logo
Listen Language Learn
thumb

Radio Ambulante - Un punto en el cielo

-
+
15
30

A veces es cuestión de mirar el lugar correcto, en el momento indicado.

Víctor Buso había dedicado toda su vida a la astronomía de manera informal. Una noche –después de una serie improbable de casualidades–, su carrera como amateur dio un giro inesperado. Esta es la historia de cómo su observatorio casero en Rosario, Argentina, se convirtió en el centro de atención de la comunidad astronómica internacional.

*
Si quieres comentar esta historia con otros oyentes, ingresa al Club de Podcast Radio Ambulante.

Bienvenidos
a
Radio
Ambulante,
desde
NPR.
Soy
Daniel
Alarcón.
1969.
Rosario,
Argentina.
Y
este
hombre…
Mi
nombre
es
Víctor
Ángel
Buso.
Tenía
diez
años.
Está
jugando
con
unos
carritos
en
la
sala
de
su
casa
cuando
su
mamá,
que
estaba
en
la
habitación
viendo
televisión,
lo
llama.
Dice:
“Víctor,
vení,
Victitor
vení”.
Y
cuando
voy,
la
veo
a
ella
que
estaba
llorando.
Y
digo:
“¿Por
qué
llorá,
mamá?”.
Dice:
“Vení,
vení,
Victor,
que
lo
que
vas
a
ver
nunca
te
lo
vas
a
olvidar
en
la
vida”.
Y
tenía
razón,
su
mamá,
porque
ahí,
en
la
pantalla
de
ese
televisor
a
blanco
y
negro,
a
válvulas…
That’s
one
small
step
for
man,
one
giant
leap
for
mankind…
Y
me
puse
a
mirar
y
digo:
“¿Qué
es
esto
que
estamos
viendo?”
Dice:
“Es
el
momento
en
que
el
hombre
va
a
poner
el
pie
en
la
Luna”.
…United
States.
It’s
different,
but
is
very
pretty
out
here.
Es
difícil
imaginar
ahora
cómo
se
sintió
en
ese
momento.
Esas
imágenes
de
Neil
Armstrong,
esos
saltos
en
la
superficie
de
la
luna,
la
bandera
estadounidense,
las
fotos
de
la
tierra
desde
el
espacio.
No
es
una
exageración
decir
que
eso
cambió
todo.
Darnos
cuenta
que
nuestro
planeta
es
uno
de
varios,
dentro
de
una
galaxia
de
planetas.
Que
somos
insignificantes.
Minúsculos.
De
esas
revelaciones
que
te
dejan
boquiabierto.
Y
bueno,
imagínate
ahora
enfrentando
esto
a
la
edad
de
Victor.
Para
él,
lo
que
vio
ese
día
en
su
televisor
fue
determinante.
Le
despertó
una
curiosidad
gigante
por
mirar
el
cielo.
Una
curiosidad
que
sus
papás
alimentaron.
Como
esa
vez
cuando
un
cinco
de
enero,
en
plena
noche
de
Reyes,
su
mamá
lo
llevó
al
jardín…
Y
ella
se
agacha
así
conmigo.
Y
me
decía
que
desde
adentro
de
la
luna
me
estaba
mirando
un
Rey
Mago.
Él
me
miraba
para
ver
si
yo
me
portaba
bien.
Y
yo
el
rey
lo
sigo
viendo.
O
esa
otra,
cuando
su
papá
lo
despertó
en
la
madrugada
para
decirle
si
quería
ver
un
cometa.
Víctor,
sorprendido,
dijo
que
sí.
Entonces
el
papá
le
puso
una
cobija
y
lo
sacó
al
jardín.
En
ese
momento,
yo
abrazado
a
las
piernas
de
mi
papá,
viste,
mirando
el
cometa.
Era
el
cometa
Bennett
y
era
un
cometa,
este…
muy
lindo
con
toda
su
cola
desplegada.
Fueron
sellos
muy
importantes.
Yo
pienso
que
esas
cosas
luego
influyeron
porque
me
acuerdo
de
todas.
Y
esas
experiencias
lo
llevaron
a
obsesionarse
por
querer
ver
mucho
más
allá
de
lo
que
sus
ojos
podían
ver,
incluso
más
allá
de
lo
que
otros
humanos
hubieran
visto
antes.
Rosina
Castillo,
periodista
argentina,
nos
sigue
contando.
Víctor
lleva
toda
su
vida
siendo
astrónomo
aficionado.
O
sea,
nunca
estudió
formalmente
en
ninguna
universidad,
pero
es
algo
que
lo
ha
apasionado
desde
siempre.
Se
gana
la
vida
como
cerrajero,
un
oficio
que
aprendió
de
su
papá
cuando
era
chico.
Y
de
hecho,
esa
capacidad
que
le
dio
la
cerrajería
de
ponerle
atención
a
los
detalles
y
maniobrar
piezas
pequeñas,
le
sirvió
después
en
la
astronomía.
Cuando
tenía
11
años
empezó
a
jugar
con
dos
lupas
que
tenía
su
mamá
en
su
salón
de
belleza.
Así
que
me
ponía
a
mirar
todo
lo
que
podemos
mirar
con
una
lupa:
hojitas,
bichitos,
que
yo,
todo
lo
que
se
te
ocurra.
Un
día
decidió
juntar
las
dos
lupas,
poner
una
detrás
de
la
otra…
Y
me
pongo
a
mirar
a
lo
lejos
a
ver
qué
pasaba
con
la
luz
y
veo
una
columna,
me
acuerdo,
con
un
cable
de
teléfono
que
estaba
como
a
cien
metros
atrás
de
mi
casa.
Y
me
di
cuenta
que
lo
veía
más
grande.
Entonces
corrió
a
contarle
a
su
mamá
lo
que
había
logrado
“Ah”,
me
dice,
“mirá,
te
hiciste
un
telescopio”.
Digo:
“¿Y
para
qué
sirve
un
telescopio?”.
Y
dice:
“Para
mirar
las
estrellas”…
Las
estrellas…
Víctor
quiso
saber
más.
Entonces
buscó
entre
los
libros
que
había
en
la
casa
y
encontró
un
diccionario
grande
con
ilustraciones.
Y
ahí
busco
telescopio,
telescopio,
telescopio,
y
encuentro
el
plano
muy
básico
de
lo
que
son
los
telescopios.
Y
es
el
telescopio
de
Galileo
y
estaba
el
telescopio
de
Newton,
que
estaba
hecho
con
espejos.
Los
telescopios
han
ido
evolucionando
y
cada
vez
son
más
autónomos.
Pero
esos
dos
modelos
que
menciona
Víctor,
que
fueron
diseñados
hace
cientos
de
años,
son
los
más
conocidos.
Uno
fue
el
que
utilizó
Newton
y
que
funciona
con
un
sistema
de
espejos
para
observar
el
reflejo
de
grandes
regiones
del
espacio
que
están
muy
lejos.
El
otro
telescopio
fue
el
que
utilizó
Galileo
y
tiene
un
lente
adelante
y
uno
por
donde
se
mira.
Eso
permite
que
se
pueda
apuntar
a
un
objeto
en
particular
y
verlo
con
más
detalle.
Víctor
hizo
ese,
el
de
Galileo.
Aunque,
claro,
de
una
forma
muy
rústica.
Primero
les
quitó
los
lentes
a
las
lupas
que
tenía.
Luego
con
plastilina
pegó
el
más
grande
a
la
base
de
una
lata
de
cera
y
el
otro
a
una
lata
más
pequeña
de
tomates.
La
lata
más
pequeña
cabía
perfecto
dentro
de
la
otra
y
se
deslizaba
fácilmente,
así
que
Víctor
podía
alejar
o
acercar
el
objeto
al
que
estuviera
apuntando.
No
veía
la
hora
que
llegara
la
noche
para
probar
mi
improvisado
telescopio.
Quería
ver
las
estrellas,
como
le
había
dicho
su
mamá.
En
especial
las
Tres
Marías
o,
como
les
dicen
en
otras
partes,
los
Reyes
Magos.
Si
no
saben
de
qué
estoy
hablando,
no
se
preocupen,
es
fácil
reconocerlas:
son
esas
tres
estrellas
muy
brillantes
que
están
en
una
línea
diagonal.
Técnicamente
se
llaman
el
cinturón
de
Orión.
Esa
noche,
entonces,
Víctor
apuntó
su
telescopio
a
esas
estrellas.
Y
vino
la
sorpresa
porque
empecé
a
ver
adentro
de
las
Tres
Marías
estrellitas
que
yo
no
veía
a
simple
vista.
O
sea,
estaba
captando
más
que
el
ojo.
Y
eso
lo
deslumbró.
Se
dio
cuenta
de
que
había
muchísimas
cosas
más
allá
de
la
luna
que
vio
con
su
mamá
en
televisión,
más
allá
del
cometa
que
le
mostró
su
papá
en
el
jardín,
más
allá
de
las
Tres
Marías.
Solo
tenía
que
encontrar
la
manera
de
verlas.
Se
acuerda
perfecto
de
ese
momento.
Fue
un
21
de
septiembre
porque
yo
fui
y
lo
anoté
en
un
cuaderno
y
digo:
“A
partir
de
hoy
me
dedicaré
a
la
astronomía”.
Víctor
empezó
la
secundaria
en
1971,
cuando
tenía
12
años.
Por
esa
época,
unos
años
antes
de
la
última
dictadura
militar,
en
Rosario,
como
en
todo
el
país,
había
muchas
protestas
de
sindicalistas,
obreros,
estudiantes,
profesores…
A
veces
Víctor
no
tenía
clases
en
el
colegio
por
las
huelgas,
entonces…
Me
iba
a
la
biblioteca
de
la
ciudad.
Y
ahí
comencé
a
leer
la
historia
de
los
grandes
astrónomos
que
tuvimos
de
la
Edad
Media
para
acá:
sus
vivencias,
las
construcciones
que
hicieron
y
admirarme
de
todo
ese
mundo,
¿no?
Leía
también
sobre
lentes
de
telescopios.
Su
idea
era
ir
a
una
óptica
y
pedir
que
le
hicieran
un
par
para
poder
ver
mejor
las
estrellas.
El
problema
era
que
no
tenía
plata
para
eso
y
tampoco
estaba
seguro
si
quedarían
bien.
Entonces
un
día
se
enteró
de
que
el
abuelo
de
un
compañero
suyo
del
colegio
estaba
vendiendo
un
telescopio.
Víctor
no
podía
creer
la
casualidad:
en
esa
época
era
difícil
conseguir
un
aparato
de
esos.
Y
era,
me
acuerdo,
un
telescopio
brasilero
hecho
con
palos
de
madera
el
trípode.
Un
núcleo
de
aluminio
bien
hecho,
un
tubo
de
cartón
plastificado,
unos
lentecitos
y,
bueno,
yo
no
tenía
plata.
Le
pedía
como
unos
120
dólares
en
esa
época.
Era
mucha
plata
para
Víctor,
que,
con
12
años,
escasamente
tenía
para
pagar
los
colectivos
de
su
casa
al
colegio
y
viceversa,
y
comprar
algo
de
comida.
Pero
se
moría
por
tener
ese
telescopio,
así
que
empezó
a
caminar
al
colegio
para
ahorrarse
lo
del
transporte
y
solo
comía
cuando
llegaba
a
su
casa.
Juntaba
cartones,
botellas,
todo
lo
que
pudiera
vender
e
iba
poniendo
pesito
tras
pesito
en
una
alcancía.
Pero
le
estaba
tomando
mucho
tiempo.
Ya
habían
pasado
varios
meses
y
su
compañero
del
colegio
le
empezó
a
decir
que
su
abuelo
no
podía
esperarlo
tanto.
A
Víctor
le
faltaba
plata
y
decidió
sacarla
a
escondidas
del
monedero
de
su
mamá.
Pero
antes
de
ir
a
pagar
el
telescopio,
ella
se
dio
cuenta
y
le
dijo…
“Mirá,
acá
hay
dos
culpables
o
vos
o
yo.
Yo
no
la
gasté.
Así
que
fuiste
vos.
¿Qué
pasó
con
la
plata
que
había
acá?”.
Víctor
se
puso
muy
nervioso
y
decidió
contarle
la
verdad…
Y
le
conté
que
le
había
sacado
ese
dinero
para
comprar
un
telescopio.
Y
fue
una
sorpresa
para
ella.
Le
mostré
la
alcancía
donde
estaba
toda
la
plata
y
me
dijo:
“Bueno,
yo
te
voy
a
ayudar”.
Le
dio
lo
que
le
faltaba
y
pudo
comprarlo.
Ese
primer
telescopio
imagínate
lo
que
es
para
mí:
un
tesoro,
¿no?
Me
acuerdo,
exploraba,
miraba
todos
los
planetas.
Largas
horas
de
observación.
Era
muy
pequeño
el
telescopio,
eh,
pero
para
era,
no
sé,
el
Monte
Palomar.
El
Monte
Palomar,
en
California,
donde
está
uno
de
los
observatorios
más
importantes
del
mundo.
Víctor
dibujaba
lo
que
veía
con
su
telescopio:
cometas,
estrellas,
galaxias,
nebulosas.
No
tenía
acceso
a
ningún
catálogo
astronómico
donde
pudiera
saber
qué
objetos
eran
exactamente,
porque
tampoco
había
internet.
Entonces
decido
hacer
mis
catálogos
propios.
O
sea,
los
objetos
los…
los
ubico
en
el
cielo
y
les
pongo
mi
nombre:
el
Buso
1,
el
Buso
2.
Buso,
como
su
apellido.
Lo
que
Víctor
sabía
de
astronomía
lo
había
leído
en
la
biblioteca,
y
eso
ya
era
demasiado
teniendo
en
cuenta
su
edad
y
la
poca
información
a
la
que
podía
acceder.
Pero
cuando
acabó
de
leer
todos
esos
libros
supo
que
quería
saber
más.
La
pregunta
era
cómo.
Se
enteró
de
que
en
el
observatorio
de
Rosario,
que
habían
inaugurado
hacía
dos
años,
abrirían
un
curso
de
astronomía
y
por
supuesto
que
quería
tomarlo.
