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Radio Ambulante - Postal de San Salvador

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15
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En El Salvador, las pandillas amenazan hasta los más pequeños actos de expresión personal. ¿Cómo define eso la identidad de sus habitantes, la identidad del país?

Bienvenidos
a
Radio
Ambulante
de
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
En
mayo
del
2015,
viajé
a
El
Salvador
por
primera
vez.
En
esa
época,
según
cifras
oficiales,
El
Salvador
era
el
país
más
violento
del
mundo.
Era
muy
común
ver
titulares
como
este,
que
salió
en
el
International
Business
Times:
“El
Salvador:
el
país
más
violento
del
mundo
que
no
está
en
guerra”.
Se
hablaba
mucho
de
un
estado
de
guerra,
sin
guerra
oficial.
Como
en
cualquier
conflicto
armado,
hay
dos
lados:
en
esta
caso,
las
maras
—o
pandillas—
y
la
policía.
Y
como
en
la
mayoría
de
conflictos,
los
que
en
muchos
casos
se
llevan
la
peor
parte
son
los
civiles,
la
gente
que
no
tiene
nada
que
ver.
Es
que
la
violencia
desmesurada
de
El
Salvador
afecta
todos
los
aspectos
de
la
vida
cotidiana.
Y
no
siempre
de
la
manera
que
se
esperaría.
Entonces,
la
pregunta
que
tenía
era
esta:
si
no
era
una
guerra
lo
que
estaba
pasando
en
El
Salvador,
¿qué
era
exactamente?
Todos
con
los
que
hablé
habían
sido
tocados,
directa
o
indirectamente,
por
este
caos
y
violencia,
y
los
salvadoreños
de
todas
las
clases
sociales
habían
aprendido
a
lidiar
con
ese
constante
sentimiento
de
inseguridad.
Y
de
la
gente
que
conocí,
de
los
testimonios
que
escuché,
el
que
más
me
afectó
fue
el
de
Iris.
Por
razones
de
seguridad,
hemos
decidido
no
usar
su
apellido.
Yo
vivo
en
las
orillas
de
la
capital.
Es
una
zona
semi
rural,
podría
decirse.
Y
la
zona
en
donde
yo
vivo
es
como
un
trifinio.
Y
esta
es
una
palabra
que
yo
nunca
había
escuchado.
Un
trifinio
es
un
punto
de
3
fronteras.
Así
conocemos
esa
palabra
acá.
Entonces
el
rollo
es
que
yo
vivo
en
un
punto
en
que
la
zona
que
yo
vivo
exactamente
es
urbana,
y
alrededor
hay
bastantes
zonas
rurales
que
son
comunidades
y
en
las
cuales
lideran
dos
pandillas,
o
sea
las
principales
de
acá.
La
Mara
Salvatrucha
13,
y
el
Barrio
18.
Dos
de
las
pandillas
más
temidas
de
América
Latina.
Estoy
en
un
punto
en
medio,
donde
cuando
entro
a
mi
casa
paso
por
una
línea
del
tren
todos
los
días.
Este,
ese
territorio
es
MS.
Al
término
de
mi
colonia
ya
es
liderado
por
la
pandilla
18.
En
ese
año,
2015,
se
calculaba
que
había
unos
500
o
600
mil
salvadoreños
involucrados
de
alguna
manera
u
otra
con
las
maras.
Digamos
que
un
10%
de
la
población.
Esa
cifra
la
dio
el
mismo
Secretario
de
Defensa,
David
Munguía
Payés.
Pongamoslo
así:
casi
el
10%
de
un
país
estaba
dedicado
a
la
extorsión,
la
criminalidad,
el
narcotráfico
y
la
violencia.
Lo
cual
significa
que
una
gran
parte
de
la
población,
gente
que
no
tiene
nada
que
ver
con
esto,
sin
embargo
tiene
que
convivir
con
la
maldad.
No
tienen
ni
opción,
ni
salida.
Gente
como
Iris.
Se
escucha
siempre:
si
vos
no
te
metés
con
nadie,
no
tienen
por
qué
hacerte
algo…
Parte
cierto,
parte
no.
Y
ella,
como
muchos
salvadoreños,
vive
tratando
de
evitar
problemas.
Y
por
lo
general
lo
ha
logrado.
Tiene
un
buen
trabajo,
le
va
bien
en
la
carrera.
Los
mareros
no
le
prestan
mucha
atención,
y
ella
misma
tiene
una
teoría
de
por
qué.
Quizás
porque
de
alguna
manera
yo
ya
salí
del…
como
el
mercado
que
quieren
los
pandilleros.
Te
lo
digo
porque
les
gustan
las
chicas
tipo
de
17,
15
años,
y
yo
ya
tengo
25,
entonces
como
que
ya
no
soy
muy
atractiva,
más
que
uso
lentes,
entonces
es
como
que
menos…y
un
poco
gordita
también,
entonces
como
que
tienen
un
perfil
ya.
Se
viste
bien,
cuida
su
apariencia.
Desde
que
era
muy
joven
había
algo
que
le
gustaba
mucho
hacer:
teñirse
el
pelo.
Yo
comencé
con
un
color
café
chocolate,
le
dicen.
Después
pasé
por
rubio,
rubio
platino,
rubio
con
verde,
después
llegué
a
rojo
borgoña,
a
rojo
cereza,
todavía
más
fuerte,
a
rojo
intenso.
Es
parte
de
su
look,
parte
de
su
identidad.
Esta
historia
se
trata
de
eso.
Porque
la
violencia,
la
inseguridad
que
producen
las
maras,
no
solo
se
trata
de
lo
que
se
lee
en
los
titulares.
Balacera
aquí,
atraco
allá.
No.
También
tiene
que
ver
con
los
detalles,
con
roces.
Instancias
en
las
que
la
maldad
se
aparece
delante
tuyo,
o
a
tu
lado.
Instancias
como
esta.
Yo
iba
en
un
Coaster,
o
sea
un
microbús,
y
una
muchacha
se
sentó
a
la
par
mía.
Una
muchacha
un
poquito
más
gordita
que
yo.
Andaba
las
cejas
súper
delgaditas,
el
pelo
bien
maltratado,
pintado.
Color
rubio.
