconocida hasta ese momento. Recuerdo bien mi llegada. Supuestamente era verano, pero hacía bastante frío y había mucha neblina. En el taxi de ida a la casa, me quedé dormida, y casi me caigo del asiento del carro. Así de empinadas eran las calles. Esa fue primera impresión de San Francisco. Y mi mamí… Aquí era ciudad más pequeña, más fría todo el tiempo, no conocía a nadie tampoco. Bueno, nada me gustaba [Risas]. Yo estaba desubicada, así como fuera de mi lugar. Exacto. Desubicada. Y yo, a mis 8 años, me sentía igual. Pero llegamos a vivir al Castro. Y a pesar de lo gris que era el resto de la ciudad, el Castro era lo que más se parecía a Barranquilla. A comienzos de los 80, el barrio era una fiesta con mucho movimiento, con mucha bulla. Había discotecas donde la gente bailaba hasta la madrugada, y un ambiente casi tropical. Me gustaba el barrio, me gustaba que los vecinos me decían cosas bonitas: “Qué linda la niña, qué bien vestida”. Pero no me gustaba una cosa: éramos muy pocos niños, y no tenía con quién jugar. La mayoría de mis vecinos eran hombres jóvenes, casi todos, en realidad. El uniforme del momento era los blue jeans muy apretaditos, muy arreglados, con su pelo muy corto, y se veían muy saludables, entre otras cosas. Y la mayoría muy bellos; es la verdad. Había unos muchachos preciosos. Las mujeres sí, muy feas. Y yo decía, “pero estas mujeres como… es que son tan feas…” [Risas]. Mi mami siempre ha sido muy directa. Pero parte de lo que dice sí es cierto. Los hombres eran muy lindos. Los “Clones del Castro”, les decían. Porque todos se veían igualitos. En el colegio, cuando mis compañeros se enteraban dónde vivíamos, me preguntaban si mi padrastro era gay, y yo, toda ingenua, contestaba que no sabía, que iba a averiguar. Para mi familia, la que se había quedado en Colombia, les preocupaba bastante que viviéramos ahí. “¡Ay, que ustedes están en eso! ¡Están viviendo ahí donde está esa bulla todo el tiempo!”. Yo dije: “¿Pero de qué me estás hablando? ¿Que qué bulla?”. “Sí, porque ahí todos son gays, ahí, en San Francisco, y están en esa bulla!”. Eso que los prejuiciosos llamaban “bulla”, a nosotros nos gustaba. Con “bulla”, mi familia en Colombia se refería al ambiente libertino del barrio. Se imaginaban hombres acariciándose y besuqueándose en las esquinas. Pero la verdad es que eran muy discretos, y yo nunca vi mucho de eso. Mis vecinos eran dulces. Uno era alto, y trabajaba en un banco; el otro, más bajito, vendía pinturas en un almacén. Esmerados y cultos, ellos tenían fiestas con frecuencia que yo escuchaba a través de los muros que separaban nuestras dos casas. No es que fuéramos íntimos, pero nos llevábamos bien. Y las dos veces que mi mamá perdió sus llaves, le tocó entrar por su casa y volarse la cerquita. Y se quedó embobada con lo que vio: algo muy diferente al caos que regía en nuestra casa. Con mucha pena con ellos… Y ya el pequeñito le tenía la cena como preparada, así toda la mesa arreglada, con unas alcachofas puestecitas, así. Y todo era muy lindo. Y él se metía en el jardín de nosotros y nos robaba las flores para hacer los bouquets para su casa. La vida en El Castro tenía los ritmos de cualquier barrio. Que durante la semana, sobre todo el más grande, él estaba vestido así, de suit, y todo [Risas]. Y corbata. Y el otro vestido normal. Y los fines de semana, se vestían de cuero los dos, salían con su pantalones de cuero los vecinos [Risas]. A pasarla bien, me imagino, en los bares y discotecas que quedaban por el vecindario. Pero también habían almacenes, floristerías y librerías que yo visitaba con frecuencia. Así pude conseguir comics de los 40 y 50, comprar flores marchitadas y libros usados con mis pocos centavos. ¿Cómo te lo explico?