El
problema
era
que
estaba
dirigido
a
personas
que
hubieran
terminado
la
secundaria
o
que
estuviera
próximas
a
terminar,
y
él
apenas
estaba
en
segundo
año.
Aun
así
se
acercó
y
preguntó
si
podía
ir
a
las
clases
sólo
para
escuchar
y
le
dijeron
que
sí.
Eran
tres
días
a
la
semana.
Iba
a
la
escuela
a
la
mañana,
en
la
tarde
iba
a
trabajar
con
mi
papá.
Y
después
cuando
llegaba
a
la
nochecita
me
tomaba
el
colectivo
hasta
el
observatorio
donde
se
daban
los
cursos.
Las
personas
que
tomaban
el
curso
eran
mayores
que
Víctor.
La
idea
era
que
quienes
se
graduaran
de
ahí
pudieran
trabajar
después
en
el
observatorio.
Entonces
para
no
aburrirse
tanto
en
clases
que
no
entendía
muy
bien,
como
trigonometría,
empezó
a
hablar
con
un
compañero,
Daniel
Manzur,
que
era
más
cercano
a
su
edad
y
que
estaba
en
último
año
de
la
secundaria.
Daniel
le
contó
que
le
gustaba
la
astronomía
porque
el
director
de
la
primaria
de
Cristo
Rey,
su
colegio,
era
fanático
del
tema.
Tenía
un
telescopio
y
les
enseñaba
cosas
a
los
alumnos.
Le
contó
que
se
llamaba
Rogelio
Pizzi
y
era
sacerdote
católico.
Le
digo
yo:
“¿Qué?
¿Le
gusta
la
astronomía
a
un
cura,
digo
a
un
sacerdote?”.
Y
digo:
“¿No
me
lo
presentás?”.
A
Víctor
le
dio
curiosidad.
Sabía
que
la
iglesia
y
la
astronomía
han
sido
antagonistas
varias
veces,
pero
después
se
enteró
de
que
varios
sacerdotes
se
han
dedicado
a
la
astronomía
y
han
hecho
descubrimientos
importantes.
Como
el
caso
del
padre
Georges
Lamaître
que
fue
el
primero
en
plantear
la
teoría
del
Big
Bang
sobre
el
origen
del
universo;
o
Francesco
María
Grimaldi
y
Giovanni
Battista
Riccioli
que
hace
más
de
300
años
hicieron
un
mapa
detallado
de
la
Luna
que
aún
hoy
sigue
siendo
básico
para
estudiarla.
Finalmente
Víctor
y
el
padre
Pizzi
se
conocieron
y
empezaron
a
compartir
su
gusto
por
la
astronomía.
Víctor
seguía
yendo
al
curso
del
observatorio,
y
además
iba
a
la
escuela
de
óptica
de
la
Universidad
Nacional
de
Rosario
a
hablar
con
los
alumnos
y
profesores
para
entender
mejor
cómo
tallaban
los
lentes.
Luego,
casi
todas
las
noches,
se
encontraba
con
el
padre
Pizzi
en
la
terraza
del
colegio,
armaban
el
telescopio
del
padre
que
era
mejor
que
el
suyo
y
se
dedicaban
a
observar
las
estrellas.
Así
que
yo
estaba
asimilando
de…
de
a
baldazos
la
astronomía.
Compartían
lo
que
iban
aprendiendo,
discutían
lo
que
leían
por
ahí.
Y
ahora
que
Víctor
sabía
cómo
sacar
fotos
a
través
del
telescopio,
iban
registrando
lo
que
veían.
Y
mientras
observaban
las
estrellas…
Y
yo
lo
veía
al
padre
renegar,
renegar…
Renegar…
Porque
el
telescopio
era
pesado
y
había
que
subirlo
por
partes
a
la
terraza
y
armarlo
ahí.
Y
en
todo
ese
proceso
se
demoraban
como
una
hora.
Después
de
hacer
la
observación
tenían
que
desarmarlo
otra
vez
para
bajarlo.
Toda
una
odisea.
Entonces
Víctor,
que
para
ese
momento
ya
tenía
18
años…
Le
ofrecí
hacer
una
cúpula
en
el
colegio.
Yo
tenía
conocimiento
de
herrería,
sabía
soldar
ya,
viste,
los
hierros,
armar
una
estructura.
Una
cúpula
como
la
que
tienen
los
observatorios
profesionales,
que
protege
del
clima
a
las
máquinas
cuando
no
se
usan,
sin
necesidad
de
desarmarlas,
y
que
además
se
abre
cuando
se
va
a
hacer
una
observación.
Víctor
había
aprendido
con
su
papá
la
cerrajería
y
sabía
construir
cosas.
El
cura
lo
miró
asustado,
entonces
Víctor
le
dijo…
Usted
me
ve
jovencito,
se
piensa
que
yo
no
lo
voy
a
hacer.
Y
en
un
momento
sí,
afirmó
con
la
cabeza.
Víctor,
que
en
ese
momento
ganaba
algo
de
plata
trabajando
con
su
papá,
le
propuso
que
él
compraba
la
primera
parte
de
los
hierros,
los
soldaba
e
iba
armando
la
estructura
hasta
donde
alcanzara.
Y
si
a
usted
realmente
le
gusta
y
está
convencido,
bueno,
usted
ahí
va
a
tener
que
poner
el
resto
del
dinero.
¿Le
parece,
padre?
El
padre
lo
pensó
un
momento
y
aceptó.
Después
de
una
semanas,
la
cúpula
empezó
a
tener
forma.
El
padre
se
convenció
de
que
Víctor
podía
hacerla
y
entonces
compró
el
resto
de
los
materiales.
Cuando
estuvo
lista
la
estructura,
había
que
tomar
la
decisión
de
qué
material
debían
usar
para
recubrirla.
Eso
es
muy
importante
porque
así
se
protege
a
la
cúpula
del
agua,
del
viento,
del
calor.
Para
eso
tenían
dos
opciones:
Se
puede
hacer
de
lona,
que
es
la
lona
esa
gruesa
que
llevan
los
camiones.
No
le
digo
que
va
a
hacer
eterna,
pero
va
a
aguantar
unos
cuantos
años.
Y
podía
ser
más
barata
que
la
segunda
opción:
la
chapa,
unas
láminas
de
metal
inoxidable
que
seguro
iban
a
durar
mucho
más
y
protegerían
mejor
la
cúpula.
Tenían
que
mostrarle
las
dos
opciones
al
director
del
colegio
para
que
los
ayudara
con
el
dinero.
Pero
antes
de
hablar
con
el
rector,
hubo
un
eclipse
de
sol
que
pudieron
fotografiar.
Esas
fotos
las
llevaron
después
al
diario
de
la
ciudad
y
las
publicaron.
Eso
fue
realmente
comenzar
a
encenderle
los
cohetes
a
ese
observatorio.
Porque
imaginate
con
algo
científico
en
un
diario
que
lo
leía
toda
la
ciudad,
que
es
mucha
gente.
Así
que
comenzamos
a
recibir
felicitaciones,
que
nos
habían
visto
en
el
diario
con
el
trabajo.
El
colegio
Cristo
Rey
empezó
a
ser
reconocido
por
su
observatorio.
Bueno,
cuando
el
rector
vio
eso
no
tardamos
mucho
en
decidir
que
lo
que
se
iba
a
poner
en
la
cúpula
era
chapa,
así
sea
más
cara.
El
proyecto
del
padre
Pizzi
y
de
Víctor
empezó
a
atraer
a
otras
personas.
Yo
soy
José
Luis
Sánchez.
Este…
Tengo
64
años,
y
arranqué
desde
más
o
menos
11,
12
años
con
el
tema
de
la
astronomía.
El
papá
de
José
Luis
le
regaló
un
telescopio
cuando
era
chico,
y
tiempo
después
estudió
en
el
colegio
Cristo
Rey.
Allí
conoció
al
padre
Pizzi,
que
le
enseñó
física
en
segundo
año
y
le
explicó
cómo
usar
las
cartas
celestes
para
identificar
estrellas.
José
Luis
se
graduó
un
tiempo
después
y
no
volvió
a
tener
contacto
con
el
colegio,
pero
siempre
recordaba
lo
que
le
enseñó
el
cura.
Un
día,
cuando
tenía
20
años,
volvía
del
trabajo
a
su
casa
y
pasó
frente
al
colegio…
Y
veo
la
cúpula
ahí…
“Uy”,
dije,
“se
le
hizo
el
sueño
al
cura”.
Entonces
estacioné,
paré,
golpeé.
Se
le
presentó
al
portero
y
le
dijo
que
era
exalumno
y
preguntó
por
Pizzi.
Cuando
el
padre
salió
a
recibirlo
lo
reconoció
de
inmediato.
Y
me
dice:
“Venite
los
viernes
que
hay
un
grupo
de
un
par
de
un
par
de
chicos
que
uno
de
ellos
fue
el
que
me
hizo
la
cúpula”.
Y
resultó
ser
Víctor.
José
Luis
decidió
unirse
al
grupo
que,
en
ese
momento,
tenía
unas
seis
personas.
Desde
entonces
se
hizo
amigo
de
Víctor,
y
ahí
empezaron
a
fotografiar
galaxias,
estrellas,
nebulosas,
eclipses,
cometas.
Este
es
Víctor,
otra
vez.
Yo
añoro
toda
esa
época.
Pasamos
muchísimas
horas
de
noche
disfrutando
de…
con
todo
ese
grupo
de
chicos.
Teníamos
tiempo,
por
ahí
poca
plata,
pero
teníamos
entusiasmo,
un
empuje.
Un
empuje
que
los
llevó,
en
1984,
a
lograr
una
hazaña
maravillosa.
El
mundo
de
la
astronomía
tiene
su
propio
calendario.
Hay
registro
de
que
algunos
eventos
se
repiten
cada
tanto
y
los
científicos
saben
cuándo
ocurrirán
esos
fenómenos.
El
cometa
Halley
pasa
cerca
de
la
Tierra
cada
75
años
más
o
menos,
y
desde
1982
empezó
a
ser
detectado
por
telescopios
grandes.
Claro,
el
grupo
de
astronomía
del
colegio
Cristo
Rey
no
se
podía
perder
semejante
evento.
Era
una
oportunidad
única.
La
última
vez
que
había
pasado
cerca
de
la
Tierra
fue
en
1910,
cuando
la
fotografía
no
estaba
tan
avanzada
como
para
registrarlo.
Este
es
José
Luis.
En
ningún
portal
había
salido
fotos
del
cometa
Halley,
de
su
regreso.
Entonces
nosotros
estábamos
a
la
caza.
A
la
caza
del
Halley.
Si
no
lo
hacían
ahora,
no
lo
harían
nunca
porque
el
cometa
no
vuelve
a
pasar
sino
hasta
el
2061.
Pero
no
podían
apuntar
el
telescopio
a
cualquier
parte
del
cielo.
Primero
tenían
que
saber
las
coordenadas
por
donde
iba
a
pasar.
El
problema
era
que
en
ese
momento
era
difícil
acceder
a
la
información
astronómica.
Víctor
lo
recuerda.
En
aquel
tiempo
era
estar
todos
con
las
orejas
así,
los
ojos
atentos
a
todas
esas
revistas
que
por
ahí
tardaban
un…
que
llegaban
un
mes
atrasadas
las
revistas
acá,
del
exterior,
donde
informaban
los
datos
y
todo
eso.
Después
de
buscar
y
buscar,
lograron
conseguir
un
mapa
de
la
zona
por
dónde
iba
a
aparecer
el
Halley.
Así
podrían
ubicarlo
más
fácilmente.
Pero
no
podía
ser
desde
el
observatorio
porque
había
un
edificio
que
les
tapaba
la
zona
por
donde
tenían
más
chance
de
encontrarlo.
Así
que
empezaron
a
hacer
salidas
para
encontrar
el
mejor
lugar…
Íbamos
al
campo,
para
acá,
para
allá,
buscando
el
mejor
cielo,
que
no
haya
humedad,
que
no
haya
bruma,
que
no
haya
niebla.
Pero
no
se
trataba
solamente
de
apuntar
con
el
telescopio
al
lugar
por
donde
pasaba
el
Halley.
Cuando
enfocaban
esa
zona,
solo
se
veían
un
montón
de
puntitos
brillantes,
y
el
cometa,
que
apenas
se
estaba
acercando
y
no
tenía
cola
de
fuego,
parecía
una
estrella
más.
¿Cómo
sabían
cuál
era?
Víctor
lo
explica…
Hay
que
tomar…
más
o
menos
apuntar
al
campo
debido,
donde
supuestamente
estaría
entre
todas
esas
estrellas,
y
sacar
una
foto
hoy,
una
foto
mañana
y
una
foto
pasado.
Luego
los
negativos
los
ponían
en
el
proyector
del
colegio
y
proyectaban
las
fotos
en
una
pared.
Entonces
empezaban
a
observar
cada
estrella
que
aparecía
en
esas
fotos…
Tenés
que
ver
qué
puntito
falta
en
una
foto
y
encontrarlo
a
dónde
se
corrió.
Y
ese
puntito
que
se
movía
era
el
Halley.
Todos
los
del
grupo
estuvieron
por
varios
días
viendo
esas
fotos,
buscando
el
famoso
punto.
Hasta
que
un
día
lo
encontramos.
Cuando
lo
encontramos
fuimos,
revelamos,
lo
pasamos
a
papel
—ese
pedacito—
le
dimos
alto
contraste
y
lo
mandamos
al
diario.
Primera
plana:
“En
el
Colegio
Cristo
Rey
de
Rosario,
Argentina,
se
detecta
el
cometa
Halley”.
Eran
las
fotos
del
cometa
cuando
apenas
se
estaba
acercando
a
la
Tierra.
La
misma
hazaña
la
consiguieron
otros
observatorios
profesionales…
Así
que
estábamos
peleando
con
las
grandes
ligas…
¿Vos
sabés
lo
que
fue
eso?
Empezaron
a
ser
conocidos
en
el
resto
del
país
y
se
motivaron
a
seguir
fotografiando
el
Halley
durante
los
años
que
duraba
su
paso
cercano
a
la
Tierra.
Pero
esta
vez
querían
retratarlo
en
todo
su
esplendor,
con
la
cola
de
fuego.