La
boca
delineada
con
rojo,
pantalones
de
lycra
estampados
con
piel
de
leopardo.
Según
Iris,
este
tipo
de
vestimenta,
en
El
Salvador,
es
un
código.
Y
por
la
forma
como
comenzó
a
hablar
sabía
que
no
era
una
muchacha
normal,
sino
que
quizá
a
lo
mejor
era
la
mujer
de
un
pandillero.
Iris
me
aclaró
que
no
se
considera
de
esa
gente
prejuiciosa,
que
juzga
a
los
otros
por
su
apariencia.
Pero,
me
dijo,
una
vez
que
has
aprendido
a
leer
estos
códigos,
ya
difícilmente
los
ignoras.
Entonces
Iris
iba
muy
alerta,
tensa,
incluso
más
de
lo
normal.
Y
aquí
hay
otro
detalle
para
tomar
en
cuenta:
los
buses
en
El
Salvador
son
peligrosos,
porque
las
pandillas
han
infiltrado
el
transporte.
Los
pasajeros
corren
el
peligro
de
ser
asaltados,
robados.
A
veces
las
pandillas
exigen
renta
de
las
compañías
de
transporte.
Y
si
no
pagan,
las
maras
pueden
matar
a
los
choferes.
En
otros
casos,
los
mismos
choferes
son
cómplices
de
los
pandilleros.
Es
una
situación
complicadísima.
Entonces,
una
muchacha,
con
pinta
de
marera,
se
sienta
al
lado
de
Iris,
y
claro,
ella
se
preocupa.
Poco
a
poco
me
fue
haciendo
plática.
Me
dijo.
Y
me
dijo
que…
que
yo,
de
quién
era
jaina.
¿Qué
significa
eso?
Jaina
es
ser
mujer
de
un
pandillero.
Y
yo
le
dije
que
no.
Luego
me
preguntó
dónde
vivo.
No
le
contesté.
Porque
una
de
las
formas
en
cómo
un
pandillero
detecta
si
eres
contrario
o
no,
es
por
los
territorios,
¿ya?
Entonces
yo
hasta
hace
un
año,
yo
no
manejaba
eso.
Pero
desde
que
Iris
se
monta
en
un
bus
cada
día,
para
viajar
una
hora
y
media
al
centro
de
la
capital,
ahora
le
toca
entender
estos
códigos.
Y
bueno,
por
si
había
alguna
duda
sobre
la
identidad
de
la
chica
a
su
lado…
Ella
me
enseñó
una
cicatriz
que
andaba
en
el
estómago.
Y
me
dijo:
“Mirá,
estas
son
heridas
de
guerra.
Y
estas
se
hacen
en
la
calle
y
nos
demuestran
el
valor
que
tenemos
nosotros»,
me
dijo.
“Nosotros”.
Es
decir,
la
mara.
Y
luego,
la
muchacha
vino
con
esto:
Me
dijo:
“Mirá.
Cambiate
el
pelo.
Porque
si
yo
te
vuelvo
a
ver
en
esta
ruta
o
uno
de
los
motoristas
te
ve
en
esta
ruta,
ya
vas
a
quedar
fichada,
porque
aquí
todos
nos
conocemos.
Y
como
no
me
quieres
decir
dónde
venís,
cuidate.
Y
cambiate
el
pelo”.
Y
yo
me
quedé
helada.
Fue
como
que,
por
Dios,
o
sea,
¿qué
hago?
Había
un
rumor
acá,
¿verdad?,
que
si
andabas
de
pelo
rojo
eras
de
determinada
pandilla,
y
si
andabas
de
pelo
rubio
pertenecías
a
otra
pandilla.
Algo
que
Iris
no
había
tomado
en
cuenta
cuando
decidió
teñirse
el
pelo.
No
le
respondió
a
la
muchacha.
No
le
preguntó
por
qué,
no
intentó
argumentar.
No
dijo
nada.
Iris
tenía
un
periódico
en
la
mano,
y
lo
miraba,
nerviosa.
“Dame
ese
diario”,
me
dijo.
Y
lo
sacó.
Y
lo
primero
que
decía,
primera
plana
decía:
“Policías
muertos
en”…
no
me
acuerdo
en
qué.
Y
comienza
ella,
y
comienza
a
reír.
Y
le
dice
al
motorista:
“Ey,
mirá
vos”,
le
dijo.
“Qué
original.
Ya
mataron
a
otro
cerote”,
le
dijo.
“Que
es
la
verdad,
para
que
sepan
quién
manda”,
y
comenzó
ella:
siguió,
siguió,
siguió.
O
sea
yo
venía
helada,
helada,
helada
y
arrepentida
de
haberme
subido
en
ese
microbús.
Era
una
muchacha,
marera,
con
ganas
de
intimidar.
“Cómo
ves
la
cejas”,
me
dijo.
“Yo
las
veo
bien”,
le
dije
yo.
“Le
van
con
su
cara»,
le
digo.
O
sea…
Y
me
dijo:
«Así
te
las
deberías
hacer
vos”,
me
dijo.
Y
luego
le
preguntó
dónde
se
bajaba.
“La
plaza”,
dijo
Iris,
aunque
se
iba
para
su
casa.
Se
refería
a
un
centro
comercial
lleno
de
gente.
Pensó,
“pues,
ahí
estaré
más
segura”.
Y
añadió
un
detalle
más:
“Voy
a
encontrarme
con
mi
novio”,
dijo
Iris.
“Para
ir
al
cine”.
Pero…
Yo
no
tengo
novio.
Y
la
muchacha
dijo,
“bueno,
pues
yo
te
acompaño”.
Cuando
me
dijo,
“me
voy
a
bajar
con
vos”,
se
me
fue
el
aire.
Se
me
fue
el
aire.
Iris
metió
la
mano
dentro
del
bolso.
Y
marqué
el
número
de
mi
mamá.
O
sea,
marqué
el
número
de
mi
mami,
porque
igual
yo
dije,
“si
no
deja
bajarme,
o
algo,
por
lo
menos
que
escuche…
Por
lo
menos
que
escuche
qué
está
pasando”.
¿Ya?
Sentí
como…
acechado.
Acechado
porque
el
motorista
era
pandillero.
O
sea
iban
hablando
iguales.