… El Castro se volvió mi barrio. El mismo mes que llegamos a los Estados Unidos, julio de 1981, apareció por primera vez una noticia en la prensa nacional sobre una enfermedad que para entonces no tenía ni siquiera nombre. Un artículo del New York Times con este titular: “Se ve un cáncer extraño entre los homosexuales. Causa desconocida”. Y el epicentro de esta nueva peste era… El Castro… Cuando cumplí 10 años mis padres me compraron una cámara. Una Kodak 110. Desde ese día, la llevaba a todas partes. Era 1983. Y el barrio estaba cambiando. Iba por toda la ciudad sola, y tomaba fotos de las calles. De edificios. Me encantaban esas casas Victorianas que habían sobrevivido el terremoto de 1906. Y por alguna razón prefería tomar fotos sin gente. No sé por qué, pero ahora lo veo como si hubiera sido una premonición. ¿Cuándo fue la primera vez que supiste, que oíste la palabra SIDA? Bueno, AIDS. Yo pienso que fue cuando fuimos a la farmacia. A lo que se refiere mi mamá es la farmacia del barrio. Un día pusieron unos afiches en la vitrina. Fotocopias a color, algo así, con estas manchas en la piel que le habían salido a la gente. Y entonces estaban preguntando que si la gente sabía qué era esto. Nadie se lo explicaba, pero ya no era posible negar que nuestros vecinos se estaban enfermando. Los hombres muy bien cuidados que siempre andaban en camisetas apretadas de manga corta, sin importarles el clima, esos mismos hombres que siempre exhibían sus maravillosos cuerpos, ahora andaban en camisas de manga larga, y después en suéteres con cuello de tortuga. Así sabías que la gente estaba enferma… Cambiaban su manera de vestirse. Y nuestros vecinos también… De pronto ya no era el barrio tropical y alegre al que habíamos llegado solo dos años antes… Un día, llegó la familia de uno de los vecinos. Ya no me acuerdo cuál estaba enfermo, el alto o el bajito, el banquero o el pintor. Quizás ambos. Solo sé que llegaron algunos familiares y se lo llevaron. No volví a verlos. Y no fueron solo ellos. Sino muchos muchos más. Yo, a mis 10 años, no podía dejar de notarlo. Fue como si las luces de mi barrio se apagaran, casa por casa, calle por calle… Deldelp Medina vive en San Francisco. En el 2012 fundó Code2040, una organización sin ánimo de lucro que crea oportunidades en innovación tecnológica para las comunidades latinas y afroamericanas. Una pausa y volvemos… Summer movie season gets louder and longer every year. I’m Linda Holmes. For a guide through the blockbusters you know about and the surprise bright spots you may not, Pop Culture Happy Hour has you covered. We’ll tell you what we are looking forward to, what we are secretly dreading, and what just might sneak up on all of us. Find Pop Culture Happy Hour on the NPR One app or wherever you get podcasts. Estamos de vuelta, soy Daniel Alarcón. Hoy estamos haciendo un programa especial sobre San Francisco, la ciudad donde se fundó Radio Ambulante. Nuestra segunda historia comienza con esta mujer… Yo siempre le he pedido a Dios que me regrese a Javier. Que me lo regrese. Yadira llevaba 10 años casada con Javier viviendo con sus dos hijos en San Francisco, cuando algo cambió en su matrimonio. Básicamente, poco a poco, Javier desapareció. Yo sé que jamás voy a poder traer a Javier. Pero, por eso te digo, es algo especial en mi vida. Algo especial que siempre lo voy a recordar, y… voy a estar orgullosa y agradecida porque el tiempo que yo he estado aquí me ha ayudado mucho. Pero se fue… Sí, Javier se fue, de una forma inesperada. Y cuando Javier se fue, alguien lo reemplazó… Yo me llamo… Yo me llamo Lucía Pérez. Javier ahora se llama Lucía. Es Lucía. Y así describe la persona que fue. Era, pues, una persona creada por la sociedad, como