Para
lograrlo,
el
telescopio
se
tiene
que
ir
moviendo
—recuerden
que
la
Tierra
gira
sobre
su
propio
eje—
entonces
el
telescopio
tiene
que
moverse
en
contra
de
esa
rotación
para
enfocar
bien
el
cometa.
Eso
es
fácil
cuando
el
aparato
es
automático
y
toma
fotos
digitales,
pero
como
el
de
ellos
no
lo
era.
A
principios
de
los
80
esas
tecnologías
no
existían
y
el
rollo
de
la
cámara
no
era
infinito,
tenían
que
hacer
el
seguimiento
a
mano,
durante
una
media
hora,
con
muchísima
precisión.
José
Luis
se
acuerda
que
uno
a
uno
se
iban
turnando
para
girar
la
ruedita
que
hacía
mover
el
eje
del
telescopio.
Y
como
no
podían
parar…
Era
algo
cómico
porque
uno
venía
guiando
e
iba
moviendo
la
ruedita.
El
otro
apoyaba
la
mano
sobre
la
mano
del
otro
para
seguir
el
movimiento
de
la
ruedita.
El
que
estaba
ahí
quitaba
la
cabeza
y
ya
la
ponías
vos,
la
cabeza
ahí
en
el
retículo
del
ocular
y
vos
seguías
dos
minutos
y
después
venía
el
otro,
y
nos
íbamos
rotando
así
hasta
cubrir
los
30
minutos
que
salió
esa
foto
que
fue
un
espectáculo,
un
espectáculo.
Después
de
revelar
la
foto,
el
padre
Pizzi
la
pegó
en
una
hoja
y
escribió
toda
la
descripción:
cuánto
brillaba,
a
cuántos
kilómetros
estaba,
cómo
evolucionó.
Eso
se
lo
pasaron
a
los
diarios.
Para
Víctor
fue
algo
increíble.
Era
noticia
propia
del
Halley.
O
sea,
los
periodistas
venían
y
hacían
cola
en
la
puerta
de
la
escuela.
Bueno,
eso
nos
llevó
a
la
gloria.
El
padre
Pizzi
murió
en
2002
y
el
grupo
de
astronomía
se
fue
desintegrando
poco
a
poco.
Algunos
se
fueron
de
la
ciudad,
otros
empezaron
a
tener
responsabilidades
diferentes,
y
otros
simplemente
perdieron
el
interés
y
se
retiraron.
Víctor
se
casó,
tuvo
una
hija
y
siguió
trabajando
como
cerrajero.
Como
ya
dijimos,
nunca
estudió
formalmente
astronomía.
No
necesitaba
un
título
académico
para
convalidar
su
conocimiento
y
tampoco
esperaba
dedicarse
profesionalmente
a
esto.
Como
el
padre
Pizzi
ya
no
estaba,
alguien
tenía
que
encargarse
del
observatorio
y
el
más
indicado
era
Víctor.
Él
quería
seguir
haciendo
sus
observaciones
desde
ahí,
pero
la
condición
del
colegio
era
que
tenía
que
enseñarle
astronomía
a
los
profesores.
Víctor
aceptó:
en
el
día
trabajaba
en
la
cerrajería
y
en
la
noche
daba
las
clases.
Pero
no
se
sentía
bien
del
todo,
la
astronomía
era
su
gran
pasión,
no
su
trabajo.
La
muerte
del
padre
Pizzi,
más
estas
cosas
que
fueron
pasando…
y
como
que
yo
me
empecé
a
sentir
que
se
me…
se
te
enfriaba,
viste,
la
cosa.
Dos
años
después
de
estar
ahí,
Víctor
no
quería
seguir.
No
le
gustaba
hacer
las
cosas
por
obligación,
por
cumplir
un
contrato,
y
menos
si
se
trataba
de
astronomía.
Víctor
y
José
Luis
siguieron
siendo
muy
amigos
incluso
después
de
que
se
acabara
el
grupo
del
padre
Pizzi.
A
veces
José
Luis
pasaba
por
el
colegio
a
saludarlo,
pero
lo
notaba
muy
decaído.
Y
un
día
le
empecé
a
decir:
“Víctor,
no…
Estás…
estás
muy
solo.
Te
conviene
hacerte
algo
en
tu
casa”.
Le
recomendó
retirarse
del
colegio
y
crear
él
mismo
un
observatorio.
José
Luis
ya
lo
había
hecho
unos
años
atrás
y
estaba
feliz.
A
Víctor
le
gustó
la
idea
y
empezó
entonces
a
construir
el
observatorio
en
su
casa,
con
sus
propias
adecuaciones
y
a
su
medida.
La
idea
era
dedicarse
a
hacer
sus
observaciones
tranquilo.
Lo
terminó
de
construir
en
2014
y
yo
pude
ver
con
mis
propios
ojos
el
resultado.
Visité
a
Víctor
en
su
casa
en
septiembre
de
2018.
Desde
afuera,
se
ve
hermosamente
sencilla:
un
frente
rectangular,
una
ventana
amplia
con
cortinas
y
una
puerta
blanca
que
no
llama
la
atención.
Pero
mirar
hacia
arriba
es
lo
que
más
sorprende:
una
escalera
sale
del
techo
y
conecta
la
casa
con
otra
estructura
más
grande,
blanca,
en
forma
de
cubo
y
con
una
cúpula
encima.
Para
llegar
al
observatorio
hay
que
subir
por
unas
escaleras
al
techo
y
luego
hasta
ahí.
Tiene
dos
pisos:
en
el
primero
hay
una
salita
donde
Víctor
tiene
su
computadora
que
está
conectada
al
telescopio
y
un
pizarrón
grande
en
el
que
anota
fórmulas
matemáticas.
Detrás
de
la
mesa
de
la
computadora
hay
una
escalera
que
lleva
al
segundo
piso,
el
de
la
cúpula,
donde
está
el
telescopio
instalado.
Cuando
estábamos
ahí,
Víctor
le
quitó
los
protectores
de
plástico
al
telescopio.
Me
contó
que
cuando
construyó
el
observatorio,
consiguió
el
mismo
telescopio
que
tenía
José
Luis
y
empezaron
a
calibrarlos
igual.
Le
agregaron
los
mismos
componentes,
compraron
las
mismas
cámaras,
los
mismos
softwares
para
tomar
las
fotos.
Resultaron
teniendo
telescopios
idénticos,
y
eso
les
ha
servido
para
hacer
observaciones
iguales:
si
uno
empieza
a
sacar
fotos
y
tiene
que
parar,
el
otro
puede
seguir
haciendo
lo
mismo
desde
su
propio
telescopio.
A
ese
mecanismo
decidieron
llamarlo
el
Gemini
Rosarino,
como
el
Observatorio
Gemini
que
está
conformado
por
dos
telescopios
gemelos
en
cada
uno
de
los
hemisferios
del
planeta:
uno
en
el
norte
de
Chile
y
el
otro
en
Hawái.
Después
de
que
le
quitó
los
protectores,
Víctor
agarró
el
control
remoto,
que
es
mucho
más
grande
que
el
de
un
televisor,
lo
apuntó
a
la
montura
del
telescopio
y
digitó
unas
coordenadas
astronómicas.
El
telescopio
empezó
a
moverse.
Después
de
un
momento
se
detuvo.
Ahí
Víctor
presionó
un
botón
del
control
y
el
techo
empezó
a
girar
encima
de
nosotros.
La
cúpula
empezó
a
abrir
un
espacio
justo
donde
apuntaba
el
telescopio.
Cuando
la
cúpula
se
detuvo,
a
través
del
espacio
que
se
había
abierto
pudimos
ver
el
cielo
estrellado.
Fue
hermoso.
En
esa
visita
entendí
que
sacar
fotos
es
primordial
para
los
astrónomos.
No
si
esto
pase
siempre,
pero
cuando
una
persona
que
no
es
cercana
a
la
astronomía,
como
yo,
va
a
mirar
por
un
telescopio,
lo
primero
que
se
imagina
que
va
a
ver
son
los
objetos
más
próximos:
los
planetas
del
Sistema
Solar,
quizás
la
Luna,
cosas
así.
Pero
aunque
esa
es
una
parte
linda
y
divertida
de
la
observación,
hay
objetos
que
no
se
pueden
ver
solo
poniendo
el
ojo
en
el
telescopio,
por
más
potente
que
sea.
Y
eso
es
porque
están
tan,
pero
tan
lejos
de
la
tierra,
que
el
ojo
humano
no
alcanza
a
captar
esa
luz,
no
está
diseñado
para
eso.
Voy
a
tratar
de
explicarlo
mejor
con
la
experiencia
que
tuve
en
el
observatorio
de
Víctor…
Después
de
que
Víctor
acomodara
el
telescopio
y
abriera
la
cúpula,
me
empezó
a
hablar
de
los
lentes
que
usa.
Sí,
este
yo
lo
uso
para
expediciones
o
por
ahí
quiero
sacar
con
otro
lente,
depende
del
objeto
que
sea…
Me
dijo
que
pusiera
el
ojo
en
el
visor
y
solo
vi
un
círculo
negro.
Les
juro
que
era
una
parte
del
cielo
donde
no
había
nada.
Entonces
Víctor
agarró
la
cámara…
¿Y
esa
es
la
cámara
en
cuestión,
digamos?
Sí,
puedo
poner
esta
o
cualquiera
de
las
otras.
Ahí
adentro
de
ese
gabinete
hay
otra
cámara…
La
instaló
al
telescopio
y
bajamos
al
primer
piso
donde
está
la
computadora.
Desde
ahí
Víctor
le
indicó
a
la
cámara
que
tomara
fotos
de
ese
mismo
círculo
negro,
pero
con
una
velocidad
de
obturación
rápida
para
que
pudiera
captar
bien
la
imagen
sin
que
las
luces
de
la
ciudad
la
dañaran.
Cuando
empezaron
a
salir
las
fotos
en
la
pantalla
de
la
computadora,
yo
no
lo
podía
creer.
En
ese
espacio
oscuro
había
algo
así
como
un
círculo
lleno
de
estrellas,
algo
que
en
astronomía
se
conoce
como
cúmulo
globular,
que
es
una
agrupación
relativamente
pequeña
de
esos
objetos.
Las
fotos
que
me
mostró
ese
día
las
tomó
con
una
cámara
que
su
amigo
José
Luis
también
tenía.
Él
la
había
comprado
primero
y
había
convencido
a
Víctor
de
que
se
comprara
la
misma
para
que
además
siguieran
teniendo
todo
igual.
La
estrenó
con
muchas
ganas
el
20
de
septiembre
de
2016.
Cuando
se
apunta
el
telescopio
hacia
la
infinidad
del
espacio,
es
importante
siempre
ponerse
un
objetivo.
Ese
día,
el
20
de
septiembre,
Víctor
quería
observar
una
galaxia,
que
en
pocas
palabras
es
un
conjunto
de
estrellas
y
otros
objetos
astronómicos
como
planetas
y
lunas
que
están
concentrados
por
una
gran
fuerza
de
gravedad.
La
galaxia
donde
está
la
Tierra,
como
sabemos,
se
llama
Vía
Láctea,
pero
es
solo
una
de
las
millones
y
millones
que
hay
en
el
universo.
Así
que
ese
día,
después
de
que
Víctor
ubicó
la
galaxia
que
quería,
le
sacó
una
foto,
la
descargó
en
su
computadora
e
hizo
lo
que
siempre
hacía
cuando
observa
una
galaxia:
que
un
software
la
reconozca,
le
indique
de
qué
tipo
es
y
en
qué
lugar
del
universo
se
encuentra.
Además,
este
software
le
muestra
el
registro
de
quién
la
descubrió
y
qué
eventos
se
han
observado
en
ella,
como
pasos
de
cometas,
por
ejemplo.
Con
esta
información,
Víctor
puede
darse
una
idea
de
las
posibilidades
que
tiene
de
encontrar
algo
interesante
en
esa
galaxia.
Si
no
hay
nada
que
le
llame
la
atención,
puede
seguir
buscando
en
otro
lugar.
Cuando
vi
cómo
Víctor
hacía
esto,
pensé
que
es
algo
así
como
un
intento
de
delimitar
el
espacio
infinito.
Esa
noche,
entonces,
Víctor
estuvo
observando
un
largo
rato
una
galaxia
que
se
llama
PGC
155.
Y
aunque
no
encontró
nada
interesante
ahí,
le
gustó
tanto
lo
que
hacía
la
cámara
que
quiso
seguir
probándola.
Pensó
en
mover
la
abertura
de
la
cúpula
hacia
otra
zona
del
cielo,
pero
como
ya
era
tarde
y
la
cúpula
es
muy
ruidosa
y
los
vecinos
estaban
dormidos…
Decido
no
moverla.
Dije,
“no,
voy
a
aprovechar
si
ya
que
estaba
apuntando
a
esa
galaxia,
veo
ese
pedazo
de
cielo,
miro
y
ya
está”,
digo,
“cualquier
galaxia
que
esté
por
ahí”.
Porque
en
solo
un
pedazo
de
cielo
como
el
que
abarca
la
abertura
de
la
cúpula
puede
haber
muchísimas
galaxias,
entonces
buscó
una
más
fotogénica.
Y
busco
esta
galaxia
que
tiene
unos
lindos
rulos.
Veo
el
tamaño,
veo
el
brillo,
digo,
“ah,
esta
está
linda
para
probar”.
La
NGC
613.
A
más
de
60
millones
de
años
luz
de
la
Tierra.
Víctor
puso
a
la
cámara
a
tomar
cada
20
segundos
para
ver
si
algo
se
movía
y
compararlas
con
fotos
que
se
habían
hecho
en
otros
observatorios.
Y
comienzo
a
ver
un
píxel…
solamente
un
píxel.
Y
digo:
“¿Qué
hace
este
píxel
acá?”.
Se
le
hacía
raro
porque
ese
píxel
no
aparecía
ni
en
la
base
de
datos
del
software
de
su
computadora,
ni
en
las
fotos
que
él
había
acabado
de
sacar.
Pensó
que
podía
ser
un
punto
ciego
de
la
cámara
o
tal
vez
polvo
que
le
había
entrado.
Pero
cuando
movió
un
poco
el
telescopio,
el
punto
brillante
seguía
en
el
mismo
lugar
en
el
espacio.