Entonces
yo
marqué
el
número
de
mi
mamá,
y
no
le
pude
dar
“send”.
No
le
pude
dar
“send”.
Quizá
los
nervios
y
todo.
Y
de
repente
me
dijo:
“¿Y
qué
tanto
te
buscás?”,
me
dijo.
Y
yo
le
dije:
“No
nada
—le
dije—,
solo
estoy
viendo
si
ando
monedas”,
le
dije
yo.
“Solo
estoy
viendo
si
ando
monedas”.
Y
me
dice:
“Ah
ya,
entonces
nos
bajamos
en
la
plaza”,
me
dijo.
Venían
para
el
bulevar.
Estaba
muy
congestionado.
La
mujer
le
dijo
al
chofer:
“Ey
men,
a
saber
qué
pasa
ahí
vale”,
le
dijo.
“¡No
te
hagás!
Acordate
lo
que
vimos
hace
rato”,
le
dijo.
“Ah
simón”,
le
dijo.
“El
descabezado”,
le
dijo.
Ese
día
un
marero
había
asesinado
a
un
chofer
de
otra
línea
de
bus,
de
otra
ruta.
La
muchacha
se
lo
contó
a
Iris,
orgullosa.
“No
de
qué
me
está
hablando”.
“No,
es
que
mirá,
fijate,
sacá
la
cabeza,
sacá
la
cabeza
por
la
ventana»,
me
dijo.
«Ahí
adelante”,
me
dijo,
“hay
un
bus
de
la
113″,
me
dijo,
«en
donde
le
han
disparado
a
un
motorista»,
me
dijo.
«Yo
conozco
el
cabrón
que
le
disparó”,
me
dijo.
“Ah
ya”,
le
dije.
O
sea,
verdad.
Entonces
pasamos
la
escena
y
yo
me
quedé
viendo
al
bus,
y
en
efecto,
estaba
la…
estaba
el
señor
medio
a
la
ventana
del
bus,
el
motorista,
y
abajo
un
gran
charco
de
sangre.
Rojo,
rojo,
rojo.
En
esas,
comenzó
a
llover.
A
pringar,
como
se
dice
en
El
Salvador.
Una
llovizna.
Y
te
digo,
yo
amo
el
invierno.
Amo
la
lluvia.
Y
creo
que
nunca
más
gracias
en
serio
que
lloviera.
Porque
me
dice:
“Puta,
mirá”,
me
dice.
“Ya
está
lloviendo”,
me
dijo.
“Sí,
ya
está
comenzando
a
pringar”,
le
digo.
Y
me
dijo:
“Ya
no
me
voy
a
bajar
con
vos”,
me
dijo.
Ya
estaban
cerca
del
destino,
de
La
Plaza,
el
centro
comercial.
No
cómo
es
que
agarré
mis
cosas,
y
traté
de
ni
siquiera
tropezarme
con
ella,
pues,
y
de
ni
darle
la
espalda,
¿ya?
Y
la
muchacha
tuvo
un
último
mensaje
para
Iris:
“Te
cuidas
entonces,
mami»,
me
dijo.
«Que
no
te
vaya
pasar
nada,
y
me
le
das
saludos
a
tu
novio”.
Y
yo:
“Que
le
vaya
bien”.
Esto
sucedió
un
par
de
meses
antes
de
que
yo
conociera
a
Iris.
Cuando
hablamos
ya
tenía
el
pelo
teñido
de
negro.
Le
pregunté
si
le
había
costado
hacer
ese
cambio.
Me
dolió.
O
sea,
me
dolió.
Me
costó
volver
a
verme
de
cabello
negro,
tantos
años
que
la
había
querido
tener
tinturado,
¿verdad?.
Y
pues,
¡ni
modo!
O
sea
una
cuestión
externa
vino.
Ni
siquiera
es
mi
gusto.
Ahora,
pues,
ni
modo,
ya
me
acostumbré.
Es
como
que,
ah
ok,
ya
me
toca
retoque,
lo
tengo
que
hacer.
Un
pequeño
acto
de
expresión,
prohibido
por
las
maras.
Cuando
uno
compara
esto
con
lo
que
se
lee
en
los
periódicos,
no
parece
tan
importante.
Pero
lo
es.
Cuando
las
maras
se
imponen
hasta
en
los
aspectos
más
intrascendentes
de
la
vida
cotidiana,
es
una
manera
de
decirle
a
la
población:
“Oye,
nosotros
somos
los
que
mandamos
acá.
No
ustedes.
No
el
gobierno.
No
la
policía.
Nosotros”.
Y
no
es
la
única
vez
que
a
Iris
le
ha
tocado
entender
esto.
Le
pregunté
qué
piensa
de
las
maras.
Iris
es
una
chica
educada,
tranquila.
Mientras
me
contaba
la
anécdota
de
la
marera
en
el
bus,
me
pidió
permiso
hasta
para
repetir
las
palabras
vulgares
que
la
chica
le
había
dicho
a
ella.
Y
sin
embargo,
esta
fue
su
respuesta:
Que
los
quemen
a
todos.
Ya.
O
sea,
como
salvadoreños
no
son
mis
hermanos.
Yo
fui
criada
bajo
el
evangelio,
bajo
el
cristianismo,
y
no
los
veo
como
hermanos.
Nunca
los
voy
a
ver
como
hermanos.
Así
que
si
los
pueden
envolver
en
una
sola
hoguera
puro
holocausto,
¡que
les
den!
Que
les
den
fuego.
Es
un
argumento
que
escuché
una
y
otra
vez.
Que
los
maten.
Que
maten
a
sus
familias.
A
sus
novias.
A
sus
hijos.
Que
los
maten
a
todos.
No
es
difícil
entender
esa
rabia.
No
sólo
las
historias
de
Iris,
sino
la
de
muchos
otros,
y
confieso
que
en
un
momento
dado
empecé
yo
también
a
sentir
la
furia.
¿Pero
realmente
se
pueden
crear
políticas
a
partir
de
la
ira?
Cada
vez
que
oía
cómo
se
proponía
esta
solución,
me
sentía
completamente
desanimado.
Dejando
de
lado
la
ética,
el
asesinato
colectivo
sencillamente
no
es
posible,
ni
en
términos
políticos
ni
prácticos.