se crea un carácter en una película, o por la familia, por la gente que me rodeaba. Javier se cansó de jugar ese papel. De jugar ese rol en la vida. Y dijo, “hasta aquí. Ya basta”. Esta historia fue investigada por Rosa Ramírez y producida por Nancy López. Aquí Nancy:Por años, Yadira cuidaba a los niños en la casa y Javier trabajaba como guardia de seguridad. Tenían —o aparentaban tener— una vida normal. Pero era justamente esa supuesta normalidad la que Javier sentía como un peso, una carga cada día más difícil de aguantar. A finales del 2009, cuando se acercaban las fiestas navideñas, Javier estaba muy deprimido. Necesitaba desahogarse con Yadira. El 24 de diciembre, él acababa de llegar de su trabajo de noche. Yo me acababa de levantar. Y este… andaba con mi bata de dormir. Y despeinada. Y me hice una taza de café. Y él me había traído un pan. Yo creo que para endulzarme el momento ¿verdad? Y yo no sé cuánto tiempo pasó antes de que yo le dijera a Yadira, “Yadira necesito hablar contigo…”. Yo le dije, “¿de qué?”. Se me hizo eterno decirle lo que me pasaba. Eterno. Yo no sabía cómo decirle. Me puse a llorar y a llorar y a llorar… Yo no sabía cómo decírselo. Y me aventó un rollonón que le dije, “al grano, ¿verdad?”. Y la miraba muy preocupada. Yo no quería decírselo. Porque no quería herirla. Y luego pensé que ella pensó que yo le iba a decir que yo tenía otra mujer o que me había acostado con otra mujer. Pero yo no quería que ella pensara eso: presentía que ella estaba pensando eso. Y este… Y ya fue cuando me dijo que él se sentía diferente. Y yo dije, “Diferente. ¿Por qué?”. Y me dijo que él se sentía mujer. Que yo desde mi adolescencia, desde los 13 años, me he sentido mujer. Y que yo no… Y que todavía me siento mujer, y que yo no sé qué hacer, pero es algo que no puedo… Que me siento mujer, y que desde siempre he tenido deseos de estar con hombres. Desde que era chico, cuando vivía en Nicaragua, Javier se ponía una toalla en la cabeza y se miraba al espejo, imaginándose que tenía el pelo largo. Soñaba con tener cuerpo de mujer. Y de adolescente se comenzó a fijar en los hombres. Esta sensación lo había acompañado desde siempre. Pero nunca se atrevió a compartir con los demás que se sentía mujer. Tenía miedo a ser rechazado. Entonces se esforzó por ser más varonil. Empezó a ir al gimnasio y levantaba pesas para volverse más musculoso. Iba a bailes para conquistar mujeres. Y luego… decidió casarse con Yadira, tener hijos y formar una familia con ella. Y pues yo sentí como que me cayó un balde de agua. Pero dije: “Ay, este me está vacilando. Como no duerme bien”. Dije: “El internet le está volviendo loco”. Y pues no creí, la verdad. No creí. Como que no me entró el veinte. Dije: “Eh, este loco”. Yo me puse a llorar y Yadira también. Y lloramos mucho… Sí lloré. Mucho. Dije, “no puede ser”. “¿Estás seguro de que tú sientes eso?, ¿o qué sientes?, ¿o desde cuándo lo sientes? ¿Y por qué hasta ahora me lo dices?”. “Porque yo no sé qué decirte”. Porque para mí no era cierto. No sabía lo que me esperaba con Yadira y con los niños. Pero yo estaba segura que ella iba a agarrar sus cosas, sus maletas, y se iba ir a México con los niños. Pero Yadira lo sorprendió. No se fue. Después de esa noche, siguieron viviendo bajo el mismo techo. Cada mañana Javier se iba al trabajo, y Yadira seguía a cargo de la casa y de los niños. Como que mi mente estaba que no y que no. Como dos años estuve no creyéndolo verdad. “Está loco. Está loco”. Y yo decía: “¿Qué le voy a decir a mis hijos? ¿Qué es lo que yo voy hacer?”