O
sea,
era
algo
que
estaba
allá,
a
millones
de
años
luz,
no
en
la
cámara.
Pensó
que
podía
ser
un
asteroide.
Como
los
asteroides
se
mueven,
tal
vez
unos
minutos
antes
había
pasado
cerca
de
una
de
las
estrellas
de
la
galaxia
y
por
el
brillo
Víctor
no
lo
había
podido
ver.
¿Qué
asteroide
será?
Reviso
por
la
duda.
No
hay
ningún
asteroide.
Miro
ahí
si
hay
alguna
estrella
variable
ya
catalogada,
tampoco.
Una
estrella
variable
es
una
estrella
a
la
que
le
cambia
el
brillo
cuando
es
vista
desde
la
Tierra.
Si
tampoco
era
eso,
¿entonces
qué
era?
Y
a
medida
que
voy
sacando
más
imágenes,
empiezo
a
tratarlas
y
veo
que
el
píxel
se
va
agrandando.
Esto
es
tremendo,
digo:
“¿Qué
está
pasando
acá?
Si
esto
es
un
descubrimiento
tengo
que
hacerlo
rápido”.
Reportarlo
rápido,
porque
hay
telescopios
robotizados
en
todas
partes
del
mundo
revisando
el
cielo
y
lo
que
encuentran
lo
reportan
de
inmediato.
Víctor
tenía
que
hacer
ese
reporte
a
la
Unión
Astronómica
Internacional,
la
organización
que
registra
ese
tipo
de
descubrimientos
y
avisarles
que
había
encontrado
algo.
Aunque
no
supiera
de
qué
se
trataba
exactamente.
Cuando
volvamos,
el
descubrimiento
de
Víctor.
Después
de
la
pausa.
Ambulantes,
necesitamos
su
apoyo
para
seguir
contando
las
historias
en
audio
que
los
acercan
a
América
Latina.
Por
eso
acabamos
de
inaugurar
un
programa
de
membresías.
Al
convertirse
en
miembros
de
Radio
Ambulante
recibirán
varios
beneficios
y,
sobre
todo,
nos
permitirán
seguir
creciendo,
produciendo
nuevos
episodios
y
nuevos
podcasts
en
español.
Para
más
información,
visiten
nuestra
página
web
radioambulante.org.
¡Gracias!
Hola,
soy
Antonia
Cereijido,
productora
de
Latino
USA,
en
NPR.
Y
les
quiero
hablar
de
uno
de
nuestros
segmentos
más
populares.
Lo
llamamos
The
Breakdown.
En
cada
episodio
exploramos
un
fenómeno
cultural
latinx,
como
nuestro
episodio
reciente
sobre
la
diva
peruana
Yma
Sumac,
o
el
que
dedicamos
a
Dora
La
Exploradora.
Chequéanos
en
Latino
USA,
en
NPR.
Ya
sea
que
hablemos
de
las
protestas
de
atletas,
la
prohibición
de
que
los
musulmanes
ingresen
al
país,
la
violencia
con
armas
de
fuego,
la
reforma
educativa
o
la
música
que
te
está
dando
vida
en
este
momento,
la
raza
es
el
subtexto
de
gran
parte
de
la
historia
estadounidense.
Y
en
Code
Switch,
de
NPR,
ese
subtexto
se
vuelve
texto.
Suscríbete
y
escucha
todos
los
miércoles.
Estamos
de
vuelta
en
Radio
Ambulante.
Soy
Daniel
Alarcón.
Antes
de
la
pausa,
Víctor
fotografió
con
su
nueva
cámara
un
brillo
del
tamaño
de
un
píxel
en
una
galaxia
a
más
de
60
millones
de
años
luz
de
la
Tierra.
Ese
píxel
apareció
de
la
nada
y
un
objeto
así
no
estaba
registrado
en
las
bases
de
datos.
Entonces,
para
poder
avisarle
a
la
Unión
Astronómica
Internacional,
Víctor
tenía
que
saber
qué
era
lo
que
estaba
viendo.
Lo
más
curioso
era
que
el
píxel
ya
no
era
un
píxel:
ese
objeto
estaba
creciendo
cada
vez
más.
Rosina
Castillo
nos
sigue
contando.
Víctor
necesitaba
una
segunda
opinión,
ojalá
de
un
astrónomo
profesional.
Pero
cuando
llamó
a
algunos
observatorios
en
Argentina
no
le
contestaron.
Entonces
le
envió
un
mensaje
a
un
amigo
aficionado
preguntándole
si
sabía
qué
pasaba
y
este
le
respondió…
“No,
no”,
dice.
“Que
no
te
van
a
atender”,
dice.
“Están
todos
reunidos
los
astrónomos
en
la
ciudad
de
Capilla
del
Monte,
en
la
provincia
de
Córdoba.
Están
presentando
sus
trabajos
en
un
congreso
donde
llevan
todos
sus
papers”.
Víctor
se
empezó
a
desesperar.
Entonces
digo:
“La
pucha,
¿justo
ahora
van
a
venir
a
reunirse?
¿Justo
hoy?”,
digo
yo.
“Ay”,
digo,
“bueno”.
Dice:
“¿Qué
necesitás?”.
Digo:
“Dejá,
dejá,
que
yo
me
arreglo”.
Entonces,
como
a
la
una
de
la
mañana,
llamó
a
Sebastián
Otero,
un
colega
suyo
que
también
es
aficionado
pero
que
es
experto
en
estrellas
variables,
las
que
cambian
de
brillo,
y
lo
más
parecido
a
lo
que
había
visto.
Sebastián
le
contestó
medio
dormido
y
Víctor,
que
estaba
muy
ansioso,
le
dijo…
“Te
mando
una
foto
por
WhatsApp
de
la
pantalla
y
mirá
lo
que
está
pasando
en
esta
galaxia.
Compárala”.
Cuando
Sebastián
vio
la
foto,
le
dijo
muy
sorprendido
que
tampoco
sabía
qué
era.
La
idea
de
Víctor
era
que
con
la
información
que
le
diera
su
colega,
iba
a
mandar
una
alerta
a
la
Unión
Astronómica
Internacional
de
un
objeto
que
no
estaba
registrado.
Sebastián
le
dijo
que
si
no
sabían
qué
era,
no
podían
hacer
eso.
Pero
Víctor
no
sabe
inglés,
el
único
idioma
en
que
puede
hacerse
esa
alerta,
así
que
lo
necesitaba.
Y
le
digo:
“Mirá,
Sebastián,
haceme
el
favor”,
digo.
“Hagamos
el
reporte”,
digo,
“y
yo
te
nombro
codescubridor”.
Sebastián
aceptó.
Decidieron
poner
que
era
una
posible
estrella
variable
y
que
luego
lo
resolvieran
los
astrónomos
allá.
Hicieron
todo
el
procedimiento:
llenaron
el
formulario
con
la
información
del
telescopio
y
del
objeto.
Era
difícil
porque
como
se
hacía
más
grande
en
cada
foto,
dar
un
tamaño
exacto
era
imposible.
Nos
entramos
medio
a
pelear
por
el
teléfono
porque,
claro,
yo
le
daba
un
dato,
le
daba
la
magnitud
del
objeto,
entonces
iba
completando
y
dice:
“Entonces,
¿qué
magnitud
me
dijiste?”.
Y
yo
se
lo
cambiaba
al
número
porque
yo
iba
midiendo
distinto.
Me
dice:
“Loco,
deci…
decidite.
¿Qué
número
tiene
la
magnitud
del
objeto?
¿Tiene
13
o
tiene
14?”.
“Mirá”,
digo,
“qué
yo,
más
o
menos”.
Dice:
“Pero
no
es
más
o
menos,
me
tenés
que
dar
bien
el
dato”,
dice,
“esto
es
en
serio”.
Digo:
“Bueno,
qué
se
yo…
es
lo
que
yo
estoy
midiendo”.
Al
final
pusieron
un
aproximado,
dieron
sus
datos
y
enviaron
la
alerta.
La
única
respuesta
fue:
“Recibido,
muchas
gracias”.
Y
eso
fue
todo.
Víctor
paró
de
tomarle
fotos
esa
noche
al
objeto
y
tuvo
que
esperar
hasta
la
noche
del
día
siguiente
para
seguir
analizándolo.
En
ese
momento,
José
Luis
estaba
haciendo
unas
observaciones
en
el
campo…
Y
Víctor
que
me
llama
por
teléfono
al
celular
a
los
gritos.
Yo
creo
que
si
gritaba
era
lo
mismo,
porque
son
50
kilómetros
y
con
los
gritos
que
pegaba
de
alegría
era…
era
suficiente.
No
hacía
falta
comunicación
por
celular-
Gritándome:
“Por
favor,
que
estás
en
el
campo
sacále
fotos,
sacále
fotos.
Me
explotó.
Me
explotó
una
tremenda
supernova,
que
esto
que
lo
otro”.
Una
supernova.
Eso
era
lo
que
había
descubierto
Víctor.
Un
verdadero
espectáculo
cósmico.
Y
para
quienes
no
saben,
una
supernova
es
la
muerte
de
una
estrella:
una
explosión
que
arroja
al
espacio
varios
elementos
como
hierro,
níquel,
energía,
y
sobre
todo
muchísima,
muchísima
luz.
Por
eso
el
píxel
de
las
fotos
de
Víctor
iba
creciendo.
Son
espectáculos
enormes,
gigantescos,
tan
extremadamente
brillantes
como
una
galaxia.
De
hecho
Víctor
supo
que
era
una
supernova
por
eso,
por
el
brillo
del
objeto.
Pero
no
todas
las
estrellas
terminan
así.
Hay
varios
tipos
de
supernovas.
La
que
descubrió
Víctor
sucede
con
estrellas
que
tienen
una
masa
ocho
veces
mayor
a
la
del
Sol
o
más.
O
sea,
objetos
muy,
muy,
muy
grandes,
más
de
lo
que
podamos
imaginar.
En
ese
momento
Víctor
quería
que
José
Luis
le
ayudara
a
tomar
más
fotos
de
la
supernova
para
tener
los
datos
completos.
Él
estaba
dedicado
a
completar
el
registro
que
había
mandado
a
medias
la
noche
anterior,
cuando
todavía
no
estaba
seguro
de
lo
que
había
observado.
Y
como
era
un
trabajo
tan
largo,
necesitaba
ayuda.
Pero
eso
se
tenía
que
hacer
rápido
porque
cuando
se
envía
una
alerta
de
descubrimiento
a
la
Unión
Astronómica
Internacional,
un
servidor
reenvía
la
información
a
observatorios
en
todo
el
mundo
para
que
apunten
sus
telescopios
en
esa
dirección.
El
problema
era
que
cuando
los
astrónomos
se
dieran
cuenta
de
que
era
una
supernova,
muchos
correrían
a
analizarla
porque
estos
objetos
astronómicos
evolucionan
muy
rápido
y
en
más
o
menos
un
año
dejan
de
existir.
Si
Víctor
no
enviaba
los
datos
cuanto
antes,
alguien
le
quitaría
el
crédito
de
su
descubrimiento.
En
ese
momento
José
Luis
ya
había
guardado
todo
su
equipo,
entonces
le
prometió
a
Víctor
que
tomaría
las
fotos
desde
su
casa
con
el
telescopio
gemelo.
Pero
cuando
llegó
tenía
un
dolor
de
cabeza
terrible
y
estaba
muy
cansado,
así
que
prefirió
acostarse.
Empezó
a
dar
vueltas
en
la
cama.
No
podía
dormir,
porque
sentía
remordimiento…
Cuarenta
años
que
lo
conozco
a
Víctor
y
no
le
voy
a
sacar
las
fotos
que
me
pida.
Agarré,
bajé
de
la
cama,
me
cambié,
subí,
abrí
el
observatorio,
me
puse
la
cámara
y
entré
a
sacar
fotos.
Y
gracias
a
eso,
Víctor
pudo
completar
el
registro.
Al
otro
día,
empezó
a
recibir
e-mails,
mensajes
de
WhatsApp,
llamadas
de
todo
el
mundo.
Varios
astrónomos
internacionales
estaban
interesados
en
sus
fotos
y
querían
más
información
para
investigar.
Pero
Víctor
les
dijo
que
prefería
que
esa
investigación
la
hiciera
alguien
en
Argentina.
Alguien
como
ella.
Yo
soy
Melina
Bersten.
Soy
docente
de
la
Universidad
Nacional
de
La
Plata
y
yo
me
dedico
a
estudiar
justamente
supernovas.
La
astronomía
es
un
campo
tan
infinito
como
el
universo
mismo.
Uno
puede
dedicarse
toda
la
vida
a
la
observación
del
Sol,
de
asteroides,
de
estrellas
variables,
planetas,
lunas
y
así
podría
seguir
enumerando.
Melina
se
dedica
desde
hace
más
de
diez
años
a
estudiar
las
supernovas
y
ha
visto
varias
durante
toda
su
carrera.
Por
eso,
cuando
un
colega
japonés
le
habló
del
descubrimiento
de
Víctor
dos
semanas
después,
a
ella
le
pareció
algo
normal.
Entonces
en
su
momento
tanta
relevancia
no
me….
no
me…
no
me
causó.
Hasta
que
me
enteré
que
había
sido
un
astrónomo
aficionado
argentino.
Y
ahí
le
dio
curiosidad,
quería
saber
quién
era
esta
persona
y
cómo
había
logrado
fotografiar
una
supernova
desde
un
observatorio
amateur.
Entonces
ella
y
su
equipo
contactaron
a
Víctor
para
preguntarle
qué
fue
lo
que
observó
exactamente.
El
dato
de
que
Víctor
estaba
tomando
fotos
cada
20
segundos
cuando
apareció
el
objeto
le
llamó
la
atención:
como
eran
varias
fotos
en
un
tiempo
corto
significaba
que
el
objeto
apareció
y
creció
muy
rápido.
Melina
le
pidió
que
le
enviaran
las
imágenes,
que
eran
más
de
100.
Cuando
las
vio…
Pensamos
que
la
supernova
que
descubrió
Víctor
no
fue
cualquiera
sino
que
fue
una
descubierta
lo
más
temprano
posible
en
la
evolución
de
la
supernova.