Repetí
este
argumento
varias
veces
y
después,
cuando
ya
estaba
solo,
volvía
a
recordar
las
conversaciones
y
me
deprimía
aún
más.
Quizás
eso
es
lo
que
se
tiene
que
entender
sobre
la
situación
en
El
Salvador
hoy
en
día.
Una
ciudadana
normal,
que
ni
siquiera
es
sangrienta
por
naturaleza,
propone
que
la
única
solución
es
un
genocidio.
Y
para
disuadirla,
terminamos
hablando
de
por
qué
esa
solución
no
es
práctica.
Una
pausa
y
volvemos.
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Latino
USA,
que
te
lleva
dentro
de
la
conversación
latina.
Cada
semana,
te
presentamos
una
historia
que
te
fascinará
y,
muchas
veces,
te
sorprenderá.
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Latino
Usa
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NPR
One
o
donde
escuches
tus
podcasts.
Soy
Lulu
Miller,
y
estoy
de
vuelta
con
una
nueva
historia
de
Invisibilia.
Es
acerca
de
los
placeres…
Es
eléctrico.
Y
peligros…
No
hay
nada
que
cause
más
miedo…
De
tratar
de
vivir
entre
dos
mundos.
Encuentra
Invisibilia
en
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Hace
menos
de
15
días,
más
o
menos,
tuve
la
oportunidad
de
escuchar
la
historia
nuevamente.
Esta
es
Iris.
Hace
poco
retomamos
nuestra
conversación,
esta
vez
por
Whatsapp.
Y
bueno,
al
estar
escuchando
todo
mi
relato,
lloré
en
algunas
partes
nuevamente
porque
recordar
ese
sentimiento
de
estar
acorralado
o
de
no
volver
a
ver
a
tu
familia
es
bien
fuerte,
porque
sabés
que
lo
viviste,
porque
sabés
que
estuvo
ahí.
Quería
ver
cómo
seguía,
qué
había
sido
de
su
vida,
y
qué
sentía
ahora,
al
escuchar
esa
reacción
tan
fuerte
hacia
los
mareros…
Cuando
llegué
a
esa
parte
justamente
solo
dije:
“Wow”.
Estaba
tan
enojada.
Estaba
tan
llena
de
ira.
Y
me
cuestioné.
Me
dijo
que
no
era
mala
persona.
Que
cree
en
Dios.
Está
en
contra
de
que
los
ciudadanos
tomen
la
justicia
por
sus
propias
manos,
algo
que,
según
ella,
solo
generaría
odio.
Y
esa
idea
de
exterminarlos
a
todos…
No
serviría
de
nada.
Y
yo
no
quiero
parecer
que
hablo
con
rabia
o
que
hablo
con
odio,
porque
la
verdad,
no.
Sino
que
hablo
con
bastante
dolor…
porque
creo
que
esa
es
la
palabra.
Esa
es
la
palabra.
El
año
pasado
realizamos
cambios
en
la
política
de
seguridad.
Este
es
el
presidente,
Salvador
Sánchez
Cerén…
Ahora
podemos
ver
los
buenos
resultados
y
decir
con
certeza
que
la
población
va
recuperando
la
esperanza
de
poder
vivir
en
paz
y
tranquilidad.
Y
sí.
Desde
que
publicamos
este
episodio
en
el
2015,
la
tasa
de
homicidios
se
ha
reducido…
Gracias
a
las
medidas
de
seguridad
y
el
esfuerzo
conjunto
de
todos,
hemos
reducido
en
un
53%
los
homicidios
[aplausos].
53%.
Suena
muy
impresionante.
Pero
no
es
tan
simple.
Según
nuestros
amigos
de
El
Faro,
las
cifras
que
cita
Sánchez
Cerén
esconden
una
realidad
un
poco
más
compleja.
Sí,
en
el
2016
hubo
una
gran
reducción
en
la
tasa
de
homicidios.
Pero
eso
se
debe,
en
parte,
a
una
ola
de
violencia
sin
precedentes
que
estremeció
al
país
el
año
anterior.
Es
decir,
si
se
compara
el
2016
con
el
2014,
la
reducción
ya
no
es
de
un
53%.
Sino
de
menos
del
15%.
Pero
de
todas
maneras
quería
ver
si
lo
otro
que
decía
el
presidente
era
cierto:
que
la
población
va
recuperando
la
esperanza
de
poder
vivir
en
paz.
Le
pregunté
a
Iris
si
ahora
se
sentía
más
segura,
y
me
contó
algo
que
no
esperaba.
Yo
he
podido
tinturarme
de
nuevo
el
cabello
de
rojo,
de
hecho
me
lo
tinturé
hace
un
par
de
meses,
unos
dos
meses.
Y
para
Iris
eso
demuestra
que
las
cosas
se
han
calmado,
por
lo
menos
un
poco.
Aunque
a
ella
en
estos
dos
años
no
le
ha
pasado
nada
que
haya
puesto
su
vida
en
peligro,
sus
hermanos
no
han
tenido
tanta
suerte.
Un
día,
por
ejemplo,
su
hermano
llegó
golpeado,
sangrando,
porque
le
habían
robado
el
celular.
Esas
son
cosas
que
se
viven
en
El
Salvador
cada
día.
Es
que
en
realidad
regresar
en
este
país
a
tu
casa
en
la
noche
es
un
logro
diario,
es
un
milagro.
Es
algo
que
vos
das
gracias
a
la
vida,
a
Dios,
y
a
quien
querrás.
Entonces
en
la
calle,
básicamente,
solo
se
siente
como
un
sentido
de
supervivencia.
Desde
que
el
gobierno
empezó
a
tomar
medidas
para
mejorar
la
seguridad,
Iris
dice
que
ahora
ve
más
policías
en
las
calles,
en
los
buses.
Y
eso
puede
hacerla
sentir
un
poco
más
segura
que
antes…
Pero
sabes
que
pasando
ciertas
líneas
de
donde
está
todo
ese
circuito
pues
ya
nadie
te
cuida,
entonces
de
alguna
forma
inseguro
se
sigue
sintiendo.
Se
sigue
sintiendo.
Y
más
cuando
hay
territorios
todavía
controlados
por
pandilleros.
