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Radio Ambulante - Refugio fantasma

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+
15
30

Hasta siempre, Chacaltaya.

Samuel Mendoza creció en la estación de esquí en Chacaltaya, Bolivia, rodeado de nieve y un viento helado. Era feliz y parecía que todo lo que daba vida a ese glaciar sería eterno. Pero a finales de los años 90, apareció una amenaza casi imposible de combatir.

En nuestro sitio web puedes encontrar una transcripción del episodio.

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:
Esto
es
Radio
Ambulante
desde
NPR,
soy
Daniel
Alarcón.
Eran
los
años
70
y
a
cinco
mil
trescientos
metros
sobre
el
nivel
del
mar,
en
la
montaña
Chacaltaya,
en
Bolivia,
hacía
muchísimo
frío.
Su
triple
cumbre
estaba
cubierta
de
nieve
y
el
viento
helado
era
constante
y
soplaba
fuerte.
Ahí
arriba,
en
el
imponente
glaciar
que
miraba
hacia
la
ciudad
de
El
Alto,
estaba
la
estación
de
esquí
más
alta
del
mundo. Entonces
era
la
panorama
era
muy
blanco,
nomás
toda
la
montaña,
blanquito,
era
muy
bonito
y
les
gustaba
a
los
visitantes.Él
es
Samuel
Mendoza,
de
63
años.
Trabajó
con
su
padre,
Alfonso,
en
la
estación
de
esquí
desde
que
tenía
unos
15.
Los
dos
pasaban
semanas
enteras
ahí
arriba,
en
la
montaña.
Y
solo
bajaba
una
o
dos
veces
al
mes
a
su
casa
en
la
ciudad
de
El
Alto,
a
más
o
menos
una
hora
de
distancia.
Así,
Samuel
se
acostumbró
a
vivir
en
ese
mundo,
en
ese
ambiente
helado. La
clima
era
bastante
frío.
Ponías
un
balde
de
agua,
rápido
se
había
de
congelar.
Casi
todo
el
año
se
podía
esquiar.
todo
el
año.
Había
bastante
nieve. Trabajo
no
le
faltaba.
Se
encargaba,
principalmente,
de
operar
el
ski
lift,
el
medio
de
transporte
en
el
que
los
esquiadores
subían
desde
la
cabaña
donde
estaba
el
motor
hasta
la
cumbre
para,
desde
ahí,
hacer
el
descenso
por
las
laderas
del
glaciar.
Este
estaba
compuesto
por
solo
tres
elementos:
un
cable
de
acero
larguísimo,
postes
instalados
en
la
pista
de
esquí
y
poleas.
Durante
el
año
llegaban
esquiadores
de
todo
tipo:
novatos
y
profesionales.
Venían
de
diferentes
ciudades
de
Bolivia
y
de
todas
partes
del
mundo:
Brasil,
Italia,
Alemania,
Estados
Unidos,
Francia…
La
pista
llegó
a
ser
el
lugar
de
práctica
del
equipo
olímpico
de
esquí
boliviano.
Y
ahí
mismo
se
realizaron
campeonatos
sudamericanos.
Samuel
casi
siempre
estaba
en
la
cabaña
del
motor.
Otras
veces
solía
atender
a
los
visitantes
en
el
refugio
que
había
ahí
arriba:
una
cabaña
cómoda
y
caliente
con
chimenea,
mesitas
y
sillas
para
descansar.
Además
había
una
pequeña
cafetería
donde
vendían
bebidas
y
comida.
Era
un
ambiente
ameno
que
no
solo
atraía
a
los
esquiadores.
Samuel
recuerda
que
la
gente
que
visitaba
el
lugar
hacía
todo
tipo
de
actividades. Hacían
muñecos
de
nieve,
alzaban
un
poco
de
nieve,
entonces
hacían
como…
comían
como
helado.
Se
llevaban
refresco
y
con
ese
mezclaban
para
que
tenga
el
color.
Una
Coca-Cola,
así…Jugaban
a
guerra
de
bolas
de
nieve,
se
acostaban
en
el
suelo
y
hacían
figuras
con
sus
cuerpos. Y
algunos
subían
en
la
primer
pico
y
ahí
bajaban
deslizándose
con
plásticos.
Y
algunos,
como
trineo
también
se
iban
toda
la
carretera,
bajaban
con
trineos. Algunos
llevaban
llantas
de
goma
grandes,
se
subían
en
ellas
y
se
deslizaban
desde
una
de
las
cumbres
del
glaciar.
Otros
llevaban
su
comida
para
hacer
picnics
o
caminaban
por
las
rutas
que
había
cerca
del
refugio.
A
Samuel
le
encantaba
estar
ahí.
Era
un
lugar
lleno
de
vida.
Parecía
que
el
sonido
de
la
gente
conversando,
de
las
risas,
de
los
esquís
sobre
la
nieve
nunca
se
iba
a
acabar. Las
visitas
decían
estas
nieves
son
eternas,
nunca
se
nos
van
a
perder.
La
pista
de
esquí
siempre
va
a
ser
hasta
el
último.
Estos
son
nuestras
montañas,
son
eternos.Pero
todo
lo
que
le
daba
vida
a
la
montaña
Chacaltaya
estaba
en
riesgo
de
desaparecer.
Una
breve
pausa
y
volvemos. Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Nuestra
productora
senior,
Lisette
Arévalo,
nos
sigue
contando. Desde
que
Samuel
tenía
unos
8
años,
soñaba
con
estar
rodeado
de
nieve.
Descubrió
el
esquí
un
día
que
estaba
visitando
a
su
abuela,
que
vivía
al
lado
de
su
casa,
en
la
ciudad
de
El
Alto. Entonces
ella
me
mostraba:
“Tengo
una
revista
esquiando
y
aquí
voy
a
mostrarte
una
persona
esquiar”.
Yo
a
mi
abuela
decía:
«¿Dónde
es
esta
montaña?»
Y
ella
me
decía:
«Chacaltaya». En
aymara,
Chacaltaya
quiere
decir
“puente
frío”
o
“puente
de
vientos”,
por
sus
fuertes
corrientes
de
aire
y
por
el
glaciar
que
cubría
su
cumbre.
Comparado
con
otros
glaciares,
la
masa
de
hielo
era
considerada
pequeña,
pero
no
por
eso
era
menos
cautivadora
para
los
deportistas
de
alta
montaña.
Como
para
Raúl
Posnansky,
el
ingeniero
que
construyó
la
estación
de
esquí
en
los
años
30.
Nacido
en
Reino
Unido
en
1913,
Posnansky
llegó
a
Bolivia
en
brazos
de
sus
padres,
cuando
se
instalaron
ahí
por
el
trabajo
de
su
papá,
un
ingeniero
naval
y
comerciante
de
caucho
austriaco.
Raúl
era
el
mayor
de
los
cuatro
hijos
y
se
convirtió
en
ingeniero
hidráulico
y
militar.
No
es
muy
claro
cuándo
o
cómo
comenzó
a
apasionarse
por
las
montañas
y
el
esquí,
pero
era
un
entusiasta
del
deporte
desde
que
era
joven.
Y,
en
los
años
30,
fue
él
quien
vio
el
potencial
que
tenía
Chacaltaya
para
convertirse
en
un
destino
para
los
esquiadores.
Contrató
gente
para
transportar
los
materiales
del
albergue
y
del
ski
lift,
incluido
un
motor.
Construyó
las
primeras
cabañas
e,
incluso,
para
facilitar
la
llegada
hasta
el
glaciar,
construyó
una
carretera
que
iba
desde
los
4,500
hasta
los
5,300
metros
de
altura.
En
esa
época
no
se
practicaba
mucho
este
deporte
en
Bolivia,
pero
con
la
estación
y
el
ski
lift
funcionando,
rápidamente
ganó
popularidad
entre
la
clase
media
y
alta
de
La
Paz.
Además
que,
a
diferencia
de
otros
nevados
en
el
país,
el
Chacaltaya
estaba
cerca
de
la
ciudad,
a
más
o
menos
una
hora
y
media.
Y
así
fue
como
en
1939
Raúl
y
un
grupo
de
deportistas
inauguraron
el
Club
Andino
Boliviano.
Era
un
espacio
de
encuentro
para
todos
los
aficionados
a
las
actividades
de
montaña.
Un
par
de
años
más
tarde,
Raúl
logró
que
el
congreso
boliviano
aprobara
una
ley
fiscal
que
daba
a
la
Federación
de
Esquí
y
Alpinismo
—fundada
por
él
mismo—
un
uno
por
ciento
de
las
facturas
hoteleras
de
Bolivia.
Con
ese
dinero,
él
y
sus
compañeros
de
esquí
construyeron
una
cabaña
más
alta,
cerca
de
la
cumbre.
También
compraron
dos
buses
y
un
nuevo
motor
para
el
ski
lift.
La
idea
de
Raúl
se
convirtió
en
todo
un
éxito.
Tanto,
que
por
esos
mismos
años,
el
Club
Andino
Boliviano
organizó
el
primer
campeonato
de
esquí
sudamericano
con
participantes
de
Argentina
y
Chile.
Y
a
finales
de
los
40
hasta
se
creó
el
primer
equipo
nacional
de
esquí
boliviano,
que
participaría
en
campeonatos
internacionales,
regionales
y,
años
después,
en
olimpiadas.
Con
el
pasar
de
los
años
el
deporte
siguió
ganando
popularidad
y
cada
vez
más
gente
de
La
Paz
lo
practicaba.
Ya
para
finales
de
los
años
60,
cuando
de
niño
Samuel
vio
la
foto
del
esquiador
en
la
revista
de
su
abuela,
el
esquí
dejó
de
ser
algo
desconocido
para
el
resto
de
los
bolivianos.
Y
Samuel
comenzó
a
imaginarse
en
medio
de
la
nieve. Entonces
en
la
revista
yo
vi
una
persona
haciendo
un
descenso,
cargando
su
mochila,
todo.
Y
yo
decía:
“Algún
día
voy
a
conocer
y
voy
a
ser
así
como
él
también
haciendo
un
descenso”,
decía. No
parecía
un
sueño
descabellado.
Toda
su
vida
había
crecido
viendo
al
Chacaltaya.
Sentía
que
la
montaña
estaba
cerca,
al
alcance
de
sus
manos,
y
que
ir
no
sería
tan
difícil.
En
especial
porque
su
padre
ya
trabajaba
en
la
estación
de
esquí
con
el
Club
Andino
Boliviano.
Y
a
esa
edad
ni
se
puso
a
pensar
en
que
para
esquiar
necesitaría
el
equipo:
las
botas,
los
esquís,
los
bastones,
la
ropa,
las
gafas…
Algo
que
era
muy
caro
para
sus
padres.
Tenían
cinco
hijos,
Samuel
era
el
del
medio,
y
no
es
que
su
papá
ganara
mucho
en
su
trabajo
en
el
refugio.
En
esa
época
los
visitantes
pagaban
muy
poquito
por
entrar,
solo
10
centavos
de
dólar.
Y
quienes
quisieran
podían
pagar
una
cuota
mensual
para
ser
socios
del
Club
Andino
Boliviano
y
usar
las
instalaciones
indefinidamente.
Lo
recolectado
alcanzaba
para
pagarle
al
padre
de
Samuel,
pero
también
para
costear
los
gastos
del
mantenimiento
de
las
instalaciones
y
de
la
carretera.
Trabajaba
solo.
Era
el
único
único
guardián
permanente
del
establecimiento
en
las
alturas.
Y
como
tenía
que
cuidar
la
estación,
se
podría
decir
que
el
papá
de
Samuel
vivía
allá
arriba
porque,
como
se
mencionó,
solo
bajaban
dos
veces
al
mes
a
El
Alto
a
ver
a
su
familia.
Y
cuando
bajaba,
se
quedaba
solo
un
día,
porque
no
podía
dejar
el
refugio
abandonado.
Una
de
esas
veces,
Samuel
le
contó
lo
que
había
visto
en
la
revista
y
que
quería
ser
esquiador. Mi
papá
también
me
apoyaba:
«Sí,
tienes
que
aprender,
hijo»,
me
decía.Pero
a
sus
8
años
todavía
no
era
momento
para
eso.
Su
papá
le
explicó
que
el
Chacaltaya
no
estaba
tan
cerca
como
parecía
desde
la
ventana
de
su
casa
y
que
no
podía
llevarlo
con
él
a
la
montaña
durante
semanas.
Samuel
era
muy
pequeño
y
tenía
que
seguir
sus
estudios
en
la
escuela.
Así
que
se
quedaba
en
casa
con
su
madre
y
sus
cuatro
hermanos…
Y
con
la
promesa
de
que,
algún
día,
iría
con
su
padre
a
la
montaña.
A
Samuel
no
le
molestó
tener
que
quedarse
y
esperar
a
que
llegara
el
día
de
ir
a
la
nieve.
Era
un
niño
curioso,
activo
y
le
gustaba
estudiar.
Pero
nada
superaba
a
su
más
grande
fijación:
las
montañas.
Y
no
solo
Chacaltaya.
También
se
había
interesado
por
el
montañismo
como
deporte
y
soñaba
con
conocer
otra
de
las
montañas
nevadas
que
se
veían
desde
su
casa
en
El
Alto:
el
Huayna
Potosí.
Pocas
cosas
ocupaban
tanto
su
cabeza
como
la
Cordillera
Real
boliviana. Yo
quería
llegar
pronto,
¿no?
A
esos
lugares…
quería
hacer
muñecos
de
nieve.
Esquiar.
Más
que
todo
esquiar
en
la
montaña.