En
una
fase
que
se
conoce
como
shock
breakout.
Que
es
la
primera
emisión
electromagnética
de
la
explosión
de
una
supernova.
O
sea,
el
momento
exacto
en
que
la
energía
de
la
explosión
sale
a
la
superficie
de
la
estrella.
La
explosión
pasó
antes.
Puede
ser
unas
horas
antes
o
hasta
un
día,
depende
de
cómo
sea
la
estrella.
Pero
nosotros,
la
luz
de
eso
va
a
llegarnos
recién
cuando
ese
shock
llegue
a
la
superficie
estelar.
Para
entenderlo
más
fácil,
lo
que
Víctor
probablemente
había
captado
era
el
momento
exacto
en
que
una
supernova
puede
verse.
Y
aunque
es
una
fase
que
puede
dar
información
muy
fresca
sobre
la
estructura
de
la
estrella…
Había
sido
predicha
por
muchos
modelos,
incluidos
los
nuestros,
pero
nunca
había
sido
confirmada
observacionalmente.
Nadie
nunca
había
visto
un
shock
breakout.
Por
eso
era
tan
importante
analizar
muy
rápido
las
fotos
y
la
información
de
Víctor,
compararlos
con
los
modelos
de
supernovas
que
tienen
Melina
y
su
equipo
en
sus
computadoras.
Inmediatamente
agarré
los
datos
de
Víctor,
le
puse
un
modelo
cualquiera
y
enseguida
fue
compatible
con
este…
con
este
shock
breakout.
Casi,
casi
sin
mover
ningún
parámetro
dentro
del
modelo,
enseguida
fue
consistente
con
eso.
Todo
el
mundo
andaba
buscando
esto.
Y
durante
más
de
medio
siglo
nunca
lo
vieron.
Investigadores
en
Chile,
en
Japón,
en
Estados
Unidos,
en
Europa.
Grandes
proyectos
muy
costosos
Ni
los
telescopios
más
modernos,
robotizados,
los
que
en
todo
momento
están
revisando
las
millones
y
millones
y
millones
de
galaxias,
y
van
dejando
registro
de
lo
que
encuentran.
Mucha
plata
invertida
intentando
encontrar
lo
que
Víctor
encontró.
¿Por
qué?
Porque
un
shock
breakout
es
un
suceso
completamente
impredecible
y
muy
rápido.
Imagináte
tener
el
infinito
del
cielo
delante
tuyo,
y
toparte
con
algo
tan
improbable.
Algo
tan
instantáneo
como
el
flash
de
una
cámara.
Y
como
nunca
lo
habían
captado,
algunos
científicos
empezaron
a
dudar
de
que
realmente
existiera
esa
fase
de
shock
breakout,
y
pensaron
que
tal
vez
era
un
error
de
los
modelos
teóricos.
Entonces,
cuando
Melina
y
sus
compañeros
confirmaron
lo
que
era…
Bueno,
ahí
fue
como
que
dijimos:
“Bueno,
esto
vamos
a
intentar
poder
publicarlo
en
la
revista
más
prestigiosa
que
existe
de
ciencia”.
Se
refiere
a
la
revista
Nature.
Aunque,
claro,
no
iba
a
ser
fácil.
El
mundo
de
la
investigación
científica,
como
casi
todos
los
demás,
no
es
perfecto:
hay
egos,
celos,
intereses
políticos,
obstáculos.
Generalmente
se
toman
más
en
serio
a
ciertas
instituciones
académicas
que
a
otras,
y
no
precisamente
a
las
que
están
en
Latinoamérica.
Además,
el
hecho
de
que
Víctor
fuera
un
astrónomo
aficionado
podía
quitarle
credibilidad
al
estudio.
Y
no
solo
eso…
Cuando
vos
vas
a
un
congreso
o
lo
que
sea,
en
general
tienden
a…
a…
a
escucharte
menos
cuando
sos
mujer.
Entonces,
aunque
Melina
y
sus
compañeros
habían
hecho
un
análisis
riguroso…
Yo
sabía
que
esas
cosas,
este…
estaban.
No…
No…
No
las
dejamos
de
tener
en
cuenta
y
sabíamos
que
nos
iban
a
pedir
muchísimos
más
chequeos
que…
que
en
otros
casos.
Y
así
fue,
o
sea,
muchas
cosas
para
chequear.
Pero
bueno,
si
no
lo
intentábamos
con
un
resultado
así,
no
lo
podemos
intentar
con
nada.
Tardaron
un
año
para
que
en
Nature
les
aprobaran
la
investigación.
Pero
al
final,
en
febrero
de
2018,
la
publicaron:
se
llama
“A
surge
of
light
at
the
birth
of
a
supernova”,
algo
así
como
“Una
ráfaga
de
luz
en
el
nacimiento
de
una
supernova”,
y
Víctor
y
José
Luis
aparecen
como
coautores
junto
a
otras
20
personas
del
equipo
de
investigación
de
Melina.
Lo
que
Víctor
logró
esa
noche
del
20
de
septiembre
de
2016
fue
asombroso.
Melina
lo
describe
así.
Yo
siempre
digo
que
para
el
descubrimiento
de
Víctor
es
equivalente,
más
o
menos,
al…
al…
al
gol
que
hizo
Maradona
contra
los
ingleses.
No
el
de
la
mano,
el
otro.
Es
considerado
el
gol
del
siglo.
Fue
en
cuartos
de
final
del
Mundial
del
86.
Argentina
contra
Inglaterra.
Maradona
agarró
la
pelota
en
la
mitad
de
la
cancha
y
empezó
a
correr…
Ahí
la
tiene
Maradona,
lo
marcan
dos,
pisa
la
pelota
Maradona,
arranca
por
la
derecha
el
genio
del
fútbol
mundial,
deja
el
tendal
y
va
a
tocar
para
Burruchaga…
¡Siempre
Maradona!
¡Genio!
¡Genio!
Esquivó
a
seis
jugadores
ingleses
incluyendo
el
arquero.
Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta…
Gooooool…
Gooooool…
Para
ponerlo
en
escala,
realmente
fue
algo
único,
¿no?
Único
el
gol
y
único
el
descubrimiento
de
Víctor.
Claro,
seguramente
tuvieron
mucho
que
ver
todos
los
años
de
formación,
de
observar
el
cielo
con
el
grupo
del
padre
Pizzi,
de
construir
y
reconstruir
su
observatorio.
Quizás
una
persona
inexperta
no
se
hubiera
percatado
de
que
lo
que
estaba
viendo
podía
ser
importante.
Pero
como
sea,
varios
expertos
analizaron
la
probabilidad
de
lo
que
le
pasó
a
Víctor
y
coincidieron
en
decirle
lo
mismo.
Que
la
probabilidad
que
tienes
de
ver
justo
una
galaxia,
en
la
vida
de
una
estrella
que
dura
tantos
millones
de
años,
que
vos…
sea
de
noche
y
que
estés
trabajando
justo
en
ese
lugar
y
que
esté…
que
esté
despejado
y
que
justo
explote
de
noche.
Y
bueno,
todo
eso.
Ellos
sacan
la
cuenta
estadística
y
dicen
que
es
ganar,
por
ejemplo,
tres
veces
el
Quini
6.
El
Quini
6,
una
lotería
argentina.
O
sea,
lo
que
le
pasó
a
Víctor
es
prácticamente
imposible,
casi
un
milagro
astronómico,
si
es
que
se
puede
usar
ese
término.
Pero
gracias
a
toda
esa
serie
de
coincidencias,
se
convirtió
en
el
primer
humano
en
la
historia
en
registrar
la
explosión
inicial
de
una
supernova.
Víctor
sigue
siendo
un
astrónomo
aficionado,
solo
que
ahora
lo
invitan
a
congresos
de
profesionales
a
dar
charlas
y
a
compartir
su
experiencia.
Se
convirtió
en
algo
así
como
un
rockstar
en
el
campo
de
la
astronomía.
Víctor
todavía
vive
en
Rosario,
en
la
misma
casa
donde
Rosina
lo
visitó,
y
aún
hace
lo
que
más
le
apasiona:
pasa
horas
en
el
observatorio
amateur
desde
donde
hizo
su
increíble
descubrimiento.
En
2001,
con
su
amigo
José
Luis,
fundaron
la
Asociación
Santafesina
de
Astronomía,
una
agrupación
de
astrónomos
aficionados
que
da
conferencias,
comparte
sus
descubrimientos
y
otros
datos
importantes
de
esta
ciencia,
y
ayuda
a
formar
nuevos
amateurs
en
Argentina.
Rosina
Castillo
es
periodista.
Vive
en
Buenos
Aires.
Este
episodio
fue
editado
por
Camila
Segura,
David
Trujillo
y
por
mí.
La
música
y
el
diseño
de
sonido
son
de
Andrés
Azpiri.
Andrea
López
Cruzado
hizo
el
fact-checking.
El
resto
del
equipo
de
Radio
Ambulante
incluye
a
Lisette
Arévalo,
Gabriela
Brenes,
Jorge
Caraballo,
Victoria
Estrada,
Rémy
Lozano,
Miranda
Mazariegos,
Diana
Morales,
Patrick
Mosley,
Laura
Rojas
Aponte,
Barbara
Sawhill,
Luis
Trelles,
Elsa
Liliana
Ulloa,
Luis
Fernando
Vargas
y
Joseph
Zárate.
Carolina
Guerrero
es
la
CEO.
Radio
Ambulante
se
produce
y
se
mezcla
en
el
programa
Hindenburg
PRO.
Antes
de
terminar,
queremos
pedirles
un
favor.
Hemos
encontrado
que
la
mayoría
de
oyentes
nuevos
de
Radio
Ambulante
han
llegado
a
los
podcasts
gracias
a
las
recomendaciones
de
amigos
y
personas
de
confianza.
Es
decir,
gracias
a
ustedes.
Entonces,
por
favor,
sigan
escuchando
y
recomendando
Radio
Ambulante
a
quienes
tienen
cerca.
Parece
simple,
pero
ese
voz
a
voz
es
lo
que
más
nos
ayuda
a
crecer.
Se
los
agradecemos
mucho.
Radio
Ambulante
cuenta
las
historias
de
América
Latina.
Soy
Daniel
Alarcón.
Gracias
por
escuchar.