Jóvenes
que
se
ponen
en
la
entrada
de
una
colonia
para
vigilar
quién
llega.
Iris
dice
que
esta
situación
es
muy
delicada…
Es
un
tema
que
a
pesar
que
todos
lo
sabemos,
pero
nadie
lo
dice.
Y
nadie
lo
dice
porque
son
secretos
a
voces.
Porque
es
algo
que
se
metió,
estuvo
y
comenzó
ahí,
y
se
normalizó
tanto
que
ahora
es
tan
natural
que
todos
nos
callemos.
Y
no
digamos
lo
que
pasa.
Me
dio
un
ejemplo
muy
reciente.
A
una
familiar
la
había
golpeado
su
esposo,
y
lo
primero
que
sugirió
Iris
fue:
llamemos
a
la
policía.
Pero
su
familia
le
dijo
que
no,
que
no
podían.
Si
vos
llamás
a
la
policía…
vienen
los
muchachos.
Es
decir
los
mareros…
Y
al
siguiente
día
te
vienen
a
buscar
para
que
te
vayas
de
la
colonia
porque
los
policías
no
pueden
entrar
acá.
Es
bien
feo,
porque
el
país
que
uno
quiere,
el
país
que
uno
aprendió
a
conocer
desde
que
está
pequeñito
uno
va
viendo
que
ya
no
le
da
las
mismas
libertades
que
antes
le
daba.
Que
como
cuando
eras
niño
mirabas
y
decías:
“Pulla,
o
sea
yo
voy
a
ir
de
aquí
a
allá,
voy
a
hacer
esto,
voy
a
hacer
lo
otro.
Ahora
ya
no
poderlo
hacer”.
Eso
es
bastante
difícil.
Créanmelo.
Es
muy
difícil
y
aunque
no
lo
reconozcan
oficialmente
pero
pasa,
pasa.
Y
aunque
la
gente
tengamos
miedo
de
decir
qué
está
pasando,
así
ocurre,
así
sucede.
Esta
historia
fue
escrita
por
y
editada
por
Camila
Segura
y
Silvia
Viñas.
Ana
Prieto
hizo
el
fact-checking.
La
mezcla
y
el
diseño
de
sonido
son
de
Andrés
Azpiri.
Un
agradecimiento
enorme
a
Iris
por
compartir
su
historia
con
nosotros.
Una
versión
en
inglés
de
esta
entrevista
se
publicó
en
la
revista
del
New
York
Times.
Tendremos
un
link
en
nuestra
página
web.
Estuve
en
El
Salvador
con
Luis
Trelles,
productor
de
Radio
Ambulante,
quien
me
ayudó
a
procesar
bastante
de
lo
que
vimos
y
escuchamos
en
esos
días.
Gracias
también
a
los
buenos
amigos
de
El
Faro,
el
excelente
periódico
digital
publicado
en
El
Salvador,
en
especial
a
Sergio
Arauz,
Oscar
Luna,
José
Luis
Sanz,
Oscar
Martínez,
y
Karla
del
Carballo.
Un
abrazo
especial
a
Malu
Nochez,
quien
nos
asesoró
en
esta
historia.
Además
de
los
que
ya
he
mencionado,
el
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Jorge
Caraballo,
Patrick
Moseley,
Laura
Pérez,
Ana
Prieto,
Barbara
Sawhill,
Luis
Trelles,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa,
y
Luis
Fernando
Vargas.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Conoce
más
sobre
Radio
Ambulante
y
sobre
esta
historia
en
nuestra
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web:
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Y
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episodio
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la
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Repito:
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322
9502192.
Jorge
me
asegura
que
no
hay
nada
de
spam,
pero
te
mantendremos
al
tanto
del
nuevo
episodio
y
podrás
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de
voz,
con
comentarios,
críticas,
preguntas,
quejas,
saludos
a
todo
el
equipo.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
Check out more Radio Ambulante

See below for the full transcript

Bienvenidos a Radio Ambulante de NPR. Soy Daniel Alarcón. En mayo del 2015, viajé a El Salvador por primera vez. En esa época, según cifras oficiales, El Salvador era el país más violento del mundo. Era muy común ver titulares como este, que salió en el International Business Times: “El Salvador: el país más violento del mundo que no está en guerra”. Se hablaba mucho de un estado de guerra, sin guerra oficial. Como en cualquier conflicto armado, hay dos lados: en esta caso, las maras —o pandillas— y la policía. Y como en la mayoría de conflictos, los que en muchos casos se llevan la peor parte son los civiles, la gente que no tiene nada que ver. Es que la violencia desmesurada de El Salvador afecta todos los aspectos de la vida cotidiana. Y no siempre de la manera que se esperaría. Entonces, la pregunta que tenía era esta: si no era una guerra lo que estaba pasando en El Salvador, ¿qué era exactamente? Todos con los que hablé habían sido tocados, directa o indirectamente, por este caos y violencia, y los salvadoreños de todas las clases sociales habían aprendido a lidiar con ese constante sentimiento de inseguridad. Y de la gente que conocí, de los testimonios que escuché, el que más me afectó fue el de Iris. Por razones de seguridad, hemos decidido no usar su apellido. Yo vivo en las orillas de la capital. Es una zona semi rural, podría decirse. Y la zona en donde yo vivo es como un trifinio. Y esta es una palabra que yo nunca había escuchado. Un trifinio es un punto de 3 fronteras. Así conocemos esa palabra acá. Entonces el rollo es que yo vivo en un punto en que la zona que yo vivo exactamente es urbana, y alrededor hay bastantes zonas rurales que son comunidades y en las cuales lideran dos pandillas, o sea las principales de acá. La Mara Salvatrucha 13, y el Barrio 18. Dos de las pandillas más temidas de América Latina. Estoy en un punto en medio, donde cuando entro a mi casa paso por una línea del tren todos los días. Este, ese territorio es MS. Al término de mi colonia ya es liderado por la pandilla 18. En ese año, 2015, se calculaba que había unos 500 o 600 mil salvadoreños involucrados de alguna manera u otra con las maras. Digamos que un 10% de la población. Esa cifra la dio el mismo Secretario de Defensa, David Munguía Payés. Pongamoslo así: casi el 10% de un país estaba dedicado a la extorsión, la criminalidad, el narcotráfico y la violencia. Lo cual significa que una gran parte de la población, gente que no tiene nada que ver con esto, sin embargo tiene que convivir con la maldad. No tienen ni opción, ni salida. Gente como Iris. Se escucha siempre: si