Todas
esas
cosas
pensaba
en
mi
mente,
¿no?La
espera
terminó
cuando
cumplió
15
años,
en
1975.
Sus
papás
ya
no
tenían
suficiente
dinero
para
que
Samuel
continuara
estudiando.
No
les
alcanzaba
para
comprar
todos
los
materiales
que
les
pedían.
Así
que
a
tan
solo
dos
años
de
terminar
el
colegio,
tuvo
que
salirse.
Samuel
no
discutió.
Entendía
la
situación
familiar.
Pero
ni
él
ni
su
papá
querían
que
se
quedara
sentado
en
la
casa.
Así
que
su
papá
lo
invitó
a
trabajar
con
él
y
Samuel
aceptó
contento.
La
primera
vez
que
Samuel
subió
al
Chacaltaya,
su
padre
y
él
salieron
de
la
casa
a
las
6
de
la
mañana.
Como
solía
hacer
su
papá
algunas
veces,
se
subieron
al
minibus
que
transportaba
a
los
mineros.
En
Chacaltaya
había
—y
sigue
habiendo—
varias
minas
de
explotación
de
distintos
minerales.
Después
de
un
poco
más
de
una
hora
de
trayecto,
llegaron
a
una
estación
y
ahí
comenzaron
a
caminar
cuesta
arriba
por
la
carretera. Caminamos
varios
kilómetros.
Poco
a
poco,
poco
a
poco,
me
cansé
yo
y
llegamos
ahí
y
me
ha
hecho
frío
ese
día.Igual
iba
abrigado.
Ya
su
papá
conocía
bien
ese
frío
y
lo
había
preparado
con
una
buena
chaqueta,
botas
de
goma,
guantes
y
gafas
para
proteger
sus
ojos
de
la
nevada
o
del
reflejo
del
sol
sobre
la
nieve.
Cuando
se
fueron
aproximando
a
la
estación
de
esquí,
Samuel
vio
de
lejos
una
cabaña
de
estilo
alpino:
paredes
de
madera
y
techo
en
forma
triangular.
Estaba
en
uno
de
los
bordes
de
la
montaña.
Ahí
funcionaba
el
refugio
donde
los
visitantes
solían
resguardarse
para
tomar
un
mate
de
coca
y
comer.
Miró
a
su
alrededor
y
se
impresionó.
Todo
era
blanco. Cuando
he
conocido
por
primera
vez
la
nieve
para
ha
sido
un
lugar
muy
bonito
la
montaña
con
bastante
nieve.
Yo
ese
día
me
sentí
muy
alegre
y
muy
feliz.Llegaron
alrededor
de
las
10
de
la
mañana.
Entraron
a
una
cabaña
de
madera
donde
estaba
el
motor
del
ski
lift
y
el
dormitorio
donde
su
papá
pasaba
las
noches.
Era
pequeño
y
no
había
más
que
la
cama
donde
dormirían
los
dos.
Como
Samuel
no
estaba
aclimatado
a
estar
a
más
de
cinco
mil
metros
sobre
el
nivel
del
mar,
comenzó
a
sentir
mal
de
altura
enseguida.
Le
dolía
la
cabeza,
tenía
ganas
de
vomitar,
así
que
se
quedó
descansando.
Al
día
siguiente
se
despertó
sintiéndose
mejor.
Salió
de
la
cabaña
y
miró
a
su
alrededor.
Muy
bonito,
casi
cerca
al
cielo
ya.
Puedes
ver
otras
cordilleras
de
más
allá,
¿no?
Huayna
Potosí,
Condoriri,
Ancohuma,
Lago
Titicaca
al
otro
lado
se
ve. También
se
ve
el
Sajama,
el
nevado
más
alto
del
país,
una
parte
de
la
ciudad
del
Alto
y
otra
parte
de
la
ciudad
de
La
Paz.
Samuel
se
sentía
en
las
nubes.
Enseguida
su
papá
le
pidió
que
lo
ayudara
a
manejar
el
ski
lift.
Le
dio
indicaciones
como
que
debía
poner
agua
y
gasolina
en
el
motor
y
mantenerlo
prendido
desde
las
9
hasta
las
5,
para
que
los
esquiadores
pudieran
subirse
cuando
quisieran.
Era
un
trabajo
que
requería
mucha
concentración
y
responsabilidad,
porque
si
no
manejaban
bien
el
motor,
los
esquiadores
podrían
accidentarse.
Así
que,
a
veces,
ni
siquiera
podían
parar
para
comer.
Especialmente
los
fines
de
semana,
que
era
cuando
había
más
gente.
Entre
semana,
en
cambio,
quienes
más
visitaban
la
montaña
eran
los
andinistas
que
iban
con
guías
turísticos
a
practicar
escalada,
a
hacer
trekking
por
algunas
rutas
o
para
subir
a
alguna
de
las
cumbres
para
tomar
fotos
del
paisaje.
En
esos
días
que
no
había
esquiadores,
Samuel
se
encargaba
de
hacerle
mantenimiento
al
cable
del
ski
lift,
engrasar
las
poleas,
y
a
veces
desenterrar
el
cable
que
solía
quedarse
debajo
de
las
nevadas
fuertes.
Según
Samuel,
él
y
su
papá
eran
los
únicos
que
trabajaban
todo
el
año
y
directamente
para
el
Club
Andino
Boliviano.
Así
que
además
de
operar
el
ski
lift,
se
encargaban
también
de
limpiar
todas
las
instalaciones,
los
baños,
la
cafetería
y
el
refugio
donde
había
camas
para
que
los
deportistas
pudieran
pasar
la
noche
o
descansar.
Recibían
un
sueldo
por
todo
este
trabajo.
No
era
mucho,
no
les
alcanzaba
ni
para
cubrir
sus
gastos
y
los
de
su
familia
en
El
Alto.
En
la
cafetería
del
refugio,
había
otros
empleados
que,
a
veces,
eran
contratados
por
el
Club
para
vender
sus
productos
allá
arriba. Como
había
mucha
gente,
era
rentable.
Vendían
chocolate
caliente,
sándwich,
mates… Eran
comidas
sencillas,
fáciles
de
preparar,
y
que
podían
hacerse
hirviendo
el
mismo
hielo
del
glaciar.
No
podían
ofrecer
mucho
más
porque
llevar
la
comida
o
leña
a
esa
altura
desde
La
Paz
o
El
Alto
no
era
fácil.
En
especial
por
las
fuertes
nevadas
que
solían
tapar
la
carretera
o
hacerla
resbaladiza.
Era
un
trabajo
duro
y
vivir
en
la
montaña
no
era
sencillo.
Pero,
desde
la
primera
temporada
que
Samuel
pasó
en
el
Chacaltaya,
se
enamoró… Me
sentía
feliz.
Estar
en
esas
alturas.
Ver
buena
panorama
así…
Sobre
todo
porque
ya
ahí,
en
esas
primeras
semanas,
pudo
intentar
lo
que
siempre
había
querido:
esquiar.
Un
día
con
pocos
visitantes,
Samuel
le
pidió
prestados
a
su
papá
los
equipos
que
el
Club
Andino
Boliviano
tenía
para
alquiler
en
la
estación.
Su
papá
le
buscó
unas
botas,
esquís,
palos
y
un
casco…
Samuel
estaba
muy
emocionado,
aunque
no
tenía
claro
cómo
debía
ponerse
todo
ese
equipo. Cuando
la
primera
vez
me
he
puesto
los
esquís
tampoco
no,
no
sabía
cómo
apretar
las,
las
botas,
regular
los
esquís…Practicó
cómo
ajustar
las
fijaciones
que,
básicamente,
son
las
piezas
que
mantienen
a
la
persona
conectada
a
los
esquís.
Era
un
poco
complicado,
pero
estaba
emocionado. Feliz
me
sentía.
Solamente
en
la
primera
vez
cuando
me
he
puesto
las
botas
eran
más
o
menos
pesados.
Me
sentía
más
o
menos
incómodo,
¿no?
la
primera
vez
porque
no
estaba
acostumbrado. Cuando
se
paró
para
comenzar
a
ir
a
la
pista
de
esquí,
sentía
que
se
resbalaba.
Se
apoyaba
con
los
bastones,
pero
se
sentía
inseguro.
Sabía
que
tenía
que
tener
cuidado
para
no
caerse
y
golpearse
la
cabeza.
Hasta
que
finalmente
llegó
a
la
parte
más
plana
de
la
pista
y
comenzó,
de
a
poquito,
a
impulsarse
con
los
bastones
para
esquiar. Entonces
he
empezado
a
querer
dar
la
curva
al
otro
lado,
a
la
izquierda,
a
la
derecha…
Y
más
o
menos
ya
he
dominado.
Después
ya
me
ha
entrado
hay
un
lugarcito
que
se
llama
pista
de
tontos.
Llamaban
pista
de
los
tontos.La
llamaban
así
porque
era
más
plana
que
el
resto.
Perfecta
para
principiantes
como
él.
Pero
aunque
fuera
la
más
fácil,
igual
se
lastimó
la
rodilla
cuando
intentó
hacer
un
giro
a
la
izquierda
en
una
pequeña
curva.
Pero
eso
no
le
importó.
Esquió
una
media
hora
más
o
menos
y
se
resguardó
en
el
refugio
cuando
empezó
a
nevar.
Estaba
contento.
Quería
dedicarse
a
ello.Yo
pensaba
ser
también
así,
ser
mejor,
¿no?
Ser
campeón
de
esquí,
eso
pensaba.Durante
los
siguientes
tres
años,
Samuel
continuó
trabajando
con
su
papá.
En
su
tiempo
libre,
seguía
practicando
el
esquí,
perfeccionando
su
técnica
y,
de
hecho,
empezó
a
participar
en
campeonatos.
El
resto
del
tiempo
subía
a
las
cumbres,
trabajaba
en
la
limpieza
y
manejaba
el
ski
lift
para
los
esquiadores.
Disfrutaba
esta
nueva
rutina,
pero
cuando
cumplió
18,
tuvo
que
dejar
la
montaña.
Debía
presentarse
en
el
servicio
militar
de
forma
obligatoria.
Dos
años
después,
cuando
terminó,
volvió
a
su
casa
en
El
Alto
y
también
a
su
casa
en
la
montaña.
Siguió
practicando
el
esquí
y
participando
en
competencias.
Solía
bajar
a
El
Alto
con
frecuencia.
Ahí
conoció
a
la
que
se
convertiría
en
su
esposa.
Era
inicios
de
los
80s
y
Samuel
tenía
más
o
menos
23
años
cuando
se
casó.
Pronto
tuvieron
su
primer
hijo.
Ya
con
un
bebé
en
la
casa,
Samuel
se
dedicó
por
completo
a
trabajar
en
Chacaltaya
con
su
padre.
La
historia
de
ausencia
de
su
papá
cuando
él
era
niño
se
repitió
en
su
familia
recién
formada.
Samuel
no
bajaba
a
su
casa
en
El
Alto
por
semanas
y
solo
los
veía
una
vez
al
mes
por
pocos
días.
Él
y
su
padre
vivían
por
el
Chacaltaya.
Eran
el
Chacaltaya.
Hasta
enero
del
85.
Uno
de
esos
días,
la
batería
del
ski
lift
se
descargó.
Pasaba
cuando
hacía
muchísimo
frío.
Así
que
Samuel
tuvo
que
bajar
a
la
ciudad
de
El
Alto
para
dejarla
en
un
taller,
recogerla
al
día
siguiente,
y
volver
a
la
montaña.
Esa
noche
la
pasó
en
su
casa
con
su
familia.
Al
día
siguiente,
muy
temprano,
fue
a
retirar
la
batería
y
tomó
un
transporte
desde
El
Alto
hacia
el
Chacaltaya.
Esta
vez
le
acompañó
su
hermano
menor,
de
7
años,
que
llevaba
comida
para
ellos.
Poco
a
poco,
poco
a
poco,
estoy
subiendo
a
la
Pampa,
cuando
me
acerco
ya
más
nieve,
había…
Entonces
el
chofer
dijo
hasta
aquí
no
más,
más,
ya
no
puedo
porque
las
llantas
resbalaban
bastante. Samuel
se
bajó
del
auto
con
su
hermano
y
cargó
la
batería
en
su
espalda
lo
que
quedaba
de
camino.
Iba
equilibrando
el
peso
de
la
batería
cargando
un
rato
con
un
hombro
y
luego
con
el
otro.
Cuando
llegaron… Entro
al
refugio,
busco
a
mi
padre,
no
aparecía.
Entonces
entro
a
la
cocina.Y
tampoco
estaba
ahí.
Salió
al
parqueadero
y
vio
que
un
grupo
de
hombres
estaban
reunidos
cerca
de
un
borde
de
la
montaña…
Cuando
se
acercó,
vio
que
estaban
alzando
un
cuerpo.
No
podía
creerlo
cuando
vio
que
era
su
padre,
que
se
había
caído
por
la
ladera
debido
a
la
fuerte
neblina.
Uno
de
los
hombres
que
habían
ayudado
a
sacar
el
cuerpo
de
su
padre
se
acercó
a
Samuel
y
a
su
hermano
y
les
dijo: “Tranquilo
nomás.
Su
padre
ha
fallecido.
Pero
ustedes
no
van
a
llorar.
Tranquilo,
tranquilo,
está
durmiendo”,
así
nos
decía.
Para
que
mi
hermano
menor
no
se
asuste
todo,
¿no? Pero
su
hermano
se
dio
cuenta
de
lo
que
había
pasado
e
inmediatamente
se
puso
a
llorar.
Samuel
estaba
impactado,
asustado.