Check out more Radio Ambulante

See below for the full transcript

Bienvenidos a Radio Ambulante, desde NPR. Soy Daniel Alarcón. 1969. Rosario, Argentina. Y este hombre… Mi nombre es Víctor Ángel Buso. Tenía diez años. Está jugando con unos carritos en la sala de su casa cuando su mamá, que estaba en la habitación viendo televisión, lo llama. Dice: “Víctor, vení, Victitor vení”. Y cuando voy, la veo a ella que estaba llorando. Y digo: “¿Por qué llorá, mamá?”. Dice: “Vení, vení, Victor, que lo que vas a ver nunca te lo vas a olvidar en la vida”. Y tenía razón, su mamá, porque ahí, en la pantalla de ese televisor a blanco y negro, a válvulas… That’s one small step for man, one giant leap for mankind… Y me puse a mirar y digo: “¿Qué es esto que estamos viendo?” Dice: “Es el momento en que el hombre va a poner el pie en la Luna”. …United States. It’s different, but is very pretty out here. Es difícil imaginar ahora cómo se sintió en ese momento. Esas imágenes de Neil Armstrong, esos saltos en la superficie de la luna, la bandera estadounidense, las fotos de la tierra desde el espacio. No es una exageración decir que eso cambió todo. Darnos cuenta que nuestro planeta es uno de varios, dentro de una galaxia de planetas. Que somos insignificantes. Minúsculos. De esas revelaciones que te dejan boquiabierto. Y bueno, imagínate ahora enfrentando esto a la edad de Victor. Para él, lo que vio ese día en su televisor fue determinante. Le despertó una curiosidad gigante por mirar el cielo. Una curiosidad que sus papás alimentaron. Como esa vez cuando un cinco de enero, en plena noche de Reyes, su mamá lo llevó al jardín… Y ella se agacha así conmigo. Y me decía que desde adentro de la luna me estaba mirando un Rey Mago. Él me miraba para ver si yo me portaba bien. Y yo el rey lo sigo viendo. O esa otra, cuando su papá lo despertó en la madrugada para decirle si quería ver un cometa. Víctor, sorprendido, dijo que sí. Entonces el papá le puso una cobija y lo sacó al jardín. En ese momento, yo abrazado a las piernas de mi papá, viste, mirando el cometa. Era el cometa Bennett y era un cometa, este… muy lindo con toda su cola desplegada. Fueron sellos muy importantes. Yo pienso que esas cosas luego influyeron porque me acuerdo de todas. Y esas experiencias lo llevaron a obsesionarse por querer ver mucho más allá de lo que sus ojos podían ver, incluso más allá de lo que otros humanos hubieran visto antes. Rosina Castillo, periodista argentina, nos sigue contando. Víctor lleva toda su vida siendo astrónomo aficionado. O sea, nunca estudió formalmente en ninguna universidad, pero es algo que lo ha apasionado desde siempre. Se gana la vida como cerrajero, un oficio que aprendió de su papá cuando era chico. Y de hecho, esa capacidad que le dio la cerrajería de ponerle atención a los detalles y maniobrar piezas pequeñas, le sirvió después en la astronomía. Cuando tenía 11 años empezó a jugar con dos lupas que tenía su mamá en su salón de belleza. Así que me ponía a mirar todo lo que podemos mirar con una lupa: hojitas, bichitos, que sé yo, todo lo que se te ocurra. Un día decidió juntar las dos lupas, poner una detrás de la otra… Y me pongo a mirar a lo lejos a ver qué pasaba con la luz y veo una columna, me acuerdo, con un cable de teléfono que estaba como a cien metros atrás de mi casa. Y me di cuenta que lo veía más grande. Entonces corrió a contarle a su mamá lo que había logrado “Ah”, me dice, “mirá, te hiciste un telescopio”. Digo: “¿Y para qué sirve un telescopio?”. Y dice: “Para mirar las estrellas”… Las estrellas… Víctor quiso saber más. Entonces buscó entre los libros que había en la casa y encontró un diccionario grande con ilustraciones. Y ahí busco telescopio, telescopio, telescopio, y encuentro el plano muy básico de lo que son los telescopios. Y es el telescopio de Galileo y estaba el telescopio de Newton, que estaba hecho con espejos. Los telescopios han ido evolucionando y cada vez son más autónomos. Pero esos dos modelos que menciona Víctor, que fueron diseñados hace cientos de años, son los más conocidos. Uno fue el que utilizó Newton y que funciona con un sistema de espejos para observar el reflejo de grandes regiones del espacio que están muy lejos. El otro telescopio fue el que utilizó Galileo y tiene un lente adelante y uno por donde se mira. Eso permite que se pueda apuntar a un objeto en particular y verlo con más detalle. Víctor hizo ese, el de Galileo. Aunque, claro, de una forma muy rústica. Primero les quitó los lentes a las lupas que tenía. Luego con plastilina pegó el más grande a la base de una lata de cera y el otro a una lata más pequeña de tomates. La lata más pequeña cabía perfecto dentro de la otra y se deslizaba fácilmente, así que Víctor podía alejar o acercar el objeto al que estuviera apuntando. No veía la hora que llegara la noche para probar mi improvisado telescopio. Quería ver las estrellas, como le había dicho su mamá. En especial las Tres Marías o, como les dicen en otras partes, los Reyes Magos. Si no saben de qué estoy hablando, no se preocupen, es fácil reconocerlas: son esas tres estrellas muy brillantes que están en una línea diagonal. Técnicamente se llaman el cinturón de Orión. Esa noche, entonces, Víctor apuntó su telescopio a esas estrellas. Y vino la sorpresa porque empecé a ver adentro de las Tres Marías estrellitas que yo no veía a simple vista. O sea, estaba captando más que el ojo. Y eso lo deslumbró. Se dio cuenta de que había muchísimas cosas más allá de la luna que vio con su mamá en televisión, más allá del cometa que le mostró su papá en el jardín, más allá de las Tres Marías. Solo tenía que encontrar la manera de verlas. Se acuerda perfecto de ese momento. Fue un 21 de septiembre porque yo fui y lo anoté en un cuaderno y digo: “A partir de hoy me dedicaré a la astronomía”. Víctor empezó la secundaria en 1971, cuando tenía 12 años. Por esa época, unos años antes de la última dictadura militar, en Rosario, como en todo el país, había muchas protestas de sindicalistas, obreros, estudiantes, profesores… A veces Víctor no tenía clases en el colegio por las huelgas, entonces… Me iba a la biblioteca de la ciudad. Y ahí comencé a leer la historia de los grandes astrónomos que tuvimos de la Edad Media para acá: sus vivencias, las construcciones que hicieron y admirarme de todo ese mundo, ¿no? Leía también sobre lentes de telescopios. Su idea era ir a una óptica y pedir que le hicieran un par para poder ver mejor las estrellas. El problema era que no tenía plata para eso y tampoco estaba seguro si quedarían bien. Entonces un día se enteró de que el abuelo de un compañero suyo del colegio estaba vendiendo un telescopio. Víctor no podía creer la casualidad: en esa época era difícil conseguir un aparato de esos. Y era, me acuerdo, un telescopio brasilero hecho con palos de madera el trípode. Un núcleo de aluminio bien hecho, un tubo de cartón plastificado, unos lentecitos y, bueno, yo no tenía plata. Le pedía como unos 120 dólares en esa época. Era mucha plata para Víctor, que, con 12 años, escasamente tenía para pagar los colectivos de su casa al colegio y viceversa, y comprar algo de comida. Pero se moría por tener ese telescopio, así que empezó a caminar al colegio para ahorrarse lo del transporte y solo comía cuando llegaba a su casa. Juntaba cartones, botellas, todo lo que pudiera vender e iba poniendo pesito tras pesito en una alcancía. Pero le estaba tomando mucho tiempo. Ya habían pasado varios meses y su compañero del colegio le empezó a decir que su abuelo no podía esperarlo tanto. A Víctor le faltaba plata y decidió sacarla a escondidas del monedero de su mamá. Pero antes de ir a pagar el telescopio, ella se dio cuenta y le dijo… “Mirá, acá hay dos culpables o vos o yo. Yo no la gasté. Así que fuiste vos. ¿Qué pasó con la plata que había acá?”. Víctor se puso muy nervioso y decidió contarle la verdad… Y le conté que le había sacado ese dinero para comprar un telescopio. Y fue una sorpresa para ella. Le mostré la alcancía donde estaba toda la plata y me dijo: “Bueno, yo te voy a ayudar”. Le dio lo que le faltaba y pudo comprarlo. Ese primer telescopio imagínate lo que es para mí: un tesoro, ¿no? Me acuerdo, exploraba, miraba todos los planetas. Largas horas de observación. Era muy pequeño el telescopio, eh, pero para mí era, no sé, el Monte Palomar. El Monte Palomar, en California, donde está uno de los observatorios más importantes del mundo. Víctor dibujaba lo que veía con su telescopio: cometas, estrellas, galaxias, nebulosas. No tenía acceso a ningún catálogo astronómico donde pudiera saber qué objetos eran exactamente, porque tampoco había internet. Entonces decido hacer mis catálogos propios. O sea, los objetos los… los ubico en el cielo y les pongo mi nombre: el Buso 1, el Buso 2. Buso, como su apellido. Lo que Víctor sabía de astronomía lo había leído en la biblioteca, y eso ya era demasiado teniendo en cuenta su edad y la poca información a la que podía acceder. Pero cuando acabó de leer todos esos libros supo que quería saber más. La pregunta era cómo. Se enteró de que en el observatorio de Rosario, que habían inaugurado hacía dos años, abrirían un curso de astronomía y por supuesto que quería tomarlo. El problema era que estaba dirigido a personas que hubieran terminado la secundaria o que estuviera próximas a terminar, y él apenas estaba en segundo año. Aun así se acercó y preguntó si podía ir a las clases sólo para escuchar y le dijeron que sí. Eran tres días a la semana. Iba a la escuela a la mañana, en la tarde iba a trabajar con mi papá. Y después cuando llegaba a la nochecita me tomaba el colectivo hasta el observatorio donde se daban los cursos. Las personas que tomaban el curso eran mayores que Víctor. La idea era que quienes se graduaran de ahí pudieran trabajar después en el observatorio. Entonces para no aburrirse tanto en clases que no entendía muy bien, como trigonometría, empezó a hablar con un compañero, Daniel Manzur, que era más cercano a su edad y que estaba en último año de la secundaria. Daniel le contó que le gustaba la astronomía porque el director de la primaria de Cristo Rey, su colegio, era fanático del tema. Tenía un telescopio y les enseñaba cosas a los alumnos. Le contó que se llamaba Rogelio Pizzi y era sacerdote católico. Le digo yo: “¿Qué? ¿Le gusta la astronomía a un cura, digo a un sacerdote?”. Y digo: “¿No me lo presentás?”. A Víctor le dio curiosidad. Sabía que la iglesia y la astronomía han sido antagonistas varias veces, pero después se enteró de que varios sacerdotes se han dedicado a la astronomía y han hecho descubrimientos importantes. Como el caso del padre Georges Lamaître que fue el primero en plantear la teoría del Big Bang sobre el origen del universo; o Francesco María Grimaldi y Giovanni Battista Riccioli que hace más de 300 años hicieron un mapa detallado de la Luna que aún hoy sigue siendo básico para estudiarla. Finalmente Víctor y el padre Pizzi se conocieron y empezaron a compartir su gusto por la astronomía. Víctor seguía yendo al curso del observatorio, y además iba a la escuela de óptica de la Universidad Nacional de Rosario a hablar con los alumnos y profesores para entender mejor cómo tallaban los lentes. Luego, casi todas las noches, se encontraba con el padre Pizzi en la terraza del colegio, armaban el telescopio del padre que era mejor que el suyo y se dedicaban a observar las estrellas. Así que yo estaba asimilando de… de a baldazos la astronomía. Compartían lo que iban aprendiendo, discutían lo que leían por ahí. Y ahora que Víctor sabía cómo sacar fotos a través del telescopio, iban registrando lo que veían. Y mientras observaban las estrellas… Y yo lo veía al padre renegar, renegar… Renegar… Porque el telescopio era pesado y había que subirlo por partes a la terraza y armarlo ahí. Y en todo ese proceso se demoraban como una hora. Después de hacer la observación tenían que desarmarlo otra vez para bajarlo. Toda una odisea. Entonces Víctor, que para ese momento ya tenía 18 años… Le ofrecí hacer una cúpula en el colegio. Yo tenía conocimiento de herrería, sabía soldar ya, viste, los hierros, armar una estructura. Una cúpula como la que tienen los observatorios profesionales, que protege del clima a las máquinas cuando no se usan, sin necesidad de desarmarlas, y que además se abre cuando se va a hacer una observación. Víctor había aprendido con su papá la cerrajería y sabía construir cosas. El cura lo miró asustado, entonces Víctor le dijo… Usted me ve jovencito, se piensa que yo no lo voy a hacer. Y en un momento sí, afirmó con la cabeza. Víctor, que en ese momento ganaba algo de plata trabajando con su papá, le propuso que él compraba la primera parte de los hierros, los soldaba e iba armando la estructura hasta donde alcanzara. Y si a usted realmente le gusta y está convencido, bueno, usted ahí va a tener que poner el resto del dinero. ¿Le parece, padre? El padre lo pensó un momento y aceptó. Después de una semanas, la cúpula empezó a tener forma. El padre se convenció de que Víctor podía hacerla y entonces compró el resto de los materiales. Cuando estuvo lista la estructura, había que tomar la decisión de qué material debían usar para recubrirla. Eso es muy importante porque así se protege a la cúpula del agua, del viento, del calor. Para eso tenían dos opciones: Se puede hacer de lona, que es la lona esa gruesa que llevan los camiones. No le digo que va a hacer eterna, pero va a aguantar unos cuantos años. Y podía ser más barata que la segunda opción: la chapa, unas láminas de metal inoxidable que seguro iban a durar mucho más y protegerían mejor la cúpula. Tenían que mostrarle las dos opciones al director del colegio para que los ayudara con el dinero. Pero antes de hablar con el rector, hubo un eclipse de sol que pudieron fotografiar. Esas fotos las llevaron después al diario de la ciudad y las publicaron. Eso fue realmente comenzar a encenderle los cohetes a ese observatorio. Porque imaginate con algo científico en un diario que lo leía toda la ciudad, sí que es mucha gente. Así que comenzamos a recibir felicitaciones, que nos habían visto en el diario con el trabajo. El colegio Cristo Rey empezó a ser reconocido por su observatorio. Bueno, cuando el rector vio eso no tardamos mucho en decidir que lo que se iba a poner en la cúpula era chapa, así sea más cara. El proyecto del padre Pizzi y de Víctor empezó a atraer a otras personas. Yo soy José Luis Sánchez. Este… Tengo 64 años, y arranqué desde más o menos 11, 12 años con el tema de la astronomía. El papá de José Luis le regaló un telescopio cuando era chico, y tiempo después estudió en el colegio Cristo Rey. Allí conoció al padre Pizzi, que le enseñó física en segundo año y le explicó cómo usar las cartas celestes para identificar estrellas. José Luis se graduó un tiempo después y no volvió a tener contacto con el colegio, pero siempre recordaba lo que le enseñó el cura. Un día, cuando tenía 20 años, volvía del trabajo a su casa y pasó frente al colegio… Y veo la cúpula ahí… “Uy”, dije, “se le hizo el sueño al cura”. Entonces estacioné, paré, golpeé. Se le presentó al portero y le dijo que era exalumno y preguntó por Pizzi. Cuando el padre salió a recibirlo lo reconoció de inmediato. Y me dice: “Venite los viernes que hay un grupo de un par de un par de chicos que uno de ellos fue el que me hizo la cúpula”. Y resultó ser Víctor. José Luis decidió unirse al grupo que, en ese momento, tenía