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Radio Ambulante - Somos fabricantes

-
+
15
30

Los Hermanos Zampelunghe decidieron intentar lo imposible. Y lo lograron.

Daniel
Alarcón:
¿Sabías
que
NPR
tiene
una
app?
Se
llama
NPR
One
y
te
ofrece
lo
mejor
de
la
radio
pública
de
Estados
Unidos
y
más.
Noticias,
historias
locales
y
tus
podcasts
favoritos.
NPR
One
te
acompaña
mientras
haces
un
viaje,
estás
en
fila
o
estás
esperando
a
un
amigo.
Encuéntranos
como
NPR
One
(eso
es
O-N-E)
en
tu
tienda
de
apps.
Bienvenidos
a
Radio
Ambulante
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
Como
ahora
formamos
parte
de
NPR,
queremos
volver
a
nuestras
historias
favoritas
para
presentárselas
a
nuestra
nueva
audiencia.
Comenzamos
entonces
hoy
en
Cavanagh,
Argentina,
es
un
pueblito,
en
una
zona
rural
del
estado
de
Córdoba…
Elio
Zampelunghe:
Soy
Elio
Zampelunghe,
nací
el
2
de
abril
del
año
33.
Mi
profesión
es
agricultor.
Al
estudio…
llegué
a
tercer
grado,
tercer
grado
de
primaria.
Daniel
Alarcón:
Elio
y
su
hermano,
Jorge
Zampelunghe,
crecieron
durante
los
años
30,
y
allí,
en
medio
de
la
nada,
se
dedicaron
a
inventar
máquinas.
Nuestros
productores
Ariel
Placencia
y
Luciano
Daniele
visitaron
a
Elio,
que
hoy
tiene
más
de
80
años
y
vive
en
la
misma
casa
y
tiene
el
mismo
taller
de
siempre.
Luciano
Daniele
nos
cuenta
más.
Luciano
Daniele:
Cuando
llegué
a
la
casa
de
Elio,
él
estaba
a
punto
de
salir
para
misa.
Me
pidió
que
lo
esperara,
y
me
dijo
que
ahí
quedaban
su
casa
y
su
galpón
abiertos,
que
me
sintiera
en
libertad
de
mirar
y
agarrar
lo
que
quisiera…
Sin
dudarlo,
me
metí
en
el
taller
y
me
encontré
con
el
resumen
de
lo
que
había
sido
la
vida
de
los
hermanos
Zampelunghe:
no
sólo
los
inventos
y
artefactos
que
habían
construido
desde
que
eran
chicos,
sino,
además,
miles
de
pedazos
de
hierro,
de
madera,
poleas,
muchas
herramientas
—unas
oxidadas
y
otras
no—,
y
ese
motor
rústico
pero
fiel
que
le
dio
forma
a
muchos
de
los
inventos.
Cuando
Elio
volvió
de
misa,
me
encontró
examinando
todo
el
taller
e
intentó
explicarme
que
esa
misma
curiosidad
fue
la
que
lo
inició
en
el
camino
de
los
inventos.
A
pesar
de
su
timidez,
cuando
le
pregunté
sobre
su
infancia,
me
empezó
a
describir
este
pueblo
en
el
que
creció.
Elio:
Era
muy
muy
muy
muy
despoblado,
había
pocas
casas,
había
muy
pocas,
después
se
agrandó
más.
Un
pueblito
lindo,
muy
tranquilo,
a
me
gustó
siempre
Cavanagh.
Luciano:
En
el
campo
donde
vivían
no
había
luz
eléctrica.
El
pueblo
está
más
o
menos
a
dos
kilómetros.
Vivían
—y
aún
hoy—
de
la
agricultura
y
la
ganadería.
Ni
siquiera
hoy
en
día
hay
agua
potable
—la
sacan
de
un
pozo—
y
en
esa
época
no
tenían
acceso
a
la
radio.
Muy
de
vez
en
cuando
les
llegaba
uno
que
otro
periódico
de
la
capital
de
Córdoba.
Eran
los
comienzos
de
los
años
40.
El
único
contacto
con
el
mundo
exterior
era
la
pequeña
escuela
a
la
que
iba
Elio
con
su
hermano.
Al
no
tener
con
qué
entretenerse,
Elio
pasaba
su
tiempo
acostado
en
el
pasto
viendo
cómo
pasaban
los
aviones
fumigadores…
Se
obsesionó
con
los
aviones:
Elio:
Cuando
tenía
siete
u
ocho
años,
bueno
ahí,
se
me
metió
en
la
cabeza
de
que
quería
hacer
el
avión.
La
pasión
más
grande
mía
era
hacer
el
avión,
no
era
tanto
el
deseo
de
volar,
sino
de
hacerlo
y
de
verlo
volar.
Y
cuando
mi
hermano
era
más
grande,
bueno,
le
comenté
y
él
tenía
mucho
más
entusiasmo
él
de
hacer
el
avión
que
yo,
que
lo
había
empezado.