Como
estaba
nevando,
decidieron
meter
el
cuerpo
de
su
papá
al
refugio. Yo
le
he
tocado
su
cuerpo.
Y
seguramente
ese
momento,
ha
debido
pasar
el
accidente
porque
estaba
caliente. Ese
mismo
día,
cuando
pasó
la
nevada,
se
pusieron
a
hacer
rápidamente
los
trámites
para
bajar
el
cuerpo
de
su
padre.
Contrataron
un
transporte
desde
El
Alto
para
llevarlo
a
la
casa
para
velarlo.
Al
día
siguiente
lo
enterraron
en
el
Cementerio
General,
en
la
ciudad
de
La
Paz.
Los
del
Club
Andino
Boliviano
cancelaron
una
competencia
de
esquí
que
había
al
día
siguiente.
Samuel
recuerda
que
sacaron
anuncios
de
la
muerte
de
su
padre
en
el
periódico
y
en
las
radios.
Para
muchos,
su
padre,
Alfonso
Mendoza,
era
parte
fundamental
de
esa
comunidad
de
esquiadores.
Y
también
de
la
montaña.
Después
de
su
pérdida,
Samuel,
con
casi
25
años,
decidió
que
no
dejaría
su
puesto
desatendido.
Como
se
quedó
solo
trabajando
como
guardián,
cada
vez
podía
bajar
menos
a
El
Alto
a
ver
a
su
esposa,
a
su
primer
hijo,
y
los
otros
cuatro
que
vendrían
después.
Los
veía
una
vez
al
mes
y
se
quedaba
uno
o
dos
días
con
ellos.
A
veces
los
llevaba
con
él
a
la
montaña.
Lamentaba
estar
lejos,
pero
sentía
que
tenía
que
volver.
Y
ahí,
en
soledad
y
en
las
alturas,
Samuel
recordaba
a
su
padre
constantemente.
Yo
veía
de
arriba
hacia
abajo
la
carretera
y
no,
nunca
aparecía
mi
padre.
En
ese
momento
yo
era
triste,
tenía
ganas
de
llorar
sin
ver
a
mi
padre. Así
pasaron
los
años,
hasta
que
a
finales
de
los
90s,
por
ahí,
empezó
a
notar
cambios
en
la
montaña.
El
más
obvio
era
el
calor.
Ya
no
necesitaba
tanta
ropa
abrigada
en
su
día
a
día.
Pero
la
amenaza
se
hizo
más
evidente
una
mañana,
cuando
Samuel
vio
algo
inusual.Las
grietas
que
se
han
abierto
bastante
grande
en
la
pista
de
esquís.Y
de
esas
grietas…Estaba
corriendo
agua
nomás.
Mucha
agua.
Como
un
río
muy
fuerte,
con
mucho
ruido. Un
ruido
aterrador:
el
del
glaciar,
que
estaba
comenzando
a
derretirse.
Y
no
iba
a
parar
ahí.
Una
pausa
y
volvemos.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Soy
Daniel
Alarcón.
Antes
de
la
pausa,
conocimos
a
Samuel
Mendoza
y
los
mejores
años
de
la
estación
de
esquí
más
alta
del
mundo
en
el
glaciar
de
Chacaltaya.
Pero
para
los
años
90s,
Samuel
comenzó
a
notar
un
cambio
en
la
montaña:
el
glaciar
se
estaba
derritiendo.
Nuestra
productora
senior
Lisette
Arévalo
nos
sigue
contando. Esos
cambios
que
Samuel
comenzó
a
notar
con
más
frecuencia
se
debían
a
El
Niño.
Un
fenómeno
natural
atmosférico
causado
por
el
calentamiento
gradual
del
océano
Pacífico
y
que
influye
en
el
clima
de
varias
partes
del
mundo.
El
Niño
había
afectado
fuertemente
a
Bolivia
cuando
llegó
por
primera
vez
a
mediados
de
los
70s
y
fue
aún
peor
cuando
llegó
a
inicios
de
los
80s
y
cuando
volvió
a
golpear
a
Bolivia
a
finales
de
los
90s.
En
esa
época,
la
misma
en
que
Samuel
observaba
cambios,
el
Niño
alteró
el
ciclo
del
agua
en
el
país.
En
algunas
zonas
hubo
inundaciones,
mientras
que
en
otras,
como
la
del
altiplano
donde
está
Chacaltaya,
hubo
fuertes
sequías.
Eso,
claro,
causó
que
nevara
menos
en
la
cumbre
durante
el
invierno
boliviano.
Y,
por
lo
tanto,
no
había
suficiente
nieve
para
que
se
acumulara
sobre
el
glaciar
y
lo
protegiera
de
los
rayos
del
sol.
Así
que
cuando
el
hielo
del
glaciar
quedó
expuesto
a
la
radiación,
se
comenzó
a
derretir
de
a
poco.
Y
eso
provocó
otro
efecto
de
calentamiento
más.
Cuando
un
glaciar
se
derrite,
su
lengua
—que
es
la
marca
en
la
roca
que
delimita
lo
que
es
el
hielo
y
el
valle—
retrocede
y
la
roca
que
está
debajo
queda
expuesta.
Y
cuando
esa
roca
negra
recibe
los
rayos
del
sol,
también
calienta
todo
lo
que
está
a
su
alrededor.
Es
algo
que
se
conoce
como
efecto
de
borde.
Todo
esto
causó
que,
para
finales
de
los
90s
y
comienzos
de
los
2000,
el
glaciar
perdiera
irreversiblemente
la
mitad
de
su
espesor,
dos
terceras
partes
de
su
volumen
total
y
el
área
de
su
superficie
se
redujo
en
más
de
un
40%.
Y
Samuel
claro
que
notó
cómo
los
efectos
empeoraban. Ya
empezaba
a
hacer
mucho
calor
cada
octubre,
entre
noviembre
hacía
más
calor,
más
calor
y
corría
ya
mucha
agua.
Pucha
el
agua
como
río
bajaba
ya
hasta
abajo… Esos
ríos
y
ríos
de
agua
no
tardaron
en
afectar
la
pista
de
esquí.
En
lugar
de
ser
una
superficie
plana
y
lisa
para
los
esquiadores,
el
terreno
ahora
tenía
una
serie
de
lomas
y
rocas.
Cada
vez
era
más
peligroso
esquiar
en
esas
condiciones.
Así
que
las
laderas
del
Chacaltaya
comenzaron
a
quedar
vacías.
Atrás
quedó
la
época
en
que
se
veían
repletas
de
esquiadores
que
iban
a
los
campeonatos
de
esquí
nacionales
e
internacionales.
Y
para
el
2005,
eran
muy
pocos
los
que
seguían
deslizándose
sobre
sus
esquís.
Uno
de
ellos
era
Samuel. Todavía
seguía
esquiando,
pero
ya
no
se
podía
hacer
campeonatos
porque
corto
ya
era
la
pista.
En
el
2005
ya
había
la
mitad
del
glaciar
no
más.
La
mitad
de
la
montaña.Con
el
derretimiento
se
abrieron
grietas
cada
vez
más
profundas
en
la
pista.
Samuel
y
los
esquiadores
que
todavía
trataban
de
esquiar,
ponían
maderas
para
crear
una
especie
de
puente
para
cruzar
las
grietas.
Lo
veían
como
una
solución
temporal
porque
lo
que
más
querían
era
que
regresara
el
glaciar.
Era
un
escenario
devastador
que
hasta
perseguía
a
Samuel
en
sus
sueños.
En
mi
sueño
estaba
en
la
pista,
siempre
en
la
pista
de
esquí,
caminando
y
corría
mucha
agua,
corría
mucha
agua,
se
estaba
desgastando
todo. En
agosto
de
2006… Nosotros
hemos
hecho
un
ritual
andino
para
que
siga
nevando
con
los
del
Club
Andino.
Una
quema
así
para
que
los
achachilas
que
haiga
nevar,
que,
que,
haiga
nieve
así. Los
achachilas,
los
antepasados
que
habitan
las
montañas
y
que,
junto
con
la
Pachamama,
son
los
grandes
protectores
del
pueblo
aymara.
Compraron
una
mezcla
de
dulces,
lanas
de
color,
yerbas
y
hojas
de
coca
y
pusieron
todo
sobre
leña.
Lo
rociaron
con
alcohol
y
encendieron
el
fuego
para
quemarlo.
Pero
cada
año
el
glaciar
disminuía,
el
calor
aumentaba
y
la
pista
seguía
deteriorándose.
La
nieve
era
gris
y
los
deportistas
que
iban
dejaban
basura
tirada:
tubos
de
plástico,
papeles,
latas,
hierros
y
ganchos
de
escalar
corroídos.
Y
esa
basura,
a
su
vez,
atrapaba
la
radiación
solar,
producía
calor
y
empeoraba
aún
más
el
deshielo.
Para
Samuel,
la
situación
se
estaba
volviendo
insostenible.Ya
me
estaba
desesperando.
Y
sí,
no
va
a
haber
agua
de
dónde
voy
a
tener
para,
para
tomar
para
los
baños. Antes
Samuel
usaba
el
hielo
del
glaciar
para
recolectar
agua,
pero
con
el
derretimiento
y
la
contaminación
de
la
nieve
que
quedaba,
ya
era
imposible.
Por
esa
misma
época,
comenzó
a
llevar
agua
potable
desde
su
casa
en
El
Alto.
Tenía
que
sacar
de
su
bolsillo
para
pagar
el
transporte
porque,
como
cada
vez
iba
menos
gente,
el
Club
Andino
Boliviano
no
tenía
presupuesto
para
costear
esos
gastos
extras.
Samuel
no
dejaba
de
lamentarse
por
todo
lo
que
estaba
pasando
y
algunos
visitantes
compartían
su
tristeza.
Le
decían… «Qué
pena,
sí,
nuestra
montaña
se
está
quedando
sin
nieve.
Creo
que
se
va
a
empeorar»,
decían
otros.
Otros
decían:
«no
va
a
volver
a
nevar». Pero
también
se
encontraba
con
visitantes
que
no
parecían
darle
importancia
a
lo
que
estaba
pasando. Casi
no,
no
tomaban
mucho
en
cuenta
porque
como
ellos
viven
en
la
ciudad
y
tienen
todo,
agua,
todo
tienen.
Casi
no
sentían.Había
otros
que
decían
que
seguro
iba
a
nevar
y
todo
iba
a
volver
a
ser
como
antes.
Y
Samuel,
que
en
el
fondo
quería
agarrarse
de
cualquier
esperanza,
pensaba… Ojalá
también
puede
mejorar,
decía.
Pero
teníamos
esa
fe
de
que,
que
va
a
nevar,
pero
después
ha
empeorado
nomás,
ha
empeorado. Porque
lo
que
estaba
pasando
con
el
glaciar
formaba
parte
de
un
proceso
climático
de
décadas
y
que
no
ha
parado
hasta
ahora.
Las
primeras
señales
de
que
el
glaciar
de
Chacaltaya
estaba
disminuyendo
fueron
notadas
en
los
años
40s
por
un
grupo
de
científicos.
Diez
años
antes,
los
mismos
esquiadores
que
crearon
la
estación
y
la
visitaban
con
frecuencia,
tenían
intereses
científicos
e
instalaron
una
estación
meteorológica
y
un
observatorio
del
clima
en
la
cumbre
de
la
montaña.
Ahí,
de
manera
constante,
se
estudiaba
la
caída
de
la
nieve
y
el
deslizamiento
del
glaciar.
Además,
investigaban
cambios
en
el
clima
de
La
Paz,
a
28
kilómetros
de
distancia
del
Chacaltaya.
Ya
en
1945,
con
pocos
años
de
estudios,
desde
el
observatorio
se
pudo
notar
una
disminución
de
casi
un
metro
del
glaciar
y
un
gran
número
de
avalanchas.
Luego
pasó
lo
que
ya
dijimos
cuando
llegó
El
Niño
en
los
70s,
en
los
80s
y
a
finales
de
los
90s,
derritiendo
aún
más
el
glaciar.
Para
los
años
90,
en
la
época
en
que
El
Niño
estaba
afectando
más
a
Bolivia,
expertos
en
glaciología
comenzaron
a
analizar
y
medir
los
cambios
del
glaciar.
Utilizaron
años
de
información
recopilada
en
el
observatorio
del
clima
y
por
científicos
que
visitaban
la
montaña
como
registros
del
balance
de
la
masa,
mediciones
topográficas,
y
reconstrucciones
fotogramétricas…
Es
decir,
usaron
fotos
aéreas
tomadas
en
1940,
1963
y
1983
por
el
Servicio
Nacional
de
Aerofotogrametría
y
el
Instituto
Geográfico
Militar
de
Bolivia
para
ver
los
cambios
durante
esos
años.
Comparando
la
foto
de
1940
con
la
de
1963,
por
ejemplo,
se
veía
que
el
glaciar
se
había
reducido.
No
era
un
cambio
que
alertó
a
los
científicos,
pues
les
parecía
una
recesión
moderada.
Pero
al
comparar
esas
mismas
imágenes
con
las
de
los
años
80,
cuando
el
fenómeno
del
Niño
ya
se
estaba
intensificando,
vieron
que
había
disminuído
un
58%,
y
de
forma
acelerada.
La
rapidez
del
derretimiento
que
estaba
ante
los
ojos
de
Samuel
en
los
90
había
sido
una
continuación
de
ese
proceso.