unas seis personas. Desde entonces se hizo amigo de Víctor, y ahí empezaron a fotografiar galaxias, estrellas, nebulosas, eclipses, cometas. Este es Víctor, otra vez. Yo añoro toda esa época. Pasamos muchísimas horas de noche disfrutando de… con todo ese grupo de chicos. Teníamos tiempo, por ahí poca plata, pero teníamos entusiasmo, un empuje. Un empuje que los llevó, en 1984, a lograr una hazaña maravillosa. El mundo de la astronomía tiene su propio calendario. Hay registro de que algunos eventos se repiten cada tanto y los científicos saben cuándo ocurrirán esos fenómenos. El cometa Halley pasa cerca de la Tierra cada 75 años más o menos, y desde 1982 empezó a ser detectado por telescopios grandes. Claro, el grupo de astronomía del colegio Cristo Rey no se podía perder semejante evento. Era una oportunidad única. La última vez que había pasado cerca de la Tierra fue en 1910, cuando la fotografía no estaba tan avanzada como para registrarlo. Este es José Luis. En ningún portal había salido fotos del cometa Halley, de su regreso. Entonces nosotros estábamos a la caza. A la caza del Halley. Si no lo hacían ahora, no lo harían nunca porque el cometa no vuelve a pasar sino hasta el 2061. Pero no podían apuntar el telescopio a cualquier parte del cielo. Primero tenían que saber las coordenadas por donde iba a pasar. El problema era que en ese momento era difícil acceder a la información astronómica. Víctor lo recuerda. En aquel tiempo era estar todos con las orejas así, los ojos atentos a todas esas revistas que por ahí tardaban un… que llegaban un mes atrasadas las revistas acá, del exterior, donde informaban los datos y todo eso. Después de buscar y buscar, lograron conseguir un mapa de la zona por dónde iba a aparecer el Halley. Así podrían ubicarlo más fácilmente. Pero no podía ser desde el observatorio porque había un edificio que les tapaba la zona por donde tenían más chance de encontrarlo. Así que empezaron a hacer salidas para encontrar el mejor lugar… Íbamos al campo, para acá, para allá, buscando el mejor cielo, que no haya humedad, que no haya bruma, que no haya niebla. Pero no se trataba solamente de apuntar con el telescopio al lugar por donde pasaba el Halley. Cuando enfocaban esa zona, solo se veían un montón de puntitos brillantes, y el cometa, que apenas se estaba acercando y no tenía cola de fuego, parecía una estrella más. ¿Cómo sabían cuál era? Víctor lo explica… Hay que tomar… más o menos apuntar al campo debido, donde supuestamente estaría entre todas esas estrellas, y sacar una foto hoy, una foto mañana y una foto pasado. Luego los negativos los ponían en el proyector del colegio y proyectaban las fotos en una pared. Entonces empezaban a observar cada estrella que aparecía en esas fotos… Tenés que ver qué puntito falta en una foto y encontrarlo a dónde se corrió. Y ese puntito que se movía era el Halley. Todos los del grupo estuvieron por varios días viendo esas fotos, buscando el famoso punto. Hasta que un día lo encontramos. Cuando lo encontramos fuimos, revelamos, lo pasamos a papel —ese pedacito— le dimos alto contraste y lo mandamos al diario. Primera plana: “En el Colegio Cristo Rey de Rosario, Argentina, se detecta el cometa Halley”. Eran las fotos del cometa cuando apenas se estaba acercando a la Tierra. La misma hazaña la consiguieron otros observatorios profesionales… Así que estábamos peleando con las grandes ligas… ¿Vos sabés lo que fue eso? Empezaron a ser conocidos en el resto del país y se motivaron a seguir fotografiando el Halley durante los años que duraba su paso cercano a la Tierra. Pero esta vez querían retratarlo en todo su esplendor, con la cola de fuego. Para lograrlo, el telescopio se tiene que ir moviendo —recuerden que la Tierra gira sobre su propio eje— entonces el telescopio tiene que moverse en contra de esa rotación para enfocar bien el cometa. Eso es fácil cuando el aparato es automático y toma fotos digitales, pero como el de ellos no lo era. A principios de los 80 esas tecnologías no existían y el rollo de la cámara no era infinito, tenían que hacer el seguimiento a mano, durante una media hora, con muchísima precisión. José Luis se acuerda que uno a uno se iban turnando para girar la ruedita que hacía mover el eje del telescopio. Y como no podían parar… Era algo cómico porque uno venía guiando e iba moviendo la ruedita. El otro apoyaba la mano sobre la mano del otro para seguir el movimiento de la ruedita. El que estaba ahí quitaba la cabeza y ya la ponías vos, la cabeza ahí en el retículo del ocular y vos seguías dos minutos y después venía el otro, y nos íbamos rotando así hasta cubrir los 30 minutos que salió esa foto que fue un espectáculo, un espectáculo. Después de revelar la foto, el padre Pizzi la pegó en una hoja y escribió toda la descripción: cuánto brillaba, a cuántos kilómetros estaba, cómo evolucionó. Eso se lo pasaron a los diarios. Para Víctor fue algo increíble. Era noticia propia del Halley. O sea, los periodistas venían y hacían cola en la puerta de la escuela. Bueno, eso nos llevó a la gloria. El padre Pizzi murió en 2002 y el grupo de astronomía se fue desintegrando poco a poco. Algunos se fueron de la ciudad, otros empezaron a tener responsabilidades diferentes, y otros simplemente perdieron el interés y se retiraron. Víctor se casó, tuvo una hija y siguió trabajando como cerrajero. Como ya dijimos, nunca estudió formalmente astronomía. No necesitaba un título académico para convalidar su conocimiento y tampoco esperaba dedicarse profesionalmente a esto. Como el padre Pizzi ya no estaba, alguien tenía que encargarse del observatorio y el más indicado era Víctor. Él quería seguir haciendo sus observaciones desde ahí, pero la condición del colegio era que tenía que enseñarle astronomía a los profesores. Víctor aceptó: en el día trabajaba en la cerrajería y en la noche daba las clases. Pero no se sentía bien del todo, la astronomía era su gran pasión, no su trabajo. La muerte del padre Pizzi, más estas cosas que fueron pasando… y como que yo me empecé a sentir que se me… se te enfriaba, viste, la cosa. Dos años después de estar ahí, Víctor no quería seguir. No le gustaba hacer las cosas por obligación, por cumplir un contrato, y menos si se trataba de astronomía. Víctor y José Luis siguieron siendo muy amigos incluso después de que se acabara el grupo del padre Pizzi. A veces José Luis pasaba por el colegio a saludarlo, pero lo notaba muy decaído. Y un día le empecé a decir: “Víctor, no… Estás… estás muy solo. Te conviene hacerte algo en tu casa”. Le recomendó retirarse del colegio y crear él mismo un observatorio. José Luis ya lo había hecho unos años atrás y estaba feliz. A Víctor le gustó la idea y empezó entonces a construir el observatorio en su casa, con sus propias adecuaciones y a su medida. La idea era dedicarse a hacer sus observaciones tranquilo. Lo terminó de construir en 2014 y yo pude ver con mis propios ojos el resultado. Visité a Víctor en su casa en septiembre de 2018. Desde afuera, se ve hermosamente sencilla: un frente rectangular, una ventana amplia con cortinas y una puerta blanca que no llama la atención. Pero mirar hacia arriba es lo que más sorprende: una escalera sale del techo y conecta la casa con otra estructura más grande, blanca, en forma de cubo y con una cúpula encima. Para llegar al observatorio hay que subir por unas escaleras al techo y luego hasta ahí. Tiene dos pisos: en el primero hay una salita donde Víctor tiene su computadora que está conectada al telescopio y un pizarrón grande en el que anota fórmulas matemáticas. Detrás de la mesa de la computadora hay una escalera que lleva al segundo piso, el de la cúpula, donde está el telescopio instalado. Cuando estábamos ahí, Víctor le quitó los protectores de plástico al telescopio. Me contó que cuando construyó el observatorio, consiguió el mismo telescopio que tenía José Luis y empezaron a calibrarlos igual. Le agregaron los mismos componentes, compraron las mismas cámaras, los mismos softwares para tomar las fotos. Resultaron teniendo telescopios idénticos, y eso les ha servido para hacer observaciones iguales: si uno empieza a sacar fotos y tiene que parar, el otro puede seguir haciendo lo mismo desde su propio telescopio. A ese mecanismo decidieron llamarlo el Gemini Rosarino, como el Observatorio Gemini que está conformado por dos telescopios gemelos en cada uno de los hemisferios del planeta: uno en el norte de Chile y el otro en Hawái. Después de que le quitó los protectores, Víctor agarró el control remoto, que es mucho más grande que el de un televisor, lo apuntó a la montura del telescopio y digitó unas coordenadas astronómicas. El telescopio empezó a moverse. Después de un momento se detuvo. Ahí Víctor presionó un botón del control y el techo empezó a girar encima de nosotros. La cúpula empezó a abrir un espacio justo donde apuntaba el telescopio. Cuando la cúpula se detuvo, a través del espacio que se había abierto pudimos ver el cielo estrellado. Fue hermoso. En esa visita entendí que sacar fotos es primordial para los astrónomos. No sé si esto pase siempre, pero cuando una persona que no es cercana a la astronomía, como yo, va a mirar por un telescopio, lo primero que se imagina que va a ver son los objetos más próximos: los planetas del Sistema Solar, quizás la Luna, cosas así. Pero aunque esa es una parte linda y divertida de la observación, hay objetos que no se pueden ver solo poniendo el ojo en el telescopio, por más potente que sea. Y eso es porque están tan, pero tan lejos de la tierra, que el ojo humano no alcanza a captar esa luz, no está diseñado para eso. Voy a tratar de explicarlo mejor con la experiencia que tuve en el observatorio de Víctor… Después de que Víctor acomodara el telescopio y abriera la cúpula, me empezó a hablar de los lentes que usa. Sí, este yo lo uso para expediciones o por ahí quiero sacar con otro lente, depende del objeto que sea… Me dijo que pusiera el ojo en el visor y solo vi un círculo negro. Les juro que era una parte del cielo donde no había nada. Entonces Víctor agarró la cámara… ¿Y esa es la cámara en cuestión, digamos? Sí, puedo poner esta o cualquiera de las otras. Ahí adentro de ese gabinete hay otra cámara… La instaló al telescopio y bajamos al primer piso donde está la computadora. Desde ahí Víctor le indicó a la cámara que tomara fotos de ese mismo círculo negro, pero con una velocidad de obturación rápida para que pudiera captar bien la imagen sin que las luces de la ciudad la dañaran. Cuando empezaron a salir las fotos en la pantalla de la computadora, yo no lo podía creer. En ese espacio oscuro había algo así como un círculo lleno de estrellas, algo que en astronomía se conoce como cúmulo globular, que es una agrupación relativamente pequeña de esos objetos. Las fotos que me mostró ese día las tomó con una cámara que su amigo José Luis también tenía. Él la había comprado primero y había convencido a Víctor de que se comprara la misma para que además siguieran teniendo todo igual. La estrenó con muchas ganas el 20 de septiembre de 2016. Cuando se apunta el telescopio hacia la infinidad del espacio, es importante siempre ponerse un objetivo. Ese día, el 20 de septiembre, Víctor quería observar una galaxia, que en pocas palabras es un conjunto de estrellas y otros objetos astronómicos como planetas y lunas que están concentrados por una gran fuerza de gravedad. La galaxia donde está la Tierra, como sabemos, se llama Vía Láctea, pero es solo una de las millones y millones que hay en el universo. Así que ese día, después de que Víctor ubicó la galaxia que quería, le sacó una foto, la descargó en su computadora e hizo lo que siempre hacía cuando observa una galaxia: que un software la reconozca, le indique de qué tipo es y en qué lugar del universo se encuentra. Además, este software le muestra el registro de quién la descubrió y qué eventos se han observado en ella, como pasos de cometas, por ejemplo. Con esta información, Víctor puede darse una idea de las posibilidades que tiene de encontrar algo interesante en esa galaxia. Si no hay nada que le llame la atención, puede seguir buscando en otro lugar. Cuando vi cómo Víctor hacía esto, pensé que es algo así como un intento de delimitar el espacio infinito. Esa noche, entonces, Víctor estuvo observando un largo rato una galaxia que se llama PGC 155. Y aunque no encontró nada interesante ahí, le gustó tanto lo que hacía la cámara que quiso seguir probándola. Pensó en mover la abertura de la cúpula hacia otra zona del cielo, pero como ya era tarde y la cúpula es muy ruidosa y los vecinos estaban dormidos… Decido no moverla. Dije, “no, voy a aprovechar si ya que estaba apuntando a esa galaxia, veo ese pedazo de cielo, miro y ya está”, digo, “cualquier galaxia que esté por ahí”. Porque en solo un pedazo de cielo como el que abarca la abertura de la cúpula puede haber muchísimas galaxias, entonces buscó una más fotogénica. Y busco esta galaxia que tiene unos lindos rulos. Veo el tamaño, veo el brillo, digo, “ah, esta está linda para probar”. La NGC 613. A más de 60 millones de años luz de la Tierra. Víctor puso a la cámara a tomar cada 20 segundos para ver si algo se movía y compararlas con fotos que se habían hecho en otros observatorios. Y comienzo a ver un píxel… solamente un píxel. Y digo: “¿Qué hace este píxel acá?”. Se le hacía raro porque ese píxel no aparecía ni en la base de datos del software de su computadora, ni en las fotos que él había acabado de sacar. Pensó que podía ser un punto ciego de la cámara o tal vez polvo que le había entrado. Pero cuando movió un poco el telescopio, el punto brillante seguía en el mismo lugar en el espacio. O sea, era algo que estaba allá, a millones de años luz, no en la cámara. Pensó que podía ser un asteroide. Como los asteroides se mueven, tal vez unos minutos antes había pasado cerca de una de las estrellas de la galaxia y por el brillo Víctor no lo había podido ver. ¿Qué asteroide será? Reviso por la duda. No hay ningún asteroide. Miro ahí si hay alguna estrella variable ya catalogada, tampoco. Una estrella variable es una estrella a la que le cambia el brillo cuando es vista desde la Tierra. Si tampoco era eso, ¿entonces qué era? Y a medida que voy sacando más imágenes, empiezo a tratarlas y veo que el píxel se va agrandando. Esto es tremendo, digo: “¿Qué está pasando acá? Si esto es un descubrimiento tengo que hacerlo rápido”. Reportarlo rápido, porque hay telescopios robotizados en todas partes del mundo revisando el cielo y lo que encuentran lo reportan de inmediato. Víctor tenía que hacer ese reporte a la Unión Astronómica Internacional, la organización que registra ese tipo de descubrimientos y avisarles que había encontrado algo. Aunque no supiera de qué se trataba exactamente. Cuando volvamos, el descubrimiento de Víctor. Después de la pausa. Ambulantes, necesitamos su apoyo para seguir contando las historias en audio que los acercan a América Latina. Por eso acabamos de inaugurar un programa de membresías. Al convertirse en miembros de Radio Ambulante recibirán varios beneficios y, sobre todo, nos permitirán seguir creciendo, produciendo nuevos episodios y nuevos podcasts en español. Para más información, visiten nuestra página web radioambulante.org. ¡Gracias! Hola, soy Antonia Cereijido, productora de Latino USA, en NPR. Y les quiero hablar de uno de nuestros segmentos más populares. Lo llamamos The Breakdown. En cada episodio exploramos un fenómeno cultural latinx, como nuestro episodio reciente sobre la diva peruana Yma Sumac, o el que dedicamos a Dora La Exploradora. Chequéanos en Latino USA, en NPR. Ya sea que hablemos de las protestas de atletas, la prohibición de que los musulmanes ingresen al país, la violencia con armas de fuego, la reforma educativa o la música que te está dando vida en este momento, la raza es el subtexto de gran parte de la historia estadounidense. Y en Code Switch, de NPR, ese subtexto se vuelve texto. Suscríbete y escucha todos los miércoles. Estamos de vuelta en Radio Ambulante. Soy Daniel Alarcón. Antes de la pausa, Víctor fotografió con su nueva cámara un brillo del tamaño de un píxel en una galaxia a más de 60 millones de años luz de la Tierra. Ese píxel apareció de la nada y un objeto así no estaba registrado en las bases de datos. Entonces, para poder avisarle a la Unión Astronómica Internacional, Víctor tenía que saber qué era lo que estaba viendo. Lo más curioso era que el píxel ya no era un píxel: ese objeto estaba creciendo cada vez más. Rosina Castillo nos sigue contando. Víctor necesitaba una segunda opinión, ojalá de un astrónomo profesional. Pero cuando llamó a algunos observatorios en Argentina no le contestaron. Entonces le envió un mensaje a un amigo aficionado preguntándole si sabía qué pasaba y este le respondió… “No, no”, dice. “Que no te van a atender”, dice. “Están todos reunidos los astrónomos en la ciudad de Capilla del Monte, en la provincia de Córdoba. Están presentando sus trabajos en un congreso donde llevan todos sus papers”. Víctor se empezó a desesperar. Entonces digo: “La pucha, ¿justo ahora van a venir a reunirse? ¿Justo hoy?”, digo yo. “Ay”, digo, “bueno”. Dice: “¿Qué necesitás?”