Luciano:
Los
hermanos
se
enteraron
que
existía
una
revista
gringa
que
se
llamaba
‘Mecánica
Popular’
y
le
rogaban
a
sus
padres
que
se
la
consiguieran.
Esta
revista
existió
desde
1902,
y
su
idea
era
introducir
a
los
lectores
en
el
‘hágalo
usted
mismo’,
enfatizando
en
cómo
la
ciencia
y
la
tecnología
se
podían
aplicar
a
la
vida
diaria.
La
versión
latinoamericana
se
comenzó
a
conseguir
en
Argentina
desde
el
47
y
fue
uno
de
los
pocos
materiales
de
lectura
que
llegaba
a
manos
de
los
hermanos
Zampelunghe:
Titulares:
«Modernícese,
fabrique
un
avión»,
“El
avión
metálico
que
usted
puede
construir»,
«Usted
también
puede
viajar
al
espacio»;
Luciano:
Titulares
como
estos
dispararon
la
inventiva
que
Elio
reconoce
tener
desde
chico
y
que
le
fue
transmitiendo
a
su
hermano…
Pero
esa
afición
por
las
hélices
y
las
turbinas
no
fue
fácil
de
poner
en
práctica.
Tuvieron
que
aprender
todo
ellos
mismos.
La
construcción
del
avión
tuvo
varios
retos,
pero
uno
principal:
el
dinero.
Los
Zampelunghe
lo
resolvieron
abriendo
un
pequeño
taller
mecánico
en
su
chacra.
Elio:
Cuando
hicimos
unos
pesos
salimos
en
búsqueda
del
motor.
Fuimos
a
un
aeroclub.
El
que
nos
atendió
no
si
era
el
Presidente
del
aeroclub
o
el
dueño
del
motor,
y
nos
pregunta:
“¿En
qué
lo
va
a
utilizar?”.
“Queremos
hacer
un
avión”.
“¿Pero
—dice—
ustedes
son
ingenieros?”.
“Nah,
qué
ingenieros”.
“Y
si
lo
hacen,
¿no
pretenderá
que
vuele?”.
Bueno,
salimos
desde
ahí
bastante
desanimados.
Luciano:
Esa
experiencia
empezó
una
relación
complicada
con
el
avión
y
su
futuro…
Los
hermanos
se
dieron
cuenta
que,
al
contar
la
verdad
de
sus
planes,
la
gente
se
burlaba
de
ellos.
Así
que
decidieron
decir
mentiras
y
decir
que
el
motor
era
para
construir
una
lancha.
Elio:
Y
ahí
lo
pudimos
conseguir
más
fácil.
Pero
el
que
nos
vendió
el
motor
no
estaba
muy
convencido.
Se
quiso
llegar
hasta
la
chacra
nuestra,
y
ahí
comprobó
que
estábamos
haciendo
un
avión,
no
una
lancha.
Luciano:
Hasta
logró
convencerlos
de
que
dejaran
su
obra.
Y
así
fue
por
un
par
de
años,
hasta
que
un
buen
día
decidieron
seguir
con
la
construcción.
Los
problemas
de
la
falta
de
recursos,
de
la
energía
eléctrica
y
hasta
la
ausencia
de
planos
fueron
resueltos
poco
a
poco.
Elio:
No
había
plano,
no
había
nada
de
eso.
Eso,
pero
revistas
sí,
pero
no,
medidas,
todas
esas
cosas,
no
había
nada.
Cuánto
largo
de
un
avión
no
lo
tenía
yo;
eso
todo
lo
hacíamos
el
cálculo
nosotros:
tiza
en
el
suelo
o
sino
por
medio
de
palos
y
marcaba
la
forma
que
era
el
avión,
nada
más
que
eso.
Luciano:
La
noticia
de
que
los
hermanos
Zampelunghe
habían
vuelto
al
proyecto
del
avión
no
demoró
en
correr
por
el
pueblo…
Elio:
Y
cuando
íbamos
por
el
pueblo
la
gente,
algunos,
nos
cargaban,
decían:
«¿Con
una
tenaza
y
un
martillo
pretenden
hacer
un
avión?
No
es
posible.”
Bueno,
pero
cómo
nos
desanima
la
gente,
estarían
en
su
acierto,
no
sé,
pero
nos
desanimaba
cualquier
cantidad,
eso.
“Que
no
iba
a
volar,
que
no
iba
a
volar.”
Luciano:
Graciela
Bártoli,
una
vecina
de
los
hermanos,
se
acuerda
bien
de
las
opiniones
divididas
que
tenía
la
gente:
Graciela
Bártoli:
Sí,
recuerdo
que
fue
todo
un
alboroto,
un…
No
era
simple
decir:
“bueno,
hizo
un
avión
y
va
a
salir
volando”.
Gente
le
creía
y
gente
decía:
“bueno,
no,
eso
aterriza
a
tierra,
viene
a
pique”.
Y
otros,
bueno,
conociéndolos
como
eran
ellos
dos
apostaban
a
que
sí.
Luciano:
Después
de
dos
años
de
duro
trabajo,
la
nave
estaba
terminada.