Y
cuando,
en
el
2000,
el
grosor
del
hielo
se
redujo
a
menos
de
15
metros,
fue
que
los
científicos
del
Instituto
de
Hidráulica
e
Hidrología
de
la
Universidad
Mayor
de
San
Andrés
pronosticaron
una
fatalidad:
que
el
glaciar
iba
a
desaparecer
por
completo
en
15
años.
Es
decir,
en
el
2015.
El
cálculo
llegó
a
los
oídos
del
Club
Andino
Boliviano
y
de
Samuel. Y
yo
pensaba
igual
que
ellos
también,
como
decía
el
científico
que
va
a
desaparecer,
seguramente
desaparecerá.
Yo
me
sentía
ese
momento
triste.En
2007,
cuando
los
mismos
miembros
del
Club
se
dieron
cuenta
de
que
no
iba
a
haber
marcha
atrás,
intentaron
encontrar
soluciones.
Querían
hacer
una
pista
con
nieve
artificial
en
la
parte
de
abajo
de
la
montaña
llevando
máquinas
para
fabricar
nieve.
Para
lograrlo,
se
necesitaban
dos
cañones
—uno
de
aire
comprimido
y
otro
de
agua
a
presión—
que
debían
proyectarse
a
una
cierta
altura
y
a
una
determinada
temperatura…
Y
solo
podían
prenderse
de
noche
para
que
el
calor
del
sol
no
interfiriera
con
la
cantidad
de
nieve
que
se
producía.
Antes
de
instalar
toda
la
infraestructura,
Samuel
recuerda
que
se
hizo
un
pequeño
ensayo.
Agarraron
un
poco
de
agua
y
con
unas
pequeñas
máquinas
que
habían
conseguido
en
el
Club,
lograron
hacer
nieve.
Pero
había
varios
problemas.
Crear
nieve
artificial
era
un
proyecto
no
solo
ambicioso,
sino
muy
costoso
y,
además,
necesitaba
muchísima
agua.
Aquí
Samuel.
Es
muy
difícil
traer
agua
de
abajo.
Como
no
está
lloviendo,
no
está
nevando.
¿Con
qué
hago,
hacerlo
funcionar?
Por
eso
ese
proyecto
se
quedó
así
nomás. Además,
los
científicos
que
fueron
consultados
sobre
el
tema,
advirtieron
que
no
era
factible
hacer
algo
así
en
un
glaciar
tropical
como
Chacaltaya.
Ese
tipo
de
glaciares
responden
a
variables
climáticas
como
la
humedad,
la
nubosidad,
el
tipo
de
precipitación.
Crear
nieve
artificial
solo
resolvía
una
de
esas
variables:
la
cantidad
de
lluvia.
Las
otras
que
producían
el
deshielo
seguirían
ahí.
Además,
traer
agua
de
otros
lados
implicaba
trasladar
bacterias
que
eran
de
una
zona
diferente,
afectando
a
la
naturaleza
del
lugar.
Cuando
se
desechó
esta
idea,
también
se
pensó
en
crear
una
pista
de
esquí
con
una
lona
artificial.
Pero
instalar
una
de
300
metros
cuadrados,
habría
costado
unos
500
mil
dólares
en
ese
momento…
Así
que
esa
propuesta
también
se
quedó
estancada.
Ante
el
inminente
deshielo
y
la
falta
de
visitantes,
los
que
manejaban
el
restaurante
que
estaba
en
el
refugio
también
empezaron
a
irse.
Se
llevaron
los
muebles
que
tenían
y
todos
los
implementos
de
cocina.
En
2009,
el
Club
Andino
Boliviano
también
se
fue
y
cambió
su
sede
a
otro
lugar.
Se
dejó
de
hacer
mantenimiento
a
las
instalaciones,
simplemente
ya
no
había
ingresos
para
mantener
el
refugio
con
vida.
El
glaciar
estaba
muriendo
y
con
él
lo
que
alguna
vez
fue
la
pista
de
esquí
más
alta
del
mundo.
Aún
así
Samuel
seguía
ahí.
No
perdía
la
esperanza.
Estaba
decidido
a
no
dejar
la
montaña. Siempre
pedía
yo
cada
que
esté
así
nublándose
para
que
caiga
nieve.Y
sí,
la
nieve
volvía,
pero
solo
por
periodos
cortos.
Caía
y
rápidamente
se
derretía.
No
había
condiciones
para
que
se
volviera
a
cubrir
la
cumbre
con
hielo.
Y
así,
en
2009,
el
glaciar
de
Chacaltaya
desapareció.
Seis
años
antes
de
lo
que
habían
pronosticado
los
científicos
en
el
2001.
Y
aunque
se
sabía
cuáles
eran
las
condiciones
climáticas
que
habían
contribuido
al
deshielo,
en
ese
momento
no
se
sabía
a
ciencia
cierta
por
qué
había
desaparecido
tan
rápidamente. Bueno,
lo
que
ya
podemos
decir
con
certeza
es
que
la
contaminación
urbana
llega
hasta
Chacaltaya.Ella
es
Isabel
Moreno,
científica
boliviana
que
ha
estudiado
la
geología
de
los
glaciares.
Desde
hace
10
años,
desde
el
observatorio
de
la
Universidad
Mayor
de
San
Andrés
en
Chacaltaya,
investiga
el
cambio
climático,
los
aerosoles
y
los
gases
en
Bolivia.
Con
el
trabajo
que
ella
y
un
extenso
grupo
de
científicos
de
la
Universidad
ha
realizado,
han
podido
determinar
que
hay
efectos
directos
e
indirectos
en
los
glaciares
que
son
producidos
por
la
contaminación
del
aire.
Y
antes
de
entrar
en
la
explicación
que
me
dio
Isabel,
quiero
primero
explicar
qué
compone
el
aire
que
llega
a
la
montaña. Entonces
estas
partículas
se
llaman
aerosoles
y
son
pequeñitas,
menos
de
1/5
del
diámetro
de
un
cabello.
Chiquitísimas.
Así
que
estas
partículas
existen
en
la
naturaleza
por
emisiones
del
polvo,
volcánicas,
emisiones
de
los
hongos… Estas
partículas
existen
para
que
alrededor
de
ellas
se
condense
el
vapor
del
agua
que
está
en
el
aire
y
se
formen
nubes. Y
de
ahí,
pues,
pasan
muchas
cosas.
Estas
gotitas
se
pueden
encontrar
o
se
pueden
ir
a
una
zona
de
aire
frío
y
congelarse
y
caer
en
forma
de
nieve.
Así
que
se
necesita
esto
para
generar
precipitación. Pero
en
el
aire
también
están
las
partículas
que
generan
el
humo
industrial
o
los
vehículos
de
las
ciudades.
Y
esto
nos
lleva
al
primer
efecto
indirecto
que
tiene
la
calidad
del
aire
en
el
deshielo.
Porque
la
mezcla
de
estos
dos
tipos
de
partículas
—las
de
la
naturaleza
y
las
industriales—
hace
que
se
multipliquen
los
núcleos
de
condensación
en
el
aire. Entonces
el
vapor
de
agua
que
está
disponible
en
la
atmósfera,
que
es
el
mismo,
se
reparte
en
todos
estos,
pero
haciendo
gotitas
todavía
más
chiquitas.
Y
puede
ser
que
estas
gotitas,
de
ser
tan
chiquitas,
ya
no
se
encuentren
y
coagulen
y
crezcan,
¿no?,
y
formen
una
gota
grande,
gorda,
negra,
que
cae,
¿no?
Como
la
parte
baja
de
las
nubes
oscuras,
¿no?
Necesitas
gotas
grandes.
Como
son
muchas
chiquitas,
ya
son
como,
digamos,
ligeritas.
Entonces
el
viento
se
las
lleva,
se
lleva
la
nube,
se
lleva
la
humedad,
pero
ya
no
llega
a
precipitar.
No
llueve
y
tampoco
neva.
Y,
como
ya
dijimos
antes,
la
nieve
es
necesaria
para
cubrir
el
glaciar
y
protegerlo
de
la
radiación
solar.
El
segundo
efecto
indirecto
tiene
que
ver
con
cómo
estas
partículas
sucias
calientan
lo
que
está
a
su
alrededor
y
crean
un
efecto
de
isla
de
calor…
Un
fenómeno
causado
por
la
actividad
humana
que
incrementa
la
temperatura
de
las
ciudades. En
los
glaciares
que
están
más
cerca
de
las
ciudades
en
todos
los
Andes
puedes
tener
este
efecto,
¿no?
Al
tener
todas
estas
partículas
sucias,
se
calienta
el
aire
que
está
alrededor
del
glaciar
y
esto
genera
un
calentamiento
local,
¿no?
Como
cuando
uno
está
vestido
con
una
chaqueta
negra
y
se
pone
al
sol,
pues
calienta,
uno
se
calienta
y
lo
propio
las
partículas
se
calientan
y
alrededor
todo
lo
que
está
en
ellas,
el
aire
que
está
alrededor
de
ellas
se
calienta
y
eso
puede,
pues,
derretir
la
nieve
que
esté
alrededor. Y
luego
está
el
tercer
efecto
que
es
más
directo
y,
de
la
misma
manera,
tiene
que
ver
con
estas
partículas
de
la
contaminación
urbana.
Además
de
calentar
el
aire
alrededor
del
glaciar,
también
se
posan
sobre
la
nieve
y
la
ensucian. Van
sedimentando
y
quedan
encima
de
la
nieve.
Si
son
partículas
que
absorben
la
luz,
que
absorben
la
radiación,
el
glaciar
se
va
a
calentar
y
pues
se
va
a
derretir. Es
un
efecto
que
han
podido
observar
también
con
los
archivos
de
otros
glaciares
de
montañas
cercanas
al
Chacaltaya
como,
por
ejemplo,
el
icónico
Illimani. Y
se
observa
también
esto,
¿no?
Como
que
el
hielo
está
cada
vez
más
sucio.
En
los
últimos
decenios,
con
el
aumento
del
tráfico
vehicular,
el
crecimiento
urbano
se
ve
eso
muchísimo.A
estos
tres
efectos
que
tiene
el
aire
en
el
deshielo
del
glaciar
se
le
suman
lo
que
ya
explicamos
antes.
Toda
la
parte
glaciológica:
el
efecto
de
borde,
la
necesidad
de
la
nieve
fresca
en
ciertas
épocas
del
año,
el
efecto
del
fenómeno
de
El
Niño
y,
especialmente,
el
aumento
general
de
la
temperatura
del
planeta.
Y
hay
un
último
factor
que
Isabel
me
dijo
que
se
debe
tomar
en
cuenta
al
hablar
de
los
glaciares:
la
Amazonía
porque
su
conexión
los
hace
existir
a
ambos.Los
Andes
existen
porque
existe
la
Amazonía
también
la
nieve
que
le
llega
a,
a
Los
Andes
centrales,
a
Bolivia,
Perú
viene
de
la
Amazonía.
Es
aire
del
Océano
Atlántico
que
se
ha
transportado
a
través
del
bosque
amazónico
hasta
los
Andes
y
esa
es
la
nieve
que
tenemos.
Entonces
si
es
que
no
hay
un
cambio
tampoco
en
las
prácticas
amazónicas,
en
la
deforestación
o
las
quemas
terribles
que,
que
existen
todos
los
años,
ahí
también
están
amenazados
los
glaciares. Y,
por
lo
tanto,
también
se
pierde
mucho
a
nivel
ecosistema. Por
ejemplo,
se
pierde
una
fuente
de
agua
en
época
seca
para
alimentar
los
bofedales,
las
turberas
de
la
montaña. Que
son
un
tipo
de
humedal
que
acumula
superficialmente
agua.Y
estas
turberas
tienen
muchas
funciones.
Son
como
una
esponja
gigante
que
permite
que
el
agua
que
llueve
entre
hasta
la
napa
freática
que
se
recarga
en
las
aguas
subterráneas
que
utilizan
muchas
personas.Las
napas
o
capas
freáticas
se
encuentra
a
una
leve
profundidad
del
nivel
del
suelo.
Y,
como
dice
Isabel,
estas
napas
que
acumulan
agua
subterránea
son
las
que
alimentan
a
las
personas
de
agua
dulce
a
través
de
pozos,
por
ejemplo.
Y
las
turberas
que
alimentan
la
napa
freática… También
sostienen
el
pastoreo,
por
ejemplo
de
llamas,
de
alpacas,
de
ovejas.
Y
cuando
ya
no
puedes
mantener
vivo
este
ecosistema,
ya
no
puedes
mantener
pastoreo,
ya
no
puedes
tener
sustento
para
las
comunidades
que
viven
allá.Entonces
la
gente
que
vive
en
esas
comunidades
comienza
a
migrar
a
la
ciudad.
Y
a
su
vez,
las
ciudades
también
se
ven
afectadas
porque
sin
las
aguas
del
deshielo
glacial,
se
pone
en
riesgo
el
abastecimiento
de
agua
potable
y
la
energía
hidroeléctrica
en
ciudades
grandes
como
El
Alto
y
La
Paz.
Aunque
en
teoría
los
glaciares
se
podrían
reemplazar
de
forma
indirecta
con
represas
de
agua
para
abastecer
a
las
ciudades,
los
glaciares
son
una
reserva
de
agua
importantísima
en
todo
el
mundo.
Su
retroceso
significa
que
hay
menos
agua
para
abastecer
los
ríos
y
lagos,
poniéndolos
en
riesgo
de
secarse.
Y
si
bien
no
hay
un
río
que
corre
directamente
desde
el
Chacaltaya
hacia
las
ciudades,
hay
ríos
emblemáticos
de
la
ciudad
de
La
Paz
que
nacen
cerca
del
Chacaltaya
y
se
van
alimentando
en
el
camino.