vos no te metés con nadie, no tienen por qué hacerte algo… Parte cierto, parte no. Y ella, como muchos salvadoreños, vive tratando de evitar problemas. Y por lo general lo ha logrado. Tiene un buen trabajo, le va bien en la carrera. Los mareros no le prestan mucha atención, y ella misma tiene una teoría de por qué. Quizás porque de alguna manera yo ya salí del… como el mercado que quieren los pandilleros. Te lo digo porque les gustan las chicas tipo de 17, 15 años, y yo ya tengo 25, entonces como que ya no soy muy atractiva, más que uso lentes, entonces es como que menos…y un poco gordita también, entonces como que tienen un perfil ya. Se viste bien, cuida su apariencia. Desde que era muy joven había algo que le gustaba mucho hacer: teñirse el pelo. Yo comencé con un color café chocolate, le dicen. Después pasé por rubio, rubio platino, rubio con verde, después llegué a rojo borgoña, a rojo cereza, todavía más fuerte, a rojo intenso. Es parte de su look, parte de su identidad. Esta historia se trata de eso. Porque la violencia, la inseguridad que producen las maras, no solo se trata de lo que se lee en los titulares. Balacera aquí, atraco allá. No. También tiene que ver con los detalles, con roces. Instancias en las que la maldad se aparece delante tuyo, o a tu lado. Instancias como esta. Yo iba en un Coaster, o sea un microbús, y una muchacha se sentó a la par mía. Una muchacha un poquito más gordita que yo. Andaba las cejas súper delgaditas, el pelo bien maltratado, pintado. Color rubio. La boca delineada con rojo, pantalones de lycra estampados con piel de leopardo. Según Iris, este tipo de vestimenta, en El Salvador, es un código. Y por la forma como comenzó a hablar sabía que no era una muchacha normal, sino que quizá a lo mejor era la mujer de un pandillero. Iris me aclaró que no se considera de esa gente prejuiciosa, que juzga a los otros por su apariencia. Pero, me dijo, una vez que has aprendido a leer estos códigos, ya difícilmente los ignoras. Entonces Iris iba muy alerta, tensa, incluso más de lo normal. Y aquí hay otro detalle para tomar en cuenta: los buses en El Salvador son peligrosos, porque las pandillas han infiltrado el transporte. Los pasajeros corren el peligro de ser asaltados, robados. A veces las pandillas exigen renta de las compañías de transporte. Y si no pagan, las maras pueden matar a los choferes. En otros casos, los mismos choferes son cómplices de los pandilleros. Es una situación complicadísima. Entonces, una muchacha, con pinta de marera, se sienta al lado de Iris, y claro, ella se preocupa. Poco a poco me fue haciendo plática. Me dijo. Y me dijo que… que yo, de quién era jaina. ¿Qué significa eso? Jaina es ser mujer de un pandillero. Y yo le dije que no. Luego me preguntó dónde vivo. No le contesté. Porque una de las formas en cómo un pandillero detecta si eres contrario o no, es por los territorios, ¿ya? Entonces yo hasta hace un año, yo no manejaba eso. Pero desde que Iris se monta en un bus cada día, para viajar una hora y media al centro de la capital, ahora sí le toca entender estos códigos. Y bueno, por si había alguna duda sobre la identidad de la chica a su lado… Ella me enseñó una cicatriz que andaba en el estómago. Y me dijo: “Mirá, estas son heridas de guerra. Y estas se hacen en la calle y nos demuestran el valor que tenemos nosotros», me dijo. “Nosotros”. Es decir, la mara. Y luego, la muchacha vino con esto: Me dijo: “Mirá. Cambiate el pelo. Porque si yo te vuelvo a ver en esta ruta o uno de los motoristas te ve en esta ruta, ya vas a quedar fichada, porque aquí todos nos conocemos. Y como no me quieres decir dónde venís, cuidate. Y cambiate el pelo”. Y yo me quedé helada. Fue como que, por Dios, o sea, ¿qué hago? Había un rumor acá, ¿verdad?, que si tú andabas de pelo rojo eras de determinada pandilla, y si tú andabas de pelo rubio pertenecías a otra pandilla. Algo que Iris no había tomado en cuenta cuando decidió teñirse el pelo. No le respondió a la muchacha. No le preguntó por qué, no intentó argumentar. No dijo nada. Iris tenía un periódico en la mano, y lo miraba, nerviosa. “Dame ese diario”, me dijo. Y lo sacó. Y lo primero que decía, primera plana decía: “Policías muertos en”… no me acuerdo en qué. Y comienza ella, y comienza a reír. Y le dice al motorista: “Ey, mirá vos”, le dijo. “Qué original. Ya mataron a otro cerote”, le dijo. “Que es la verdad, para que sepan quién manda”, y comenzó ella: siguió, siguió, siguió. O sea yo venía helada, helada, helada y arrepentida de haberme subido en ese microbús. Era una muchacha, marera, con ganas de intimidar. “Cómo ves la cejas”, me dijo. “Yo las veo bien”, le dije yo. “Le van con su cara», le digo. O sea… Y me dijo: «Así te las deberías hacer vos”, me dijo. Y luego le preguntó dónde se bajaba. “La plaza”, dijo Iris, aunque se iba para su casa. Se refería a un centro comercial lleno de gente. Pensó, “pues, ahí estaré más segura”. Y añadió un detalle más: “Voy a encontrarme con mi novio”, dijo Iris. “Para ir al cine”. Pero… Yo no tengo novio. Y la muchacha dijo, “bueno, pues yo te acompaño”. Cuando me dijo, “me voy a bajar con vos”, se me fue el aire. Se me fue el aire. Iris metió la mano dentro del bolso. Y marqué el número de mi mamá. O sea, marqué el número de mi mami, porque igual yo dije, “si no deja bajarme, o algo, por lo menos que escuche… Por lo menos que escuche qué está pasando”. ¿Ya? Sentí como… acechado. Acechado porque el motorista era pandillero. O sea iban hablando iguales. Entonces yo marqué el número de mi mamá, y no le pude dar “send”. No le pude dar “send”. Quizá los nervios y todo. Y de repente me dijo: “¿Y qué tanto te buscás?”, me dijo. Y yo le dije: “No nada —le dije—, solo estoy viendo si ando monedas”, le dije