Elio
tenía
30
años
y
Jorge
20.
Elio:
Pero
venía
el
gran
problema:
¿quién
lo
volaba?
Nosotros,
ni
uno
ni
otro
éramos
pilotos.
Luciano:
Tenían
entonces
que
encontrar
a
alguien
dispuesto
a
correr
el
riesgo
de
volar
un
avión
hecho
en
casa.
Según
Elio…
Elio:
Se
enteran
dos
pilotos
de
una
localidad
vecina,
era
José
Araya
y
Líbero
Biondi,
y
se
vinieron.
Cuando
lo
vieron,
lo
vieron
tan
bien
terminado,
que
se
tenían
mucha
fe
de
que
iba
a
volar
bien.
Luciano:
Líbero
Biondi,
piloto
de
profesión,
todavía
recuerda
ese
momento,
aunque
en
su
versión,
los
Zampelunghe
fueron
quienes
lo
buscaron
a
él
y
lo
convencieron
de
pilotear
el
avión.
Líbero
Biondi:
Y
no
había
muchos
aviadores
en
aquella
época,
era
uno
de
los
pocos.
Así
que
vinieron
a
buscarme
y
me
convencieron.
Un
día
me
invitaron
para
comer
un
asado
y
de
paso
volar
el
avión.
Y
me
dijeron
que
estaban
esperanzados
que
el
avión
volara,
que
querían
ver
si
volaba
o
no
volaba.
Luciano:
Líbero,
ni
lento
ni
perezoso,
se
animó
a
aceptar
volarlo.
Líbero:
Recuerdo
que
le
dije
“Mirá—digo—,
Zampelunghe,
yo
no
me
hago
responsable
si
al
aterrizar
lo
rompo”.
Luciano:
Pero
Líbero
nos
asegura
que
él
no
aceptó
el
desafío
por
valiente…
Líbero:
No,
siempre
fui
más
vale
cobarde.
Era
la
edad
que
era
joven,
la
edad
del
pavo,
tal
vez.
Y
entonces
en
aquella
época
a
uno
le
gustaba
cualquier
cosa.
Y
habré
tenido
25,
27,
28
años,
habré
tenido…
Daniel:
Después
del
asado
llegó
el
momento
clave.
Hacemos
una
pausa
y
cuando
volvamos
sabremos
si
el
avión
voló
o
no…
–CORTE
INTERMEDIO–
Daniel:
Gracias
por
escuchar
Radio
Ambulante.
Antes
de
volver
a
nuestra
historia
les
quiero
contar
de
otro
podcast
de
NPR,
de
música,
que
se
llama
Alt.Latino.
Lo
presenta
Felix
Contreras.
Y
Felix
sirve
de
guía
en
el
mundo
de
la
cultura
y
las
artes
latinas.
Se
trata
de
una
forma
alternativa
de
abordar
a
la
música
tradicional.
Entrevistas
con
íconos
culturales
como
Rita
Moreno
y
Carlos
Santana,
pero
también
con
artistas
más
del
momento
como
Calle
13
o
el
autor
Junot
Díaz.
Encuentra
Alt.Latino
en
la
app
de
NPR
One
o
también
en
la
página
web:
npr.org/podcasts
Antes
de
la
pausa
nos
quedamos
en
un
momento
crucial
para
los
hermanos
Zampelunghe.
Si
el
avión
que
habían
construído
volaba
o
no…
Y
bueno,
aquí
Líbero,
el
piloto…
Líbero:
Bueno,
este,
en
verdad
que
no
fue
tan
fácil
porque
había
un
potrero
de
cerdos
y
para
levantar
vuelo
sacaron
alambrado.
Y
al
levantar
vuelo,
el
primer
intento
se
plantó
el
motor.
Y
vuelvo
otra
vez
y
la
segunda
también.
Entonces
me
di
cuenta
de
que
tenía,
por
ejemplo,
10
litros
de
nafta
o
15,
y
al
cambiar
de
posición
para
levantar
vuelo
no
entraba
nafta
al
carburador,
y
se
plantaba
y
caía.
Luciano:
Entonces
decidieron
echarle
20
litros
de
nafta
a
ver
qué
pasaba…
Líbero
Biondi:
Y
ahí
anduvo,
sí.
Elio:
Lo
agarraron
y
lo
sacaron
afuera,
y
lo
llevaron
a
la
punta
del
potrero
y
allá
lo
aceleraban.
¡Qué
alegría
nosotros
cuando
lo
vimos
en
el
aire!…
Pero
el
miedo
era
muy
grande…
Líbero:
No,
cuando
estaba
arriba
estaba
un
poco
preocupado.
Tenía
miedo
de
romper
el
avión
cuando
aterrizaba,
así
que
no
tuve
tiempo
de
mirar
por
dónde
iba…
Y
sí,
miedo
sí…
Di
una
vuelta
grande
y
me
acuerdo
que,
cuando
quería
doblar,
el
avión
se
iba,
y
entonces
andaba
un
poco
preocupado;
así
que
di
una
vuelta
y
apunté
ahí,
al
potrero,
y
lo
pude
aterrizar
con
mucha
suerte
sin
romper
el
avión,
el
tren,
nada.