Y,
finalmente,
cuando
un
glaciar
se
derrite
puede
causar
daños
a
comunidades
cercanas. Pueden
generarse
estos
lagos.
Y
si
hay
alguna
comunidad
aguas
abajo,
puede
estar
en
riesgo
de
que
estos
lagos
que
se
forman
por
el
derretimiento
glaciar
en
la
en
la
punta,
en
el
borde
del
glaciar,
desborden
y
generen
daños
a
la
población
que
está
allá
abajo. No
pasó
con
el
Chacaltaya,
pero
en
otra
parte
de
Bolivia,
en
2009,
cuando
una
laguna
glaciar
en
la
región
de
Apolobamba
se
desbordó
y
destruyó
caminos,
mató
ganados,
arrasó
cultivos
y
dejó
aislada
a
la
población
de
Keara
durante
meses. Entonces
es
como
una
cadena
de
desastres
que
pueden
ocurrir.
Entonces
está
muy
seco
todo.
Cuando
llueve
no
penetra
el
agua,
sólo
se
escurre
y
hay
escasez
de
agua.
Entonces
es
como
un
ciclo
perverso
que
se
puede
generar. Esto
crea
todo
un
proceso
de
adaptación
a
una
realidad
sin
glaciares.
Y
mientras
algunas
personas
ven
oportunidades
en
ello,
como
la
explotación
de
la
piedra
que
está
debajo
de
los
glaciares,
bien
sea
para
minería
o
para
utilizarla
para
construcción,
otras
sufren
otro
tipo
de
consecuencias.
Isabel
me
dijo
que
hay
algo
más
que
pasa
cuando
desaparece
un
glaciar.
Algo
intangible. Es
un
dolor
colectivo.
Es
un
luto.
Que
cuesta
mucho
porque
cambia
todo
tu
contexto.
Las
personas
que
están
más
cerca
o
que
tienen
vista,
digamos,
desde
su
ventana
a
un
glaciar,
cuando
lo
ven
desaparecer
o
cuando
ya
lo
ven
morir
no,
no,
no
te
puedes
sentir
bien.
No,
no
puedes
ignorarlo.
Entonces
te
genera
algo
por
dentro
que
puede
ser
muy
fuerte
o
angustiante.Así
mismo,
angustiante,
es
como
lo
siente
Samuel.
:
Sin
nieve
ya
es
una
pena.
Es
como
para
llorar.
Es
como
un
lugar
abandonado.
Así
se
ve
hasta
de
lejos.Cuando
el
glaciar
desapareció
por
completo
en
2009,
la
estación
de
esquí
cerró
oficialmente.
La
casa
del
motor
y
la
casa
donde
se
reunían
todos
los
esquiadores
se
quedaron
en
la
cumbre,
rodeadas
de
tierra
y
piedras.
El
Club
Andino
Boliviano
sigue
siendo
el
propietario
del
terreno,
pero
ya
no
es
la
sede
oficial.
Samuel
me
dijo
que
consideró
irse
de
la
montaña
y
dedicarse
a
otra
cosa.
Pero
en
ese
entonces
estaba
llegando
a
sus
50
años
y
no
creía
que
sería
fácil
conseguir
otro
trabajo.
Le
faltaban
solo
unos
8
años
para
jubilarse,
y
ya
no
se
quedaba
tanto
tiempo
ahí
arriba
sino
que
bajaba
con
más
frecuencia
a
su
casa
en
El
Alto.
Así
que
llegó
a
un
acuerdo
con
el
Club
Andino
Boliviano
para
no
perder
sus
aportes
a
la
seguridad
social.
Gracias
a
eso,
ahora
Samuel
forma
parte
del
directorio
del
club
como
secretario
de
obras
y
transportes.
Un
título
honorario
de
cierta
manera
porque
no
recibe
ningún
tipo
de
remuneración
por
ello.
En
2018,
por
la
falta
de
agua
dejó
de
vivir
en
la
montaña
por
completo.
Ya
han
pasado
14
años
desde
que
el
glaciar
y
lo
que
le
daba
vida
a
la
montaña
desapareció.
Y,
aún
así,
Samuel
no
ha
dejado
de
subir
y
cuidar
el
refugio
fantasma.Yo
estoy
subiendo
por
amor
al
Chacaltaya.
Como
he
vivido
también
ahí
entonces
por
eso
también
estoy
subiendo
para
ver
la
cabaña.Sube
unas
tres
veces
a
la
semana.
A
veces
lo
hace
caminando
por
la
carretera
desde
la
base
del
Chacaltaya.
Otras
veces
pide
aventones
a
los
autos
que
pasan
por
ahí
o
a
los
mismos
mineros.
Lo
suele
acompañar
su
hermano
mayor,
Adolfo,
que
en
los
últimos
años
de
funcionamiento
de
la
estación
de
esquí
también
trabajó
ahí
con
Samuel.
Ahora
los
dos
se
dedican
a
recibir
a
los
pocos
turistas
que
suben
al
Chacaltaya
y
les
cobran
una
entrada
de
15
bolivianos,
unos
dos
dólares
americanos.
Pero
claro,
las
visitas
no
son
nada
de
lo
que
eran
antes. La
gente
va
ahora
para
ver
la
vista,
para
ver
cómo
se
sienten
físicamente
en
la
altura.
Se
quedan
por
lo
menos,
dos
horitas
nomás. Lo
que
antes
era
un
viaje
especial
solo
para
visitar
Chacaltaya,
ahora
se
ha
convertido
en
nada
más
que
un
lugar
para
ver
de
paso.
Pero
ahí
está
Samuel,
listo
para
ofrecerles
un
de
coca
o
sándwiches
y
contarles
anécdotas
de
cómo
era
el
glaciar
antes.
A
veces
les
muestra
fotos
de
los
esquiadores
que
tienen
enmarcadas
y
colgadas
en
las
paredes.
El
dinero
que
él
y
su
hermano
recolectan
cobrando
la
entrada
no
es
mucho.
Pero
les
sirve
para
reunir
suficiente
dinero
para
reparar
las
constantes
goteras,
comprar
materiales
como
calaminas
para
el
techo,
y
arreglar
las
ventanas
que
a
veces
son
destrozadas
por
los
fuertes
vientos.
Samuel
también
ha
llevado
algunos
muebles
como
mesas
y
sillas
para
que
el
refugio
se
vea
en
mejores
condiciones.
Es
un
trabajo
duro
que
con
el
tiempo
le
ha
pasado
factura.
De
tanta
caminata
montaña
arriba
ahora,
a
sus
63
años,
se
lesionó
la
rodilla.
Es
algo
que
le
preocupa,
sobre
todo,
a
su
esposa. Ya
no
me
quería
mandar
porque
ha
visto
el
sacrificio
que
yo
hago.
Caminando,
subiendo,
bajando.
“Entonces
ya
no
tienes
que
ir»,
me
decía.
Pero
yo
por
lo
que
amo
a
la
montaña,
yo
decía
“no,
tengo
que
seguir
yendo
porque
¿si
no
voy,
quién
va
a
ir
a
ver
ahí
arriba?”,
el
decía. Siente
que
no
puede
abandonar
esa
montaña
que,
de
cierta
manera,
lo
vio
crecer.
Donde
aprendió
a
esquiar.
Donde
pasó
tantos
años
con
su
padre
trabajando
y
el
lugar
donde
lo
vio
vivo
por
última
vez. Significa
para
un
lugar
donde
puedes
sentirte
mucho
mejor,
¿no?
Con
mucha
fuerza,
con
mucha
energía.
Como
mi
hogar
y
una
fuente
de
energía,
eso
me
significa.
Samuel
se
alimenta
de
la
montaña,
y
la
montaña
se
alimenta
de
él.
Porque
si
no
fuera
porque
la
sigue
cuidando,
estaría
aún
más
abandonada.
A
veces
tiene
pequeños
momentos
de
dicha
cuando
ve
que
cae
un
poco
de
nieve
alguna
que
otra
mañana.
Pero
cuando
horas
más
tarde
se
derrite,
otra
vez
se
siente
triste.
Y
a
pesar
de
todo,
Samuel
sigue
guardando
cierta
esperanza
de
que
la
montaña
pueda
volver
a
ser
lo
que
alguna
vez
fue.
:
Si
hay
una
esperanza
es
que
puede
volver
a
nevar.
Pero
no
será
muy
pronto,
pero
algún
día
volverá
a
nevar.
Y
tal
vez
yo
ya
no
la
voy
a
ver.
Pero
ojalá
tengamos
nieve. Pero
que
para
que
regrese
la
nieve
al
Chacaltaya
y
a
tantos
otros
glaciares
que
han
desaparecido
en
el
mundo,
no
solo
queda
esperar.
Toca
actuar.
Y
cada
vez
tenemos
menos
tiempo. Lisette
Arévalo
es
productora
senior
de
Radio
Ambulante
y
vive
en
Quito,
Ecuador.
Esta
historia
fue
editada
por
Camila
Segura,
Natalia
Sánchez
Loayza
y
por
mí.
Bruno
Scelza
hizo
el
factchecking.
El
diseño
de
sonido
es
de
Andrés
Azpiri
y
Ana
Tuirán,
con
música
de
Ana.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Paola
Alean,
Pablo
Argüelles,
Aneris
Casassus,
Diego
Corzo,
Emilia
Erbetta,
Rémy
Lozano,
Selene
Mazón,
Juan
David
Naranjo,
Ana
Pais,
Melisa
Rabanales,
Natalia
Ramírez,
Barbara
Sawhill,
David
Trujillo,
Elsa
Liliana
Ulloa
y
Luis
Fernando
Vargas.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
es
un
podcast
de
Radio
Ambulante
Estudios,
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
de
Hindenburg
PRO.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
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: Esto es Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón. Eran los años 70 y a cinco mil trescientos metros sobre el nivel del mar, en la montaña Chacaltaya, en Bolivia, hacía muchísimo frío. Su triple cumbre estaba cubierta de nieve y el viento helado era constante y soplaba fuerte. Ahí arriba, en el imponente glaciar que miraba hacia la ciudad de El Alto, estaba la estación de esquí más alta del mundo. Entonces era la panorama era muy blanco, nomás toda la montaña, blanquito, era muy bonito y les gustaba a los visitantes.Él es Samuel Mendoza, de 63 años. Trabajó con su padre, Alfonso, en la estación de esquí desde que tenía unos 15. Los dos pasaban semanas enteras ahí arriba, en la montaña. Y solo bajaba una o dos veces al mes a su casa en la ciudad de El Alto, a más o menos una hora de distancia. Así, Samuel se acostumbró a vivir en ese mundo, en ese ambiente helado. La clima era bastante frío. Ponías un balde de agua, rápido se había de congelar. Casi todo el año se podía esquiar. todo el año. Había bastante nieve. Trabajo no le faltaba. Se encargaba, principalmente, de operar el ski lift, el medio de transporte en el que los esquiadores subían desde la cabaña donde estaba el motor hasta la cumbre para, desde ahí, hacer el descenso por las laderas del glaciar. Este estaba compuesto por solo tres elementos: un cable de acero larguísimo, postes instalados en la pista de esquí y poleas. Durante el año llegaban esquiadores de todo tipo: novatos y profesionales. Venían de diferentes ciudades de Bolivia y de todas partes del mundo: Brasil, Italia, Alemania, Estados Unidos, Francia… La pista llegó a ser el lugar de práctica del equipo olímpico de esquí boliviano. Y ahí mismo se realizaron campeonatos sudamericanos. Samuel casi siempre estaba en la cabaña del motor. Otras veces solía atender a los visitantes en el refugio que había ahí arriba: una cabaña cómoda y caliente con chimenea, mesitas y sillas para descansar. Además había una pequeña cafetería donde vendían bebidas y comida. Era un ambiente ameno que no solo atraía a los esquiadores. Samuel recuerda que la gente que visitaba el lugar hacía todo tipo de actividades. Hacían muñecos de nieve, alzaban un poco de nieve, entonces hacían como… comían como helado. Se llevaban refresco y con ese mezclaban para que tenga el color. Una Coca-Cola, así…Jugaban a guerra de bolas de nieve, se acostaban en el suelo y hacían figuras con sus cuerpos. Y algunos subían en la primer pico y ahí bajaban deslizándose con plásticos. Y algunos, como trineo también se iban toda la carretera, bajaban con trineos. Algunos llevaban llantas de goma grandes, se subían en ellas y se deslizaban desde una de las cumbres del glaciar. Otros llevaban su comida para hacer picnics o caminaban por las rutas que había cerca del refugio. A Samuel le encantaba estar ahí. Era un lugar lleno de vida. Parecía que el sonido de la gente conversando, de las risas, de los esquís sobre la nieve nunca se iba a acabar. Las visitas decían estas nieves son eternas, nunca se nos van a perder. La pista de esquí siempre va a ser hasta el último. Estos son nuestras montañas, son eternos.Pero todo lo que le daba vida a la montaña Chacaltaya estaba en riesgo de desaparecer. Una breve pausa y volvemos. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Nuestra productora senior, Lisette Arévalo, nos sigue contando. Desde que Samuel tenía unos 8 años, soñaba con estar rodeado de nieve. Descubrió el esquí un día que estaba visitando a su abuela, que vivía al lado de su casa, en la ciudad de El Alto. Entonces ella me mostraba: “Tengo una revista esquiando y aquí voy a mostrarte una persona esquiar”. Yo a mi abuela decía: «¿Dónde es esta montaña?» Y ella me decía: «Chacaltaya». En aymara, Chacaltaya quiere decir “puente frío” o “puente de vientos”, por sus fuertes corrientes de aire y por el glaciar que cubría su cumbre. Comparado con otros glaciares, la masa de hielo era considerada pequeña, pero no por eso era menos cautivadora para los deportistas de alta montaña. Como para Raúl Posnansky, el ingeniero que construyó la estación de esquí en los años 30. Nacido en Reino Unido en 1913, Posnansky llegó a Bolivia en brazos de sus padres, cuando se instalaron ahí por el trabajo de su papá, un ingeniero naval y comerciante de caucho austriaco. Raúl era el mayor de los cuatro hijos y se convirtió en ingeniero hidráulico y militar. No es muy claro cuándo o cómo comenzó a apasionarse por las montañas y el esquí, pero era un entusiasta del deporte desde que era joven. Y, en los años 30, fue él quien vio el potencial que tenía Chacaltaya para convertirse en un destino para los esquiadores. Contrató gente para transportar los materiales del albergue y del ski lift, incluido un motor. Construyó las primeras cabañas e, incluso, para facilitar la llegada hasta el glaciar, construyó una carretera que iba desde los 4,500 hasta los 5,300 metros de altura. En esa época no se practicaba mucho este deporte en Bolivia, pero con la estación y el ski lift funcionando, rápidamente ganó popularidad entre la clase media y alta de La Paz. Además que, a diferencia de otros nevados en el país, el Chacaltaya estaba cerca de la ciudad, a más o menos una hora y media. Y así fue como en 1939 Raúl y un grupo de deportistas inauguraron el Club Andino Boliviano. Era un espacio de encuentro para todos los aficionados a las actividades de montaña. Un par de años más tarde, Raúl logró que el congreso boliviano aprobara una ley fiscal que daba a la Federación de Esquí y Alpinismo —fundada por él mismo— un uno por ciento de las facturas hoteleras de Bolivia. Con ese dinero, él y sus compañeros de esquí construyeron una cabaña más alta, cerca de la cumbre. También compraron dos buses y un nuevo motor para el ski lift. La idea de Raúl se convirtió en todo un éxito. Tanto, que por esos mismos años, el Club Andino Boliviano organizó el primer campeonato de esquí sudamericano con participantes de Argentina y Chile. Y a finales de los 40 hasta se