yo. “Solo estoy viendo si ando monedas”. Y me dice: “Ah ya, entonces nos bajamos en la plaza”, me dijo. Venían para el bulevar. Estaba muy congestionado. La mujer le dijo al chofer: “Ey men, a saber qué pasa ahí vale”, le dijo. “¡No te hagás! Acordate lo que vimos hace rato”, le dijo. “Ah simón”, le dijo. “El descabezado”, le dijo. Ese día un marero había asesinado a un chofer de otra línea de bus, de otra ruta. La muchacha se lo contó a Iris, orgullosa. “No sé de qué me está hablando”. “No, es que mirá, fijate, sacá la cabeza, sacá la cabeza por la ventana», me dijo. «Ahí adelante”, me dijo, “hay un bus de la 113″, me dijo, «en donde le han disparado a un motorista», me dijo. «Yo conozco el cabrón que le disparó”, me dijo. “Ah ya”, le dije. O sea, sí verdad. Entonces pasamos la escena y yo me quedé viendo al bus, y en efecto, estaba la… estaba el señor medio a la ventana del bus, el motorista, y abajo un gran charco de sangre. Rojo, rojo, rojo. En esas, comenzó a llover. A pringar, como se dice en El Salvador. Una llovizna. Y te digo, yo amo el invierno. Amo la lluvia. Y creo que nunca dí más gracias en serio que lloviera. Porque me dice: “Puta, mirá”, me dice. “Ya está lloviendo”, me dijo. “Sí, ya está comenzando a pringar”, le digo. Y me dijo: “Ya no me voy a bajar con vos”, me dijo. Ya estaban cerca del destino, de La Plaza, el centro comercial. No sé cómo es que agarré mis cosas, y traté de ni siquiera tropezarme con ella, pues, y de ni darle la espalda, ¿ya? Y la muchacha tuvo un último mensaje para Iris: “Te cuidas entonces, mami», me dijo. «Que no te vaya pasar nada, y me le das saludos a tu novio”. Y yo: “Que le vaya bien”. Esto sucedió un par de meses antes de que yo conociera a Iris. Cuando hablamos ya tenía el pelo teñido de negro. Le pregunté si le había costado hacer ese cambio. Me dolió. O sea, me dolió. Me costó volver a verme de cabello negro, tantos años que la había querido tener tinturado, ¿verdad?. Y pues, ¡ni modo! O sea una cuestión externa vino. Ni siquiera es mi gusto. Ahora, pues, ni modo, ya me acostumbré. Es como que, ah ok, ya me toca retoque, lo tengo que hacer. Un pequeño acto de expresión, prohibido por las maras. Cuando uno compara esto con lo que se lee en los periódicos, no parece tan importante. Pero sí lo es. Cuando las maras se imponen hasta en los aspectos más intrascendentes de la vida cotidiana, es una manera de decirle a la población: “Oye, nosotros somos los que mandamos acá. No ustedes. No el gobierno. No la policía. Nosotros”. Y no es la única vez que a Iris le ha tocado entender esto. Le pregunté qué piensa de las maras. Iris es una chica educada, tranquila. Mientras me contaba la anécdota de la marera en el bus, me pidió permiso hasta para repetir las palabras vulgares que la chica le había dicho a ella. Y sin embargo, esta fue su respuesta: Que los quemen a todos. Ya. O sea, como salvadoreños no son mis hermanos. Yo fui criada bajo el evangelio, bajo el cristianismo, y no los veo como hermanos. Nunca los voy a ver como hermanos. Así que si los pueden envolver en una sola hoguera puro holocausto, ¡que les den! Que les den fuego. Es un argumento que escuché una y otra vez. Que los maten. Que maten a sus familias. A sus novias. A sus hijos. Que los maten a todos. No es difícil entender esa rabia. No sólo oí las historias de Iris, sino la de muchos otros, y confieso que en un momento dado empecé yo también a sentir la furia. ¿Pero realmente se pueden crear políticas a partir de la ira? Cada vez que oía cómo se proponía esta solución, me sentía completamente desanimado. Dejando de lado la ética, el asesinato colectivo sencillamente no es posible, ni en términos políticos ni prácticos. Repetí este argumento varias veces y después, cuando ya estaba solo, volvía a recordar las conversaciones y me deprimía aún más. Quizás eso es lo que se tiene que entender sobre la situación en El Salvador hoy en día. Una ciudadana normal, que ni siquiera es sangrienta por naturaleza, propone que la única solución es un genocidio. Y para disuadirla, terminamos hablando de por qué esa solución no es práctica. Una pausa y volvemos. Este podcast de NPR y el siguiente mensaje son patrocinados por Sleep Number. Sleep Number te ofrece camas que se adaptan, en ambos lados, a tu posición ideal. Sus nuevas camas son tan inteligentes que automáticamente se ajustan para mantenerte a ti y a tu pareja cómodos durante toda la noche. Averigua por qué 9 de cada 10 de los que usan Sleep Number lo recomiendan. Visita Sleep Number.com para encontrar una tienda cerca de ti. Hey, soy María Hinojosa, la presentadora del podcast de NPR Latino USA, que te lleva dentro de la conversación latina. Cada semana, te presentamos una historia que te fascinará y, muchas veces, te sorprenderá. Encuentra Latino Usa en el app NPR One o donde escuches tus podcasts. Soy Lulu Miller, y estoy de vuelta con una nueva historia de Invisibilia. Es acerca de los placeres… Es eléctrico. Y peligros… No hay nada que cause más miedo… De tratar de vivir entre dos mundos. Encuentra Invisibilia en NPR One o donde escuches tus podcasts. Hace menos de 15 días, más o menos, tuve la oportunidad de escuchar la historia nuevamente. Esta es Iris. Hace poco retomamos nuestra conversación, esta vez por Whatsapp. Y bueno, al estar escuchando todo mi relato, lloré en algunas partes nuevamente porque recordar ese sentimiento de estar acorralado o de no volver a ver a tu familia es bien fuerte, porque sabés que lo viviste, porque sabés que estuvo ahí. Quería ver cómo seguía, qué había sido de su vida, y qué sentía ahora, al escuchar esa reacción tan fuerte hacia los mareros… Cuando llegué a esa parte justamente solo dije: “Wow”. Estaba tan enojada. Estaba tan llena de ira. Y