Elio:
Cuando
aterrizó
es
una
cosa
que
no
se
puede
contar…
Líbero:
Claro,
los
Zampelunghe,
para
ellos
fue
un
día
espectacular,
porque
lloraban.
Después
venía
gente
de
este
pueblo,
Cavanagh.
Y
venían
y
me
felicitaban
por
el
viaje
que
hice
sobre
Cavanagh.
Y
resulta
que
me
lleve
una
sorpresa:
yo
ni
sabía
que
pasé
sobre
Cavanagh,
de
la
preocupación
que
tenía
para
poder
aterrizar
y
no
romper
el
avión,
ni
por
dónde
pasé.
Y
ahí
me
enteré
de
que
sí,
que
había
volado
sobre
Cavanagh.
Luciano:
Los
recortes
de
periódicos
que
todavía
decoran
el
galpón
de
los
Zampelunghe
reviven
la
hazaña.
“¡Y
encima
vuela!”,
fue
el
título
del
diario
más
importante
de
la
región.
Era
marzo
del
64
y
los
pocos
medios
de
la
época
cayeron
a
los
pies
de
Elio
y
Jorge.
Para
la
gente
de
Cavanagh
fue
un
gran
acontecimiento.
Pero
no
todos
los
habitantes
creían
que
el
avión
de
los
hermanos
hubiera
volado.
Así
que
exigieron
un
segundo
vuelo.
Elio:
Entonces
al
año
viene
un
piloto
de
la
ciudad
de
Venado
Tuerto.
Y
le
dije
yo:
«De
una
vuelta
al
pueblo
así
lo
ven
todos».
Luciano:
Venado
Tuerto,
dijo
él.
Así
se
llama
la
ciudad
de
donde
venía
el
piloto.
Todos
vieron
volar
el
avión
que
había
construído
Elio
junto
a
su
hermano.
Llegar
a
este
momento
había
consumido
todo
en
las
vidas
de
Elio
y
Jorge.
El
sueño
que
tuvo
Elio
cuando
apenas
tenía
siete
años
se
materializó
a
los
30.
En
un
lugar
como
Cavanagh,
en
los
años
60,
un
hombre
de
su
edad
ya
tenía
esposa
e
hijos.
Elio
ya
se
sentía
demasiado
viejo.
Elio:
Mirá
si
tendría
pasión
de
hacer
el
avión
que
tenía
miedo
de
casarme,
ponele
que
alguna
chica
se
le
da
por
mirarme.
Pero
si
digo,
si
tengo
alguna
mujer
que
va
contra
el
avión,
se
terminó
el
sueño.
Después
a
los
30
años,
voló
el
avión,
bueno,
vamos
a
buscar
novia,
y
ya
qué:
ya
no
me
miraba
nadie.
Y
tuve
que
seguir
solo.
Luciano:
Ese
‘seguir
solo’
de
Elio
es
en
realidad
continuar
codo
a
codo
con
el
hermano;
pasar
los
días
en
la
chacra
con
sus
padres,
la
agricultura
y
principalmente
en
el
taller,
dedicándole
muchas
de
sus
horas
a
nuevas
criaturas
mecánicas.
Elio:
Hicimos
una
turbina,
más
de
20
años
para
perfeccionarla.
Cuando
vimos
que
más
o
menos
tenía
fuerza
para
empujar,
bueno,
la
agarramos,
le
diseñamos
un
carruaje
de
cuatro
ruedas
y
lo
pusimos
ahí
arriba;
daba
40
o
50
kilómetros,
daba,
pero
el
ruido
era
muy
grande,
el
ruido.
Y
una
noche
se
nos
da
por
pasearlo
en
el
pueblo,
y
la
gente
no
estaba
enterada
de
que
nosotros
habíamos
hecho
esa
turbina.
Y
era
alta
noche
y
casi
que
ya
estaban
todos
durmiendo,
se
levantaban
de
la
cama
y
salían
afuera,
empezaban
a
mirar
para
arriba
creyendo
que
era
un
avión
pero
no,
no
era
un
avión.
Luciano:
Hoy,
hay
dos
helicópteros
que
inventaron
que
aún
descansan
en
el
galpón,
pero
estos
que
nadie
se
animó
pilotearlos.
Sin
embargo,
Elio
no
quiso
quedarse
con
la
duda
y
recuerda
que,
por
su
cuenta,
resolvió
atar
el
helicóptero
a
un
árbol
y,
como
si
fuese
una
marioneta,
manejó
a
distancia
los
controles,
y
logró
hacerlo
despegar.
Elio:
Uno
sí,
subí
arriba
y
lo
manejé,
pero
no
lo
largué,
no
lo
pude
largar.
Primero
para
probarlo
lo
ataba
afuera
[gallo
canta]
y
lo
manejaba
todo
por
cuerdas,
¿no?,
y
ahí
lo
aceleraba
y
lo
levantaba”.