. Mientras tanto, Javier empezó a tomar hormonas. Le empezaron a crecer un poco los pechos y su voz empezó a cambiar. Cada día estaba más claro que Yadira ya no vivía con un hombre, sino con una mujer. A Yadira se le hizo imposible negarlo. Después de un tiempo, Yadira le empezó a tener rabia a Javier. No lo podía entender: ¿por qué Javier se casó con ella si se sentía mujer? Lo culpaba por echar a perder su vida y, especialmente, la de sus hijos. En la escuela de mi hijo, el año pasado, las mamás de los compañeritos de mi hijo se burlaban. Y los compañeritos decían que el papá traía ropa de mujer. Pero al mismo tiempo, Yadira extrañaba a Javier, y se ponía triste. Se sentaba a mirar fotos de él y lloraba. Y me sentaba en el sofá y lo miraba y lo miraba. Y yo le decía en la foto: “¿Qué te pasó? ¿Por qué estás así? ¿Por qué me dejaste tan sola? ¿Por qué heriste mi corazón tanto?”. Y le digo, “pero algún día vas a volver”. Y yo siempre le he pedido a Dios que me regrese a Javier. Que me lo regrese. Pero… con el transcurso del tiempo, me he dado cuenta que Javier no va regresar… Ya para ese entonces, Yadira dejó de tratar a Javier como su marido. Ya no le lavaba la ropa ni le preparaba la cena, ya no dormían en la misma cama. Y en la calle, Yadira presentaba a Lucía como una amiga, como una prima, o, a veces, como una inquilina. Pero Yadira nunca dejo de sentirle cariño. Y notaba lo difícil que era para Lucía convertirse en mujer. Especialmente cuando salían juntas. Yo cuando a veces voy en el camión con Lucía, yo he visto que la gente la mira así como bicho raro. Hay unas que, pues, se burlan. Yo siempre le he dicho a ella que camine con su frente en alto. Que no se avergüence de lo que ella es. Con el paso del tiempo, Yadira y Lucía se volvieron amigas. Vemos las novelas [Risas]. Y tomamos café y un pan. Y últimamente cocinamos juntas… Puede ser porque llevaban años de ser una pareja, de mantener un hogar juntas, o puede ser que a pesar de todo, Yadira era la persona en la cual Lucía confiaba más. Yo le hago comentarios a ella de cosas de pelo, de los zapatos, de lo que se visten las mujeres. O de los hombres a veces. Ella como ya ha sido mujer toda su vida, pues ya como que no es nada nuevo para ella eso. Pero como yo apenas voy surgiendo, pues yo como que observo más, y me siento pues como una adolescente [Risas]. Para Lucía mucho ha cambiado desde esa noche en diciembre, pero no de la manera que ella esperaba. Estoy jugando el papel de papá. Las misma responsabilidades en la casa las tengo ahora. O sea, todo eso no ha cambiado. Lo único que ha cambiado es que ella y yo ya no tenemos relaciones íntimas, pero siempre nos comunicamos de la misma forma. Siempre nos peleamos por las mismas cosas. A veces yo misma me confundo. Y a veces me siento que estamos… que estoy en la misma situación en la que estaba antes… Es que cuando Lucía le contó a Yadira su secreto, ella dió por hecho que iba perder a su familia. Pero no fue así. Y tal vez lo más sorprendente de esta historia no es que Javier haya querido convertirse en mujer, sino que su familia lo haya podido aceptar. Esta historia fue investigada por la periodista Rosa Ramírez. Ella vive en Washington y trabaja como productora de video para la agencia Associated Press. La crónica fue narrada y producida por Nancy López, productora de Snap Judgment, un podcast excelente de WNYC. Camila Segura editó esta historia. El diseño de sonido es de Martina Castro y Andrés Azpiri. El resto del equipo incluye a Desiree Bayonet, Andrea Betanzos, Melissa Montalvo, Caro Rolando, Barbara Sawhill, Ryan Sweikert, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas, y Silvia Viñas. Maytik Avirama es nuestra pasante editorial, y Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web: radioambulante.org. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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