me cuestioné. Me dijo que no era mala persona. Que cree en Dios. Está en contra de que los ciudadanos tomen la justicia por sus propias manos, algo que, según ella, solo generaría odio. Y esa idea de exterminarlos a todos… No serviría de nada. Y yo no quiero parecer que hablo con rabia o que hablo con odio, porque la verdad, no. Sino que hablo con bastante dolor… porque creo que esa es la palabra. Esa es la palabra. El año pasado realizamos cambios en la política de seguridad. Este es el presidente, Salvador Sánchez Cerén… Ahora podemos ver los buenos resultados y decir con certeza que la población va recuperando la esperanza de poder vivir en paz y tranquilidad. Y sí. Desde que publicamos este episodio en el 2015, la tasa de homicidios se ha reducido… Gracias a las medidas de seguridad y el esfuerzo conjunto de todos, hemos reducido en un 53% los homicidios [aplausos]. 53%. Suena muy impresionante. Pero no es tan simple. Según nuestros amigos de El Faro, las cifras que cita Sánchez Cerén esconden una realidad un poco más compleja. Sí, en el 2016 hubo una gran reducción en la tasa de homicidios. Pero eso se debe, en parte, a una ola de violencia sin precedentes que estremeció al país el año anterior. Es decir, si se compara el 2016 con el 2014, la reducción ya no es de un 53%. Sino de menos del 15%. Pero de todas maneras quería ver si lo otro que decía el presidente era cierto: que la población va recuperando la esperanza de poder vivir en paz. Le pregunté a Iris si ahora se sentía más segura, y me contó algo que no esperaba. Yo he podido tinturarme de nuevo el cabello de rojo, de hecho me lo tinturé hace un par de meses, unos dos meses. Y para Iris eso demuestra que las cosas se han calmado, por lo menos un poco. Aunque a ella en estos dos años no le ha pasado nada que haya puesto su vida en peligro, sus hermanos no han tenido tanta suerte. Un día, por ejemplo, su hermano llegó golpeado, sangrando, porque le habían robado el celular. Esas son cosas que se viven en El Salvador cada día. Es que en realidad regresar en este país a tu casa en la noche es un logro diario, es un milagro. Es algo que vos das gracias a la vida, a Dios, y a quien tú querrás. Entonces en la calle, básicamente, solo se siente como un sentido de supervivencia. Desde que el gobierno empezó a tomar medidas para mejorar la seguridad, Iris dice que ahora ve más policías en las calles, en los buses. Y eso puede hacerla sentir un poco más segura que antes… Pero tú sabes que pasando ciertas líneas de donde está todo ese circuito pues ya nadie te cuida, entonces de alguna forma inseguro se sigue sintiendo. Se sigue sintiendo. Y más cuando hay territorios todavía controlados por pandilleros. Jóvenes que se ponen en la entrada de una colonia para vigilar quién llega. Iris dice que esta situación es muy delicada… Es un tema que a pesar que todos lo sabemos, pero nadie lo dice. Y nadie lo dice porque son secretos a voces. Porque es algo que se metió, estuvo y comenzó ahí, y se normalizó tanto que ahora es tan natural que todos nos callemos. Y no digamos lo que pasa. Me dio un ejemplo muy reciente. A una familiar la había golpeado su esposo, y lo primero que sugirió Iris fue: llamemos a la policía. Pero su familia le dijo que no, que no podían. Si vos llamás a la policía… vienen los muchachos. Es decir los mareros… Y al siguiente día te vienen a buscar para que te vayas de la colonia porque los policías no pueden entrar acá. Es bien feo, porque el país que uno quiere, el país que uno aprendió a conocer desde que está pequeñito uno va viendo que ya no le da las mismas libertades que antes le daba. Que como cuando eras niño mirabas y decías: “Pulla, o sea yo voy a ir de aquí a allá, voy a hacer esto, voy a hacer lo otro. Ahora ya no poderlo hacer”. Eso es bastante difícil. Créanmelo. Es muy difícil y aunque no lo reconozcan oficialmente pero pasa, pasa. Y aunque la gente tengamos miedo de decir qué está pasando, así ocurre, así sucede. Esta historia fue escrita por mí y editada por Camila Segura y Silvia Viñas. Ana Prieto hizo el fact-checking. La mezcla y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. Un agradecimiento enorme a Iris por compartir su historia con nosotros. Una versión en inglés de esta entrevista se publicó en la revista del New York Times. Tendremos un link en nuestra página web. Estuve en El Salvador con Luis Trelles, productor de Radio Ambulante, quien me ayudó a procesar bastante de lo que vimos y escuchamos en esos días. Gracias también a los buenos amigos de El Faro, el excelente periódico digital publicado en El Salvador, en especial a Sergio Arauz, Oscar Luna, José Luis Sanz, Oscar Martínez, y Karla del Carballo. Un abrazo especial a Malu Nochez, quien nos asesoró en esta historia. Además de los que ya he mencionado, el equipo de Radio Ambulante incluye a Jorge Caraballo, Patrick Moseley, Laura Pérez, Ana Prieto, Barbara Sawhill, Luis Trelles, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa, y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web: radioambulante.org. Y únete a nuestro Club de Podcast, un grupo privado en Facebook donde discutimos sobre el episodio de la semana con otros oyentes y miembros de nuestro equipo. Búscanos como: Club de Podcast Radio Ambulante. Otra manera de comunicarte con nosotros es a través de nuestra lista de WhatsApp, envía un mensaje al número +57 322 9502192 y quedas conectado. Repito: +57 322 9502192. Jorge me asegura que no hay nada de spam, pero te mantendremos al tanto del nuevo episodio y podrás grabar mensajes de voz, con comentarios, críticas, preguntas, quejas, saludos a todo el equipo. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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