Luciano:
La
afición
de
Elio
por
los
inventos
siempre
lo
mantuvo
un
poco
aislado
de
la
comunidad.
Se
peleaba
constantemente
con
todos
pero
siempre
tenía
a
su
hermano
de
su
lado.
Elio
y
Jorge
contra
todos
los
que
les
decían
que
no
podían
lograr
sus
metas,
desde
que
eran
chicos.
Hoy,
a
Elio,
con
sus
80
años,
le
toca
batallar
con
uno
de
sus
más
crueles
oponentes:
la
soledad
de
sus
días.
Porque
hace
un
año
su
hermano
Jorge
falleció…
Elio:
Es
mucha
amargura,
sí.
Pero
duele,
duele
una
locura.
No,
pero…
en
la
vida
de
uno
no
hay
que
quererse
tanto.
No
si
en
un
catecismo
dice:
«Hay
que
quererse
mucho
más».
No,
no
creo
eso;
porque
si
vos
no
te
querés
tanto,
no
lo
sentís
tanto.
Pero
cuando
lo
querés,
sí…
Luciano:
Pero
Elio
sigue
trabajando
en
su
taller,
y
sigue
soñando
con
sus
máquinas.
Combate
el
dolor
de
su
artrosis
trabajando,
y
aunque
no
nos
adelanta
mucho
sobre
su
nuevo
proyecto,
nos
deja
saber
que
está
haciendo
una
carroza
y
que
quiere
sorprender
una
vez
más
a
Cavanagh.
Elio:
Si
anda,
va
a
ser
muy
lindo.
Yo
la
quiero
pasar
en
el
pueblo.
La
agarro
así,
un
día
domingo,
y
paso
la
calle…
Luciano:
Son
las
seis
de
la
tarde
cuando
le
digo
a
Elio
que
ya
es
hora
de
que
me
vaya,
pero
Elio
parece
querer
demorarme
y
que
nuestro
domingo
se
extienda.
Y
me
dice:
Elio:
Yo
tengo
un
instrumento…
Luciano:
Está
hablando
de
un
acordeón
que
le
regaló
su
padre
cuando
tenía
30
años.
Me
cuenta
que
después
que
el
avión
voló,
tomó
clases
particulares.
Lo
saca
y
me
sorprendo
cuando
esos
dedos
toscos
que
han
manipulado
un
martillo
de
hasta
cinco
kilos
empiezan
a
hacerlo
sonar.
Elio
se
guardó
para
el
final
la
última
gran
sorpresa:
los
únicos
acordes
que
recuerda
de
memoria
son
los
de
un
vals
que
se
llama
“El
Aeroplano”.
Daniel:
Luciano
Daniele
y
Ariel
Placencia
son
periodistas
y
viven
en
la
ciudad
de
Rosario,
Argentina.
Esta
historia
fue
editada
por
mi,
Daniel
Alarcón,
y
Camila
Segura.
Muchas
gracias
a
Sokio
de
Punk
Productions.
El
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Silvia
Viñas,
Fe
Martínez,
Luis
Trelles,
Elsa
Liliana
Ulloa,
Barbara
Sawhill
y
Caro
Rolando.
Nuestros
pasantes
son
Emiliano
Rodríguez,
Andrés
Azpiri
y
Luis
Fernando
Vargas.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
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esta
historia
en
nuestra
página
web:
radioambulante.org.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
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Daniel Alarcón: ¿Sabías que NPR tiene una app? Se llama NPR One y te ofrece lo mejor de la radio pública de Estados Unidos y más. Noticias, historias locales y tus podcasts favoritos. NPR One te acompaña mientras haces un viaje, estás en fila o estás esperando a un amigo. Encuéntranos como NPR One (eso es O-N-E) en tu tienda de apps. Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR. Soy Daniel Alarcón. Como ahora formamos parte de NPR, queremos volver a nuestras historias favoritas para presentárselas a nuestra nueva audiencia. Comenzamos entonces hoy en Cavanagh, Argentina, es un pueblito, en una zona rural del estado de Córdoba… Elio Zampelunghe: Soy Elio Zampelunghe, nací el 2 de abril del año 33. Mi profesión es agricultor. Al estudio… llegué a tercer grado, tercer grado de primaria. Daniel Alarcón: Elio y su hermano, Jorge Zampelunghe, crecieron durante los años 30, y allí, en medio de la nada, se dedicaron a inventar máquinas. Nuestros productores Ariel Placencia y Luciano Daniele visitaron a Elio, que hoy tiene más de 80 años y vive en la misma casa y tiene el mismo taller de siempre. Luciano Daniele nos cuenta más. Luciano Daniele: Cuando llegué a la casa de Elio, él estaba a punto de salir para misa. Me pidió que lo esperara, y me dijo que ahí quedaban su casa y su galpón abiertos, que me sintiera en libertad de mirar y agarrar lo que quisiera… Sin dudarlo, me metí en el taller y me encontré con el resumen de lo que había sido la vida de los hermanos Zampelunghe: no sólo los inventos y artefactos que habían construido desde que eran chicos, sino, además, miles de pedazos de hierro, de madera, poleas, muchas herramientas —unas oxidadas y otras no—, y ese motor rústico pero fiel que le dio forma a muchos de los inventos. Cuando Elio volvió de misa, me encontró examinando todo el taller e intentó explicarme que esa misma curiosidad fue la que lo inició en el camino de los inventos. A pesar de su timidez, cuando le pregunté sobre su infancia, me empezó a describir este pueblo en el que creció. Elio: Era muy muy muy muy despoblado, había pocas casas, había muy pocas, después se agrandó más. Un pueblito lindo, muy tranquilo, a mí me gustó siempre Cavanagh. Luciano: En el campo donde vivían no había luz eléctrica. El pueblo está más o menos a dos kilómetros. Vivían —y aún hoy— de la agricultura y la ganadería. Ni siquiera hoy en día hay agua potable —la sacan de un pozo— y en esa época no tenían acceso a la radio. Muy de vez en cuando les llegaba uno que otro periódico de la capital de Córdoba. Eran los comienzos de los años 40. El único contacto con el mundo exterior era la pequeña escuela a la que iba Elio con su hermano. Al no tener con qué entretenerse, Elio pasaba su tiempo acostado en el pasto viendo cómo pasaban los aviones fumigadores… Se obsesionó con los aviones: Elio: Cuando tenía siete u ocho años, bueno ahí, se me metió en la cabeza de que quería hacer el avión. La pasión más grande mía era hacer el avión, no era tanto el deseo de volar, sino de hacerlo y de verlo volar. Y cuando mi hermano era más grande, bueno, le comenté y él tenía mucho más entusiasmo él de hacer el avión que yo, que lo había empezado. Luciano: Los hermanos se enteraron que existía una revista gringa que se llamaba ‘Mecánica Popular’ y le rogaban a sus padres que se la consiguieran. Esta revista existió desde 1902, y su idea era introducir a los lectores en el ‘hágalo usted mismo’, enfatizando en cómo la ciencia y la tecnología se podían aplicar a la vida diaria. La versión latinoamericana se comenzó a conseguir en Argentina desde el 47 y fue uno de los pocos materiales de lectura que llegaba a manos de los hermanos Zampelunghe: Titulares: «Modernícese, fabrique un avión», “El avión metálico que usted puede construir», «Usted también puede viajar al espacio»; Luciano: Titulares como estos dispararon la inventiva que Elio reconoce tener desde chico y que le fue transmitiendo a su hermano… Pero esa afición por las hélices y las turbinas no fue fácil de poner en práctica. Tuvieron que aprender todo ellos mismos. La construcción del avión tuvo varios retos, pero uno principal: el dinero. Los Zampelunghe lo resolvieron abriendo un pequeño taller mecánico en su chacra. Elio: Cuando hicimos unos pesos salimos en búsqueda del motor. Fuimos a un aeroclub. El que nos atendió no sé si era el Presidente del aeroclub o el dueño del motor, y nos pregunta: “¿En qué lo va a utilizar?”. “Queremos hacer un avión”. “¿Pero —dice— ustedes son ingenieros?”. “Nah, qué ingenieros”. “Y si lo hacen, ¿no pretenderá que vuele?”. Bueno, salimos desde ahí bastante desanimados. Luciano: Esa experiencia empezó una relación complicada con el avión y su futuro… Los hermanos se dieron cuenta que, al contar la verdad de sus planes, la gente se burlaba de ellos. Así que decidieron decir mentiras y decir que el motor era para construir una lancha. Elio: Y ahí lo pudimos conseguir más fácil. Pero el que nos vendió el motor no estaba muy convencido. Se quiso llegar hasta la chacra nuestra, y ahí comprobó que estábamos haciendo un avión, no una lancha. Luciano: Hasta logró convencerlos de que dejaran su obra. Y así fue por un par de años, hasta que un buen día decidieron seguir con la construcción. Los problemas de la falta de recursos, de la energía eléctrica y hasta la ausencia de planos fueron resueltos poco a poco. Elio: No había plano, no había nada de eso. Eso, pero revistas sí, pero no, medidas, todas esas cosas, no había nada. Cuánto largo de un avión no lo tenía yo; eso todo lo hacíamos el cálculo nosotros: tiza en el suelo o sino por medio de palos y marcaba la forma que era el avión, nada más que eso. Luciano: La noticia de que los hermanos Zampelunghe habían vuelto al proyecto del avión no demoró en correr por el pueblo… Elio: Y cuando íbamos por el pueblo la gente, algunos, nos cargaban, decían: «¿Con una tenaza y un martillo pretenden hacer un avión? No es posible.” Bueno, pero cómo nos desanima la gente, estarían en su acierto, no sé, pero nos desanimaba cualquier cantidad, eso. “Que no iba a volar, que no iba a volar.” Luciano: Graciela Bártoli, una vecina de los hermanos, se acuerda bien de las opiniones divididas que tenía la gente: Graciela Bártoli: Sí, recuerdo que fue todo un alboroto, un… No era simple decir: “bueno, hizo un avión y va a salir volando”. Gente le creía y gente decía: “bueno, no, eso aterriza a tierra, viene a pique”. Y otros, bueno, conociéndolos como eran ellos dos apostaban a que sí. Luciano: Después