creó el primer equipo nacional de esquí boliviano, que participaría en campeonatos internacionales, regionales y, años después, en olimpiadas. Con el pasar de los años el deporte siguió ganando popularidad y cada vez más gente de La Paz lo practicaba. Ya para finales de los años 60, cuando de niño Samuel vio la foto del esquiador en la revista de su abuela, el esquí dejó de ser algo desconocido para el resto de los bolivianos. Y Samuel comenzó a imaginarse en medio de la nieve. Entonces en la revista yo vi una persona haciendo un descenso, cargando su mochila, todo. Y yo decía: “Algún día voy a conocer y voy a ser así como él también haciendo un descenso”, decía. No parecía un sueño descabellado. Toda su vida había crecido viendo al Chacaltaya. Sentía que la montaña estaba cerca, al alcance de sus manos, y que ir no sería tan difícil. En especial porque su padre ya trabajaba en la estación de esquí con el Club Andino Boliviano. Y a esa edad ni se puso a pensar en que para esquiar necesitaría el equipo: las botas, los esquís, los bastones, la ropa, las gafas… Algo que era muy caro para sus padres. Tenían cinco hijos, Samuel era el del medio, y no es que su papá ganara mucho en su trabajo en el refugio. En esa época los visitantes pagaban muy poquito por entrar, solo 10 centavos de dólar. Y quienes quisieran podían pagar una cuota mensual para ser socios del Club Andino Boliviano y usar las instalaciones indefinidamente. Lo recolectado alcanzaba para pagarle al padre de Samuel, pero también para costear los gastos del mantenimiento de las instalaciones y de la carretera. Trabajaba solo. Era el único único guardián permanente del establecimiento en las alturas. Y como tenía que cuidar la estación, se podría decir que el papá de Samuel vivía allá arriba porque, como se mencionó, solo bajaban dos veces al mes a El Alto a ver a su familia. Y cuando bajaba, se quedaba solo un día, porque no podía dejar el refugio abandonado. Una de esas veces, Samuel le contó lo que había visto en la revista y que quería ser esquiador. Mi papá también me apoyaba: «Sí, tienes que aprender, hijo», me decía.Pero a sus 8 años todavía no era momento para eso. Su papá le explicó que el Chacaltaya no estaba tan cerca como parecía desde la ventana de su casa y que no podía llevarlo con él a la montaña durante semanas. Samuel era muy pequeño y tenía que seguir sus estudios en la escuela. Así que se quedaba en casa con su madre y sus cuatro hermanos… Y con la promesa de que, algún día, iría con su padre a la montaña. A Samuel no le molestó tener que quedarse y esperar a que llegara el día de ir a la nieve. Era un niño curioso, activo y le gustaba estudiar. Pero nada superaba a su más grande fijación: las montañas. Y no solo Chacaltaya. También se había interesado por el montañismo como deporte y soñaba con conocer otra de las montañas nevadas que se veían desde su casa en El Alto: el Huayna Potosí. Pocas cosas ocupaban tanto su cabeza como la Cordillera Real boliviana. Yo quería llegar pronto, ¿no? A esos lugares… quería hacer muñecos de nieve. Esquiar. Más que todo esquiar en la montaña. Todas esas cosas pensaba en mi mente, ¿no?La espera terminó cuando cumplió 15 años, en 1975. Sus papás ya no tenían suficiente dinero para que Samuel continuara estudiando. No les alcanzaba para comprar todos los materiales que les pedían. Así que a tan solo dos años de terminar el colegio, tuvo que salirse. Samuel no discutió. Entendía la situación familiar. Pero ni él ni su papá querían que se quedara sentado en la casa. Así que su papá lo invitó a trabajar con él y Samuel aceptó contento. La primera vez que Samuel subió al Chacaltaya, su padre y él salieron de la casa a las 6 de la mañana. Como solía hacer su papá algunas veces, se subieron al minibus que transportaba a los mineros. En Chacaltaya había —y sigue habiendo— varias minas de explotación de distintos minerales. Después de un poco más de una hora de trayecto, llegaron a una estación y ahí comenzaron a caminar cuesta arriba por la carretera. Caminamos varios kilómetros. Poco a poco, poco a poco, me cansé yo y llegamos ahí y me ha hecho frío ese día.Igual iba abrigado. Ya su papá conocía bien ese frío y lo había preparado con una buena chaqueta, botas de goma, guantes y gafas para proteger sus ojos de la nevada o del reflejo del sol sobre la nieve. Cuando se fueron aproximando a la estación de esquí, Samuel vio de lejos una cabaña de estilo alpino: paredes de madera y techo en forma triangular. Estaba en uno de los bordes de la montaña. Ahí funcionaba el refugio donde los visitantes solían resguardarse para tomar un mate de coca y comer. Miró a su alrededor y se impresionó. Todo era blanco. Cuando he conocido por primera vez la nieve para mí ha sido un lugar muy bonito la montaña con bastante nieve. Yo ese día me sentí muy alegre y muy feliz.Llegaron alrededor de las 10 de la mañana. Entraron a una cabaña de madera donde estaba el motor del ski lift y el dormitorio donde su papá pasaba las noches. Era pequeño y no había más que la cama donde dormirían los dos. Como Samuel no estaba aclimatado a estar a más de cinco mil metros sobre el nivel del mar, comenzó a sentir mal de altura enseguida. Le dolía la cabeza, tenía ganas de vomitar, así que se quedó descansando. Al día siguiente se despertó sintiéndose mejor. Salió de la cabaña y miró a su alrededor. Muy bonito, casi cerca al cielo ya. Puedes ver otras cordilleras de más allá, ¿no? Huayna Potosí, Condoriri, Ancohuma, Lago Titicaca al otro lado se ve. También se ve el Sajama, el nevado más alto del país, una parte de la ciudad del Alto y otra parte de la ciudad de La Paz. Samuel se sentía en las nubes. Enseguida su papá le pidió que lo ayudara a manejar el ski lift. Le dio indicaciones como que debía poner agua y gasolina en el motor y mantenerlo prendido desde las 9 hasta las 5, para que los esquiadores pudieran subirse cuando quisieran. Era un trabajo que requería mucha concentración y responsabilidad, porque si no manejaban bien el motor, los esquiadores podrían accidentarse. Así que, a veces, ni siquiera podían parar para comer. Especialmente los fines de semana, que era cuando había más gente. Entre semana, en cambio, quienes más visitaban la montaña eran los andinistas que iban con guías turísticos a practicar escalada, a hacer trekking por algunas rutas o para subir a alguna de las cumbres para tomar fotos del paisaje. En esos días que no había esquiadores, Samuel se encargaba de hacerle mantenimiento al cable del ski lift, engrasar las poleas, y a veces desenterrar el cable que solía quedarse debajo de las nevadas fuertes. Según Samuel, él y su papá eran los únicos que trabajaban todo el año y directamente para el Club Andino Boliviano. Así que además de operar el ski lift, se encargaban también de limpiar todas las instalaciones, los baños, la cafetería y el refugio donde había camas para que los deportistas pudieran pasar la noche o descansar. Recibían un sueldo por todo este trabajo. No era mucho, no les alcanzaba ni para cubrir sus gastos y los de su familia en El Alto. En la cafetería del refugio, había otros empleados que, a veces, eran contratados por el Club para vender sus productos allá arriba. Como había mucha gente, era rentable. Vendían chocolate caliente, sándwich, mates… Eran comidas sencillas, fáciles de preparar, y que podían hacerse hirviendo el mismo hielo del glaciar. No podían ofrecer mucho más porque llevar la comida o leña a esa altura desde La Paz o El Alto no era fácil. En especial por las fuertes nevadas que solían tapar la carretera o hacerla resbaladiza. Era un trabajo duro y vivir en la montaña no era sencillo. Pero, desde la primera temporada que Samuel pasó en el Chacaltaya, se enamoró… Me sentía feliz. Estar en esas alturas. Ver buena panorama así… Sobre todo porque ya ahí, en esas primeras semanas, pudo intentar lo que siempre había querido: esquiar. Un día con pocos visitantes, Samuel le pidió prestados a su papá los equipos que el Club Andino Boliviano tenía para alquiler en la estación. Su papá le buscó unas botas, esquís, palos y un casco… Samuel estaba muy emocionado, aunque no tenía claro cómo debía ponerse todo ese equipo. Cuando la primera vez me he puesto los esquís tampoco no, no sabía cómo apretar las, las botas, regular los esquís…Practicó cómo ajustar las fijaciones que, básicamente, son las piezas que mantienen a la persona conectada a los esquís. Era un poco complicado, pero estaba emocionado. Feliz me sentía. Solamente en la primera vez cuando me he puesto las botas eran más o menos pesados. Me sentía más o menos incómodo, ¿no? la primera vez porque no estaba acostumbrado. Cuando se paró para comenzar a ir a la pista de esquí, sentía que se resbalaba. Se apoyaba con los bastones, pero se sentía inseguro. Sabía que tenía que tener cuidado para no caerse y golpearse la cabeza. Hasta que finalmente llegó a la parte más plana de la pista y comenzó, de a poquito, a impulsarse con los bastones para esquiar. Entonces he empezado a querer dar la curva al otro lado, a la izquierda, a la derecha… Y más o menos ya he dominado. Después ya me ha entrado hay un lugarcito que se llama pista de tontos. Llamaban pista de los tontos.La llamaban así porque era más plana que el resto. Perfecta para principiantes como él. Pero aunque fuera la más fácil, igual se lastimó la rodilla cuando intentó hacer un giro a la izquierda en una pequeña curva. Pero eso no le importó. Esquió una media hora más o menos y se resguardó en el refugio cuando empezó a nevar. Estaba contento. Quería dedicarse a ello.Yo pensaba ser también así, ser mejor, ¿no? Ser campeón de esquí, eso pensaba.Durante los siguientes tres años, Samuel continuó trabajando con su papá. En su tiempo libre, seguía practicando el esquí, perfeccionando su técnica y, de hecho, empezó a participar en campeonatos. El resto del tiempo subía a las cumbres, trabajaba en la limpieza y manejaba el ski lift para los esquiadores. Disfrutaba esta nueva rutina, pero cuando cumplió 18, tuvo que dejar la montaña. Debía presentarse en el servicio militar de forma obligatoria. Dos años después, cuando terminó, volvió a su casa en El Alto y también a su casa en la montaña. Siguió practicando el esquí y participando en competencias. Solía bajar a El Alto con frecuencia. Ahí conoció a la que se convertiría en su esposa. Era inicios de los 80s y Samuel tenía más o menos 23 años cuando se casó. Pronto tuvieron su primer hijo. Ya con un bebé en la casa, Samuel se dedicó por completo a trabajar en Chacaltaya con su padre. La historia de ausencia de su papá cuando él era niño se repitió en su familia recién formada. Samuel no bajaba a su casa en El Alto por semanas y solo los veía una vez al mes por pocos días. Él y su padre vivían por el Chacaltaya. Eran el Chacaltaya. Hasta enero del 85. Uno de esos días, la batería del ski lift se descargó. Pasaba cuando hacía muchísimo frío. Así que Samuel tuvo que bajar a la ciudad de El Alto para dejarla en un taller, recogerla al día siguiente, y volver a la montaña. Esa noche la pasó en su casa con su familia. Al día siguiente, muy temprano, fue a retirar la batería y tomó un transporte desde El Alto hacia el Chacaltaya. Esta vez le acompañó su hermano menor, de 7 años, que llevaba comida para ellos. Poco a poco, poco a poco, estoy subiendo a la Pampa, cuando me acerco ya más nieve, había… Entonces el chofer dijo hasta aquí no más, más, ya no puedo porque las llantas resbalaban bastante. Samuel se bajó del auto con su hermano y cargó la batería en su espalda lo que quedaba de camino. Iba equilibrando el peso de la batería cargando un rato con un hombro y luego con el otro. Cuando llegaron… Entro al refugio, busco a mi padre, no aparecía. Entonces entro a la cocina.Y tampoco estaba ahí. Salió al parqueadero y vio que un grupo de hombres estaban reunidos cerca de un borde de la montaña… Cuando se acercó, vio que estaban alzando un cuerpo. No podía creerlo cuando vio que era su padre, que se había caído por la ladera debido a la fuerte neblina. Uno de los hombres que habían ayudado a sacar el cuerpo de su padre se acercó a Samuel y a su hermano y les dijo: “Tranquilo nomás. Su padre ha fallecido. Pero ustedes no van a llorar. Tranquilo, tranquilo, está durmiendo”, así nos decía. Para que mi hermano menor no se asuste todo, ¿no? Pero su hermano sí se dio cuenta de lo que había pasado e inmediatamente se puso a llorar. Samuel estaba impactado, asustado. Como estaba nevando, decidieron meter el cuerpo de su papá al refugio. Yo le he tocado su cuerpo. Y seguramente ese momento, ha debido pasar el accidente porque estaba caliente. Ese mismo día, cuando pasó la nevada, se pusieron a hacer rápidamente los trámites para bajar el cuerpo de su padre. Contrataron un transporte desde El Alto para llevarlo a la casa para velarlo. Al día siguiente lo enterraron en el Cementerio General, en la ciudad de La Paz. Los del Club Andino Boliviano cancelaron una competencia de esquí que había al día siguiente. Samuel recuerda que sacaron anuncios de la muerte de su padre en el periódico y en las radios. Para muchos, su padre, Alfonso Mendoza, era parte fundamental de esa comunidad de esquiadores. Y también de la montaña. Después de su pérdida, Samuel, con casi 25 años, decidió que no dejaría su puesto desatendido. Como se quedó solo trabajando como guardián, cada vez podía bajar menos a El Alto a ver a su esposa, a su primer hijo, y los otros cuatro que vendrían después. Los veía una vez al mes y se quedaba uno o dos días con ellos. A veces los llevaba con él a la montaña. Lamentaba estar lejos, pero sentía que tenía que volver. Y ahí, en soledad y en las alturas, Samuel recordaba a su padre constantemente. Yo veía de arriba hacia abajo la carretera y no, nunca aparecía mi padre. En ese momento yo era triste, tenía ganas de llorar sin ver a mi padre. Así pasaron los años, hasta que a finales de los 90s, por ahí, empezó a notar cambios en la montaña. El más obvio era el calor. Ya no necesitaba tanta ropa abrigada en su día a día. Pero la amenaza se hizo más evidente una mañana, cuando Samuel vio algo inusual.Las grietas que se han abierto bastante grande en la pista de esquís.Y de esas grietas…Estaba corriendo agua nomás. Mucha agua. Como un río muy fuerte, con mucho ruido. Un ruido aterrador: el del glaciar, que estaba comenzando a derretirse. Y no iba a parar ahí. Una pausa y volvemos. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, conocimos a Samuel Mendoza y los mejores años de la estación de esquí más alta del mundo en el glaciar de Chacaltaya. Pero para los años 90s, Samuel comenzó a notar un cambio en la montaña: el glaciar se estaba derritiendo. Nuestra productora senior Lisette Arévalo nos sigue contando. Esos cambios que Samuel comenzó a notar con más frecuencia se debían a El Niño. Un fenómeno natural atmosférico causado por el calentamiento gradual del océano Pacífico y que influye en el clima de varias partes del mundo. El Niño había afectado fuertemente a Bolivia cuando llegó por primera vez a mediados de los 70s y fue aún peor cuando llegó a inicios de los 80s y cuando volvió a golpear a Bolivia a finales de los 90s. En esa época, la misma en que Samuel observaba cambios, el Niño alteró el ciclo del agua en el país. En algunas zonas hubo inundaciones, mientras que en otras, como la del altiplano donde está Chacaltaya, hubo fuertes sequías. Eso, claro, causó que nevara menos en la cumbre durante el invierno boliviano. Y, por lo tanto, no había suficiente nieve para que se acumulara sobre el glaciar y lo protegiera de los rayos del sol. Así que cuando el hielo del glaciar quedó expuesto a la radiación, se comenzó a derretir de a poco. Y eso provocó otro efecto de calentamiento más. Cuando un glaciar se derrite, su lengua —que es la marca en la roca que delimita lo que es el hielo y el valle— retrocede y la roca que está debajo queda expuesta. Y cuando esa roca negra recibe los rayos del sol, también calienta todo lo que está a su alrededor. Es algo que se conoce como efecto de borde. Todo esto causó que, para finales de los 90s y comienzos de los 2000, el glaciar perdiera irreversiblemente la mitad de su espesor, dos terceras partes de su volumen total y el área de su superficie se redujo en más de un 40%. Y Samuel claro que notó cómo los efectos empeoraban. Ya empezaba a hacer mucho calor cada octubre, entre noviembre hacía más calor, más calor y corría ya mucha agua. Pucha el agua como río bajaba ya hasta abajo… Esos ríos y ríos de agua no tardaron en afectar la pista de esquí. En lugar de ser una superficie plana y lisa para los esquiadores, el terreno ahora tenía una serie de lomas y rocas. Cada vez era más peligroso esquiar en esas condiciones. Así que las laderas del Chacaltaya comenzaron a quedar vacías. Atrás quedó la época en que se veían repletas de esquiadores que iban a los campeonatos de esquí nacionales e internacionales. Y para el 2005, eran muy pocos los que seguían deslizándose sobre sus esquís. Uno de ellos era Samuel. Todavía seguía esquiando, pero ya no se podía hacer campeonatos porque corto ya era la pista. En el 2005 ya había la mitad del glaciar no más. La mitad de la montaña.Con el derretimiento se abrieron grietas cada vez más profundas en la pista. Samuel y los esquiadores que todavía trataban de esquiar, ponían maderas para crear una especie de puente para cruzar las grietas. Lo veían como una solución temporal porque lo que más querían era que regresara el glaciar. Era un escenario devastador que hasta perseguía a Samuel en sus sueños. En mi sueño estaba en la pista, siempre en la pista de esquí, caminando y corría mucha agua, corría mucha agua, se estaba desgastando todo. En agosto de 2006… Nosotros hemos hecho un ritual andino para que siga nevando con los del Club Andino. Una quema así para que los achachilas que haiga nevar, que, que, haiga nieve así. Los achachilas, los antepasados que habitan las montañas y que, junto con la Pachamama, son los grandes protectores del pueblo aymara. Compraron una mezcla de dulces, lanas de color, yerbas y hojas de coca y pusieron todo sobre leña. Lo rociaron con alcohol y encendieron el fuego para quemarlo. Pero cada año el glaciar disminuía, el calor aumentaba y la pista seguía deteriorándose. La nieve era gris y los deportistas que iban dejaban basura tirada: tubos de plástico, papeles, latas, hierros y ganchos de escalar corroídos. Y esa basura, a su vez, atrapaba la radiación solar, producía calor y empeoraba aún más el deshielo. Para Samuel, la situación se estaba volviendo insostenible.Ya me estaba desesperando. Y sí, no va a haber agua de dónde voy a tener para, para tomar para los baños. Antes Samuel usaba el hielo del glaciar para recolectar agua, pero con el derretimiento y la contaminación de la nieve que quedaba, ya era imposible. Por esa misma época, comenzó a llevar agua potable desde su casa en El Alto. Tenía que sacar de su bolsillo para pagar el transporte porque, como cada vez iba menos gente, el Club Andino Boliviano no tenía presupuesto para costear esos gastos extras. Samuel no dejaba de lamentarse por todo lo que estaba pasando y algunos visitantes compartían su tristeza. Le decían… «Qué pena, sí, nuestra montaña se está quedando sin nieve. Creo que se va a empeorar», decían otros. Otros decían: «no va a volver a nevar». Pero también se encontraba con visitantes que no parecían darle importancia a lo que estaba pasando. Casi no, no tomaban mucho en cuenta porque como ellos viven en la ciudad y tienen todo, agua, todo tienen. Casi no sentían.Había otros que decían que seguro iba a nevar y todo iba a volver a ser como antes. Y Samuel, que en el fondo quería agarrarse de cualquier esperanza, pensaba… Ojalá también puede mejorar, decía. Pero teníamos esa fe de que, que va a nevar, pero después ha empeorado nomás, ha empeorado. Porque lo que estaba pasando con el glaciar formaba parte de un proceso climático de décadas y que no ha parado hasta ahora. Las primeras señales de que el glaciar de Chacaltaya estaba disminuyendo fueron notadas en los años 40s por un grupo de científicos. Diez años antes, los mismos esquiadores que crearon la estación y la visitaban con frecuencia, tenían intereses científicos e instalaron una estación meteorológica y un observatorio del clima en la cumbre de la montaña. Ahí, de manera constante, se estudiaba la caída de la nieve y el deslizamiento del glaciar. Además, investigaban cambios en el clima de La Paz, a 28 kilómetros de distancia del Chacaltaya. Ya en 1945, con pocos años de estudios, desde el observatorio se pudo notar una disminución de casi un metro del glaciar y un gran número de avalanchas. Luego pasó lo que ya dijimos cuando llegó El Niño en los 70s, en los 80s y a finales de los 90s, derritiendo aún más el glaciar. Para los años 90, en la época en que El Niño estaba afectando más a Bolivia, expertos en glaciología comenzaron a analizar y medir los cambios del glaciar. Utilizaron años de información recopilada en el observatorio del clima y por científicos que visitaban la montaña como registros del balance de la masa, mediciones topográficas, y reconstrucciones fotogramétricas… Es decir, usaron fotos aéreas tomadas en 1940, 1963 y 1983 por el Servicio Nacional de Aerofotogrametría y el Instituto Geográfico Militar de Bolivia para ver los cambios durante esos años. Comparando la foto de 1940 con la de 1963, por ejemplo, se veía que el glaciar se había reducido. No era un cambio que alertó a los científicos, pues les parecía una recesión moderada. Pero al comparar esas mismas imágenes con las de los años 80, cuando el fenómeno del Niño ya se estaba intensificando, vieron que había disminuído un 58%, y de forma acelerada. La rapidez del derretimiento que estaba ante los ojos de Samuel en los 90 había sido una continuación de ese proceso. Y cuando, en el 2000, el grosor del hielo se redujo a menos de 15 metros, fue que los científicos del Instituto de Hidráulica e Hidrología de la Universidad Mayor de San Andrés pronosticaron una fatalidad: que el glaciar iba a desaparecer por completo en 15 años. Es decir, en el 2015. El cálculo llegó a los oídos del Club Andino Boliviano y de Samuel. Y yo pensaba igual que ellos también, como decía el científico que va a desaparecer, seguramente desaparecerá. Yo me sentía ese momento triste.En 2007, cuando los mismos miembros del Club se dieron cuenta de que no iba a haber marcha atrás, intentaron encontrar soluciones. Querían hacer una pista con nieve artificial en la parte de abajo de la montaña llevando máquinas para fabricar nieve. Para lograrlo, se necesitaban dos cañones —uno de aire comprimido y otro de agua a presión— que debían proyectarse a una cierta altura y a una determinada temperatura… Y solo podían prenderse de noche para que el calor del sol no interfiriera con la cantidad de nieve que se producía. Antes de instalar toda la infraestructura, Samuel recuerda que se hizo un pequeño ensayo. Agarraron un poco de agua y con unas pequeñas máquinas que habían conseguido en el Club, lograron hacer nieve. Pero había varios problemas. Crear nieve artificial era un proyecto no solo ambicioso, sino muy costoso y, además, necesitaba muchísima agua. Aquí Samuel. Es muy difícil traer agua de abajo. Como no está lloviendo, no está nevando. ¿Con qué hago, hacerlo funcionar? Por eso ese proyecto se quedó así nomás. Además, los científicos que fueron consultados sobre el tema, advirtieron que no era factible hacer algo así en un glaciar tropical como Chacaltaya. Ese tipo de glaciares responden a variables climáticas como la humedad, la nubosidad, el tipo de precipitación. Crear nieve artificial solo resolvía una de esas variables: la cantidad de lluvia. Las otras que producían el deshielo seguirían ahí. Además, traer agua de otros lados implicaba trasladar bacterias que eran de una zona diferente, afectando a la naturaleza del lugar. Cuando se desechó esta idea, también se pensó en crear una pista de esquí con una lona artificial. Pero instalar una de 300 metros cuadrados, habría costado unos 500 mil dólares en ese momento… Así que esa propuesta también se quedó estancada. Ante el inminente deshielo y la falta de visitantes, los que manejaban el restaurante que estaba en el refugio también empezaron a irse. Se llevaron los muebles que tenían y todos los implementos de cocina. En 2009, el Club Andino Boliviano también se fue y cambió su sede a otro lugar. Se dejó de hacer mantenimiento a las instalaciones, simplemente ya no había ingresos para mantener el refugio con vida. El glaciar estaba muriendo y con él lo que alguna vez fue la pista de esquí más alta del mundo. Aún así Samuel seguía ahí. No perdía la esperanza. Estaba decidido a no dejar la montaña. Siempre pedía yo cada que esté así nublándose para que caiga nieve.Y sí, la nieve volvía, pero solo por periodos cortos. Caía y rápidamente se derretía. No había condiciones para que se volviera a cubrir la cumbre con hielo. Y así, en 2009, el glaciar de Chacaltaya desapareció. Seis años antes de lo que habían pronosticado los científicos en el 2001. Y aunque se sabía cuáles eran las condiciones climáticas que habían contribuido al deshielo, en ese momento no se sabía a ciencia cierta por qué había desaparecido tan rápidamente. Bueno, lo que ya podemos decir con certeza es que la contaminación urbana llega hasta Chacaltaya.Ella es Isabel Moreno, científica boliviana que ha estudiado la geología de los glaciares. Desde hace 10 años, desde el observatorio de la Universidad Mayor de San Andrés en Chacaltaya, investiga el cambio climático, los aerosoles y los gases en Bolivia. Con el trabajo que ella y un extenso grupo de científicos de la