. Digo: “Dejá, dejá, que yo me arreglo”. Entonces, como a la una de la mañana, llamó a Sebastián Otero, un colega suyo que también es aficionado pero que es experto en estrellas variables, las que cambian de brillo, y lo más parecido a lo que había visto. Sebastián le contestó medio dormido y Víctor, que estaba muy ansioso, le dijo… “Te mando una foto por WhatsApp de la pantalla y mirá lo que está pasando en esta galaxia. Compárala”. Cuando Sebastián vio la foto, le dijo muy sorprendido que tampoco sabía qué era. La idea de Víctor era que con la información que le diera su colega, iba a mandar una alerta a la Unión Astronómica Internacional de un objeto que no estaba registrado. Sebastián le dijo que si no sabían qué era, no podían hacer eso. Pero Víctor no sabe inglés, el único idioma en que puede hacerse esa alerta, así que lo necesitaba. Y le digo: “Mirá, Sebastián, haceme el favor”, digo. “Hagamos el reporte”, digo, “y yo te nombro codescubridor”. Sebastián aceptó. Decidieron poner que era una posible estrella variable y que luego lo resolvieran los astrónomos allá. Hicieron todo el procedimiento: llenaron el formulario con la información del telescopio y del objeto. Era difícil porque como se hacía más grande en cada foto, dar un tamaño exacto era imposible. Nos entramos medio a pelear por el teléfono porque, claro, yo le daba un dato, le daba la magnitud del objeto, entonces iba completando y dice: “Entonces, ¿qué magnitud me dijiste?”. Y yo se lo cambiaba al número porque yo iba midiendo distinto. Me dice: “Loco, deci… decidite. ¿Qué número tiene la magnitud del objeto? ¿Tiene 13 o tiene 14?”. “Mirá”, digo, “qué sé yo, más o menos”. Dice: “Pero no es más o menos, me tenés que dar bien el dato”, dice, “esto es en serio”. Digo: “Bueno, qué se yo… es lo que yo estoy midiendo”. Al final pusieron un aproximado, dieron sus datos y enviaron la alerta. La única respuesta fue: “Recibido, muchas gracias”. Y eso fue todo. Víctor paró de tomarle fotos esa noche al objeto y tuvo que esperar hasta la noche del día siguiente para seguir analizándolo. En ese momento, José Luis estaba haciendo unas observaciones en el campo… Y Víctor que me llama por teléfono al celular a los gritos. Yo creo que si gritaba era lo mismo, porque son 50 kilómetros y con los gritos que pegaba de alegría era… era suficiente. No hacía falta comunicación por celular- Gritándome: “Por favor, que estás en el campo sacále fotos, sacále fotos. Me explotó. Me explotó una tremenda supernova, que esto que lo otro”. Una supernova. Eso era lo que había descubierto Víctor. Un verdadero espectáculo cósmico. Y para quienes no saben, una supernova es la muerte de una estrella: una explosión que arroja al espacio varios elementos como hierro, níquel, energía, y sobre todo muchísima, muchísima luz. Por eso el píxel de las fotos de Víctor iba creciendo. Son espectáculos enormes, gigantescos, tan extremadamente brillantes como una galaxia. De hecho Víctor supo que era una supernova por eso, por el brillo del objeto. Pero no todas las estrellas terminan así. Hay varios tipos de supernovas. La que descubrió Víctor sucede con estrellas que tienen una masa ocho veces mayor a la del Sol o más. O sea, objetos muy, muy, muy grandes, más de lo que podamos imaginar. En ese momento Víctor quería que José Luis le ayudara a tomar más fotos de la supernova para tener los datos completos. Él estaba dedicado a completar el registro que había mandado a medias la noche anterior, cuando todavía no estaba seguro de lo que había observado. Y como era un trabajo tan largo, necesitaba ayuda. Pero eso se tenía que hacer rápido porque cuando se envía una alerta de descubrimiento a la Unión Astronómica Internacional, un servidor reenvía la información a observatorios en todo el mundo para que apunten sus telescopios en esa dirección. El problema era que cuando los astrónomos se dieran cuenta de que era una supernova, muchos correrían a analizarla porque estos objetos astronómicos evolucionan muy rápido y en más o menos un año dejan de existir. Si Víctor no enviaba los datos cuanto antes, alguien le quitaría el crédito de su descubrimiento. En ese momento José Luis ya había guardado todo su equipo, entonces le prometió a Víctor que tomaría las fotos desde su casa con el telescopio gemelo. Pero cuando llegó tenía un dolor de cabeza terrible y estaba muy cansado, así que prefirió acostarse. Empezó a dar vueltas en la cama. No podía dormir, porque sentía remordimiento… Cuarenta años que lo conozco a Víctor y no le voy a sacar las fotos que me pida. Agarré, bajé de la cama, me cambié, subí, abrí el observatorio, me puse la cámara y entré a sacar fotos. Y gracias a eso, Víctor pudo completar el registro. Al otro día, empezó a recibir e-mails, mensajes de WhatsApp, llamadas de todo el mundo. Varios astrónomos internacionales estaban interesados en sus fotos y querían más información para investigar. Pero Víctor les dijo que prefería que esa investigación la hiciera alguien en Argentina. Alguien como ella. Yo soy Melina Bersten. Soy docente de la Universidad Nacional de La Plata y yo me dedico a estudiar justamente supernovas. La astronomía es un campo tan infinito como el universo mismo. Uno puede dedicarse toda la vida a la observación del Sol, de asteroides, de estrellas variables, planetas, lunas y así podría seguir enumerando. Melina se dedica desde hace más de diez años a estudiar las supernovas y ha visto varias durante toda su carrera. Por eso, cuando un colega japonés le habló del descubrimiento de Víctor dos semanas después, a ella le pareció algo normal. Entonces en su momento tanta relevancia no me…. no me… no me causó. Hasta que me enteré que había sido un astrónomo aficionado argentino. Y ahí sí le dio curiosidad, quería saber quién era esta persona y cómo había logrado fotografiar una supernova desde un observatorio amateur. Entonces ella y su equipo contactaron a Víctor para preguntarle qué fue lo que observó exactamente. El dato de que Víctor estaba tomando fotos cada 20 segundos cuando apareció el objeto le llamó la atención: como eran varias fotos en un tiempo corto significaba que el objeto apareció y creció muy rápido. Melina le pidió que le enviaran las imágenes, que eran más de 100. Cuando las vio… Pensamos que la supernova que descubrió Víctor no fue cualquiera sino que fue una descubierta lo más temprano posible en la evolución de la supernova. En una fase que se conoce como shock breakout. Que es la primera emisión electromagnética de la explosión de una supernova. O sea, el momento exacto en que la energía de la explosión sale a la superficie de la estrella. La explosión pasó antes. Puede ser unas horas antes o hasta un día, depende de cómo sea la estrella. Pero nosotros, la luz de eso va a llegarnos recién cuando ese shock llegue a la superficie estelar. Para entenderlo más fácil, lo que Víctor probablemente había captado era el momento exacto en que una supernova puede verse. Y aunque es una fase que puede dar información muy fresca sobre la estructura de la estrella… Había sido predicha por muchos modelos, incluidos los nuestros, pero nunca había sido confirmada observacionalmente. Nadie nunca había visto un shock breakout. Por eso era tan importante analizar muy rápido las fotos y la información de Víctor, compararlos con los modelos de supernovas que tienen Melina y su equipo en sus computadoras. Inmediatamente agarré los datos de Víctor, le puse un modelo cualquiera y enseguida fue compatible con este… con este shock breakout. Casi, casi sin mover ningún parámetro dentro del modelo, enseguida fue consistente con eso. Todo el mundo andaba buscando esto. Y durante más de medio siglo nunca lo vieron. Investigadores en Chile, en Japón, en Estados Unidos, en Europa. Grandes proyectos muy costosos Ni los telescopios más modernos, robotizados, los que en todo momento están revisando las millones y millones y millones de galaxias, y van dejando registro de lo que encuentran. Mucha plata invertida intentando encontrar lo que Víctor encontró. ¿Por qué? Porque un shock breakout es un suceso completamente impredecible y muy rápido. Imagináte tener el infinito del cielo delante tuyo, y toparte con algo tan improbable. Algo tan instantáneo como el flash de una cámara. Y como nunca lo habían captado, algunos científicos empezaron a dudar de que realmente existiera esa fase de shock breakout, y pensaron que tal vez era un error de los modelos teóricos. Entonces, cuando Melina y sus compañeros confirmaron lo que era… Bueno, ahí fue como que dijimos: “Bueno, esto vamos a intentar poder publicarlo en la revista más prestigiosa que existe de ciencia”. Se refiere a la revista Nature. Aunque, claro, no iba a ser fácil. El mundo de la investigación científica, como casi todos los demás, no es perfecto: hay egos, celos, intereses políticos, obstáculos. Generalmente se toman más en serio a ciertas instituciones académicas que a otras, y no precisamente a las que están en Latinoamérica. Además, el hecho de que Víctor fuera un astrónomo aficionado podía quitarle credibilidad al estudio. Y no solo eso… Cuando vos vas a un congreso o lo que sea, en general tienden a… a… a escucharte menos cuando sos mujer. Entonces, aunque Melina y sus compañeros habían hecho un análisis riguroso… Yo sabía que esas cosas, este… estaban. No… No… No las dejamos de tener en cuenta y sabíamos que nos iban a pedir muchísimos más chequeos que… que en otros casos. Y así fue, o sea, muchas cosas para chequear. Pero bueno, si no lo intentábamos con un resultado así, no lo podemos intentar con nada. Tardaron un año para que en Nature les aprobaran la investigación. Pero al final, en febrero de 2018, la publicaron: se llama “A surge of light at the birth of a supernova”, algo así como “Una ráfaga de luz en el nacimiento de una supernova”, y Víctor y José Luis aparecen como coautores junto a otras 20 personas del equipo de investigación de Melina. Lo que Víctor logró esa noche del 20 de septiembre de 2016 fue asombroso. Melina lo describe así. Yo siempre digo que para mí el descubrimiento de Víctor es equivalente, más o menos, al… al… al gol que hizo Maradona contra los ingleses. No el de la mano, el otro. Es considerado el gol del siglo. Fue en cuartos de final del Mundial del 86. Argentina contra Inglaterra. Maradona agarró la pelota en la mitad de la cancha y empezó a correr… Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga… ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! Esquivó a seis jugadores ingleses incluyendo el arquero. Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta… Gooooool… Gooooool… Para ponerlo en escala, realmente fue algo único, ¿no? Único el gol y único el descubrimiento de Víctor. Claro, seguramente tuvieron mucho que ver todos los años de formación, de observar el cielo con el grupo del padre Pizzi, de construir y reconstruir su observatorio. Quizás una persona inexperta no se hubiera percatado de que lo que estaba viendo podía ser importante. Pero como sea, varios expertos analizaron la probabilidad de lo que le pasó a Víctor y coincidieron en decirle lo mismo. Que la probabilidad que tienes de ver justo una galaxia, en la vida de una estrella que dura tantos millones de años, que vos… sea de noche y que estés trabajando justo en ese lugar y que esté… que esté despejado y que justo explote de noche. Y bueno, todo eso. Ellos sacan la cuenta estadística y dicen que es ganar, por ejemplo, tres veces el Quini 6. El Quini 6, una lotería argentina. O sea, lo que le pasó a Víctor es prácticamente imposible, casi un milagro astronómico, si es que se puede usar ese término. Pero gracias a toda esa serie de coincidencias, se convirtió en el primer humano en la historia en registrar la explosión inicial de una supernova. Víctor sigue siendo un astrónomo aficionado, solo que ahora lo invitan a congresos de profesionales a dar charlas y a compartir su experiencia. Se convirtió en algo así como un rockstar en el campo de la astronomía. Víctor todavía vive en Rosario, en la misma casa donde Rosina lo visitó, y aún hace lo que más le apasiona: pasa horas en el observatorio amateur desde donde hizo su increíble descubrimiento. En 2001, con su amigo José Luis, fundaron la Asociación Santafesina de Astronomía, una agrupación de astrónomos aficionados que da conferencias, comparte sus descubrimientos y otros datos importantes de esta ciencia, y ayuda a formar nuevos amateurs en Argentina. Rosina Castillo es periodista. Vive en Buenos Aires. Este episodio fue editado por Camila Segura, David Trujillo y por mí. La música y el diseño de sonido son de Andrés Azpiri. Andrea López Cruzado hizo el fact-checking. El resto del equipo de Radio Ambulante incluye a Lisette Arévalo, Gabriela Brenes, Jorge Caraballo, Victoria Estrada, Rémy Lozano, Miranda Mazariegos, Diana Morales, Patrick Mosley, Laura Rojas Aponte, Barbara Sawhill, Luis Trelles, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas y Joseph Zárate. Carolina Guerrero es la CEO. Radio Ambulante se produce y se mezcla en el programa Hindenburg PRO. Antes de terminar, queremos pedirles un favor. Hemos encontrado que la mayoría de oyentes nuevos de Radio Ambulante han llegado a los podcasts gracias a las recomendaciones de amigos y personas de confianza. Es decir, gracias a ustedes. Entonces, por favor, sigan escuchando y recomendando Radio Ambulante a quienes tienen cerca. Parece simple, pero ese voz a voz es lo que más nos ayuda a crecer. Se los agradecemos mucho. Radio Ambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

Translation Word Bank
AdBlock detected!

Your Add Blocker will interfere with the Google Translator. Please disable it for a better experience.

dismiss