de dos años de duro trabajo, la nave estaba terminada. Elio tenía 30 años y Jorge 20. Elio: Pero venía el gran problema: ¿quién lo volaba? Nosotros, ni uno ni otro éramos pilotos. Luciano: Tenían entonces que encontrar a alguien dispuesto a correr el riesgo de volar un avión hecho en casa. Según Elio… Elio: Se enteran dos pilotos de una localidad vecina, era José Araya y Líbero Biondi, y se vinieron. Cuando lo vieron, lo vieron tan bien terminado, que se tenían mucha fe de que iba a volar bien. Luciano: Líbero Biondi, piloto de profesión, todavía recuerda ese momento, aunque en su versión, los Zampelunghe fueron quienes lo buscaron a él y lo convencieron de pilotear el avión. Líbero Biondi: Y no había muchos aviadores en aquella época, era uno de los pocos. Así que vinieron a buscarme y me convencieron. Un día me invitaron para comer un asado y de paso volar el avión. Y me dijeron que estaban esperanzados que el avión volara, que querían ver si volaba o no volaba. Luciano: Líbero, ni lento ni perezoso, se animó a aceptar volarlo. Líbero: Recuerdo que le dije “Mirá—digo—, Zampelunghe, yo no me hago responsable si al aterrizar lo rompo”. Luciano: Pero Líbero nos asegura que él no aceptó el desafío por valiente… Líbero: No, siempre fui más vale cobarde. Era la edad que era joven, la edad del pavo, tal vez. Y entonces en aquella época a uno le gustaba cualquier cosa. Y habré tenido 25, 27, 28 años, habré tenido… Daniel: Después del asado llegó el momento clave. Hacemos una pausa y cuando volvamos sabremos si el avión voló o no… –CORTE INTERMEDIO– Daniel: Gracias por escuchar Radio Ambulante. Antes de volver a nuestra historia les quiero contar de otro podcast de NPR, de música, que se llama Alt.Latino. Lo presenta Felix Contreras. Y Felix sirve de guía en el mundo de la cultura y las artes latinas. Se trata de una forma alternativa de abordar a la música tradicional. Entrevistas con íconos culturales como Rita Moreno y Carlos Santana, pero también con artistas más del momento como Calle 13 o el autor Junot Díaz. Encuentra Alt.Latino en la app de NPR One o también en la página web: npr.org/podcasts Antes de la pausa nos quedamos en un momento crucial para los hermanos Zampelunghe. Si el avión que habían construído volaba o no… Y bueno, aquí Líbero, el piloto… Líbero: Bueno, este, en verdad que no fue tan fácil porque había un potrero de cerdos y para levantar vuelo sacaron alambrado. Y al levantar vuelo, el primer intento se plantó el motor. Y vuelvo otra vez y la segunda también. Entonces me di cuenta de que tenía, por ejemplo, 10 litros de nafta o 15, y al cambiar de posición para levantar vuelo no entraba nafta al carburador, y se plantaba y caía. Luciano: Entonces decidieron echarle 20 litros de nafta a ver qué pasaba… Líbero Biondi: Y ahí sí anduvo, sí. Elio: Lo agarraron y lo sacaron afuera, y lo llevaron a la punta del potrero y allá lo aceleraban. ¡Qué alegría nosotros cuando lo vimos en el aire!… Pero el miedo era muy grande… Líbero: No, cuando estaba arriba estaba un poco preocupado. Tenía miedo de romper el avión cuando aterrizaba, así que no tuve tiempo de mirar por dónde iba… Y sí, miedo sí… Di una vuelta grande y me acuerdo que, cuando quería doblar, el avión se iba, y entonces andaba un poco preocupado; así que di una vuelta y apunté ahí, al potrero, y lo pude aterrizar con mucha suerte sin romper el avión, el tren, nada. Elio: Cuando aterrizó es una cosa que no se puede contar… Líbero: Claro, los Zampelunghe, para ellos fue un día espectacular, porque lloraban. Después venía gente de este pueblo, Cavanagh. Y venían y me felicitaban por el viaje que hice sobre Cavanagh. Y resulta que me lleve una sorpresa: yo ni sabía que pasé sobre Cavanagh, de la preocupación que tenía para poder aterrizar y no romper el avión, ni sé por dónde pasé. Y ahí me enteré de que sí, que había volado sobre Cavanagh. Luciano: Los recortes de periódicos que todavía decoran el galpón de los Zampelunghe reviven la hazaña. “¡Y encima vuela!”, fue el título del diario más importante de la región. Era marzo del 64 y los pocos medios de la época cayeron a los pies de Elio y Jorge. Para la gente de Cavanagh fue un gran acontecimiento. Pero no todos los habitantes creían que el avión de los hermanos hubiera volado. Así que exigieron un segundo vuelo. Elio: Entonces al año viene un piloto de la ciudad de Venado Tuerto. Y le dije yo: «De una vuelta al pueblo así lo ven todos». Luciano: Venado Tuerto, dijo