Universidad ha realizado, han podido determinar que hay efectos directos e indirectos en los glaciares que son producidos por la contaminación del aire. Y antes de entrar en la explicación que me dio Isabel, quiero primero explicar qué compone el aire que llega a la montaña. Entonces estas partículas se llaman aerosoles y son pequeñitas, menos de 1/5 del diámetro de un cabello. Chiquitísimas. Así que estas partículas existen en la naturaleza por emisiones del polvo, volcánicas, emisiones de los hongos… Estas partículas existen para que alrededor de ellas se condense el vapor del agua que está en el aire y se formen nubes. Y de ahí, pues, pasan muchas cosas. Estas gotitas se pueden encontrar o se pueden ir a una zona de aire frío y congelarse y caer en forma de nieve. Así que se necesita esto para generar precipitación. Pero en el aire también están las partículas que generan el humo industrial o los vehículos de las ciudades. Y esto nos lleva al primer efecto indirecto que tiene la calidad del aire en el deshielo. Porque la mezcla de estos dos tipos de partículas —las de la naturaleza y las industriales— hace que se multipliquen los núcleos de condensación en el aire. Entonces el vapor de agua que está disponible en la atmósfera, que es el mismo, se reparte en todos estos, pero haciendo gotitas todavía más chiquitas. Y puede ser que estas gotitas, de ser tan chiquitas, ya no se encuentren y coagulen y crezcan, ¿no?, y formen una gota grande, gorda, negra, que cae, ¿no? Como la parte baja de las nubes oscuras, ¿no? Necesitas gotas grandes. Como son muchas chiquitas, ya son como, digamos, ligeritas. Entonces el viento se las lleva, se lleva la nube, se lleva la humedad, pero ya no llega a precipitar. No llueve y tampoco neva. Y, como ya dijimos antes, la nieve es necesaria para cubrir el glaciar y protegerlo de la radiación solar. El segundo efecto indirecto tiene que ver con cómo estas partículas sucias calientan lo que está a su alrededor y crean un efecto de isla de calor… Un fenómeno causado por la actividad humana que incrementa la temperatura de las ciudades. En los glaciares que están más cerca de las ciudades en todos los Andes puedes tener este efecto, ¿no? Al tener todas estas partículas sucias, se calienta el aire que está alrededor del glaciar y esto genera un calentamiento local, ¿no? Como cuando uno está vestido con una chaqueta negra y se pone al sol, pues calienta, uno se calienta y lo propio las partículas se calientan y alrededor todo lo que está en ellas, el aire que está alrededor de ellas se calienta y eso puede, pues, derretir la nieve que esté alrededor. Y luego está el tercer efecto que es más directo y, de la misma manera, tiene que ver con estas partículas de la contaminación urbana. Además de calentar el aire alrededor del glaciar, también se posan sobre la nieve y la ensucian. Van sedimentando y quedan encima de la nieve. Si son partículas que absorben la luz, que absorben la radiación, el glaciar se va a calentar y pues se va a derretir. Es un efecto que han podido observar también con los archivos de otros glaciares de montañas cercanas al Chacaltaya como, por ejemplo, el icónico Illimani. Y se observa también esto, ¿no? Como que el hielo está cada vez más sucio. En los últimos decenios, con el aumento del tráfico vehicular, el crecimiento urbano se ve eso muchísimo.A estos tres efectos que tiene el aire en el deshielo del glaciar se le suman lo que ya explicamos antes. Toda la parte glaciológica: el efecto de borde, la necesidad de la nieve fresca en ciertas épocas del año, el efecto del fenómeno de El Niño y, especialmente, el aumento general de la temperatura del planeta. Y hay un último factor que Isabel me dijo que se debe tomar en cuenta al hablar de los glaciares: la Amazonía porque su conexión los hace existir a ambos.Los Andes existen porque existe la Amazonía también la nieve que le llega a, a Los Andes centrales, a Bolivia, Perú viene de la Amazonía. Es aire del Océano Atlántico que se ha transportado a través del bosque amazónico hasta los Andes y esa es la nieve que tenemos. Entonces si es que no hay un cambio tampoco en las prácticas amazónicas, en la deforestación o las quemas terribles que, que existen todos los años, ahí también están amenazados los glaciares. Y, por lo tanto, también se pierde mucho a nivel ecosistema. Por ejemplo, se pierde una fuente de agua en época seca para alimentar los bofedales, las turberas de la montaña. Que son un tipo de humedal que acumula superficialmente agua.Y estas turberas tienen muchas funciones. Son como una esponja gigante que permite que el agua que llueve entre hasta la napa freática que se recarga en las aguas subterráneas que utilizan muchas personas.Las napas o capas freáticas se encuentra a una leve profundidad del nivel del suelo. Y, como dice Isabel, estas napas que acumulan agua subterránea son las que alimentan a las personas de agua dulce a través de pozos, por ejemplo. Y las turberas que alimentan la napa freática… También sostienen el pastoreo, por ejemplo de llamas, de alpacas, de ovejas. Y cuando ya no puedes mantener vivo este ecosistema, ya no puedes mantener pastoreo, ya no puedes tener sustento para las comunidades que viven allá.Entonces la gente que vive en esas comunidades comienza a migrar a la ciudad. Y a su vez, las ciudades también se ven afectadas porque sin las aguas del deshielo glacial, se pone en riesgo el abastecimiento de agua potable y la energía hidroeléctrica en ciudades grandes como El Alto y La Paz. Aunque en teoría los glaciares se podrían reemplazar de forma indirecta con represas de agua para abastecer a las ciudades, los glaciares son una reserva de agua importantísima en todo el mundo. Su retroceso significa que hay menos agua para abastecer los ríos y lagos, poniéndolos en riesgo de secarse. Y si bien no hay un río que corre directamente desde el Chacaltaya hacia las ciudades, sí hay ríos emblemáticos de la ciudad de La Paz que nacen cerca del Chacaltaya y se van alimentando en el camino. Y, finalmente, cuando un glaciar se derrite puede causar daños a comunidades cercanas. Pueden generarse estos lagos. Y si hay alguna comunidad aguas abajo, puede estar en riesgo de que estos lagos que se forman por el derretimiento glaciar en la en la punta, en el borde del glaciar, desborden y generen daños a la población que está allá abajo. No pasó con el Chacaltaya, pero sí en otra parte de Bolivia, en 2009, cuando una laguna glaciar en la región de Apolobamba se desbordó y destruyó caminos, mató ganados, arrasó cultivos y dejó aislada a la población de Keara durante meses. Entonces es como una cadena de desastres que pueden ocurrir. Entonces está muy seco todo. Cuando llueve no penetra el agua, sólo se escurre y hay escasez de agua. Entonces es como un ciclo perverso que se puede generar. Esto crea todo un proceso de adaptación a una realidad sin glaciares. Y mientras algunas personas ven oportunidades en ello, como la explotación de la piedra que está debajo de los glaciares, bien sea para minería o para utilizarla para construcción, otras sufren otro tipo de consecuencias. Isabel me dijo que hay algo más que pasa cuando desaparece un glaciar. Algo intangible. Es un dolor colectivo. Es un luto. Que cuesta mucho porque cambia todo tu contexto. Las personas que están más cerca o que tienen vista, digamos, desde su ventana a un glaciar, cuando lo ven desaparecer o cuando ya lo ven morir no, no, no te puedes sentir bien. No, no puedes ignorarlo. Entonces te genera algo por dentro que puede ser muy fuerte o angustiante.Así mismo, angustiante, es como lo siente Samuel. : Sin nieve ya es una pena. Es como para llorar. Es como un lugar abandonado. Así se ve hasta de lejos.Cuando el glaciar desapareció por completo en 2009, la estación de esquí cerró oficialmente. La casa del motor y la casa donde se reunían todos los esquiadores se quedaron en la cumbre, rodeadas de tierra y piedras. El Club Andino Boliviano sigue siendo el propietario del terreno, pero ya no es la sede oficial. Samuel me dijo que consideró irse de la montaña y dedicarse a otra cosa. Pero en ese entonces estaba llegando a sus 50 años y no creía que sería fácil conseguir otro trabajo. Le faltaban solo unos 8 años para jubilarse, y ya no se quedaba tanto tiempo ahí arriba sino que bajaba con más frecuencia a su casa en El Alto. Así que llegó a un acuerdo con el Club Andino Boliviano para no perder sus aportes a la seguridad social. Gracias a eso, ahora Samuel forma parte del directorio del club como secretario de obras y transportes. Un título honorario de cierta manera porque no recibe ningún tipo de remuneración por ello. En 2018, por la falta de agua dejó de vivir en la montaña por completo. Ya han pasado 14 años desde que el glaciar y lo que le daba vida a la montaña desapareció. Y, aún así, Samuel no ha dejado de subir y cuidar el refugio fantasma.Yo estoy subiendo por amor al Chacaltaya. Como he vivido también ahí entonces por eso también estoy subiendo para ver la cabaña.Sube unas tres veces a la semana. A veces lo hace caminando por la carretera desde la base del Chacaltaya. Otras veces pide aventones a los autos que pasan por ahí o a los mismos mineros. Lo suele acompañar su hermano mayor, Adolfo, que en los últimos años de funcionamiento de la estación de esquí también trabajó ahí con Samuel. Ahora los dos se dedican a recibir a los pocos turistas que suben al Chacaltaya y les cobran una entrada de 15 bolivianos, unos dos dólares americanos. Pero claro, las visitas no son nada de lo que eran antes. La gente va ahora para ver la vista, para ver cómo se sienten físicamente en la altura. Se quedan por lo menos, dos horitas nomás. Lo que antes era un viaje especial solo para visitar Chacaltaya, ahora se ha convertido en nada más que un lugar para ver de paso. Pero ahí está Samuel, listo para ofrecerles un té de coca o sándwiches y contarles anécdotas de cómo era el glaciar antes. A veces les muestra fotos de los esquiadores que tienen enmarcadas y colgadas en las paredes. El dinero que él y su hermano recolectan cobrando la entrada no es mucho. Pero les sirve para reunir suficiente dinero para reparar las constantes goteras, comprar materiales como calaminas para el techo, y arreglar las ventanas que a veces son destrozadas por los fuertes vientos. Samuel también ha llevado algunos muebles como mesas y sillas para que el refugio se vea en mejores condiciones. Es un trabajo duro que con el tiempo le ha pasado factura. De tanta caminata montaña arriba ahora, a sus 63 años, se lesionó la rodilla. Es algo que le preocupa, sobre todo, a su esposa. Ya no me quería mandar porque ha visto el sacrificio que yo hago. Caminando, subiendo, bajando. “Entonces ya no tienes que ir», me decía. Pero yo por lo que amo a la montaña, yo decía “no, tengo que seguir yendo porque ¿si no voy, quién va a ir a ver ahí arriba?”, el decía. Siente que no puede abandonar esa montaña que, de cierta manera, lo vio crecer. Donde aprendió a esquiar. Donde pasó tantos años con su padre trabajando y el lugar donde lo vio vivo por última vez. Significa para mí un lugar donde tú puedes sentirte mucho mejor, ¿no? Con mucha fuerza, con mucha energía. Como mi hogar y una fuente de energía, eso me significa. Samuel se alimenta de la montaña, y la montaña se alimenta de él. Porque si no fuera porque la sigue cuidando, estaría aún más abandonada. A veces tiene pequeños momentos de dicha cuando ve que cae un poco de nieve alguna que otra mañana. Pero cuando horas más tarde se derrite, otra vez se siente triste. Y a pesar de todo, Samuel sigue guardando cierta esperanza de que la montaña pueda volver a ser lo que alguna vez fue. : Si hay una esperanza es que puede volver a nevar. Pero no será muy pronto, pero algún día volverá a nevar. Y tal vez yo ya no la voy a ver. Pero ojalá tengamos nieve. Pero que para que regrese la nieve al Chacaltaya y a tantos otros glaciares que han desaparecido en el mundo, no solo queda esperar. Toca actuar. Y cada vez tenemos menos tiempo. Lisette Arévalo es productora senior de Radio Ambulante y vive en Quito, Ecuador. Esta historia fue editada por Camila Segura, Natalia Sánchez Loayza y por mí. Bruno Scelza hizo el factchecking. El diseño de sonido es de Andrés Azpiri y Ana Tuirán, con música de Ana. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Paola Alean, Pablo Argüelles, Aneris Casassus, Diego Corzo, Emilia Erbetta, Rémy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Ana Pais, Melisa Rabanales, Natalia Ramírez, Barbara Sawhill, David Trujillo, Elsa Liliana Ulloa y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante es un podcast de Radio Ambulante Estudios, se produce y se mezcla en el programa de Hindenburg PRO. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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