él. Así se llama la ciudad de donde venía el piloto. Todos vieron volar el avión que había construído Elio junto a su hermano. Llegar a este momento había consumido todo en las vidas de Elio y Jorge. El sueño que tuvo Elio cuando apenas tenía siete años se materializó a los 30. En un lugar como Cavanagh, en los años 60, un hombre de su edad ya tenía esposa e hijos. Elio ya se sentía demasiado viejo. Elio: Mirá si tendría pasión de hacer el avión que tenía miedo de casarme, ponele que alguna chica se le da por mirarme. Pero si digo, si tengo alguna mujer que va contra el avión, se terminó el sueño. Después a los 30 años, voló el avión, bueno, vamos a buscar novia, y ya qué: ya no me miraba nadie. Y tuve que seguir solo. Luciano: Ese ‘seguir solo’ de Elio es en realidad continuar codo a codo con el hermano; pasar los días en la chacra con sus padres, la agricultura y principalmente en el taller, dedicándole muchas de sus horas a nuevas criaturas mecánicas. Elio: Hicimos una turbina, más de 20 años para perfeccionarla. Cuando vimos que más o menos tenía fuerza para empujar, bueno, la agarramos, le diseñamos un carruaje de cuatro ruedas y lo pusimos ahí arriba; daba 40 o 50 kilómetros, daba, pero el ruido era muy grande, el ruido. Y una noche se nos da por pasearlo en el pueblo, y la gente no estaba enterada de que nosotros habíamos hecho esa turbina. Y era alta noche y casi que ya estaban todos durmiendo, se levantaban de la cama y salían afuera, empezaban a mirar para arriba creyendo que era un avión pero no, no era un avión. Luciano: Hoy, hay dos helicópteros que inventaron que aún descansan en el galpón, pero estos sí que nadie se animó pilotearlos. Sin embargo, Elio no quiso quedarse con la duda y recuerda que, por su cuenta, resolvió atar el helicóptero a un árbol y, como si fuese una marioneta, manejó a distancia los controles, y logró hacerlo despegar. Elio: Uno sí, subí arriba y lo manejé, pero no lo largué, no lo pude largar. Primero para probarlo lo ataba afuera [gallo canta] y lo manejaba todo por cuerdas, ¿no?, y ahí lo aceleraba y lo levantaba”. Luciano: La afición de Elio por los inventos siempre lo mantuvo un poco aislado de la comunidad. Se peleaba constantemente con todos pero siempre tenía a su hermano de su lado. Elio y Jorge contra todos los que les decían que no podían lograr sus metas, desde que eran chicos. Hoy, a Elio, con sus 80 años, le toca batallar con uno de sus más crueles oponentes: la soledad de sus días. Porque hace un año su hermano Jorge falleció… Elio: Es mucha amargura, sí. Pero duele, duele una locura. No, pero… en la vida de uno no hay que quererse tanto. No sé si en un catecismo dice: «Hay que quererse mucho más». No, no creo eso; porque si vos no te querés tanto, no lo sentís tanto. Pero cuando lo querés, sí… Luciano: Pero Elio sigue trabajando en su taller, y sigue soñando con sus máquinas. Combate el dolor de su artrosis trabajando, y aunque no nos adelanta mucho sobre su nuevo proyecto, nos deja saber que está haciendo una carroza y que quiere sorprender una vez más a Cavanagh. Elio: Si anda, va a ser muy lindo. Yo la quiero pasar en el pueblo. La agarro así, un día domingo, y paso la calle… Luciano: Son las seis de la tarde cuando le digo a Elio que ya es hora de que me vaya, pero Elio parece querer demorarme y que nuestro domingo se extienda. Y me dice: Elio: Yo tengo un instrumento… Luciano: Está hablando de un acordeón que le regaló su padre cuando tenía 30 años. Me cuenta que después que el avión voló, tomó clases particulares. Lo saca y me sorprendo cuando esos dedos toscos que han manipulado un martillo de hasta cinco kilos empiezan a hacerlo sonar. Elio se guardó para el final la última gran sorpresa: los únicos acordes que recuerda de memoria son los de un vals que se llama “El Aeroplano”. Daniel: Luciano Daniele y Ariel Placencia son periodistas y viven en la ciudad de Rosario, Argentina. Esta historia fue editada por mi, Daniel Alarcón, y Camila Segura. Muchas gracias a Sokio de Punk Productions. El equipo de Radio Ambulante incluye a Silvia Viñas, Fe Martínez, Luis Trelles, Elsa Liliana Ulloa, Barbara Sawhill y Caro Rolando. Nuestros pasantes son Emiliano Rodríguez, Andrés Azpiri y Luis Fernando Vargas. Carolina Guerrero es la CEO. Conoce más sobre Radio Ambulante y sobre esta historia en nuestra página web: radioambulante.org. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

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